Puedes decir que el alma es inmortal, puedes decir que nada muere, que la vida es eterna. Pero ha muerto alguien a quien tú querías, que significaba algo para ti, que era alguien cercano, alguien íntimo, y ahora te das golpes de pecho, gritas y lloras. No puedes darte ese mismo consejo a ti mismo, que la vida es inmortal y que nadie muere.
Ahora te parece absurdo.
De modo que recuerda que al dar consejos a los demás puedes parecer un idiota.
Cuando le dices a alguien cuyo ser querido ha muerto que la vida es inmortal, pensará que eres imbécil. Le estás diciendo tonterías. Él sabe cómo se siente uno cuando se pierde a un ser querido. Ninguna filosofía lo consolará. Y sabe por qué dices eso: porque
no es tu problema. Puedes permitirte ser sensato; él no.
Con la meditación trasciendes tu ser normal. Surge un nuevo punto desde el que puedes observar las cosas de un modo distinto. Se crea el distanciamiento, los problemas siguen ahí, pero ahora están muy lejos, como si le ocurrieran a otra persona.
Ahora puedes darte buenos consejos a ti mismo, pero no hay necesidad de hacerlo. El propio distanciamiento te hará prudente.
De modo que la técnica de la meditación consiste en crear un distanciamiento entre los problemas y tú.