El objeto de la vida es la exploración.
La aventura. El aprendizaje. El placer.
Y dar un paso más hacia el hogar.
Los cuerpos físicos son como trajes espaciales.
Vuestros cuerpos físicos pueden ser para vosotros símbolos de la limitación, del dolor definitivo y de la muerte, de necesidades sorprendentes y alarmantes y de la trivialidad inesperada que no conocen los límites de la denigración.
Pueden considerarse también como los vehículos elegidos que habitan vuestras almas pues, como si fueran trajes espaciales,
están forzosamente allí donde estáis vosotros.
En vuestra humanidad es donde aprenderéis a reconocer vuestra divinidad.
Lo espiritual y lo humano han de caminar a la par, de lo contrario lo espiritual no tendría fundamento donde apoyarse.
Somos todos uno.
Nuestra realidad es una, una nuestra una nuestra energía, percepción.
Me gustaría compartir con vosotros lo que para mí supone vivir con Emmanuel.
Hace aproximadamente unos catorce años, mientras hacía meditación transcendental, noté que me distraían unas visiones internas que era incapaz de eliminar a pesar de mis esfuerzos. Decidí por fin dar un espacio propio a
dichas visiones. Desde ese momento todo en mi vida cambió, como dicen las novelas románticas.
Al principio creí que se trataba de una alucinación. La cosa resultaba de lo más inquietante, de modo que me puse a investigar lo que los demás decían sobre este tipo de
cosas. Leí un montón de libros y asistí a varias conferencias y cursos sobre todo lo que, aunque sólo fuera remotamente, tuviera algo que ver con mis experiencias. Comencé una terapia, me uní a una comunidad espiritual, me debatía en la duda de si debía resistirme o ceder a aquello, de si debía disfrutar de esas experiencias o renunciar a ellas. Por último, a través de esa búsqueda, de aquel proceso de auto- clarificación, o quizá simplemente de familiarización, la incertidumbre que me producían dichas visiones dio paso a una especie de comodidad, de fascinación e incluso de placer. En el curso de esta exploración, me di cuenta del tremendo miedo que había en mi vida. Un miedo indescriptible a casi todo. Miedo a un montón de cosas, al principio las a visiones. Pero, una vez que me acostumbré a ellas, empecé a mirarlas como una guía para aliviar mis otros miedos. Volar, pongamos por caso, había supuesto siempre para mí algo terrible.
Emmanuel
En los textos espirituales se ve uno obligado una y otra vez a buscar la compañía de los santos, esto es, de aquellos seres cuyas vidas constituyen un compromiso con Dios.
Confieso abiertamente que soy adicto a esa clase de seres, pues en ellos puedo ver reflejados aspectos espirituales de mi propia persona y del mundo que me rodea, aspectos que en la vida cotidiana se hallan ocultos tras esto, aquello o lo de más allá.
Mi guru, Neem Karoli Baba, me animó a aceptar toda clase de enseñanzas, sin tener en cuenta su origen, y a confiar después en la intuición de mi corazón para seleccionar aquéllas que pudieran ser útiles y rechazar las que me resultaran irrelevantes o potencialmente perjudiciales.
Este apoyo por su parte me permitió ensanchar mis horizontes y recibir a cambio un montón de cosas procedentes de una variedad enorme de tradiciones y fuentes diversas.
Lo cierto es que he sacado un grandísimo provecho tanto de los escritos de personajes como Lao Tze, Buda, el Tercer Patriarca Chino, Cristo, Kabir, Ramana Maharshi, el Baal Shem Tov, Ramakrishna, etc., como de los darshan de almas tan nobles cual el Abuelo Joe del Pueblo Taos, Ananda Mayee Ma, Kalu Rinpoche de la secta tibetana de los Kargyu, el padre benedictino Demasius, el lama Govinda, Sayadaw U Pandita, seguidor de los Theravada, etc.
Estas voces de amistosa sabiduría son lo que los budistas seguidores de los Theravada llaman «Kalayan Mita»
Amigos Espirituales: seres que encontramos en el camino que proporcionan guía y apoyo en el propio viaje espiritual.
Para mí Emmanuel es una de esas voces. Tengo el privilegio de presentároslo y de compartir con vosotros sus enseñanzas.
La primera vez que oí hablar de Emmanuel fue en Nueva York, a través de la emisora WBAI. A quien en realidad oí fue a Pat Rodegast, quien transmitía lo que decía Emmanuel. Llevaba bastante tiempo en contacto con este ser al que ella denominaba Emmanuel. Podía ponerse en contacto con él siempre que quisiera mediante un proceso meditativo, y oír perfectamente sus mensajes, aunque las personas situadas a su lado no fueran capaces de hacerlo.
Pat transmitía las respuestas que daba Emmanuel a las preguntas que iba planteando Lex Hixon, el presentador del programa de radio.
Lo que más me chocó al escuchar aquel programa fue el encanto y la finura algo anticuada de Emmanuel, su humor, su elocuencia, su capacidad de ir al grano, lo «al día» que estaba, y el hecho de que sus respuestas despertaran una confianza intuitiva en mí. Al concluir el programa habían surgido en mi mente un montón de interrogantes, tanto de carácter personal como de índole más general, y pedí a Judith Stanton, la persona que me había hecho conocer a Emmanuel a través de aquel programa, me concertara una entrevista con Pat y Emmanuel.
Dicha entrevista se celebró en una silenciosa sala de meditación con vistas a un jardín. En cuanto empezamos, Pat puso en marcha una grabadora para que tuviera una cinta de nuestra conversación. Pat empezó describiendo unos colores a los que consideraba relacionados conmigo.
De pronto, cuando estaba en medio de esta descripción, dijo: «Emmanuel desea decir algo. Dice que...» Y se puso a relatar los comentarios que Emmanuel iba haciendo acerca de esos colores. A partir de ahí todo fue sencillo.
Yo no tuve la sensación de que Pat estuviera «poseída» por Emmanuel. En realidad seguía siendo ella misma, pero transmitía con agrado palabras de Emmanuel de un modo que ponía claramente de manifiesto la amistad, la alegre y tierna relación que mantenía con EmmanueL Las diferencias entre uno y otra eran notables. Sobre todo había una marcada diferencia en la estructura de las frases de ambos, en sus modos lingüísticos y en la elección de los vocablos.
Pero había además algo más sutil, y era la diferencia de vibraciones entre uno y otra. Al principio apenas me di cuenta de este rasgo sutilísimo, si bien más tarde, en posteriores entrevistas, ese espacio de vibraciones llegó a tener para mí un valor tan profundo y significativo como las propias palabras de Emmanuel.
Durante aquella primera entrevista Pat describió también otras imágenes que veía. Entre otras cosas dijo: «Te veo muy interesado en un juego que estás jugando. Noto que hay una emoción tremenda. Estás sentado delante del tablero con una concentración intensísima.» Y añadió:
«Emmanuel, ayúdame, porque noto que hay algo más y yo no puedo...»
«Te lo pasas muy bien viviendo, jugando el juego de la vida y ello no supone una degradación de la misma. Se nota una excitación carismática.» Respondió Emmanuel.
Me eché a reír al recordar las numerosas veces en que, a lo largo de mis conferencias, había citado las palabras que dice Leo en el Viaje a Oriente de Herman Hesse: «¿No te das cuenta de que la vida es precisamente eso.„ un hermoso juego?»
Pat añadió entonces: «No hay ningún adversario al que yo vea.» A lo que Emmanuel contestó:
«Hace ya mucho que identificaste a tu adversario y lo eliminaste al admitirlo dentro de tu ser como una manifestación de ti mismo.»
Su observación era de lo más acertada. Pero no permitió que me durmiera en los laureles. Al punto señaló que aún no había reconciliado esas dos fuerzas en mi interior, y que seguía atormentándome con el dualismo que suponen lo divino y lo humano, separación en la que se basaban mis temores de mi condición de humano. Añadió: «La divinidad está en todas las cosas, y para encontrar esa divinidad hay que trabajar con los materiales que se tienen a mano... En el barro del puchero está la verdad de Dios».
Insistió una y otra vez en los recelos que me inspiraban mis propias pasiones, y en mi temor a sucumbir a mi naturaleza humana. Continuó asegurándome que mis deseos humanos eran parte integrante de mi viaje espiritual y que llegaría a encontrar a Dios a través de ellos y no su pesar.
Al releer la transcripciÓn de aquella primera entrevista, veo que en nuestra conversación había una confusión que sólo logré aclarar cuando comprendí que Emmanuel no me hablaba como lo hacen las personas que habitualmente se dirigen a mí. La mayoría de nosotros, incluso aquéllos que afirman que somos un alma encarnada en un cuerpo y en una personalidad, hablamos entre nosotros como «egos»..., como entidades psicológicas. El motivo de que tardara en acostumbrarme a la conversación de Emmanuel fue que éste me interpelaba como a otro espíritu semejante a él, y no a un ego. En último término, no se identificaba con una determinada configuración espacio-temporal y por eso tampoco me identificaba a mí de esa forma.
Aquella manera de dirigirse a mí al principio me pareció extraña, y continué intentando traducirla como interpelación a un ego, convencido de que se dirigía a mí como si fuera una entidad psicológica deseosa de despertar.
Poco a poco, sin embargo, a medida que yo iba rindiéndome a la identidad de un espíritu que estaba pasando por un proceso de encarnación, la conversación no sólo fue haciéndose cada vez más clara, sino que me di cuenta de que aquella forma tan insólita de dirigirse a mí era, en sí misma, un factor liberador.
Con el paso del tiempo, llegué a tratar a Emmanuel como a un espíritu semejante a mí, y prácticamente olvidé el hecho insólito de que estaba hablando con un ser no encarnado en el plano de la realidad que tan familiar resulta a mis sentidos. De vez en cuando, alguna de las personas que rodeamos a Emmanuel especulamos sobre «dónde»
estaba o «quién» era. Emmanuel no parecía muy deseoso de satisfacer nuestra curiosidad y nos proporcionó tan sólo unas pistas muy imprecisas:
«Yo soy espíritu y tú eres espíritu. Yo tengo cuerpo y vosotros también. El mío se halla ligeramente modificado por la modificación que impone mi elevada vibración.
»El espacio que separa vuestra realidad de la mía no es tan grande. Suele creerse que los que tenéis una forma física sois la única existencia sólida que hay en el universo. Evidentemen te eso no es verdad. Todos tenemos nuestra propia realidad física. La mía quizá no sea tan fotogénica como la vuestra, pero desde luego, existe.
»Estáis donde yo estoy. Yo estoy donde vosotros estáis. Las dimensiones físicas de altura, profundidad y anchura no son reales en absoluto. Si lograrais quitaros los anteojos de la limitación humana, podríamos mirarnos a la cara con perfecta igualdad.
»Vosotros y yo vamos por el mismo camino. Vamos buscando la verdad, y nuestros espíritus ansían regresar al Dios Único. Todos vamos creciendo dentro de nuestro propio reino. Y allí está.»
En un determinado momento comenta: «Yo he dejado de estar sometido a la tiranía del calendario y el reloj.» Y con respecto a la muerte dice: «Por mi parte, soy un producto de la experiencia que se tiene después de la muerte.»
En cuanto a su función, afirma: «Quienes ya no necesitamos ser humanos, existimos en el reino de la conciencia, en el cual somos capaces de actuar como guías y maestros.»
Ramakrishna, el gran santo indio, dijo con respecto a la transmisión espiritual: «Cuando se abre la flor, las abejas llegan sin que nadie las invite.» Eso mismo parecía ocurrir con Emmanuel. Durante los últimos años, ha aumentado de manera tremenda el número de personas deseosas de participar en talleres o de mantener entrevistas con él. Pat y Judith, que transcribieron muchas entrevistas, señalaron la frecuencia con la que se repetían las mismas preguntas y el hecho de que Emmanuel se viera obligado a repetir una y otra vez los mismos temas. Por eso se esforzaron por reunir las respuestas que daba a las preguntas más habituales y fotocopiarlas. Así es como nació el presente libro.
Posteriormente vimos la conveniencia de ampliar el radio de acción de esos temas trascendiendo el material proporcionado por cada una de las entrevistas en particular. De modo que preguntamos a Emmanuel si le gustaría responder a una serie de preguntas que habíamos preparado con objeto de publicar un libro. Estuvo encantado de colaborar, subrayando que, al fin y al cabo, para eso estaba allí.
Empezamos así una serie de sesiones a las que asistimos cinco personas. Además de Pat y Judith, estábamos Roland, yo y ipor supuesto, Emmanuel! Las sesiones fueron una delicia. La oportunidad de explorar las posibilidades y los imponderables del viaje espiritual en compañía de Emmanuel nos aportó una claridad que acabó con las confusiones que tanto tiempo llevaban atormentándonos.
En cualquier caso, esa delicia no nos la proporcionaban sólo sus palabras, sino también, de vez en cuando, la riqueza del amistoso silencio que, de forma salutífera, se apoderaba de la sala y de los corazones en ella reunidos.
Parecía en todo momento que Emmanuel utilizara palabras para señalarnos una dirección, y que nos empujara luego a ir más allá del intelecto y a penetrar en el silencio de nuestros corazones intuitivos, donde desaparecían las barreras y el conocimiento daba paso a la sabiduría.
Ese equilibrio de palabra y silencio, de forma y carencia de la misma, de relación y de la unidad que trasciende la relación, constituía una parte tan esencial de sus enseñanzas y nos proporcionaba una alegría tal, que hemos intentado dar al libro de Emmanuel un formato capaz también de invitaros a vosotros, los que vais a compartir este material, a utilizar sus palabras a modo de trampolín, desde el cual poder zambullirnos en vuestro propio silencio interior, donde llegaréis a compartir con Emmanuel lo que se encuentra más allá de las palabras. Por eso, junto con las palabras, hemos utilizado espacios en blanco, que esperamos no sean pasados por alto, sino que, por el contrario, os inviten a continuar la lectura con una reflexión y una meditación silenciosas.
Cuando presentaba el material referido a Emmanuel en muchas ocasiones me han preguntado si realmente creo que éste es una criatura distinta de Pat, o si es una parte de la personalidad de Pat con la que ésta no se identifica concientemente. Ni que decir tiene que para Pat la pregunta no existe. Ella experimenta a Emmanuel como una entidad separada de su persona, del mismo modo que le sucede con el resto de todos nosotros.
Desde mi punto de vista de psicólogo, admito la posYlidad teórica de que Emmanuel sea una parte particularmente profunda de Pat. Sin embargo, por experiencia, conozco a Emmanuel como un ser completamentedistinto en cuanto a personalidad, estilo lingüístico y de la persona que es Pat. Aunque en último térrmno, ¿qué importancia tiene? Lo que yo valoro es la sabiduría que Emmanuel transmite como un amigo espiritual Fuera de eso, su identidad realmente no importa. Como señala el gran santo indio Ramana Maharshi, «Dios, el Guru y el Ser son Uno.» Así se refleja en la mayoría de las tradiciones místicas, que inducen al interesado a: «Conócete a ti mismo para conocer a Dios.» Por eso veo a Emmanuel como un espejo, y posiblemente como una identidad no sólo con la conciencia más elevada de Pat, esto es, a su ser sino también como algo idéntico a auténtico mí mismo. De ahí que tenga la sensación de estar hablando a una parte de mi ser, a la cual aún no tengo acceso debido a la ceguera que me causan mis ataduras.
Por último, el mandato que tan a menudo nos repite Emmanuel de que debemos confiar únicamente en las en- señanzasp rovenientes de él o de cualquier otro ser, que sintamos correctas intuitivamente en el fondo de nuestro corazón, constituye para mí el criterio definitivo y la pro- tección que debemos utilizar ante todo sistema, sea cual sea su origen. Las cosmologías no tienen ninguna base científica o empírica debido a la naturaleza metafísica con la que tratan. Lo cierto es que la confirmación definitiva hemos de buscarla en lo más profundo de nuestro ser.
La amistad de Emmanuel ha hecho que profundice aún más mi fe en el espíritu. Me ha ayudado a clarificar mi manera de entender una serie de puntos claves y también ha contribuido a mejorar mi capacidad de expresar el entendimiento de las cosas. En numerosas ocasiones, cuando a lo largo de mis conferencias me veía en la obligación de explicar algún dharma, me venían a la cabeza las frases y los ejemplos de Emmanuel, sin que me costara el más mínimo trabajo formularlos. En este sentido me alegra mucho contar con un amigo como él.
He aquí una serie de puntos respecto a los cuales Emmanuel me ha ayudado a confirmar mi comprensión intuitiva.
1. Emmanuel no se asusta lo más mínimo ante la oscuridad, las actitudes negativas, el mal, el pecado..., en suma ante ninguno de los cocos de la humanidad.
Los considera elementos esenciales del proceso de encarnación. No son errores ni reflejan en modo alguno una falta de compasión por parte del espíritu.
El nos invita a ver la vida no como una cárcel, sino como una escuela; no como una batalla, sino como una danza.
2. Repite una y otra vez que no hay nada que temer de la oscuridad, tanto en la vida como en la muerte.
La confusión, la duda, el caos, la crisis, el miedo, la desesperación o el dolor constituyen unas condiciones excelentes para el desarrollo de la propia persona.
Emmanuel es tan persuasivo que se siente uno con el valor suficiente para considerar los propios temores y las tinieblas interiores con una luz distinta..., más bien como un reflejo del modo en que nuestra mente distorsiona la luz. Es inflexible cuando afirma que las raíces del universo son el amor y la luz, y que toda experiencia puede servirnos para renovar nuestra apreciación de tal hecho.
3. Al dirigirse a nosotros como a almas, Emmanuel subraya que nuestras experiencias vitales son el resultado de nuestras opciones creativas. Afirma que somos a un tiempo el creador (alma) y lo creado (cuerpo, personalidad, etc.). Nos anima a asumir la responsabilidad de nuestra creación. Al hacerlo, nos liberamos del victimismo que procede de identificarnos sólo con la creación.
4. Emmanuel no defiende una renuncia que suponga una negación de nuestra naturaleza humana. Antes bien, nos anima a considerar nuestra naturaleza humana (nuestros deseos, nuestras ataduras, etc.) como claves de la verdad de Dios. Nos amonesta que no debemos buscar las verdades superiores más que en la vida misma. Sugiere que a Dios podemos encontrarlo lo mismo en una carcajada que en el juego de un gatito. En un determinado momento uno de los entrevistadores hizo el siguiente comentario a uno de los argumentos de Emmanuel: «Qué pensamiento tan hermoso, Emmanuel!» Éste verso entero es un replicó: «Elu ni pensamiento hermosísimo.»
5. Estando con Emmanuel llega uno a darse cuenta del vasto contexto evolutivo en el que vivimos nues- tras vidas. Nos vemos inmersos en la trama de un enorme tapiz como parte del impulso creativo que es Dios, una creatividad que nos conduce a la tiniebla de la ilusión de la individualidad, y luego nos saca de ella para devolvernos a la Unidad. Y en todo mo- mento nos hallamos en el punto adecuado del viaje. Como dice Emmanuel, «Ser lo que sois es el paso necesario para llegar a ser quienes queráis ser.» Y lo que seremos no tiene siempre por qué tener forma humana. Nos recuerda, y él es por otra parte prueba tangible de ello, que una encarnación humana no es ni el comienzo ni el fin de nuestro despertar de con- ciencias como almas.
6. Una y otra vez Emmanuel repite cómo la oscu- ridad es un producto de nuestro intelecto. Nos advierte que la preeminencia que ostenta el intelec- to, con su capacidad de juzgar, discriminar y pola- rizar, debe dejar paso a nuestro corazón y a nuestra intuición, si lo que deseamos es alcanzar la sabidu- ría suprema. «El corazón conoce al alma mejor que la mente.»
7. Respecto a nuestro planeta y la ecología, Emmanuel da a entender que el mundo está atravesando por una transformación de un carácter más profundo de lo que percibimos. Este vasto designio incorpora al caos y a la falta de conciencia de los asuntos del mundo que tanto nos preocupan en la actualidad.
Define a los políticos más eminentes como niños que realmente no «saben más». Padecen el cáncer de la sociedad que, por otra parte, se da también en cada uno de nosotros..., a saber la opinión de que la violencia nacida de la codicia, que a su vez ha nacido del miedo, es más fuerte que el amor. Según esta opinión enfermiza, la vulnerabilidad y la compasión son consideradas una debilidad y un peligro. Y afirma que los seres humanos son arrogantes al pensar que pueden acabar con el mundo a su antojo. «No nos podemos ir tan pronto de la escuela. El timbre no va a sonar todavía.» Nos advierte que no podemos desentendernos de la tierra y lavarnos las manos como Pilatos, pues, según afirma, «Aún quedan muchos buenos años.»
8. Emmanuel habla largo y tendido de la muerte y de la refrescante perspectiva del más allá. Subraya que el morir (cómo y cuándo) es una parte más del programa de encarnación del alma, como cualquier otra experiencia vital. Su explicación del tránsito a la muerte es encantadora, dice: «es como quitarse un zapato que aprieta», o como «traspasar el umbral de una habitación llena de humo y salir al exterior».
«Hay algo en el hecho de morir marcadamente refrescante e instructivo.» Y nos tranquiliza diciendo que «no tiene absolutamente ningún peligro». Al hablar de la experiencia post mortem, comenta que las diferencias existentes entre las almas, que se reflejaban durante su encarnación en la vida, siguen reflejándose en las distintas experiencias que se tienen después de la muerte. Este comentario nos ofrece un contexto en el que podamos incluir las múltiples y disparatadas informaciones acerca de lo que hay en el «más allá».
9. Emmanuel habla también de otros temas, como por ejemplo la sexualidad, el aborto, las relaciones, la verdad, las religiones y rituales, los seres extraterrestres, etc. Tales temas, envueltos frecuentemente en una nube de aires sombríos y malsanos, se ven iluminados, gracias a él, por una claridad que nos ofrece una nueva y refrescante perspectiva.
Todo esto en realidad no contiene nada nuevo. Todo ha sido dicho antes en la literatura mística. El propio Emmanuel subraya este hecho y afirma que no nos hace falta ninguna nueva información. Ya tenemos todo lo que necesitamos.
No obstante, aunque ya haya sido dicho todo precisamos oírlo una y otra vez, y además oírlo en los términos adecuados a nuestro contexto actual o «Zeitgeist»
Y Emmanuel sabe hacerlo de maravilla.
Lo único que puedo desearos es que Emmanuel os sirva de amigo espiritual tan bien como me ha servido a mí.
Con cariño.
Ram DASS
Zeitgeist significa en alemán, el espíritu del tiempo. (N. de la E.)
Transmitido por Pat Rodegast