sábado, 31 de octubre de 2015

El Sendero del Mago: 1ª Lección

EL SENDERO DEL MAGO: 1ª LECCIÓN
Hay un mago dentro de cada uno de nosotros un mago que lo ve y lo sabe todo.
El mago está más allá de los contrarios de luz y oscuridad, bien y mal, placer y dolor.
Todo lo que el mago ve tiene sus raíces en el mundo invisible.
La naturaleza refleja los estados de ánimo del mago.
El cuerpo y la mente podrán dormir pero el mago vela permanentemente.
El mago posee el secreto de la inmortalidad.
“Toma”, dijo Merlín un día, mientras ponía un plato de sopa delante del joven Arturo. “Prueba”.
Arturo lo hizo, no sin vacilar. Era un potaje exquisito de carne de venado y raíces silvestres, misteriosamente sazonado por Merlín en un momento en que Arturo le daba la espalda. En realidad, la sopa estaba deliciosa y Arturo se apresuró a hundir la cuchara de nuevo, justo en el momento en que le arrebataban el plato de las manos.
“Espera, quiero más”, masculló con la boca llena todavía. 
Merlín sacudió la cabeza. “Todo el banquete está en esa primera cucharada”, le advirtió.
Al principio, Arturo sintió una oleada de frustración y desilusión, pero luego se dio cuenta de que se sentía satisfecho, como si hubiese consumido todo el plato. Más tarde, mientras dormitaba debajo de un árbol, Merlín se aproximó y le dejó un plato lleno de sopa al lado. Mientras se alejaba, el mago murmuró: “Sólo recuerda: ¿De qué me habrían servido todos esos años en la escuela de magia, si no hubiera podido enseñártelo todo en la primera lección?”
Para comprender la lección
Se necesita toda una vida para aprender lo que el mago tiene para enseñar, pero todo lo que ha de desenvolverse a través de años y decenios está a nuestro alcance en la primera lección de Merlín. En ella el mago se presenta. Describe su enfoque ante la vida, consistente en resolver los enigmas más profundos de la mortalidad y la inmortalidad. Y todo eso sucede en forma mágica. En primer lugar, Merlín no se presenta realmente en forma física. Las formas le tienen sin cuidado. Ha visto el pasar de muchos mundos, ha sobrevivido a siglos de cataclismos, y su reacción ante todo es la misma: él ve.
Los magos son videntes. ¿Qué ven? La realidad en su conjunto, no en sus diversos componentes.
“¿Siempre fuiste mago?”, preguntó el joven Arturo.
“¿Cómo habría podido serlo?”, contestó Merlín. “En un tiempo iba por ahí como tú y, cuando miraba a una persona, lo único que veía era una forma de carne y hueso. Pero con el tiempo comencé a notar que las personas habitan en una casa que se extiende más allá de ese cuerpo — las personas infelices, con emociones encontradas, viven en casas desordenadas; las personas felices y satisfechas habitan en casas ordenadas. 
Fue una observación simple, pero después de un tiempo concluí que cuando veo una casa, en realidad estoy viendo un poco más de la persona.
“Después se amplió mi visión. Cuando veía a una persona, no podía evitar ver también a su familia y a sus amigos. esas eran extensiones de la persona, que me decían mucho más acerca de quién era ella en realidad.
Y mi visión continuó expandiéndose Comencé a ver debajo de la máscara de la apariencia física. Vi emociones, deseos, temores, anhelos y sueños. También éstos son parte de una persona, si se tienen los ojos para apreciarlos.
“Comencé a observar la energía que emana de cada persona. Para entonces, el conjunto físico de carne y huesos había pasado a ser casi insignificante para mí, y al poco tiempo veía mundos dentro de mundos en todas las personas con quienes me encontraba. Entonces me di cuenta de que todo ser vivo es el universo entero, sólo que cada vez lleva un disfraz diferente”.
“¿Eso es posible realmente?”, preguntó Arturo.
“Llegará el día en que te darás cuenta de que todo el universo vive dentro de ti, y entonces serás un mago.
Como mago, no vives en el mundo, el mundo vive dentro de ti.
“Durante centurias la gente ha buscado a los magos donde quiera que se encuentren — en bosques impenetrables o en cuevas, torres o templos. El mago también ha existido con distintos nombres — filósofo, mago, vidente, chamán, gurú. ‘Dinos por qué sufrimos. Dinos por qué envejecemos y morimos. Dinos por qué somos tan débiles para forjamos una buena vida’. Sólo ante el mago han podido los mortales descargarse de tantos interrogantes difíciles.
“Tras escuchar atentamente, los magos, maestros y gurús han respondido siempre lo mismo: “Puedo resolver toda esa masa de ignorancia y dolor sólo si tú comprendes una sola cosa. Yo estoy dentro de ti. Esta otra persona con quien crees estar hablando no es distinta. Somos una sola persona y en ese nivel en el cual estamos unidas, ninguno de tus problemas existe”’.
Una vez que Arturo se lamentó que Merlín lo mantenía en el bosque y apenas le permitía vislumbrar el mundo de vez en cuando, el anciano se burló: “¿El mundo? ¿Cómo crees que viven esas personas, aquéllas que has visto en el pueblo? Se preocupan por el placer y el dolor, y buscan ansiosas el primero mientras evitan desesperadamente el segundo. Están vivas, pero desperdician la vida y se preocupan por la muerte.
Viven obsesionadas por la riqueza o la pobreza, y esa obsesión alimenta sus temores más profundos.
Por fortuna, el mago interior no experimenta nada de eso. Puesto que ve la verdad, no ve la falsedad, porque el juego de los contrarios — placer y dolor, riqueza y pobreza, bien y mal — parece real sólo hasta el momento en que se aprende a ver dentro del marco más amplio del mago. Sin embargo, es imposible negar que ese drama de la vida cotidiana es muy real para las personas comunes y corrientes. La apariencia exterior de la vida es la vida, si lo único en lo cual uno cree es en lo que le dicen los sentidos, lo que uno ve y siente.
Los mortales han buscado a los magos para resolver su obsesión por las apariencias y su anhelo por encontrar significado. Debe haber algo más allá de lo que estamos viviendo, pensaron los mortales, sin saber exactamente lo que ese algo más podría ser. “Dedica tiempo a reflexionar no sobre lo que ves, sino sobre por qué lo ves”, le aconsejó Merlín a Arturo.
Por consiguiente, la primera lección se reduce a lo siguiente: 
Es preciso mirar más allá del yo limitado para ver el yo ilimitado. Perforar la máscara de la mortalidad para encontrar al mago. El vive dentro de nosotros y solamente ahí. Una vez que lo hallemos también seremos videntes. Pero aquello que hemos de poder ver llega solamente a su propio ritmo, paso a paso. Antes de verlo, vendrá la sensación de que la vida es algo más de lo que estamos viviendo. Es como una voz suave que susurra: “Encuéntrame”. Esa voz que llama es tranquila, calmada, está en paz dentro de sí misma, pero también es esquiva. Es la voz del mago, pero también es nuestra voz.
Para vivir la lección
Las frases de Merlín operan sutilmente, como el agua que se cuela dentro de la tierra. El agua que hoy brota en manantiales cayó en forma de lluvia hace miles, hasta millones de años. Nadie sabe mayor cosa sobre la vida de esta agua oculta, a dónde va, qué le sucede entre las rocas del subsuelo. Pero un día, liberada por la gravedad, sale de las profundidades oscuras y, como por encanto, brota pura y fresca.
Así sucede con Merlín. Si nos sentamos en silencio y escuchamos durante algunos minutos, las palabras comenzarán a penetrar. Hay que dejar que eso suceda y después permitir que la sabiduría haga lo suyo. No hay que esperar ni prever ningún resultado, sino estar atentos a lo que pueda suceder. Cualquier cosa que suceda será buena.
La primera lección es sobre encontrar al mago y apreciar su punto de vista, el cual es muy diferente del adoptado por la mente o las emociones. Las emociones sienten y reaccionan. 
Son inmediatas, como los tentáculos de la anémona de mar que se retuercen instantáneamente en respuesta a una sensación.
El dolor provoca la contracción emocional; el placer genera un sentimiento de expansión y liberación.
Por otro lado, la mente es menos inmediata. Lleva un registro gigantesco de recuerdos, los cuales le agrada repasar constantemente. Compara los nuevos con los viejos y toma una decisión: esto es bueno, aquello es malo, esto vale la pena repetirlo, aquello no. Así, las emociones generan una respuesta inmediata, impensada frente a cualquier situación, como el bebé que sonríe o llora espontáneamente. Pero la mente consulta su banco de memoria y proporciona una reacción retardada.
El mago no reacciona de ninguna de estas dos maneras, ni inmediata ni tardíamente — Merlín sencillamente es. Ve el mundo y le permite ser como es. Sin embargo, no es un acto pasivo. La base de todo lo que existe en el mundo del mago descansa sobre el conocimiento de que “Todo esto soy yo mismo”. Por lo tanto, al aceptar el mundo como es, el mago lo ve todo bajo la luz de la auto-aceptación, que es la luz del amor.
Parece extraño que la definición del mago sobre el amor esté envuelta en silencio. Para las emociones, el amor es una oleada de sentimiento, una atracción muy activa hacia un estímulo abrumador. La mente tiene sus propios estilos, pero no son muy distintos: la mente ama todo aquello que le repite un recuerdo placentero del pasado. “Me encanta esto” básicamente quiere decir: “Me encanta repetir eso que fue tan maravilloso antes”.
Por consiguiente, tanto la mente como las emociones son selectivas. Seleccionar y escoger no tiene nada malo, pero demanda esfuerzo. Aunque a todos nos han enseñado que el esfuerzo es bueno, que nada puede lograrse sin trabajo, eso no es cierto. La existencia no se logra con esfuerzo; el amor no se logra con esfuerzo.
En un plano más sutil, la selección y la escogencia también implican rechazo. La mente se concentra en una cosa a la vez. Antes de poder decir: “Me agrada eso”, es necesario rechazar todas las demás opciones. Las cosas que solemos rechazar tienen un viso de temor. La mente y las emociones no son imparciales ante el dolor y el sufrimiento; los temen y rechazan. Este hábito de seleccionar y escoger acaba por demandar mucha energía, puesto que nuestra mente permanece vigilante, constantemente alerta para cerciorarse de que jamás se repitan el dolor, la desilusión, la soledad y muchas otras experiencias dolorosas. ¿Qué espacio le queda al silencio?
Sin silencio el mago no tiene espacio. Sin silencio no es posible apreciar realmente la vida, cuyas fibras más sutiles son tan delicadas como un botón de rosa. Cuando los mortales recurrían a los magos para pedirles consejo, lo hacían porque se daban cuenta que ellos no vivían atemorizados. Los magos aceptan, incluso acogen, todo lo que les sucede. “¿Cómo logran tener esa paz?” les preguntaban los mortales. Y la respuesta de los magos era: “Busquen dentro de ustedes mismos, donde sólo hay paz”.
Así, el primer paso hacia el mundo de Merlín es reconocer que existe — con eso basta. Al sentarse a reflexionar sobre esta lección es probable que la mente se rebele, rechazando la noción misma de que exista otro punto de vista válido, un camino distinto al propio. Las emociones quizás se unan a esa ola de desconfianza, angustia, aburrimiento, escepticismo y desdén, lo que sea que surja. No hay que resistirse a esos sentimientos. Sencillamente son la forma habitual de seleccionar y escoger. Rechazando la mente se coloca en primer plano. Durante años nos ha servido fielmente, alejando de nosotros las cosas desagradables.
La pregunta es si las tácticas de la mente realmente han funcionado. Es probable que la mente logre hacernos inteligentes, pero está mal equipada para darnos la felicidad, la realización y la paz.
Merlín no discute con la mente. Todos los debates son producto del pensamiento, y el mago no piensa. El mago observa. Y ahí está la clave de lo milagroso, porque todo lo que vemos en nuestro mundo interior podemos hacerlo realidad en el mundo exterior. Vivamos la primera lección, permitamos que el agua de la sabiduría se cuele a través de pasajes secretos hacia el interior de nuestro ser, y observemos. El mago está dentro de nosotros y solamente ansia una cosa: nacer.

El Sendero del Mago
DEEPAK CHOPRA

El Sendero del Mago (Segunda Parte)



El Sendero del Mago (Segunda Parte)
“Hay una enseñanza”, dijo Merlín, “denominada el modo del mago. ¿Has oído hablar de ella?”
El joven Arturo levantó la vista del fuego que, sin éxito, trataba de encender. Casi nunca era fácil encender el fuego en las húmedas mañanas de comienzos de primavera en el País de Occidente.
“No, nunca he oído hablar de eso”, contestó Arturo tras pensar un momento. “¿Magos? ¿Quieres decir que ellos tienen un modo diferente de hacer las cosas?”
“No, las hacen exactamente como nosotros”, replicó Merlín, y chasqueando los dedos encendió el montón de leña húmeda que Arturo había recogido, impaciente ante los torpes esfuerzos del muchacho por encender el fuego. Al instante se formó una gran llama. Acto seguido, Merlín abrió las manos y sacó de la nada un par de patatas y un puñado de setas silvestres. “Ensártalas en una broqueta y ponlas a tostar sobre el fuego, por favor”, dijo.
Arturo obedeció sin más. Tenía unos diez años y la única persona a quien conocía era Merlín. Estaban juntos desde que tenía memoria. Seguramente había tenido madre pero no tenía el más mínimo recuerdo de su rostro.
El anciano de luenga barba blanca había reclamado su derecho sobre el infante real a las pocas horas de su nacimiento.
“Soy el último guardián del sendero del mago”, dijo Merlín. “Y quizás tú seas el último en conocerlo”.
Poniendo las broquetas sobre el fuego, Arturo miró sobre el hombro. La curiosidad le había picado. ¿Merlín un mago?
Nunca lo había pensado. Los dos vivían solos en el bosque, en la cueva de cristal. El brillo de la cueva les proporcionaba la luz. Arturo había aprendido a nadar convirtiéndose en pez. Cuando deseaba comida, ésta aparecía, o Merlín le daba un poco. ¿Acaso no era así como todo el mundo vivía?
“Verás, dentro de poco te irás de aquí”, continuó Merlín. “No vayas a dejar caer esa patata entre la ceniza”.
Por supuesto, el muchacho ya la había dejado caer. Como Merlín vivía hacia atrás en el tiempo, sus advertencias siempre llegaban demasiado tarde, después de ocurridos los percances. Arturo limpió la patata y la ensartó de nuevo en la broqueta, hecha de la madera verde de un tilo.
“No importa”, dijo Merlín. “esa puede ser la tuya”. “¿Cómo así que me iré?”, preguntó Arturo. Sólo había ido de vez en cuando al pueblo cercano, cuando Merlín deseaba ir al mercado, y en esas ocasiones el mago siempre tenía cuidado de ocultar la identidad de los dos bajo pesadas capas. Pero el muchacho era gran observador, y lo que había visto en los demás le preocupaba.
Merlín miró de soslayo a su discípulo. “Pienso enviarte al pantano o, como dicen los mortales, al mundo. Te he mantenido lejos del pantano durante todos estos años, enseñándote algo que no debes olvidar”.
Merlín calló para ver el efecto de sus palabras, y luego continuó: “El sendero del mago”.
Tras pronunciar estas palabras, ambos quedaron en silencio, como suele suceder entre quienes llevan mucho tiempo juntos. Anciano y niño casi respiraban al unísono, de tal manera que Merlín debió percibir la inquietud que daba vueltas en la mente de Arturo, cual pantera enjaulada.
Terminada su comida, el muchacho fue a lavarse en el estanque azul que estaba al pie de la colina. Cuando regresó, Merlín tomaba el sol sobre su roca favorita (aunque “tomar el sol” es apenas un decir, puesto que la espesa colcha de nubes se había adelgazado apenas lo suficiente para que un rayo solitario se abriera paso a través de las copas de los árboles para iluminar los cabellos de plata del mago). Las primeras palabras que salieron de la boca del muchacho fueron: “¿Qué será de ti?” ,“¿De mí? No te creas tan importante. Podré arreglármelas perfectamente sin ti, gracias”.
En el instante mismo en que terminó de hablar, Merlín supo que
había lastimado los sentimientos del niño. Pero los magos son malos para disculparse. Un hermoso arco hecho de fresno blanco apareció en el suelo al lado de Arturo, quien lo tomó presuroso y comenzó a tensarlo. En su lenguaje privado, sabía que era la forma como el anciano se disculpaba.
“No me preocupa lo que pueda pasarme”, continuó Merlín, “sino que se pierda el conocimiento. Como te dije, quizás seas el último en conocer el sendero del mago”.
“Entonces me cercioraré de que no se pierda”, prometió Arturo.
Merlín asintió con la cabeza. No volvió a tocar el tema del sendero del mago ese día ni durante muchos días más. Sin embargo, una mañana de junio, al despertarse, Arturo encontró su cama de ramas de pino cubierta de nieve. Tembló de frío y se sentó, lanzando al aire una nube de copos blancos al sacudir su cobija de piel de venado. “Creí que hacías esto sólo en diciembre”, dijo, pero Merlín no contestó. Estaba inmóvil en medio del círculo de nieve que cubría su campamento. Ante él había una extraña aparición: una enorme roca con una espada que sobresalía de ella. A pesar del frío, la roca no tenía nieve y la hoja de la espada se proyectaba en el aire deslumbrando con el brillo de su metro y medio de acero damasquino martillado.
“¿Qué es eso?”, preguntó Arturo. La vista de la roca lo conmovió profundamente, aunque no entendió por qué.
“Nada”, replicó Merlín. “Sólo recuérdala”.
Un momento después, la espada en la roca comenzó a desvanecerse, y cuando Arturo regresó de su baño matinal, el claro del bosque estaba tibio nuevamente, el sol había fundido hasta el último copo de nieve y la roca se había esfumado como un sueño. El niño sintió ganas de llorar, porque sabía que la aparición era el gesto de despedida de Merlín, de despedida y de recuerdo.
Lo que le sucedió a Arturo cuando salió al mundo es ahora leyenda. Con el tiempo se encontró en Londres, en una nevada mañana de Navidad, a las puertas de la catedral donde la espada en la roca había reaparecido misteriosamente. Para asombro de la gente que salía de la iglesia, retiró la espada y reclamó su derecho a ser rey. Libró largas y crueles batallas para vencer a una horda de rivales que pretendían el trono, y luego estableció en Camelot la sede de su poder. Todos los días vivió de acuerdo con las enseñanzas del mago.
Finalmente falleció y se convirtió en historia. Quedó como tarea a las generaciones posteriores averiguar lo que Merlín le había enseñado a su discípulo durante esos años en el bosque, antes de que Arturo se allegara a la roca y tomara el destino por su empuñadura engastada de joyas.
El mundo de Arturo desapareció poco después de la caída de Camelot. El reino cayó presa nuevamente de las luchas intestinas y la ignorancia, y Merlin demostró haber sido el último de su clase, tal como lo había pronosticado. Después de él, no se registra en la historia de Occidente el nombre de ningún otro mago.
Pero Merlín nunca creyó que la sabiduría del mago dependiera de la forma como se desenvolvió la historia.
“Lo que sé está en el aire”, solía decir. “Respíralo y lo hallarás”. Los magos conocían cosas atemporales y, por lo tanto, la reserva de su conocimiento debe estar por fuera del tiempo. El camino está abierto. Comienza en todas partes y no lleva a ninguna, pero aun así conduce a un sitio real. Todo esto se nos presenta a los ojos a medida que escuchamos a Merlín.
Libro El Sendero del Mago
DEEPAK CHOPRA

Cómo Aprender del Mago


Cómo Aprender del Mago
El mago interior desea hablar, y eso es algo que nos sucede a todos. Pero para hacerlo necesita la oportunidad, el espacio. 
Al igual que los Koan del Zen, los aforismos proporcionan ese espacio porque modifican el punto de vista, lo cual a su vez puede desencadenar el cambio de la realidad personal.
Es necesario traer la voz del mago a la vida cotidiana. Ya cité la primera frase de la primera lección: Hay un mago dentro de cada uno de nosotros — un mago que lo ve y lo sabe todo. El resto de la lección dice así:
El mago está más allá de los contrarios de luz y oscuridad, bien y mal, placer y dolor.
Todo lo que el mago ve tiene sus raíces en el mundo invisible.
La naturaleza refleja los estados de ánimo del mago.
El cuerpo y la mente podrán dormir pero el mago vela permanentemente.
El mago posee el secreto de la inmortalidad.
Estas palabras habrán cumplido su propósito si producen en nosotros una ligera sacudida, la emoción de un reconocimiento. En realidad es emocionante descubrir que no somos seres limitados, sino hijos de lo milagroso. Ésa es la verdad, la realidad profunda acerca de cada uno de nosotros que ha vivido eclipsada
demasiado tiempo.
He recopilado cerca de cien de esos dichos, ilustrados con historias del mundo de Merlín y Arturo. No son fragmentos de las leyendas antiguas, sino parábolas que he enmarcado en esa época. A veces la historia ilustrativa parece no concordar exactamente con los aforismos o con la lógica perfecta. Lo he hecho deliberadamente, porque la mente lineal, con su necesidad de crear orden, no es la única que lo ha de acompañar en su viaje por el sendero del mago. Deberá andar ese camino de la mano de la imaginación, la esperanza, la creatividad y el amor.
En pocas palabras, el sendero del mago es el camino del espíritu. Pero la espiritualidad no se opone a la racionalidad; es el marco más grande dentro del cual encaja la razón, como una de muchas otras piezas. Para dirigirme a la mente lineal he incluido una sección denominada “Para comprender la lección”, la cual sustenta los aforismos y las historias. 
Por último viene la sección titulada “Para vivir la lección”, la cual nos ayuda a abrimos para que la sabiduría del mago penetre en nuestra propia experiencia.
“Para vivir la lección” es la parte activa de este aprendizaje. Mis sugerencias son apenas un punto de partida, formas de encender la iniciativa de cada uno. En últimas, será nuestra propia comprensión la que cambiará nuestra realidad. En “Para vivir la lección” hay algunos ejercicios que podrían parecer pasivos, porque la mayoría son experimentos del pensamiento.
¿Qué es un experimento del pensamiento? Es una forma de llevar la mente a nuevos lugares, de hacerla ver las cosas de manera diferente. Los magos sabían algo profundo e importante — que si deseamos cambiar el mundo, es preciso cambiar nuestra actitud hacia él. Einstein se reclinó una vez en un sofá, cerró los ojos y vio a un hombre que viajaba a la velocidad de la luz. 
Sin descartar esa curiosa imagen, comenzó a realizar varios experimentos de pensamiento, aparentemente simples elucubraciones. Sin embargo, pocos años después, las actitudes de todo el mundo científico se transformarían cuando la naturaleza misma confirmara las visiones trascendentales de Einstein.
Si una fantasía en un sofá puede alterar el mundo, es porque los experimentos del pensamiento encierran un poder incalculable. Nada se aprende realmente hasta que se vive. Una vez que la razón, la experiencia y el espíritu se unen, se abre el sendero del mago y todo está dispuesto para la alquimia. La sabiduría que llevamos dentro es como una chispa que, una vez encendida, no se extingue jamás.
Para reunir esos elementos, se puede utilizar el siguiente método:
1. Siéntese en silencio durante unos momentos antes de iniciar la lectura de una lección.
2. Lea los aforismos y después tómese unos minutos para interiorizarlos. Léalos cuantas veces desee.
Deje un espacio para sus propias reacciones e ideas, que suelen ser las cosas más valiosas que puede recibir.
3. Continúe leyendo el resto de la lección: la historia de Merlín y Arturo, la sección titulada “Para comprender la lección”, y la titulada “Para vivir la lección”.
4. Si en la última sección hay un ejercicio práctico — la mayoría de las veces es así — tómese unos minutos para hacerlo. 
Es conveniente repetirlo durante el día para vivir toda la experiencia.
Lea nuevamente cada lección tan a menudo como lo desee, una o más veces; destine un día o una semana para vivirla. En este proceso no hay cronogramas. Mi único consejo es vivir la lección por lo menos durante un día, en lugar de tratar de absorber demasiadas lecciones a la vez.

El Sendero del Mago
por DEEPAK CHOPRA

La Entrada al mundo del Mago (Primera Parte)



La Entrada al mundo del Mago (Primera Parte)

La gente se pregunta por qué, habiendo nacido en la India, me siento tan atraído por los magos. 
Mi respuesta es la siguiente: en la India todavía creemos que los magos existen. ¿Qué es un mago? No es sencillamente alguien que puede hacer magia, sino alguien capaz de transformar.
Un mago puede convertir el temor en alegría,
la frustración en realización.
Un mago puede convertir lo temporal en eterno.
Un mago puede llevarnos más allá de nuestras limitaciones hacia lo ilimitado.
Cuando era niño y vivía en la India, sabía que todo eso era cierto. A veces llegaban a nuestra casa ancianos de túnicas blancas y sandalias, y hasta para un muchacho asombrado por la vida, parecían criaturas muy especiales. Estaban completamente en paz; de ellos emanaban la alegría y el amor; parecían no inmutarse ante los altos y bajos de la vida cotidiana. 
Los llamábamos gurús o consejeros espirituales. Pero tardé mucho tiempo en darme cuenta de que gurú y mago es lo mismo. Todas las sociedades tienen sus maestros, clarividentes y sanadores; gurú era sólo nuestro vocablo para designar a los poseedores de la sabiduría espiritual.
En Occidente, se considera que los magos son principalmente hechiceros que practican la alquimia para convertir un metal inferior en oro. En la India también existe la alquimia (de hecho fue allí donde se inventó), pero la palabra alquimia es en realidad una clave. Significa convertir a los seres humanos en oro, convertir nuestras cualidades inferiores de temor, ignorancia, odio y vergüenza en lo más precioso: el amor y la realización. Por tanto, un maestro que nos pueda enseñar a convertimos en seres libres llenos de amor es, por definición, un alquimista — y siempre lo ha sido.
Cuando ingresé a la escuela secundaria en Nueva Delhi, ya sabía mucho acerca de Merlín, el famoso mago de la leyenda inglesa del rey Arturo. Como a todo el mundo, también a mi me hechizó desde el primer momento. No tardé mucho en descubrir todo su mundo. En mi cabeza resuenan todavía decenas de versos del poema épico de Tennyson, Idilios del rey, los cuales tuvimos que memorizar durante aquellos largos y calurosos días escolares. En aquella época devoré toda la literatura que logré encontrar sobre el rey Arturo. No me parecía raro saberlo todo acerca de Camelot, ese sitio de campos verdes y temperaturas clementes, aunque yo viviera bajo el sol ardiente del trópico; o que deseara cabalgar como Lancelot, aunque me hubiese sofocado bajo la armadura; o que la cueva de cristal de Merlín existiera en realidad, a pesar de que todos los autores que leía me aseguraran que los magos no existían. Yo sabía que no era así, porque era un muchacho hindú y había conocido personalmente a los magos.

POR QUÉ NECESITAMOS A LOS MAGOS
Durante treinta años he reflexionado acerca de los magos. He visitado Glastonbury y el occidente de Inglaterra, he escalado el Tor y he visto la colina donde supuestamente descansan el rey Arturo y sus caballeros. Pero algo más místico, la necesidad de la transformación, me hace volver nuevamente a la magia.
Año tras año he sentido que nuestra época necesita de ese conocimiento más que nunca. Ahora que soy adulto, dedico mi vida profesional a hablar y escribir sobre la forma de alcanzar la libertad plena y la realización. Pero apenas hace poco me di cuenta de que todo el tiempo he estado hablando de alquimia.
Finalmente decidí que una forma interesante de abordar este tema sería a través de una de las relaciones más maravillosas que se haya registrado nunca, la que existió entre Merlín y el joven Arturo en la cueva de cristal. En este libro, la cueva se presenta como un sitio privilegiado dentro del corazón humano. Es un refugio seguro donde hay una voz sabia que no conoce el temor, y al cual no llega la agitación del mundo exterior. En la cueva de cristal siempre ha existido y existirá un mago — lo único que hay que hacer es entrar en ella y escuchar.
Hoy en día la gente vive en el mundo de los magos tanto como lo hicieron las generaciones pasadas. Joseph Campbell, el gran estudioso de la de mitología, decía que cualquier persona que espera en una esquina a que el semáforo pase a verde para cruzar la calle, en realidad está esperando entrar en el mundo de los actos heroicos y la acción mítica. Lo que sucede es que no vemos nuestra oportunidad, y cruzamos la calle sin ver la mítica espada en la roca al lado del andén.
El viaje hacia lo milagroso comienza aquí. Este es el mejor momento para comenzar. El sendero del mago no existe en el tiempo — está en todas partes y no está en ninguna parte. Nos pertenece a todos y no le pertenece a nadie. Así, éste es sólo un libro acerca de cómo recuperar lo que ya es nuestro. Como dice la primera frase de la primera lección: Hay un mago dentro de cada uno de nosotros un mago que lo ve y lo sabe todo.
Ésta es la única frase del libro que se debe aceptar como un acto de fe. Una vez que descubramos nuestro mago interior, la enseñanza vendrá por sí sola. Durante muchos años, este tipo de aprendizaje espontáneo ha sido el centro de mi vida diaria: observar y esperar a oír lo que mi gula interior tiene que decir. No existe otra forma de aprendizaje más fascinante. He oído la voz de Merlín en el sonido de una risa en el aeropuerto, en el susurro de los árboles al caminar hacia la playa, y hasta en la televisión. Una estación de autobuses puede convertirse en la cueva de cristal cuando se tiene la llave?Por qué necesitamos seguir el sendero del mago? Para elevarnos sobre lo ordinario y lo confuso, y encontrar la clase de trascendencia que solemos relegar al campo de lo mítico, pero que en realidad tenemos a mano, aquí y ahora. Estar vivos significa ganamos el derecho a decir lo que deseamos decir, a ser lo que deseamos ser, y a hacer lo que queremos. Camelot era el símbolo de esta forma de libertad. Por eso volvemos nuestros ojos sobre ese sitio mágico con nostalgia y admiración. La vida ha sido difícil desde entonces.
Una vez, un discípulo preguntó a su maestro: “¿Por qué siento esta opresión tan grande, como si quisiera gritar?” El maestro lo miró y le dijo: “Porque todo el mundo se siente igual”.
Todos nosotros deseamos crecer en amor y creatividad, explorar nuestra naturaleza espiritual, pero muchas veces erramos el objetivo. Nos encerramos en nuestra propia cárcel. Sin embargo, hay quienes han roto el encierro que comprime la vida. Rumi, el poeta persa, decía: “Somos espíritu incondicionado atrapado por las condiciones, como el Sol en un eclipse”.
Ésa es la voz de un mago que no creía que los seres humanos viviésemos limitados en el tiempo y el espacio. Sólo estamos eclipsados temporalmente. El propósito de aprender de un mago es encontrar al mago que llevamos dentro. Una vez hallado el guía interior, nos habremos encontrado a nosotros mismos. El yo es el Sol de resplandor permanente que, aunque eclipsado, cuando se despejan las sombras se muestra en toda su gloria.
El sendero del Mago
por DEEPAK CHOPRA

sábado, 3 de octubre de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)




Capitulo VI (Escrito VIII)
12. SANEMOS NUESTRAS HERIDAS
«La curación es la manera de superar la separación.»
Rara vez escogemos conscientemente las barreras que oponemos al amor. 
Son el resultado de nuestros esfuerzos por proteger los lugares donde tenemos herido el corazón. Alguna vez, en alguna parte, tuvimos la sensación de que un corazón abierto era causa de dolor o de humillación. Amamos con la apertura de un niño,
y a alguien no le importó, o se rió, o incluso nos castigó por hacerlo. 
En un fugaz momento, quizás una fracción de segundo, tomamos la decisión de protegernos ante la posibilidad de volver a sentir jamás ese dolor. 
No queríamos permitirnos ser tan vulnerables nunca más.
Nos erigimos defensas emocionales. Intentamos construir una fortaleza que protegiera nuestro corazón de cualquier ataque.
El único problema es que, de acuerdo con el Curso, creamos aquello de lo cual nos defendemos.
Hubo una época en mi vida en la que sentía que debía dejar de abrir tanto mi corazón a la gente que no respondía como yo deseaba que me respondieran. Me enojaba con las personas que sentía que me habían herido, pero en vez de entrar en contacto con esa rabia y ofrecérsela a Dios, la negaba. 
Casi todos los estudiantes del Curso caen en esta trampa. 
Si no se lleva el enojo a la conciencia, no tiene adónde ir. Entonces se convierte en un ataque contra uno mismo o en un ataque inconsciente e inapropiado contra los demás.
Al no reconocer la plena extensión de mi rabia, y pensando que la lección que tenía que aprender era simplemente que no debía revelar tan abiertamente mis sentimientos, iniciaba relaciones con dos factores en mi contra: estaba cerrada (léase «era fría») e iba armada de ocultos cuchillos emocionales provenientes de mi
enojo inconsciente. Y entre este último y la frialdad podía cortarle las alas al más santo de los hombres, con lo cual, naturalmente, mi rabia y mi desconfianza iban en aumento. Una vez que estuve hablando con una terapeuta muy sabia, le hice un comentario más o menos de este estilo:
- A muchas mujeres de mi edad nos resulta muy difícil encontrar hombres disponibles realmente capaces de amar y de comprometerse.
Su respuesta me sonó como un repicar de campanas: 
Cuando una mujer dice algo así, generalmente en el fondo tiene una actitud de desprecio por los hombres. Desprecio por los hombres. Desprecio por los hombres.
Las palabras me resonaron en el cráneo. No sé si ese era el problema de todas las mujeres que le habían dicho algo así, pero en mi caso había dado en el clavo. 
Con frecuencia pensaba en algo que decía el Curso:
creemos que estamos enojados por lo que nos ha hecho nuestro hermano, pero en realidad lo estamos por lo que nosotros le hemos hecho a él. Yo sabía vagamente que aquello era verdad, ¡pero tuve que escarbar mucho para ver qué era lo que les hacía a aquellos hombres que me estaban haciendo a mí todas esas cosas horribles! El Curso habla de las «tenebrosas figuras» que arrastramos de nuestro pasado, y nos dice que tendemos a no ver a nadie tal como es. Reprochamos a los demás cosas que otras personas nos hicieron en el pasado. Si mi pareja me decía: «Cariño, no puedo volver el domingo por la noche como había planeado. 
Debo seguir trabajando en este proyecto y quizá no vuelva hasta el martes», era como si me hubiera dicho que se me había muerto el gato y el perro se me estaba muriendo. El problema no era que él volviera a casa unos días más tarde, sino cómo me hacía sentir interiormente oírle decir eso.No puedo describir la sombría desesperación que me atravesaba el corazón. Ya no estaba relacionándome con mi pareja, ni con aquella circunstancia. Estaba recordando todas las veces que me había sentido como si yo no importara, no fuera atractiva, papá no quisiera tomarme en brazos o algún otro hombre no quisiera seguir teniendo relaciones conmigo.
Desde la perspectiva del Curso, esta situación reaparecía entonces para que yo pudiera sentir de nuevo lo mismo y darme cuenta de que no tenía nada que ver con el presente. 
Pedí un milagro: "Estoy dispuesta a ver esto de otra manera. Estoy dispuesta a recordar quién soy". La respuesta de Dios a mi dolor no iba a ser contrariamente a lo que mi ego decía que era la única manera de librarme de ese sufrimiento- un hombre que
me repitiera sesenta veces al día: 
«Eres fabulosa, eres maravillosa, te amo, te necesito», y después me demostrara lo deseable que era quizá dos veces al día y preferiblemente tres. La posibilidad de sanar no podía venir en última instancia de hombres que no tolerarían porque en realidad nadie puede tolerarlas mis carencias, ni la culpa que yo intentaba despertar en ellos para conseguir que quedaran satisfechas mis
necesidades, o lo que yo creía que eran mis necesidades.
Mi verdadera necesidad, por supuesto, era darme cuenta de que no necesitaba que un hombre llenara mis insaciables necesidades emocionales, que no eran reales, sino apenas un reflejo del hecho de que me consideraba inferior. La salvación sólo llegaría si
renunciaba a la idea de que no valía lo suficiente. Al defenderme de que me abandonaran, seguía creando, una y otra vez, las condiciones adecuadas para que ocurriera precisamente eso.
¿Por qué no pueden comprometerse los hombres? Yo sólo puedo responder por mi experiencia, pero en esos casos, y en los de muchas mujeres que he conocido, los hombres no se comprometieron porque yo y esas mujeres nos acorazamos contra el compromiso. Nuestra coraza es nuestra oscuridad: la oscuridad del corazón, la oscuridad del dolor, la oscuridad del momento en que hacemos ese comentario perverso o esa demanda injusta.
Nuestras defensas reflejan nuestras heridas, que nadie excepto nosotros mismos puede sanar. Los demás pueden darnos amor, inocentemente y sinceramente, pero si ya estamos convencidos de que no se puede confiar en la gente, si esa es la decisión que ya hemos tomado, entonces nuestra mente interpretará el comportamiento de cualquier persona como una prueba de que la conclusión a que hemos llegado es correcta.
El Curso nos dice que decidimos lo que queremos ver antes de verlo. Si queremos centrarnos en la falta de respeto de alguien por nuestros sentimientos, sin duda la encontraremos, dado el hecho de que no hay demasiados maestros iluminados disponibles. Pero un montón de gente está haciendo esfuerzos mayores de lo que les reconocemos y trabajando contra algunas desventajas formidables cuando nuestro ego nos ha
convencido de que los hombres o las mujeres son imbéciles, o de que no les gustamos, o de que siempre se van y nos dejan, o de que simplemente no hay en el mundo nadie que sirva para nada.




13. CAMBIAR DE MENTALIDAD

«El cambio fundamental ocurrirá cuando el pensador cambie de mentalidad.»
El objetivo de la práctica espiritual es la recuperación plena, y sólo de una cosa es preciso recuperarse: 
Del sentimiento fracturado de uno mismo. 
Nadie puede convencerte de que eres una persona válida si tú no te lo crees. Si los demás actúan como si lo fueras, tú no les creerás, o bien llegarás a depender hasta tal punto de que te lo aseguren continuamente que lo único que conseguirás mediante esa dependencia será que cambien de opinión. De cualquiera de las dos maneras, tú te quedas convencido de que no eres una persona válida. 
El único ejercicio que se repite varias veces en el Libro de ejercicios de Un curso de milagros es «Soy tal como Dios me creó». El Curso dice que el único problema que realmente tienes es que te has olvidado de quién eres.
Mediante tu deseo de ver la perfección en los demás te despiertas a tu propia perfección, aunque a veces esto no es fácil. 
Cuando siento que la vieja y conocida oscuridad empieza a descender sobre mí, cuando por ejemplo un hombre hace un comentario que racionalmente reconozco que es bastante inocente, pero que me hace sentir abandonada, dejada de lado o rechazada, ya he pasado por bastantes situaciones así en mi vida
como para saber que el mal no está en lo que él acaba de decir.
Él no es el enemigo. El enemigo es este sentimiento que en el pasado me ha llevado a atacarlo o a defenderme hasta el punto de hacer que él sienta exactamente lo que yo siento que él siente, aunque en realidad él no lo estuviese sintiendo. Pero puedo optar
por ver la situación de diferente manera. Esta es mi muralla. Es el punto donde debemos ser muy conscientes y llamar a Dios pidiendo un milagro: «Dios amado, ayúdame, por favor. Es esto. Aquí mismo. Ahí es donde la espada me entra en el corazón. Ahí es donde la cago cada vez».
El momento en que el dolor es más intenso es una oportunidad maravillosa. El ego preferiría que jamás mirásemos directamente al dolor. Cuando estamos en crisis, hay una buena probabilidad de que nos descuidemos y pidamos ayuda al Cielo. Al ego le gustaría que nunca estuviéramos en crisis. Él prefiere que por
el fondo de nuestra vida corra un calmado río de desdicha, no tan malo como para hacernos pensar si no serán nuestras propias opciones lo que provoca el dolor. Sólo cuando el dolor está aquí, tenemos la oportunidad de «derrotar a Satán y expulsarlo para siempre».
-Marianne -me dijo una vez un hombre-, tú sabes que puedes trabajar en este asunto con tu terapeuta, con Un curso de milagros, con tu editor, con el que da las charlas sobre relaciones humanas y con todas tus amigas, pero nadie te dará la magnífica oportunidad que tienes de trabajar en ello conmigo.
Lo que quería decir, por supuesto, era que con los demás podría describir el dolor, pero con él podría sentirlo. Y en aquel momento, si yo no elegía la opción pueril y narcisista de eludir la responsabilidad y abandonarlo, sino que me quedaba a afrontar el miedo y a superarlo, se cumpliría la finalidad de la relación.
Cuando llevamos nuestra oscuridad a la luz y la perdonamos, entonces podemos seguir adelante.
Sanamos por medio del descubrimiento y la plegaria. 
La conciencia sola no nos sana. Si el análisis pudiera, por sí solo, sanar nuestras heridas, ya estaríamos todos sanos. 
Nuestras neurosis están profundamente incrustadas en nuestro psiquismo, como un tumor que envuelve a un órgano vital.
El proceso del cambio milagroso es doble:
1. Veo mi error o pauta negativa.
2. Pido a Dios que me libere de ello.
El primer principio sin el segundo es impotente. Como dicen en Alcohólicos Anónimos, «tus buenas ideas son las que te han traído aquí». Tú eres el problema, pero no la solución.
El segundo principio tampoco es suficiente para cambiarnos.
El Espíritu Santo no puede tomar de nosotros lo que no queremos entregarle. Él no trabaja sin nuestro consentimiento. No puede quitarnos los fallos de carácter si nosotros no queremos, porque eso sería violar nuestro libre albedrío. Nosotros escogimos esas
pautas, y por más equivocados que estuviéramos cuando lo hicimos, Él no nos obligará a renunciar a ellas.
Al pedir a Dios que te sane, te comprometes a dejarte sanar. Esto significa que optas por cambiar, y la resistencia del ego al cambio es intensa: quiere que pensemos que somos demasiado «viejos» para cambiar.
Decir que estás enojado porque eres alcohólico, por ejemplo, quizá describa tu enojo, pero no lo justifica. 
La única ventaja de saber que estás enojado es que puedes elegir estar de otra manera. Puedes pasarte años en terapia, pero hasta que no decidas actuar de un modo distinto, no harás más que dar vueltas en círculo.
Por supuesto que te sientes raro mostrándote dulce cuando has sido áspero durante toda tu vida, pero eso no es excusa para no intentarlo.
Un curso de milagros afirma que la manera más eficaz de enseñarle a un niño no es diciéndole «No hagas eso», sino «Haz esto». No llegamos a la luz mediante un interminable análisis de la oscuridad. 
Llegamos a la luz eligiendo la luz. Luz significa comprensión, y sólo comprendiendo sanamos.
Si el propósito de una relación es que la gente sane, y la sanación sólo puede producirse cuando mostramos nuestras heridas, entonces el ego nos enfrenta a un callejón sin salida: «Si no me muestro tal como soy, no habrá crecimiento, y sin crecimiento llegará en última instancia el aburrimiento, que es la muerte de la relación; pero si me muestro con sinceridad, entonces quizá pareceré poco atractiva y mi pareja me dejará».
El narcisismo del ego nos mantiene esperando que aparezca la persona perfecta. El Espíritu Santo sabe que la búsqueda de la perfección en los demás no es más que una cortina de humo que oculta nuestra necesidad de cultivar la perfección en nosotros mismos. Y si hubiera una persona perfecta ahí afuera -que no la hay-, ¿le gustarías tú? Cuando renunciamos a la obsesión pueril de escudriñar el planeta en busca de la persona perfecta, podemos empezar a cultivar la habilidad de tener relaciones compasivas. 
Dejamos de juzgar a los demás para relacionarnos con ellos. Antes que nada, reconocemos que no nos relacionamos para
concentrarnos en lo bien o lo mal que los demás aprenden sus lecciones, sino para aprender las nuestras.
El ego se defiende del amor, no del miedo. El dolor que se siente en las relaciones puede ser perversamente cómodo, porque ya lo conocemos. Nos hemos acostumbrado a él. 
Una vez oí una cinta grabada por el maestro espiritual Ram Dass en la que decía que había leído un artículo sobre un bebé maltratado a quien habían separado de su madre. Mientras la asistenta social intentaba llevárselo, el niño pugnaba por seguir en los brazos de su madre. Aunque ella lo golpeaba, era la única persona que él conocía. Estaba acostumbrado a ella y quería permanecer en territorio familiar.
Esta historia ejemplifica nuestra relación con nuestro propio ego. El ego es nuestro dolor, pero es lo único que conocemos, y nos resistimos a abandonarlo. Con frecuencia, el esfuerzo necesario para dejar atrás las pautas dolorosas es más incómodo que mantenerse dentro de ellas. Y el crecimiento personal también nos duele, porque nos hace sentir avergonzados y humillados al enfrentarnos a nuestra propia oscuridad. 
Pero el objetivo del crecimiento personal es el viaje de salida de las oscuras pautas emocionales que nos causan dolor,
para encaminarnos a las que nos proporcionan paz. 
El libro Psychotherapy: Purpose, Process and Practice
[Psicoterapia: propósito, proceso y práctica] afirma que en última instancia la religión y la psicoterapia se convierten en lo mismo. Ambas representan la relación entre pensamiento y experiencia, y el Espíritu Santo se vale de ellas para celebrar una de las potencialidades humanas más gloriosas: nuestra capacidad de cambiar.
Actualmente hay una tendencia a analizar infinitamente nuestras neurosis, usando sin embargo el análisis más bien para justificar que para sanar la herida. Pasado cierto punto, cuando ya se ha visto cómo evolucionó una pauta («Mi padre era emocionalmente inaccesible» o «Mi madre me maltrataba») y el efecto que tuvo
aquello sobre nuestra personalidad («No sé dejar que un hombre se me aproxime» o «Ahora me cuesta mucho confiar en cualquier figura de autoridad»), el cambio se produce debido a una decisión de nuestra parte: 
La decisión de sanar, la decisión de cambiar. 
No es tan importante por qué me enojo o me pongo a la defensiva.
Lo que importa es que decida que quiero sanar y pida a Dios que me ayude.
Como un actor que lee las líneas de un guión, yo puedo escoger una respuesta nueva ante la vida, una lectura nueva. Hay gente que a estas alturas clamaría: «¡Negación!». Pero lo que estamos negando es el impostor que llevamos dentro. 
El hecho de que tengamos un sentimiento sincero no significa que sinceramente seamos «eso». Yo no soy mi rabia. ¿Tengo que reconocerla? Sí, pero sólo para ir más allá de ella. 
Una vez que he visto mi rabia, estoy en condiciones, como dicen en Alcohólicos Anónimos, de «actuar como si» fuera capaz de hacerlo de diferente manera. Porque lo soy. Nuestro ego se ha inventado un personaje de ficción al que ahora consideramos como nuestra personalidad. Pero la personalidad es algo que estamos creando continuamente, y si lo decidimos, podemos re-crearla constantemente.
Una vez un amigo me comentó que tenía miedo de que, si nos relacionábamos íntimamente, uno de los dos pudiera resultar herido. Le pregunté cuál de los dos le preocupaba.
-Tú -me respondió.
Me sentí como «rechazada por si acaso», me enojé y se lo dije.
-A eso me refiero -contestó-. Es evidente que te tomas las cosas tan a pecho que no creo que pudiera aguantártelo mucho tiempo.
Me di cuenta de que ese era un momento que había repetido de diversas maneras con diferentes personas, y muchas veces había pedido la sanación de aquello. Estaba abierta, y le pregunté:
-Dime sinceramente cómo podría haberlo hecho de otra manera. ¿Qué otra cosa podría haberte dicho?
-Podrías haberte limitado a sonreír y decirme: «¡Pues mira que eres creído!».
Su respuesta me entusiasmó. Me sentí como una ilusionada actriz trabajando con un gran director.
-Oh, ¡es estupendo! -le dije-. Demos marcha atrás y vamos a hacer una vez más esa escena.
Vuelve a decir lo que dijiste.
-Marianne, tengo la sensación de que si llegáramos a intimar realmente, uno de los dos resultaría herido.
-¿Por cuál de nosotros tienes miedo? -pregunté. -Por ti.
Lo miré y sonreí:
-Pues mira que eres creído.
Él se rió y yo grité de entusiasmo. Aquello había sido una completa revelación, una auténtica autorización, una reprogramación de mi ordenador emocional en un sector en donde inconscientemente yo había recurrido siempre a una pauta de respuesta impracticable. Ahora acababa de abrir un nuevo canal, un nuevo conjunto de posibilidades. Inicialmente había escogido el camino del enojo. Ahora escogía el del amor. 
No tenía por qué ser el animal herido. 
Podía optar por identificarme con mi propia fuerza, que en realidad para mí era el papel más fácil de representar. Podía permitirme ver a los demás por mediación de una naturaleza generosa y confiada.
Mi hermano no estaba aquí para atacarme, sino para amarme. Confiar en ello y devolverle amor era por completo cosa mía.
Al aceptar la Expiación, la corrección de nuestras percepciones, se nos devuelve a lo que realmente somos.
Nuestro verdadero ser de puro amor es indestructible. Todos los espejismos se disiparán. Aunque haya experiencias, como los traumas de la niñez, que pueden desviarnos de nuestra verdadera naturaleza, el Espíritu Santo nos guarda la verdad en depósito hasta que decidimos volver.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...