La vida humana está llena de
problemas. Estos pueden angustiarnos y hundirnos pero también, sin duda, nos
humanizan y desarrollan nuestra comprensión.
PROBLEMAS Y MAS PROBLEMAS
Estos pueden angustiarnos, pero
también, sin duda, nos humanizan.
La vida humana está llena de
problemas: problemas personales, problemas interpersonales, problemas
existenciales, problemas circunstanciales, problemas sociales, y muchos más.
Estos pueden angustiarnos y hundirnos, pero también, sin duda, nos humanizan,
nos educan, nos maduran, desarrollan nuestra comprensión y nuestro sentido de
la comunidad humana. Son la materia de la literatura y de gran parte de la
conversación humana, desde el libro de filosofía a la conversación en la cena.
La vida nos pone a prueba con los problemas: la manera de abordarlos,
vencerlos, solucionarlos o hacerles frente determina nuestro carácter.
Sufrimos, nos atormentamos, nos hundimos o salimos adelante; ésa es la vida,
ésa es la condición humana. Si alguien, por privilegio o por cautela, los
evita, consideramos que debe estar satisfecho de sí mismo o ser insensible.
Admiramos al triunfador, al superviviente, al estoico, y nuestros corazones se
inclinan por los que están destrozados mental, corporal o espiritualmente por
los problemas de la vida. Nos podemos identificar con quien vence o es vencido,
pero alguien que profesara no tener problemas, o que rehusara tenerlos,
parecería que confesaba una disociación de la condición humana y sería, bien un
idiota, bien un santo.
Krishnamurti, en uno de sus diálogos
con David Bohm, dijo: «Me niego a tener problemas.» Ciertamente no era un
idiota, y sabemos que no se consideraba ni deseaba que lo consideraran un
santo, de modo que, ¿cómo vamos a considerar su afirmación? Él hubiera
discutido todas las frases del primer párrafo de este capítulo, excepto las dos
primeras. Su actitud ante los problemas, como ante muchas cosas, ponía cabeza
abajo la sabiduría admitida y el pensamiento convencional. Cuando la gente
llegaba a él con problemas, no obtenían ni consuelo ni admoniciones
sacerdotales, ni el consejo del hombre sabio, ni dirección ni solución. Algunos
se iban decepcionados, porque no recibían las respuestas esperadas, pero otros
se alejaban con una actitud diferente hacia sus problemas y una comprensión de
los mismos que les ayudaba más que cualquier consejo o consuelo otorgado.
Cuando Krishnamurti dijo que él
personalmente se negaba a tener problemas, quiso decir que se negaba a
detenerse, preocuparse o cavilar sobre las situaciones de la vida. En realidad,
concedía que hay situaciones en la vida que requieren decisión y acción, pero
negaba que una decisión sea algo a lo que se llega por medio del pensamiento y
después se pone en práctica. Más bien, dijo, «actúa la decisión», poniendo como
ejemplo su disolución de la Orden de la Estrella en 1929: «Tuvo una idea; la
disolvió. ¡Terminada! ¿Para qué necesitamos el pensamiento?» El pensamiento, la
preocupación, la búsqueda de soluciones, son procesos de la mente, y «la mente
es la creadora de los problemas y, por tanto, no puede resolverlos». Por
supuesto, sobre este principio Krishnamurti no podía dar a la gente consejos ni
formulaciones verbales que pudieran llevarse a cabo y pensar en ellas. Sólo
podía procurar fomentar en ellos la idea que les permitiría resolver o disipar
los problemas por sí mismos.
Krishnamurti era consciente de la
ambivalencia de los seres humanos hacia sus problemas, y escribió: «Luchar con
un problema es para la mayoría de nosotros una indicación de existencia. No
podemos imaginar la vida sin problemas; y cuanto más ocupados estamos con un
problema, más despiertos creemos que estamos.» Estamos familiarizados con los
problemas, nuestra mente se alimenta de ellos y, aunque podamos estar
angustiados a causa de nuestra preocupación, quizá en el fondo tememos que
estaríamos aún más angustiados y perdidos si no los tuviéramos. Disfrutamos con
el psicoanálisis, buscando las causas, desenterrando material psíquico subconsciente
y sometiéndolo al escrutinio de nuestra conciencia racional, esperando así
encontrar soluciones a los problemas que tenemos con nosotros mismos o con
nuestras relaciones. Podemos contratar a profesionales, psiquiatras o
terapeutas, para que hagan el psicoanálisis por nosotros, porque reconocemos
que somos criaturas complejas y que la comprensión correcta de nuestras
complejidades necesita un tipo concreto de aptitudes. Otras clases de
profesionales, sacerdotes o gurús atienden nuestros problemas espirituales o
aquellos que surgen de las situaciones comunes, tales como el luto o el
enfrentamiento a nuestra propia muerte. Lo que en realidad queremos es resolver
nuestros problemas, o que nos ayuden a resolverlos, pero son tantos y tan
diversos que no esperamos vernos nunca libres de problemas, y quizá no estemos
seguros de que deseemos estarlo.
Por supuesto que no, diría
Krishnamurti, porque todos los problemas están relacionados con el Yo, el ser
humano único que cada uno de nosotros piensa que es y que, tanto si estamos
orgullosos como descontentos de él, lo apreciamos por su unicidad. «Los
problemas existirán siempre donde las actividades del Yo sean dominantes»,
escribió. Y una de las actividades del Yo es buscar soluciones a los problemas.
Creamos una situación en la que el problema y la solución son dos cosas
separadas, imaginando que una puede anular la otra. Nos concentramos en
encontrar una solución y al llegar a una la aplicamos o la llevamos a cabo; y
con frecuencia generamos otros problemas a causa de nuestros esfuerzos. No es
difícil encontrar soluciones, la mente humana es experta en el juego, pero toda
esa atención dirigida a la solución, realmente, deja desatendido el propio
problema.
Buscar una respuesta es evitar el
problema —que es precisamente lo que la mayoría de nosotros desea hacer...—.
Pero entender un problema es arduo, requiere un planteamiento diferente, un
planteamiento en el que no haya un deseo oculto de respuesta... Uno debe
establecer una relación correcta con el problema, que es el inicio de la
comprensión; ¿pero cómo puede haber una relación correcta con un problema,
cuando sólo te preocupa deshacerte de él?... La perceptividad sin elección de
la manera de tu planteamiento proporcionará la relación correcta con el problema,
el cual lo crea uno mismo, y, por tanto, debe haber conocimiento de sí mismo.
Tú y el problema sois uno, no dos procesos separados. Tú eres el problema.
Que te digan «Tú eres el problema»,
que no hay respuesta que lo vaya a solucionar, que no puedes obtenerla por ti
mismo ni te la puede proporcionar otro, y que buscarle solución es inútil, no
es la clase de sabiduría práctica que buscas cuando, en tu angustia, te abres
paso hasta la puerta del hombre sabio o santo. Sentimos que somos vulnerables
en nuestra angustia, y cuando se la confiamos a alguien consideramos que hay un
contrato no verbal por el que el confidente respeta esa vulnerabilidad, la
trata amablemente y nos concede su compasión. Tanto si es psiquiatra como
sacerdote, esperamos que esté de nuestra parte en nuestros esfuerzos por
resolver o enfrentarnos a nuestros problemas, que responda a nuestra
confidencia con comprensión y, si es posible, con consejos nos ayuden. La
negativa a proporcionar esa comprensión y consejo parecería una respuesta cruel
y negativa a una súplica. A Krishnamurti le acusaron a veces de semejantes
descuidos. En efecto, su respuesta fue que la comprensión sólo servía para
complacerse en un problema, y el consejo para proporcionar un medio para
evitarlo, de modo que ninguna respuesta ayudaba a llegar a la verdad del mismo.
Si la verdad era difícil de aceptar o brutal, si se reducía a un franco “Tú
eres el problema”, él no consideraba que señalarlo fuera negativo o cruel. Él
no se dedicaba al negocio de dispensar bienestar o respuestas, sino a catalizar
la comprensión, ayudar a sacar la verdad a la luz.
De hecho, no era poco comprensivo, a
menos que entendamos el término como sinónimo de indulgente. Un hombre poco
comprensivo no hubiera estado dispuesto, como siempre lo estuvo él, a tratar
los problemas de la gente. Hay más comprensión y más compromiso al escuchar que
al facilitar respuestas y Krishnamurti era un oyente atento. Le decía con
frecuencia a la gente que escuchara su problema, que no intentara hacer nada al
respecto, simplemente escuchar y dejar que contara su historia. Como ejemplo
mostraba cómo escuchar con total atención arroja más luz sobre un problema que
cualquier proceso de análisis. Escucharlo significa permanecer en él y con él,
dejando que se manifieste en su totalidad, no reducido a una pauta de
causasefectos, y sin que intervenga la mente con su entrometida tendencia a
juzgar, condenar, convencer o trascender. Las verdades que se manifiestan al
escuchar atentamente quizá no sean agradables o cómodas para vivir con ellas,
pero rechazarlas supone elegir vivir en la falsedad y la ilusión. Asistir a
semejante arreglo no es una prolongación de la comprensión para un confidente,
sino una complicidad con el rechazo y la falsedad. Krishnamurti nunca hubiera participado
en semejante pacto, y, por eso, alguna gente le encontraba negativo e incluso
cruel.
Al escuchar estaba alerta al ímpetu
enmascarado de seriedad que no es realmente un compromiso serio con la verdad,
sino una forma de preocupación por el Yo. Un intelectual, maestro de escuela,
le dijo que estaba angustiado, como suponía que lo estarían millones de
personas, a consecuencia de haber descubierto que ya no sentía nada por nada,
ningún deleite en el mundo, ni ninguna piedad o preocupación genuinas. «¿Por
qué hay este vacío entre el intelecto y el corazón?», preguntó. «¿Por qué he
perdido el amor?» Una pregunta lastimera y ciertamente, como dijo el hombre,
común, ¿pero salía del corazón?, ¿era seria o simplemente impetuosa?
Krishnamurti contestó:
¿Realmente te preocupa que la mente y
el cuerpo se unan? ¿No estás realmente satisfecho de tu capacidad
intelectual?... Has dividido la vida en intelecto y corazón, y observas
intelectualmente marchitarse el corazón y verbalmente estás preocupado por
ello. ¡Déjalo que se marchite! Vive sólo en el intelecto.
El maestro protestó: «Pero yo tengo
sentimientos», ante lo cual Krishnamurti fue implacable:
¿Esos sentimientos no son realmente
sentimentalismo, exceso emocional?... Muere para el amor; no importa. Vive totalmente
en tu intelecto... Y cuando vives allí, ¿qué ocurre?... Dices: «Debo tener
amor, y para tenerlo debo cultivar el corazón.» Pero ese cultivo pertenece a la
mente y, por tanto, siempre mantienes a los dos separados...
Y a la pregunta del hombre: «¿Qué
debo hacer?», respondió: «No puedes hacer nada. ¡No te metas en eso! y escucha;
y mira la belleza de esa flor.»
Muchos auto acusadores impetuosos se
acercaron a Krishnamurti a lo largo de los años preguntando: «¿Qué hago?», y su
respuesta siempre fue que la pregunta era evasiva, que no había nada que hacer.
Si el cambio tenía que ocurrir, sería por medio de la perceptividad de sí mismo
y no de la autocrítica. Su invariable requerimiento era: «Sé lo que eres, y
escucha».
A una mujer que se acusaba de ser
insensible y torpe, le dijo:
Lo insensible no se puede volver
sensible; lo único que puede hacer es darse cuenta de lo que es, dejar que se
revele la historia de lo que es.
A un hombre de negocios que confesó
un persistente descontento con la vida:
Soporta el descontento sin desear
apaciguarlo. Lo que debes comprender es el deseo de estar tranquilo.
A un hombre que confesó que le
consumía la envidia:
Una vez que ha engendrado la envidia,
el deseo busca un estado en el que no haya envidia; ambos estados son producto
del deseo. El deseo no puede efectuar un cambio fundamental.
Por último, a un hombre rico, próximo
al final de su vida, atormentado por la culpa de haber sido frío y cruel, y que
preguntó si debía rectificar distribuyendo sus riquezas, le dijo:
No importa lo que hagas, pero es
esencial ser consciente de lo que estás haciendo... No deseas actuar y, por tanto,
preguntas qué debes hacer. De nuevo eres taimado, engañándote a ti mismo y, por
tanto, tu corazón está vacío... Deja tu corazón vacío. No lo llenes con
palabras, con las intrigas de la mente. Deja tu corazón totalmente vacío; sólo
entonces se llenará.
La respuesta siempre es que la
autoacusación no es conocimiento de sí mismo; de hecho, algunas veces puede ser
un modo de satisfacción de sí mismo y una manera de evitar la verdad total de
«lo que es» con una especie de perceptividad especiosa.
Aunque Krishnamurti estimaba poco la
psiquiatría, considerando la relación pacientedoctor como encubiertamente
autoritaria, y la terapia de ajuste como inadecuada y engañosa, algunas veces
interrogaba a la gente, a la manera de un psiquiatra, para descubrir las fuentes
latentes de su angustia. A una maestra de escuela, horrorizada por el
descubrimiento de que aunque superficialmente era afectuosa y cariñosa, en
todas sus relaciones siempre había habido una corriente oculta de odio y
antagonismo, le preguntó: «¿Qué es lo que te interesa, no profesionalmente,
sino en el fondo?» Ella dijo que siempre había deseado pintar. Cuando le
preguntó por qué no lo había hecho, habló de su padre, un hombre interesado y
agresivo, quien había insistido en que debía dedicarse a un trabajo remunerado.
Krishnamurti la sondeó aún más, preguntándole si había estado casada y tenía
hijos. Habló de una relación con un hombre casado, de los violentos celos de su
mujer y sus hijos, los cuales, cuando la relación se rompió, se hicieron extensibles
a envidiar a cualquiera que pareciera felizmente casado o con éxito. Como
compensación, había intentado convertirse en la maestra ideal. Krishnamurti
señaló que aquel mismo esfuerzo, aquella búsqueda de un ideal, había ocultado
aún más profundamente su odio, su antagonismo y su conflicto interior. La
conversación, hasta ese momento, había seguido más o menos el modelo
psiquiátrico, pero cuando la mujer dijo que entonces lo comprendía todo,
reconocía y aceptaba lo que era en realidad, Krishnamurti la reprendió:
Ese mismo reconocimiento proporciona
cierto placer; proporciona vitalidad, una sensación de confianza al conocerte a
ti misma, el poder del conocimiento. Igual que los celos, aunque dolorosos,
proporcionaban una sensación placentera, ahora el conocimiento de tu pasado te
proporciona un sentimiento de superioridad que también es placentero... En el
conocimiento existe orgullo, que es otra forma de antagonismo. Estás atrapada
en la red de tu propio pensamiento. ¡Qué astuto y engañoso es! Promete liberación,
pero sólo produce otra crisis, otro antagonismo. Simplemente, vigílalo
pasivamente y deja que su verdad se manifieste.
La mujer preguntó entonces si se
liberaría de los celos y el odio, a lo que Krishnamurti contestó:
Ese deseo de obtener o evitar
continúa estando en el campo de la oposición, ¿no? Ve lo falso como falso,
entonces la verdad es... Ten sólo conciencia pasivamente de ese proceso de
pensamiento total, y también del deseo de liberarte de él.
Si alguna gente se tomó el «Sé lo que
eres» como una autorización para la satisfacción consigo mismo, no
permanecieron en su error durante mucho tiempo. La vigilancia es un trabajo
difícil, y la mente tiene recursos infinitos para evitarla dedicándose a la
búsqueda de conocimientos. El conocimiento halaga al Yo, permite la ilusión de
la evolución y el cambio. El conocimiento no produce la acción, sino la
inercia. A un hombre que objetó que «sin conocimiento no somos nada», le dijo:
«No eres nada... ¿Y por qué no ser eso?... La experiencia de esa nada es el
principio de la sabiduría.» No sentía estima por la malaise existencial, la
lucha de los filósofos sobre la cuestión de si el hombre tiene o no
significación en el universo. Preocuparse por ser algo es igual que preocuparse
por convertirse en algo: la misma clase de preocupación por el Yo. En el
pensamiento de la fragilidad, la arbitrariedad o la indignidad del Yo es donde
surgen muchos de nuestros problemas, y prosperan con semejante manera de
pensar. Pero experimentar realmente esos estados es una cuestión muy diferente.
Cuando Krishnamurti dijo: «Muere para el amor», «Sé insensible», «Sé
envidioso», «Sé odioso», «Sé nada», no estaba aconsejando la aceptación de sí
mismo, sino una perceptividad continua que no se dejaría reducir ni por la
autocrítica ni por la satisfacción de sí mismo. Eso era lo que al final
disiparía no el problema, sino al creador del problema, el orgulloso y
perjudicialmente astuto Yo.
Cuando surgen los problemas en el
contexto de nuestras relaciones pueden parecer de una clase diferente a los que
tenemos con nosotros mismos, más complejos porque hay implicados otros yoes,
quizá más urgentes, porque requieren decisión y acción. Sin embargo,
fundamentalmente no son muy diferentes. Surgen del mismo conflicto entre el
hecho de «lo que es» y la idea de lo que debería ser, y su solución depende
igualmente de la atención y la perceptividad. Necesitamos las relaciones, la
vida sólo existe en ellas, no relacionarse es estar muerto, pero las relaciones
implican amor. Aunque pertenece a la sabiduría admitida que el amor es la
respuesta a todos los problemas, también provoca los problemas más abrumadores
de todos en la experiencia de la mayoría de la gente. Encontrarlo, mantenerlo,
perderlo, comprenderlo, valorar sus variedades —el sexual, el espiritual, el
familiar— nos da muchos problemas. El amor libera, nos hace olvidarnos de
nosotros mismos, pero también ata, y el Yo rendido a la pasión, al reflexionar,
con frecuencia se resiente de sus ataduras.
Una joven fue a Krishnamurti para
tratar su deseo de librarse de su esposo, con quien ya no mantenía relaciones
sexuales. Dijo que le guardaba rencor y no deseaba saber nada de él.
Krishnamurti dijo que mientras le guardara rencor no sería libre, preguntándole
por qué le guardaba rencor. Ella dijo que había descubierto que era mezquino,
poco cariñoso y egoísta, y que la idea de que había tenido algo que ver con él
le hacía sentirse sucia. «No puedo deciros el horror que he descubierto en él»,
le dijo. Krishnamurti la reprendió: «Él es lo que es, ¿por qué enfadarse con
él? ¿Tu rencor está realmente dirigido a él? ¿O, al ver lo que es, estás
avergonzada de ti misma por haberte asociado con él?» Prosiguió la
argumentación hasta que la mujer admitió que así era. Aceptó que «el odio ata
igual que lo hace el amor», y que sólo se vería libre de la relación cuando
aceptara el hecho de que con quien realmente estaba enfadada era consigo misma.
Pero entonces tenía otro problema: cómo verse libre de su vergüenza y cómo
borrar el pasado, los recuerdos de los años que «me dejaron muy mal sabor de
boca». «¿Por qué deseas borrarlos?», preguntó Krishnamurti, sugiriendo que
quizá fuera porque tenía cierta idea y estima de sí misma que aquellos
recuerdos contradecían. Su problema fundamental era que «se había puesto a sí
misma en un pedestal llamado autoestima». Le dijo: «Si entiendes esto, entonces
no tendrás vergüenza del pasado; se borrará por completo. Serás lo que eres sin
el pedestal.»
En los problemas de relaciones, aunque
culpemos al otro, con frecuencia el diablillo del Yo es el creador de la
discordia. El Yo exige estima, tanto a sus propios ojos como a los de los
demás. En su incertidumbre y fragilidad con frecuencia acepta la presión de los
otros para someterse a ciertas pautas de conducta que se consideran la norma o
el ideal; esa presión es especialmente fuerte cuando está apoyada por la
sociedad, la clase o la religión a la que pertenece la persona. Este era el
problema de otra joven, que tampoco estaba ya enamorada de su esposo, pues
había sido violento con ella, por lo que ahora vivía con sus hijos separada de
él. ¿Debía volver con él?, preguntó. Por supuesto, Krishnamurti no respondió a
la pregunta, pero le hizo ver que la razón por la que se encontraba confusa era
que estaba preocupada por la respetabilidad, que su preocupación por lo que
debería hacer evitaba que pudiera ver con claridad «lo que es». Creía que
estaba en una situación de elección, pero cualquier elección que hiciera en
estado de confusión sólo la conduciría a mayor confusión. «¿Cómo voy a saber
qué debo hacer?», preguntó la mujer, y Krishnamurti contestó: «La acción no
sigue a la claridad: la claridad es acción... Si lo que es está claro, verás
que no hay elección, sino sólo acción.» La mujer dijo que intentaría aclarar
sus ideas, sin tener en cuenta la respetabilidad ni ningún cálculo egoísta,
luego preguntó: «¿Pero qué ocurre con el amor?» Krishnamurti dijo que, por lo
que le había contado, estaba claro que, como la mayoría de la gente, había utilizado
la palabra amor, y se había casado, para hacer cosas respetables que realmente
nada tenían que ver con el amor, como el temor a la inseguridad, la soledad y
la satisfacción de impulsos y necesidades físicas. Estas cosas y la
respetabilidad están provocadas por el pensamiento, y «el amor no es
pensamiento... El amor no es sensación... El amor no puede ser un acto
deliberado, porque el amor no pertenece a la mente».
Por tanto, ¿qué es el amor? Muchos de
nuestros problemas de relación surgen de nuestro concepto erróneo o mal uso de
la palabra, así como de las ideas y las esperanzas que tenemos sobre él.
Krishnamurti expone y examina algunas tergiversaciones comunes:
¿No son los celos un indicio del
amor? Nos cogemos las manos, y al minuto siguiente reñimos; nos dirigimos
palabras duras, pero pronto nos abrazamos; nos peleamos, después nos besamos y
nos reconciliamos. ¿Esto no es amor? La misma expresión de los celos es un
indicio del amor; parece que están unidos como la luz y la oscuridad. La cólera
pronta y las caricias, ¿no son la plenitud del amor?... ¿Qué es lo que llamamos
amor? Es todo el terreno de los celos, de la lujuria, de las palabras muy
duras, de las caricias, de cogernos las manos, de reñir y reconciliarnos. Estos
son los hechos en ese terreno del llamado amor... En ese terreno que llamamos
amor existe conflicto, confusión y antagonismo. ¿Pero eso es amor?
No, sostiene, el amor no es nada de
eso. Al igual que la oscuridad no puede existir donde hay luz, los celos y el
conflicto no pueden existir donde hay amor. El amor no es algo que su objeto ha
traído al mundo, y que depende para su continuidad de que su objeto mantenga
aquellos atributos que lo evocan. La mente aprehende esos atributos, que
engendran placer y deseo, sobre los que se detiene el pensamiento, y
constituyen un objeto que el Yo, y amante soi disant, procura poseer. Los
conflictos y las turbulencias de lo que llamamos nuestras relaciones amorosas
son realmente conflictos del Yo. Donde está el amor no está el Yo, de manera que
no hay posesión. El amor, dijo Krishnamurti con frecuencia, es una llama sin
humo: es el Yo, con sus deseos, sus esperanzas e inseguridades, el que genera
el humo que lo oscurece y puede sofocarlo.
Una joven le dijo a Krishnamurti que
le torturaban los celos y deseaba verse libre de ellos, pero que su amor por su
esposo y sus hijos era tal que era incapaz de controlar sus celos. «¿Dices que
el amor y los celos van juntos?», le preguntó. Ella dijo que eso parecía.
Krishnamurti dijo: «En ese caso, si te liberas de los celos también te desharás
del amor, ¿no?» Su problema consistía en que deseaba mantener el placer del
apego y librarse del dolor del mismo. Lo que debía examinar y de lo que debía
tener conciencia, le dijo, era de sus temores, porque el apego implica temor.
La mujer confesó un fardo de temores: a no ser amada, a la inseguridad, a la
soledad, a que le ocurriera algo a sus niños o a su esposo, a que él se fuera
con otra mujer. Ahora veía, dijo, que el apego y la dependencia psicológica no
eran amor, y que sus celos habían estado basados en el egoísmo. Y Krishnamurti
le dijo que ahora se estaba condenando a sí misma, lo que era otra evasión de
la comprensión. Le dijo: «Tienes que comprender la compleja entidad que eres,
sin condenarte ni justificarte.» Mencionar sentimientos, hablar de celos,
egoísmo, temor a la soledad no ayuda ni a la comprensión ni a la vigilancia.
Las palabras están cargadas de implicaciones de condena o justificación, y «el
proceso verbalizado es parte del yo». Sólo «cuando no hay denominación..., la
mente no se aparta de lo que es».
¿No hablamos de amor con demasiada
ligereza? ¿Muchos de los problemas en nuestras relaciones no surgen porque nos
engañamos a nosotros mismos y a los demás al tomar la palabra por la cosa en
sí? ¿No es el amor algo que aportamos a la relación en lugar de algo que
esperamos que la relación ponga de manifiesto en nosotros mismos y en el otro?
¿No es, por tanto, independiente de su objeto, y, en consecuencia, no posesivo?
¿Y cuando lo buscamos, intentamos retenerlo o lamentamos su pérdida no estamos
comprometiéndolo con aspectos del Yo y de la mente que no tienen nada que ver
con él?
Sí, éstas son verdades que
difícilmente podemos negar. Pero, preguntamos, ¿qué ocurre con el sexo? Ese es
el gran problema de la vida para mucha gente. Los celos, los conflictos, las
riñas, las rápidas transiciones de la ira al cariño, las turbulencias de la
pasión que, como observó Krishnamurti, comúnmente se cree que constituyen la
norma de las relaciones amorosas, generalmente tienen su origen en el sexo.
Cuando necesitamos resolver problemas que tenemos con nuestra sexualidad o en
nuestras relaciones sexuales, prestamos escasa consideración a cualquier
resolución que pensemos que no tiene en cuenta la fuerza y la urgencia de la
sexualidad en la vida humana. El sexo es un hecho de nuestra biología. Podemos
reconocer que otros problemas que tenemos pertenecen a la mente, pero el sexo
pertenece al cuerpo, y podemos preguntarnos si los problemas que tenemos con él
se van a resolver por medio de la perceptividad pasiva no enjuiciándola cuando
la cosa en sí subvierte y contradice la pasividad. También podemos preguntar si
el sexo es una demanda del Yo, cuando lo experimentamos como algo anulador del
Yo o que lo trasciende. Evidentemente, los seres humanos están menos atentos al
Yo y al egoísmo cuando se encuentran bajo su esclavitud.
Por tanto, ¿qué decía Krishnamurti
sobre el sexo, y qué decía basado en una comprensión de su necesidad
apremiante? Estos son algunos extractos de una respuesta que le dio a un
interrogador cuando dijo: «Estoy seriamente molesto por el deseo sexual. ¿Cómo
voy a vencerlo?»
Por favor, perdóneme si no le digo
cómo vencer el deseo sexual; pero vamos a estudiar juntos el problema, para ver
qué supone, y, a medida que estudiemos el problema, usted mismo encontrará la
respuesta correcta. Primero, entendamos el problema de vencer... Aquello que
puede ser vencido tiene que ser vencido o conquistado una y otra vez...
Mientras que si se comprende algo, se acaba. Así que si hay un problema, como
tiene el interrogador, de sexo, debemos comprenderlo y no limitarnos a
preguntar cómo se puede vencer.
Porque todos nuestros placeres son
mecánicos, el sexo se ha convertido en el único placer creativo...
Emocionalmente, somos máquinas que realizan una rutina, y la máquina no es
creativa... Por tanto, como estamos rodeados por el pensamiento no creativo,
sólo nos queda una cosa, el sexo. Como el sexo es lo único que nos queda, se
convierte en un problema enorme, mientras que si entendiéramos lo que significa
ser creativo religiosa y emocionalmente, ser creativo en todos los momentos...
sin duda, el sexo se convertiría en un problema insignificante...
Un hombre que posee amor verdadero en
su corazón no tiene penas y para él el sexo no es un problema. Pero desde que
hemos perdido el amor, el sexo se ha convertido en un gran problema y en uno
diferente, porque nosotros estamos atrapados en él, por el hábito, por la
imaginación, por el recuerdo de ayer que nos amenaza y nos ata... La mayor
parte del tiempo estamos encerrados en nuestros propios anhelos, deseos y
temores, y, naturalmente, la única salida es el sexo, que degenera, deprime y
se convierte en un problema. Así, mientras estudiamos este problema, empezamos
a descubrir nuestro propio estado, es decir, lo que es; no cómo transformarlo,
sino cómo llegar a tener conciencia de ello. No lo condenes, no intentes
sublimarlo o encontrar sustitutos, o vencerlo. Simplemente, ten conciencia de
ello, de todo lo que significa.
La mayoría de la gente que trató con
Krishnamurti los problemas que tenía con el sexo estaba condicionada para
considerarlo negativamente, como subversivo de la vida espiritual. Pero él no
lo consideraba así.
A una joven pareja india que estaban
casados, pero habían hecho votos, porque eran «muy religiosos», de no tener
relaciones sexuales y estaban atormentados por la frustración, les preguntó:
¿Es vida religiosa el castigaros a
vosotros mismos? ¿Es la mortificación del cuerpo o de la mente un signo de
entendimiento? ¿Es la tortura auto infligida un camino hacia la realidad?
¿Pensáis que podéis llegar lejos por medio de la renunciación? La pasión debe
ser comprendida, no suprimida ni sublimada. ¿Cómo podéis amar y comprender la
pasión, si habéis hecho voto contra ella? Un voto es una forma de resistencia,
y aquello a lo que os resistís finalmente os conquistará.
Krishnamurti estaba horrorizado por
la violencia que algunos sannyasis de la India perpetraban contra sí mismos al
tratar de vencer su sexualidad, porque no sólo fracasaban en su objetivo, sino
que también les hacía insensibles a las maravillas y la belleza del mundo, a la
vida y a la naturaleza.
El sexo sólo es un problema si lo
creamos nosotros, buscándolo o rechazándolo por motivos equivocados. De hecho,
cualquier motivo será equivocado, porque pertenece a la mente. Krishnamurti
preguntó:
¿El sexo es producto del pensamiento?
¿Es el sexo —el placer, el encanto, la compañía, la ternura que supone— un
recuerdo intensificado por el pensamiento? En el acto sexual existe olvido de
sí mismo, auto abandono, una sensación de inexistencia del miedo, la ansiedad,
las preocupaciones de la vida. Al recordar ese estado de ternura, de olvido de
sí mismo, y al exigir su repetición, lo rumias, por decirlo así, hasta la
próxima ocasión. ¿Es eso ternura o es simplemente un recuerdo de algo pasado y
que, por medio de la repetición, esperas capturar de nuevo? ¿No es la
repetición de algo, por muy placentero que sea, un proceso destructivo?
Reconocemos que el deseo sexual
existe antes e independientemente del objeto que lo centra, porque es biológico
y, por tanto, natural. Si no reconocemos con igual presteza que lo mismo es
aplicable al amor, la consecuencia es que el amor no es natural en el mismo
sentido, y tenemos problemas con las ideas sobre los atributos inferiores y
superiores, más bajos y más nobles de la naturaleza humana. El sexo como
expresión o acto de amor no es problemático, sólo tenemos problemas cuando no coexisten
el sexo y el amor, cuando la mente los separa juzgándolos o buscando uno por
medio del otro. Simular amor para así tener sexo, o entablar sexo para así
asegurarse las imaginadas satisfacciones del amor —seguridad, ternura o lo que
sea— son actos que garantizan los problemas. Los principios básicos de
Krishnamurti se refieren a los problemas sexuales igual que a cualesquiera
otros de la vida: sólo se resolverán por medio de la observación atenta, la
perceptividad pasiva y la clara comprensión de «lo que es», que incluye la
comprensión de que básicamente «tú eres el problema».
La palabra problema, señalaba
Krishnamurti con frecuencia, en su derivación griega significaba originalmente
«algo que te arrojan». Él quería señalar que cuando te arrojan algo, sólo
tienes dos opciones: cogerlo o eludirlo, por lo que la decisión y la acción son
simultáneas; «actúa la decisión». La definición también sirve para precisar
otra clase de problemas, aparentemente diferentes a aquellos que tenemos con
nosotros mismos o con nuestras relaciones, es decir, los problemas que surgen
de las situaciones que nos arroja la vida, las desgracias, las pérdidas, los
reveses y las tragedias que afligen la vida humana y de los que somos
manifiestamente inocentes. Las religiones tienen consuelos formularios para las
desgracias con que nos azota la vida: son la voluntad de Dios, la expiación de
un mal karma que arrastramos de una vida pasada, cosas «que nos son enviadas
para probarnos». Si parecen injustos, podemos estar seguros de que habrá un
saldo final, el día del Juicio o en una futura reencarnación. Por supuesto,
Krishnamurti no podía ofrecer semejantes consuelos, y cuando la gente trataba
sus tragedias personales con él, algunas veces se escandalizaban por su
respuesta.
Una mujer que había perdido a su
esposo y a uno de sus hijos visitó a Krishnamurti en compañía de su tío, un
hindú devoto. El tío dijo que ninguna de las ceremonias o creencias de su
religión habían podido consolar a la mujer, y cuando contó su historia, lloró copiosamente
todo el tiempo. Cuando hubo terminado, Krishnamurti le preguntó si había ido a
él porque deseaba hablar con seriedad de la muerte y el luto, o para verse
confortada por alguna explicación, para distraerse de su dolor con algunas
palabras tranquilizadoras. Ella dijo que deseaba tratar el tema en profundidad,
aunque no sabía si sería capaz de enfrentarse a lo que él le iba a decir.
El le pidió que examinara su dolor, y
que se preguntara si era por su esposo o por ella misma. Le dijo:
Si estás llorando por él, ¿pueden
ayudarle tus lágrimas? Se ha ido irrevocablemente. Hagas lo que hagas, no lo
volverás a tener. Pero si estás llorando por ti misma, por tu soledad, tu vida
vacía, por los placeres sensuales y la compañía que tenías, entonces estás llorando
por tu propio vacío y por autocompasión, ¿no?... Ahora que se ha ido te estás
dando cuenta de tu estado real, ¿no es así? Su muerte te ha sacudido y te ha
mostrado el estado real de tu mente y de tu corazón. Quizá no desees verlo;
quizá lo rechaces por miedo, pero si observas un poco más, verás que estás
llorando por tu propia soledad, por tu pobreza interior; es decir, por
autocompasión.
Eso era cruel, dijo la mujer, y no le
proporcionaba ningún consuelo. Krishnamurti contestó que el consuelo siempre
estaba basado en la ilusión, que la única vía para superar el dolor era ver las
cosas como realmente eran, y que, sin duda, señalarlo no era crueldad. La
muerte es inevitable para todos, y «uno tiene que entrar en contacto con esta
atroz realidad de la vida». En este punto, el tío manifestó que en todos hay un
alma inmortal que pasa por una serie de reencarnaciones hasta que alcanza la
perfección. Krishnamurti contestó: «No hay nada permanente ni en la tierra ni
en nosotros mismos», y explicó cómo el pensamiento y la memoria crean la
ilusión de permanencia como un refugio ante el miedo a lo desconocido.
Volviendo a la situación de la mujer, le recomendó que se ocupara de la
educación de los tres hijos que le quedaban, en lugar de hacerlo de su
desgracia y autocompasión. Si veía el absurdo de esos sentimientos, le dijo,
«entonces dejaría de llorar espontáneamente, dejaría de aislarse y viviría con
sus hijos con una nueva luz y una sonrisa en los labios».
Krishnamurti conocía el dolor del
luto, porque en 1925 había perdido a su hermano Nitya y durante un tiempo había
estado inconsolable. Siempre fue compasivo con los afligidos, pero fue
despiadado con los sentimientos de los agraviados. Un hombre cuyo hijo había
muerto en un accidente y cuya esposa lo había abandonado le dijo a Krishnamurti
que, según su experiencia, no era cierto que la sabiduría llegara por medio del
sufrimiento. El había sufrido mucho en la vida y se había encontrado con lo
contrario. A la pregunta «¿Qué le ha enseñado el sufrimiento?», contestó que
había aprendido a no tener apegos, a mantenerse a distancia, a controlar sus
sentimientos y a tener cuidado de no ser herido de nuevo. Krishnamurti dijo:
«Como dice, no le ha proporcionado sabiduría; por el contrario, le ha hecho más
taimado, más insensible. ¿Enseña algo el dolor excepto reacciones auto
protectoras?» Añadió que en el dolor siempre hay autocompasión, y donde hay
autocompasión, nunca puede haber comprensión.
Una pareja india que tenía un hijo
ciego le preguntó a Krishnamurti qué habrían hecho, en esta vida o en una
anterior, para merecer ese castigo. Él dijo francamente que la ceguera del niño
quizás tuviera una causa genética o física, y les preguntó por qué buscaban una
metafísica. El hombre contestó que conociendo la causa, entendería mejor el
efecto. Krishnamurti preguntó: «¿Quiere decir que le confortaría saber cómo ha
ocurrido esto, no?» El hombre dijo que sí, a lo que el maestro respondió:
«Entonces desea ánimos y no comprensión.» Y a la pregunta del hombre de si no
eran la misma cosa, contestó: «Comprender un hecho puede ocasionar
preocupaciones, no proporciona alegría necesariamente... Usted está preocupado
por el hecho de la dolencia de su hijo, y desea que le tranquilicen.» El hombre
protestó: «¿Por qué no debemos buscar la liberación de las preocupaciones? ¿Por
qué no debemos evitar el sufrimiento?» Krishnamurti contestó:
¿Se libera uno del sufrimiento por
medio de la evasión? Evitar el sufrimiento no es sino fortalecerlo. La
explicación de la causa no es la comprensión de la misma. Por medio de la
explicación no te liberas del sufrimiento; el sufrimiento continúa allí, sólo
que lo has ocultado con palabras.
Lejos de dispensar consuelos y
apaciguamiento, con frecuencia Krishnamurti le daba al preocupado motivos más
sólidos para la preocupación. La esposa de un político preeminente, quien dijo
que estaba enferma de angustia después de pasar meses cuidando de su esposo,
cuya enfermedad los médicos decían que era mortal, lloró y le dijo a
Krishnamurti que no podía soportar perderlo y ver que todo por lo que habían
vivido y trabajado se hacía pedazos. Él le preguntó: «¿Ama a su esposo o las
cosas que obtuvo por él?» Cuando ella no pudo contestar, le suplicó que no
pensara que la pregunta era cruel, porque finalmente tendría que descubrir la
verdad, «de otra manera el dolor siempre estará presente». La mujer se fue
diciendo que de momento estaba demasiado confusa y afligida para pensar, pero
volvió varios meses después, una vez que su esposo hubo muerto, diciendo que
entonces podía ver las cosas con más claridad. «Su pregunta me trastornó más de
lo que puedo expresar», dijo, y volviendo al tema declaró: «El amor es una
mezcla de muchas cosas.» Krishnamurti descartó su evasiva y la apremió a que se
enfrentara con la verdad, después de lo cual ella admitió —diciendo que estaba
horrorizada de sí misma por hacerlo— que no había amado a su esposo en
absoluto.
La verdad, la realidad de lo que es,
puede doler, pero entonces el dolor también se convierte en parte de lo que es,
entra en el flujo que es, siempre y simultáneamente, un final y un nuevo
principio. Sólo el dolor que se evita perdura; sólo la mentira que no se reconoce,
la explicación alcanzada para consuelo, la palabra disfrazada de la cosa y la
solución que se encuentra por medio del pensamiento matan la perceptividad y
hacen que nuestros problemas perduren. Quizá, secretamente queremos que
perduren, porque no podemos imaginar qué seríamos o qué sería la vida sin
ellos. Esa es nuestra elección, pero es una elección de esclavitud.
Krishnamurti no ofreció ninguna respuesta, pero, lúcida e inequívocamente, nos
mostró la alternativa..
Jiddu Krishnamurti
Fuente: La Iluminacion Espiritual