HA NACIDO UN PARVULITO
Capitulo VI (Segundo Escrito)
Y Moisés, movido de piedad de sus mártires que a millares se habían
sacrificado..., movido a piedad de esta heredad humana que el Padre le
confiara, deja su cielo radiante...
El Séptimo cielo de los Amadores, y
baja por última vez a la Tierra para salvar la humanidad que caminaba
al caos y a la destrucción. ¿Le escuchará la humanidad? ¿Le reconocerá
la humanidad?
¿Vestirá la túnica de penitencia y caerá de rodillas ante él, reconociendo
su pecado?
¿Irá Yhasua a Roma pagana e idólatra, para llevarla a la adoración
del Dios verdadero?
¿Y desatará allí Yhasua todos sus estupendos poderes, y realizará maravillas
suprahumanas como Moisés en Egipto, para que el César al igual
que el Faraón diga a Yhasua:
“Veo que Dios está contigo; haz como sea tu
voluntad?
” Y, ¿será entonces Yhasua el Instructor de toda la humanidad
que le seguirá dócilmente como una majada de corderillos?
En esta santa conversación estaban los cuatro sacerdotes esenios a la
débil luz de un candil, cuando la diestra de Nehemías empezó a temblar
sobre la mesa.
Tomó rápidamente el palillo de escribir y sobre un pedazo de su
manto de lino escribió: “Huid por la rampa que sale hacia las tumbas de
los Reyes, porque dos levitas espías escucharon vuestra conversación y
estáis amenazados de muerte antes del amanecer. Huid, Eliseo”.
El candil se apagó súbitamente, y los cuatro esenios se hundieron
por un negro hueco que se abría en el fondo de una inmensa alacena,
depósito de incensarios, de vasos y fuentes usados para el culto, y del
cual sólo ellos poseían el secreto.
A no haber estado familiarizados con
aquel tenebroso corredor, se habrían vuelto locos para encontrar la salida
entre tinieblas, pues no tuvieron tiempo de buscar cerillas ni antorchas ni
cirios. Ya otras veces habían burlado espionajes y delaciones del mismo
estilo, mediante esta salida subterránea del Templo de Jerusalén, y que
era obra de un profeta esenio de nombre Esdras, el cual estando entre
el pueblo hebreo cautivo en Babilonia se ganó la confianza y el amor del
Rey de Persia y de Asiria, Artajerjes, que le autorizó para reconstruir
la ciudad Santa y el templo, destruidos por la invasión ordenada por
Nabucodonosor, cuando arrasó a sangre y fuego la ciudad de David y el
Templo de marfil y de oro construido por Salomón.
Y al hacer Esdras el Profeta, la reconstrucción, le hizo hacer con
obreros esenios esa salida secreta, porque como buen discípulo de
Moisés soñaba con devolver a Israel la doctrina de su gran Legislador,
y que los Maestros esenios que habitaban las cavernas de los montes, tomaran nuevamente la dirección espiritual de las almas, formando
el alto sacerdocio del Templo. Precavido y temeroso, Esdras, de que
volverían también los enemigos encubiertos de la doctrina Mosaica,
hizo abrir este corredor secreto en dirección al oriente y que iba a salir
a la Tumba de Absalón, antiguo monumento labrado esmeradamente
en la roca viva de las primeras colinas del Monte de los Olivos, de que
formaba parte el Huerto de Gethsemaní.
Por allí entraban y salían los terapeutas peregrinos para llevar mensajes
de los Maestros del Monte Moab a los sacerdotes esenios, que por
razón de su ascendencia no podían eludir el servicio del templo cuando
les tocaba el turno.
Entre las facultades psíquicas de Esdras el Profeta, se destacaba la
premonición, llegando a veces a leer como en un libro abierto un futuro
lejano. Y acaso vio en sus profundas y solitarias meditaciones, la persecución
y muerte de que serían objeto sus Hermanos esenios, después
que fueron ellos los más abnegados e incansables obreros de la reconstrucción
de Jerusalén y de su templo devastado.
Y la magia divina de los cielos nos deja ver a Esdras el Profeta en la soledad
de la noche, bajo un pórtico semiderruido del Templo, examinando
a la luz de un candil un croquis de la ciudad Santa y sus alrededores, para
encontrar la orientación y salida más conveniente al corredor de salvamento,
que después tomó su nombre: Sendero de Esdras.
Estudiados los
pro y los contra, el vidente esenio comprendió que mayores facilidades y
ventajas ofrecía el camino hacia el oriente con salida al Monumento de
Absalón, que abandonado y semiderruido no interesaba ya a nadie, pues
era sólo un osario repugnante donde sólo los lagartos y los búhos habitaban.
Además, ofrecía la ventaja inmensa de la proximidad al Monte de
los Olivos, en cuyas grandes mesetas de roca había buenas cavernas y que
esas tierras hasta Betania eran heredades de familias esenias que desde
muchas generaciones iban pasando de padres a hijos.
En las cavernas
de aquellos montes se habían salvado de la invasión asiria, numerosas
familias esenias, que continuaron viviendo allí, mientras la mayoría del
pueblo joven y fuerte vivía esclavizado en Asiria.
En las montañas del norte de la ciudad Santa estaba la llamada gruta
de Jeremías, muy conocida de los esenios por haber sido el refugio y
recinto de oración de uno de sus grandes profetas, el inimitable cantor
de los Trenos.
Pero quedaba muy distante, lo cual hacía doblemente
grande el esfuerzo a realizar.
Se hallaba también al sur, la tumba de David para salida, pero a más
de la larga distancia, era lugar demasiado frecuentado, por hallarse hacia
allí un acueducto a las piscinas de Siloé, y la carretera hacia Betlehem.
Y al mismo tiempo que a la luz del sol, el Profeta esenio con miles
de obreros hacía reconstruir la ciudad y el Templo, un centenar de picapedreros
esenios abría y fortificaba el estrecho corredor subterráneo,
por donde los discípulos de Moisés podrían continuar iluminando las
conciencias, alimentando la fe del pueblo hebreo fiel a su gran Instructor,
y a la vez estar en contacto con los Ancianos de Moab.
Este sendero de Esdras, fue el que siguieron los cuatro esenios sacerdotes
de Jerusalén, en la noche del mismo día en que fue impuesto
al niño de Myriam el nombre de Yhasua.
Diríase que las inteligencias
del mal desataban sus fuerzas destructoras para comenzar de nuevo el
aniquilamiento de las legiones mosaicas, el mismo día que salía Yhasua
ante el mundo, anotándose en los libros de la Sinagoga el nombre con
que vendría para siempre..., a ellos, que habían sepultado bajo espantosos
errores la ley suya, escrita sobre tablas de piedra por el dedo de
fuego de Moisés...
Llegaron al viejo monumento funerario, donde entre losas amontonadas,
ocultaban pieles y mantas, y pequeños sacos de frutas secas, y
redomas con miel. Encendieron lumbre y se tendieron extenuados sobre
lechos de heno y pieles de oveja.
Tres horas después resplandecían los tintes del amanecer.
Cuando el sol se levantaba en el horizonte, se encaminaron hacia
Betania con indumentaria de viajeros, y así entraron por diferentes caminos
a la ciudad, donde Nehemías y Eleazar pasaron de inmediato al
templo para tomar turno en el Servicio Divino, mientras Simón y Esdras
quedaban en sus casas particulares.
La estratagema de la huída por el camino subterráneo, les sirvió
para desvirtuar la delación al Sanhedrín que era en mayoría favorable
al Sumo Sacerdote, hombre duro y egoísta, que lucraba con su elevada
posición y luchaba por exterminar de raíz lo que él y sus secuaces
llamaban sentimiento o sensiblerías de una generación menguada, de
sacerdotes indignos de la fortaleza divina de Jehová; y estos deprimentes
calificativos, iban aplicados a los de filiación esenia.
Y en los recintos del
Templo cualquier observador sagaz, hubiera notado bien definidas las
dos tendencias que el Sumo Sacerdote había calificado de “Sacerdotes
de bronce y Sacerdotes de cera”.
Los de cera eran los esenios, que desgraciadamente formaban la
minoría; pero una minoría que a veces adquiría tal prestigio y superioridad
en medio del pueblo fiel, que los de bronce vivían mortificados,
despechados, lo cual desataba de tanto en tanto fuertes borrascas que
cuidaban mucho de que no salieran al exterior.
Las clases pudientes de la sociedad estaban con los sacerdotes de
bronce y las clases humildes con los de cera.
Ya comprenderá el lector que los primeros buscaban en el servicio del Templo su engrandecimiento
personal y el aumento de sus riquezas, y desde luego estaban fuertemente
unidos a las clases pudientes poseedoras de grandes extensiones de tierra
pobladas de ganados.
Y en la ley relativa a los sacrificios sangrientos,
iba en aumento siempre el número de víctimas a sacrificar, pues en ello
estaban particularmente interesados los dueños, que vendían a un altísimo
precio los agentes intermediarios, puestos por los sacerdotes en
los atrios del templo, como hacen en un mercado público los vendedores
de mercancías, y los sacerdotes mismos que tenían doble ganancia: la
ofrecida por los intermediarios, y las que producía la venta de carne de
las víctimas que la Ley de Moisés, según ellos, destinaba para consumo
de la clase sacerdotal.
Imposible que los sacerdotes y levitas consumieran aquella enormidad
de animales que se degollaban cada día sobre el altar de los holocaustos,
los cuales sumaban varios centenares sobre todo en las solemnidades
de Pascua y en las fiestas aniversarios de la salida de Egipto, y de los
retornos de los cautiverios que por tres veces había sufrido el pueblo de
Israel. Dichas carnes destinadas al consumo de Sacerdotes y Levitas, eran
conducidas desde el Templo a sus casas particulares, las cuáles tenían
siempre una puertecita muy disimulada en el más invisible rincón del
huerto, destinada a sacar por allí en sacos de cuero, aquellas carnes vendidas
a terceros negociantes, cual si fueran sacos de frutas o de olivas.
En cambio los Sacerdotes que estaban en el bando calificado de Doctores
de cera, impedían esos pingües negocios de carne muerta, porque
a los fieles que les hacían consultas en los casos de ofrecimientos de
holocaustos, siempre les contestaban de igual manera:
“Traed un pan de flor de harina, rociado con aceite de olivas y espolvoreado
con incienso y mirra, o una rama de almendro en flor, o una
gavilla de trigo, o una cestilla de frutas, porque place a Jehová que el
humo perfumado de estas primicias de vuestras siembras, suba hasta él
juntamente con vuestros pensamientos y deseos de vivir consagrados a
su divino servicio, cumpliendo con los Diez Mandamientos de su Ley”.
Debido a esto, los sacerdotes que eran esenios por sus convicciones,
estaban en turno de uno o dos cada día, porque de lo contrario arruinaban
el negocio de las bestias, lo cual era una grave amenaza para las
arcas sacerdotales y para sus agentes intermediarios.
En la época que diseñamos, en todo aquel numeroso cuerpo sacerdotal
y levítico, sólo había catorce sacerdotes que eran esenios, o sea el
número siete doble, y veintiún Levitas, el siete triplicado, que era una
insignificancia, comparado con los centenares que formaban los Sacerdotes
y Levitas del bando de los Doctores de bronce.
Estas aclaraciones minuciosas y pesadas si se quiere, tienen por objeto
que el lector sea dueño en absoluto, del escenario ideológico en que actuará Yhasua dentro de breve tiempo, o sea el que tardemos en relatar
sus primeros acercamientos al Templo de Jerusalén.
A los cuarenta días de su nacimiento, estaba de turno en el servicio
divino, el esenio Simeón de Betel y los Levitas:
Ozni, Haper, Jezer y Nomuhel,
para auxiliarle en su ministerio. Había asimismo otros sacerdotes
y Levitas auxiliares en el turno de ese día, más escuchemos lo que había
pasado en la casita de Elcana el tejedor, tres días antes.
Era la medianoche y todos dormían.
Sólo Myriam velaba, pues el
gemido de su niño la había despertado, y luego de amamantarle continuaba
meciéndole entre sus brazos, mientras le susurraba a media voz
una suave canción de cuna:
¡Duerme que velan tu sueño
Los ángeles de Jehová!...
Los angelitos que bordan
De luces la inmensidad.
¡Duerme que velan tu sueño
Los ángeles de Jehová!...
¡Y derraman en tu cuna
Sus rosas blancas de paz!
Duerme hasta que encienda el día
Sus antorchas de rubí.
Y se vayan las estrellas
Por los mares de turquí.
Manojillo de azucenas
En el huerto de mi amor
Duerme mi niño querido
Hasta que despierte el sol.
El Cristo-niño se quedó dormido profundamente.
Myriam vio que una
tibia nubecilla rosada lo envolvía como un pañal de gasas que ondulaban
en torno a su delicado cuerpecito.
Y de pronto una vaporosa imagen de
sin igual belleza apareció de pie junto al lecho.
Era un rubio adolescente
con ojos de topacio que arrojaban suavísima luz.
—
¡Myriam!... –le dijo con una voz que parecía un susurro–.
¿Me
amas? ¿Quién eres tú que me haces esa pregunta?
El mismo que duerme sobre tus rodillas.
¿Qué misterio es éste, Jehová bendito?
No es misterio, Myriam, sino la verdad. ¿Temes a la verdad? No, pero mi hijo es un niñito de un mes y tú eres un jovenzuelo...
Y no comprendo lo que mis ojos ven. Myriam, la Bondad Divina te llevó al sacerdocio de la maternidad
que te exigirá dolorosos sacrificios.
De aquí a tres días te obliga la
ley, a presentarte al templo para la purificación y para consagrarle
a Jehová.
“Ni la maternidad te ha manchado, ni yo necesito consagración de
hombres, pues que antes de nacer de ti, ya estaba consagrado a la Divinidad.
Mas, como es un rito que no ofende al Dios-Amor, irás como
todas las madres, y tu holocausto será una pareja de tórtolas de las
que venden en el atrio destinadas al sacrificio.
Iréis a la segunda hora
en que encontraréis en el altar de los perfumes, al sacerdote Simeón
de Betel con cuatro Levitas.
“Le dirás sencillamente estas palabras: “Mi niño es Yhasua, hijo de
Yhosep y de Myriam”.
“Él sabe lo que debe hacer”.
Y la suave y dulce visión se inclinó sobre Myriam, cuya frente apenas
rozó con sus labios sutiles; se dobló como una vara de lirios en flor
sobre el cuerpecito dormido, y se esfumó suavemente en las sombras
silenciosas y tibias de la alcoba.
Todos dormían, y sólo Myriam velaba en la meditación del enigma
que encerraba su hijo.
Recordaba lo que las madres de los antiguos profetas habían visto
y sentido, antes y después del nacimiento de sus hijos, según decía la
tradición. Recordaba lo que le había dicho su parienta Ana Elhisabet,
madre de Yohanán, nacido pocos meses antes de Yhasua:
“Mi pecho salta de gozo por lo que en tu seno llevas”.
“¿Qué sabes tú, mujer?
“Salen de tu seno rayos de luz que envuelven toda la Tierra. Traes el
fuego y no te quemas. Traes el agua y no te ahogas. Traes la fortaleza y llegas
a mí, cansada. ¡Oh, Myriam! ¡Bendita tú, en el que viene contigo!
”
Y encendiendo el candil, alumbró Myriam el rostro de su niño dormido.
Estaba como siempre, pero esta vez sonreía.
Y ella oprimiéndose con ambas manos el corazón porque palpitaba
demasiado fuerte, murmuraba: “¡Cálmate, corazón, que tu tesoro no te será arrancado sin arrancarte
la vida!
“Duerme también, corazón, como duerme tu niño, que si es elegido
de Jehová, él mismo será tu guardador.
“Duerme corazón en la quietud de los justos, porque lo que Dios une,
los hombres no lo separan”.
Y Myriam acostóse en el lecho, y con el niño en brazos durmió hasta
el amanecer.
Continua.....