lunes, 2 de mayo de 2016

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)





DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII (Tercer Escrito)

Un estrecho abrazo selló la amistad de los viajeros con el esenio, el cual añadió al despedirse:
Cualquiera de los tres nombres que os he dado, os servirá de indicador para todo cuanto debéis hacer. ¡Y silencio!, porque en Jerusalén, el silencio es como el vellocino de lana que embota todas las flechas y anula al odio y a la muerte. ¿Comprendéis? Lo comprendemos –dijeron, y dando al esenio un bolsillo de monedas de oro para el mantenimiento de los huérfanos enfermos, partieron antes del mediodía. 
Las dos últimas jornadas antes de Jerusalén eran Baal y Beth-Jesimot. Después, los valles y los bosques frondosos de la ribera del Jordán, que era como la muralla encantada de esmeraldas y zafiros, que les ocultaba la vista de la dorada ciudad de David y Salomón. Dejemos unos momentos a nuestros viajeros para observar otro escenario diferente donde actúan personajes que son el reverso de la moneda, el polo opuesto de los que hasta hoy hemos encontrado: Herodes el Grande y su inseparable Rabsaces, mago caldeo, al que él llamaba su médico de cabecera; y el cual se prestaba dócilmente a satisfacer todos los caprichos de su regio amo, así fuera a costa de los más espantosos crímenes. 
Y todo ello silencioso y discretamente, en forma que las gentes incautas siguieran creyendo que, a pesar de los impuestos y tributos excesivos y de sus escandalosas orgías, aquel reyezuelo de Judea merecía en parte su sobrenombre de Grande, siquiera fuera por el esmero que ponía en dotar al país, de populosas ciudades de estilo romano. 
Escuchemos la conversación del Rey con su médico favorito, a poco de haber ocurrido la conjunción de Júpiter y Saturno. Señor, vuestro consejo de astrólogos asirios y caldeos han visto en los cielos un peligro para vuestro trono y vuestra dinastía. ¿Qué hay, Rabsaces?... ¿Vienes con otro fantasma de humo según costumbre? –contestóle Herodes. No, señor; los astros anuncian el nacimiento en Judea de un extraordinario ser, de un súper-hombre que cambiará el rumbo de la humanidad. 
“Y si nace aquí, señor..., ¡no será seguramente para vivir oculto tras de una puerta!...  ¿Sino que buscará un trono..., quieres decir? Vos lo decís, señor... Y bien; puesto que tú y mi consejo de astrólogos les siguen a los astros tan de cerca los pasos, y decís saber hasta lo que dicen las águilas en su vuelo, podréis averiguar con facilidad en qué lugar preciso nace ese personaje y de qué familia proviene.  ¡Señor!..., convenid en que el mundo es grande, y precisar ya que nacerá en Judea, es bastante saber. ¡Judea, que entre todas las tierras habitadas por hombres; es menor que un pañuelo de manos en vuestro inmenso guardarropas!...
Bien. Lo comprendo, pero te recomiendo que me averigües cuanto sea posible a este respecto. 
Y, ¡ay de ti y de tus compañeros si llego a saber por otro conducto, que el sujeto ese, es mi vecino, y vosotros, perezosos sabuesos, nada habíais olfateado! No paséis cuidado, señor, que no volará una mosca que no lo sepamos. 
Vete, y no vengas con mentiras, porque ya sabes que no me gustan los sortilegios de mala ley. Y el mago salió de la cámara real maldiciendo el mal humor del Rey y su triste suerte, que le obligaba a vivir entre el miedo y el crimen cuando podía gozar de paz y tranquilidad en su lejana aldea natal. 
Y el miedo le hizo poner espías y agentes en todos los rincones de la ciudad y pueblos importantes de Judea. 
Y fue así, que cuando nuestros viajeros del lejano Oriente entraron en la ciudad, uno de estos espías, fue con la noticia a Rabsaces de los extranjeros que habían llegado de lejanas tierras, y que al entrar por una de las puertas de la ciudad, habían besado la tierra mientras exclamaban: 
“¡Tierra bendita que has recibido al Rey de los Reyes!...
” Y Rabsaces se puso sobre la pista de aquellos hombres que de seguro debían saber algo referente a lo que causaba todas sus inquietudes. Les vio ir al Templo y en los atrios comprar las ofrendas de pan, de flor de harina, incienso, mirra y ramas de olivo; y acercándose humildemente y con grandes reverencias, les ofreció sus servicios como guía, para acompañarles por todos los parajes y monumentos de la gran ciudad y fuera de ella. De seguro que vendréis en busca del Rey de los Reyes, cuyo nacimiento anunciaron los astros. Los viajeros se miraron con extrañeza y Baltasar contestó con gran discreción: 
Los astros no anunciaron un Rey de la tierra, sino un mensajero divino que trae la luz de la Verdad Eterna a los hombres.  ¡Será un gran Profeta...!, –exclamó Rabsaces–.
De todos modos, mis señores, si sois afortunados y le encontráis, no echéis en olvido este humilde siervo, que se sentirá dichoso de besar la tierra que pisen sus pies. 
Todos los días me encontraréis aquí, a la puerta del Templo de Jehová, esperando vuestras noticias. 
Que Dios sea contigo y con los tuyos, buen hombre –le contestaron los viajeros–, y entraron al Templo. 
El mago por su parte dejó uno de sus agentes, para que al salir los viajeros les siguiera sin perderles de vista.
Un Levita les llevó hasta el altar de los perfumes donde Esdras ofrecía los holocaustos acostumbrados, mientras las vírgenes cantaban salmos y los Levitas agitaban incensarios. 
Cuando los viajeros presentaron sus ofrendas, le repitieron al sacerdote las palabras que les enseñó el esenio de la colonia de huérfanos de Bethpeor, y Esdras clavó su investigadora mirada en cada uno de ellos. Cuando se hayan consumido vuestras ofrendas, hablaremos –les dijo en voz muy baja, y continuó los oficios mientras los viajeros a pocos pasos e inmóviles, adoraban al Uno Invisible que lo mismo bajo las doradas cúpulas de aquel Templo, que bajo el cielo bordado de estrellas, o entre las susurrantes hojas de los árboles, se hace sentir de las almas llegadas a la comprensión de que Dios es el hálito de vida que vibra en todos los seres y en todas las cosas. Simeón de Betel, el esenio que consagró a Yhasua, salió de las dependencias interiores del Templo y cuando Esdras terminó la liturgia se acercó y le dijo: —Esos viajeros son Iniciados de Escuelas Santas hermanas de la nuestra, que vienen en busca de Yhasua. No les dejes salir por el atrio que hay espías del Rey, cuyos magos le han anunciado el nacimiento de un Rey de reyes. Cuando los Levitas dejen los incensarios, los haremos salir por el camino secreto. Nuestro Padre Jeremías me lo acaba de anunciar en la oración. Así lo haremos –contestó Esdras. Simeón volvió a la sala de los incensarios, donde estaba la puerta secreta del camino subterráneo hacia la tumba de Absalón. Después de dejar Esdras sus vestiduras de ceremonia, se dirigió a los viajeros y les dijo: No saldréis por el atrio por donde habéis entrado porque tenéis espías que siguen vuestros pasos. Sabed que los hijos de la luz debemos vivir en la sombra, hasta que la luz sea tan viva que traspase las tinieblas. 
 ¿Y por dónde hemos de salir? –preguntó Melchor con cierta inquietud. Descansad en nosotros y esperad unos momentos más. Cuando todos los levitas habían dejado sus incensarios y aquella sala quedó desierta, Esdras introdujo a los viajeros por el camino subterráneo que iba a la tumba de Absalón. 
Mientras tanto, Simeón de Betel se había arreglado con dos Levitas de su mayor confianza para que ocultasen las cabalgaduras de los viajeros en las granjas de Betania juntamente con sus equipajes.  ¿Qué país es éste?... preguntaba Baltasar, caminando trabajosamente por el oscuro subterráneo, sólo alumbrado por las cerillas que en  lugar de antorchas llevaban como para no tropezar con las puntas salientes de las rocas, que hacían de soportes en aquella rústica construcción subterránea–. ¿Qué país es éste, en que baja el Avatar Divino, y aquellos que lo saben y le esperan, deben ocultarse como bandoleros perseguidos por la justicia? Entre los hijos del Irán todo el pueblo estaría de fiesta. 
Es que el pueblo judaico exasperado por las humillaciones del vasallaje delira por un Mesías Rey y Libertador, juzgando que ningún bien mayor puede esperar que la libre soberanía de la nación. Y el sagaz Idumeo que ocupa actualmente el trono de Israel, que no le pertenece, vive inquieto pensando en que puede surgir de un día a otro, un hombre capaz de unificar el pueblo y levantarlo en armas contra él. “Sus magos le han descifrado el lenguaje de los astros, y él ha soltado espías como una bandada de buitres por todo el país para averiguar la aparición de ese Mesías Libertador que Israel espera. 
Así trataba de explicar Esdras, el extraño fenómeno observado por los extranjeros. ¡De un pueblo que espera al Mesías y al cual hay que ocultarle la llegada del Mesías!  ¿Quién podría hacer que aceptaran las masas, la superioridad excelsa de un hombre al cual no rodea grandeza material ninguna? preguntaba a su vez Gaspar, con esa certera visual del anciano experimentado, en las formas de ver y apreciar personas y cosas, cuando ellas no aparecen envueltas en ese esplendor a simple vista que tanto seduce y arrastra a las multitudes. Krishna fue un príncipe de la dinastía reinante en Madura –añadió Baltasar–, y debido a eso pudo vencer las grandes dificultades que los genios de las tinieblas desataron a su paso. “Buda fue el príncipe de la dinastía reinante en Nepal, y las masas se sienten subyugadas siempre por las figuras grandes que aparecen sobre los tronos. 
“Moisés, fue un hijo oculto de la princesa Thimetis, hija del Faraón, y a eso debió que fuera respetada su vida, y que el Faraón temiera el castigo de sus dioses, si derramaba su propia sangre. 
Pero Yhasua es un infantillo hijo del pueblo, sin antecesores reales, sin grandeza material ninguna, porque debiendo ser ésta la coronación de todas sus vidas mesiánicas, ha de sentir de una vez por todas, los grandes principios de igualdad y de fraternidad humanas, y que la sola diferencia existente entre los hombres, es la conquistada por el esfuerzo mental y espiritual de cada uno. ¿Qué otra cosa pensáis que quiso expresar un oscuro profeta del Irán, cuando dejó escrito enigmáticamente versículos como éstos?: “En el heno de los campos que verdean en la ribera oriental de la Mar Grande, anidará un día el pájaro azul, a cuyo canto se derrumbarán las arcaicas civilizaciones y surgirán las nuevas”.
“En las arenas de los campos dejará las huellas de sus pies y el polvillo de su plumaje”. “Comerá el pan moreno de los humildes y sacará por sí mismo las castañas de las cenizas”. “Ninguno cobrará jornal de sus manos ni será llevado jamás a hombros de sus esclavos”. ¿Comprendéis? Vuestro profeta desconocido, a mi juicio, quiso decir que el Avatar Divino nacería y viviría entre las masas anónimas o ignorado del pueblo –contestó Melchor. 
Justamente, esa es la creencia que en las Escuelas Secretas de la Persia tienen en general. Y así es la realidad –añadió Esdras–. El pájaro azul ha colgado su nido en el huerto de un artesano, aunque algunas antiguas escrituras y tradiciones aseguran, que sus lejanos antepasados descienden del Rey David. 
Un largo milenio de años ha borrado necesariamente el brillo en esa brumosa genealogía. El tiempo tira abajo realezas y poderío. Hablando así, continuaron aquel viaje subterráneo hasta que fueron a salir a la tumba de Absalón, donde ya les esperaban los Levitas que habían ocultado los equipajes y cabalgaduras en una antigua granja de Betania, cuyos dueños eran Sofonías y Débora, parientes cercanos de algunos de los esenios que servían como sacerdotes y Levitas en el Templo. Sofonías y Débora, padres de aquel Lázaro que las tradiciones dan como un resucitado del Cristo, comenzaron desde la primera infancia del Bienvenido, a prestar su morada en servicio suyo, como si su íntimo Yo les hubiera marcado de antemano su ruta, de aliados firmes y decididos para toda la vida de Yhasua sobre la Tierra. 
Hacia ese hogar fueron conducidos los viajeros del Oriente, hasta que pasados unos días de ocultamiento, pudieron llegar a Betlehem disfrazados de vendedores de olivas y frutas secas, que sobre asnos y en grandes sacos, enviaban Sofonías y Débora para la casa de Elcana, que hospedaba a la familia carnal del Cristo-hombre y para los solitarios del Monte Quarantana, cuyo servidor era hermano de Sofonías. 
Y los espías de Herodes, no pudieron reconocer en los rústicos conductores de aquella tropilla de asnos, cargados de productos frutales, a los graves filósofos del Oriente, que a costa de tantos sacrificios buscaban sobre la Tierra a Yhasua el Cristo. 
Tal fue en realidad el hecho que las tradiciones antiguas han llamado: la Adoración de los Reyes Magos. Así llegaron a la ciudad cuna del Rey David, aquellos Jefes de Escuelas de Divina Sabiduría venidos desde el lejano Oriente, sólo para cerciorarse por sí mismos de que el Gran Ungido había bajado al planeta Tierra, tal como los astros lo anunciaron. 
Tenía ya el niño diez meses y veinticinco días, cuando del Oriente llegaron hasta su cuna.
Les acompañaron en este viaje, los Levitas José de Arimathea y Nicodemus de Nicópolis, para que sirvieran de introductores, ya que ellos habían contraído amistades con Myriam y Yhosep, en la morada de la viuda Lía, de Jerusalén. 
Antes de ser introducidos, cambiaron la rústica indumentaria de vendedores ambulantes por las graves y severas vestiduras usadas en sus respectivas escuelas para los días de grandes solemnidades: el blanco y oro del indostánico; el blanco y turquí del persa; el blanco y púrpura del árabe; y sus diademas de tantas estrellas de cinco puntas, cuantas graduaciones habían subido en la escala inflexible de las purificaciones y de las conquistas del espíritu. 
Los dos Levitas habituados a los ricos tejidos de seda, oro y pedrería de los ornamentos sacerdotales del Templo de Jerusalén, encontraban demasiado sencillas y humildes las vestiduras de ceremonia de los viajeros orientales, pero uno de ellos que captó la onda de tales pensamientos, dijo de pronto cuando ya se dirigían hacia la alcoba, donde mecía Myriam la canastilla de mimbre de su hijo: 
Para ser discípulos de la Divina Sabiduría, no es necesario el esplendor de los templos donde el oro brilla por todas partes. Bástanos vestir de lino blanco el alma y el cuerpo. Así vestirá Yhasua, que viene a ser Maestro de los Maestros. La sorpresa de Myriam fue grande cuando vio entrar por la puertecita de su alcoba, aquellos personajes en número de siete, pues cada uno llevaba un escriba o notario de su confianza. 
José de Arimathea y Nicodemus se le acercaron para quitarle todo temor con estas palabras: Son Hermanos de los esenios, que vienen con riesgo de sus vidas desde apartadas regiones, para ver de cerca a este niño Enviado de Dios. No temas, mujer, –le dijo el Anciano Baltasar– que cien vidas que tuviéramos, las daríamos contentos por conservar la de tu hijo que hace tanto esperábamos. ¿No sabías tú, que los trovadores del Irán le vienen cantando hace muchos siglos, cuando sólo le habían visto en las premoniciones de sus almas cargadas de ensueño divino? Y allá en el lejano Indostán –añadió Gaspar–, en todas las cavernas en que habitó Buda en sus correrías misioneras, se aparece a los clarividentes su imagen radiante para decirles: “No me busquéis ya más con este ropaje que pertenece al pasado, y es una niebla que se diluyó en la Luz Increada y Eterna”. “Bajaré en la ribera de la Mar Grande de Occidente, y entonces me encontraréis en el fondo de vosotros mismos, como a la misma Llama Eterna que alienta nuestra vida”. 
Y en mi Arabia de piedra –dijo Melchor–, los vates inspirados cantaron extraños versículos como éste:
“Bajaré como un águila que nadie sabe dónde esconde su nido, sobre las vegas floridas de la tierra de promisión, soñada por Moisés, y cuando levante vuelo, arrastraré conmigo a todos los que quieran volar hacia lo invisible desconocido”. 
Y formando círculo cerrado en torno de la cuna del niño, los siete extranjeros con los Levitas y los familiares, comenzaron el minucioso examen que las antiguas escuelas de Conocimiento Superior, usaban, para cerciorarse de que el pequeño cuerpecito reunía en sí las condiciones físicas propias para una encarnación del Avatar Divino: las líneas de la cabeza, de la frente, las cejas, los ojos, la nariz, la boca, la barbilla, la estructura del pecho, la anchura de hombro a hombro, la estructura de los pies. 
Y el notario de cada Escuela iba comparando con las viejísimas escrituras sagradas, donde los sabios ocultistas y astrólogos dejaron grabado el resultado de igual examen hecho con Krishna, con Buda y con Moisés. 
Y el niño divino, tranquilo y quietecito con sus grandes ojos color de ámbar abiertos, como para absorber en ellos cuanto pasaba a su alrededor, parecía aceptar sin temor aquella piadosa y reverente investigación, hasta que por fin tendió sus bracitos a la madre que lloraba silenciosamente sin saber por qué. ¿Era temor? ¿Era devoción y mística unción espiritual, que la hacía creerse ella misma ante la propia Divinidad? 
 ¿Qué será de este hijo mío, que parece venir vinculado a tan complejos y desconocidos sentimientos? –preguntó por fin, abrazando tiernamente al pequeño Yhasua. 
Este hijo tuyo, mujer –dijo sentenciosamente Gaspar–, es entre muchas cosas, una que está por encima de todas: es el Amor Divino que salva a la Humanidad. 
Revisaron después en silencio las anotaciones de los escribas, y firmándolos y sellándolos con los anillos-sellos de las respectivas órdenes o Escuelas, pasaron al estrado junto al hogar encendido, para aceptar la ofrenda de la hospitalidad de Elcana. 
Ahora que habéis compartido mi pan, mi vino, mis pobres manjares –dijo Elcana–, me atrevo a preguntaros: ¿quiénes sois y por qué habéis observado de tan minuciosa manera al niño de estos Hermanos, que son mis familiares y mis huéspedes desde antes de su nacimiento?  ¿Lo habéis tomado a mal? –inquirió Melchor, algo alarmado. De ninguna manera. 
Nuestra Ley nos prohíbe el mal pensar, cuando la evidencia no nos autoriza a ello –contestó Elcana. Vuestra pregunta es, pues, amistosa y cordial y es justo satisfacerla. Y Baltasar el persa, que era el mayor de los extranjeros en edad y en graduación, pues era Consultor del Supremo Consejo de Instructores de
su Escuela, cuyas ramas divididas y subdivididas se habían extendido por todo el país, hizo el relato de la forma y modo como fueron recibiendo avisos de las Inteligencias Superiores, por medio de augures, por sibilas o pitonisas, por sueños premonitorios de que era llegada la hora de la Misericordia Divina para esta humanidad delincuente, que había forjado con sus iniquidades una espantosa corriente de destrucción para sí misma.
******************************************************
Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.

Continua....

domingo, 1 de mayo de 2016

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)




DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII (Segundo Escrito)

Llegados a este punto, los tres se preguntaron al mismo tiempo:  ¿Hacia dónde vais? Y los tres contestaron: Al país de los hebreos, porque los astros lo han señalado como la tierra designada para recibir al Avatar Divino, que viene de nuevo y por última vez hacia los hombres. En Jerusalén –observó Gaspar–, debe estar el pueblo enloquecido de gozo por tan grandioso acontecimiento. Si es que lo sabe –añadió Baltasar–, pues nosotros tenemos una antiquísima tradición oculta que dice: “Nadie vio jamás dónde guarda el águila su nido. 
Y el que descubre el nido del águila podrá mirar al sol sin lastimar sus ojos”. Lo cual quiere decir que son muy pocos los que descubren al Hijo de Dios encarnado entre los hombres, y que los que llegan a descubrirle, pueden ver el sol de la Verdad sin escandalizarse de ella. 
Creo poder aseguraros dijo Melchor–, que no es del conocimiento del pueblo el glorioso acontecimiento, porque estoy vinculado a una Escuela filosófica de los valles del Nilo, que se halla a su vez en comunicación con la Fraternidad Esenia de Palestina que remonta sus orígenes a Moisés. 
“El pueblo hebreo espera un Mesías Rey, libertador del yugo romano que tan feroces luchas ha promovido entre los hijos de Abraham. 
“Pero los estudiantes de la Divina Sabiduría, estamos todos de acuerdo en que el Hijo de Dios, no viene a libertar a un pueblo de una dominación extranjera, sino a salvar al género humano del aniquilamiento que se ha conquistado con sus extravíos e iniquidades. “¿No es ésta la gran verdad secreta? 
Sí, es ésta contestaron los otros al mismo tiempo–. 
Y sabemos que viene arrastrando en pos de sí una oleada inmensa de Inteligencias adelantadas, que bajo los auspicios de los grandes Jerarcas de los cielos superiores, inunden de tanto amor a la Tierra, como de odio la inundaron las hordas de las tinieblas. A través de estas conversaciones al pie de un cerro del Monte Hor, llegaron a entenderse de tal manera que desde aquel entonces se estableció una fuerte hermandad entre ellos y sus respectivas Escuelas de conocimientos ocultos. 
Dos días después, se encaminaron los tres con sus acompañantes hacia Jerusalén por el trillado camino de las caravanas, en busca del Bienvenido. 
Hasta Bosra y Thopel, primeras etapas de su larga jornada, viajaron en dromedarios y camellos, pero al llegar al montañoso país de Moab, se vieron obligados a dejar sus grandes bestias por los pequeños mulos y asnos amaestrados para los peñascales llenos de precipicios.
Fue éste un largo viaje de estudio y de meditación, en que los tres sabios se transmitieron los conocimientos de sus escuelas, ampliando los propios. 
El culto del fuego de los persas, remontaba a los Flámenes prehistoricos, que con el fuego encendido perennemente sobre el ara sagrada, representaban en símbolo: el alma humana viviendo siempre como una eterna aspiración al Infinito. 
Y su nombre mismo, Flamen, era una variante de Llama, lo cual les hacía decir, cuando eran interrogados sobre sus ideales y forma de vida: somos llamas que arden sin consumirse. Aquellos Flámenes Lemures, predispusieron el sur del Indostán para el advenimiento de Krishna, juntamente con los Kobdas del Nilo, emigrados por el Golfo Pérsico a Bombay. 
Definidos estaban pues, para nuestros viajeros, los remotos orígenes de la filosofía persa y la indostánica. 
Faltaba encontrar la ilación que llevara al descubrimiento de la filosofía del país de Arabia de donde era originario Melchor. Este desenrolló un antiquísimo y amarillento papiro y leyó: 
“En una edad muy remota, en las montañas de Parán de la Arabia Pétrea, hubo una floreciente civilización gemela de la que floreció en los valles del Nilo, pues emanaban ambas de la Sabiduría de los Kobdas, la más grandiosa Institución benéfica que hizo florecer tres continentes. Y en los montes Horeb y Sinaí, que en la prehistoria se llamaron Monte de Oro y Peñón de Sindi, habían quedado ocultos como águilas en los huecos de las peñas: los Kobdas, perseguidos por los conquistadores del alto y bajo Egipto. 
Moisés que en su juventud tuvo que huir, acusado falsamente de un asesinato, estuvo en el país de Madián, al cual pertenecen dichas montañas, y la Divina Ley le puso en contacto con los solitarios del Sinaí y del Horeb, y fue allí, donde forjó la liberación del pueblo hebreo que sirviera de raíz y cimiento a la eterna y grandiosa verdad: la Unidad Divina. 
En aquellos montes recibió Moisés por divina iluminación, la Gran Ley que marcó rutas nuevas a la humanidad terrestre. “De la enseñanza oculta de estos solitarios, hemos nutrido nuestra vida espiritual durante siglos y siglos. 
Quien encuentre este papiro y los demás que le acompañan, sepa que está obligado por la Ley Divina a abrir una Escuela para difundir la sagrada enseñanza que da paz y dicha a los hombres”. “Firmado: Diza-Abad – Marván – Elimo-Abad”. “Este, es el origen de nuestra actual Escuela en los Montes de Parán, –dijo Melchor–. Y la obligación de abrirla me tocó en suerte, porque en un cruel momento de desesperación busqué un precipicio para arrojarme desde lo más alto de los cerros, y sintiendo un quejido lastimero en el fondo de una gruta, me interné en ella pensando si era posible que hubiera un ser más desventurado que yo. 
Encontré un pobre anciano atacado de fiebre y ya imposibilitado de levantarse a buscar agua para beber. 
Sus gemidos eran de la sed que lo abrasaba. 
Por socorrerlo me olvidé un tanto de mis crueles dolores. 
“Vivió aún tres días por los cuidados que le dispensé. 
Era el último sobreviviente de los solitarios aquellos. 
“Me dijo que por mandato de genios tutelares tomó el nombre de Marván, y me señaló el sitio donde fueron sepultados todos los solitarios que, antes que él, fueron muriendo, y el hueco de su caverna donde se hallaban estos documentos en un cofre de encina. “Ya lo sabéis todo amigos míos del largo viaje. ¿Qué decís a todo esto? 
Que los orígenes de todas las enseñanzas de orden superior son comunes y provienen de una misma fuente –aseveró Baltasar. 
Y que esta fuente, es el Verbo Divino en sus distintas encarnaciones Mesiánicas en nuestro planeta –añadió Gaspar. ¡Justamente! Estamos en un perfecto acuerdo –prosiguió Melchor–. Y en mi tierra los acuerdos se celebran bebiendo los amigos de la misma copa y partiéndose el mismo pan. 
Y como este acuerdo se realizó en la tienda de Melchor, el príncipe moreno, él sirvió a sus amigos y dándose un estrecho abrazo que les unió para muchas vidas, se separaron ya muy entrada la noche para seguir viaje al día siguiente. 
Esto ocurrió en los suburbios de Thopel, donde dejaron dromedarios y camellos en una hospedería que se encargaba de ellos. Hasta allí les habían servido los guías de las caravanas; pero para atravesar las escabrosas montañas de Moab, tomaron guías prácticos, que eran a la vez dueños de los asnos y mulos, con los que juntamente se contrataban para la peligrosa travesía. Empezaron a trepar por el senderillo tortuoso labrado en la roca viva, que subía serpenteando ora hacia la derecha, ora hacia la izquierda, a veces en espiral más o menos cerrada. No obstante, veían claramente que aquel sendero estaba cuidadosamente vigilado en seguridad de los viajeros. 
De tanto en tanto habían plantado en los intersticios de las peñas, una fuerte vara de madera con una tablilla escrita en la parte superior con útiles indicaciones tales como éstas: 
“Agua en el recodo de la izquierda”. “Detrás de este peñón hay una caverna para pernoctar”. “Sendero peligroso”. 
“Llevad luz encendida desde el anochecer”. 
Y en todo el camino fueron encontrando advertencias que les disminuían las dificultades. ¿Quién se ocupa con tanta solicitud de los viajeros? –preguntó Gaspar, extrañado de lo que veía.
Se dice –contestó uno de los guías–, que hay en los antros de estas montañas, genios benéficos o almas en pena que purgan sus pecados haciendo bien a los viajeros. 
Y hay una leyenda que dice, que cuando el Gran Moisés anduvo por estos mismos caminos conduciendo al pueblo de Israel, los que por infidelidades a la Ley, murieron en el camino, recibieron del Profeta el mandato de vigilar este sendero hasta su vuelta a la Tierra. 
Los tres sabios, iniciados como estaban en las grandes verdades ocultas se miraron con inteligencia, mientras esperaban su turno de beber del agua fresca del manantial que la tablilla les había anunciado. 
La leyenda del guía de la caravana tenía un oculto fondo de verdad, pues eran en realidad almas que purgaban culpas, las que se encargaban de cuidar de los caminos. 
Era una especie de cofradía dependiente de los esenios de Moab, la cual estaba formada por los bandoleros arrepentidos, a quienes los esenios salvaban de la horca, a cambio de que emprendieran una vida mejor en ocultas cavernas preparadas de antemano, donde les retenían por cierto tiempo hasta que sin peligro para ellos mismos pudieran incorporarse a las sociedades humanas en los centros poblados de la comarca. 
Les llamaban Penitentes, y cada dos lunas bajaban dos de los setenta del Gran Santuario del Monte Abarín, a visitar a los penitentes y proveer a su consuelo y necesidades. 
Para ellos no había otra ley que ésta, grabada en las cavernas que los cubrían: “No hagas a tu prójimo lo que no quieras que se haga contigo. Y Dios velará por ti”. 
En las cavernas indicadas por las tablillas escritas, encontraron mullidos lechos de heno seco, grandes cantidades de leña para la hoguera, sacos de bellotas y de castañas. Pero no encontraron ningún ser humano que les dijera: Yo soy el autor de estas solicitudes. 
Y así llegaron a Kir, Aroer, Dibón, Atarot y Beth-peor, donde se hallaba la colonia escuela de los huérfanos leprosos y tísicos, que los esenios se encargaban de cuidar por medio de sus terapeutas del exterior. La población de Beth-peor, se había hecho antipática a los viajeros en general, debido al pánico con que eran miradas por todos, aquellas enfermedades de las que ninguno curaba. Pero nuestros viajeros miraban desde otro punto de vista los grandes dolores humanos, y quisieron plantar sus tiendas justamente en la plazoleta sombreada de árboles que quedaba frente a la colonia. 
Los terapeutas que se encontraban en ellos salieron a ofrecer atenciones y servicios a los viajeros.
Si queréis ahorraros –les dijo el esenio–, de plantar vuestras tiendas por un día o dos, venid a nuestra sala-hospedería donde hay comodidad para todos vosotros. Nuestros enfermitos están recluidos en pabellones alejados de la puerta de entrada. 
Tan bondadosa y amable invitación no podía dejar de ser aceptada, y los viajeros penetraron a la gran sala-hospedería que daba al pórtico exterior. 
El aliento de Moisés parecía vibrar en todos los tonos apenas se penetraba allí. En el muro principal frente a la entrada, se veía un facsímile de las Tablas de la Ley, grabados en piedra los diez mandatos. En otro muro estaba grabada la célebre Bendición de Moisés para los fieles observadores de la Ley, y sentencias o pensamientos suyos, aparecían en pequeñas planchitas de madera en todos los sitios en que era oportuno, como un severo ornato de aquella sala. 
Al centro, una gran mesa rodeada de rústicos bancos y alrededor de todos los muros, un ancho estrado de piedra cubierta de esteras de fibra vegetal, de pieles y mantas, indicando que servían de lechos a los huéspedes. 
Sois aquí los dueños de todo cuanto hay –díjoles el esenio que les invitó, al mismo tiempo que entraba otro esenio seguido de dos jovenzuelos, conduciendo cestas con manjares y frutas que iban colocando sobre la gran mesa central. 
Permanecieron allí dos noches y dos días, pero las gentes de la colonia eran tan discretas y silenciosas, que los viajeros no tuvieron oportunidad de entablar conversación alguna sobre lo que a ellos les preocupaba. ¿Sabían o se ignoraba allí el gran acontecimiento que a ellos les empujaba imperiosamente desde tan largas distancias? Acaso –suponían los viajeros–, a la otra ribera del Jordán encontraremos el entusiasmo que aquí no se percibe por ninguna parte. 
Uno de los terapeutas sintió la apremiante interrogación que irradiaban sin hablar los viajeros, y acercándose a ellos que ya iniciaban la despedida, les dijo.  ¿No es indiscreción preguntar a qué parte de la Palestina os encamináis?
A Jerusalén –contestaron de inmediato.
Debe haber allí grande regocijo. Hace cinco días que llegué de esa ciudad y no he notado absolutamente nada de lo que decís –contestó el esenio. Pero, ¿es posible? En la ciudad de los Reyes sabios y de los más grandes Profetas, ¿se desconoce el anuncio de los astros? ¿Acaso Júpiter y Saturno nada han dicho a la ciudad de Jerusalén? No hay ciego más ciego que el que cierra sus ojos para no ver –contestó el esenio–. 
La Jerusalén de hoy no puede escuchar las voces de sus Profetas, porque el ruido del oro que corre como un río desbordado por los pórticos del Templo, ha apagado todo otro sonido que no sea el del precioso metal.  ¿Y los astrólogos?... ¿Y los cabalistas?... ¿Y los discípulos de los Profetas callan también? –preguntó otro de los viajeros. 
Los discípulos de los Profetas viven en las cavernas de los montes para proteger sus vidas, y callan para no entorpecer los designios divinos. Yo vengo de una Escuela indostánica vecina del Indo, y éste compañero, de las montañas de Persia, y este otro de la Arabia Pétrea, al cual acompaña un Iniciado de la Sabiduría en la Escuela de Alejandría, y todos venimos por el aviso de Júpiter y Saturno. 
Vos, lo sabéis también, porque vuestras palabras han dejado traslucir la luz que os alumbra. Decidnos en nombre del Altísimo: ¿Ha nacido ya el que los astros anunciaron? –insistió Baltasar. Sí, ha nacido ya. Lo he visto y lo he tenido en mis brazos –contestó el esenio. Ante estas palabras los viajeros cayeron de rodillas y besaron el pavimento. 
Adoremos la tierra que él pisa –dijeron derramando lágrimas de interna emoción–. Decidnos dónde está. 
Yo lo vi en Jerusalén, pues el gran acontecimiento me sorprendió en Betania, a donde fui a recoger niños leprosos y tísicos que sus familiares habían abandonado. 
“Nació en Betlehem de Judea, pero fue llevado por sus padres a Jerusalén para la presentación al Templo, pues es primogénito de un varón de familia sacerdotal y de madre que sirvió al Templo, mas no sé, si a vuestra llegada estará aún en la gran ciudad. “Llegaos al Templo a hacer ofrendas de pan, incienso, mirras y ramas de olivo, y pedid por Simeón, Esdras y Eleazar sacerdotes del altar de los perfumes, y decidle a cualquiera de los tres estas solas palabras:
 “Que estas ofrendas sean agradables al Salvador del mundo y que nos muestre su rostro”. “Son las palabras de señal para que seáis reconocidos como amadores del Bienvenido. 
Ya comprenderá el lector la formidable ola de entusiasmo y energía que se levantó en el alma de los viajeros. Habían estado a punto de partir sin una noticia, a no ser por la fuerza telepática que hizo sentir al esenio la vibración anhelante de los viajeros, que deseaban interrogar sobre el gran acontecimiento. 
******************************************************
Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.

Continua.....

jueves, 28 de abril de 2016

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)



DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII
Mientras tanto, el himeneo grandioso de Júpiter y Saturno, al que poco después se unía Marte, había puesto en actividad las mentes iluminadas de Divino Conocimiento de los hombres que en este pequeño planeta sembrado de egoísmos y odios, habían sido capaces de mantenerse a la vera de las cristalinas corrientes, donde se reflejan los cielos infinitos y se bebe de las aguas que apagan toda sed. 
En la antigua Alejandría de los valles del Nilo, existía aún como una remembranza lejana de los Kobdas prehistóricos, una Escuela filosófica a pocas brazas de donde se había levantado un día el santuario venerado de Neghadá. 
Esta Escuela, había sido fundada siglos atrás por tres fugitivos hebreos, que encontrándose atacados de una larga fiebre que los llevó a las puertas de la muerte, no quisieron ni pudieron seguir el éxodo del pueblo de Israel cuando abandonó el Egipto. Y para que no muriesen entre los paganos, por misericordia, habían sido conducidos a las ruinas inmensas que existían ya casi cubiertas por el limo y hojarascas arrastradas por las aguas del gran río, a la orilla misma del mar.
Eran las milenarias ruinas del Santuario Kobda de Neghadá, de cuya memoria no quedaba ya ni el más ligero rastro entre los habitantes de los valles del Nilo. 
De dichas ruinas, se utilizaron muchos siglos después, bloques de piedra y basamentos de columnas para las grandes construcciones faraónicas, y aún para edificar la antigua Alejandría, en uno de cuyos mejores edificios estilo griego, después de la muerte de Alejandro, se instaló un suntuoso pabellón: Museo-Biblioteca, Panteón sepulcral, y a la vez templo de las ciencias, donde podía contemplarse en los primeros siglos de nuestra era, en una urna de cristal y plata, 
el cadáver de un hombre momificado que llenó el mundo civilizado con sus gloriosas hazañas de conquistador: 
Alejandro Magno. Nadie sabía qué ruinas eran aquellas, en torno de las cuales se tejían y destejían innumerables leyendas fantásticas, trágicas y horripilantes. 
Sólo las lechuzas, los búhos y los murciélagos, se disputaban los negros huecos cargados de sombras y de ecos de aquellas pavorosas ruinas. Algunos malhechores escapados a la justicia humana se mezclaban también a las aves de rapiña, que graznaban entre las arcadas derruidas, y donde de tanto en tanto, nuevos derrumbamientos producían ruidos espantosos como de truenos lejanos, o montañas que se precipitan a un abismo. 
Los piadosos conductores de los tres hebreos enfermos, creyéndoles ya en estado agónico, y llevándoles una delantera de tres días la muchedumbre israelita que se alejaba, los dejaron en sus camillas, en una especie de cripta sepulcral que encontraron al pie de aquellas pavorosas ruinas. 
Más muertos que vivos estaban en aquel lugar. 
Mas, no obstante dejáronles al lado, tres cantarillos de vino con miel y una cesta de pan, por si alguno de ellos amanecía vivo al día siguiente. Y allí agonizantes y exhaustos, en la vieja cripta del antiguo Santuario de Neghadá, orgullo y gloria de la prehistoria de los valles del Nilo, volvieron a la vida los tres abandonados moribundos, a quienes tal circunstancia unía en una alianza tan estrecha y fuerte, que no pudo romperse jamás; Zabai, Nathan y Azur, fueron los que sin pretenderlo fundaron la célebre Escuela filosófica de Alejandría, de la cual un solo individuo obtuvo los honores de la celebridad como filósofo de alto vuelo, contemporáneo de Yhasua: Filón de Alejandría. 
Los tres moribundos vueltos a la vida. 
Eran de oficio grabadores en piedra, en madera y en metales, y por tanto conocían bastante la escritura jeroglífica de los egipcios y la propia lengua hebrea en todas sus derivaciones y sus variantes. Comenzaron pues, por abrir un pequeño taller en los suburbios de la ciudad del Faraón, disfrazados de obreros persas, para no ser reconocidos como hebreos y sufrir las represalias de los egipcios. 
Y como continuaron ellos visitando la cripta funeraria en que volvieron a la vida, fueron haciendo hallazgos de gran importancia. Copiaban las hermosas inscripciones de las losas sepulcrales y en algunas que estaban derruidas, encontraron rollos de papiros con bellísimas leyendas, himnos inspirados de poesía y de sublime grandeza y emotividad. 
Encerrados en tubos de cobre, entre los blancos huesos de los sarcófagos, o entre momias que parecían cuerpos de piedra, encontraron un manuscrito en jeroglíficos antiquísimos y que al descifrarlo, comprendieron que era la ley observada sin duda por una fraternidad o Escuela de sabios solitarios que se llamaron Kobdas. 
Tales fueron los orígenes humildes y desconocidos de la Escuela filosófica de Alejandría, que adquirió gloria y fama en los siglos inmediatos, anteriores y posteriores al advenimiento de Yhasua, el Cristo Salvador de la humanidad terrestre. 
¡Qué de veces el joven y audaz conquistador Alejandro, se solazó con los solitarios mosaístas, que por gratitud a Moisés que salvó de la opresión a sus compatriotas, tomaron su nombre como escudo y como símbolo y se llamaron: 
Siervos de Moisés! La Escuela se formó primeramente de aprendices del grabado, y poco a poco fue elevándose a estudios filosóficos, astronómicos y morales. 
Dos años antes del nacimiento de Yhasua, Filón de Alejandría que era un joven de veinticinco años, fue enviado con otros dos compañeros a Jerusalén a buscar de ponerse en contacto con la antigua Fraternidad Esenia, que aunque oculta en la Palestina estaba conocida hasta en lejanos países por los mismos viajeros y mercaderes, por los perseguidos y prófugos que siempre hallaron en ella amparo y hospitalidad. 
Desde entonces, la Escuela de Alejandría fue considerada como una prolongación en el Egipto de los esenios de la Palestina. 
Fue así, que de la Escuela de Divina Sabiduría de Melchor, en las montañas de Parán, en las orillas del Mar Rojo, partió un mensajero hacia Alejandría a escudriñar los conocimientos de los Siervos de Moisés, referentes al advenimiento del Avatar Divino anunciado por los astros. El mensajero tardó tres lunas y volvió acompañado de uno de los solitarios de Alejandría, para emprender juntos el gran viaje hacia la dorada Jerusalén, en busca del Bienvenido. 

Mientras esta demora, Gaspar y Baltasar que venían de la Persia y del Indo, se encontraron sin buscarse en el mismo paraje, donde Melchor esperaba la caravana para continuar más acompañado este largo viaje: en Sela, a la falda del Monte Hor. Las grandes tiendas de los mercaderes, donde se reunían extranjeros de todos los países, fueron escenarios propicios para el encuentro feliz de aquellos, que sin conocerse y sin haberse puesto de acuerdo, se encontraban de viaje hacia un mismo punto final: Jerusalén de los Reyes y de los Profetas. ¿Cómo se descubrieron unos a los otros? Veámoslo. 
Cada cual en su propia tienda estaba absorbido por la causa única del largo viaje realizado. 
A ninguno de ellos le interesaron las tiendas de los mercaderes, donde exhibían riquezas incalculables. Deseando soledad y silencio para interpretar más claramente los anuncios proféticos de sus respectivos augures y libros sagrados, en un mediodía de feria en que toda la ciudad era un bullicioso mercado, Gaspar, Melchor y Baltasar se dirigieron separadamente hacia un cerro del vecino monte Hor, con sus cartapacios y rollos de papiros, y buscó cada cual el sitio que le pareció indicado para su trabajo. 
Encontraron extraña la coincidencia y movidos por un interno impulso se acercaron. 
Después de algunos ensayos para entenderse, lo lograron por medio del idioma sirio-caldeo, que era el más extendido entre las razas semitas. Y cada cual explicó las profecías y anuncios de sus clarividentes e inspirados, los fundamentos de sus respectivas filosofías, los ideales de perfección humana con que soñaban, en fin todo cuanto puede descubrir de su Yo, un hombre a otro hombre. 
Acabaron por comprender que las filosofías de Krishna, de Buda y de Moisés, en el fondo eran una misma, o sea: el buscar el acercamiento a la Divinidad y el buscar la perfección de todos los hombres, por el amor y el sacrificio de los más adelantados hacia los más débiles y retardados.
******************************************************
Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.


Continua......

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)



FLORECÍA EL AMOR PARA YHASUA

Capitulo VII (Tercer Escrito)

Bendecid, Gran Servidor, –pidió Lía–, el amor de estos hijos si es voluntad de Jehová que sean unidos. Entonces, todos se pusieron de pie, y las tres parejas con las manos juntas y las frentes inclinadas sobre la mesa, recibieron y escucharon la bendición acostumbrada por Moisés: Sed benditos, en nombre de Jehová, en los frutos de vuestro amor, en los frutos de vuestra tierra, en los frutos de vuestros ganados, en las aguas que fecunden vuestras simientes, en el sol que les dé energía, y en el aire que lleva su polen a todos vuestros dominios; como pan, miel, aceite y vino, sea todo para vosotros, si cumplís la voluntad del Altísimo. ¡Así sea! –contestaron todos. 
Los tres Levitas besaron las frentes de sus elegidas, y sirvieron de una misma ánfora, el vino nupcial a todos los que habían presenciado la ceremonia. Que beba también el niño de nuestro vino –añadió Nicodemus cuando Myriam bebía. 
Ella, entonces, mojó sus dedos en el rojo licor y los puso en la rosada boquita del niño dormido. 
Así terminó aquella inesperada fiesta de esponsales que, fue en verdad, una tierna comunión de almas enlazadas desde siglos por fuertes vínculos espirituales. 
Era una antigua costumbre que, por lo menos, pasaran siete lunas en el servicio del templo las doncellas que eran prometidas para esposas de los Levitas, éstos pidieron a Lía que internara sus hijas por ese tiempo. 
A la madre le apenaba apartarse así de sus tres hijas a la vez, y por tanto tiempo, en vista de lo cual, los sacerdotes esenios pensaron que había una excepción acordada también por la costumbre y la tradición. Consistía en que las siete lunas podían reducirse a tres, cuando las doncellas novias, habían estado consagradas dentro del hogar paterno a servir también al Templo, en el tejido del lino y de la púrpura, en los recamados de oro y pedrería para los ornamentos del culto.
Y éste caso era el de las hijas de Lía, cuyo hogar, a la sombra del tío Simeón, era uno de los más respetables hogares de Jerusalén, dentro de su modesta y mediana posición. 
Y así, acordaron que cada una de las tres se internara por turnos, para no dejar sola a la madre. 
Yhosep y Myriam tornaron pocos días después a la casa de Elcana en Betlehem, para esperar allí la llegada de los tres personajes que ya venían del lejano oriente, según el aviso de los Ancianos de Moab, y también para esperar a que el niño y la madre se encontrasen en estado de viajar hacia la provincia de Galilea. Apremiado por las necesidades relativas a su taller de carpintería, y de los hijos de su primera esposa, Yhosep realizó un viaje, solo, a Nazareth, dejando a Myriam y al niño, recomendados a sus parientes Sara y Elcana. 
Además, los amigos: Alfeo, Josías y Eleazar, eran diarios visitantes al dichoso hogar, que por cerca de un año albergó bajo su techo al Cristohombre en su primera infancia. 
Estas humildes familias de pastores y de artesanos, fueron testigos oculares de las grandes manifestaciones espirituales que se desbordaban sobre el plano físico en torno al niño mientras dormía, y que cesaban cuando él estaba despierto. ¿Qué fenómeno era éste? Un día lo presenciaron también dos peregrinos terapeutas que bajaron del Monte Quarantana, y ellos les dieron la explicación: El sublime espíritu de Luz encerrado en el vaso de barro de su materia, se lanzaba al espacio infinito, así que el sueño físico cerraba sus ojos, y para retenerlo en la propia atmósfera terrestre, las cinco Inteligencias Superiores que le apadrinaban, formaban un verdadero oleaje de luz, de amor, de paz infinita en la casita de Elcana y sus inmediaciones, emitiendo rayos benéficos de armonía, de dulzura, de benevolencia hasta las más apartadas regiones del país, lo cual produjo una verdadera época de bendición, de abundancia y de prosperidad en todas partes. 
Las gentes ignorantes de lo que ocurría, por más que estuvieran desbordantes de conocimientos humanos, lo atribuían todo a causas también humanas. 
Los gobernadores se alababan a sí mismos por la buena administración de los tesoros públicos, los mercaderes al tino 
y habilidad con que manejaban el comercio; los ganaderos y labradores, a su laboriosidad y acierto en la realización de todos sus trabajos. 
Sólo los esenios, silenciosos e infatigables obreros del pensamiento y estudiantes de la Divina Sabiduría, estaban en el secreto de la causa de todo aquel florecimiento de bienestar y prosperidad sobre el país de Israel. 
Y cual si una poderosa ráfaga de vitalidad y de energía pasara como un ala benéfica rozando el país de los profetas, eran mucho menos los apestados, las enfermedades livianas y ligeras se curaban fácilmente; muchos facinerosos y gentes de mal vivir que se ocultaban en los parajes agrestes de las montañas, se habían llamado a sosiego, debido a que un capitán de bandidos, de nombre Dimas, se había encontrado con Yhosep, Myriam y el niño, cuando regresaban a Betlehem. 
El hombre había quedado mal herido a un lado del camino y se había arrastrado hasta un matorral por temor de ser apresado. Mas, cuando vio el aspecto tan inofensivo de los tres personajes, pidió socorro, pues perdía mucha sangre y se abrasaba de sed. Tenía una herida de jabalina en el hombro izquierdo.
Myriam iba a dejar su niño sobre el musgo del camino para ayudar a Yhosep a vendar al herido, mas, él les dijo: 
Soy un mal hombre que he quitado la vida a muchas personas; pero os prometo por vuestro niño que no mataré a nadie jamás. Dádmelo que yo lo tendré sobre mis rodillas hasta que me curéis. 
Myriam, sin temor ninguno, dejó su niño dormido sobre las rodillas del bandido herido. Mientras preparaban vendas e hilas de un pañal del niño, vieron que aquel hombre se doblaba a besar sus manecitas, mientras gruesas lágrimas corrían por su rostro hermoso pero curtido de vivir siempre a la intemperie. 
Como sintiera gran dolor en la herida, levantó al niño hasta la altura de su cuello y su cabecita fue a rozar su hombro herido. Lo hizo, sin duda, inconscientemente; pero, apenas hecho, gritó con fuerza: No me duele ya más; el niño me ha curado; debe ser algún dios en destierro o vosotros sois magos de la Persia. 
Buen hombre –díjole Yhosep–, si nuestro niño te ha curado, será por la promesa que has hecho de no matar a nadie. Déjanos, pues, vendarte y que sigamos nuestro viaje. 
El asombro de ellos fue grande cuando al abrir las ropas de Dimas, vieron que la herida estaba cerrada y sólo aparecía una línea más rojiza que el resto de la piel. 
Yhosep y Myriam se miraron. Después miraron a Dimas, que de rodillas, con el niño en brazos, lo besaba y lloraba a grandes sollozos.
 ¿Qué Dios benéfico eres, que así te apiadas de un miserable? 
le preguntaba al niño que continuaba sumergido en el más dulce sueño, mientras las fuerzas y corrientes emanadas de su propio espíritu desprendido de la materia, obraba poderosamente sobre el alma y el cuerpo de aquel hombre. 
Por fin lo entregó a su madre, y levantándose se empeñó en acompañarles hasta Betlehem, después que ellos le dieron palabra de no denunciarle a la justicia.
Si Dios ha tenido piedad de ti, nosotros que somos servidores suyos, no haremos lo contrario. Dimas tomó la brida del asno donde iba montada Myriam y el niño, y le fue tirando del cabestro hasta llegar a la ciudad. 
Ya casi anochecía y Yhosep dijo a Dimas: No es justo que te vayas sin comer. Entra con nosotros a esta casa de nuestros parientes donde nada tienes que temer. 
Dadme más bien, pan y queso, y yo seguiré a los montes de Betsura, donde me esperan mis hombres. 
Yhosep y Elcana entregaron a Dimas un pequeño saco lleno de provisiones y le dejaron partir. Aquel hombre no tenía más que diecinueve años y representaba treinta, su bronceada fisonomía casi cubierta por una espesa barba y desgreñados cabellos. 
Un poderoso señor de la ciudad de Joppe había asesinado a su padre y su madre, para robar a su hermana, a la cual había precipitado en la deshonra y en la mayor miseria en que puede hundirse una mujer en su florida juventud. 
Tal hecho había empujado a Dimas al abismo de abandono y de crimen en que se hallaba sumido.
Elcana y Yhosep tuvieron la solicitud de sacar al huésped sus ropas manchadas de sangre, y le dieron una casaca, morral y calzas de las usadas comúnmente por los pastores. 
Y a esta circunstancia se debió que no le reconocieron los pesquisantes, que desde Rama le venían siguiendo. 
Aunque aquel joven cumplió su palabra sobre el Santo Niño, de no matar a nadie jamás, pasó el resto de su vida prófugo por los montes más áridos y escabrosos, porque al frente de una docena de hombres, había quitado los bienes y la vida a casi todos los miembros de la familia de aquel poderoso señor causante de su desgracia. 
Un hecho en la vida de un hombre, marca rutas a veces para todo el resto de sus días, por largos y numerosos que sean. Yhosep y Myriam alrededor del fuego hogareño de Elcana, referían con minuciosos detalles, cuanto les había ocurrido en la ciudad de los Reyes y de los Profetas. 
En la casita humilde del tejedor, donde se reunían a diario los tres esenios que conocemos, comenzó a elaborarse la dorada filigrana de la vida extraordinaria del Cristo-hombre, desde sus primeros pasos por el plano físico terrestre. 
Si la inconsciencia y los antagonismos no hubiesen desperdiciado aquel hermoso conjunto de recuerdos y de tradiciones, y los biógrafos del Ungido, hubiesen tenido el acierto de espigar en ese campo, ¡qué historia más completa y acabada habría tenido la humanidad del pasaje terrestre de Yhasua, el Cristo Salvador de los Hombres! 
Los terapeutas peregrinos que pasaban por allí todas las semanas, eran quienes recogían en sus carpetitas de tela encerada, cuantos sucesos de orden espiritual les referían los que observaban de cerca al niño que era Verbo de Dios.
******************************************************
Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.

miércoles, 27 de abril de 2016

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)




FLORECÍA EL AMOR PARA YHASUA
Capitulo VII (Segundo Escrito)

Habiendo dejado explicada clara y lógicamente, la parte esotérica de lo ocurrido en la presentación de Yhasua a la Divinidad, continuemos nuestra narración: A pocos días de lo ocurrido, Simeón de Betel, el sacerdote esenio que consagró a Yhasua, se presentó en la casa de Lía acompañado de tres Levitas: José de Arimathea, Nicodemus de Nicópolis y Rubén de En-Gedí, otro de los del grupo aquel que esperaron al Divino Niño a la salida del Templo y presenciaron la curación de Nicodemus. 
Allí tuvieron la inmensa satisfacción de encontrar tres de los setenta Ancianos del Monte Moab, con uno de los terapeutas peregrinos del pequeño santuario del Quarantana. 
Todos ellos vestidos de peregrinos de oscuro ropaje, tal como usaban aquellos en todas sus excursiones al exterior. 
En esta hermosa y tierna confraternidad de seres pertenecientes todos a la alianza del Cristo encarnado, se manifestaron naturalmente nuevas y más íntimas alianzas, porque a la claridad radiante del que traía toda Luz a la Tierra, las almas se encontraron sin buscarse, se amaron y se siguieron para toda la vida. 
Los tres jóvenes Levitas: José de Arimathea, Nicodemus de Nicópolis y Rubén de En-Gedí, encontraron sus almas compañeras en las tres hijas de Lía. José miró a Susana, la sensitiva, la que meditaba siempre buscando el fondo de todas las cosas, y ella bajó los ojos a su telar en que tejía lino blanco. Pero, aquella mirada de alma a alma hizo descubrirse a entrambos. Y se amaron como necesariamente deben amarse los que desde antes de nacer a la vida física se habían ofrecido en solemne pacto el uno al otro. Ana, la segunda, se acercó a Nicodemus, el de los ojos profundos, a ofrecerle el lebrillo de agua perfumada para lavarse las manos antes de tomar la refección de la tarde, según la costumbre, y los rostros de ambos se encontraron unidos en el agua cristalina, en el preciso momento en que el Levita iba a sumergir sus dedos en ella. ¡Lástima romper el encanto de las dos frentes unidas!, –exclamó él mirando a los ojos de ella, que toda ruborizada estuvo a punto de soltar el recipiente lleno de agua. 
Nicodemus lo notó y se lavó de inmediato, aceptando el blanco paño de enjugarse que pendía del hombro de la joven. 
Él tomó el lebrillo y dijo a Ana: Decidme si tenéis una planta de mirto para vaciar esta agua en su raíz.  ¿Por qué eso? –preguntó tímidamente la jovencita. 
Porque el mirto hará que se mantenga en nuestra retina el encanto de las frentes unidas en el agua. Y siguió a Ana, que le llevó a pocos pasos de la puerta que del gran comedor daba al jardín.
Un frondoso mirto, cuyas menudas hojitas parecían susurrar canciones de amor, recibió toda el agua del lebrillo que le arrojó Nicodemus.  ¡Mirto, planta buena, criatura de Dios!, –exclamó el joven–. Sea o no verdad que mantienes toda la vida el encanto de las uniones de amor, Ana y yo te regaremos siempre, si cantas para nosotros algunos de tus poemas inmortales. ¿Es cierto, Ana?...  ¡Sí, es cierto!... –contestó ella ruborizada. 
Fue toda la declaración de amor recíproco de Ana y Nicodemus, al atardecer de aquel día, junto al mirto frondoso del huerto de Lía. Nicodemus tornó al cenáculo y Ana se metió presurosamente en su alcoba. 
Se oprimió el corazón que parecía saltarse de su pecho, y murmuró en voz muy queda: ¡Señor!... ¡Señor!... ¿Por qué fui a enseñarle dónde estaba el mirto?... Oyó que su madre la llamaba y acudió a ayudar a sus hermanas a disponer la mesa. Observó que Rubén, el más joven de los tres, bebía un vaso de jugo de cerezas que le ofrecía Verónica, después de haberlo ofrecido también a los ancianos y demás familiares.  ¿Cómo te llamas? –le preguntó él. —Verónica, para serviros –repuso con gracia.  ¡Hermoso nombre! Paréceme que somos los más pequeños de esta reunión, y si me lo permites te ayudaré a servir a los comensales. Como gustes; pero, no sé si mi madre lo permitirá –advirtió ella. Yo lo permito todo, hija mía, en este día cincuenta del divino Niño de Myriam. ¿Qué queríais? –preguntó gozosa Lía dando los últimos toques a la mesa del festín. Pedía yo a Verónica ayudarla a servir a los comensales –dijo Rubén. Muy bien, comenzad pues –consintió Lía pasando al interior del aposento. Antes, en señal de eterna amistad, bebamos juntos este licor de cerezas. Los persas consagran así sus amistades. Aunque nosotros no somos persas..., bebamos juntos si te place. Y la hermosa adolescente mojó apenas sus labios en la copa de Rubén.  ¡Pero, estos jovenzuelos celebran esponsales!, –exclamó Myriam entrando en el comedor con su niño en brazos, y mirando a las tres jóvenes que, sin buscarlo, estaban cerca de los tres Levitas. 
La sensibilidad de Myriam había sin duda percibido la onda de amor que de su niño surgía, y a su niño tornaba después de producir suavísimas y sutiles vibraciones en las almas preparadas de los tres Levitas y de sus tres elegidas. 
Las jovencitas se ruborizaron al oír las palabras de Myriam y los tres muchachos sonreían radiantes de felicidad.
Y el Anciano Simeón, tío de Lía, con la sonrisita peculiar de los viejos cuando ven reflejarse en los jóvenes su lejano pasado, decía:  ¡El pícaro amor, es como el ruiseñor que canta escondido...! ¿Qué sabemos nosotros si hay en nuestro huerto algún nidal oculto?“Elije en la juventud la compañera de toda tu vida y que su amor sea la vid que sombree tu puerta hasta la tercera generación”, dice nuestra Ley –recordó con solemnidad uno de los tres Ancianos de Moab. ¿Será acaso, que sin pretenderlo y sin sospecharlo siquiera, traje yo tres tórtolos que tenían aquí sus compañeras? –preguntó Simeón de Betel, el sacerdote. “Cuando el esposo está cerca, las flores se visten sus ropajes de pétalos, los pajarillos cantan y las almas se encuentran”, cantó en sus poemas proféticos nuestro padre Essen. 
Y he aquí que estando bajo este techo el Ungido del Amor, que es el esposo de todas las almas, ¿qué otra cosa puede suceder, sino que el amor resplandezca como una floración de estrellas bajadas sobre este huerto? –Estas palabras dichas por otro de los Ancianos, no fueron casi oídas por los tres Levitas que hablaban por lo bajo con Simeón de Betel, el cual, puesto de pie en medio de la reunión, dijo a la viuda Lía:Estos tres jóvenes Levitas acaban de autorizarme para que pida la mano de tus tres hijas como esposas suyas: Susana para José de Arimathea; Ana para Nicodemus de Nicópolis, y Verónica para Rubén de En-Gedí. Nuestro niño, trae fiesta de amor a todos los corazones confesó Yhosep a Myriam, sentados en una de las cabeceras de la mesa.  ¡Pero, yo no esperaba esta sorpresa! –declaró Lía mirando alternativamente a sus tres hijas–. ¿Sabíais vosotras algo?... — ¡No, madre, no! –contestaron las muchachas que parecían tres rosas encarnadas. 
¡El Cristo-niño es responsable de todo!, –exclamó el tercer Anciano que aún no había hablado–. ¿No sabemos, acaso, que él viene a traer fuego de amor a la tierra? Pues dejad que la llamarada se levante y consuma toda la escoria. Bien, bien añadió Lía–, entonces, esta sencilla comida es una celebración de esponsales. ¡Que Jehová os bendiga, hijos míos, si hacéis con esto su santa voluntad! El mayor de los tres Ancianos bendijo el pan y lo partió entre todos. Ocupó con sus dos compañeros la otra cabecera de la mesa, mientras las tres parejas de jóvenes, Lía, su tío y los demás esenios ocupaban los costados laterales.  ¡Somos quince personas!, –exclamó el tío Simeón que los había contado. 
Somos dieciséis, tío –rectificó Myriam, poniendo su niñito como una flor de rosa y nácar sobre la mesa.  ¡Cierto..., cierto!... ¡Bendito! ¡Bendito sea! ¡Que presida la mesa! Todas estas exclamaciones surgieron al mismo tiempo de todos los labios. La presidirá muchas veces cuando nosotros tengamos hebras de plata en nuestras cabezas –vaticinó Susana con su mirada perdida como en un lejano horizonte. Sigue, niña, diciendo lo que ves –díjole el mayor de los Ancianos de Moab, que estaba dándose cuenta del estado espiritual de la joven. 
Veo a un gran Profeta que preside una comida de bodas donde Myriam está a su lado. Le veo en el lujoso cenáculo de un ilustre personaje, y que una desconsolada mujer rubia, unge los pies del Profeta con finas esencias y los seca con sus cabellos. “Le veo, presidiendo una cena a la luz de una lámpara de trece cirios, después de la cual, el profeta lava y seca los pies de sus discípulos. Yo sé que ésta es cena de despedida, porque el va a..., partir a un viaje que no tiene regreso.  ¡No, no! ¡Eso no!, –exclamó como en un grito de angustia Myriam, levantando su niño y guardándolo bajo su manto. ¡Basta ya, niña, de las visiones! Jehová te bendiga; y tú, Myriam, nada temas, que tu hijo envuelto en la voluntad Divina, como en una fuerte coraza, nada le sucederá sino lo que él mismo quiera para sí. 
Es Señor de todo cuanto existe sobre la tierra y todo obedecerá a su mandato. Y justamente allí estará el mérito de su victoria final. –Estas palabras las pronunció el más Anciano de los tres esenios de Moab. Simeón de Betel y los otros esenios habían tomado anotaciones de las clarividencias de Susana. 
Y comenzó la comida entre las tiernas emociones de unos esponsales inesperados, y de la brumosa perspectiva de un futuro lejano lleno de promesas de gloria y de tristes incertidumbres. 
Cuando terminaba ya la cena, dijo el mayor de los Ancianos: Sabemos que por los caminos del oriente avanzan lentamente tres viajeros ilustres por su sabiduría y por sus obras, que vienen mandados por tres Fraternidades ocultas como la nuestra, para rendir homenaje al Cristo-hombre, cuyo advenimiento les anunciaron los astros. Llegarán de aquí a tres lunas, por lo cual, conviene que Yhosep y Myriam tornen a Betlehem antes de ese tiempo, para que su llegada no promueva alarmas en Jerusalén. “Hay quien vigila en los cielos y en la tierra, mas bueno es obrar con prudencia y cautela.
Continua....
*****************************************************
Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.

LIBRO LOS 50 PRINCIPIOS DEL MILAGRO (XXII-XXIII)


PRINCIPIO 22 

Los milagros se asocian con el miedo debido únicamente a la creencia de que la oscuridad tiene la capacidad de ocultar. Crees que lo que no puedes ver con los ojos del cuerpo no existe. Esta creencia te lleva a negar la visión espiritual. Permítanme dedicarle un poco más de tiempo a éste. 
El ego nos enseña que el centro de nuestro ser es este oscuro lugar pecaminoso que es nuestra culpa, y que ésto es lo que realmente somos. Hay una lección que dice que si realmente se mirara introspectivamente, usted creería que si la gente lo viera como usted cree que es, se alejaría de usted como si se tratase de una serpiente venenosa (L-pI.93.1:1-2). 
Creemos que somos miserables personas pecaminosas. Entonces creemos que de algún modo podemos protegernos del horror de jamás acercarnos a esto defendiéndonos con todas las armas que usa el ego. 
Estas son lo que Freud llamó los mecanismos de defensa, y los más importantes de éstos son la negación y la proyección. Nosotros simulamos que esto no es lo que somos, después que primero habíamos simulado que esto es exactamente lo que somos. Luego tratamos de esconderlo cubriéndolo con un manto de inconsciencia y proyectándolo hacia afuera. Finalmente, no veo más que ese oscuro lugar de culpa está en mí; lo veo en otros y los ataco por ello. 
Esto significa que creemos que esta defensa puede esconder lo que está debajo. Al proyectar sobre otra persona, creo que mi culpa puede esconderse de mí. Esta es la creencia de que la oscuridad tiene la capacidad de ocultar. La "oscuridad" en esta aseveración puede equipararse con la palabra "defensa.
" Mi defensa puede ocultar esto, lo que quiere decir que necesito mi defensa para protegerme de mi propia culpa. 
El ego me enseña que si renuncio a esto, no voy a tener nada que me proteja de mi culpa, y voy a tener muchas dificultades. El ego enseña que las defensas nos protegen; la oscuridad puede ocultar. Esto, pues, aumenta el miedo de que si renuncio a la oscuridad, me voy a exponer completamente a esta culpa y voy a tener dificultades. El ego jamás nos dice que las defensas no ocultan: el hecho de que yo no vea la culpa no significa que la misma no esté ahí. Una importante línea que aparece más adelante en el texto dice que "las defensas dan lugar a lo que quieren defender" (T-17.IV.7:1), lo cual es un principio muy importante. La razón de que invirtamos tanto tiempo y esfuerzo y energía en mantener las defensas es que creemos que éstas nos protegerán de aquello que tememos. El propósito de todas nuestras defensas es protegernos de nuestra culpa. 
Lo que el ego jamás nos dice es que mientras más invirtamos en una defensa, más afirmamos, de hecho, que hay algo horrible dentro de nosotros. Si yo no tuviera esta culpa horrorosa, no tendría que molestarme con la defensa. Por lo tanto, mientras más invierta en tener una defensa contra mi culpa, a la cual le temo, más temeroso me voy a sentir porque el hecho de que tengo una defensa me dice: "Mejor te cuidas; hay algo dentro de ti que es vulnerable." Eso es lo que quiere decirnos Un curso en milagros cuando afirma que "las defensas dan lugar a lo que quieren defender." Su propósito es defendernos del miedo, pero realmente refuerzan el mismo. El ego jamás nos dice eso. 
En una sección muy poderosa en el Capítulo 27 del texto titulada El temor a sanar (T-27.II), el Curso aclara por qué el ego nos enseña a tenerle miedo a los milagros y a la curación. 
El ego enseña que si usted escoge el milagro y renuncia a las defensas del ataque (i.e., ver a su hermano como su amigo y no como su enemigo), no tendrá nada sobre lo cual proyectar su culpa. Esta permanecerá con usted y lo destruirá. Y entonces el miedo crece en realidad. 
Ese es otro ejemplo de lo que quiere decir el Curso más adelante cuando afirma que cuando usted comienza a escuchar la Voz del Espíritu Santo y a prestarle atención a lo que El dice, su ego se tornará perverso (T- 9.VII.4:4-7). 
La perversidad del ego es siempre alguna forma de miedo, de terror, el cual se proyecta luego en forma de ira, destrucción, etc. El ego enseña que si nos desprendemos de nuestras defensas, se desatará el mismo infierno, literalmente. 
Los psicólogos caen en la misma trampa cuando enseñan que si usted no tiene defensas se pondrá psicótico. Es realmente lo contrario. Si usted no tiene defensas se sanará, no se volverá psicótico. Pero eso no quiere decir que usted despoje a la gente de sus defensas. El proceso tiene que ser muy suave y amoroso, y el terapeuta a menudo tiene que ser muy paciente. 
Para repetir, esto no significa que debamos despojarnos de todas las defensas. Lo que sí quiere decir es que si usted sigue la dirección del Espíritu Santo, la meta será no tener defensas. 
Y luego cuando mire introspectivamente, usted no verá pecado; verá que no hubo pecado. Ese es el final del viaje. 
"Los milagros se asocian con el miedo únicamente debido a la creencia de que la oscuridad tiene la capacidad de ocultar." Una vez usted puede reconocer que la oscuridad no tiene la capacidad de ocultar, que las defensas no hacen lo que dicen que hacen, entonces usted está listo para dar el próximo paso, el cual se explica más adelante en el Capítulo 1 del texto (T-1.IV). Entonces usted comprende que no hay nada que haya que ocultar porque la culpa no es nada terrible; es sólo un tonto sistema de creencias que desaparecerá. 
Es por eso que tenemos miedo de escoger un milagro, lo cual se traduce a por qué tenemos miedo en verdad de perdonar a alguien, de realmente desprendernos del pasado y entender que no somos víctimas no importa cuán convincentemente las experiencias del mundo nos quieran enseñar esa creencia. Todos somos muy buenos cuando se trata de racionalizar por qué no queremos renunciar a todo esto. 
La verdadera razón por la cual no queremos renunciar a todo esto es porque no queremos estar en paz. 
De esto es que habla el Curso más adelante como la atracción de la culpa del ego (T-19.IV-A..i). Preferimos ser culpables y hacer la culpa real; luego tenemos que defendernos contra la misma. Creemos que lo que nuestros ojos físicos no ven no existe. Este es realmente el principio del avestruz, que es el principio de la represión o negación. Si no veo un problema, éste no existe. Si cubro mi culpa, entonces no está ahí. 
Esa es la idea, repito, de que la oscuridad tiene la capacidad de ocultar. Esto conduce luego a la negación de la "visión espiritual," el término que se utiliza en las primeras secciones del Curso en vez de "visión." Y, cuando Un curso en milagros habla sobre visión, o vista espiritual, no se refiere a ver con los ojos de uno. Habla de ver con los ojos del Espíritu Santo, lo cual es una actitud. No tiene nada que ver con la vista física. 
PRINCIPIO 23 
Los milagros reorganizan la percepción y colocan todos los niveles en su debida perspectiva. Esto cura ya que toda enfermedad es el resultado de una confusión de niveles.
Los niveles que se están confundiendo son los niveles de la mente y del cuerpo. El ego toma el problema de la culpa en nuestras mentes, que es la verdadera enfermedad, y dice que no es la mente la que está enferma, que es el cuerpo el que está enfermo. Cambia del nivel de la mente al nivel del cuerpo. 
El milagro regresa el problema adonde comenzó, y afirma que no es el cuerpo el que está enfermo, es la mente la que está enferma. Eso es todo lo que hace el milagro. Regresa el problema adonde radica. Repito, el milagro le devuelve a la causa (la mente) la función de causalidad. El Curso es muy, muy enfático al respecto. No hay nada de clase alguna que esté enfermo en el cuerpo. El cuerpo no hace absolutamente nada. El cuerpo es neutral. Hay una lección en el libro de ejercicios que dice: "Mi cuerpo es algo completamente neutro" (L-PII.294). El cuerpo meramente lleva a cabo los dictados de la mente. Como dije antes, el cuerpo no puede sanarse porque el cuerpo jamás estuvo enfermo. Es la mente la que está enferma y, por consiguiente, es la mente la que tiene que sanarse. 
La enfermedad de la mente es la separación, o la culpa; la cura de la mente es el perdón, o la unión. El milagro logra esto al devolver el problema al lugar donde radica. 
Kenneth Wapnick
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...