EL SENDERO DEL MAGO:LECCIÓN 18
Podemos vivir la inmortalidad en medio de la mortalidad.
El tiempo y la eternidad no son opuestos.
Como la eternidad lo abarca todo, no tiene Contrario.
A nivel del ego, luchamos por resolver nuestros problemas.
Para el espíritu, esa lucha es el problema.
El mago es consciente de la batalla entre el ego y el espíritu, pero sabe que los dos son inmortales y no pueden morir.
Todos los aspectos de nuestro yo son inmortales, hasta las partes a las cuales juzgamos más duramente.
Cuando Arturo era un rey muy joven, oyó hablar de un loco que vivía en las profundidades del bosque de Camelot.
Algunos le aconsejaron que no prestara atención a esos rumores infundados: “Es apenas un desquiciado que se ha encerrado en una choza y no tardará en morir. Pero algo vibró en su interior y Arturo convocó a sus caballeros para salir en busca del orate.
Tras varias horas de búsqueda, la partida llegó a un claro no muy distante del camino principal que atravesaba el bosque.
En medio del claro había una choza hecha de juncos y barro, tan torpemente armada que le salían ramas desnudas por todas partes. Arturo desmontó y se acercó a ella.
No tenía puerta, sólo un ventanuco para permitir el paso del aire. “¿Quién está ahí?”, preguntó. “Alguien que no es de este mundo”, respondió una voz débil. Arturo reflexionó por unos instantes. “Desearía conversar contigo, quien quiera que seas.
Sal por orden del rey”. “No tengo rey Déjame en paz”, dijo la voz. “Pero careces de agua y alimentos. Necesitas ayuda”, insistió Arturo. “No necesito tu ayuda”, dijo la voz, y no volvió a pronunciar palabra.
Los cortesanos deseaban partir, avergonzados de que el rey se ocupara de un orate. Pero Arturo dio orden de que trajeran a su presencia a cualquier persona que tuviera información sobre el hombre. Varios jinetes se internaron en el bosque y regresaron al rato acompañados de una mujer vestida con harapos.
“Esta es la esposa”, dijo uno de los jinetes, soltando a la mujer quien se mostraba visiblemente atemorizada y confusa.
“No tengas miedo. Sólo deseo ayudar a tu esposo”, dijo Arturo. Aunque temblando todavía, la mujer explicó: “Ya no me reconoce como esposa. Mi William ha jurado permanecer emparedado dentro de la choza hasta que muera o reciba una señal de Dios”.
“¿Por qué?”, preguntó Arturo. “El dolor, mi señor.
Teníamos un hijo a quien amaba por encima de todas las cosas.
Mi Will es leñador y un día salió al bosque con nuestro hijo, que en ese entonces tenía seis años. Will estaba concentrado en su trabajo y, cuando no lo miraba, el niño se alejó.
Lo llamamos y lo buscamos hasta la desesperación, pero dos días después, su cuerpecito apareció flotanto en el arroyo.
Nuestro hijo se ahogó y mi esposo no se perdona a sí mismo”.
La historia entristeció profundamente a Arturo.
“El dolor no es motivo para quitarse la vida”, dijo.
“Lo mismo digo yo”, declaró la pobre mujer.
“Pero ha jurado que mientras Dios mismo no venga a decirle por qué se llevó a nuestro hijo, habrá de maldecir al mundo y no querrá saber nada de él. ‘Toda mi vida he visto la clase de sufrimiento que Dios permite’, dice, ‘y no quiero saber más de él.
Si no aparece para explicarse, de todas maneras ya estoy muerto en vida”’.
A pesar del efecto conmovedor provocado por la historia de la mujer, Arturo no pudo menos que sorprenderse ante esa forma peculiar de entender a Dios. “¿Es cierto el relato de tu mujer?”, preguntó dirigiendo la voz a la choza.
Lo único que se oyó fue un gruñido ronco, porque Will el leñador ya lo había dicho todo. “Pasaré la noche aquí conversando con este pobre desgraciado”, anunció Arturo, enviando al resto de la partida real de regreso al castillo.
Los cortesanos no deseaban dejar a su rey solo en el bosque, pero finalmente él los convenció de que se alejaran y acamparan a media legua de distancia. No tardó en caer la noche sin luna.
Arturo se sentó al lado de la choza, envuelto en su capa para protegerse de la humedad.
“En cierta forma me siento más cerca de ti que de cualquier otra persona de mi reino”, comenzó.
“Soy nuevo en esto de gobernar y siento profundamente el sufrimiento que me rodea. Por todas partes hay pobres, enfermos e inválidos, y su tragedia es también la mía, mientras yo sea su rey He pasado muchas noches de insomnio preguntándome cómo solucionar los males de este mundo.
Parece que podría emplear toda mi vida y mi fortuna en combatir la desgracia que me rodea y, no obstante, al igual que el trigo de primavera, las semillas del infortunio brotarían doblemente fuertes a la siguiente estación”. “Espero a Dios”, interrumpió súbitamente la voz proveniente de la choza. “No necesito oír tus discursos.
Deja que El responda por Sí mismo”. “Es justo lo que pides”, replicó Arturo.
“Pero permite que éste sea mi asunto, pues en ti me veo a mí mismo. Tuve un maestro llamado Merlín, quien me dijo que la única solución contra el mal es no luchar contra él sino darse cuenta de que en realidad no existe”. “Palabras insensatas”, dijo la voz.
“Busca otro maestro”. “Necesitas oír más”, insistió Arturo.
“Merlín decía que el bien y el mal se trenzan en combate constantemente; ambos nacieron hace miles de años.
Y mientras existan la luz y la sombra, el bien y el mal se perpetuarán”.
“En ese caso deberías perder la esperanza y encerrarte conmigo en esta choza, puesto que has visto los verdaderos sentimientos de Dios con respecto a este mundo. el desea que nosotros suframos”, dijo la voz amargamente.
“También me sentí como tú durante mucho tiempo, pero entonces Merlín me enseñó que en la vida hay dos caminos.
Por uno de ellos, la persona trata de conseguir la recompensa del cielo y, si vive virtuosamente, alcanzará su meta.
Pero hasta en el paraíso hay semillas de descontento y, con el tiempo, por tedio o por temor de no merecer el cielo, la persona comienza a avanzar por el otro camino.
Se hunde y pronto se ve sumida en el infierno.
Si existe el cielo, también debe existir el infierno, pero es igualmente temporal porque, con el tiempo, la persona se cansa de sus tormentos y comienza a salir de él nuevamente.
Por lo tanto, el primer camino que el alma puede escoger es un círculo constante que va del cielo al infierno una y otra vez”.
“Si lo que dices es cieno, además de condenados somos también objeto de burla”, dijo la voz con mayor amargura.
“¿Quién puede amar a un padre que nos muestra el paraíso sólo para enviarnos de regreso al infierno?” “Tienes razón”, dijo Arturo. “Mi maestro me hizo ver eso precisamente.
Pero entonces me habló del segundo camino.
La clave de él es darnos cuenta de que tanto el cielo como el infierno son nuestra propia creación, que somos nosotros quienes mantenemos activo el ciclo.
Como creemos en la dualidad, el mal debe existir como contrario del bien, de la misma forma en que la luz debe tener una sombra para poder ser luz. Al reconocer esto, podemos escoger otra cosa”. “¿Cuál?” “Renunciar a la dualidad, rechazar tanto el cielo como el infierno. Más allá del juego de los contrarios, decía Merlín, existe una dimensión eterna de luz pura, de Ser puro, de amor puro.
‘Toda esta cuestión de bien y mal’, decía.
‘Deja de tratar de morderte la cola y aléjate de ella’.
No puedo hablar por ti, amigo, pero para mí ése es el mensaje de Dios. Si Dios ha de presentarse ante nosotros, habrá de ser a través de lo que nosotros mismos consideremos como posible.
Nuestra voluntad es libre y podemos encadenarnos para siempre al ciclo del placer y el dolor.
Pero tenemos la misma libertad de apartarnos y no sufrir nunca más”. Arturo dejó de hablar, sintiendo de repente cuán extraño era estar hablando así con un pobre desgraciado al que no conocía. “Lamento haberme entrometido en tu pena”, dijo finalmente.
“Te dejaré ahora”. El hombre de la choza no contestó.
Arturo se levantó y, arrebujándose en su capa, se adentró en el bosque. Apenas había caminado cien pasos cuando sintió un resplandor y el chisporroteo de las llamas a sus espaldas.
Temiendo que el orate hubiese incendiado la choza, dio la vuelta y comenzó a correr, sólo para detenerse en seco.
La choza se había convenido en una bola de luz blanca resplandeciente y de ella salió un ángel que dijo:
“Dios me dijo que ustedes los mortales conocían un secreto y, como siempre, tenía razón. Ustedes saben que Dios no está sencillamente en el cielo sino mucho más allá, en el ámbito del espíritu puro”.
Y con esas palabras, el ángel desapareció.
Para Comprender la Lección.
La esencia de esta lección se explica en ella y es que en la vida hay dos caminos. El primer camino consiste en aceptar que la dualidad es real, que el bien y el mal a los cuales nos enfrentamos todos los días son un hecho simple y que debemos hacer lo que podamos para luchar contra ellos.
El segundo camino consiste en ver la dualidad como algo que podemos elegir. Aunque todo lo que hay en la creación parece tener su contrario, hay algo que no lo tiene: la totalidad.
La totalidad del espíritu no tiene contrario porque lo abarca todo. Para escoger el segundo camino debemos estar dispuestos a renunciar a la lucha contra el mal. Ése es el sendero del mago.
No hay duda de que ante el mal siempre reaccionamos con temor e ira. La lucha nace de esta reacción y como todos deseamos que el mal desaparezca, la lucha parece legítima.
¿Pero qué tal si la ira y el temor son la causa del mal?
¿Qué tal si nuestras reacciones perpetúan el mismo ciclo interminable? A partir de estas preguntas nació el segundo camino. No quiere decir que la lucha sea equivocada y que debamos someternos al mal.
Pero el fin del mal es un asunto serio, y los magos se han presentado a la mesa del debate para proponer que ese fin sí es posible, aunque no a través de los medios que hemos utilizado durante tanto tiempo.
Para Vivir la lección.
No será posible renunciar a la dualidad del bien y el mal mientras ésa sea nuestra única experiencia.
Es preciso reemplazar esa experiencia por otra más profunda, una que esté más allá de las palabras.
Totalidad y espíritu serán solamente palabras hasta que adquieran realidad para nosotros. Realidad siempre significa experiencia; por lo tanto, la pregunta es cómo experimentar el ámbito de la luz al cual se refería Merlín.
“Sé paciente contigo mismo.
Se necesita tiempo para que la dualidad se desvanezca”, decía Merlín. “Y entonces la unidad brotará automáticamente”.
Puesto que el espíritu nos llama constantemente, hay un sinnúmero de oportunidades para entrar en contacto con él.
Ya hemos señalado los primeros pasos: estar dispuestos a seguir las pistas del espíritu, meditar para encontrar el silencio puro dentro de nosotros mismos, saber que la meta del espíritu es verdadera y digna de alcanzar. Esta lección refuerza esos pasos, pero agrega un nuevo ingrediente.
A pesar de lo mucho que nos quejamos del mal y luchamos contra él, éste ha vivido entre nosotros desde siempre.
Por lo tanto, es fácil perder la esperanza, como el hombre de la choza. Pero su nombre es Will por una razón — es nuestra libre voluntad la que nos permite romper el ciclo del bien y el mal.
Ésta es la promesa que encierra esta lección. El sendero del mago está lleno de compasión, porque resuelve el problema del sufrimiento en la medida en que nos acercamos a la luz del espíritu.
Deepak Chopra
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