En el confucianismo hay un principio denominado Jen. Este principio se refiere a la creencia de que existe el bien, el bien puro, en el centro de nuestro ser, donde puede hallarse el yo o el espíritu. Todas las personas nos parecen buenas cuando son su verdadero yo. El principio de Jen da a entender que uno no puede evitar ser puro cuando es su verdadero yo. Las vidas se tornan malsanas cuando hacemos caso omiso de nuestro auténtico yo y escuchamos al falso yo.
Para permitir que el yo superior triunfe en este conflicto entre la
pureza y lo malsano, debe despojarse de cualquier idea de que en el fondo usted es un pecador. Es necesario que se dé cuenta de que la faceta central de su ser es pura, buena y hermosa. Tal como san Mateo lo expresa, con una gran perfección, esta pureza de corazón le permitirá conocer a Dios.
Por supuesto, lo contrario también es verdad. Si lleva una vida malsana, de pensamiento o acción, será incapaz de conocer el espíritu divino que hay dentro de usted, y el ego continuará dominando su vida interna y externa.
Los puros de corazón se distinguen por sus pensamientos y acciones. Su yo superior desea que tengas pensamientos puros y una conducta pura. Su ego se resiste con fuerza a la pureza y hace campaña en favor de lo malsano. Con el fin de combatir este conflicto, debe entender cómo puede reconocer qué tipo de vida lleva, y, si es necesario, mejorar.