lunes, 18 de abril de 2016

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)




ESCENARIOS DEL INFINITO
Capitulo 3 (Segundo Escrito)
Los grandes soles o estrellas llamadas de primera magnitud son para el físico, centros de energía y de fuerza vital que arrastran en pos de sí a innumerables globos atados a ellos por las leyes de atracción.
Para la Inteligencia iluminada por una luz superior, que pregunta a todas las ciencias y a todas las cosas: ¿Quién es Dios?, sin que, hasta hoy nadie haya respondido a satisfacción; hay un poema eterno que no se ha escrito todavía, y que no han leído los hombres: El poema de Dios y de las almas. Con el favor divino, me atreveré a esbozarlo. Desde el más ínfimo ser dotado de vida hasta el hombre más perfecto, hay una larguísima escala de ascensión, a la cual la Ciencia Psíquica llama Evolución.
Más arriba del hombre, ¿qué hay? Seres que fueron un día hombres y que siguiendo su evolución han continuado subiendo y subiendo durante ciclos y edades que no podemos medir, hasta llegar en innumerables graduaciones a unificarse con el Gran Todo, con la Suprema Energía, con la Eterna Luz. Esta gloriosa escala tiene sus jerarquías, que cada una forma legiones más o menos numerosas. Las definiré concretamente; Primera jerarquía:
Ángeles Guardianes.
Es el grado primero en la Escala de superior perfección a que puede llegar un hombre que ha alcanzado su purificación. Inteligencias de esta Legión pueden encarnar en el plano físico de la Tierra y globos de igual adelanto.
Sus características generales son: incapacidad para el mal de cualquier orden que sea y la predisposición para todo lo bueno que puede realizar un ser revestido de carne.
Esto, cuando se hallan viviendo como hombres sobre la Tierra. Ahora en estado espiritual su mismo nombre lo indica: son los guardianes y celadores de todas las obras que en beneficio de la humanidad se realizan en los mundos de aprendizaje y de prueba como la Tierra.
Son ordinariamente los inspiradores de toda buena acción, los consoladores de todos los dolores de los hombres encarnados y de los desencarnados que habitan en la esfera astral de los planos físicos, y son los intermediarios entre el dolor humano terrestre y las divinas fuentes de consuelo y de alivio, si lo merecen.
Los que están de guardia alrededor de un planeta, permanecen de ordinario en su esfera astral o estratosfera y pueden bajar y subir a voluntad y en casos justificados, y siempre para propender al bien.
Y entonces toman el nombre de Cirios de la Piedad.
Tienen largas épocas de reposo en la Luz para adquirir mayores conocimientos y poderes, pues de esta Legión, las Inteligencias pueden tomar caminos y rumbos diferentes según las inclinaciones y voluntades de su Yo Superior.
Su estado es de perfecta felicidad, y el grado de su comprensión y conocimiento de todas las cosas, sobrepasa en mucho a los más aventajados espíritus encarnados en la Tierra.
Las estrellas, los planetas o soles adelantados, tienen a más de la esfera astral inmediata a la atmósfera, varias esferas radiantes más o menos sutiles según el grado de evolución al que el astro ha llegado, y es en esas esferas concéntricas y sobrepuestas, donde tienen su morada habitual las Inteligencias purísimas que llamamos Ángeles Guardianes.
Gobernadas por poderosos Jerarcas de su misma Legión, obedecen plácidamente al solo reflejo de los pensamientos de aquellos, que desde luego, están encuadrados dentro de las leyes y misiones propias de la grandiosa falange, la más numerosa de todas.
Cada subdivisión, ostenta en su etérea y sutil vestidura uno de los colores del Iris, por lo que queda entendido, que son siete grandes falanges, bajo siete Jerarcas de la misma Legión.
Lector amado, si interrogamos a cualquiera de estos Jerarcas de los Ángeles de Dios, donde encontramos a Yhasua, el Cristo, nos contestará como contestó Yohanán el Bautista, cuando le preguntaban si él era el Mesías anunciado por los Profetas. —“Nosotros no somos dignos de desatar la correa de su sandalia. Mucho más alto que nosotros le encontraréis. Subid”. Y subiendo a las radiantes esferas sutiles que envuelven globos siderales de gran perfección, encontraremos entre mares interminables de luz, de bellezas indescriptibles, de las que son opacos reflejos las más admirables bellezas de la Tierra, otra numerosa jerarquía de Inteligencias purificadas y que irradian amor, poder, sabiduría, en grado mucho más superior que la legión anterior.
Son los Arcángeles llamados también Torres de Diamantes o Murales, según la lengua en que tales nombres se escriben.
Son éstos los señores de los elementos o fuerzas poderosas, que aparecen a veces en los planos físicos. Ellos son los que gobiernan las corrientes dispositivas de encarnaciones de espíritus en determinados mundos, entre unas u otras razas según el grado de su evolución, y según la altura de la civilización a que deben de cooperar.
Guardan ellos el libro de la vida y de la muerte, marcan con precisión y justicia las expiaciones colectivas de los pueblos, de las naciones o de los continentes. Aunque rara vez, encarnan también en los planos físicos, sobre todo cuando algún gran espíritu Misionero debe permanecer allí, en cumplimiento de un Mensaje Superior de gran importancia.
Tienen también sus grandes Jerarcas, que en Consejo de siete, distribuyen las misiones o las obras a realizar.
Visten también sutiles túnicas de los colores madres más espléndidos y radiantes, pero a diferencia de los anteriores, están provistos de grandes antenas blancas en forma de alas, que parecen tejidas de resplandeciente nieve.
En ellas residen las poderosas fuerzas que les hacen dueños y señores de los elementos. Si a cualquiera de estos Jerarcas de los radiantes Arcángeles les preguntamos si está entre ellos Yhasua el Cristo, nos responderá igual que los anteriores: —“Subid, subid, porque nosotros sólo somos sus servidores cuando él está en misión”.
Y seguiremos corriendo, lector amigo, hacia esferas y planos más radiantes y sutiles, donde los Esplendores y las Victorias, los esposos adolescentes cuyo recíproco amor les complementa para la constante y permanente creación de las formas y de los tipos, de cuanta manifestación de vida observamos en la compleja y sabia combinación de la Naturaleza, los excelsos conductores de la mágica ola, que no es fuego, ni agua, sino materia radiante de donde toman su luz, todos los soles, todas las estrellas más esplendorosas, de donde surgen los principios de todo sonido, de toda armonía, de toda voz, capaz de deleitar al alma más delicada. Ola que viene y que va en rítmico y eterno vaivén, y entre cuyas ondulaciones luminosas se esfuman, suben, bajan, se enlazan, flotan, esos incomparables espíritus radiantes de belleza, de armonía, de fuerza imaginativa y creadora en su misma inefable suavidad.
Piensan una forma, un tipo, un sonido, un color, y de la ola formidable de materia radiante en que ellos se deslizan y viven como en su propio elemento, van surgiendo sus pensamientos hechos formas, tipos, sonidos y colores, para que la eterna madre Naturaleza conciba en su fecundo seno, aquellas divinas manifestaciones de vida que ningún artífice terrestre es capaz de forjar ni en semejanza siquiera.
Y si estos seres, cuya dicha suprema está en la contemplación de sus eternas creaciones, para poblar de múltiples formas de vida los mundos y los universos, propendiendo así a la evolución de todos los seres orgánicos e inorgánicos, escucharan nuestro interrogante: ¿está por ventura entre vosotros, Yhasua el Cristo?, ellos nos responderían sin detener el armónico movimiento de sus manecitas como lirios: —“Yhasua el Cristo es un arpa viva que vibra siempre entre los Amadores, y de su vibración eterna de amor, aspiramos las notas sublimes y tiernísimas para plasmar creaciones dulces, amorosas y sutiles..., para forjar el grito de amor de una madre, el canto de amor de una hija, la égloga de inmensa ternura de una esposa que sabe sacrificarse por un amor, que sobrepasa a todas las cosas.
Nosotros, ya lo veis, creamos la forma, el tipo, el sonido, el color... ¡Mas, Yhasua, crea el Amor más fuerte que el dolor y que la muerte!... ¡Subid al cielo de los Amadores o Arpas Eternas, y allí le hallaréis entre los Amantes heroicos y geniales, que dan vida en sí mismos al Amor que les lleva hasta la muerte, por los que no saben ni quieren amar!... “De nuestras creaciones surgen todas las formas y tipos de vida, de belleza, de color y de armonía que observáis en los mundos que habitáis; pero de los Amadores, Arpas Eternas de Dios, emana perpetuamente el Amor que es consuelo, paz, esperanza y salvación en todos los mundos del Universo.
Y son ellos, los que sólo pueden llamarse Salvadores de humanidades. ¡Subid, subid al cielo divino de los Amadores, donde vive la gloria de sus heroicos amores, Yhasua el Cristo Divino que venís buscando!
Subimos a la Constelación de Sirio por no mencionar otras de las mil y mil que son moradas de luz y de gloria de las Arpas Eternas del Divino Amor. (El lector comprenderá que estas percepciones son posibles solamente en ese estado espiritual que se llama éxtasis o transporte, o desdoblamiento consciente del espíritu).
Y mucho antes de llegar a la esfera astral conjunta de aquella hermosísima constelación, nos sorprende una multitud abigarrada y compacta de fibras luminosas sutilísimas, del rosado color de la aurora cuando un sol de estío está para levantarse; fibras, rayos o estelas que parecen nacer en los globos mismos de aquel radiante Sistema.
El que por primera vez llega a tales alturas, se figura que aquella infinidad de rayos luminosos son como defensas que impiden la llegada de los profanos, tal como algunas famosas fortalezas de la antigüedad aparecían erizadas de puntas de lanzas agudísimas y a veces envenenadas, como formidable defensa de enemigos desconocidos, pero posibles.
Y el guía..., que allí nadie puede llegar sino conducido por un experto Instructor, nos dice: “No temáis, que estos rayos no hieren a nadie sino que acarician con infinita dulzura”. — ¿Qué son pues estos rayos y para qué están como formando una selva de fibras de luz sonrosada alrededor de estos magníficos soles? –preguntamos. —“Son las formidables antenas, que nacidas del plexo solar o centro de percepción de los Amadores o Arpas Eternas, atraviesan toda la inmensa esfera astral de esta Constelación habitada por ellos y permanecen perennemente tendidas hacia los espacios que le rodean y en todas direcciones, a fin de captar con facilidad el Amor y el Dolor de todos los mundos del Universo a que esa Constelación o Sistema pertenece.
Y estas Arpas Vivas y Eternas están percibiendo los dolores humanos de los que desde mundos apartados y lejanos les piden piedad, consuelo y esperanza..., y ellos, dioses de Amor y de Piedad, emiten con formidable energía el consuelo, la esperanza y el amor que les demandan. He aquí, el efecto maravilloso e inmediato de una oración, pensamiento o plegaria, dirigido a tan excelsos y purísimos seres. ¡Amadores!... ¡Arpas Eternas del Infinito!...
Viven amando eternamente, y cuando sus antenas captan gritos desesperados de angustia de mundos amenazados por cataclismos que sólo el Amor puede remediar, se precipitan desde sus alturas de inmarcesible dicha, como pájaros de luz entre las tinieblas de los mundos de dolor y de prueba, ¡para salvar a costa de tremendos sacrificios y hasta de la vida, lo que puede aún ser salvado y redimido!”
Y ahora hemos encontrado a Yhasua el Cristo Divino. ¡Salvador nueve veces del hombre terrestre!... ¡Yhasua, el excelso Amador que ama por encima de todas las cosas y más allá del dolor y de la muerte!... ¡Yhasua, el que siembra semillas de Amor en todas las almas de la Tierra, y pasadas muchas centurias de siglos vuelve para buscarlas y ver si han florecido!...
¿Qué hace Yhasua en su diáfano cielo de la Constelación radiante de Sirio? ¿Vive acaso deleitándose infinitamente en la plenitud de dicha que ha conquistado?... ¿Vive sumergido en la extática contemplación de la Belleza Divina que es posesión suya por toda la eternidad? ¿Vive absorbido por nuevas y nuevas soluciones a los profundos arcanos de la Sabiduría Divina que le abrió de par en par las puertas de su templo? Toda esa inmarcesible grandeza y gloria la tiene ante sí, Yhasua el Amador, mas no llena con sólo eso su vida en los cielos de paz y de dicha que ha conquistado.
Yhasua el Amador, tiene tendidas las cuerdas radiantes del arpa divina que lleva en sí mismo; y esas cuerdas son antenas de sutil percepción que hacen llegar al corazón de Yhasua el más imperceptible gemido de las almas que entre la humanidad de la Tierra, su hija de siglos, se quejan, lloran, padecen, sufren la decepción, el odio, el abandono, el oprobio, el desamor de los amados, la injusticia, toda esa pléyade obscura y tenebrosa de los míseros dolores humanos, que él ha bebido hasta el fondo de la copa, en cada etapa suya sobre el globo terrestre.
¡Yhasua lo comprende todo, lo percibe todo, lo siente todo!
Su excelso estado espiritual le veda el sufrimiento, pero le deja amplia libertad para amar, y de tal manera se desbordan sobre los que le aman las incontenibles olas de su amor soberano, que en los seres muy sensitivos se manifiestan de diversas maneras según las modalidades, las aptitudes y grado de evolución de estos amadores terrestres: Los poetas escriben divinos versos de amor a Yhasua; los músicos desglosan poemas insoñados y fantásticos, desbordantes de alegorías y de símbolos, en que el amor de Yhasua hace prodigios de heroísmo, de abnegación, de belleza suprema; los artistas del pincel y del cincel, plasman en el lienzo o en el mármol, las más bellas imágenes del Cristo-hombre, del Hombre-Amor, al cual acaso no acaban de comprender, pero sí figurárselo como el prototipo más acabado y perfecto del amor llevado hasta la apoteosis.
Y nadie sabe sobre la Tierra que si el poeta, el músico, el pintor y el escultor, han sido capaces de dar a la humanidad esas obras que son como un iris de amor, de dulzura infinita, es porque Yhasua, el divino Amador, ha desbordado su ánfora sobre la humanidad de la Tierra, y los más sensitivos han bebido unas gotas..., muchas gotas..., un raudal acaso, de su soberano desbordamiento.
¡Oh, Yhasua, el divino Amador!... ¡Nadie sabe en la Tierra, que si hay en ella claros arroyuelos en que el hombre puede saciar su sed, de tu seno han nacido..., porque tú sólo, Yhasua, amante genial, sublime y eterno, siembras en los amadores de esta Tierra, las semillas divinas de ese amor tuyo tan grande como lo Infinito, más fuerte que el dolor y que la muerte!
Es la Constelación de Sirio, una de las más grandes y hermosas de que está ornamentado el Universo visible desde la Tierra, al que pertenece nuestro pequeño sistema solar.
Y habiendo en dicha Constelación, de la cual es Sirio el gran sol central, una cantidad considerable de globos de segunda, tercera o cuarta magnitud, y habitados por humanidades de diversos grados de evolución, no podemos pensar en buena lógica, que toda la atención y el Amor de Yhasua, lo absorbe nuestra Tierra solamente. Forman los excelsos Amadores una legión radiante de armonía, de paz, de suavidad infinita, y esos divinos efluvios se extienden por todos los globos de esa Constelación.
Y si la Tierra recibe y percibe más de sus potentes vibraciones de amor, es porque en nueve veces de haber encarnado Yhasua en ella, ha creado fuertes vinculaciones espirituales; lazos de amor que no pueden romperse jamás, y a cada una de aquellas Arpas Eternas le ocurre lo propio con las humanidades, en medio de las cuales han tomado naturaleza de hombres.
Los Amadores que nos son más conocidos por estar Yhasua entre ellos, habitan en la segunda estrella de primera magnitud de la Constelación de Sirio, catalogándolas desde la Tierra, punto de observación para esta humanidad. ¡Cuán cierto es, que las estrellas y las almas se parecen, en sus rutas eternas de solidaridad universal!
Remontándonos más y más en el conocimiento de las Inteligencias Superiores, nos encontramos con más y más solidaridad, más y más comprensión entre ellas; más y más unificación.
Es que avanzan lenta, pero ineludiblemente hacia la Eterna Armonía Universal.
Toda su felicidad está en el Amor.
Toda su grandeza la deben al Amor.
¡Toda su Sabiduría la bebieron en la copa del Amor!
El Amor es Piedad.
El Amor es Misericordia.
Y el Amor es también Redención.
Continuara......

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)




ESCENARIOS DEL INFINITO
Capitulo 3
Mientras los tres viajeros regresan paso a paso descendiendo de las colinas ásperas, cargados con su interna alegría y cargados a la vez de los dones que la familia de Andrés enviaba para el hijo de Myriam, contemplemos con la rapidez que es permitido a través de las líneas esbozadas en páginas de papel, dos escenarios completamente distintos y que abarcaban grandes extensiones de tierras y muy diversos y lejanos países.
El cántico de paz, de amor y de gloria que resonara en la inmensidad de los espacios infinitos, había resonado en cada alma, que con la interna luz de la Divina Sabiduría esperaba la llegada del Hombre de Dios. ¡Gloria a Dios en los cielos infinitos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad!
Y como había resonado para todos los esenios refugiados en sus Santuarios, había resonado también en las Escuelas Ocultas y Secretas de Gaspar, Melchor y Baltasar, en las comarcas en que desde años atrás existían. Un inusitado movimiento en toda Siria, Fenicia y Palestina agitaba gozosamente las almas con diversas formas y manifestaciones de dicha, según fuera el prisma por el cual miraba cada uno el gran acontecimiento.
Los que ya adheridos a la Fraternidad Esenia, sólo conocían de ella que eran continuadores de la enseñanza de Moisés, aceptaban la interpretación que daban los sacerdotes, relacionada con la futura venida de un Mesías, Salvador de Israel.
El pueblo de Israel había sido dominado por Roma, reina y señora del mundo civilizado de entonces. Y esta dominación era tan amarga y dura para el pueblo hebreo, que se creía munido de todas las prerrogativas de pueblo elegido, que ningún acontecimiento era mayor para él, que la aparición de un Mesías Salvador.
Y bajo este punto de vista interpretaban todos los anuncios, todas las profecías desde la remotísima edad de Adamú y Evana, o sea desde los comienzos de la Civilización Adámica.
Muchos de estos anuncios y profecías se habían verificado en las diversas estadías del Hombre-Luz sobre la Tierra.
Algunas se habían cumplido en Abel, otras en Krishna, otras en Moisés y en Buda.
Mas, para el pueblo hebreo era todo un solo aspecto en aquella hora: un Mesías-Salvador que empuñando el cetro de David y Salomón, levantara a Israel por encima de la poderosa dominadora de pueblos: Roma.
Si algún versículo de los libros Sagrados insertaban en sus enigmáticos cantos frases como esta: “Dijo Jehová: Mandé a mi hijo para que se pusiera al frente de mi pueblo”.
Era interpretado sin lugar a duda alguna, en el sentido de que el Enviado de Dios sería un glorioso príncipe, ante el cual se rendirían todos los reyes y poderes de la Tierra.
Y era sencillamente una inspirada alusión a Moisés, que sacó a los hebreos de la esclavitud en que gemían cautivos, en el prepotente Egipto de los Faraones de aquella hora.
En alguna de las diferentes cautividades y dispersiones que había sufrido la raza, algunos sensitivos, profetas o ascetas hebreos, habían tenido noticia de un canto apocalíptico en que se hacía referencia al gran Ser que vendría, y el cual sería llamado “Príncipe de la Paz”.
Y también esta alusión que un clarividente de la antigua Persia había recibido referente a Krishna, era aplicada a la hora presente, y más reforzaba el sueño del pueblo hebreo, de que el Mesías debía ser un poderoso rey que dominara a todos los reyes del orbe.
Y por este orden, se levantaban sobre bases equivocadas las grandes esperanzas de los hebreos en general.
Sólo los esenios, desde los primeros grados estaban exentos de este equivocado pensar, debido a la instrucción que recibían año tras año en los Santuarios de la Fraternidad.
Es por esto, que ellos se mantenían en su silencioso recogimiento, callando siempre que escuchaban este insensato soñar de las turbas en general.
Sólo los esenios sabían que el Hombre Luz aparecería sobre la Tierra para dar el retoque final a su magnífico lienzo, en que había esbozado con su sangre divina de Mártir, el ideal de fraternidad, de amor y de paz que soñara para sus Hermanos de este planeta.
Sólo ellos sabían que la humanidad terrestre estaba tocando el límite de tolerancia de la Divina Ley, que marca el aniquilamiento para los rebeldes incorregibles que después de millares de siglos no aprendieron a amar a sus semejantes, siquiera lo necesario para no causarles daño deliberadamente.
Todos los guías de humanidades, los elevados instructores de mundos, saben y conocen el terrible proceso de la Eterna Ley, cuando han rebasado su medida, su hora, el vencimiento de su plazo, después de inmensas edades de espera impasible, serena, imperturbable.
Sólo una infinita ola de Amor Divino podía transmutar el tremendo cataclismo de las almas embrutecidas en el mal, de las inteligencias perturbadas por el crimen, por el odio, por el goce implacable del pecado. Sólo un retazo, un jirón de Divinidad desprendiéndose del Gran Todo Universal y descendiendo a la humana miseria como una estrella a un lodazal, podía operar la estupenda transmutación de las corrientes formidables de aniquilamiento, prontas a descargarse sobre la humanidad de la Tierra.
Y ese jirón de la Divinidad se rasgó de su Eterna Vestidura de luz, para arrastrar juntamente con él, como una radiante marea, la irresistible corriente del Amor Creador y Vivificador, al impulso del cual surgen sistemas de planetas, miríadas de soles y de estrellas, millares de universos de millares de mundos.
¿Cómo un jirón, un florón de la Divinidad no había de salvar de su inminente ruina a pequeños mundos, que al igual que la Tierra reclamaban el beso del Amor Eterno para no ser aniquilados?
Por eso los esenios no esperaban un Mesías Rey de Israel, sino una encarnación de la Divinidad, un resplandor de la Luz Increada, un reflejo de la Suprema Justicia, un aliento vivo del Amor Soberano: Un Dios hecho hombre. Tal es el misterio del Verbo hecho carne, sobre lo cual han llenado bibliotecas y más bibliotecas los filósofos de todas las tendencias ideológicas, sin haber llegado todavía a hacerse comprender de la humanidad.
La palabra de bronce y fuego del Cristo: “Dios da su luz a los humildes y la niega a los soberbios”, se cumple a través de los siglos y de las edades.
Por eso, los grandes doctores de Israel, hojeando legajos y más legajos en sus fastuosos pupitres de ébanos y de nácar, bajo doseles de púrpura en el Templo de Jerusalén, no pudieron comprender ni asimilar la magnífica y luminosa verdad que los esenios, en sus cuevas de roca o diseminados en sus chozas de artesanos, o de pastores, habían visto brillar como una lluvia de estrellas, en el puro y limpio horizonte en que desenvolvían sus vidas.
Y aún se sigue cuestionando en todos los tonos de la dialéctica, en las esferas sutiles de la teología y de la metafísica, hasta formar los más inverosímiles engendros mentales que no resisten a los análisis severos de la ciencia racionalista, ni aun a la lógica más elemental. De aquí ha surgido el incomprensible enigma de la Trinidad, o sea del Dios Trino en persona y Uno en esencia, única forma encontrada por la teología para explicar qué era esto del Hombre-Dios.
De esta misma incomprensión surgió también la anticientífica y antirracional afirmación de que en el seno de una virgen se formó un cuerpo humano sin el concurso de hombre alguno, como si la maternidad y paternidad ordenadas por la Naturaleza, que es la más perfecta manifestación de la Sabiduría Divina, fuera un desmedro o un borrón para la humanidad creada por su Omnipotente Voluntad; desmedro y borrón de los cuales quiso la teología librar a la divina encarnación del Verbo.
En todas estas pesadas elucubraciones de mentes escasas de Luz Divina, se ha tenido muy en cuenta la materia y muy poco el espíritu; pues buscando engrandecer la excelsa personalidad del Cristo-hombre, se cubrió su materia física con el hálito intangible del milagro desde el momento de su concepción, sin tener en cuenta de que aquella radiante Inteligencia, vibración de Dios-Amor era grande, excelsa, purísima por sí misma, sin que el fenómeno de que se rodeó su nacimiento pudiera añadir ni un ápice a aquella plenitud magnífica en el conjunto de sus divinas cualidades. ¿Mas, qué sabían los doctores y los pontífices de Israel de la infinita escala de las Inteligencias Superiores o espíritus puros que en interminable ascensión van formando con sutiles vibraciones de inefable armonía, el Gran Todo, ese océano infinito de Energía, de Poder, de Sabiduría y de Amor?
De ese Infinito Océano, se desprendió un raudal hacia la Tierra habitada por una humanidad tan inferior en su gran mayoría, que fue necesario encerrar aquel raudal de la Divinidad, en un vaso de arcilla que estuviera al alcance del hombre terrestre, que pudiera beber en él, ver reflejada su imagen grosera en aquella linfa cristalina, tocarlo, palparlo, amarlo, escucharlo, seguirlo como se sigue una luz que nos alumbra el camino; como sigue el niño a quien le da el pan, como sigue un cordero al pastor que le lleva al prado y a la fuente. Los doctores de Israel, no sabían que ese cristalino y puro raudal del Infinito Océano Divino, se había desprendido nueve veces en diferentes edades y épocas, para arrastrar en pos de sí todo el Amor de la Divinidad, toda su Sabiduría, toda su Piedad, toda su Luz, su Verdad y Grandeza inmutables.
Si algunos de los viejos esenios de familia sacerdotal habían podido quedar aún bajo los atrios del templo, al amparo de una incógnita rigurosa, sepultaban en el más profundo secreto sus principios de Oculta Sabiduría.
¡Qué lejos estaba pues, el pueblo de Israel, de imaginar siquiera la grandiosa verdad!
Y ha llegado el momento, lector que vas siguiéndome por este senderillo humilde y escondido que el Dios-Amor te descubre, de que conozcas y sepas lo que era Yhasua, el Cristo que bajaba a la Tierra.
En la magnífica obra “Moisés, El Vidente del Sinaí”, en la lectura del capítulo “El Hierofante Isesi de Sais” se admiran grandiosos cuadros vivos de las más elevadas regiones de Inteligencias Suprahumanas y de sus radiantes Moradas en el inmenso Infinito. Escrita para los recién Iniciados, de la futura próxima generación, ha podido dar cabida en sus páginas a ciertas verdades muy hondas y muy lejanas de todo cuanto pueden percibir y palpar los sentidos físicos en este plano inferior.
Entremos pues, amado lector, guiados por emisarios de la Divina Sabiduría, al Infinito Reino de la Luz Increada en busca de Yhasua, el Ungido Salvador de la Humanidad Terrestre.
Cuando en las noches serenas de primavera o estío contemplas el espacio azul, piensa, en que mucho más allá de cuanto percibe tu mirada, guarda el Altísimo sus insondables secretos, reservados para el que busca con perseverancia y amor. Ves rodar por el inmenso velo de turquí, millones de millones de globos radiantes.
La Ciencia Astronómica te dice que son constelaciones de estrellas y de soles, algunos, centros de Sistemas, planetas y planetoides, satélites y asteroides, estrellas fijas y estrellas errantes, cometas vagabundos que cruzan el espacio como impelidos por un huracán invisible. La astronomía ha dicho mucho pero siempre dentro de lo que alcanza el telescopio y de los sistemas de cálculos en distancias y velocidades de los astros en sus rutas eternas.
La moderna filosofía basada en una buena lógica ha dicho un poco más: que esos globos siderales son habitaciones de humanidades, porque sería un pensar infantil, que la Tierra como una avellana en los espacios, esté habitada por seres inteligentes, y que no lo estén los demás astros, algunos de los cuales son en muchísimos aspectos, superiores a nuestra Tierra.
Llegada es la hora, de que las Escuelas de Divina Sabiduría levanten el velo que encubre los secretos del Gran Todo, para que el hombre del Nuevo Ciclo que está llegando a las puertas de la vida, sepa lo que hay más allá de la atmósfera que le envuelve. Algunas fraternidades ocultas de la antigüedad, enseñaron el secreto divino a sus más altos Iniciados; mas como se habían anticipado a la época, todo desapareció bajo la mole de la ignorancia, de la inconsciencia y del fanatismo de todos los tiempos; y las hogueras y los cadalsos y los calabozos vitalicios, sepultaron las grandes verdades, como se sepulta un cadáver para que se haga polvo en lo más profundo de la tierra.
La “Fraternidad Cristiana Universal” ungida de Amor y Fe, levanta otra vez el Gran Velo para la humanidad nueva que llega, y que será por ley de esta hora, la madre que reciba y cobije en su seno al gran Yhasua, que se deja ver de ella tal como él es, en la infinita Eternidad de Dios.
Continuara....
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