EL MANDATO
Fue al mes siguiente de su cuarenta cumpleaños cuando, Myriam volvió a vivir el terror de sus precogniciones. Fue al anochecer. Estaba en compañía de Juan, el discípulo amado del Cristo, cuando su mente comenzó a dar vueltas perdiendo el equilibrio y cayendo estrepitosamente al suelo. Marco; pues así se le llamaba también a Juan, se asustó y se arrodilló para auxiliar a su entrañable amiga. Los ojos de Myriam estaban fijos, en blanco y apuntando hacia el centro de la cabeza. Fría, rígida, como si de una verdadera muerte se tratara. Este estado se había repetido varias veces en Myriam, y aunque Marco estaba acostumbrado, no dejaba de preocuparse por si en una de esas ocasiones pudiera ser la definitiva.
Myriam se vio trasportada fuera de su cuerpo y vio a Musaray que la llevaba de la mano. ¡Sin duda esta vez podrá conmigo y moriré en sus brazos! se decía- Pero Musaray le dijo:
Te llevo ante mi Señor. Te está esperando. Y al instante vio a un ser poderoso, repleto de tristeza, de oscuridad, de dolor, de frío, de tensión. Y sin embargo, feliz de su estado, consciente de su misión: Yo soy Hades; El Señor de la Muerte y del Infierno.
Ha llegado mi hora. El Padre de todas las cosas, ha dispuesto que tu amado muera. Despídete por tanto de Él, pues sus horas están contadas. Myriam, comenzó a llorar amargamente, pero no con lágrimas del cuerpo, sino del espíritu, que son inmensamente más dolorosas que las de la materia.
Y veía, como se desgarraba su pecho.
Quería gritar, pero no podía. Fueron segundos, pero en un instante apareció frente a Hades, Lylith, que protegiendo a Myriam, dijo al Dios de la Muerte: - ¡Esta es mi protegida….déjala vivir y amar a su amado! Yo vivo de su placer, de su amor, de sus deseos.
Si matas a su amado, yo no podré vivir en ella. Pero Hades, no se compadeció y envió un rayo luminoso a Lylith, quien desapareció en la nada por obra de esta oposición divina.
Fue al mes siguiente de su cuarenta cumpleaños cuando, Myriam volvió a vivir el terror de sus precogniciones. Fue al anochecer. Estaba en compañía de Juan, el discípulo amado del Cristo, cuando su mente comenzó a dar vueltas perdiendo el equilibrio y cayendo estrepitosamente al suelo. Marco; pues así se le llamaba también a Juan, se asustó y se arrodilló para auxiliar a su entrañable amiga. Los ojos de Myriam estaban fijos, en blanco y apuntando hacia el centro de la cabeza. Fría, rígida, como si de una verdadera muerte se tratara. Este estado se había repetido varias veces en Myriam, y aunque Marco estaba acostumbrado, no dejaba de preocuparse por si en una de esas ocasiones pudiera ser la definitiva.
Myriam se vio trasportada fuera de su cuerpo y vio a Musaray que la llevaba de la mano. ¡Sin duda esta vez podrá conmigo y moriré en sus brazos! se decía- Pero Musaray le dijo:
Te llevo ante mi Señor. Te está esperando. Y al instante vio a un ser poderoso, repleto de tristeza, de oscuridad, de dolor, de frío, de tensión. Y sin embargo, feliz de su estado, consciente de su misión: Yo soy Hades; El Señor de la Muerte y del Infierno.
Ha llegado mi hora. El Padre de todas las cosas, ha dispuesto que tu amado muera. Despídete por tanto de Él, pues sus horas están contadas. Myriam, comenzó a llorar amargamente, pero no con lágrimas del cuerpo, sino del espíritu, que son inmensamente más dolorosas que las de la materia.
Y veía, como se desgarraba su pecho.
Quería gritar, pero no podía. Fueron segundos, pero en un instante apareció frente a Hades, Lylith, que protegiendo a Myriam, dijo al Dios de la Muerte: - ¡Esta es mi protegida….déjala vivir y amar a su amado! Yo vivo de su placer, de su amor, de sus deseos.
Si matas a su amado, yo no podré vivir en ella. Pero Hades, no se compadeció y envió un rayo luminoso a Lylith, quien desapareció en la nada por obra de esta oposición divina.