HA NACIDO UN PARVULITO
Capitulo VI (Quarto Escrito)
Hondas son estas cuestiones para que las tratemos nosotros,
Hermano Simeón –alegó Yhosep, dando un corte a la conversación,
pues varias veces en el curso de ella, estuvo a punto de hablar sobre las
manifestaciones extraordinarias que se habían notado desde antes del
nacimiento de su hijo.
Lía, que había oído en silencio toda esa conversación, recordaba la
carta de su Hermano Elcana, esenio del segundo grado, como ella y su
marido ya muerto, y creyó mejor guardar el secreto que su hermano le
recomendaba.
Pensó con mucho acierto: “Si Yhosep, que es el padre del niño, no
habla; si el sacerdote Esdras, esenio adelantado, calla; yo, pobre mujer
que no sé si mis revelaciones harían acaso un desastre, con mayor motivo
debo callar”.
Y muy disimuladamente hizo que acomodaba los troncos de leña que
chisporroteaban en el hogar, y arrojó a la llama la carta de su Hermano,
sepultando así en el fuego aquel secreto que le hacía daño.
En el corazón de Lía, única mujer hierosolimitana que lo sabía, quedó
sepultado el divino secreto del Cristo-hombre cobijado bajo su techo,
muy cerca del Gran Templo, en plena ciudad Santa, mientras el orgulloso
Sanhedrín y demás Príncipes Sacerdotes se devanaban los sesos
pensando cómo podía ser que hubieran fallado los astros y las antiguas
profecías de los videntes de Israel.
Los sacerdotes más ancianos decían, rasgando sus vestiduras en señal
de funestos presagios: Cuando los astros y las profecías han fallado nueva desgracia amenaza
a Israel.
Terribles signos son éstos que en otra hora fueron anuncio
de dispersión, de incendios y de muerte. Acaso la llegada de la nueva
centuria nos encontrará a todos en el Valle de Josaphat y a nuestros hijos
cautivos en tierra extranjera.
Tal era el ambiente en el Templo de Jerusalén el día que llegaba la
humilde pareja: Myriam y Yhosep con el Cristo-niño en los brazos.
Era
poco antes del mediodía, y un sol de oro caía como una lluvia de arrayanes
sobre la magnífica cúpula del templo, que recibía bajo sus naves
al Cristo-hombre, sin saberlo aquellos fastuosos sacerdotes, cuya regia
indumentaria de púrpura y pedrería dejaba muy atrás a los reyezuelos
de la Palestina.
Por aviso espiritual, los Sacerdotes y los Levitas esenios estaban enterados,
y la noticia fue confirmada por los dos hijos de Simeón, que la
víspera lo supieron por su padre y Yhosep cuando estuvieron a preguntar
la hora en que serían atendidos. Y de acuerdo todos ellos, se unieron para
ofrecer en el altar de los perfumes, holocaustos de pan de flor de harina
rociado del más puro aceite de oliva aromatizado de esencias, vino puro
de uva con incienso y mirra, frutos de manzano, flores de naranjo y cuanta
flor y fruto de aroma pudieron reunir. Pretextaron que era aniversario
de cuando Moisés hizo brotar agua fresca de la roca en el desierto.
Los
dos sacerdotes esenios que estaban de turno, Simeón y Eleazar, podían
realizar aquella liturgia usada todos los años.
Las doncellas del Templo fueron invitadas para cantar salmos al son
de sus cítaras y laúdes. Los catorce sacerdotes esenios con sus veintiún
Levitas, provistos de incensarios de oro daban vueltas cantando alrededor
del Tabernáculo en el preciso momento en que Yhosep y Myriam
llegaban al atrio.
Una vez realizado el rito de la purificación, Myriam con su niño en
brazos penetró al Templo hasta el sitio donde era permitido llegar a los
seglares.
El gran velo del Templo corrido severamente, no les permitía
ver lo que los Sacerdotes y Levitas realizaban detrás de él en el Sancta
Sanctorum. Las vírgenes en un alto estrado con rejas de bronce, cantaban
el más vibrante salmo de alabanza a Jehová. Y cuando Myriam y Yhosep
entregaban las tórtolas del holocausto y Simeón tomaba en sus brazos
al divino niño para ofrecerlo a Dios, sin que nadie supiera los motivos,
el gran velo del Templo fue abatido hacia un lado, como si un vendaval
poderoso hubiese hecho correr las anillas de plata que lo sostenían en
una larga vara del mismo metal.
Todos los presentes sintiéronse sobrecogidos de respeto y admiración,
al ver cómo una corriente de poderosa afinidad obró lo que podía bien
tomarse como una extraordinaria manifestación espiritual, que ponía
de manifiesto la excelsa grandeza del ser que se ofrecía a Dios en aquel
momento.
Mientras tanto Simeón de Betel, tenía al niño levantado en alto al pie
del altar de los perfumes y añadía a las frases del ritual aquellas palabras
que ha conservado la tradición:
“Ahora, Señor, puedes echar polvo en
los ojos de tu siervo porque ellos han visto tu Luz sobre la Tierra”.
Una anciana paralítica de nombre Ana, que todos los días se hacía
llevar en una camilla hasta el interior del Templo para orar a Jehová que
enviase su Mesías Salvador, salió corriendo por sus propios medios hacia
el altar de los perfumes, y no se detuvo hasta caer de rodillas a los pies
de Simeón, dando gritos de gozo y anunciando a todos: He aquí el Mesías Salvador de Israel, cuyo acercamiento ha curado
mi mal de hace treinta años.
Para hacerla callar y que no causase alarma alguna, fue necesario
dejarla que besara una manecita del niño y que prometiera allí mismo
guardar el más profundo secreto.
Los rituales terminaron y todo volvió a su acostumbrada quietud y
silencio, pero el hecho de haberse corrido el velo del Templo sin motivo visible y real, trascendió a otros de los sacerdotes que no estaban en el
secreto, y fue causa de que el Sanhedrín llamase a una asamblea de consulta
sobre cuáles podían ser los motivos de aquel extraño fenómeno.
Los unos opinaron que el mismo Moisés había asistido, invisiblemente,
a la celebración de aquel aniversario de una de sus grandes
manifestaciones del oculto poder de que era dueño.
Ante esta opinión los sacerdotes de bronce se sentían despechados
de que tal manifestación, la hubieran recibido los sacerdotes de cera en
unión de las vírgenes que cantaron los salmos.
Otros opinaron que se
hubiera producido una pequeña desviación de nivel en la gran vara por
donde corrían las anillas que sostenían el velo. Y no faltó quien afirmase
que a esa hora se produjo una gran ola de viento y que al abrir la puerta
del atrio de las mujeres puso en comunicación las corrientes con los
otros atrios, lo cual produjo el hecho de que se trataba.
Para sondear la opinión del bando de bronce, Simeón de Betel dijo: ¿Y no se podría suponer que este fenómeno fuera anuncio de la
llegada del Mesías-Salvador? ¡Imposible...!, –exclamó el Pontífice–. Nuestros agentes han recorrido
todas las sinagogas del país y no ha sido encontrado ni un solo
primogénito varón en la dinastía de David. No obstante –arguyó nuevamente Simeón–, yo acabo de ofrecer a
Jehová un primogénito nacido en Betlehem. ¿Pero, quién es? ¡Un hijo de mendigos...!
Espetó el Gran Sacerdote. De artesanos –rectificó Simeón–. ¿Acaso David no fue pastor? ¿Pero pensáis que el Mesías Rey de Israel va a nacer de artesanos,
cuando todos los Príncipes, Sacerdotes y Levitas de dinastía real, hemos
tomado poco antes de la conjunción de los astros, esposas vírgenes y de noble
alcurnia para dar oportunidad al Mesías de elegir su casa y su cuna?
“Sostener otra cosa sería tergiversar el sentido de las profecías y renunciar
hasta al sentido común.
“¿Creéis que el Mesías Libertador de Israel, va a salir de la hez del
pueblo, para ser el escarnio y la mofa de nuestros dominadores?
“El Mesías-Rey saldrá como una flor de oro de las grandes familias
de la aristocracia hebrea, o no saldrá de ninguna parte.
Y, ¿cómo explicaremos entonces que las profecías han quedado sin
cumplimiento y que los astros han mentido? –preguntó Esdras el esenio,
que sentía lástima por la ceguera de aquellos hombres.
Yo pienso contestó uno de los doctores de bronce, que todo el
año de la conjunción astral puede ser apto para la llegada del Mesías,
porque la influencia de esos planetas puede llegar hasta la Tierra en un
período más o menos largo. ¿Podemos acaso encadenar la voluntad y el
pensamiento de Jehová?
Justamente, era así mi pensamiento –añadió Simeón de Betel–, que
ni nosotros ni nadie sobre la Tierra podemos encadenar el pensamiento
y la voluntad de Jehová, cuando quiere Él manifestarse a los hombres.
Pero, ¿qué quieres decir con eso? –interrogó el mismo doctor que
había expresado aquel pensamiento. Quiero decir, que si Dios quiere enviar a la Tierra su Mesías Salvador,
nosotros no podemos imponerle nuestra voluntad de que aparezca
en una familia de la alta aristocracia o de una humilde familia de artesanos.
Digo esto, porque el motivo de esta asamblea es el hecho de haberse
corrido por sí solo el velo del Templo en el preciso momento en que yo
ofrecía a Jehová un primogénito hebreo; y a más la viejecita paralítica
que todos hemos visto desde treinta años pegada al suelo como molusco
a una roca, salir corriendo hasta llegar a donde estaba yo con el niño, y
en su gozo de verse curada comenzó a gritar como una loca:
“He aquí el
Mesías Salvador de Israel que ha curado con su presencia mi mal de hace
treinta años”. Y no se pudo hacerla callar ni quitarla de encima hasta
que le fue permitido besar al niño. Son hechos, que si nada confirman
por sí solos, no dejan de ser dignos de estudio y de nuestra atención, ya
que para ello nos hemos reunido.
El Gran Sacerdote y otros con él fruncieron el ceño, pero la lógica de
Simeón no admitía réplica. ¿Se han tomado datos precisos de su familia y antecedentes? –preguntó
el Gran Sacerdote.
Yo –dijo Esdras–, estuve, como sabéis, en Betlehem a indagar
sobre los nacidos en aquella ciudad, y estando enfermo el Sacerdote
de aquella Sinagoga, fui yo el actuante cuando llevaron este niño a circuncidar.
Sus padres son artesanos acomodados y tienen en Nazareth
sus medios de vida. Ambos son originarios de Jericó y descendientes
de familia sacerdotal, encontrándose en Betlehem en visita a unos parientes
cercanos de la esposa, que fue una de las vírgenes del Templo
donde se educó justamente por su procedencia de familia sacerdotal;
y Yhosep, el marido, la buscó entre las vírgenes del Templo por fidelidad
a la costumbre de que los hijos o nietos de sacerdotes, busquen
esposa entre las vírgenes del Templo, y Yhosep es hijo de Jacob, hijo
de Eleazar, sacerdote que algunos de los presentes hemos conocido.
Es
cuanto puedo decir. Bien –ordenó autoritariamente el Pontífice–, que tres miembros
de la comisión de Genealogías reales se encarguen de estudiar este
asunto y pasen luego el informe correspondiente.
Y sin más trámite se
dio por cancelado este asunto, el cual no se volvió a tocar, pues en los
momentos que atravesaba la política del país con Herodes el Grande al
frente, no era nada oportuna la presencia del Mesías Rey de Israel, que provocaría desde luego un formidable levantamiento popular en contra
del usurpador idumeo.
Conviene que este asunto no trascienda al exterior –añadió todavía
el Gran Sacerdote–, y que esa familia no sospeche ni remotamente que
nos hemos ocupado de ese niño cuya seguridad está en el silencio.
El
tiempo se encargará de revelar la verdad.
El tiempo se encargará de revelar la verdad –repitieron como un
hecho los sacerdotes esenios convencidos plenamente de que aquellas
palabras eran proféticas.
Y fue así, como pasó desapercibido en toda la Palestina el advenimiento
del Cristo-hombre.
Dios da su luz a los humildes y la niega a los soberbios. Hacía muchos
siglos que el pueblo de Israel esperaba un Mesías Salvador. Y cuando él
llegó como una estrella radiante a iluminar los caminos de los hombres,
no lo reconocieron sino los pequeños, los que se ocultaban para vivir en
las entrañas de los montes, o en la modestia de sus hogares entregados
al trabajo y a la oración.
Continua.....