De este modo terminó nuestro período de aprendizaje.
Pasaron largas semanas en las que nos sentimos señalados por el ser singular aparecido en un mundo también muy singular.
« ¿Quién nos va a hacer creer semejantes pamplinas?» El eco de la reacción de algunos llega ya a nuestros oídos.
¿Somos pues tan frágiles que un testimonio tal nos moleste hasta el punto de hacer que lo rechacemos sin examinarlo seriamente? ¿Nos da miedo encontrarnos, de repente, en las arenas movedizas de la duda?
«Cuando un humano expira, ¿dónde está?», nos hemos preguntado con frecuencia igual que el Job de la Biblia. La narración de nuestros primeros pasos por el universo astral sólo aborda el problema dando lugar quizás a más preguntas que respuestas. ¿Qué ocurre con las enseñanzas religiosas? En el Más Allá, ¿no tiene límite la existencia?
Antes de tratar de contestar estas preguntas volvamos a los elementos que se nos ofrecieron en nuestras primeras salidas astrales.
El cuerpo humano tiene un doble que, en su estado habitual está exactamente superpuesto a él. Este doble está formado de una materia muy poco densa, extraordinariamente fluida, muy cercana, desde el punto de vista puramente físico, a una energía de naturaleza eléctrica, luminosa. Esta energía, o este cuerpo llamado
astral, es muy importante para la conservación de la existencia material de todos los seres.
La voluntad, la memoria y todas las facultades conscientes tienen en él su sede. Si por una u otra razón las partículas que forman su estructura están llamadas a vibrar con una frecuencia más rápida, toda esta forma de Luz entra en un mundo que corresponde a su naturaleza físicamente impalpable. Este mundo, tan real como nuestro universo cotidiano, no es sino el que cada uno de nosotros acaba por encontrar tras el paso hacia la muerte. Es sencillamente el doble astral de la Tierra. Tal y como había dicho el ser del rostro azul pasaron tres meses sin que pudiéramos adquirir conocimientos complementarios en este terreno.
Tres meses de reflexiones y preguntas ineludibles.