viernes, 28 de agosto de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


Capitulo VI- RENUNCIAR A JUZGAR (Escrito II)

«Juzgar no es un atributo de Dios.»
Un curso de milagros nos dice que cada vez que pensamos en atacar a alguien es como si estuviéramos sosteniendo una espada sobre la cabeza de esa persona. La espada, sin embargo, no cae sobre ella, sino sobre nosotros. Como todo pensamiento que tenemos se refiere a nosotros mismos, condenar a otra persona
es autocondenarnos.
¿Cómo nos liberamos de la tendencia a juzgar? En gran parte, mediante una nueva interpretación de lo que juzgamos. 
Un curso de milagros describe la diferencia entre un pecado y un error. 
"Un pecado implicaría que hemos hecho algo tan malo que Dios está enojado con nosotros." Pero como no podemos hacer nada que cambie nuestra naturaleza esencial, Dios no tiene por qué estar enojado. Sólo el amor es real.
Nada más existe. "El Hijo de Dios no puede pecar. Podemos cometer errores", sin duda, y es evidente que los cometemos.
Pero la actitud de Dios hacia el error es un deseo de sanarnos. Como somos coléricos y punitivos, nos hemos inventado la idea de un Dios colérico y punitivo. Sin embargo, nosotros hemos sido creados a imagen de Dios, y no al revés. En cuanto extensiones Suyas, también nosotros somos el espíritu de la compasión, y en nuestro sano juicio no intentamos juzgar, sino sanar. 
Y lo hacemos mediante el perdón.
Cuando alguien se comporta sin amor -cuando alguien nos grita, o nos miente, o nos roba- es que ha perdido el contacto con su propia esencia. Ha olvidado quién es. Pero todo lo que alguien hace, dice el Curso, es o bien «amor o una petición de amor». Si alguien nos trata con amor, no hay duda de que el amor es la respuesta apropiada.
Si nos trata con miedo, hemos de ver su comportamiento como una petición de amor.
El sistema penitenciario estadounidense ejemplifica la diferencia filosófica y práctica entre percibir el pecado o percibir el error. Consideramos culpables a los criminales e intentamos castigarlos. Pero todo lo que les hacemos a los demás, nos lo hacemos a nosotros mismos. Las estadísticas son la dolorosa prueba de que nuestras prisiones son escuelas del crimen; una enorme cantidad de crímenes los cometen personas que ya
han pasado por la cárcel. Al castigar a otros, terminamos autocastigándonos. 
Significa esto que hemos de perdonar a un violador, decirle que entendemos que tuvo un mal día y mandarlo a su casa? Por supuesto que no. Lo que tenemos que hacer es pedir un milagro. Un milagro; en este caso, sería pasar de percibir las prisiones como lugares de castigo a percibirlas como lugares de rehabilitación. Cuando de manera consciente cambiemos su finalidad, pasando del miedo al amor, liberaremos infinitas posibilidades de sanación.
El perdón es el arte marcial de la conciencia. En aikido y otras artes marciales, esquivamos la fuerza de nuestro atacante en vez de resistirnos a ella. Entonces, la energía del ataque se vuelve, como un bumerang, en la dirección del propio atacante. Nuestro poder reside en no reaccionar. El perdón funciona de la misma
manera. Cuando devolvemos el ataque, y la defensa es una forma de ataque, iniciamos una guerra que nadie puede ganar. 
Como el desamor no es real, ni en nosotros mismos ni en los demás, estamos supeditados a él.
El problema, evidentemente, es que creemos que sí. Al buscar un milagro no participamos en las batallas de la vida, sino que más bien pedimos que se nos eleve por encima de ellas. El Espíritu Santo nos recuerda que la batalla no es real.
«La venganza es mía, dice el Señor» significa: «Abandona la idea de venganza». 
Dios compensa todo agravio, pero no mediante el ataque, el juicio o el castigo. Contrariamente a lo que sentimos cuando estamos
perdidos en las emociones que nos tientan a juzgar, no hay ninguna cólera justa. De niña, solía pelearme con mi hermano o mi hermana, y cuando mi madre volvía a casa, se enfadaba con nosotros porque discutíamos.
Siempre había alguno que decía:

-Ellos empezaron.
Pero en realidad no importa quién «empezó». 
Tanto si eres el primero en golpear como si devuelves el golpe,
eres un instrumento del ataque y no del amor.
Hace varios años asistí a un cóctel donde me dejé llevar a una acalorada discusión sobre la política exterior norteamericana. Más tarde, esa noche, tuve una especie de fantasía onírica. Se me aparecía un caballero que me decía:
-Discúlpeme, señorita Williamson, pero pensamos que debemos decírselo: En la lista cósmica usted figura como un halcón, no como una paloma.
Yo me enfurecía y respondía indignada: -Imposible.
Estoy totalmente en favor de la paz. Si alguien es una paloma, soy yo.
-Me temo que no -era su respuesta-. He estado revisando nuestros gráficos y aquí dice muy claramente:
Marianne Williamson, belicista. Usted está en guerra con Ronald Reagan, Caspar Weinberger, la CIA... en definitiva, con todo el sistema de defensa norteamericano. Lo siento, pero usted es indudablemente un halcón.
Por supuesto, comprendí que estaba en lo cierto. Yo tenía en la cabeza tantos misiles como Ronald Reagan.
Pensaba que estaba mal que él juzgara a los comunistas, pero que estaba bien que yo lo juzgara a él. ¿Por qué? ¡Porque yo tenía razón, naturalmente!
Me pasé años siendo una izquierdista irascible hasta que me di cuenta de que una generación irascible no puede alcanzar la paz. Todo lo que hacemos está penetrado por la energía con que lo hacemos. Como decía Gandhi, «Debemos ser el cambio». Lo que el ego no quiere que veamos es que los cañones de los que
necesitamos deshacernos primero son los que llevamos en la cabeza.



4. LA OPCIÓN DE AMAR

«El ego es la elección en favor de la culpabilidad; el Espíritu Santo, la elección en favor de la inocencia.»
El ego insiste siempre en lo que alguien ha hecho mal. 
El Espíritu Santo insiste siempre en lo que ha hecho bien.
El Curso equipara el ego a un perro carroñero que va en busca de cada partícula que pueda probar la culpabilidad de nuestro hermano para ponerla a los pies de su amo. De modo similar, el Espíritu Santo envía a sus propios mensajeros en busca de pruebas de la inocencia de nuestro hermano. 
Lo importante es que decidimos lo que queremos ver antes de verlo. Recibimos lo que pedimos. «La proyección da lugar a la percepción.» 
En la vida podemos encontrar -y de hecho encontraremos- cualquier cosa que andemos buscando. El Curso afirma que pensamos que entenderemos lo suficiente a una persona para saber si es o no digna de nuestro amor, pero que, a menos que la amemos, jamás podremos entenderla. El sendero espiritual
implica asumir conscientemente la responsabilidad de lo que optamos por percibir, es decir, la culpa o la inocencia de nuestro hermano. Vemos la inocencia de un hermano cuando eso es lo único que «queremos» ver. 
La gente no es perfecta, es decir, todavía no expresa exteriormente su perfección interna. 
El hecho de que elijamos concentrarnos en la culpa de su personalidad o en la inocencia de su alma es cosa nuestra.
Lo que nos parece culpa en la gente es su miedo.
Toda negatividad se deriva del miedo. 
Cuando alguien está enojado, tiene miedo. Cuando alguien es grosero, tiene miedo. Cuando alguien es manipulador, tiene miedo.
Cuando alguien es cruel, tiene miedo. No hay miedo que el amor no disuelva. No hay negatividad que el perdón no transforme.
La oscuridad es simplemente la ausencia de luz, y el miedo no es más que la ausencia de amor. 
No podemos liberarnos de la oscuridad golpeándola con un palo, porque no hay nada que golpear. 
Si queremos liberarnos de ella, tenemos que encender una luz.
De la misma manera, si queremos liberarnos del miedo, no lo conseguiremos con él; debemos reemplazarlo por el amor.
La opción de amar no siempre es fácil. 
El ego opone una resistencia atroz a abandonar las respuestas
cargadas de miedo. Aquí es donde interviene el Espíritu Santo. No es tarea nuestra cambiar nuestras percepciones, sino recordar pedirle a Él que nos las cambie.
Digamos que tu marido te ha dejado por otra mujer. 
Tú no puedes cambiar a los demás, y tampoco puedes pedirle a Dios que los cambie. Sin embargo, sí puedes pedirle que te haga ver esta situación de otra manera.
Puedes pedirle paz. Puedes pedir al Espíritu Santo que cambie tus percepciones. El milagro es que en la medida en que dejas de juzgar a tu marido y a la otra mujer, tu dolor visceral empieza a calmarse.
En esa situación, el ego puede decirte que no tendrás paz hasta que tu marido no vuelva. Pero la paz no está determinada por circunstancias ajenas a nosotros. 
La paz es el resultado del perdón. El dolor no proviene del
amor que los demás nos niegan, sino más bien del amor que nosotros les negamos. En un caso como éste, sentimos que lo que nos hiere es lo que alguien nos hizo. Pero lo que en realidad ha ocurrido es que la cerrazón de un corazón ajeno nos llevó a la tentación de cerrar el nuestro, y lo que nos duele es nuestra propia negación del amor. Por eso el milagro es un cambio en nuestro propio pensamiento: la disposición a mantener
abierto nuestro corazón, independientemente de lo que suceda fuera de nosotros.
En cualquier situación siempre puede darse un milagro, porque nadie puede decidir por nosotros cómo interpretar nuestra propia experiencia. «No hay más que dos emociones: el amor y el miedo.» 
Podemos interpretar el miedo como una petición de amor. Los obradores de milagros, dice el Curso, son generosos por
su propio interés.

Damos una oportunidad a alguien para poder estar en paz nosotros mismos.
El ego dice que podemos proyectar nuestra rabia sobre otra persona y no sentirla nosotros mismos, pero como hay continuidad entre todas las mentes, seguimos sintiendo cualquier cosa que proyectemos en los demás.
Enfurecernos con alguien puede hacer que nos sintamos mejor durante un tiempo, pero en última instancia el miedo y la culpa revierten sobre nosotros. Si juzgamos a otra persona, ella a su vez nos juzgará... y aunque no lo haga, ¡nosotros sentiremos que lo hace!
Vivir en este mundo nos ha enseñado a responder instintivamente desde un espacio antinatural, saltando siempre a la rabia, la paranoia, la actitud defensiva o cualquier otra forma del miedo. El pensamiento antinatural es natural para nosotros, y los sentimientos antinaturales nos parecen naturales.
No es el propósito de Un curso de milagros que pintemos de rosa nuestro enojo y pretendamos que no existe.
Lo que es psicológicamente erróneo es espiritualmente erróneo. Negar o suprimir las emociones es un error. 
Cuando se siente hervir por dentro, uno no dice: «Es que no estoy enojado, de veras que no. Estoy en la página 140 de Un curso de milagros y ya no me enfado más». El Espíritu Santo nos dice: «No intentéis purificaros antes de acudir a mí, porque yo soy el purificador». Una vez me encaminaba a dar una conferencia
sobre el Curso y pensé en una mujer que conocía y con quien estaba enfadada. Inmediatamente traté de ocultar aquel pensamiento porque no era lo suficientemente santo para mí estar pensando eso en aquel momento. Entonces me pareció como si dentro de la cabeza una voz me dijera: «Oye, que soy tu amigo,
¿recuerdas?». El Espíritu Santo no me estaba juzgando por mi enojo. Estaba allí para ayudarme a superarlo.
No debemos olvidar para qué está el Espíritu Santo. 
Sin negar que estamos alterados, al mismo tiempo reconozcamos el hecho de que todos nuestros sentimientos se generan en nuestro pensamiento sin amor, y estemos dispuestos a sanar esa falta de amor. El crecimiento nunca tiene que ver con concentrarnos en las lecciones de otra persona, sino en las nuestras. No somos víctimas del mundo exterior. 
Por más difícil que sea creerlo a veces, siempre somos responsables de nuestra manera de ver las cosas. No habría ningún salvador si no hubiera necesidad de uno. Es cierto que en este mundo suceden cosas crueles y horribles que hacen casi
imposible amar, pero el Espíritu Santo está dentro de nosotros para hacer lo imposible. Él hace por nosotros lo que solos no podemos hacer. Nos presta Su fuerza, y cuando Su mente se une con la nuestra, el pensamiento del ego desaparece.
Pero para que esto suceda debemos tener conciencia de los sentimientos del ego. 
«Él no puede eliminar con Su luz lo que tú mantienes oculto, pues tú no se lo has ofrecido y Él no puede quitártelo.» Si el Espíritu Santo cambiara nuestras pautas mentales sin que se lo pidiéramos, eso sería violar nuestro libre albedrío. Pero si le
pedimos que las cambie, lo hará. Lo que se nos pide es que cuando estemos enojados o alterados por la razón que fuere, digamos: «Estoy enojado, pero dispuesto a no estarlo.
Estoy dispuesto a ver esta situación de otra manera». 
Pidamos al Espíritu Santo que intervenga en la situación y nos la muestre desde un punto de vista diferente.
Una vez estaba haciéndome aplicar uñas de porcelana y la amiga de mi manicura entró en la habitación. Yo no podía tolerar su carácter. Desde el momento en que esa mujer abría la boca, sentía como si alguien estuviera rascando una pizarra con las uñas. Como no tenía las manos libres, no podía irme de la habitación, y como la manicura acudía a mis conferencias, me sentí avergonzada de mi propia reacción.
Me puse a rezar, pidiendo a Dios que me ayudara, y Su respuesta fue espectacular. Pasados unos momentos, aquella «repugnante» mujer empezó a hablar de su niñez, especialmente de su relación con su padre.
 Cuando comenzó a hablar de su educación, se me hizo perfectamente claro que había crecido con poca autoestima y
una desmesurada necesidad de cultivar una personalidad pomposa que, a su entender, denotaba fuerza.
Sus defensas, por supuesto, no le funcionaban: al provenir del miedo, sólo conseguían alejar a la gente. 
De pronto, el mismo comportamiento que cinco minutos antes me irritaba tanto, me inspiró una profunda compasión.
El Espíritu Santo me había conducido a la información que me iba a ablandar el corazón, y ahora yo veía a esa mujer de otra manera. Ese era el milagro: su comportamiento no había cambiado, pero yo sí.

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


LAS RELACIONES (Capitulo 6)

«El templo del Espíritu Santo no es un cuerpo, sino una relación.»


1. EL ENCUENTRO SAGRADO
«Cuando te encuentres con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal como lo consideres a él, así te considerarás a ti mismo. Tal como lo trates, así te tratarás a ti mismo. Tal como pienses de él, así pensarás de ti mismo.
Nunca te olvides de esto, pues en tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo.»
Antes de leer Un curso de milagros, estudié muchos otros escritos espirituales y filosóficos. Los sentí como si me guiaran a lo largo de un enorme tramo de escaleras hasta una catedral gigantesca levantada dentro de mí, pero una vez que llegaba a lo alto de las escaleras, la puerta de la iglesia estaba cerrada con llave.
El Curso me dio la llave que abría la puerta. La llave, muy simplemente, son las otras personas.
El Cielo, de acuerdo con el Curso, no es ni una condición ni un lugar, sino más bien «la conciencia de la perfecta unicidad». Puesto que el Padre y el Hijo son uno, amar a uno de ellos es amar al otro. El amor de Dios no está fuera de nosotros. 
La letra de una canción de la obra teatral Los miserables dice: «Amar a otra persona es ver la faz de Dios». La «faz de Cristo» es la inocencia y el amor que se ocultan tras las máscaras que todos
usamos, y ver ese rostro, tocarlo y amarlo en nosotros mismos y en los demás, es la experiencia de Dios. Es lo divino de nuestra condición humana. Es la elevación espiritual que todos buscamos.
En toda relación, en todo momento, enseñamos primordialmente una de estas dos cosas: a amar o a temer.
«Enseñar es demostrar.» Cuando demostramos amor hacia los otros, aprendemos que somos queribles y aprendemos a amar con mayor profundidad. Cuando demostramos temor o negatividad, aprendemos a autocondenarnos y a tener más miedo de la vida. Siempre aprenderemos lo que hemos decidido enseñar.
 «Las ideas no abandonan su fuente», y por eso siempre formamos parte de Dios y nuestras ideas siempre forman parte de nosotros. Si opto por bendecir a otra persona, terminaré sintiéndome siempre más bienaventurada.
Si proyecto culpa sobre otra persona, terminaré sintiéndome siempre más culpable.



Las relaciones existen para apresurar nuestra marcha hacia Dios. Cuando nos entregamos al Espíritu Santo, cuando Él está a cargo de nuestras percepciones, nuestros encuentros se convierten en encuentros sagrados con el perfecto Hijo de Dios. Un curso de milagros dice que las personas con las que nos encontremos serán quienes nos crucifiquen o nos salven, dependiendo de lo que nosotros decidamos ser con ellas. Concentrarnos en la culpa del otro clava aún más profundamente en nuestra propia carne los clavos del odio hacia nosotros

mismos. Concentramos en su inocencia nos libera. Puesto, que «no tenernos pensamientos neutros», cada relación nos adentra más en el Cielo o nos sume más profundamente en el infierno.
2. EL PERDÓN EN LAS RELACIONES
«El perdón elimina lo que se interpone entre tu hermano y tú.»
Un curso de milagros se enorgullece de ser un curso práctico con un objetivo práctico: la consecución de la paz interior. El perdón es la clave de la paz interior, porque es la técnica mental mediante la cual nuestros sentimientos se transforman, pasando del miedo al amor. Nuestras percepciones de los demás suelen
convertirse en un campo de batalla entre el deseo de juzgar del ego y el deseo del Espíritu Santo de aceptar a todas las personas tal como son. El ego es el gran criticón. Está siempre al acecho de nuestros defectos y de los ajenos. El Espíritu Santo va en busca de nuestra inocencia. Nos ve a todos como realmente somos, y
puesto que somos las creaciones perfectas de Dios, ama lo que ve. Los aspectos de nuestra personalidad donde tendemos a apartarnos del amor no son nuestros defectos, sino nuestras heridas. Dios no quiere castigarnos, sino sanarnos. Y así es como Él quiere que veamos las heridas en los demás.
El perdón es «una forma selectiva de recordar», tomar conscientemente la decisión de concentrarse en el amor y desentendernos de lo demás. Pero el ego es implacable: «es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor». Presenta los argumentos más sutiles e insidiosos para expulsar de nuestro corazón a nuestro prójimo. 
La piedra angular de la enseñanza del ego es: «El Hijo de Dios es culpable». 
La piedra angular de la enseñanza del Espíritu Santo es:
«El Hijo de Dios es inocente».
El obrador de milagros invita conscientemente al Espíritu Santo a entrar en todas las relaciones para que lo libere de la tentación de juzgar y buscar culpabilidad. Pidamos al Espíritu Santo que nos salve de nuestra tendencia a condenar, que nos revele la inocencia que los otros llevan dentro, para que podamos ver la que nosotros llevamos dentro.
«Dios amado, en tus manos pongo esta relación» quiere decir «Dios amado, permite que vea a esta persona a través de tus ojos». Al aceptar la Expiación, estamos pidiendo ver como ve Dios, pensar como piensa Dios, amar como Él ama. Le estamos pidiendo que nos ayude a ver la inocencia de alguien.
Una vez estaba yo de vacaciones en Europa con mi familia. Aunque tanto mi madre como yo hacíamos nobles esfuerzos por llevarnos bien, la cosa no funcionaba. Las viejas pautas de ataque y defensa seguían interponiéndose entre nosotras. 
Ella quería una hija más conservadora y yo quería una madre más moderna.
Yo abría una y otra vez el libro de textos del Curso en busca de ayuda e inspiración, y para mi gran consternación, cada vez que lo abría, el libro me mostraba la misma sección, donde decía: «Examina honestamente qué es lo que has pensado que Dios no habría pensado, y qué no has pensado que Dios habría querido que pensases». Dicho de otra manera, ¿dónde no coincidían mis pensamientos con los de Dios? El asunto me estaba volviendo loca. Yo quería ver reforzados mis sentimientos defensivos. 
Lo que menos deseaba que me dijeran era que el único error estaba en mi propio pensamiento.
Finalmente, mientras contemplaba la plaza de San Marcos en Venecia, miré atentamente a mi madre y me dije: «Es verdad; al mirarla, Dios no está pensando "Sophie Ann es tan odiosa"». Mientras no optara por verla de otra manera, mientras no dejara de empeñarme en ver sólo sus errores, no compartiría la percepción de Dios y no podría estar en paz. Tan pronto como lo vi, aflojé mi tensa fijación en lo que yo percibía como su
culpa. A partir de ese momento, la situación empezó a cambiar. Milagrosamente, ella comenzó a ser más agradable conmigo, y yo más agradable con ella.
Es fácil perdonar a la gente que jamás ha hecho nada que nos enfureciera. Y sin embargo, las personas que nos enfurecen son nuestros maestros más importantes: nos indican los límites de nuestra capacidad de perdonar. «Abrigar resentimientos es un ataque contra el plan de Dios para la salvación.» La decisión de
olvidar nuestros agravios contra los demás es la decisión de vernos como realmente somos, porque cualquier sombra a la que permitamos que no nos deje ver la perfección de los demás, tampoco nos dejará ver la nuestra.
Puede ser muy difícil liberarnos de nuestra percepción de la culpabilidad de alguien cuando sabemos que de acuerdo con todas las normas de la ética, la moral o la integridad, tenemos derecho a considerar culpable a esa persona. Mas el Curso pregunta: «¿Preferirías tener razón a ser feliz?». Si estás juzgando a un hermano, te equivocas aunque tengas razón.
Ha habido veces en que me costó muchísimo renunciar a mi juicio sobre alguien, y en que me quejaba mentalmente:
«¡Pero si tengo razón!».
Me sentía como si renunciar a juzgar equivaliera a excusar el comportamiento. 
Pensaba: «Bueno, pero alguien tiene que defender los principios en este mundo. Si no hacemos más que perdonarlo todo, ¡entonces todos los niveles de excelencia desaparecerán!».



Pero Dios no necesita de nosotros para que patrullemos el universo. Amenazar con el dedo a alguien no ayuda a que esa persona cambie. En todo caso, el hecho de que percibamos la culpa de alguien no hace más que mantenerlo atascado en ella. Cuando amenazamos a una persona con el dedo, en sentido figurado o literal, no por eso es más fácil que consigamos corregir su comportamiento agraviante. Tratar a alguien con

compasión y misericordia hace que sea mucho más probable obtener de esa persona una respuesta sanada.
Entonces es más difícil que la gente se ponga a la defensiva, y más fácil que acepte la corrección. En algún nivel, cuando no obramos bien nos damos cuenta. Si supiéramos cómo, haríamos las cosas de diferente manera. No necesitamos que nos ataquen, sino que nos ayuden. El perdón forja un contexto nuevo, dentro del cual es más fácil que podamos cambiar.
Perdonar es optar por ver a las personas tal como son «ahora». Cuando estamos enfadados con alguien, es por algo que esa persona dijo o hizo antes de ese momento. Pero la gente no es lo que hizo o dijo. 
Las relaciones renacen cuando dejamos de dar importancia a la percepción del pasado de nuestro hermano.
"Cuando traemos el pasado al presente, creamos un futuro exactamente igual que el pasado." Si dejamos de aferrarnos al pasado, hacemos lugar para los milagros.
Atacar a un hermano es un recordatorio de su pasado culpable. Si escogemos afirmar la culpa de un hermano, estamos optando por seguir experimentándola. El futuro se programa en el presente. Dejar de aferrarse al pasado es recordar que en el presente mi hermano es inocente. 
Es un acto de afable generosidad aceptar a una persona basándonos en aquello que sabemos que es verdad acerca de ella,independientemente de que ella misma esté o no en contacto con esa verdad.
Sólo el amor es real. En realidad, no existe nada más. Si una persona actúa sin amor, eso significa que,independientemente de su negatividad -cólera o lo que fuere-, su comportamiento se deriva del miedo y en realidad no existe. Está alucinando.
Tú la perdonas, entonces, porque no hay nada que perdonar. 
El perdón es una forma de discernimiento entre lo que es real y lo que no es real.
Cuando las personas actúan sin amor, es que se han olvidado de quiénes son. Se han quedado dormidas y no son conscientes del Cristo interior. La tarea del obrador de milagros es mantenerse despierto. Si escogemos no quedarnos dormidos soñando con la culpa de nuestro hermano, de esa manera nos será concedido el poder de despertarlo.
Un ejemplo básico de obrador de milagros es Pollyanna, y el ego lo sabe, razón por la cual nuestra cultura la invalida constantemente. 
Pollyanna se encontró de repente en un sitio donde todos habían estado durante años de un humor espantoso y agresivo, pero ella optó por no ver esa agresividad, porque tenía fe en lo que se ocultaba tras ella. Pollyanna extendió su percepción más allá de lo que le revelaban sus sentidos físicos, hasta llegar, mediante su corazón, a lo que era verdadero en cada ser humano. No importaba cómo se comportara nadie. 
Pollyanna tenía fe en el amor que ella sabía que existe siempre, en todos, por detrás del miedo, y por eso los invitaba a expresarlo. Ejercitó el poder del perdón, ¡y en breve tiempo todos se mostraban agradables y todos eran felices! Cuando alguien me comenta que me comporto como Pollyanna, me digo para mis adentros:
«Ojalá fuera yo tan poderosa».

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