jueves, 28 de abril de 2016
LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)
DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII
Mientras tanto, el himeneo grandioso de Júpiter y Saturno, al que poco después se unía Marte, había puesto en actividad las mentes iluminadas de Divino Conocimiento de los hombres que en este pequeño planeta sembrado de egoísmos y odios, habían sido capaces de mantenerse a la vera de las cristalinas corrientes, donde se reflejan los cielos infinitos y se bebe de las aguas que apagan toda sed.
En la antigua Alejandría de los valles del Nilo, existía aún como una remembranza lejana de los Kobdas prehistóricos, una Escuela filosófica a pocas brazas de donde se había levantado un día el santuario venerado de Neghadá.
Esta Escuela, había sido fundada siglos atrás por tres fugitivos hebreos, que encontrándose atacados de una larga fiebre que los llevó a las puertas de la muerte, no quisieron ni pudieron seguir el éxodo del pueblo de Israel cuando abandonó el Egipto. Y para que no muriesen entre los paganos, por misericordia, habían sido conducidos a las ruinas inmensas que existían ya casi cubiertas por el limo y hojarascas arrastradas por las aguas del gran río, a la orilla misma del mar.
Eran las milenarias ruinas del Santuario Kobda de Neghadá, de cuya memoria no quedaba ya ni el más ligero rastro entre los habitantes de los valles del Nilo.
De dichas ruinas, se utilizaron muchos siglos después, bloques de piedra y basamentos de columnas para las grandes construcciones faraónicas, y aún para edificar la antigua Alejandría, en uno de cuyos mejores edificios estilo griego, después de la muerte de Alejandro, se instaló un suntuoso pabellón: Museo-Biblioteca, Panteón sepulcral, y a la vez templo de las ciencias, donde podía contemplarse en los primeros siglos de nuestra era, en una urna de cristal y plata,
el cadáver de un hombre momificado que llenó el mundo civilizado con sus gloriosas hazañas de conquistador:
Alejandro Magno. Nadie sabía qué ruinas eran aquellas, en torno de las cuales se tejían y destejían innumerables leyendas fantásticas, trágicas y horripilantes.
Sólo las lechuzas, los búhos y los murciélagos, se disputaban los negros huecos cargados de sombras y de ecos de aquellas pavorosas ruinas. Algunos malhechores escapados a la justicia humana se mezclaban también a las aves de rapiña, que graznaban entre las arcadas derruidas, y donde de tanto en tanto, nuevos derrumbamientos producían ruidos espantosos como de truenos lejanos, o montañas que se precipitan a un abismo.
Los piadosos conductores de los tres hebreos enfermos, creyéndoles ya en estado agónico, y llevándoles una delantera de tres días la muchedumbre israelita que se alejaba, los dejaron en sus camillas, en una especie de cripta sepulcral que encontraron al pie de aquellas pavorosas ruinas.
Más muertos que vivos estaban en aquel lugar.
Mas, no obstante dejáronles al lado, tres cantarillos de vino con miel y una cesta de pan, por si alguno de ellos amanecía vivo al día siguiente. Y allí agonizantes y exhaustos, en la vieja cripta del antiguo Santuario de Neghadá, orgullo y gloria de la prehistoria de los valles del Nilo, volvieron a la vida los tres abandonados moribundos, a quienes tal circunstancia unía en una alianza tan estrecha y fuerte, que no pudo romperse jamás; Zabai, Nathan y Azur, fueron los que sin pretenderlo fundaron la célebre Escuela filosófica de Alejandría, de la cual un solo individuo obtuvo los honores de la celebridad como filósofo de alto vuelo, contemporáneo de Yhasua: Filón de Alejandría.
Los tres moribundos vueltos a la vida.
Eran de oficio grabadores en piedra, en madera y en metales, y por tanto conocían bastante la escritura jeroglífica de los egipcios y la propia lengua hebrea en todas sus derivaciones y sus variantes. Comenzaron pues, por abrir un pequeño taller en los suburbios de la ciudad del Faraón, disfrazados de obreros persas, para no ser reconocidos como hebreos y sufrir las represalias de los egipcios.
Y como continuaron ellos visitando la cripta funeraria en que volvieron a la vida, fueron haciendo hallazgos de gran importancia. Copiaban las hermosas inscripciones de las losas sepulcrales y en algunas que estaban derruidas, encontraron rollos de papiros con bellísimas leyendas, himnos inspirados de poesía y de sublime grandeza y emotividad.
Encerrados en tubos de cobre, entre los blancos huesos de los sarcófagos, o entre momias que parecían cuerpos de piedra, encontraron un manuscrito en jeroglíficos antiquísimos y que al descifrarlo, comprendieron que era la ley observada sin duda por una fraternidad o Escuela de sabios solitarios que se llamaron Kobdas.
Tales fueron los orígenes humildes y desconocidos de la Escuela filosófica de Alejandría, que adquirió gloria y fama en los siglos inmediatos, anteriores y posteriores al advenimiento de Yhasua, el Cristo Salvador de la humanidad terrestre.
¡Qué de veces el joven y audaz conquistador Alejandro, se solazó con los solitarios mosaístas, que por gratitud a Moisés que salvó de la opresión a sus compatriotas, tomaron su nombre como escudo y como símbolo y se llamaron:
Siervos de Moisés! La Escuela se formó primeramente de aprendices del grabado, y poco a poco fue elevándose a estudios filosóficos, astronómicos y morales.
Dos años antes del nacimiento de Yhasua, Filón de Alejandría que era un joven de veinticinco años, fue enviado con otros dos compañeros a Jerusalén a buscar de ponerse en contacto con la antigua Fraternidad Esenia, que aunque oculta en la Palestina estaba conocida hasta en lejanos países por los mismos viajeros y mercaderes, por los perseguidos y prófugos que siempre hallaron en ella amparo y hospitalidad.
Desde entonces, la Escuela de Alejandría fue considerada como una prolongación en el Egipto de los esenios de la Palestina.
Fue así, que de la Escuela de Divina Sabiduría de Melchor, en las montañas de Parán, en las orillas del Mar Rojo, partió un mensajero hacia Alejandría a escudriñar los conocimientos de los Siervos de Moisés, referentes al advenimiento del Avatar Divino anunciado por los astros. El mensajero tardó tres lunas y volvió acompañado de uno de los solitarios de Alejandría, para emprender juntos el gran viaje hacia la dorada Jerusalén, en busca del Bienvenido.
Mientras esta demora, Gaspar y Baltasar que venían de la Persia y del Indo, se encontraron sin buscarse en el mismo paraje, donde Melchor esperaba la caravana para continuar más acompañado este largo viaje: en Sela, a la falda del Monte Hor. Las grandes tiendas de los mercaderes, donde se reunían extranjeros de todos los países, fueron escenarios propicios para el encuentro feliz de aquellos, que sin conocerse y sin haberse puesto de acuerdo, se encontraban de viaje hacia un mismo punto final: Jerusalén de los Reyes y de los Profetas. ¿Cómo se descubrieron unos a los otros? Veámoslo.
Cada cual en su propia tienda estaba absorbido por la causa única del largo viaje realizado.
A ninguno de ellos le interesaron las tiendas de los mercaderes, donde exhibían riquezas incalculables. Deseando soledad y silencio para interpretar más claramente los anuncios proféticos de sus respectivos augures y libros sagrados, en un mediodía de feria en que toda la ciudad era un bullicioso mercado, Gaspar, Melchor y Baltasar se dirigieron separadamente hacia un cerro del vecino monte Hor, con sus cartapacios y rollos de papiros, y buscó cada cual el sitio que le pareció indicado para su trabajo.
Encontraron extraña la coincidencia y movidos por un interno impulso se acercaron.
Después de algunos ensayos para entenderse, lo lograron por medio del idioma sirio-caldeo, que era el más extendido entre las razas semitas. Y cada cual explicó las profecías y anuncios de sus clarividentes e inspirados, los fundamentos de sus respectivas filosofías, los ideales de perfección humana con que soñaban, en fin todo cuanto puede descubrir de su Yo, un hombre a otro hombre.
Acabaron por comprender que las filosofías de Krishna, de Buda y de Moisés, en el fondo eran una misma, o sea: el buscar el acercamiento a la Divinidad y el buscar la perfección de todos los hombres, por el amor y el sacrificio de los más adelantados hacia los más débiles y retardados.
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
Continua......
LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)
FLORECÍA EL AMOR PARA YHASUA
Capitulo VII (Tercer Escrito)
Bendecid, Gran Servidor, –pidió Lía–, el amor de estos hijos si es voluntad de Jehová que sean unidos. Entonces, todos se pusieron de pie, y las tres parejas con las manos juntas y las frentes inclinadas sobre la mesa, recibieron y escucharon la bendición acostumbrada por Moisés: Sed benditos, en nombre de Jehová, en los frutos de vuestro amor, en los frutos de vuestra tierra, en los frutos de vuestros ganados, en las aguas que fecunden vuestras simientes, en el sol que les dé energía, y en el aire que lleva su polen a todos vuestros dominios; como pan, miel, aceite y vino, sea todo para vosotros, si cumplís la voluntad del Altísimo. ¡Así sea! –contestaron todos.
Los tres Levitas besaron las frentes de sus elegidas, y sirvieron de una misma ánfora, el vino nupcial a todos los que habían presenciado la ceremonia. Que beba también el niño de nuestro vino –añadió Nicodemus cuando Myriam bebía.
Ella, entonces, mojó sus dedos en el rojo licor y los puso en la rosada boquita del niño dormido.
Así terminó aquella inesperada fiesta de esponsales que, fue en verdad, una tierna comunión de almas enlazadas desde siglos por fuertes vínculos espirituales.
Era una antigua costumbre que, por lo menos, pasaran siete lunas en el servicio del templo las doncellas que eran prometidas para esposas de los Levitas, éstos pidieron a Lía que internara sus hijas por ese tiempo.
A la madre le apenaba apartarse así de sus tres hijas a la vez, y por tanto tiempo, en vista de lo cual, los sacerdotes esenios pensaron que había una excepción acordada también por la costumbre y la tradición. Consistía en que las siete lunas podían reducirse a tres, cuando las doncellas novias, habían estado consagradas dentro del hogar paterno a servir también al Templo, en el tejido del lino y de la púrpura, en los recamados de oro y pedrería para los ornamentos del culto.
Y éste caso era el de las hijas de Lía, cuyo hogar, a la sombra del tío Simeón, era uno de los más respetables hogares de Jerusalén, dentro de su modesta y mediana posición.
Y así, acordaron que cada una de las tres se internara por turnos, para no dejar sola a la madre.
Yhosep y Myriam tornaron pocos días después a la casa de Elcana en Betlehem, para esperar allí la llegada de los tres personajes que ya venían del lejano oriente, según el aviso de los Ancianos de Moab, y también para esperar a que el niño y la madre se encontrasen en estado de viajar hacia la provincia de Galilea. Apremiado por las necesidades relativas a su taller de carpintería, y de los hijos de su primera esposa, Yhosep realizó un viaje, solo, a Nazareth, dejando a Myriam y al niño, recomendados a sus parientes Sara y Elcana.
Además, los amigos: Alfeo, Josías y Eleazar, eran diarios visitantes al dichoso hogar, que por cerca de un año albergó bajo su techo al Cristohombre en su primera infancia.
Estas humildes familias de pastores y de artesanos, fueron testigos oculares de las grandes manifestaciones espirituales que se desbordaban sobre el plano físico en torno al niño mientras dormía, y que cesaban cuando él estaba despierto. ¿Qué fenómeno era éste? Un día lo presenciaron también dos peregrinos terapeutas que bajaron del Monte Quarantana, y ellos les dieron la explicación: El sublime espíritu de Luz encerrado en el vaso de barro de su materia, se lanzaba al espacio infinito, así que el sueño físico cerraba sus ojos, y para retenerlo en la propia atmósfera terrestre, las cinco Inteligencias Superiores que le apadrinaban, formaban un verdadero oleaje de luz, de amor, de paz infinita en la casita de Elcana y sus inmediaciones, emitiendo rayos benéficos de armonía, de dulzura, de benevolencia hasta las más apartadas regiones del país, lo cual produjo una verdadera época de bendición, de abundancia y de prosperidad en todas partes.
Las gentes ignorantes de lo que ocurría, por más que estuvieran desbordantes de conocimientos humanos, lo atribuían todo a causas también humanas.
Los gobernadores se alababan a sí mismos por la buena administración de los tesoros públicos, los mercaderes al tino
y habilidad con que manejaban el comercio; los ganaderos y labradores, a su laboriosidad y acierto en la realización de todos sus trabajos.
Sólo los esenios, silenciosos e infatigables obreros del pensamiento y estudiantes de la Divina Sabiduría, estaban en el secreto de la causa de todo aquel florecimiento de bienestar y prosperidad sobre el país de Israel.
Y cual si una poderosa ráfaga de vitalidad y de energía pasara como un ala benéfica rozando el país de los profetas, eran mucho menos los apestados, las enfermedades livianas y ligeras se curaban fácilmente; muchos facinerosos y gentes de mal vivir que se ocultaban en los parajes agrestes de las montañas, se habían llamado a sosiego, debido a que un capitán de bandidos, de nombre Dimas, se había encontrado con Yhosep, Myriam y el niño, cuando regresaban a Betlehem.
El hombre había quedado mal herido a un lado del camino y se había arrastrado hasta un matorral por temor de ser apresado. Mas, cuando vio el aspecto tan inofensivo de los tres personajes, pidió socorro, pues perdía mucha sangre y se abrasaba de sed. Tenía una herida de jabalina en el hombro izquierdo.
Myriam iba a dejar su niño sobre el musgo del camino para ayudar a Yhosep a vendar al herido, mas, él les dijo:
Soy un mal hombre que he quitado la vida a muchas personas; pero os prometo por vuestro niño que no mataré a nadie jamás. Dádmelo que yo lo tendré sobre mis rodillas hasta que me curéis.
Myriam, sin temor ninguno, dejó su niño dormido sobre las rodillas del bandido herido. Mientras preparaban vendas e hilas de un pañal del niño, vieron que aquel hombre se doblaba a besar sus manecitas, mientras gruesas lágrimas corrían por su rostro hermoso pero curtido de vivir siempre a la intemperie.
Como sintiera gran dolor en la herida, levantó al niño hasta la altura de su cuello y su cabecita fue a rozar su hombro herido. Lo hizo, sin duda, inconscientemente; pero, apenas hecho, gritó con fuerza: No me duele ya más; el niño me ha curado; debe ser algún dios en destierro o vosotros sois magos de la Persia.
Buen hombre –díjole Yhosep–, si nuestro niño te ha curado, será por la promesa que has hecho de no matar a nadie. Déjanos, pues, vendarte y que sigamos nuestro viaje.
El asombro de ellos fue grande cuando al abrir las ropas de Dimas, vieron que la herida estaba cerrada y sólo aparecía una línea más rojiza que el resto de la piel.
Yhosep y Myriam se miraron. Después miraron a Dimas, que de rodillas, con el niño en brazos, lo besaba y lloraba a grandes sollozos.
¿Qué Dios benéfico eres, que así te apiadas de un miserable?
le preguntaba al niño que continuaba sumergido en el más dulce sueño, mientras las fuerzas y corrientes emanadas de su propio espíritu desprendido de la materia, obraba poderosamente sobre el alma y el cuerpo de aquel hombre.
Por fin lo entregó a su madre, y levantándose se empeñó en acompañarles hasta Betlehem, después que ellos le dieron palabra de no denunciarle a la justicia.
Si Dios ha tenido piedad de ti, nosotros que somos servidores suyos, no haremos lo contrario. Dimas tomó la brida del asno donde iba montada Myriam y el niño, y le fue tirando del cabestro hasta llegar a la ciudad.
Ya casi anochecía y Yhosep dijo a Dimas: No es justo que te vayas sin comer. Entra con nosotros a esta casa de nuestros parientes donde nada tienes que temer.
Dadme más bien, pan y queso, y yo seguiré a los montes de Betsura, donde me esperan mis hombres.
Yhosep y Elcana entregaron a Dimas un pequeño saco lleno de provisiones y le dejaron partir. Aquel hombre no tenía más que diecinueve años y representaba treinta, su bronceada fisonomía casi cubierta por una espesa barba y desgreñados cabellos.
Un poderoso señor de la ciudad de Joppe había asesinado a su padre y su madre, para robar a su hermana, a la cual había precipitado en la deshonra y en la mayor miseria en que puede hundirse una mujer en su florida juventud.
Tal hecho había empujado a Dimas al abismo de abandono y de crimen en que se hallaba sumido.
Elcana y Yhosep tuvieron la solicitud de sacar al huésped sus ropas manchadas de sangre, y le dieron una casaca, morral y calzas de las usadas comúnmente por los pastores.
Y a esta circunstancia se debió que no le reconocieron los pesquisantes, que desde Rama le venían siguiendo.
Aunque aquel joven cumplió su palabra sobre el Santo Niño, de no matar a nadie jamás, pasó el resto de su vida prófugo por los montes más áridos y escabrosos, porque al frente de una docena de hombres, había quitado los bienes y la vida a casi todos los miembros de la familia de aquel poderoso señor causante de su desgracia.
Un hecho en la vida de un hombre, marca rutas a veces para todo el resto de sus días, por largos y numerosos que sean. Yhosep y Myriam alrededor del fuego hogareño de Elcana, referían con minuciosos detalles, cuanto les había ocurrido en la ciudad de los Reyes y de los Profetas.
En la casita humilde del tejedor, donde se reunían a diario los tres esenios que conocemos, comenzó a elaborarse la dorada filigrana de la vida extraordinaria del Cristo-hombre, desde sus primeros pasos por el plano físico terrestre.
Si la inconsciencia y los antagonismos no hubiesen desperdiciado aquel hermoso conjunto de recuerdos y de tradiciones, y los biógrafos del Ungido, hubiesen tenido el acierto de espigar en ese campo, ¡qué historia más completa y acabada habría tenido la humanidad del pasaje terrestre de Yhasua, el Cristo Salvador de los Hombres!
Los terapeutas peregrinos que pasaban por allí todas las semanas, eran quienes recogían en sus carpetitas de tela encerada, cuantos sucesos de orden espiritual les referían los que observaban de cerca al niño que era Verbo de Dios.
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
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