miércoles, 27 de abril de 2016

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)




FLORECÍA EL AMOR PARA YHASUA
Capitulo VII (Segundo Escrito)

Habiendo dejado explicada clara y lógicamente, la parte esotérica de lo ocurrido en la presentación de Yhasua a la Divinidad, continuemos nuestra narración: A pocos días de lo ocurrido, Simeón de Betel, el sacerdote esenio que consagró a Yhasua, se presentó en la casa de Lía acompañado de tres Levitas: José de Arimathea, Nicodemus de Nicópolis y Rubén de En-Gedí, otro de los del grupo aquel que esperaron al Divino Niño a la salida del Templo y presenciaron la curación de Nicodemus. 
Allí tuvieron la inmensa satisfacción de encontrar tres de los setenta Ancianos del Monte Moab, con uno de los terapeutas peregrinos del pequeño santuario del Quarantana. 
Todos ellos vestidos de peregrinos de oscuro ropaje, tal como usaban aquellos en todas sus excursiones al exterior. 
En esta hermosa y tierna confraternidad de seres pertenecientes todos a la alianza del Cristo encarnado, se manifestaron naturalmente nuevas y más íntimas alianzas, porque a la claridad radiante del que traía toda Luz a la Tierra, las almas se encontraron sin buscarse, se amaron y se siguieron para toda la vida. 
Los tres jóvenes Levitas: José de Arimathea, Nicodemus de Nicópolis y Rubén de En-Gedí, encontraron sus almas compañeras en las tres hijas de Lía. José miró a Susana, la sensitiva, la que meditaba siempre buscando el fondo de todas las cosas, y ella bajó los ojos a su telar en que tejía lino blanco. Pero, aquella mirada de alma a alma hizo descubrirse a entrambos. Y se amaron como necesariamente deben amarse los que desde antes de nacer a la vida física se habían ofrecido en solemne pacto el uno al otro. Ana, la segunda, se acercó a Nicodemus, el de los ojos profundos, a ofrecerle el lebrillo de agua perfumada para lavarse las manos antes de tomar la refección de la tarde, según la costumbre, y los rostros de ambos se encontraron unidos en el agua cristalina, en el preciso momento en que el Levita iba a sumergir sus dedos en ella. ¡Lástima romper el encanto de las dos frentes unidas!, –exclamó él mirando a los ojos de ella, que toda ruborizada estuvo a punto de soltar el recipiente lleno de agua. 
Nicodemus lo notó y se lavó de inmediato, aceptando el blanco paño de enjugarse que pendía del hombro de la joven. 
Él tomó el lebrillo y dijo a Ana: Decidme si tenéis una planta de mirto para vaciar esta agua en su raíz.  ¿Por qué eso? –preguntó tímidamente la jovencita. 
Porque el mirto hará que se mantenga en nuestra retina el encanto de las frentes unidas en el agua. Y siguió a Ana, que le llevó a pocos pasos de la puerta que del gran comedor daba al jardín.
Un frondoso mirto, cuyas menudas hojitas parecían susurrar canciones de amor, recibió toda el agua del lebrillo que le arrojó Nicodemus.  ¡Mirto, planta buena, criatura de Dios!, –exclamó el joven–. Sea o no verdad que mantienes toda la vida el encanto de las uniones de amor, Ana y yo te regaremos siempre, si cantas para nosotros algunos de tus poemas inmortales. ¿Es cierto, Ana?...  ¡Sí, es cierto!... –contestó ella ruborizada. 
Fue toda la declaración de amor recíproco de Ana y Nicodemus, al atardecer de aquel día, junto al mirto frondoso del huerto de Lía. Nicodemus tornó al cenáculo y Ana se metió presurosamente en su alcoba. 
Se oprimió el corazón que parecía saltarse de su pecho, y murmuró en voz muy queda: ¡Señor!... ¡Señor!... ¿Por qué fui a enseñarle dónde estaba el mirto?... Oyó que su madre la llamaba y acudió a ayudar a sus hermanas a disponer la mesa. Observó que Rubén, el más joven de los tres, bebía un vaso de jugo de cerezas que le ofrecía Verónica, después de haberlo ofrecido también a los ancianos y demás familiares.  ¿Cómo te llamas? –le preguntó él. —Verónica, para serviros –repuso con gracia.  ¡Hermoso nombre! Paréceme que somos los más pequeños de esta reunión, y si me lo permites te ayudaré a servir a los comensales. Como gustes; pero, no sé si mi madre lo permitirá –advirtió ella. Yo lo permito todo, hija mía, en este día cincuenta del divino Niño de Myriam. ¿Qué queríais? –preguntó gozosa Lía dando los últimos toques a la mesa del festín. Pedía yo a Verónica ayudarla a servir a los comensales –dijo Rubén. Muy bien, comenzad pues –consintió Lía pasando al interior del aposento. Antes, en señal de eterna amistad, bebamos juntos este licor de cerezas. Los persas consagran así sus amistades. Aunque nosotros no somos persas..., bebamos juntos si te place. Y la hermosa adolescente mojó apenas sus labios en la copa de Rubén.  ¡Pero, estos jovenzuelos celebran esponsales!, –exclamó Myriam entrando en el comedor con su niño en brazos, y mirando a las tres jóvenes que, sin buscarlo, estaban cerca de los tres Levitas. 
La sensibilidad de Myriam había sin duda percibido la onda de amor que de su niño surgía, y a su niño tornaba después de producir suavísimas y sutiles vibraciones en las almas preparadas de los tres Levitas y de sus tres elegidas. 
Las jovencitas se ruborizaron al oír las palabras de Myriam y los tres muchachos sonreían radiantes de felicidad.
Y el Anciano Simeón, tío de Lía, con la sonrisita peculiar de los viejos cuando ven reflejarse en los jóvenes su lejano pasado, decía:  ¡El pícaro amor, es como el ruiseñor que canta escondido...! ¿Qué sabemos nosotros si hay en nuestro huerto algún nidal oculto?“Elije en la juventud la compañera de toda tu vida y que su amor sea la vid que sombree tu puerta hasta la tercera generación”, dice nuestra Ley –recordó con solemnidad uno de los tres Ancianos de Moab. ¿Será acaso, que sin pretenderlo y sin sospecharlo siquiera, traje yo tres tórtolos que tenían aquí sus compañeras? –preguntó Simeón de Betel, el sacerdote. “Cuando el esposo está cerca, las flores se visten sus ropajes de pétalos, los pajarillos cantan y las almas se encuentran”, cantó en sus poemas proféticos nuestro padre Essen. 
Y he aquí que estando bajo este techo el Ungido del Amor, que es el esposo de todas las almas, ¿qué otra cosa puede suceder, sino que el amor resplandezca como una floración de estrellas bajadas sobre este huerto? –Estas palabras dichas por otro de los Ancianos, no fueron casi oídas por los tres Levitas que hablaban por lo bajo con Simeón de Betel, el cual, puesto de pie en medio de la reunión, dijo a la viuda Lía:Estos tres jóvenes Levitas acaban de autorizarme para que pida la mano de tus tres hijas como esposas suyas: Susana para José de Arimathea; Ana para Nicodemus de Nicópolis, y Verónica para Rubén de En-Gedí. Nuestro niño, trae fiesta de amor a todos los corazones confesó Yhosep a Myriam, sentados en una de las cabeceras de la mesa.  ¡Pero, yo no esperaba esta sorpresa! –declaró Lía mirando alternativamente a sus tres hijas–. ¿Sabíais vosotras algo?... — ¡No, madre, no! –contestaron las muchachas que parecían tres rosas encarnadas. 
¡El Cristo-niño es responsable de todo!, –exclamó el tercer Anciano que aún no había hablado–. ¿No sabemos, acaso, que él viene a traer fuego de amor a la tierra? Pues dejad que la llamarada se levante y consuma toda la escoria. Bien, bien añadió Lía–, entonces, esta sencilla comida es una celebración de esponsales. ¡Que Jehová os bendiga, hijos míos, si hacéis con esto su santa voluntad! El mayor de los tres Ancianos bendijo el pan y lo partió entre todos. Ocupó con sus dos compañeros la otra cabecera de la mesa, mientras las tres parejas de jóvenes, Lía, su tío y los demás esenios ocupaban los costados laterales.  ¡Somos quince personas!, –exclamó el tío Simeón que los había contado. 
Somos dieciséis, tío –rectificó Myriam, poniendo su niñito como una flor de rosa y nácar sobre la mesa.  ¡Cierto..., cierto!... ¡Bendito! ¡Bendito sea! ¡Que presida la mesa! Todas estas exclamaciones surgieron al mismo tiempo de todos los labios. La presidirá muchas veces cuando nosotros tengamos hebras de plata en nuestras cabezas –vaticinó Susana con su mirada perdida como en un lejano horizonte. Sigue, niña, diciendo lo que ves –díjole el mayor de los Ancianos de Moab, que estaba dándose cuenta del estado espiritual de la joven. 
Veo a un gran Profeta que preside una comida de bodas donde Myriam está a su lado. Le veo en el lujoso cenáculo de un ilustre personaje, y que una desconsolada mujer rubia, unge los pies del Profeta con finas esencias y los seca con sus cabellos. “Le veo, presidiendo una cena a la luz de una lámpara de trece cirios, después de la cual, el profeta lava y seca los pies de sus discípulos. Yo sé que ésta es cena de despedida, porque el va a..., partir a un viaje que no tiene regreso.  ¡No, no! ¡Eso no!, –exclamó como en un grito de angustia Myriam, levantando su niño y guardándolo bajo su manto. ¡Basta ya, niña, de las visiones! Jehová te bendiga; y tú, Myriam, nada temas, que tu hijo envuelto en la voluntad Divina, como en una fuerte coraza, nada le sucederá sino lo que él mismo quiera para sí. 
Es Señor de todo cuanto existe sobre la tierra y todo obedecerá a su mandato. Y justamente allí estará el mérito de su victoria final. –Estas palabras las pronunció el más Anciano de los tres esenios de Moab. Simeón de Betel y los otros esenios habían tomado anotaciones de las clarividencias de Susana. 
Y comenzó la comida entre las tiernas emociones de unos esponsales inesperados, y de la brumosa perspectiva de un futuro lejano lleno de promesas de gloria y de tristes incertidumbres. 
Cuando terminaba ya la cena, dijo el mayor de los Ancianos: Sabemos que por los caminos del oriente avanzan lentamente tres viajeros ilustres por su sabiduría y por sus obras, que vienen mandados por tres Fraternidades ocultas como la nuestra, para rendir homenaje al Cristo-hombre, cuyo advenimiento les anunciaron los astros. Llegarán de aquí a tres lunas, por lo cual, conviene que Yhosep y Myriam tornen a Betlehem antes de ese tiempo, para que su llegada no promueva alarmas en Jerusalén. “Hay quien vigila en los cielos y en la tierra, mas bueno es obrar con prudencia y cautela.
Continua....
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.

LIBRO LOS 50 PRINCIPIOS DEL MILAGRO (XXII-XXIII)


PRINCIPIO 22 

Los milagros se asocian con el miedo debido únicamente a la creencia de que la oscuridad tiene la capacidad de ocultar. Crees que lo que no puedes ver con los ojos del cuerpo no existe. Esta creencia te lleva a negar la visión espiritual. Permítanme dedicarle un poco más de tiempo a éste. 
El ego nos enseña que el centro de nuestro ser es este oscuro lugar pecaminoso que es nuestra culpa, y que ésto es lo que realmente somos. Hay una lección que dice que si realmente se mirara introspectivamente, usted creería que si la gente lo viera como usted cree que es, se alejaría de usted como si se tratase de una serpiente venenosa (L-pI.93.1:1-2). 
Creemos que somos miserables personas pecaminosas. Entonces creemos que de algún modo podemos protegernos del horror de jamás acercarnos a esto defendiéndonos con todas las armas que usa el ego. 
Estas son lo que Freud llamó los mecanismos de defensa, y los más importantes de éstos son la negación y la proyección. Nosotros simulamos que esto no es lo que somos, después que primero habíamos simulado que esto es exactamente lo que somos. Luego tratamos de esconderlo cubriéndolo con un manto de inconsciencia y proyectándolo hacia afuera. Finalmente, no veo más que ese oscuro lugar de culpa está en mí; lo veo en otros y los ataco por ello. 
Esto significa que creemos que esta defensa puede esconder lo que está debajo. Al proyectar sobre otra persona, creo que mi culpa puede esconderse de mí. Esta es la creencia de que la oscuridad tiene la capacidad de ocultar. La "oscuridad" en esta aseveración puede equipararse con la palabra "defensa.
" Mi defensa puede ocultar esto, lo que quiere decir que necesito mi defensa para protegerme de mi propia culpa. 
El ego me enseña que si renuncio a esto, no voy a tener nada que me proteja de mi culpa, y voy a tener muchas dificultades. El ego enseña que las defensas nos protegen; la oscuridad puede ocultar. Esto, pues, aumenta el miedo de que si renuncio a la oscuridad, me voy a exponer completamente a esta culpa y voy a tener dificultades. El ego jamás nos dice que las defensas no ocultan: el hecho de que yo no vea la culpa no significa que la misma no esté ahí. Una importante línea que aparece más adelante en el texto dice que "las defensas dan lugar a lo que quieren defender" (T-17.IV.7:1), lo cual es un principio muy importante. La razón de que invirtamos tanto tiempo y esfuerzo y energía en mantener las defensas es que creemos que éstas nos protegerán de aquello que tememos. El propósito de todas nuestras defensas es protegernos de nuestra culpa. 
Lo que el ego jamás nos dice es que mientras más invirtamos en una defensa, más afirmamos, de hecho, que hay algo horrible dentro de nosotros. Si yo no tuviera esta culpa horrorosa, no tendría que molestarme con la defensa. Por lo tanto, mientras más invierta en tener una defensa contra mi culpa, a la cual le temo, más temeroso me voy a sentir porque el hecho de que tengo una defensa me dice: "Mejor te cuidas; hay algo dentro de ti que es vulnerable." Eso es lo que quiere decirnos Un curso en milagros cuando afirma que "las defensas dan lugar a lo que quieren defender." Su propósito es defendernos del miedo, pero realmente refuerzan el mismo. El ego jamás nos dice eso. 
En una sección muy poderosa en el Capítulo 27 del texto titulada El temor a sanar (T-27.II), el Curso aclara por qué el ego nos enseña a tenerle miedo a los milagros y a la curación. 
El ego enseña que si usted escoge el milagro y renuncia a las defensas del ataque (i.e., ver a su hermano como su amigo y no como su enemigo), no tendrá nada sobre lo cual proyectar su culpa. Esta permanecerá con usted y lo destruirá. Y entonces el miedo crece en realidad. 
Ese es otro ejemplo de lo que quiere decir el Curso más adelante cuando afirma que cuando usted comienza a escuchar la Voz del Espíritu Santo y a prestarle atención a lo que El dice, su ego se tornará perverso (T- 9.VII.4:4-7). 
La perversidad del ego es siempre alguna forma de miedo, de terror, el cual se proyecta luego en forma de ira, destrucción, etc. El ego enseña que si nos desprendemos de nuestras defensas, se desatará el mismo infierno, literalmente. 
Los psicólogos caen en la misma trampa cuando enseñan que si usted no tiene defensas se pondrá psicótico. Es realmente lo contrario. Si usted no tiene defensas se sanará, no se volverá psicótico. Pero eso no quiere decir que usted despoje a la gente de sus defensas. El proceso tiene que ser muy suave y amoroso, y el terapeuta a menudo tiene que ser muy paciente. 
Para repetir, esto no significa que debamos despojarnos de todas las defensas. Lo que sí quiere decir es que si usted sigue la dirección del Espíritu Santo, la meta será no tener defensas. 
Y luego cuando mire introspectivamente, usted no verá pecado; verá que no hubo pecado. Ese es el final del viaje. 
"Los milagros se asocian con el miedo únicamente debido a la creencia de que la oscuridad tiene la capacidad de ocultar." Una vez usted puede reconocer que la oscuridad no tiene la capacidad de ocultar, que las defensas no hacen lo que dicen que hacen, entonces usted está listo para dar el próximo paso, el cual se explica más adelante en el Capítulo 1 del texto (T-1.IV). Entonces usted comprende que no hay nada que haya que ocultar porque la culpa no es nada terrible; es sólo un tonto sistema de creencias que desaparecerá. 
Es por eso que tenemos miedo de escoger un milagro, lo cual se traduce a por qué tenemos miedo en verdad de perdonar a alguien, de realmente desprendernos del pasado y entender que no somos víctimas no importa cuán convincentemente las experiencias del mundo nos quieran enseñar esa creencia. Todos somos muy buenos cuando se trata de racionalizar por qué no queremos renunciar a todo esto. 
La verdadera razón por la cual no queremos renunciar a todo esto es porque no queremos estar en paz. 
De esto es que habla el Curso más adelante como la atracción de la culpa del ego (T-19.IV-A..i). Preferimos ser culpables y hacer la culpa real; luego tenemos que defendernos contra la misma. Creemos que lo que nuestros ojos físicos no ven no existe. Este es realmente el principio del avestruz, que es el principio de la represión o negación. Si no veo un problema, éste no existe. Si cubro mi culpa, entonces no está ahí. 
Esa es la idea, repito, de que la oscuridad tiene la capacidad de ocultar. Esto conduce luego a la negación de la "visión espiritual," el término que se utiliza en las primeras secciones del Curso en vez de "visión." Y, cuando Un curso en milagros habla sobre visión, o vista espiritual, no se refiere a ver con los ojos de uno. Habla de ver con los ojos del Espíritu Santo, lo cual es una actitud. No tiene nada que ver con la vista física. 
PRINCIPIO 23 
Los milagros reorganizan la percepción y colocan todos los niveles en su debida perspectiva. Esto cura ya que toda enfermedad es el resultado de una confusión de niveles.
Los niveles que se están confundiendo son los niveles de la mente y del cuerpo. El ego toma el problema de la culpa en nuestras mentes, que es la verdadera enfermedad, y dice que no es la mente la que está enferma, que es el cuerpo el que está enfermo. Cambia del nivel de la mente al nivel del cuerpo. 
El milagro regresa el problema adonde comenzó, y afirma que no es el cuerpo el que está enfermo, es la mente la que está enferma. Eso es todo lo que hace el milagro. Regresa el problema adonde radica. Repito, el milagro le devuelve a la causa (la mente) la función de causalidad. El Curso es muy, muy enfático al respecto. No hay nada de clase alguna que esté enfermo en el cuerpo. El cuerpo no hace absolutamente nada. El cuerpo es neutral. Hay una lección en el libro de ejercicios que dice: "Mi cuerpo es algo completamente neutro" (L-PII.294). El cuerpo meramente lleva a cabo los dictados de la mente. Como dije antes, el cuerpo no puede sanarse porque el cuerpo jamás estuvo enfermo. Es la mente la que está enferma y, por consiguiente, es la mente la que tiene que sanarse. 
La enfermedad de la mente es la separación, o la culpa; la cura de la mente es el perdón, o la unión. El milagro logra esto al devolver el problema al lugar donde radica. 
Kenneth Wapnick
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