Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)
Capitulo VIII
15. COMUNICARSE CON AMOR
«La comunicación une; el ataque separa.»
El Espíritu Santo acepta incondicionalmente a la gente. Para el ego, esto es escandaloso, porque el amor incondicional es su muerte. ¿Cómo crecerá la gente si todos andamos por el mundo aceptándonos los unos a los otros tal como somos? Aceptar a los demás tal como son tiene el efecto milagroso de que los ayuda a
mejorar. La aceptación no inhibe el crecimiento, sino que más bien lo favorece.
La gente que siempre nos dice qué es lo que tenemos de malo no nos ayuda; al contrario, nos paraliza llenándonos de vergüenza y culpa. Las personas que nos aceptan nos ayudan a sentirnos bien con nosotros mismos, a relajarnos, a encontrar nuestro camino. Aceptar a los demás no significa que no hagamos nunca
sugerencias constructivas. Pero, como pasa con todo, el problema no radica tanto en nuestro comportamiento como en la energía que lo mueve. Si critico a una persona para cambiarla, lo que está hablando es mi ego, pero si pido a Dios que me sane de mi tendencia a juzgar y después todavía me siento movida a comunicar algo, lo haré con amor y no con miedo. No me moverá la energía del ataque, sino la del apoyo.
Con el cambio de conducta no basta. Cubrir un ataque con un baño de azúcar, disfrazarlo con un tono de voz dulce o
expresarlo en jerga terapéutica no es un milagro. Un milagro es un cambio auténtico del miedo al amor. Si hablamos desde el ego, movilizaremos al ego de los demás. Si hablamos desde el Espíritu Santo, movilizaremos su amor. Un hermano que está equivocado, afirma el Curso, requiere enseñanzas, no ataques.
La sección siguiente del Curso es una poderosa guía para practicar, en las relaciones, una comunicación con la disposición anímica correcta.
«Los errores pertenecen al ámbito del ego, y la corrección de los mismos estriba en el rechazo del ego. Cuando corriges a un hermano le estás diciendo que está equivocado.
Puede que en ese momento lo que esté diciendo no tenga sentido, y es indudable que si está hablando desde su ego no lo tiene. Tu tarea, sin embargo, sigue siendo decirle que tiene razón.
No tienes que decírselo verbalmente si está diciendo tonterías. Necesita corrección en otro nivel porque su error se encuentra en otro nivel. Sigue teniendo razón porque es un Hijo de Dios.»
Los milagros se crean en un ámbito invisible. El Espíritu Santo perfecciona nuestro estilo, nos enseña a comunicarnos con amor en lugar de atacar. Con frecuencia la gente dice: «Bueno, yo les hablé. ¡Realmente me comuniqué!». Pero la comunicación es una calle de dos direcciones. Sólo se produce si una persona habla y la otra la escucha. Todos hemos participado en conversaciones en que dos personas hablan sin que ninguna de
ellas escuche nada de lo que dice la otra. También hemos tenido la experiencia de entendernos perfectamente con otra persona sin decir nada. Para comunicarnos de verdad debemos asumir la responsabilidad del espacio del corazón que existe entre nosotros y el otro. Ese espacio del corazón -o su ausencia- es lo que determinará si la comunicación es milagrosa o atemorizante.
A veces, evidentemente, eso significa mantener la boca
cerrada. El silencio puede ser una poderosa comunicación de amor. Ha habido veces en que yo estaba equivocada, y sabía que lo estaba, y sabía que ellos sabían que estaba equivocada, y los amaba por tener la amabilidad de no decir nada. Eso me daba ocasión de recuperarme con dignidad.
Cuando hablamos, la clave de la comunicación no está en lo que decimos, sino en la actitud subyacente a lo que decimos. Como no hay más que una mente, todos estamos en una continua comunicación telepática.
A cada momento optamos por unir o separar, y la persona con quien hablamos siente lo que hemos escogido,
sean cuales fueren nuestras palabras. La opción de unir es la clave de la comunicación, porque es la clave de la comunión.
Lo que importa en una comunicación no es buscar nuestro objetivo, sino encontrar un terreno puro del ser a partir del cual construir nuestro mensaje. No intentamos unirnos por mediación de nuestras palabras; aceptamos la idea de que antes de hablar ya estamos unidos con la otra persona.
Esta aceptación, en sí misma, ya es un verdadero milagro.
Capitulo VIII
15. COMUNICARSE CON AMOR
«La comunicación une; el ataque separa.»
El Espíritu Santo acepta incondicionalmente a la gente. Para el ego, esto es escandaloso, porque el amor incondicional es su muerte. ¿Cómo crecerá la gente si todos andamos por el mundo aceptándonos los unos a los otros tal como somos? Aceptar a los demás tal como son tiene el efecto milagroso de que los ayuda a
mejorar. La aceptación no inhibe el crecimiento, sino que más bien lo favorece.
La gente que siempre nos dice qué es lo que tenemos de malo no nos ayuda; al contrario, nos paraliza llenándonos de vergüenza y culpa. Las personas que nos aceptan nos ayudan a sentirnos bien con nosotros mismos, a relajarnos, a encontrar nuestro camino. Aceptar a los demás no significa que no hagamos nunca
sugerencias constructivas. Pero, como pasa con todo, el problema no radica tanto en nuestro comportamiento como en la energía que lo mueve. Si critico a una persona para cambiarla, lo que está hablando es mi ego, pero si pido a Dios que me sane de mi tendencia a juzgar y después todavía me siento movida a comunicar algo, lo haré con amor y no con miedo. No me moverá la energía del ataque, sino la del apoyo.
Con el cambio de conducta no basta. Cubrir un ataque con un baño de azúcar, disfrazarlo con un tono de voz dulce o
expresarlo en jerga terapéutica no es un milagro. Un milagro es un cambio auténtico del miedo al amor. Si hablamos desde el ego, movilizaremos al ego de los demás. Si hablamos desde el Espíritu Santo, movilizaremos su amor. Un hermano que está equivocado, afirma el Curso, requiere enseñanzas, no ataques.
La sección siguiente del Curso es una poderosa guía para practicar, en las relaciones, una comunicación con la disposición anímica correcta.
«Los errores pertenecen al ámbito del ego, y la corrección de los mismos estriba en el rechazo del ego. Cuando corriges a un hermano le estás diciendo que está equivocado.
Puede que en ese momento lo que esté diciendo no tenga sentido, y es indudable que si está hablando desde su ego no lo tiene. Tu tarea, sin embargo, sigue siendo decirle que tiene razón.
No tienes que decírselo verbalmente si está diciendo tonterías. Necesita corrección en otro nivel porque su error se encuentra en otro nivel. Sigue teniendo razón porque es un Hijo de Dios.»
Los milagros se crean en un ámbito invisible. El Espíritu Santo perfecciona nuestro estilo, nos enseña a comunicarnos con amor en lugar de atacar. Con frecuencia la gente dice: «Bueno, yo les hablé. ¡Realmente me comuniqué!». Pero la comunicación es una calle de dos direcciones. Sólo se produce si una persona habla y la otra la escucha. Todos hemos participado en conversaciones en que dos personas hablan sin que ninguna de
ellas escuche nada de lo que dice la otra. También hemos tenido la experiencia de entendernos perfectamente con otra persona sin decir nada. Para comunicarnos de verdad debemos asumir la responsabilidad del espacio del corazón que existe entre nosotros y el otro. Ese espacio del corazón -o su ausencia- es lo que determinará si la comunicación es milagrosa o atemorizante.
A veces, evidentemente, eso significa mantener la boca
cerrada. El silencio puede ser una poderosa comunicación de amor. Ha habido veces en que yo estaba equivocada, y sabía que lo estaba, y sabía que ellos sabían que estaba equivocada, y los amaba por tener la amabilidad de no decir nada. Eso me daba ocasión de recuperarme con dignidad.
Cuando hablamos, la clave de la comunicación no está en lo que decimos, sino en la actitud subyacente a lo que decimos. Como no hay más que una mente, todos estamos en una continua comunicación telepática.
A cada momento optamos por unir o separar, y la persona con quien hablamos siente lo que hemos escogido,
sean cuales fueren nuestras palabras. La opción de unir es la clave de la comunicación, porque es la clave de la comunión.
Lo que importa en una comunicación no es buscar nuestro objetivo, sino encontrar un terreno puro del ser a partir del cual construir nuestro mensaje. No intentamos unirnos por mediación de nuestras palabras; aceptamos la idea de que antes de hablar ya estamos unidos con la otra persona.
Esta aceptación, en sí misma, ya es un verdadero milagro.
El maestro de Dios es un instrumento de la intuición delicadamente afinado. Un curso de milagros dice que,
primero y por encima de todo, hemos de escuchar a nuestro hermano. Si después tenemos que hablar, Él nos
lo hará saber. Jesús envió una vez a sus discípulos al campo y les dijo que enseñaran el evangelio.
-¿Qué hemos de decir? -le preguntaron, y la respuesta de Jesús fue:
-Os lo diré cuando hayáis llegado allí.
No tratemos de prever lo que tendremos que decirle a un hermano. Lo único que debemos hacer es pedir al
Espíritu Santo que purifique nuestra percepción de la otra persona. Desde ese lugar interior, y sólo desde ese
lugar, encontraremos el poder de las palabras y el poder del silencio, que traen la paz de Dios.
16. EL COMPROMISO
«A quienes Dios ha unido como uno, el ego no los puede desunir.»
Un curso de milagros dice que debemos tener un compromiso total con todas nuestras relaciones, y que las personas implicadas jamás competirán entre sí. El compromiso en una relación significa que se dé un proceso de comprensión y perdón recíprocos, por más conversaciones que nos exija y por más incómodas que éstas puedan ser.
Cuando nos separamos físicamente de alguien, eso no significa que nuestra relación con esa persona haya
acabado. Las relaciones son eternas. La «separación» es otro capítulo de la relación. Con frecuencia, liberarse de la vieja forma de la relación se convierte en una lección de amor puro mucho más profunda que cualquiera que se pudiera haber aprendido en caso de que las dos personas hubieran seguido juntas. Al final de algunas de mis relaciones, he sentido por mi pareja un amor mucho más profundo que en ningún momento anterior.
He descubierto que en ese momento el Espíritu Santo suele quitar todos los frenos, simplemente porque necesitamos de todo nuestro amor para dejar que alguien se vaya. «Te amo tanto que puedo dejarte en libertad de estar donde quieras estar, de ir adonde quieras ir.» Este momento no es el final de una relación; es la realización última del propósito de cualquier relación: que encontremos el significado del amor puro.
A veces la lección que hay que aprender en una relación es cómo continuar y hacer que las cosas funcionen.
Otras veces, lo que hay que aprender es cómo salir de una situación que no sirve. Nadie puede determinar en nombre de otra persona qué principio es válido en qué circunstancia. En última instancia es nuestra conexión con el Espíritu Santo, la guía de nuestra propia intuición, lo único que puede conducirnos al supremo despliegue de los acontecimientos mediante la comprensión más profunda.
«Nunca abandones a una persona cuando te estás yendo», he dicho en muchas conferencias. ¿Qué significa esto? Significa que es importante honrar la naturaleza eterna de las relaciones. Cuando las relaciones cambian de forma, su contenido no tiene por qué disminuir. El ego dice: «Mira, esto se acabó. No ha funcionado. Ya no nos sentimos bien juntos. Lo pasado ya pasó. Ahora estoy con otra persona». El o la «ex» se convierte en un
ciudadano de segunda. Con frecuencia la nueva pareja se siente con el derecho de decir: «¿Por qué hablas de él (o de ella)? Somos nosotros quienes estamos juntos ahora». Pobre de la persona que no apoya el proceso de sanación entre un hombre o una mujer y su anterior pareja. En última instancia terminará descubriendo que su amante la tratará a ella exactamente tal como trató a su pareja anterior. Sentimos celos y la necesidad de
aferrarnos a lo que tenemos porque, en este ámbito como en todos los demás, el ego nos dice que la cantidad de amor que hay es limitada, que el bien de los demás nos priva del nuestro. El ego cree que los recursos son finitos, pero el amor es infinito. Siempre que se añade amor a cualquier parte del sistema, el amor aumenta en cada una de las partes. El amor no origina otra cosa que más amor. Si mi marido o mi amante ha sanado todas
sus relaciones pasadas, ello aumenta su capacidad de amarme desde una posición sana y entera. La última mujer que hubo en su vida no es mi competidora, sino mi hermana.
Hacía poco tiempo que salía con un hombre cuando vino una vez a casa a cenar. Mientras preparaba la cena, le pregunté qué había hecho durante el día, y me contó que había estado trabajando en un guión con su última pareja, que seguía colaborando con él profesionalmente. Al final habían tenido una conversación bastante engorrosa sobre su relación.
Ella continuaba sintiéndose dolida, le costaba desprenderse... la historia que todos conocemos. Le pregunté cómo la había dejado después de esa conversación, y me dijo que estaba bastante alterada. Dejé lo que estaba preparando, lo miré a los ojos y le dije:
-Ve a llamarla.
La idea de que esa mujer estuviera en algún lugar de la ciudad sumida en una angustia horrible mientras nosotros nos deleitábamos en un encuentro romántico se me hacía difícil de sobrellevar. Yo sabía lo que era eso. Habría sido una total falta de ética por mi parte no brindar el menor apoyo a sus sentimientos.
-¿No te molesta? -me preguntó.
-En absoluto. La cena puede esperar.
Nuestras necesidades no son algo aparte. Si contribuimos al dolor de otra persona, eso será un recuerdo que siempre volverá para acosarnos. Si hacemos lo que podemos por ayudarla, siempre habrá alguien que haga lo mismo por nosotros. No basta con sentarse ociosamente mientras los demás sufren, usando como excusa para esa actitud egoísta frases como «No es mi responsabilidad» o «Meterme en el asunto sería entrar en una
situación de codependencia».
primero y por encima de todo, hemos de escuchar a nuestro hermano. Si después tenemos que hablar, Él nos
lo hará saber. Jesús envió una vez a sus discípulos al campo y les dijo que enseñaran el evangelio.
-¿Qué hemos de decir? -le preguntaron, y la respuesta de Jesús fue:
-Os lo diré cuando hayáis llegado allí.
No tratemos de prever lo que tendremos que decirle a un hermano. Lo único que debemos hacer es pedir al
Espíritu Santo que purifique nuestra percepción de la otra persona. Desde ese lugar interior, y sólo desde ese
lugar, encontraremos el poder de las palabras y el poder del silencio, que traen la paz de Dios.
16. EL COMPROMISO
«A quienes Dios ha unido como uno, el ego no los puede desunir.»
Un curso de milagros dice que debemos tener un compromiso total con todas nuestras relaciones, y que las personas implicadas jamás competirán entre sí. El compromiso en una relación significa que se dé un proceso de comprensión y perdón recíprocos, por más conversaciones que nos exija y por más incómodas que éstas puedan ser.
Cuando nos separamos físicamente de alguien, eso no significa que nuestra relación con esa persona haya
acabado. Las relaciones son eternas. La «separación» es otro capítulo de la relación. Con frecuencia, liberarse de la vieja forma de la relación se convierte en una lección de amor puro mucho más profunda que cualquiera que se pudiera haber aprendido en caso de que las dos personas hubieran seguido juntas. Al final de algunas de mis relaciones, he sentido por mi pareja un amor mucho más profundo que en ningún momento anterior.
He descubierto que en ese momento el Espíritu Santo suele quitar todos los frenos, simplemente porque necesitamos de todo nuestro amor para dejar que alguien se vaya. «Te amo tanto que puedo dejarte en libertad de estar donde quieras estar, de ir adonde quieras ir.» Este momento no es el final de una relación; es la realización última del propósito de cualquier relación: que encontremos el significado del amor puro.
A veces la lección que hay que aprender en una relación es cómo continuar y hacer que las cosas funcionen.
Otras veces, lo que hay que aprender es cómo salir de una situación que no sirve. Nadie puede determinar en nombre de otra persona qué principio es válido en qué circunstancia. En última instancia es nuestra conexión con el Espíritu Santo, la guía de nuestra propia intuición, lo único que puede conducirnos al supremo despliegue de los acontecimientos mediante la comprensión más profunda.
«Nunca abandones a una persona cuando te estás yendo», he dicho en muchas conferencias. ¿Qué significa esto? Significa que es importante honrar la naturaleza eterna de las relaciones. Cuando las relaciones cambian de forma, su contenido no tiene por qué disminuir. El ego dice: «Mira, esto se acabó. No ha funcionado. Ya no nos sentimos bien juntos. Lo pasado ya pasó. Ahora estoy con otra persona». El o la «ex» se convierte en un
ciudadano de segunda. Con frecuencia la nueva pareja se siente con el derecho de decir: «¿Por qué hablas de él (o de ella)? Somos nosotros quienes estamos juntos ahora». Pobre de la persona que no apoya el proceso de sanación entre un hombre o una mujer y su anterior pareja. En última instancia terminará descubriendo que su amante la tratará a ella exactamente tal como trató a su pareja anterior. Sentimos celos y la necesidad de
aferrarnos a lo que tenemos porque, en este ámbito como en todos los demás, el ego nos dice que la cantidad de amor que hay es limitada, que el bien de los demás nos priva del nuestro. El ego cree que los recursos son finitos, pero el amor es infinito. Siempre que se añade amor a cualquier parte del sistema, el amor aumenta en cada una de las partes. El amor no origina otra cosa que más amor. Si mi marido o mi amante ha sanado todas
sus relaciones pasadas, ello aumenta su capacidad de amarme desde una posición sana y entera. La última mujer que hubo en su vida no es mi competidora, sino mi hermana.
Hacía poco tiempo que salía con un hombre cuando vino una vez a casa a cenar. Mientras preparaba la cena, le pregunté qué había hecho durante el día, y me contó que había estado trabajando en un guión con su última pareja, que seguía colaborando con él profesionalmente. Al final habían tenido una conversación bastante engorrosa sobre su relación.
Ella continuaba sintiéndose dolida, le costaba desprenderse... la historia que todos conocemos. Le pregunté cómo la había dejado después de esa conversación, y me dijo que estaba bastante alterada. Dejé lo que estaba preparando, lo miré a los ojos y le dije:
-Ve a llamarla.
La idea de que esa mujer estuviera en algún lugar de la ciudad sumida en una angustia horrible mientras nosotros nos deleitábamos en un encuentro romántico se me hacía difícil de sobrellevar. Yo sabía lo que era eso. Habría sido una total falta de ética por mi parte no brindar el menor apoyo a sus sentimientos.
-¿No te molesta? -me preguntó.
-En absoluto. La cena puede esperar.
Nuestras necesidades no son algo aparte. Si contribuimos al dolor de otra persona, eso será un recuerdo que siempre volverá para acosarnos. Si hacemos lo que podemos por ayudarla, siempre habrá alguien que haga lo mismo por nosotros. No basta con sentarse ociosamente mientras los demás sufren, usando como excusa para esa actitud egoísta frases como «No es mi responsabilidad» o «Meterme en el asunto sería entrar en una
situación de codependencia».
-No tuve la intención de herirte -me dijo una vez una mujer, después de una situación en la que yo me había sentido traicionada.
-Pero tampoco intentaste amarme -le respondí.
El amor no es neutral. Requiere una toma de posición. Es asumir el compromiso de tratar de conseguir la paz para todos los que intervienen en una situación.
-Pero tampoco intentaste amarme -le respondí.
El amor no es neutral. Requiere una toma de posición. Es asumir el compromiso de tratar de conseguir la paz para todos los que intervienen en una situación.