sábado, 9 de abril de 2016
Libro Despertar La clave para volvernos más humanos (Julio Andres Pagano)-SEGUNDO CAPITULO
El Encuentro
Capitulo- 2 (Quinto Escrito)
Así terminó el encuentro
Cuenta la historia que todos los lectores quedaron desorientados al llegar a la última página, porque en realidad se trataba de un día gris y lluvioso. Sólo vieron salir corriendo por la vida al autor del libro, quien felizmente saltaba, en cada charco, como si fuese un verdadero desquiciado. Un niño, que miraba por la ventana, comprendió y sonrió: el encuentro fue interno. (*) Consideraciones sobre “El Encuentro”:
En relación con este capítulo, quiero contarte que de manera frecuente sigo viajando a Uspallata a visitar a Emilio para seguir aprendiendo. Su enorme humanidad e impecabilidad en su modo de proceder, hace que uno disfrute de sus enseñanzas.
El es un gran maestro que hace casi una década alcanzó el estado de iluminación. En julio del 2007 fui con unos amigos a visitarlo. Hacía mucho frío, e incluso nevó. Estuvimos siete días aprendiendo diferentes cosas, tales como: estar atentos a los sueños para recibir mensajes, volvernos conscientes sobre cómo nuestras formas pensamientos co–crean realidades, elevar la vibración para evitar que todo se concentre en el segundo chacra (el sexual), etc. Emilio sostiene que todos los que pasan por su lugar es porque, de uno u otro modo, tienen algo que trascender con respecto al padre.
Así que otras de las cosas que hicimos fue una ceremonia de perdón y gracias. Lo mágico de esa jornada fue que, luego de la meditación (que incluyó el rezo del rosario y algunos mantras), Emilio nos dijo que fuésemos hasta la puerta de entrada de la casa, porque había una nave. Nuestros corazones se aceleraron por la noticia.
Al abrir la puerta, no podíamos creer lo que estábamos viendo. Sobre la Cordillera de los Andes había una nave enorme, que comenzó a moverse mientras cambiaba la coloración de sus luces. A la distancia era un tanto difícil poder precisar su tamaño, pero su presencia era imponente.
Parecía tener varias aberturas pequeñas en su parte media, como si fuesen ventanas. Fue muy impactante.
Todos nos emocionamos muchísimos. Cantábamos, al tiempo que las luces de la nave cambiaban de color y se movían en forma rítmica. Al cabo de unos minutos la nave desapareció.
Seguimos cantando una canción que habla sobre el espíritu de Dios y enseguida volvió a aparecer.
Tras moverse y cambiar las luces de un extremo al otro, todas sus luminarias se convirtieron en una sola gran luz roja.
Emilio nos pidió que entráramos a la casa.
Nadie quería ingresar porque la nave seguía sobre la montaña, pero le hicimos caso. Nos explicó que esa nave prácticamente no aparece, porque es la nave que lleva la energía del Padre. “Cuando una nave de ese tipo se presenta, todos los que la ven reciben una determinada frecuencia que les cambia el viaje (en el sentido de transformar tu vida)”.
También nos dijo que a través de la luz roja nos estaban indicando que debíamos permanecer alertas.
En sus sueños, Emilio recibió que faltaba muy poco para que los grandes cambios, a escala global, se sucedan. Es por eso que nos pidió que tratemos de actuar conscientemente, centrados en el corazón. También nos contó que últimamente veía que por las noches algunos ángeles bajaban a la Tierra, cosa que no ocurría desde hace mucho tiempo. La experiencia de observar esa gran nave fue muy fuerte. El hecho de poder verla, del modo en que la vimos, no sólo confirma la existencia de seres de razas más evolucionadas, sino también da un marco de credibilidad a los mensajes que muchos canalizadores están recibiendo.
Emilio nos dijo que no nos diría el nombre completo de la nave, por si alguno recibía algún mensaje: “Solo les diré que su nombre comienza con Alfa”. No pude con mi genio y le dije que la nave se llamaba “alfajor”.
Eso me permitió reír y comenzar a distenderme.
Una vez más, al regresara Olavarría, sentí que mi realidad se había fragmentando.
Nuevamente había tenido una manifestación, contundente, de que no estamos solos en el universo. Las cosas habían ido de menor a mayor desde el primer viaje en el 2001, cuando mi vida cambió a partir de la inesperada visión que terminó dando origen al proyecto “Despertar”. Reconozco que con el pasar de los días, me costó asimilar lo que viví en Uspallata.
Me sentí muy extraño. Era como si, de algún modo, hubiese perdido la inocencia. Recapitulando lo sucedido con una de las personas que me había acompañado a lo de Emilio, le dije:
“Esto es como cuando ves que son tus viejos quienes ponen los regalos junto al árbol de navidad. Por más que intentes creer lo contrario, ya no hay vuelta atrás. Internamente algo se rompe”. En septiembre nuevamente me subí a un colectivo de línea para ir a visitar a mi amigo el chamán. Un deseo interno inexplicable me llevó de nuevo hacia Mendoza.
Cuando me faltaban 300 kilómetros para llegar, sentí una presión en la frente, a la altura del tercer ojo. Cerré los ojos y sentí: “Nave Alfa–Centauro. Miércoles 19, a las 20 horas, en el Tunduqueral. Solo”. Confieso que recibir ese mensaje me causó temor.
No soy de las personas a las que le agrade andar caminando en medio de la oscuridad y mucho menos en una zona que no estaba habitada, para ir al encuentro de quién sabe qué cosa.
Intenté desacreditar lo que había recibido, atribuyéndoselo a juegos de mi mente. De todos modos, volví a cerrar los ojos y mentalmente le pedí a Emilio que me diera una señal.
Al instante sonó mi celular, era mi madre: “¿En qué nave vas?”, me preguntó sonriendo, ya que siempre me carga con que vivo muy volado. Sólo atiné a respirar bien profundo. Le conté que estaba en el micro, así que quedé en llamarla ni bien llegara a la próxima estación. Mi cabeza iba a mil. Intenté imaginar cómo podría ser el encuentro y mi cuerpo se estremecía.
Por más que lo intentaba, no podía desviar mi mente del mensaje. De nuevo, como al comienzo de los viajes canalizados, me reproché lo que estaba haciendo. Cuando llegué a lo de Emilio y le conté lo sucedido, me miró a los ojos y me dijo:
“Ese es el nombre de la nave que viste la vez anterior. Se llama Alfa–Centauro, y los encuentros se hacen así, uno debe ir solo”. No sabía qué decir. De todos modos, aún faltaban siete días para la fecha que había recibido. Aproveché mi estadía para seguir aprendiendo. El acontecer diario nos permitió vivenciar de qué manera las personas se roban la energía unas a otras, incluso en los sueños. Comprendimos la importancia de hacer que nuestra energía suba del segundo al cuarto chacra, para poder movernos desde el corazón. Todo fue bien hasta que llegó el miércoles 19 de septiembre. Esa era la fecha en que tenía que ir al supuesto encuentro. A partir del mediodía el viento comenzó a soplar como nunca. Las hojas se arremolinaban y todo, cuando estaba en el suelo, parecía cobrar vida.
Luego de almorzar decidí comenzar a caminar en dirección al cerro Tunduqueral, quedaba a un ahora de marcha. Preferí ir con luz para ver bien el terreno y esperar en el lugar indicado a que se cumpliera la hora que me habían transmitido.
El viento parecía soplar con más intensidad que nunca.
Hacía demasiado frío. “¿Qué estoy haciendo?”, me preguntaba a cada instante. Sabía que a las 20 horas el Sol se pondría y los siete kilómetros que estaba recorriendo debería transitarlo a oscuras. Las botellas de plástico y las latas tiradas al costado del camino, generaban ruidos que en la noche cobrarían otra dimensión si dejaba que mi fantasía se despertara. Cantaba, rezaba, hacía todo lo posible para tratar de no pensar.
Al llegar al Tunduqueral había un cuidador. A juzgar por todo el tiempo que estuvo hablándome, se notaba que llevaba varias horas sin compañía. Si bien sus relatos sobre la historia del lugar me resultaron interesantes, todo cambió cuando comenzó a decirme que no era extraño ver por la noche a espíritus o luces malas en ese lugar. “¿Quién me lo mandó?”, pensé, mientras notaba que mis piernas comenzaban a debilitarse.
Faltaban cuarenta minutos para que el reloj marcara las 20 horas, el cuidador se fue. Quedé solo. Mientras veía cómo el Sol se ocultaba detrás de la cordillera, noté que mi celular no tenía señal. El viento era aún más frío y seguía soplando sin disminuir su fuerza. Siempre que uno reprime algo, no hace más que potenciarlo. Por más que hice todo lo posible para evitarlo, el miedo comenzó a aflorar a través de mis pensamientos.
Tomar conciencia de que estaba solo, incomunicado y prácticamente de noche, aceleró mi respiración. “¿Qué voy a hacer si se me aparece una nave y algún ser se me presenta?
¿Qué garantías tengo de que no me pasará nada?”.
Uno tras otros los pensamientos negativos fueron adueñándose de mi interior. Faltaban quince minutos para la hora señalada. Mi corazón se aceleró. No toleré la tensión y dije en voz alta, mirando al cielo: “Tengo miedo, no estoy preparado para un encuentro estando solo”. Pedí disculpas por mi limitación y comencé a caminar rumbo a lo de Emilio.
Miraba para todos lados. A poco de empezar a caminar, una potente luz se veía a la distancia. Me saqué el gorro para intentar escuchar si era un auto. El viento soplaba tan fuerte que no se escuchaba ruido de motor alguno. Me resigné, ya no podía hacer nada. Estaba en medio de un descampado.
No podía huir en ninguna dirección. Sólo me quedé mirando la luz que avanzaba. Cuando comprobé que se trataba de una camioneta, respiré aliviado y me reí de mi propia estupidez. Cuando le conté a Emilio lo que me pasó, me dijo que había sido una lástima que no me hubiese animado a quedarme hasta la hora indicada. “No creo que hubiese bajado algún ser, quizás sólo se te iba a presentar una nave para que la vieras”, me explicó.
De todos modos, al ver mi cara de preocupación por la oportunidad desperdiciada, me dijo: “No te aflijas, a mí me pasó lo mismo la primera vez, la diferencia estuvo en que cuando fui a cumplir con el mensaje recibido me quedé dentro de la bolsa de dormir y no salí hasta que amaneció”.
Su sonrisa bonachona hizo que me quedara más tranquilo, aunque supuse que tal vez inventó esa historia para que no me sintiera tan mal. Lamenté lo sucedido. Dejé que mi mente –a través de los miedos– se adueñara de la situación, en vez de que sea mi corazón quien me guíe. Este hecho me sirvió para darme cuenta que aún debo trabajar internamente para trascender mis limitaciones. Al momento de escribir este libro, ese fue el último viaje que hice a Uspallata. Desde planos superiores, a Emilio le anunciaron que ya cumplió su contrato en esta dimensión física, por tal motivo sólo está a la espera del momento de partir, mientras disfruta de sus últimos días celebrándolos.
Es por eso que, muy amablemente me solicitó: “No me mandes más gente, nosotros estamos ahora en otro viaje, queremos seguir disfrutando de la luz”.
Continuara....
Libro Despertar La clave para volvernos más humanos (Julio Andres Pagano)
El Encuentro
Capitulo- 2 (Cuarto Escrito)
Todo es cuestión de percepción.
Toda forma de ver es una forma de no ver, no lo olvides.
La percepción crea la realidad. Cada uno construye su propio mundo a partir de lo que puede o lo que quiere percibir.
Pero eso no implica que otra persona no pueda percibir algo más, o lo mismo, pero de un modo diferente. Generalmente negamos todo aquello que escapa a nuestra capacidad de comprensión o contradice la forma que tenemos de entender la vida, pero eso no significa que aquello a lo que nos resistimos no sea cierto.
La vista no tiene la capacidad de sentir, el olfato no puede ver, el oído no puede degustar, el tacto no puede escuchar y el gusto no puede oler, ¿acaso impide eso que todas esas realidades existan al mismo tiempo? ¿Verdad que no? ¿Por qué hago hincapié en esto de la percepción? Porque necesitamos ser lo suficientemente amplios de criterio, para no privarnos de la posibilidad de experimentar muchos aspectos enriquecedores de la vida, y sumar, de manera creativa, para que la humanidad siga evolucionando. Todos los puntos de vista son perfectamente válidos y respetables. Cada uno tiene el derecho a entender la vida como quiera, pero por el simple hecho de vivir en sociedad, tenemos que intentar buscar la forma de que los diferentes enfoques puedan complementarse, para evitar multiplicar los conflictos. ¿No logré hacerme entender? Entonces te contaré un breve cuento. Relata una historia que dos personas discutían porque había quedado una sola naranja. Gritaban tan fuerte que no se podían escuchar. Los dos estaban dispuestos a quedarse a toda costa con la fruta. No llegaron al extremo de los golpes porque, en ese instante, alguien se presentó, calmó los ánimos y le pidió a cada uno que le explicara para qué querían la naranja. Uno respondió que necesitaba su jugo. El otro, que sólo quería su cáscara.
Ambos vieron que sus necesidades eran complementarias y volvieron a sonreír. La falta de un diálogo sincero, de corazón a corazón, sumado a nuestra imposibilidad de sentir, nos está cerrando las puertas hacia una convivencia sana y pacífica.
La energía de cambio que proviene del espacio, con la Era de Acuario, potenciará los conflictos, aún más, si no comenzamos a abrirnos y nos damos el permiso interno de cambiar.
No es casual el caos que estamos presenciando. Los medios de comunicación nos muestran que los niveles de tensión van en franco aumento. Crímenes, guerras, atentados, desbordes mentales, hechos de violencia inexplicables, etc., están tiñendo de rojo la realidad. No digo esto para que te alarmes.
El caos es lo que da lugar al cambio, es lo que facilita que la transformación ocurra. Está en nosotros ayudar a que la transición sea lo menos traumática posible. Lograr comprender hacia dónde no está conduciendo el caos, nos permitirá contar con otros recursos para poder atravesar la tempestad.
No es casual que, a escala global, millones de seres humanos presientan que sus vidas deberían dar un vuelco para poder equilibrarse. Tampoco es casual que muchísimas personas no se animen a efectuar los cambios necesarios, por temor a que los demás se les rían en la cara, las tilden de locas o las marginen socialmente. Estamos recibiendo la energía de Acuario, pero aún la de la Era de Piscis no se ha retirado. Estamos con un píe en cada lado. Dar el salto es todo un desafío. Los que logran superar la instancia de los prejuicios sociales y los temores internos aún tienen que superar una barrera mayor, deben generar sus propios espacios. Las viejas estructuras del sistema, no encajan con sus nuevas formas de percibir la realidad. Ahí es donde se enciende el debate sobre si hay que salirse del sistema o cambiarlo desde dentro. En mi opinión, salirse del sistema equivale a renunciar ante un obstáculo. De todos modos, así lo quisiéramos, no podemos salirnos.
No hay espacios adónde ir. Somos pasajeros de un mismo barco. Así nos fuésemos a vivir a las montañas y llevásemos una vida ermitaña, eso no nos evitaría sufrir las consecuencias de la contaminación, una guerra nuclear o cualquiera de las calamidades que los ecologistas pronostican, de seguir viviendo a este ritmo decadente. Nada es bueno o malo en sí mismo, todo depende del uso que le demos. Contamos con un mundo que se ha convertido en una gran aldea interconectada.
Por lo tanto, si logramos cambiar nuestra percepción y redireccionamos nuestros esfuerzos, hacia alternativas que despierten la conciencia y abran nuestros corazones, podremos utilizar el poder de esa interconexión para revertir los pronósticos más negativos. ¿Te parece algo imposible?
Con fe, constancia, esfuerzo y actitud, todo se puede.
Algunos optan por mirar el vaso medio vacío. Otros lo ven lleno, pero sólo hasta la mitad. En mi caso, lo observo completamente lleno. Sé que la parte que algunos dicen ver vacía, está repleta de aire. Todo es cuestión de percepción.
Excusas para no cambiar.
No creas que no te comprendo. De todos modos, me gustaría que te escuches cuando hablás. Si no es tu familia, es tu entorno, tus amigos, la sociedad, etc., etc., etc. Vas rotando los nombres, los personajes, las historias, pero siempre la culpa está afuera.
Son los otros los que no te dejan cambiar, los que te traban o te ponen palos en la rueda. ¿Prestaste atención a ese detalle?
El cambio debe partir desde dentro. Solamente vos sabés cuál es modo que mejor se ajusta a tu ritmo evolutivo.
Nadie puede mover tus pies. A lo sumo pueden inspirarte a que los muevas. No importa si es real o inventada la forma que busques para impulsar tus pasos. Lo importante es que te muevas, que salgas de la inconsciencia. Sí, lo digo muy en serio. Para la mente no hay diferencia entre algo real o inventado.
Con que vos lo creas, es más que suficiente. ¿Sabés qué es lo que hago para moverme en un entorno adverso? Simplemente juego. Resignifico las cosas. Busco enseñanzas implícitas. Veo todo lo que se me presenta, como una forma de ayudarme a que trascienda mis limitaciones.
En mi singular forma de ver la vida, todo lo que podría considerarse como resistencia para el cambio, lo veo como el escenario que co–creé para demostrarme si realmente estaba dispuesto a transformarme.
Si pese a la adversidad que encuentro soy capaz de dar pasos, en consonancia con mi sentir, eso significa que realmente estoy convencido de la dirección en que me muevo. Si voy por la calle y veo a un señor en silla de ruedas, sé que es un maestro enseñándome a sobreponerme a una dificultad.
Si alguien viene y me trata mal, veo a un maestro enseñándome la tolerancia. Si debo esperar en la cola de un banco, sé que me están invitando a desarrollar la paciencia. Así voy jugando. ¡Claro que a veces estallo y me enojo! También tengo mis baches de inconsciencia. De todos modos cuando caigo en la cuenta de que me enojé, agradezco que me muestren que aún me falta un largo camino. Así voy por la vida, jugando. ¿Sabés una cosa?
Con esto de intentar co–crear nuevos espacios para ayudar a transformar la realidad, es posible que, en más de una oportunidad, te encuentres con personas que te digan: “Avísenme cuando esté hecho, así me sumo”.
Pareciera que no se dan cuenta que en el mismo hacer está la transformación. Lo importante son los desafíos y los problemas que la realización misma presenta. Materializarlos es sólo la excusa para que nos animemos a cambiar. Hemos hablando suficiente, ¿no te parece? A modo de despedida, si no te enojas, me gustaría hacerte una breve sugerencia. Ahora, cuando te vayas, tratá de no parar al primero que se te cruce por la calle para intentar explicarle que la muerte no existe, que deje de llevar una vida mecánica, hablarle sobre la nueva era, el cambio del sistema, la espiritualidad, las otras dimensiones y todo eso, porque, en el mejor de los casos, lograrás que te recomiende un buen psiquiatra. Gracias, de todo corazón, por tu tiempo y tu buena compañía. Llevaré siempre este abrazo, en lo profundo de mi alma, como recuerdo de este encuentro. No te preocupes, son lágrimas de felicidad las que corren por mi rostro. Siempre me emociono cuando veo salir el Sol.
Continuara....
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