DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII (Tercer Escrito)
Un estrecho abrazo selló la amistad de los viajeros con el esenio, el
cual añadió al despedirse:
Cualquiera de los tres nombres que os he dado, os servirá de
indicador para todo cuanto debéis hacer. ¡Y silencio!, porque en Jerusalén,
el silencio es como el vellocino de lana que embota todas las flechas
y anula al odio y a la muerte. ¿Comprendéis? Lo comprendemos –dijeron, y dando al esenio un bolsillo de monedas
de oro para el mantenimiento de los huérfanos enfermos, partieron
antes del mediodía.
Las dos últimas jornadas antes de Jerusalén eran Baal y Beth-Jesimot.
Después, los valles y los bosques frondosos de la ribera del Jordán, que
era como la muralla encantada de esmeraldas y zafiros, que les ocultaba
la vista de la dorada ciudad de David y Salomón.
Dejemos unos momentos a nuestros viajeros para observar otro escenario
diferente donde actúan personajes que son el reverso de la moneda,
el polo opuesto de los que hasta hoy hemos encontrado: Herodes
el Grande y su inseparable Rabsaces, mago caldeo, al que él llamaba su
médico de cabecera; y el cual se prestaba dócilmente a satisfacer todos
los caprichos de su regio amo, así fuera a costa de los más espantosos
crímenes.
Y todo ello silencioso y discretamente, en forma que las gentes
incautas siguieran creyendo que, a pesar de los impuestos y tributos
excesivos y de sus escandalosas orgías, aquel reyezuelo de Judea merecía
en parte su sobrenombre de Grande, siquiera fuera por el esmero que
ponía en dotar al país, de populosas ciudades de estilo romano.
Escuchemos la conversación del Rey con su médico favorito, a poco
de haber ocurrido la conjunción de Júpiter y Saturno. Señor, vuestro consejo de astrólogos asirios y caldeos han visto en
los cielos un peligro para vuestro trono y vuestra dinastía. ¿Qué hay, Rabsaces?... ¿Vienes con otro fantasma de humo según
costumbre? –contestóle Herodes. No, señor; los astros anuncian el nacimiento en Judea de un extraordinario
ser, de un súper-hombre que cambiará el rumbo de la
humanidad.
“Y si nace aquí, señor..., ¡no será seguramente para vivir oculto tras
de una puerta!... ¿Sino que buscará un trono..., quieres decir? Vos lo decís, señor... Y bien; puesto que tú y mi consejo de astrólogos les siguen a los
astros tan de cerca los pasos, y decís saber hasta lo que dicen las águilas
en su vuelo, podréis averiguar con facilidad en qué lugar preciso nace
ese personaje y de qué familia proviene. ¡Señor!..., convenid en que el mundo es grande, y precisar ya que
nacerá en Judea, es bastante saber. ¡Judea, que entre todas las tierras
habitadas por hombres; es menor que un pañuelo de manos en vuestro
inmenso guardarropas!...
Bien. Lo comprendo, pero te recomiendo que me averigües cuanto
sea posible a este respecto.
Y, ¡ay de ti y de tus compañeros si llego a saber
por otro conducto, que el sujeto ese, es mi vecino, y vosotros, perezosos
sabuesos, nada habíais olfateado! No paséis cuidado, señor, que no volará una mosca que no lo
sepamos.
Vete, y no vengas con mentiras, porque ya sabes que no me gustan
los sortilegios de mala ley.
Y el mago salió de la cámara real maldiciendo el mal humor del Rey y
su triste suerte, que le obligaba a vivir entre el miedo y el crimen cuando
podía gozar de paz y tranquilidad en su lejana aldea natal.
Y el miedo le
hizo poner espías y agentes en todos los rincones de la ciudad y pueblos
importantes de Judea.
Y fue así, que cuando nuestros viajeros del lejano Oriente entraron
en la ciudad, uno de estos espías, fue con la noticia a Rabsaces de los
extranjeros que habían llegado de lejanas tierras, y que al entrar por
una de las puertas de la ciudad, habían besado la tierra mientras exclamaban:
“¡Tierra bendita que has recibido al Rey de los Reyes!...
”
Y Rabsaces se puso sobre la pista de aquellos hombres que de seguro
debían saber algo referente a lo que causaba todas sus inquietudes.
Les vio ir al Templo y en los atrios comprar las ofrendas de pan, de
flor de harina, incienso, mirra y ramas de olivo; y acercándose humildemente
y con grandes reverencias, les ofreció sus servicios como guía,
para acompañarles por todos los parajes y monumentos de la gran ciudad
y fuera de ella. De seguro que vendréis en busca del Rey de los Reyes, cuyo nacimiento
anunciaron los astros.
Los viajeros se miraron con extrañeza y Baltasar contestó con gran
discreción:
Los astros no anunciaron un Rey de la tierra, sino un mensajero
divino que trae la luz de la Verdad Eterna a los hombres. ¡Será un gran Profeta...!, –exclamó Rabsaces–.
De todos modos,
mis señores, si sois afortunados y le encontráis, no echéis en olvido este
humilde siervo, que se sentirá dichoso de besar la tierra que pisen sus
pies.
Todos los días me encontraréis aquí, a la puerta del Templo de
Jehová, esperando vuestras noticias.
Que Dios sea contigo y con los tuyos, buen hombre –le contestaron
los viajeros–, y entraron al Templo.
El mago por su parte dejó uno de sus agentes, para que al salir los
viajeros les siguiera sin perderles de vista.
Un Levita les llevó hasta el altar de los perfumes donde Esdras ofrecía
los holocaustos acostumbrados, mientras las vírgenes cantaban salmos
y los Levitas agitaban incensarios.
Cuando los viajeros presentaron sus ofrendas, le repitieron al sacerdote
las palabras que les enseñó el esenio de la colonia de huérfanos de Bethpeor,
y Esdras clavó su investigadora mirada en cada uno de ellos. Cuando se hayan consumido vuestras ofrendas, hablaremos –les
dijo en voz muy baja, y continuó los oficios mientras los viajeros a pocos
pasos e inmóviles, adoraban al Uno Invisible que lo mismo bajo las
doradas cúpulas de aquel Templo, que bajo el cielo bordado de estrellas,
o entre las susurrantes hojas de los árboles, se hace sentir de las almas
llegadas a la comprensión de que Dios es el hálito de vida que vibra en
todos los seres y en todas las cosas.
Simeón de Betel, el esenio que consagró a Yhasua, salió de las dependencias
interiores del Templo y cuando Esdras terminó la liturgia
se acercó y le dijo:
—Esos viajeros son Iniciados de Escuelas Santas hermanas de la
nuestra, que vienen en busca de Yhasua. No les dejes salir por el atrio
que hay espías del Rey, cuyos magos le han anunciado el nacimiento de
un Rey de reyes. Cuando los Levitas dejen los incensarios, los haremos
salir por el camino secreto. Nuestro Padre Jeremías me lo acaba de
anunciar en la oración. Así lo haremos –contestó Esdras. Simeón volvió a la sala de los incensarios,
donde estaba la puerta secreta del camino subterráneo hacia
la tumba de Absalón.
Después de dejar Esdras sus vestiduras de ceremonia, se dirigió a los
viajeros y les dijo: No saldréis por el atrio por donde habéis entrado porque tenéis espías
que siguen vuestros pasos. Sabed que los hijos de la luz debemos vivir
en la sombra, hasta que la luz sea tan viva que traspase las tinieblas.
¿Y por dónde hemos de salir? –preguntó Melchor con cierta inquietud. Descansad en nosotros y esperad unos momentos más.
Cuando todos los levitas habían dejado sus incensarios y aquella sala
quedó desierta, Esdras introdujo a los viajeros por el camino subterráneo
que iba a la tumba de Absalón.
Mientras tanto, Simeón de Betel se había arreglado con dos Levitas de
su mayor confianza para que ocultasen las cabalgaduras de los viajeros
en las granjas de Betania juntamente con sus equipajes. ¿Qué país es éste?... preguntaba Baltasar, caminando trabajosamente
por el oscuro subterráneo, sólo alumbrado por las cerillas que en lugar de antorchas llevaban como para no tropezar con las puntas salientes
de las rocas, que hacían de soportes en aquella rústica construcción
subterránea–. ¿Qué país es éste, en que baja el Avatar Divino, y aquellos
que lo saben y le esperan, deben ocultarse como bandoleros perseguidos
por la justicia? Entre los hijos del Irán todo el pueblo estaría de fiesta.
Es que el pueblo judaico exasperado por las humillaciones del
vasallaje delira por un Mesías Rey y Libertador, juzgando que ningún
bien mayor puede esperar que la libre soberanía de la nación. Y el sagaz
Idumeo que ocupa actualmente el trono de Israel, que no le pertenece,
vive inquieto pensando en que puede surgir de un día a otro, un hombre
capaz de unificar el pueblo y levantarlo en armas contra él.
“Sus magos le han descifrado el lenguaje de los astros, y él ha soltado
espías como una bandada de buitres por todo el país para averiguar la
aparición de ese Mesías Libertador que Israel espera.
Así trataba de
explicar Esdras, el extraño fenómeno observado por los extranjeros.
¡De un pueblo que espera al Mesías y al cual hay que ocultarle la
llegada del Mesías! ¿Quién podría hacer que aceptaran las masas, la superioridad
excelsa de un hombre al cual no rodea grandeza material ninguna? preguntaba a su vez Gaspar, con esa certera visual del anciano experimentado,
en las formas de ver y apreciar personas y cosas, cuando ellas
no aparecen envueltas en ese esplendor a simple vista que tanto seduce
y arrastra a las multitudes. Krishna fue un príncipe de la dinastía reinante en Madura –añadió
Baltasar–, y debido a eso pudo vencer las grandes dificultades que los
genios de las tinieblas desataron a su paso.
“Buda fue el príncipe de la dinastía reinante en Nepal, y las masas se
sienten subyugadas siempre por las figuras grandes que aparecen sobre
los tronos.
“Moisés, fue un hijo oculto de la princesa Thimetis, hija del Faraón, y a
eso debió que fuera respetada su vida, y que el Faraón temiera el castigo
de sus dioses, si derramaba su propia sangre.
Pero Yhasua es un infantillo
hijo del pueblo, sin antecesores reales, sin grandeza material ninguna,
porque debiendo ser ésta la coronación de todas sus vidas mesiánicas,
ha de sentir de una vez por todas, los grandes principios de igualdad
y de fraternidad humanas, y que la sola diferencia existente entre los
hombres, es la conquistada por el esfuerzo mental y espiritual de cada
uno. ¿Qué otra cosa pensáis que quiso expresar un oscuro profeta del
Irán, cuando dejó escrito enigmáticamente versículos como éstos?:
“En el heno de los campos que verdean en la ribera oriental de la Mar
Grande, anidará un día el pájaro azul, a cuyo canto se derrumbarán las
arcaicas civilizaciones y surgirán las nuevas”.
“En las arenas de los campos dejará las huellas de sus pies y el polvillo
de su plumaje”.
“Comerá el pan moreno de los humildes y sacará por sí mismo las
castañas de las cenizas”.
“Ninguno cobrará jornal de sus manos ni será llevado jamás a hombros
de sus esclavos”. ¿Comprendéis? Vuestro profeta desconocido, a mi juicio, quiso decir que el Avatar
Divino nacería y viviría entre las masas anónimas o ignorado del pueblo
–contestó Melchor.
Justamente, esa es la creencia que en las Escuelas Secretas de la
Persia tienen en general. Y así es la realidad –añadió Esdras–. El pájaro azul ha colgado su
nido en el huerto de un artesano, aunque algunas antiguas escrituras y
tradiciones aseguran, que sus lejanos antepasados descienden del Rey
David.
Un largo milenio de años ha borrado necesariamente el brillo en
esa brumosa genealogía. El tiempo tira abajo realezas y poderío.
Hablando así, continuaron aquel viaje subterráneo hasta que fueron a
salir a la tumba de Absalón, donde ya les esperaban los Levitas que habían
ocultado los equipajes y cabalgaduras en una antigua granja de Betania,
cuyos dueños eran Sofonías y Débora, parientes cercanos de algunos de
los esenios que servían como sacerdotes y Levitas en el Templo.
Sofonías y Débora, padres de aquel Lázaro que las tradiciones dan
como un resucitado del Cristo, comenzaron desde la primera infancia del
Bienvenido, a prestar su morada en servicio suyo, como si su íntimo Yo
les hubiera marcado de antemano su ruta, de aliados firmes y decididos
para toda la vida de Yhasua sobre la Tierra.
Hacia ese hogar fueron conducidos los viajeros del Oriente, hasta
que pasados unos días de ocultamiento, pudieron llegar a Betlehem
disfrazados de vendedores de olivas y frutas secas, que sobre asnos y en
grandes sacos, enviaban Sofonías y Débora para la casa de Elcana, que
hospedaba a la familia carnal del Cristo-hombre y para los solitarios del
Monte Quarantana, cuyo servidor era hermano de Sofonías.
Y los espías de Herodes, no pudieron reconocer en los rústicos conductores
de aquella tropilla de asnos, cargados de productos frutales, a
los graves filósofos del Oriente, que a costa de tantos sacrificios buscaban
sobre la Tierra a Yhasua el Cristo.
Tal fue en realidad el hecho que las tradiciones antiguas han llamado:
la Adoración de los Reyes Magos.
Así llegaron a la ciudad cuna del Rey David, aquellos Jefes de Escuelas
de Divina Sabiduría venidos desde el lejano Oriente, sólo para cerciorarse
por sí mismos de que el Gran Ungido había bajado al planeta Tierra, tal
como los astros lo anunciaron.
Tenía ya el niño diez meses y veinticinco
días, cuando del Oriente llegaron hasta su cuna.
Les acompañaron en este viaje, los Levitas José de Arimathea y
Nicodemus de Nicópolis, para que sirvieran de introductores, ya que
ellos habían contraído amistades con Myriam y Yhosep, en la morada
de la viuda Lía, de Jerusalén.
Antes de ser introducidos, cambiaron la rústica indumentaria de
vendedores ambulantes por las graves y severas vestiduras usadas en
sus respectivas escuelas para los días de grandes solemnidades: el blanco
y oro del indostánico; el blanco y turquí del persa; el blanco y púrpura
del árabe; y sus diademas de tantas estrellas de cinco puntas, cuantas
graduaciones habían subido en la escala inflexible de las purificaciones
y de las conquistas del espíritu.
Los dos Levitas habituados a los ricos tejidos de seda, oro y pedrería
de los ornamentos sacerdotales del Templo de Jerusalén, encontraban
demasiado sencillas y humildes las vestiduras de ceremonia de los viajeros
orientales, pero uno de ellos que captó la onda de tales pensamientos,
dijo de pronto cuando ya se dirigían hacia la alcoba, donde mecía Myriam
la canastilla de mimbre de su hijo:
Para ser discípulos de la Divina Sabiduría, no es necesario el esplendor
de los templos donde el oro brilla por todas partes. Bástanos
vestir de lino blanco el alma y el cuerpo. Así vestirá Yhasua, que viene
a ser Maestro de los Maestros.
La sorpresa de Myriam fue grande cuando vio entrar por la puertecita
de su alcoba, aquellos personajes en número de siete, pues cada uno
llevaba un escriba o notario de su confianza.
José de Arimathea y Nicodemus
se le acercaron para quitarle todo temor con estas palabras: Son Hermanos de los esenios, que vienen con riesgo de sus vidas desde
apartadas regiones, para ver de cerca a este niño Enviado de Dios. No temas, mujer, –le dijo el Anciano Baltasar– que cien vidas que
tuviéramos, las daríamos contentos por conservar la de tu hijo que hace
tanto esperábamos. ¿No sabías tú, que los trovadores del Irán le vienen
cantando hace muchos siglos, cuando sólo le habían visto en las premoniciones
de sus almas cargadas de ensueño divino? Y allá en el lejano Indostán –añadió Gaspar–, en todas las cavernas
en que habitó Buda en sus correrías misioneras, se aparece a los clarividentes
su imagen radiante para decirles:
“No me busquéis ya más con este ropaje que pertenece al pasado, y
es una niebla que se diluyó en la Luz Increada y Eterna”.
“Bajaré en la ribera de la Mar Grande de Occidente, y entonces me
encontraréis en el fondo de vosotros mismos, como a la misma Llama
Eterna que alienta nuestra vida”.
Y en mi Arabia de piedra –dijo Melchor–, los vates inspirados cantaron
extraños versículos como éste:
“Bajaré como un águila que nadie sabe dónde esconde su nido,
sobre las vegas floridas de la tierra de promisión, soñada por Moisés,
y cuando levante vuelo, arrastraré conmigo a todos los que quieran
volar hacia lo invisible desconocido”.
Y formando círculo cerrado en torno de la cuna del niño, los siete
extranjeros con los Levitas y los familiares, comenzaron el minucioso
examen que las antiguas escuelas de Conocimiento Superior, usaban,
para cerciorarse de que el pequeño cuerpecito reunía en sí las condiciones
físicas propias para una encarnación del Avatar Divino: las líneas de la
cabeza, de la frente, las cejas, los ojos, la nariz, la boca, la barbilla, la
estructura del pecho, la anchura de hombro a hombro, la estructura de
los pies.
Y el notario de cada Escuela iba comparando con las viejísimas
escrituras sagradas, donde los sabios ocultistas y astrólogos dejaron
grabado el resultado de igual examen hecho con Krishna, con Buda y
con Moisés.
Y el niño divino, tranquilo y quietecito con sus grandes ojos color de
ámbar abiertos, como para absorber en ellos cuanto pasaba a su alrededor,
parecía aceptar sin temor aquella piadosa y reverente investigación,
hasta que por fin tendió sus bracitos a la madre que lloraba silenciosamente
sin saber por qué. ¿Era temor? ¿Era devoción y mística unción
espiritual, que la hacía creerse ella misma ante la propia Divinidad?
¿Qué será de este hijo mío, que parece venir vinculado a tan
complejos y desconocidos sentimientos? –preguntó por fin, abrazando
tiernamente al pequeño Yhasua.
Este hijo tuyo, mujer –dijo sentenciosamente Gaspar–, es entre
muchas cosas, una que está por encima de todas: es el Amor Divino que
salva a la Humanidad.
Revisaron después en silencio las anotaciones de los escribas, y firmándolos
y sellándolos con los anillos-sellos de las respectivas órdenes
o Escuelas, pasaron al estrado junto al hogar encendido, para aceptar
la ofrenda de la hospitalidad de Elcana.
Ahora que habéis compartido mi pan, mi vino, mis pobres
manjares –dijo Elcana–, me atrevo a preguntaros: ¿quiénes sois y
por qué habéis observado de tan minuciosa manera al niño de estos
Hermanos, que son mis familiares y mis huéspedes desde antes de su
nacimiento? ¿Lo habéis tomado a mal? –inquirió Melchor, algo alarmado. De ninguna manera.
Nuestra Ley nos prohíbe el mal pensar, cuando
la evidencia no nos autoriza a ello –contestó Elcana. Vuestra pregunta es, pues, amistosa y cordial y es justo satisfacerla.
Y Baltasar el persa, que era el mayor de los extranjeros en edad y en
graduación, pues era Consultor del Supremo Consejo de Instructores de
su Escuela, cuyas ramas divididas y subdivididas se habían extendido por
todo el país, hizo el relato de la forma y modo como fueron recibiendo
avisos de las Inteligencias Superiores, por medio de augures, por sibilas
o pitonisas, por sueños premonitorios de que era llegada la hora de la
Misericordia Divina para esta humanidad delincuente, que había forjado
con sus iniquidades una espantosa corriente de destrucción para
sí misma.
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
Continua....
DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII (Segundo Escrito)
Llegados a este punto, los tres se preguntaron al mismo tiempo: ¿Hacia dónde vais?
Y los tres contestaron: Al país de los hebreos, porque los astros lo
han señalado como la tierra designada para recibir al Avatar Divino, que
viene de nuevo y por última vez hacia los hombres. En Jerusalén –observó Gaspar–, debe estar el pueblo enloquecido
de gozo por tan grandioso acontecimiento. Si es que lo sabe –añadió Baltasar–, pues nosotros tenemos una
antiquísima tradición oculta que dice: “Nadie vio jamás dónde guarda el
águila su nido.
Y el que descubre el nido del águila podrá mirar al sol sin
lastimar sus ojos”. Lo cual quiere decir que son muy pocos los que descubren
al Hijo de Dios encarnado entre los hombres, y que los que llegan a
descubrirle, pueden ver el sol de la Verdad sin escandalizarse de ella.
Creo poder aseguraros dijo Melchor–, que no es del conocimiento
del pueblo el glorioso acontecimiento, porque estoy vinculado a una
Escuela filosófica de los valles del Nilo, que se halla a su vez en comunicación
con la Fraternidad Esenia de Palestina que remonta sus orígenes
a Moisés.
“El pueblo hebreo espera un Mesías Rey, libertador del yugo romano
que tan feroces luchas ha promovido entre los hijos de Abraham.
“Pero los estudiantes de la Divina Sabiduría, estamos todos de acuerdo
en que el Hijo de Dios, no viene a libertar a un pueblo de una dominación
extranjera, sino a salvar al género humano del aniquilamiento que se ha
conquistado con sus extravíos e iniquidades.
“¿No es ésta la gran verdad secreta?
Sí, es ésta contestaron los otros al mismo tiempo–.
Y sabemos
que viene arrastrando en pos de sí una oleada inmensa de Inteligencias
adelantadas, que bajo los auspicios de los grandes Jerarcas de los cielos
superiores, inunden de tanto amor a la Tierra, como de odio la inundaron
las hordas de las tinieblas.
A través de estas conversaciones al pie de un cerro del Monte Hor,
llegaron a entenderse de tal manera que desde aquel entonces se estableció
una fuerte hermandad entre ellos y sus respectivas Escuelas de
conocimientos ocultos.
Dos días después, se encaminaron los tres con sus
acompañantes hacia Jerusalén por el trillado camino de las caravanas,
en busca del Bienvenido.
Hasta Bosra y Thopel, primeras etapas de su larga jornada, viajaron
en dromedarios y camellos, pero al llegar al montañoso país de Moab,
se vieron obligados a dejar sus grandes bestias por los pequeños mulos
y asnos amaestrados para los peñascales llenos de precipicios.
Fue éste un largo viaje de estudio y de meditación, en que los tres
sabios se transmitieron los conocimientos de sus escuelas, ampliando
los propios.
El culto del fuego de los persas, remontaba a los Flámenes prehistoricos, que con el fuego encendido perennemente sobre el ara sagrada,
representaban en símbolo: el alma humana viviendo siempre como una
eterna aspiración al Infinito.
Y su nombre mismo, Flamen, era una variante
de Llama, lo cual les hacía decir, cuando eran interrogados sobre
sus ideales y forma de vida: somos llamas que arden sin consumirse.
Aquellos Flámenes Lemures, predispusieron el sur del Indostán para
el advenimiento de Krishna, juntamente con los Kobdas del Nilo, emigrados
por el Golfo Pérsico a Bombay.
Definidos estaban pues, para nuestros viajeros, los remotos orígenes
de la filosofía persa y la indostánica.
Faltaba encontrar la ilación que llevara al descubrimiento de la filosofía
del país de Arabia de donde era originario Melchor. Este desenrolló
un antiquísimo y amarillento papiro y leyó:
“En una edad muy remota, en las montañas de Parán de la Arabia
Pétrea, hubo una floreciente civilización gemela de la que floreció en los
valles del Nilo, pues emanaban ambas de la Sabiduría de los Kobdas, la
más grandiosa Institución benéfica que hizo florecer tres continentes.
Y en los montes Horeb y Sinaí, que en la prehistoria se llamaron Monte
de Oro y Peñón de Sindi, habían quedado ocultos como águilas en los
huecos de las peñas: los Kobdas, perseguidos por los conquistadores del
alto y bajo Egipto.
Moisés que en su juventud tuvo que huir, acusado falsamente
de un asesinato, estuvo en el país de Madián, al cual pertenecen
dichas montañas, y la Divina Ley le puso en contacto con los solitarios del
Sinaí y del Horeb, y fue allí, donde forjó la liberación del pueblo hebreo
que sirviera de raíz y cimiento a la eterna y grandiosa verdad: la Unidad
Divina.
En aquellos montes recibió Moisés por divina iluminación, la
Gran Ley que marcó rutas nuevas a la humanidad terrestre.
“De la enseñanza oculta de estos solitarios, hemos nutrido nuestra
vida espiritual durante siglos y siglos.
Quien encuentre este papiro y los
demás que le acompañan, sepa que está obligado por la Ley Divina a
abrir una Escuela para difundir la sagrada enseñanza que da paz y dicha
a los hombres”.
“Firmado: Diza-Abad – Marván – Elimo-Abad”.
“Este, es el origen de nuestra actual Escuela en los Montes de Parán,
–dijo Melchor–. Y la obligación de abrirla me tocó en suerte, porque en
un cruel momento de desesperación busqué un precipicio para arrojarme
desde lo más alto de los cerros, y sintiendo un quejido lastimero en
el fondo de una gruta, me interné en ella pensando si era posible que hubiera un ser más desventurado que yo.
Encontré un pobre anciano
atacado de fiebre y ya imposibilitado de levantarse a buscar agua para
beber.
Sus gemidos eran de la sed que lo abrasaba.
Por socorrerlo me
olvidé un tanto de mis crueles dolores.
“Vivió aún tres días por los cuidados que le dispensé.
Era el último
sobreviviente de los solitarios aquellos.
“Me dijo que por mandato de genios tutelares tomó el nombre de
Marván, y me señaló el sitio donde fueron sepultados todos los solitarios
que, antes que él, fueron muriendo, y el hueco de su caverna donde se
hallaban estos documentos en un cofre de encina.
“Ya lo sabéis todo amigos míos del largo viaje. ¿Qué decís a todo
esto?
Que los orígenes de todas las enseñanzas de orden superior son
comunes y provienen de una misma fuente –aseveró Baltasar.
Y que esta fuente, es el Verbo Divino en sus distintas encarnaciones
Mesiánicas en nuestro planeta –añadió Gaspar. ¡Justamente! Estamos en un perfecto acuerdo –prosiguió Melchor–.
Y en mi tierra los acuerdos se celebran bebiendo los amigos de la misma
copa y partiéndose el mismo pan.
Y como este acuerdo se realizó en la tienda de Melchor, el príncipe
moreno, él sirvió a sus amigos y dándose un estrecho abrazo que les unió
para muchas vidas, se separaron ya muy entrada la noche para seguir
viaje al día siguiente.
Esto ocurrió en los suburbios de Thopel, donde
dejaron dromedarios y camellos en una hospedería que se encargaba
de ellos.
Hasta allí les habían servido los guías de las caravanas; pero para
atravesar las escabrosas montañas de Moab, tomaron guías prácticos,
que eran a la vez dueños de los asnos y mulos, con los que juntamente
se contrataban para la peligrosa travesía.
Empezaron a trepar por el senderillo tortuoso labrado en la roca viva,
que subía serpenteando ora hacia la derecha, ora hacia la izquierda, a
veces en espiral más o menos cerrada.
No obstante, veían claramente que aquel sendero estaba cuidadosamente
vigilado en seguridad de los viajeros.
De tanto en tanto habían
plantado en los intersticios de las peñas, una fuerte vara de madera con
una tablilla escrita en la parte superior con útiles indicaciones tales
como éstas:
“Agua en el recodo de la izquierda”. “Detrás de este peñón
hay una caverna para pernoctar”. “Sendero peligroso”.
“Llevad luz encendida
desde el anochecer”.
Y en todo el camino fueron encontrando
advertencias que les disminuían las dificultades. ¿Quién se ocupa con tanta solicitud de los viajeros? –preguntó
Gaspar, extrañado de lo que veía.
Se dice –contestó uno de los guías–, que hay en los antros de estas
montañas, genios benéficos o almas en pena que purgan sus pecados
haciendo bien a los viajeros.
Y hay una leyenda que dice, que cuando el
Gran Moisés anduvo por estos mismos caminos conduciendo al pueblo
de Israel, los que por infidelidades a la Ley, murieron en el camino, recibieron
del Profeta el mandato de vigilar este sendero hasta su vuelta
a la Tierra.
Los tres sabios, iniciados como estaban en las grandes verdades ocultas
se miraron con inteligencia, mientras esperaban su turno de beber
del agua fresca del manantial que la tablilla les había anunciado.
La leyenda del guía de la caravana tenía un oculto fondo de verdad,
pues eran en realidad almas que purgaban culpas, las que se encargaban
de cuidar de los caminos.
Era una especie de cofradía dependiente de los
esenios de Moab, la cual estaba formada por los bandoleros arrepentidos,
a quienes los esenios salvaban de la horca, a cambio de que emprendieran
una vida mejor en ocultas cavernas preparadas de antemano, donde
les retenían por cierto tiempo hasta que sin peligro para ellos mismos
pudieran incorporarse a las sociedades humanas en los centros poblados
de la comarca.
Les llamaban Penitentes, y cada dos lunas bajaban
dos de los setenta del Gran Santuario del Monte Abarín, a visitar a los
penitentes y proveer a su consuelo y necesidades.
Para ellos no había otra ley que ésta, grabada en las cavernas que los
cubrían:
“No hagas a tu prójimo lo que no quieras que se haga contigo. Y Dios
velará por ti”.
En las cavernas indicadas por las tablillas escritas, encontraron mullidos
lechos de heno seco, grandes cantidades de leña para la hoguera,
sacos de bellotas y de castañas.
Pero no encontraron ningún ser humano que les dijera: Yo soy el
autor de estas solicitudes.
Y así llegaron a Kir, Aroer, Dibón, Atarot y Beth-peor, donde se hallaba
la colonia escuela de los huérfanos leprosos y tísicos, que los esenios se
encargaban de cuidar por medio de sus terapeutas del exterior.
La población de Beth-peor, se había hecho antipática a los viajeros
en general, debido al pánico con que eran miradas por todos, aquellas
enfermedades de las que ninguno curaba.
Pero nuestros viajeros miraban desde otro punto de vista los grandes
dolores humanos, y quisieron plantar sus tiendas justamente en la
plazoleta sombreada de árboles que quedaba frente a la colonia.
Los
terapeutas que se encontraban en ellos salieron a ofrecer atenciones y
servicios a los viajeros.
Si queréis ahorraros –les dijo el esenio–, de plantar vuestras tiendas
por un día o dos, venid a nuestra sala-hospedería donde hay comodidad
para todos vosotros. Nuestros enfermitos están recluidos en pabellones
alejados de la puerta de entrada.
Tan bondadosa y amable invitación no podía dejar de ser aceptada,
y los viajeros penetraron a la gran sala-hospedería que daba al pórtico
exterior.
El aliento de Moisés parecía vibrar en todos los tonos apenas se penetraba
allí. En el muro principal frente a la entrada, se veía un facsímile
de las Tablas de la Ley, grabados en piedra los diez mandatos. En otro
muro estaba grabada la célebre Bendición de Moisés para los fieles observadores
de la Ley, y sentencias o pensamientos suyos, aparecían en
pequeñas planchitas de madera en todos los sitios en que era oportuno,
como un severo ornato de aquella sala.
Al centro, una gran mesa rodeada
de rústicos bancos y alrededor de todos los muros, un ancho estrado de
piedra cubierta de esteras de fibra vegetal, de pieles y mantas, indicando
que servían de lechos a los huéspedes.
Sois aquí los dueños de todo cuanto hay –díjoles el esenio que les
invitó, al mismo tiempo que entraba otro esenio seguido de dos jovenzuelos,
conduciendo cestas con manjares y frutas que iban colocando
sobre la gran mesa central.
Permanecieron allí dos noches y dos días, pero las gentes de la colonia
eran tan discretas y silenciosas, que los viajeros no tuvieron oportunidad
de entablar conversación alguna sobre lo que a ellos les preocupaba. ¿Sabían
o se ignoraba allí el gran acontecimiento que a ellos les empujaba
imperiosamente desde tan largas distancias? Acaso –suponían los viajeros–, a la otra ribera del Jordán encontraremos
el entusiasmo que aquí no se percibe por ninguna parte.
Uno de los terapeutas sintió la apremiante interrogación que irradiaban
sin hablar los viajeros, y acercándose a ellos que ya iniciaban la
despedida, les dijo. ¿No es indiscreción preguntar a qué parte de la Palestina os encamináis?
A Jerusalén –contestaron de inmediato.
Debe haber allí grande
regocijo. Hace cinco días que llegué de esa ciudad y no he notado absolutamente
nada de lo que decís –contestó el esenio. Pero, ¿es posible? En la ciudad de los Reyes sabios y de los más
grandes Profetas, ¿se desconoce el anuncio de los astros? ¿Acaso Júpiter
y Saturno nada han dicho a la ciudad de Jerusalén? No hay ciego más ciego que el que cierra sus ojos para no ver –contestó
el esenio–.
La Jerusalén de hoy no puede escuchar las voces de sus Profetas, porque el ruido del oro que corre como un río desbordado por
los pórticos del Templo, ha apagado todo otro sonido que no sea el del
precioso metal. ¿Y los astrólogos?... ¿Y los cabalistas?... ¿Y los discípulos de los
Profetas callan también? –preguntó otro de los viajeros.
Los discípulos de los Profetas viven en las cavernas de los montes
para proteger sus vidas, y callan para no entorpecer los designios
divinos. Yo vengo de una Escuela indostánica vecina del Indo, y éste compañero,
de las montañas de Persia, y este otro de la Arabia Pétrea, al
cual acompaña un Iniciado de la Sabiduría en la Escuela de Alejandría, y
todos venimos por el aviso de Júpiter y Saturno.
Vos, lo sabéis también,
porque vuestras palabras han dejado traslucir la luz que os alumbra. Decidnos en nombre del Altísimo: ¿Ha nacido ya el que los astros
anunciaron? –insistió Baltasar. Sí, ha nacido ya. Lo he visto y lo he tenido en mis brazos –contestó
el esenio.
Ante estas palabras los viajeros cayeron de rodillas y besaron el pavimento.
Adoremos la tierra que él pisa –dijeron derramando lágrimas de
interna emoción–. Decidnos dónde está.
Yo lo vi en Jerusalén, pues el gran acontecimiento me sorprendió en
Betania, a donde fui a recoger niños leprosos y tísicos que sus familiares
habían abandonado.
“Nació en Betlehem de Judea, pero fue llevado por sus padres a Jerusalén
para la presentación al Templo, pues es primogénito de un varón
de familia sacerdotal y de madre que sirvió al Templo, mas no sé, si a
vuestra llegada estará aún en la gran ciudad.
“Llegaos al Templo a hacer ofrendas de pan, incienso, mirras y ramas
de olivo, y pedid por Simeón, Esdras y Eleazar sacerdotes del altar
de los perfumes, y decidle a cualquiera de los tres estas solas palabras:
“Que estas ofrendas sean agradables al Salvador del mundo y que nos
muestre su rostro”.
“Son las palabras de señal para que seáis reconocidos como amadores
del Bienvenido.
Ya comprenderá el lector la formidable ola de entusiasmo y energía
que se levantó en el alma de los viajeros. Habían estado a punto de partir
sin una noticia, a no ser por la fuerza telepática que hizo sentir al esenio
la vibración anhelante de los viajeros, que deseaban interrogar sobre el
gran acontecimiento.
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
Continua.....
DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII
Mientras tanto, el himeneo grandioso de Júpiter y Saturno, al que poco
después se unía Marte, había puesto en actividad las mentes iluminadas
de Divino Conocimiento de los hombres que en este pequeño planeta
sembrado de egoísmos y odios, habían sido capaces de mantenerse a la
vera de las cristalinas corrientes, donde se reflejan los cielos infinitos y
se bebe de las aguas que apagan toda sed.
En la antigua Alejandría de los valles del Nilo, existía aún como una
remembranza lejana de los Kobdas prehistóricos, una Escuela filosófica
a pocas brazas de donde se había levantado un día el santuario venerado
de Neghadá.
Esta Escuela, había sido fundada siglos atrás por tres
fugitivos hebreos, que encontrándose atacados de una larga fiebre que
los llevó a las puertas de la muerte, no quisieron ni pudieron seguir el
éxodo del pueblo de Israel cuando abandonó el Egipto. Y para que no
muriesen entre los paganos, por misericordia, habían sido conducidos
a las ruinas inmensas que existían ya casi cubiertas por el limo y hojarascas
arrastradas por las aguas del gran río, a la orilla misma del mar.
Eran las milenarias ruinas del Santuario Kobda de Neghadá, de cuya
memoria no quedaba ya ni el más ligero rastro entre los habitantes de
los valles del Nilo.
De dichas ruinas, se utilizaron muchos siglos después, bloques de
piedra y basamentos de columnas para las grandes construcciones faraónicas, y aún para edificar la antigua Alejandría, en uno de cuyos mejores
edificios estilo griego, después de la muerte de Alejandro, se instaló
un suntuoso pabellón: Museo-Biblioteca, Panteón sepulcral, y a la vez
templo de las ciencias, donde podía contemplarse en los primeros siglos
de nuestra era, en una urna de cristal y plata,
el cadáver de un hombre
momificado que llenó el mundo civilizado con sus gloriosas hazañas de
conquistador:
Alejandro Magno.
Nadie sabía qué ruinas eran aquellas, en torno de las cuales se tejían
y destejían innumerables leyendas fantásticas, trágicas y horripilantes.
Sólo las lechuzas, los búhos y los murciélagos, se disputaban los negros
huecos cargados de sombras y de ecos de aquellas pavorosas ruinas. Algunos
malhechores escapados a la justicia humana se mezclaban también
a las aves de rapiña, que graznaban entre las arcadas derruidas, y donde
de tanto en tanto, nuevos derrumbamientos producían ruidos espantosos
como de truenos lejanos, o montañas que se precipitan a un abismo.
Los piadosos conductores de los tres hebreos enfermos, creyéndoles ya en estado agónico, y llevándoles una delantera de tres días la muchedumbre
israelita que se alejaba, los dejaron en sus camillas, en una
especie de cripta sepulcral que encontraron al pie de aquellas pavorosas
ruinas.
Más muertos que vivos estaban en aquel lugar.
Mas, no obstante
dejáronles al lado, tres cantarillos de vino con miel y una cesta de pan,
por si alguno de ellos amanecía vivo al día siguiente.
Y allí agonizantes y exhaustos, en la vieja cripta del antiguo Santuario
de Neghadá, orgullo y gloria de la prehistoria de los valles del
Nilo, volvieron a la vida los tres abandonados moribundos, a quienes
tal circunstancia unía en una alianza tan estrecha y fuerte, que no pudo
romperse jamás; Zabai, Nathan y Azur, fueron los que sin pretenderlo
fundaron la célebre Escuela filosófica de Alejandría, de la cual un solo
individuo obtuvo los honores de la celebridad como filósofo de alto vuelo,
contemporáneo de Yhasua: Filón de Alejandría.
Los tres moribundos vueltos a la vida.
Eran de oficio grabadores en
piedra, en madera y en metales, y por tanto conocían bastante la escritura
jeroglífica de los egipcios y la propia lengua hebrea en todas sus
derivaciones y sus variantes. Comenzaron pues, por abrir un pequeño
taller en los suburbios de la ciudad del Faraón, disfrazados de obreros
persas, para no ser reconocidos como hebreos y sufrir las represalias de
los egipcios.
Y como continuaron ellos visitando la cripta funeraria en que
volvieron a la vida, fueron haciendo hallazgos de gran importancia.
Copiaban las hermosas inscripciones de las losas sepulcrales y en
algunas que estaban derruidas, encontraron rollos de papiros con bellísimas leyendas, himnos inspirados de poesía y de sublime grandeza y
emotividad.
Encerrados en tubos de cobre, entre los blancos huesos de
los sarcófagos, o entre momias que parecían cuerpos de piedra, encontraron
un manuscrito en jeroglíficos antiquísimos y que al descifrarlo,
comprendieron que era la ley observada sin duda por una fraternidad o
Escuela de sabios solitarios que se llamaron Kobdas.
Tales fueron los orígenes humildes y desconocidos de la Escuela filosófica
de Alejandría, que adquirió gloria y fama en los siglos inmediatos,
anteriores y posteriores al advenimiento de Yhasua, el Cristo Salvador
de la humanidad terrestre.
¡Qué de veces el joven y audaz conquistador Alejandro, se solazó
con los solitarios mosaístas, que por gratitud a Moisés que salvó de la
opresión a sus compatriotas, tomaron su nombre como escudo y como
símbolo y se llamaron:
Siervos de Moisés! La Escuela se formó primeramente
de aprendices del grabado, y poco a poco fue elevándose a estudios
filosóficos, astronómicos y morales.
Dos años antes del nacimiento de Yhasua, Filón de Alejandría que
era un joven de veinticinco años, fue enviado con otros dos compañeros a Jerusalén a buscar de ponerse en contacto con la antigua Fraternidad
Esenia, que aunque oculta en la Palestina estaba conocida hasta en lejanos
países por los mismos viajeros y mercaderes, por los perseguidos
y prófugos que siempre hallaron en ella amparo y hospitalidad.
Desde
entonces, la Escuela de Alejandría fue considerada como una prolongación
en el Egipto de los esenios de la Palestina.
Fue así, que de la Escuela de Divina Sabiduría de Melchor, en las
montañas de Parán, en las orillas del Mar Rojo, partió un mensajero
hacia Alejandría a escudriñar los conocimientos de los Siervos de Moisés,
referentes al advenimiento del Avatar Divino anunciado por los astros.
El mensajero tardó tres lunas y volvió acompañado de uno de los solitarios
de Alejandría, para emprender juntos el gran viaje hacia la dorada
Jerusalén, en busca del Bienvenido.

Mientras esta demora, Gaspar y Baltasar que venían de la Persia y del
Indo, se encontraron sin buscarse en el mismo paraje, donde Melchor
esperaba la caravana para continuar más acompañado este largo viaje:
en Sela, a la falda del Monte Hor.
Las grandes tiendas de los mercaderes, donde se reunían extranjeros
de todos los países, fueron escenarios propicios para el encuentro feliz
de aquellos, que sin conocerse y sin haberse puesto de acuerdo, se encontraban
de viaje hacia un mismo punto final: Jerusalén de los Reyes
y de los Profetas.
¿Cómo se descubrieron unos a los otros? Veámoslo.
Cada cual en su propia tienda estaba absorbido por la causa única del
largo viaje realizado.
A ninguno de ellos le interesaron las tiendas de los
mercaderes, donde exhibían riquezas incalculables. Deseando soledad y
silencio para interpretar más claramente los anuncios proféticos de sus
respectivos augures y libros sagrados, en un mediodía de feria en que
toda la ciudad era un bullicioso mercado, Gaspar, Melchor y Baltasar se
dirigieron separadamente hacia un cerro del vecino monte Hor, con sus
cartapacios y rollos de papiros, y buscó cada cual el sitio que le pareció
indicado para su trabajo.
Encontraron extraña la coincidencia y movidos
por un interno impulso se acercaron.
Después de algunos ensayos para entenderse, lo lograron por medio
del idioma sirio-caldeo, que era el más extendido entre las razas
semitas.
Y cada cual explicó las profecías y anuncios de sus clarividentes e
inspirados, los fundamentos de sus respectivas filosofías, los ideales de
perfección humana con que soñaban, en fin todo cuanto puede descubrir
de su Yo, un hombre a otro hombre.
Acabaron por comprender que las
filosofías de Krishna, de Buda y de Moisés, en el fondo eran una misma,
o sea: el buscar el acercamiento a la Divinidad y el buscar la perfección de todos los hombres, por el amor y el sacrificio de los más adelantados
hacia los más débiles y retardados.
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
Continua......
FLORECÍA EL AMOR PARA YHASUA
Capitulo VII (Tercer Escrito)
Bendecid, Gran Servidor, –pidió Lía–, el amor de estos hijos si es
voluntad de Jehová que sean unidos.
Entonces, todos se pusieron de pie, y las tres parejas con las manos
juntas y las frentes inclinadas sobre la mesa, recibieron y escucharon la
bendición acostumbrada por Moisés: Sed benditos, en nombre de Jehová, en los frutos de vuestro amor,
en los frutos de vuestra tierra, en los frutos de vuestros ganados, en las
aguas que fecunden vuestras simientes, en el sol que les dé energía, y en el
aire que lleva su polen a todos vuestros dominios; como pan, miel, aceite
y vino, sea todo para vosotros, si cumplís la voluntad del Altísimo. ¡Así sea! –contestaron todos.
Los tres Levitas besaron las frentes de sus elegidas, y sirvieron de
una misma ánfora, el vino nupcial a todos los que habían presenciado
la ceremonia. Que beba también el niño de nuestro vino –añadió Nicodemus
cuando Myriam bebía.
Ella, entonces, mojó sus dedos en el rojo licor y
los puso en la rosada boquita del niño dormido.
Así terminó aquella inesperada fiesta de esponsales que, fue en verdad,
una tierna comunión de almas enlazadas desde siglos por fuertes
vínculos espirituales.
Era una antigua costumbre que, por lo menos, pasaran siete lunas en el
servicio del templo las doncellas que eran prometidas para esposas de los
Levitas, éstos pidieron a Lía que internara sus hijas por ese tiempo.
A la madre le apenaba apartarse así de sus tres hijas a la vez, y
por tanto tiempo, en vista de lo cual, los sacerdotes esenios pensaron
que había una excepción acordada también por la costumbre y la
tradición.
Consistía en que las siete lunas podían reducirse a tres, cuando las
doncellas novias, habían estado consagradas dentro del hogar paterno
a servir también al Templo, en el tejido del lino y de la púrpura, en los
recamados de oro y pedrería para los ornamentos del culto.
Y éste caso
era el de las hijas de Lía, cuyo hogar, a la sombra del tío Simeón, era
uno de los más respetables hogares de Jerusalén, dentro de su modesta
y mediana posición.
Y así, acordaron que cada una de las tres se internara por turnos, para
no dejar sola a la madre.
Yhosep y Myriam tornaron pocos días después a la casa de Elcana
en Betlehem, para esperar allí la llegada de los tres personajes que ya
venían del lejano oriente, según el aviso de los Ancianos de Moab, y
también para esperar a que el niño y la madre se encontrasen en estado
de viajar hacia la provincia de Galilea. Apremiado por las necesidades
relativas a su taller de carpintería, y de los hijos de su primera esposa, Yhosep realizó un viaje, solo, a Nazareth, dejando a Myriam y al niño,
recomendados a sus parientes Sara y Elcana.
Además, los amigos: Alfeo, Josías y Eleazar, eran diarios visitantes al
dichoso hogar, que por cerca de un año albergó bajo su techo al Cristohombre
en su primera infancia.
Estas humildes familias de pastores y de artesanos, fueron testigos
oculares de las grandes manifestaciones espirituales que se desbordaban
sobre el plano físico en torno al niño mientras dormía, y que cesaban
cuando él estaba despierto.
¿Qué fenómeno era éste? Un día lo presenciaron también dos peregrinos
terapeutas que bajaron del Monte Quarantana, y ellos les dieron
la explicación: El sublime espíritu de Luz encerrado en el vaso de barro de su materia,
se lanzaba al espacio infinito, así que el sueño físico cerraba sus ojos,
y para retenerlo en la propia atmósfera terrestre, las cinco Inteligencias
Superiores que le apadrinaban, formaban un verdadero oleaje de luz, de
amor, de paz infinita en la casita de Elcana y sus inmediaciones, emitiendo
rayos benéficos de armonía, de dulzura, de benevolencia hasta las
más apartadas regiones del país, lo cual produjo una verdadera época de
bendición, de abundancia y de prosperidad en todas partes.
Las gentes ignorantes de lo que ocurría, por más que estuvieran
desbordantes de conocimientos humanos, lo atribuían todo a causas
también humanas.
Los gobernadores se alababan a sí mismos por la
buena administración de los tesoros públicos, los mercaderes al tino
y habilidad con que manejaban el comercio; los ganaderos y labradores,
a su laboriosidad y acierto en la realización de todos sus trabajos.
Sólo los esenios, silenciosos e infatigables obreros del pensamiento y
estudiantes de la Divina Sabiduría, estaban en el secreto de la causa
de todo aquel florecimiento de bienestar y prosperidad sobre el país
de Israel.
Y cual si una poderosa ráfaga de vitalidad y de energía pasara como
un ala benéfica rozando el país de los profetas, eran mucho menos los
apestados, las enfermedades livianas y ligeras se curaban fácilmente;
muchos facinerosos y gentes de mal vivir que se ocultaban en los parajes
agrestes de las montañas, se habían llamado a sosiego, debido a que un
capitán de bandidos, de nombre Dimas, se había encontrado con Yhosep,
Myriam y el niño, cuando regresaban a Betlehem.
El hombre había quedado mal herido a un lado del camino y se había
arrastrado hasta un matorral por temor de ser apresado. Mas, cuando
vio el aspecto tan inofensivo de los tres personajes, pidió socorro, pues
perdía mucha sangre y se abrasaba de sed. Tenía una herida de jabalina
en el hombro izquierdo.
Myriam iba a dejar su niño sobre el musgo del camino para ayudar a
Yhosep a vendar al herido, mas, él les dijo:
Soy un mal hombre que he quitado la vida a muchas personas; pero
os prometo por vuestro niño que no mataré a nadie jamás. Dádmelo que
yo lo tendré sobre mis rodillas hasta que me curéis.
Myriam, sin temor ninguno, dejó su niño dormido sobre las rodillas
del bandido herido. Mientras preparaban vendas e hilas de un pañal
del niño, vieron que aquel hombre se doblaba a besar sus manecitas,
mientras gruesas lágrimas corrían por su rostro hermoso pero curtido
de vivir siempre a la intemperie.
Como sintiera gran dolor en la herida,
levantó al niño hasta la altura de su cuello y su cabecita fue a rozar su
hombro herido.
Lo hizo, sin duda, inconscientemente; pero, apenas hecho, gritó con
fuerza: No me duele ya más; el niño me ha curado; debe ser algún dios en
destierro o vosotros sois magos de la Persia.
Buen hombre –díjole Yhosep–, si nuestro niño te ha curado, será por
la promesa que has hecho de no matar a nadie. Déjanos, pues, vendarte
y que sigamos nuestro viaje.
El asombro de ellos fue grande cuando al abrir las ropas de Dimas,
vieron que la herida estaba cerrada y sólo aparecía una línea más rojiza
que el resto de la piel.
Yhosep y Myriam se miraron. Después miraron a Dimas, que de rodillas,
con el niño en brazos, lo besaba y lloraba a grandes sollozos.
¿Qué Dios benéfico eres, que así te apiadas de un miserable?
le
preguntaba al niño que continuaba sumergido en el más dulce sueño,
mientras las fuerzas y corrientes emanadas de su propio espíritu desprendido
de la materia, obraba poderosamente sobre el alma y el cuerpo de
aquel hombre.
Por fin lo entregó a su madre, y levantándose se empeñó
en acompañarles hasta Betlehem, después que ellos le dieron palabra
de no denunciarle a la justicia.
Si Dios ha tenido piedad de ti, nosotros que somos servidores suyos,
no haremos lo contrario.
Dimas tomó la brida del asno donde iba montada Myriam y el niño,
y le fue tirando del cabestro hasta llegar a la ciudad.
Ya casi anochecía y Yhosep dijo a Dimas: No es justo que te vayas sin comer. Entra con nosotros a esta casa
de nuestros parientes donde nada tienes que temer.
Dadme más bien, pan y queso, y yo seguiré a los montes de Betsura,
donde me esperan mis hombres.
Yhosep y Elcana entregaron a Dimas un pequeño saco lleno de provisiones
y le dejaron partir. Aquel hombre no tenía más que diecinueve años y representaba treinta, su bronceada fisonomía casi cubierta por
una espesa barba y desgreñados cabellos.
Un poderoso señor de la ciudad de Joppe había asesinado a su padre
y su madre, para robar a su hermana, a la cual había precipitado en la
deshonra y en la mayor miseria en que puede hundirse una mujer en
su florida juventud.
Tal hecho había empujado a Dimas al abismo de
abandono y de crimen en que se hallaba sumido.
Elcana y Yhosep tuvieron la solicitud de sacar al huésped sus ropas
manchadas de sangre, y le dieron una casaca, morral y calzas de las usadas
comúnmente por los pastores.
Y a esta circunstancia se debió que no
le reconocieron los pesquisantes, que desde Rama le venían siguiendo.
Aunque aquel joven cumplió su palabra sobre el Santo Niño, de no
matar a nadie jamás, pasó el resto de su vida prófugo por los montes
más áridos y escabrosos, porque al frente de una docena de hombres,
había quitado los bienes y la vida a casi todos los miembros de la familia
de aquel poderoso señor causante de su desgracia.
Un hecho en la vida de un hombre, marca rutas a veces para todo el
resto de sus días, por largos y numerosos que sean.
Yhosep y Myriam alrededor del fuego hogareño de Elcana, referían
con minuciosos detalles, cuanto les había ocurrido en la ciudad de los
Reyes y de los Profetas.
En la casita humilde del tejedor, donde se reunían a diario los tres
esenios que conocemos, comenzó a elaborarse la dorada filigrana de la
vida extraordinaria del Cristo-hombre, desde sus primeros pasos por el
plano físico terrestre.
Si la inconsciencia y los antagonismos no hubiesen desperdiciado
aquel hermoso conjunto de recuerdos y de tradiciones, y los biógrafos
del Ungido, hubiesen tenido el acierto de espigar en ese campo, ¡qué
historia más completa y acabada habría tenido la humanidad del pasaje
terrestre de Yhasua, el Cristo Salvador de los Hombres!
Los terapeutas peregrinos que pasaban por allí todas las semanas,
eran quienes recogían en sus carpetitas de tela encerada, cuantos sucesos
de orden espiritual les referían los que observaban de cerca al niño
que era Verbo de Dios.
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
FLORECÍA EL AMOR PARA YHASUA
Capitulo VII (Segundo Escrito)
Habiendo dejado explicada clara y lógicamente, la parte esotérica de
lo ocurrido en la presentación de Yhasua a la Divinidad, continuemos
nuestra narración:
A pocos días de lo ocurrido, Simeón de Betel, el sacerdote esenio que
consagró a Yhasua, se presentó en la casa de Lía acompañado de tres
Levitas: José de Arimathea, Nicodemus de Nicópolis y Rubén de En-Gedí,
otro de los del grupo aquel que esperaron al Divino Niño a la salida del
Templo y presenciaron la curación de Nicodemus.
Allí tuvieron la inmensa
satisfacción de encontrar tres de los setenta Ancianos del Monte
Moab, con uno de los terapeutas peregrinos del pequeño santuario del
Quarantana.
Todos ellos vestidos de peregrinos de oscuro ropaje, tal
como usaban aquellos en todas sus excursiones al exterior.
En esta hermosa y tierna confraternidad de seres pertenecientes todos
a la alianza del Cristo encarnado, se manifestaron naturalmente nuevas
y más íntimas alianzas, porque a la claridad radiante del que traía toda
Luz a la Tierra, las almas se encontraron sin buscarse, se amaron y se
siguieron para toda la vida.
Los tres jóvenes Levitas: José de Arimathea, Nicodemus de Nicópolis
y Rubén de En-Gedí, encontraron sus almas compañeras en las tres
hijas de Lía. José miró a Susana, la sensitiva, la que meditaba siempre
buscando el fondo de todas las cosas, y ella bajó los ojos a su telar en que
tejía lino blanco. Pero, aquella mirada de alma a alma hizo descubrirse
a entrambos. Y se amaron como necesariamente deben amarse los que
desde antes de nacer a la vida física se habían ofrecido en solemne pacto
el uno al otro.
Ana, la segunda, se acercó a Nicodemus, el de los ojos profundos, a
ofrecerle el lebrillo de agua perfumada para lavarse las manos antes de
tomar la refección de la tarde, según la costumbre, y los rostros de ambos
se encontraron unidos en el agua cristalina, en el preciso momento en
que el Levita iba a sumergir sus dedos en ella. ¡Lástima romper el encanto de las dos frentes unidas!, –exclamó él
mirando a los ojos de ella, que toda ruborizada estuvo a punto de soltar
el recipiente lleno de agua.
Nicodemus lo notó y se lavó de inmediato,
aceptando el blanco paño de enjugarse que pendía del hombro de la
joven.
Él tomó el lebrillo y dijo a Ana: Decidme si tenéis una planta de mirto para vaciar esta agua en su
raíz. ¿Por qué eso? –preguntó tímidamente la jovencita.
Porque el mirto hará que se mantenga en nuestra retina el encanto
de las frentes unidas en el agua.
Y siguió a Ana, que le llevó a pocos pasos de la puerta que del gran
comedor daba al jardín.
Un frondoso mirto, cuyas menudas hojitas parecían susurrar canciones
de amor, recibió toda el agua del lebrillo que le arrojó Nicodemus. ¡Mirto, planta buena, criatura de Dios!, –exclamó el joven–. Sea o
no verdad que mantienes toda la vida el encanto de las uniones de amor,
Ana y yo te regaremos siempre, si cantas para nosotros algunos de tus
poemas inmortales. ¿Es cierto, Ana?... ¡Sí, es cierto!... –contestó ella ruborizada.
Fue toda la declaración de amor recíproco de Ana y Nicodemus, al
atardecer de aquel día, junto al mirto frondoso del huerto de Lía. Nicodemus
tornó al cenáculo y Ana se metió presurosamente en su alcoba.
Se oprimió el corazón que parecía saltarse de su pecho, y murmuró en
voz muy queda: ¡Señor!... ¡Señor!... ¿Por qué fui a enseñarle dónde estaba el
mirto?...
Oyó que su madre la llamaba y acudió a ayudar a sus hermanas a
disponer la mesa. Observó que Rubén, el más joven de los tres, bebía
un vaso de jugo de cerezas que le ofrecía Verónica, después de haberlo
ofrecido también a los ancianos y demás familiares. ¿Cómo te llamas? –le preguntó él.
—Verónica, para serviros –repuso con gracia. ¡Hermoso nombre! Paréceme que somos los más pequeños de esta
reunión, y si me lo permites te ayudaré a servir a los comensales. Como gustes; pero, no sé si mi madre lo permitirá –advirtió ella. Yo lo permito todo, hija mía, en este día cincuenta del divino Niño
de Myriam. ¿Qué queríais? –preguntó gozosa Lía dando los últimos
toques a la mesa del festín. Pedía yo a Verónica ayudarla a servir a los comensales –dijo
Rubén. Muy bien, comenzad pues –consintió Lía pasando al interior del
aposento. Antes, en señal de eterna amistad, bebamos juntos este licor de
cerezas. Los persas consagran así sus amistades. Aunque nosotros no somos persas..., bebamos juntos si te place. Y
la hermosa adolescente mojó apenas sus labios en la copa de Rubén. ¡Pero, estos jovenzuelos celebran esponsales!, –exclamó Myriam
entrando en el comedor con su niño en brazos, y mirando a las tres jóvenes
que, sin buscarlo, estaban cerca de los tres Levitas.
La sensibilidad de
Myriam había sin duda percibido la onda de amor que de su niño surgía,
y a su niño tornaba después de producir suavísimas y sutiles vibraciones
en las almas preparadas de los tres Levitas y de sus tres elegidas.
Las jovencitas se ruborizaron al oír las palabras de Myriam y los tres
muchachos sonreían radiantes de felicidad.
Y el Anciano Simeón, tío de Lía, con la sonrisita peculiar de los viejos
cuando ven reflejarse en los jóvenes su lejano pasado, decía: ¡El pícaro amor, es como el ruiseñor que canta escondido...! ¿Qué
sabemos nosotros si hay en nuestro huerto algún nidal oculto?“Elije en la juventud la compañera de toda tu vida y que su amor sea
la vid que sombree tu puerta hasta la tercera generación”, dice nuestra
Ley –recordó con solemnidad uno de los tres Ancianos de Moab. ¿Será acaso, que sin pretenderlo y sin sospecharlo siquiera, traje
yo tres tórtolos que tenían aquí sus compañeras? –preguntó Simeón de
Betel, el sacerdote. “Cuando el esposo está cerca, las flores se visten sus ropajes de
pétalos, los pajarillos cantan y las almas se encuentran”, cantó en sus
poemas proféticos nuestro padre Essen.
Y he aquí que estando bajo este
techo el Ungido del Amor, que es el esposo de todas las almas, ¿qué otra
cosa puede suceder, sino que el amor resplandezca como una floración
de estrellas bajadas sobre este huerto? –Estas palabras dichas por otro
de los Ancianos, no fueron casi oídas por los tres Levitas que hablaban
por lo bajo con Simeón de Betel, el cual, puesto de pie en medio de la
reunión, dijo a la viuda Lía:Estos tres jóvenes Levitas acaban de autorizarme para que pida la
mano de tus tres hijas como esposas suyas: Susana para José de Arimathea;
Ana para Nicodemus de Nicópolis, y Verónica para Rubén de
En-Gedí. Nuestro niño, trae fiesta de amor a todos los corazones confesó
Yhosep a Myriam, sentados en una de las cabeceras de la mesa. ¡Pero, yo no esperaba esta sorpresa! –declaró Lía mirando alternativamente
a sus tres hijas–. ¿Sabíais vosotras algo?...
— ¡No, madre, no! –contestaron las muchachas que parecían tres
rosas encarnadas.
¡El Cristo-niño es responsable de todo!, –exclamó el tercer Anciano
que aún no había hablado–. ¿No sabemos, acaso, que él viene a
traer fuego de amor a la tierra? Pues dejad que la llamarada se levante
y consuma toda la escoria. Bien, bien añadió Lía–, entonces, esta sencilla comida es una celebración
de esponsales. ¡Que Jehová os bendiga, hijos míos, si hacéis
con esto su santa voluntad!
El mayor de los tres Ancianos bendijo el pan y lo partió entre todos.
Ocupó con sus dos compañeros la otra cabecera de la mesa, mientras
las tres parejas de jóvenes, Lía, su tío y los demás esenios ocupaban los
costados laterales. ¡Somos quince personas!, –exclamó el tío Simeón que los había
contado.
Somos dieciséis, tío –rectificó Myriam, poniendo su niñito como
una flor de rosa y nácar sobre la mesa. ¡Cierto..., cierto!... ¡Bendito! ¡Bendito sea! ¡Que presida la mesa!
Todas estas exclamaciones surgieron al mismo tiempo de todos los
labios. La presidirá muchas veces cuando nosotros tengamos hebras de
plata en nuestras cabezas –vaticinó Susana con su mirada perdida como
en un lejano horizonte. Sigue, niña, diciendo lo que ves –díjole el mayor de los Ancianos
de Moab, que estaba dándose cuenta del estado espiritual de la
joven.
Veo a un gran Profeta que preside una comida de bodas donde
Myriam está a su lado. Le veo en el lujoso cenáculo de un ilustre personaje,
y que una desconsolada mujer rubia, unge los pies del Profeta con
finas esencias y los seca con sus cabellos.
“Le veo, presidiendo una cena a la luz de una lámpara de trece cirios,
después de la cual, el profeta lava y seca los pies de sus discípulos. Yo
sé que ésta es cena de despedida, porque el va a..., partir a un viaje que
no tiene regreso. ¡No, no! ¡Eso no!, –exclamó como en un grito de angustia Myriam,
levantando su niño y guardándolo bajo su manto. ¡Basta ya, niña, de las visiones! Jehová te bendiga; y tú, Myriam,
nada temas, que tu hijo envuelto en la voluntad Divina, como en una
fuerte coraza, nada le sucederá sino lo que él mismo quiera para sí.
Es
Señor de todo cuanto existe sobre la tierra y todo obedecerá a su mandato.
Y justamente allí estará el mérito de su victoria final. –Estas palabras
las pronunció el más Anciano de los tres esenios de Moab.
Simeón de Betel y los otros esenios habían tomado anotaciones de
las clarividencias de Susana.
Y comenzó la comida entre las tiernas emociones de unos esponsales
inesperados, y de la brumosa perspectiva de un futuro lejano lleno de
promesas de gloria y de tristes incertidumbres.
Cuando terminaba ya la cena, dijo el mayor de los Ancianos: Sabemos que por los caminos del oriente avanzan lentamente tres
viajeros ilustres por su sabiduría y por sus obras, que vienen mandados
por tres Fraternidades ocultas como la nuestra, para rendir homenaje al
Cristo-hombre, cuyo advenimiento les anunciaron los astros. Llegarán
de aquí a tres lunas, por lo cual, conviene que Yhosep y Myriam tornen
a Betlehem antes de ese tiempo, para que su llegada no promueva alarmas
en Jerusalén.
“Hay quien vigila en los cielos y en la tierra, mas bueno es obrar con
prudencia y cautela.
Continua....
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
PRINCIPIO 22
Los milagros se asocian con el miedo debido únicamente a la creencia de que la oscuridad tiene la
capacidad de ocultar. Crees que lo que no puedes ver con los ojos del cuerpo no existe. Esta creencia
te lleva a negar la visión espiritual.
Permítanme dedicarle un poco más de tiempo a éste.
El ego nos enseña que el centro de nuestro ser es este
oscuro lugar pecaminoso que es nuestra culpa, y que ésto es lo que realmente somos. Hay una lección que
dice que si realmente se mirara introspectivamente, usted creería que si la gente lo viera como usted cree que
es, se alejaría de usted como si se tratase de una serpiente venenosa (L-pI.93.1:1-2).
Creemos que somos
miserables personas pecaminosas. Entonces creemos que de algún modo podemos protegernos del horror de
jamás acercarnos a esto defendiéndonos con todas las armas que usa el ego.
Estas son lo que Freud llamó los
mecanismos de defensa, y los más importantes de éstos son la negación y la proyección. Nosotros simulamos
que esto no es lo que somos, después que primero habíamos simulado que esto es exactamente lo que
somos. Luego tratamos de esconderlo cubriéndolo con un manto de inconsciencia y proyectándolo hacia
afuera. Finalmente, no veo más que ese oscuro lugar de culpa está en mí; lo veo en otros y los ataco por ello.
Esto significa que creemos que esta defensa puede esconder lo que está debajo. Al proyectar sobre otra
persona, creo que mi culpa puede esconderse de mí. Esta es la creencia de que la oscuridad tiene la
capacidad de ocultar. La "oscuridad" en esta aseveración puede equipararse con la palabra "defensa.
" Mi
defensa puede ocultar esto, lo que quiere decir que necesito mi defensa para protegerme de mi propia culpa.
El
ego me enseña que si renuncio a esto, no voy a tener nada que me proteja de mi culpa, y voy a tener muchas
dificultades. El ego enseña que las defensas nos protegen; la oscuridad puede ocultar. Esto, pues, aumenta el
miedo de que si renuncio a la oscuridad, me voy a exponer completamente a esta culpa y voy a tener
dificultades. El ego jamás nos dice que las defensas no ocultan: el hecho de que yo no vea la culpa no significa
que la misma no esté ahí.
Una importante línea que aparece más adelante en el texto dice que "las defensas dan lugar a lo que quieren
defender" (T-17.IV.7:1), lo cual es un principio muy importante. La razón de que invirtamos tanto tiempo y
esfuerzo y energía en mantener las defensas es que creemos que éstas nos protegerán de aquello que
tememos. El propósito de todas nuestras defensas es protegernos de nuestra culpa.
Lo que el ego jamás nos
dice es que mientras más invirtamos en una defensa, más afirmamos, de hecho, que hay algo horrible dentro
de nosotros. Si yo no tuviera esta culpa horrorosa, no tendría que molestarme con la defensa. Por lo tanto,
mientras más invierta en tener una defensa contra mi culpa, a la cual le temo, más temeroso me voy a sentir
porque el hecho de que tengo una defensa me dice: "Mejor te cuidas; hay algo dentro de ti que es vulnerable."
Eso es lo que quiere decirnos Un curso en milagros cuando afirma que "las defensas dan lugar a lo que quieren
defender." Su propósito es defendernos del miedo, pero realmente refuerzan el mismo. El ego jamás nos dice
eso.
En una sección muy poderosa en el Capítulo 27 del texto titulada El temor a sanar (T-27.II), el Curso aclara
por qué el ego nos enseña a tenerle miedo a los milagros y a la curación.
El ego enseña que si usted escoge el
milagro y renuncia a las defensas del ataque (i.e., ver a su hermano como su amigo y no como su enemigo), no
tendrá nada sobre lo cual proyectar su culpa. Esta permanecerá con usted y lo destruirá. Y entonces el miedo
crece en realidad.
Ese es otro ejemplo de lo que quiere decir el Curso más adelante cuando afirma que cuando usted comienza
a escuchar la Voz del Espíritu Santo y a prestarle atención a lo que El dice, su ego se tornará perverso (T-
9.VII.4:4-7).
La perversidad del ego es siempre alguna forma de miedo, de terror, el cual se proyecta luego en
forma de ira, destrucción, etc. El ego enseña que si nos desprendemos de nuestras defensas, se desatará el
mismo infierno, literalmente.
Los psicólogos caen en la misma trampa cuando enseñan que si usted no tiene
defensas se pondrá psicótico. Es realmente lo contrario. Si usted no tiene defensas se sanará, no se volverá
psicótico. Pero eso no quiere decir que usted despoje a la gente de sus defensas. El proceso tiene que ser muy
suave y amoroso, y el terapeuta a menudo tiene que ser muy paciente.
Para repetir, esto no significa que
debamos despojarnos de todas las defensas. Lo que sí quiere decir es que si usted sigue la dirección del
Espíritu Santo, la meta será no tener defensas.
Y luego cuando mire introspectivamente, usted no verá pecado;
verá que no hubo pecado. Ese es el final del viaje.
"Los milagros se asocian con el miedo únicamente debido a la creencia de que la oscuridad tiene la
capacidad de ocultar." Una vez usted puede reconocer que la oscuridad no tiene la capacidad de ocultar, que
las defensas no hacen lo que dicen que hacen, entonces usted está listo para dar el próximo paso, el cual se
explica más adelante en el Capítulo 1 del texto (T-1.IV). Entonces usted comprende que no hay nada que haya
que ocultar porque la culpa no es nada terrible; es sólo un tonto sistema de creencias que desaparecerá.
Es
por eso que tenemos miedo de escoger un milagro, lo cual se traduce a por qué tenemos miedo en verdad de
perdonar a alguien, de realmente desprendernos del pasado y entender que no somos víctimas no importa
cuán convincentemente las experiencias del mundo nos quieran enseñar esa creencia. Todos somos muy
buenos cuando se trata de racionalizar por qué no queremos renunciar a todo esto.
La verdadera razón por la
cual no queremos renunciar a todo esto es porque no queremos estar en paz.
De esto es que habla el Curso
más adelante como la atracción de la culpa del ego (T-19.IV-A..i). Preferimos ser culpables y hacer la culpa
real; luego tenemos que defendernos contra la misma.
Creemos que lo que nuestros ojos físicos no ven no existe. Este es realmente el principio del avestruz, que
es el principio de la represión o negación. Si no veo un problema, éste no existe. Si cubro mi culpa, entonces
no está ahí.
Esa es la idea, repito, de que la oscuridad tiene la capacidad de ocultar. Esto conduce luego a la
negación de la "visión espiritual," el término que se utiliza en las primeras secciones del Curso en vez de
"visión." Y, cuando Un curso en milagros habla sobre visión, o vista espiritual, no se refiere a ver con los ojos
de uno. Habla de ver con los ojos del Espíritu Santo, lo cual es una actitud. No tiene nada que ver con la vista
física.
PRINCIPIO 23
Los milagros reorganizan la percepción y colocan todos los niveles en su debida perspectiva. Esto
cura ya que toda enfermedad es el resultado de una confusión de niveles.
Los niveles que se están confundiendo son los niveles de la mente y del cuerpo. El ego toma el problema de
la culpa en nuestras mentes, que es la verdadera enfermedad, y dice que no es la mente la que está enferma,
que es el cuerpo el que está enfermo. Cambia del nivel de la mente al nivel del cuerpo.
El milagro regresa el
problema adonde comenzó, y afirma que no es el cuerpo el que está enfermo, es la mente la que está enferma.
Eso es todo lo que hace el milagro. Regresa el problema adonde radica. Repito, el milagro le devuelve a la
causa (la mente) la función de causalidad. El Curso es muy, muy enfático al respecto. No hay nada de clase
alguna que esté enfermo en el cuerpo. El cuerpo no hace absolutamente nada. El cuerpo es neutral. Hay una
lección en el libro de ejercicios que dice: "Mi cuerpo es algo completamente neutro" (L-PII.294). El cuerpo
meramente lleva a cabo los dictados de la mente. Como dije antes, el cuerpo no puede sanarse porque el
cuerpo jamás estuvo enfermo. Es la mente la que está enferma y, por consiguiente, es la mente la que tiene
que sanarse.
La enfermedad de la mente es la separación, o la culpa; la cura de la mente es el perdón, o la
unión. El milagro logra esto al devolver el problema al lugar donde radica.
Kenneth Wapnick