FLORECÍA EL AMOR PARA YHASUA
Capitulo VII (Segundo Escrito)
Habiendo dejado explicada clara y lógicamente, la parte esotérica de lo ocurrido en la presentación de Yhasua a la Divinidad, continuemos nuestra narración: A pocos días de lo ocurrido, Simeón de Betel, el sacerdote esenio que consagró a Yhasua, se presentó en la casa de Lía acompañado de tres Levitas: José de Arimathea, Nicodemus de Nicópolis y Rubén de En-Gedí, otro de los del grupo aquel que esperaron al Divino Niño a la salida del Templo y presenciaron la curación de Nicodemus.
Allí tuvieron la inmensa satisfacción de encontrar tres de los setenta Ancianos del Monte Moab, con uno de los terapeutas peregrinos del pequeño santuario del Quarantana.
Todos ellos vestidos de peregrinos de oscuro ropaje, tal como usaban aquellos en todas sus excursiones al exterior.
En esta hermosa y tierna confraternidad de seres pertenecientes todos a la alianza del Cristo encarnado, se manifestaron naturalmente nuevas y más íntimas alianzas, porque a la claridad radiante del que traía toda Luz a la Tierra, las almas se encontraron sin buscarse, se amaron y se siguieron para toda la vida.
Los tres jóvenes Levitas: José de Arimathea, Nicodemus de Nicópolis y Rubén de En-Gedí, encontraron sus almas compañeras en las tres hijas de Lía. José miró a Susana, la sensitiva, la que meditaba siempre buscando el fondo de todas las cosas, y ella bajó los ojos a su telar en que tejía lino blanco. Pero, aquella mirada de alma a alma hizo descubrirse a entrambos. Y se amaron como necesariamente deben amarse los que desde antes de nacer a la vida física se habían ofrecido en solemne pacto el uno al otro. Ana, la segunda, se acercó a Nicodemus, el de los ojos profundos, a ofrecerle el lebrillo de agua perfumada para lavarse las manos antes de tomar la refección de la tarde, según la costumbre, y los rostros de ambos se encontraron unidos en el agua cristalina, en el preciso momento en que el Levita iba a sumergir sus dedos en ella. ¡Lástima romper el encanto de las dos frentes unidas!, –exclamó él mirando a los ojos de ella, que toda ruborizada estuvo a punto de soltar el recipiente lleno de agua.
Nicodemus lo notó y se lavó de inmediato, aceptando el blanco paño de enjugarse que pendía del hombro de la joven.
Él tomó el lebrillo y dijo a Ana: Decidme si tenéis una planta de mirto para vaciar esta agua en su raíz. ¿Por qué eso? –preguntó tímidamente la jovencita.
Porque el mirto hará que se mantenga en nuestra retina el encanto de las frentes unidas en el agua. Y siguió a Ana, que le llevó a pocos pasos de la puerta que del gran comedor daba al jardín.
Un frondoso mirto, cuyas menudas hojitas parecían susurrar canciones de amor, recibió toda el agua del lebrillo que le arrojó Nicodemus. ¡Mirto, planta buena, criatura de Dios!, –exclamó el joven–. Sea o no verdad que mantienes toda la vida el encanto de las uniones de amor, Ana y yo te regaremos siempre, si cantas para nosotros algunos de tus poemas inmortales. ¿Es cierto, Ana?... ¡Sí, es cierto!... –contestó ella ruborizada.
Fue toda la declaración de amor recíproco de Ana y Nicodemus, al atardecer de aquel día, junto al mirto frondoso del huerto de Lía. Nicodemus tornó al cenáculo y Ana se metió presurosamente en su alcoba.
Se oprimió el corazón que parecía saltarse de su pecho, y murmuró en voz muy queda: ¡Señor!... ¡Señor!... ¿Por qué fui a enseñarle dónde estaba el mirto?... Oyó que su madre la llamaba y acudió a ayudar a sus hermanas a disponer la mesa. Observó que Rubén, el más joven de los tres, bebía un vaso de jugo de cerezas que le ofrecía Verónica, después de haberlo ofrecido también a los ancianos y demás familiares. ¿Cómo te llamas? –le preguntó él. —Verónica, para serviros –repuso con gracia. ¡Hermoso nombre! Paréceme que somos los más pequeños de esta reunión, y si me lo permites te ayudaré a servir a los comensales. Como gustes; pero, no sé si mi madre lo permitirá –advirtió ella. Yo lo permito todo, hija mía, en este día cincuenta del divino Niño de Myriam. ¿Qué queríais? –preguntó gozosa Lía dando los últimos toques a la mesa del festín. Pedía yo a Verónica ayudarla a servir a los comensales –dijo Rubén. Muy bien, comenzad pues –consintió Lía pasando al interior del aposento. Antes, en señal de eterna amistad, bebamos juntos este licor de cerezas. Los persas consagran así sus amistades. Aunque nosotros no somos persas..., bebamos juntos si te place. Y la hermosa adolescente mojó apenas sus labios en la copa de Rubén. ¡Pero, estos jovenzuelos celebran esponsales!, –exclamó Myriam entrando en el comedor con su niño en brazos, y mirando a las tres jóvenes que, sin buscarlo, estaban cerca de los tres Levitas.
La sensibilidad de Myriam había sin duda percibido la onda de amor que de su niño surgía, y a su niño tornaba después de producir suavísimas y sutiles vibraciones en las almas preparadas de los tres Levitas y de sus tres elegidas.
Las jovencitas se ruborizaron al oír las palabras de Myriam y los tres muchachos sonreían radiantes de felicidad.
Y el Anciano Simeón, tío de Lía, con la sonrisita peculiar de los viejos cuando ven reflejarse en los jóvenes su lejano pasado, decía: ¡El pícaro amor, es como el ruiseñor que canta escondido...! ¿Qué sabemos nosotros si hay en nuestro huerto algún nidal oculto?“Elije en la juventud la compañera de toda tu vida y que su amor sea la vid que sombree tu puerta hasta la tercera generación”, dice nuestra Ley –recordó con solemnidad uno de los tres Ancianos de Moab. ¿Será acaso, que sin pretenderlo y sin sospecharlo siquiera, traje yo tres tórtolos que tenían aquí sus compañeras? –preguntó Simeón de Betel, el sacerdote. “Cuando el esposo está cerca, las flores se visten sus ropajes de pétalos, los pajarillos cantan y las almas se encuentran”, cantó en sus poemas proféticos nuestro padre Essen.
Y he aquí que estando bajo este techo el Ungido del Amor, que es el esposo de todas las almas, ¿qué otra cosa puede suceder, sino que el amor resplandezca como una floración de estrellas bajadas sobre este huerto? –Estas palabras dichas por otro de los Ancianos, no fueron casi oídas por los tres Levitas que hablaban por lo bajo con Simeón de Betel, el cual, puesto de pie en medio de la reunión, dijo a la viuda Lía:Estos tres jóvenes Levitas acaban de autorizarme para que pida la mano de tus tres hijas como esposas suyas: Susana para José de Arimathea; Ana para Nicodemus de Nicópolis, y Verónica para Rubén de En-Gedí. Nuestro niño, trae fiesta de amor a todos los corazones confesó Yhosep a Myriam, sentados en una de las cabeceras de la mesa. ¡Pero, yo no esperaba esta sorpresa! –declaró Lía mirando alternativamente a sus tres hijas–. ¿Sabíais vosotras algo?... — ¡No, madre, no! –contestaron las muchachas que parecían tres rosas encarnadas.
¡El Cristo-niño es responsable de todo!, –exclamó el tercer Anciano que aún no había hablado–. ¿No sabemos, acaso, que él viene a traer fuego de amor a la tierra? Pues dejad que la llamarada se levante y consuma toda la escoria. Bien, bien añadió Lía–, entonces, esta sencilla comida es una celebración de esponsales. ¡Que Jehová os bendiga, hijos míos, si hacéis con esto su santa voluntad! El mayor de los tres Ancianos bendijo el pan y lo partió entre todos. Ocupó con sus dos compañeros la otra cabecera de la mesa, mientras las tres parejas de jóvenes, Lía, su tío y los demás esenios ocupaban los costados laterales. ¡Somos quince personas!, –exclamó el tío Simeón que los había contado.
Somos dieciséis, tío –rectificó Myriam, poniendo su niñito como una flor de rosa y nácar sobre la mesa. ¡Cierto..., cierto!... ¡Bendito! ¡Bendito sea! ¡Que presida la mesa! Todas estas exclamaciones surgieron al mismo tiempo de todos los labios. La presidirá muchas veces cuando nosotros tengamos hebras de plata en nuestras cabezas –vaticinó Susana con su mirada perdida como en un lejano horizonte. Sigue, niña, diciendo lo que ves –díjole el mayor de los Ancianos de Moab, que estaba dándose cuenta del estado espiritual de la joven.
Veo a un gran Profeta que preside una comida de bodas donde Myriam está a su lado. Le veo en el lujoso cenáculo de un ilustre personaje, y que una desconsolada mujer rubia, unge los pies del Profeta con finas esencias y los seca con sus cabellos. “Le veo, presidiendo una cena a la luz de una lámpara de trece cirios, después de la cual, el profeta lava y seca los pies de sus discípulos. Yo sé que ésta es cena de despedida, porque el va a..., partir a un viaje que no tiene regreso. ¡No, no! ¡Eso no!, –exclamó como en un grito de angustia Myriam, levantando su niño y guardándolo bajo su manto. ¡Basta ya, niña, de las visiones! Jehová te bendiga; y tú, Myriam, nada temas, que tu hijo envuelto en la voluntad Divina, como en una fuerte coraza, nada le sucederá sino lo que él mismo quiera para sí.
Es Señor de todo cuanto existe sobre la tierra y todo obedecerá a su mandato. Y justamente allí estará el mérito de su victoria final. –Estas palabras las pronunció el más Anciano de los tres esenios de Moab. Simeón de Betel y los otros esenios habían tomado anotaciones de las clarividencias de Susana.
Y comenzó la comida entre las tiernas emociones de unos esponsales inesperados, y de la brumosa perspectiva de un futuro lejano lleno de promesas de gloria y de tristes incertidumbres.
Cuando terminaba ya la cena, dijo el mayor de los Ancianos: Sabemos que por los caminos del oriente avanzan lentamente tres viajeros ilustres por su sabiduría y por sus obras, que vienen mandados por tres Fraternidades ocultas como la nuestra, para rendir homenaje al Cristo-hombre, cuyo advenimiento les anunciaron los astros. Llegarán de aquí a tres lunas, por lo cual, conviene que Yhosep y Myriam tornen a Betlehem antes de ese tiempo, para que su llegada no promueva alarmas en Jerusalén. “Hay quien vigila en los cielos y en la tierra, mas bueno es obrar con prudencia y cautela.
Continua....
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.