LAS RELACIONES (Capitulo 6)
«El templo del Espíritu Santo no es un cuerpo, sino una relación.»
1. EL ENCUENTRO SAGRADO
«Cuando te encuentres con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal como lo consideres a él, así te considerarás a ti mismo. Tal como lo trates, así te tratarás a ti mismo. Tal como pienses de él, así pensarás de ti mismo.
Nunca te olvides de esto, pues en tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo.»
Antes de leer Un curso de milagros, estudié muchos otros escritos espirituales y filosóficos. Los sentí como si me guiaran a lo largo de un enorme tramo de escaleras hasta una catedral gigantesca levantada dentro de mí, pero una vez que llegaba a lo alto de las escaleras, la puerta de la iglesia estaba cerrada con llave.
El Curso me dio la llave que abría la puerta. La llave, muy simplemente, son las otras personas.
El Cielo, de acuerdo con el Curso, no es ni una condición ni un lugar, sino más bien «la conciencia de la perfecta unicidad». Puesto que el Padre y el Hijo son uno, amar a uno de ellos es amar al otro. El amor de Dios no está fuera de nosotros.
La letra de una canción de la obra teatral Los miserables dice: «Amar a otra persona es ver la faz de Dios». La «faz de Cristo» es la inocencia y el amor que se ocultan tras las máscaras que todos
usamos, y ver ese rostro, tocarlo y amarlo en nosotros mismos y en los demás, es la experiencia de Dios. Es lo divino de nuestra condición humana. Es la elevación espiritual que todos buscamos.
En toda relación, en todo momento, enseñamos primordialmente una de estas dos cosas: a amar o a temer.
«Enseñar es demostrar.» Cuando demostramos amor hacia los otros, aprendemos que somos queribles y aprendemos a amar con mayor profundidad. Cuando demostramos temor o negatividad, aprendemos a autocondenarnos y a tener más miedo de la vida. Siempre aprenderemos lo que hemos decidido enseñar.
«Las ideas no abandonan su fuente», y por eso siempre formamos parte de Dios y nuestras ideas siempre forman parte de nosotros. Si opto por bendecir a otra persona, terminaré sintiéndome siempre más bienaventurada.
Si proyecto culpa sobre otra persona, terminaré sintiéndome siempre más culpable.
Las relaciones existen para apresurar nuestra marcha hacia Dios. Cuando nos entregamos al Espíritu Santo, cuando Él está a cargo de nuestras percepciones, nuestros encuentros se convierten en encuentros sagrados con el perfecto Hijo de Dios. Un curso de milagros dice que las personas con las que nos encontremos serán quienes nos crucifiquen o nos salven, dependiendo de lo que nosotros decidamos ser con ellas. Concentrarnos en la culpa del otro clava aún más profundamente en nuestra propia carne los clavos del odio hacia nosotros
mismos. Concentramos en su inocencia nos libera. Puesto, que «no tenernos pensamientos neutros», cada relación nos adentra más en el Cielo o nos sume más profundamente en el infierno.
2. EL PERDÓN EN LAS RELACIONES
«El perdón elimina lo que se interpone entre tu hermano y tú.»
Un curso de milagros se enorgullece de ser un curso práctico con un objetivo práctico: la consecución de la paz interior. El perdón es la clave de la paz interior, porque es la técnica mental mediante la cual nuestros sentimientos se transforman, pasando del miedo al amor. Nuestras percepciones de los demás suelen
convertirse en un campo de batalla entre el deseo de juzgar del ego y el deseo del Espíritu Santo de aceptar a todas las personas tal como son. El ego es el gran criticón. Está siempre al acecho de nuestros defectos y de los ajenos. El Espíritu Santo va en busca de nuestra inocencia. Nos ve a todos como realmente somos, y
puesto que somos las creaciones perfectas de Dios, ama lo que ve. Los aspectos de nuestra personalidad donde tendemos a apartarnos del amor no son nuestros defectos, sino nuestras heridas. Dios no quiere castigarnos, sino sanarnos. Y así es como Él quiere que veamos las heridas en los demás.
El perdón es «una forma selectiva de recordar», tomar conscientemente la decisión de concentrarse en el amor y desentendernos de lo demás. Pero el ego es implacable: «es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor». Presenta los argumentos más sutiles e insidiosos para expulsar de nuestro corazón a nuestro prójimo.
La piedra angular de la enseñanza del ego es: «El Hijo de Dios es culpable».
La piedra angular de la enseñanza del Espíritu Santo es:
«El Hijo de Dios es inocente».
El obrador de milagros invita conscientemente al Espíritu Santo a entrar en todas las relaciones para que lo libere de la tentación de juzgar y buscar culpabilidad. Pidamos al Espíritu Santo que nos salve de nuestra tendencia a condenar, que nos revele la inocencia que los otros llevan dentro, para que podamos ver la que nosotros llevamos dentro.
«Dios amado, en tus manos pongo esta relación» quiere decir «Dios amado, permite que vea a esta persona a través de tus ojos». Al aceptar la Expiación, estamos pidiendo ver como ve Dios, pensar como piensa Dios, amar como Él ama. Le estamos pidiendo que nos ayude a ver la inocencia de alguien.
Una vez estaba yo de vacaciones en Europa con mi familia. Aunque tanto mi madre como yo hacíamos nobles esfuerzos por llevarnos bien, la cosa no funcionaba. Las viejas pautas de ataque y defensa seguían interponiéndose entre nosotras.
Ella quería una hija más conservadora y yo quería una madre más moderna.
Yo abría una y otra vez el libro de textos del Curso en busca de ayuda e inspiración, y para mi gran consternación, cada vez que lo abría, el libro me mostraba la misma sección, donde decía: «Examina honestamente qué es lo que has pensado que Dios no habría pensado, y qué no has pensado que Dios habría querido que pensases». Dicho de otra manera, ¿dónde no coincidían mis pensamientos con los de Dios? El asunto me estaba volviendo loca. Yo quería ver reforzados mis sentimientos defensivos.
Lo que menos deseaba que me dijeran era que el único error estaba en mi propio pensamiento.
Finalmente, mientras contemplaba la plaza de San Marcos en Venecia, miré atentamente a mi madre y me dije: «Es verdad; al mirarla, Dios no está pensando "Sophie Ann es tan odiosa"». Mientras no optara por verla de otra manera, mientras no dejara de empeñarme en ver sólo sus errores, no compartiría la percepción de Dios y no podría estar en paz. Tan pronto como lo vi, aflojé mi tensa fijación en lo que yo percibía como su
culpa. A partir de ese momento, la situación empezó a cambiar. Milagrosamente, ella comenzó a ser más agradable conmigo, y yo más agradable con ella.
Es fácil perdonar a la gente que jamás ha hecho nada que nos enfureciera. Y sin embargo, las personas que nos enfurecen son nuestros maestros más importantes: nos indican los límites de nuestra capacidad de perdonar. «Abrigar resentimientos es un ataque contra el plan de Dios para la salvación.» La decisión de
olvidar nuestros agravios contra los demás es la decisión de vernos como realmente somos, porque cualquier sombra a la que permitamos que no nos deje ver la perfección de los demás, tampoco nos dejará ver la nuestra.
Puede ser muy difícil liberarnos de nuestra percepción de la culpabilidad de alguien cuando sabemos que de acuerdo con todas las normas de la ética, la moral o la integridad, tenemos derecho a considerar culpable a esa persona. Mas el Curso pregunta: «¿Preferirías tener razón a ser feliz?». Si estás juzgando a un hermano, te equivocas aunque tengas razón.
Ha habido veces en que me costó muchísimo renunciar a mi juicio sobre alguien, y en que me quejaba mentalmente:
«¡Pero si tengo razón!».
Me sentía como si renunciar a juzgar equivaliera a excusar el comportamiento.
Pensaba: «Bueno, pero alguien tiene que defender los principios en este mundo. Si no hacemos más que perdonarlo todo, ¡entonces todos los niveles de excelencia desaparecerán!».
Pero Dios no necesita de nosotros para que patrullemos el universo. Amenazar con el dedo a alguien no ayuda a que esa persona cambie. En todo caso, el hecho de que percibamos la culpa de alguien no hace más que mantenerlo atascado en ella. Cuando amenazamos a una persona con el dedo, en sentido figurado o literal, no por eso es más fácil que consigamos corregir su comportamiento agraviante. Tratar a alguien con
compasión y misericordia hace que sea mucho más probable obtener de esa persona una respuesta sanada.
Entonces es más difícil que la gente se ponga a la defensiva, y más fácil que acepte la corrección. En algún nivel, cuando no obramos bien nos damos cuenta. Si supiéramos cómo, haríamos las cosas de diferente manera. No necesitamos que nos ataquen, sino que nos ayuden. El perdón forja un contexto nuevo, dentro del cual es más fácil que podamos cambiar.
Perdonar es optar por ver a las personas tal como son «ahora». Cuando estamos enfadados con alguien, es por algo que esa persona dijo o hizo antes de ese momento. Pero la gente no es lo que hizo o dijo.
Las relaciones renacen cuando dejamos de dar importancia a la percepción del pasado de nuestro hermano.
"Cuando traemos el pasado al presente, creamos un futuro exactamente igual que el pasado." Si dejamos de aferrarnos al pasado, hacemos lugar para los milagros.
Atacar a un hermano es un recordatorio de su pasado culpable. Si escogemos afirmar la culpa de un hermano, estamos optando por seguir experimentándola. El futuro se programa en el presente. Dejar de aferrarse al pasado es recordar que en el presente mi hermano es inocente.
Es un acto de afable generosidad aceptar a una persona basándonos en aquello que sabemos que es verdad acerca de ella,independientemente de que ella misma esté o no en contacto con esa verdad.
Sólo el amor es real. En realidad, no existe nada más. Si una persona actúa sin amor, eso significa que,independientemente de su negatividad -cólera o lo que fuere-, su comportamiento se deriva del miedo y en realidad no existe. Está alucinando.
Tú la perdonas, entonces, porque no hay nada que perdonar.
El perdón es una forma de discernimiento entre lo que es real y lo que no es real.
Cuando las personas actúan sin amor, es que se han olvidado de quiénes son. Se han quedado dormidas y no son conscientes del Cristo interior. La tarea del obrador de milagros es mantenerse despierto. Si escogemos no quedarnos dormidos soñando con la culpa de nuestro hermano, de esa manera nos será concedido el poder de despertarlo.
Un ejemplo básico de obrador de milagros es Pollyanna, y el ego lo sabe, razón por la cual nuestra cultura la invalida constantemente.
Pollyanna se encontró de repente en un sitio donde todos habían estado durante años de un humor espantoso y agresivo, pero ella optó por no ver esa agresividad, porque tenía fe en lo que se ocultaba tras ella. Pollyanna extendió su percepción más allá de lo que le revelaban sus sentidos físicos, hasta llegar, mediante su corazón, a lo que era verdadero en cada ser humano. No importaba cómo se comportara nadie.
Pollyanna tenía fe en el amor que ella sabía que existe siempre, en todos, por detrás del miedo, y por eso los invitaba a expresarlo. Ejercitó el poder del perdón, ¡y en breve tiempo todos se mostraban agradables y todos eran felices! Cuando alguien me comenta que me comporto como Pollyanna, me digo para mis adentros:
«Ojalá fuera yo tan poderosa».
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