En algún sentido, todas las contemplaciones imaginativas son simbólicas. Pero las contemplaciones imaginativas que Ignacio propone se basan en algún dato histórico que no se asemeja a lo que te propongo a continuación: Imagina que te encuentras en la cima de una montaña desde la que se divisa una gran ciudad. Es al anochecer. Se ha puesto el sol y ves que comienzan a encenderse las luces en la gran ciudad...
Contemplas cómo aumenta su número hasta que la ciudad entera parece un lago de luz... Tú estás sentado aquí solo, gozando del maravilloso espectáculo... ¿Qué sientes en estos momentos?..
Cuando ha pasado un rato oyes unos pasos detrás de ti; sabes que son los de un hombre piadoso que vive por aquellos parajes, de un eremita. Se acerca hasta ti y se coloca a tu lado. Te mira lentamente y te dice únicamente una frase: «Si desciendes a la ciudad esta noche encontrarás a Dios». Después da media vuelta y se aleja. No hay explicaciones. Ni tiempo para hacer preguntas...
Tú tienes el convencimiento de que esta persona sabe lo que dice. ¿Qué sientes en estos momentos? ¿Te sientes inclinado a aceptar lo que te ha dicho y bajar a la ciudad? ¿O preferirías permanecer donde estás?
No importa cuál pueda ser tu inclinación; baja ahora mismo a la ciudad para buscar a Dios...
Es una forma de oración imaginativa, recomendada por san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales y empleada frecuentemente por muchos santos. Consiste en escoger una escena de la vida de Cristo y revivida tomando parte en ella como si ocurriese en el momento presente y tú participases en ese acontecimiento. La manera más eficaz de explicarte cómo se hace
es conseguir que tú lo hagas. Para este sencillo ejercicio voy a escoger un pasaje del Evangelio según san Juan:
“Después de esto, hubo una fiesta de los judíos. y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que se llama en hebreo Bezatá con cinco pórticos. En
ellos yacían una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua.
Porque el ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua quedaba curado de cualquier mal que tuviese. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: “¿Quieres curarte?» Le responde el enfermo: ¡Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo!
Puse en práctica este ejercicio después de escuchar la historia de un sacerdote que fue a visitar a un enfermo a su casa. Advirtió la presencia de una silla vacía junto a la cama y preguntó por su
finalidad. El enfermo le respondió: «He colocado a Jesús en esa silla y estaba hablando con él hasta que llegó usted... Durante años me resultó muy difícil hacer oración hasta que un amigo me explicó que orar es hablar con Jesús. Al mismo tiempo me aconsejó que colocase una silla vacía junto a mí, que imaginara a Jesús sentado en ella e intentase hablar con él, escuchar lo que él me contestaba.
Desde aquel momento no he tenido dificultades para orar».
Algunos días más tarde, continúa la historia, vino la hija del enfermo a la casa parroquial para informar al sacerdote de que su padre había fallecido. Dijo: «Lo dejé solo durante un par de horas.
¡Parecía tan lleno de Paz! Cuando volví de nuevo a la habitación lo encontré muerto. Pero noté algo raro: su cabeza no reposaba sobre la almohada de su cama, sino sobre una silla colocada junto a la cama”.
Negarse a perdonar a otros por el daño, real o imaginario, que nos han causado es un veneno que afecta nuestra salud -física, emocional y espiritual- a veces de forma muy profunda. Oímos que la gente repite con frecuencia: «Puedo perdonar, pero no olvidar» o «Deseo perdonar pero no puedo”. En realidad, están diciendo que no quieren perdonar. Quieren mantenerse firmes debido a la satisfacción que experimentan alimentando su resentimiento. No quieren, en manera alguna, que éste desaparezca. Exigen que la otra persona reconozca su culpa, que se defienda, que ofrezca una satisfacción, que sea castigada... como condición para permitir que se desvanezca el resentimiento y para librarse del veneno que corroe su interior.
O quizás desean sinceramente liberarse del resentimiento, pero éste continúa enconándose dentro de ellos porque no han tenido la oportunidad de expresarlo y, así, expulsarlo fuera de su interior. A menudo, un deseo auténtico no substituye la necesidad de echar fuera toda la rabia y resentimiento que anida, al menos, en la imaginación. No es necesario que subraye la importancia esencial de que nuestro corazón esté totalmente libre de cualquier sombra de resentimiento si deseamos progresar en el arte de la contemplación. He aquí una forma sencilla de liberarte de los resentimientos que te atenazan:
Con frecuencia muchas personas llevan consigo heridas del pasado que aún supuran dentro de sus corazones.
Con el paso del tiempo llega un momento en que ya no se siente la supuración. Pero el efecto dañoso de la herida, si no ha curado, persistirá.
Por ejemplo, un niño se verá inundado de tristeza al perder a su madre. La tristeza y la pena pueden ser reprimidas y olvidadas. Pero continúan influyendo en la vida de este niño, ahora adulto:
quizás le cueste trabajo acercar se a la gente por temor a perderla, o sea incapaz de aceptar con amor a personas que se acerquen a él, o quizás pierda gradualmente interés por la vida y por las personas
en general porque emocionalmente se encuentra aún junto a la tumba de su madre, negándose a alejarse de allí, y pidiéndole un amor que ya no puede darle.
Tal vez hayas sido herido profundamente por un amigo. La herida se torna resentimiento que se mantiene latente dentro de ti y se mezcla con el amor auténtico que sientes por él. Entonces, por alguna razón misteriosa, el calor se ausenta de tus relaciones con él.
Cada uno de nosotros lleva en su corazón un álbum de fotografías queridas del pasado.
Memorias de acontecimientos que nos produjeron alegría. Abre ahora ese álbum y revive el mayor número posible de acontecimientos...
Si anteriormente jamás has realizado este ejercicio, no es muy probable que la primera vez que lo intentes vayas a encontrar muchos acontecimientos de ese tipo. Pero gradualmente irás
descubriendo más y más enterrados en tu pasado disfrutarás desenterrándolos y reviviéndolos en la presencia del Señor. Más aún, cuando nuevos acontecimientos te visiten con nuevas alegrías
acariciarás su recuerdo y no permitirás que se pierda tan fácilmente; llevarás contigo un inmenso tesoro del que podrás elegir siempre que quieras dar nueva alegría y vigor a tu vida.
Pienso que esta fue la manera en que se comportó María cuando guardaba cuidadosamente dentro de su corazón preciosos recuerdos de la infancia de Cristo, memorias que más tarde reviviría con amor.
Cuando dos personas que se aman han peleado y quieren juntarse de nuevo, es de gran utilidad recordar los momentos felices que vivieron juntos en el pasado. Dios recordó constantemente a los hebreos, por medio de los profetas, la luna de miel que había mantenido con su pueblo cuando tomó a Israel por esposa en el desierto y recriminó a su pueblo que, una vez en la tierra que mana leche y miel, Israel corriera tras otros amantes olvidando los días de su luna de miel con Dios.
En momentos de crisis espiritual es bueno recordar el consejo del Señor Resucitado a sus discípulos: «Volved a Galilea”. Vuelve a los días de gozo pasados con el Señor. Retorna y le encontrarás de nuevo. Y como les sucedió a los apóstoles, quizás lo encuentres bajo otras apariencias. Con todo, no es preciso esperar a que lleguen días de crisis para practicar el consejo. Si lo realizásemos con la debida frecuencia, seríamos capaces de evitar las crisis.
Vuelve con tu imaginación a alguna escena en la que experimentaste la bondad de Dios y el amor que te tiene... del modo que sea... Permanece con él y acepta de nuevo el amor de Dios...