jueves, 3 de septiembre de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)

Capitulo VI- LA RELACIÓN SANTA (IV Escrito)
«La relación santa es la relación no santa de antes transformada y vista con otros ojos.»
Si la relación especial es la respuesta del ego a la creación del Espíritu Santo, la relación santa es la respuesta del Espíritu Santo. "La relación santa es la relación especial de antes transformada." En la relación especial, el ego guía nuestro pensamiento y nos encontramos en el miedo, de máscara a máscara.



En la relación santa, el Espíritu Santo ha cambiado la idea que nos hacíamos del propósito del amor, y nos encontramos de corazón a corazón.

Un curso de Milagros describe la diferencia entre una alianza profana y una santa:
«Pues una relación no santa se basa en diferencias y en que cada uno piense que el otro tiene lo que a él le falta. Se juntan, cada uno con el propósito de completarse a sí mismo robando al otro. Siguen juntos hasta que piensan que ya no queda nada más por
robar, y luego se separan. Y así van deambulando por un mundo de extraños, diferentes de ellos, compartiendo quizá con su cuerpo un techo que no cobija a ninguno de los dos; en la misma habitación, y sin embargo, separados por un mundo de distancia.




Una relación santa parte de una premisa diferente.

Cada uno ha mirado dentro de sí y no ha visto ninguna insuficiencia. Al aceptar su compleción, desea extenderla
uniéndose a otro, tan pleno como él.»
El propósito de una relación especial es enseñarnos a que nos odiemos a nosotros mismos, en tanto que el propósito de una relación santa es sanarnos de nuestro auto aborrecimiento. 
En la relación especial estamos siempre tratando de ocultar nuestras debilidades. En la relación santa, se sobreentiende que todos tenemos lugares aún no sanados, y que el propósito de que estemos con otra persona es sanar. 
No intentamos ocultar nuestras debilidades, sino que más bien entendemos que la relación es un contexto para sanar mediante un perdón recíproco. 
Adán y Eva estaban desnudos en el jardín del Edén, pero no se avergonzaban de ello. 
Eso no significa que estuvieran físicamente desnudos. 
Significa que estaban desnudos emocionalmente, de una forma real y sincera, y sin embargo no se avergonzaban porque se sentían completamente aceptados tal como eran.
El Curso compara la relación especial a un cuadro montado en un marco. El ego está más interesado en el marco -la idea de la persona perfecta que lo «arreglará» todo- que en el cuadro, que es la persona misma. 
El marco es barroco, y está ornamentado con rubíes y diamantes. El Curso afirma, no obstante, que los rubíes son nuestra propia sangre y los diamantes nuestras propias lágrimas. 
Esa es la esencia del especialismo. No es amor sino explotación. Lo que llamamos amor es a menudo odio, o en el mejor de los casos, un robo.
Aunque tal vez no seamos conscientes de ello, siempre buscamos a alguien que tiene lo que creemos que a nosotros nos falta, y una vez que lo obtenemos de ellos nos sentimos listos para cambiar de relación. En la relación santa, nos interesamos en el cuadro en sí. No queremos otro marco que el que preste suficiente apoyo
al cuadro para mantenerlo en su lugar. No estamos interesados en nuestro hermano por lo que puede hacer por nosotros. Estamos interesados en nuestro hermano, y punto.
La relación santa es, por encima de todo, una amistad entre dos hermanos. No nos han puesto aquí para que nos sometamos a examen los unos a los otros, ni para juzgarnos ni para usar a los demás con el fin de satisfacer nuestras propias necesidades, las de nuestro ego. No estamos aquí para corregir, cambiar o despreciar a los demás. 
Estamos aquí para apoyarnos, perdonarnos y sanarnos los unos a los otros. 
En mi trabajo de consejera psicológica, me encontré una vez con una pareja que estaba a punto de acabar desagradablemente con su relación. El hombre se había ido de casa y salía con otra mujer, y su esposa estaba furiosa. 
Durante nuestra sesión, refiriéndose a la nueva pareja de él, le dijo:
-¡Te gusta únicamente porque no para de decirte lo maravilloso que eres!
Él la miró con aire muy serio y respondió en voz baja:
-Sí, creo que eso tiene algo que ver.
¿Cómo encontramos una relación santa? No pidamos a Dios que nos cambie de pareja, sino que nos cambie mentalmente.
No escapemos de alguien que nos atrae porque tenemos miedo de que sea una relación especial. Siempre que hay una relación en potencia, existe la posibilidad de que sea especial. 
Con frecuencia, pregunto a mi público qué es lo primero que debemos hacer cuando nos sentimos atraídos por alguien, y me
responden a coro: «¡Rezar!». 
La plegaria es más o menos así: «Dios amado, Tú sabes, y yo también, que en estas cosas tengo más potencial neurótico que en cualquier otra. Por favor, toma la atracción que siento por
esta persona, los pensamientos y sentimientos que me inspira, y úsalos para Tus propios fines. 
Permite que esta relación evolucione de acuerdo con Tu voluntad. Amén».
El progreso espiritual es como una desintoxicación. Las cosas tienen que aflorar para que podamos liberarnos de ellas. 
Una vez que hemos pedido que nos sanen, nuestras zonas enfermas se ven obligadas a salir a la superficie. 
Una relación usada por el Espíritu Santo se convierte en un lugar donde nuestros bloqueos contra el amor ya no son suprimidos ni negados, sino más bien llevados a nuestro conocimiento consciente.
No nos volvemos locos como suele pasarnos con la gente por quien nos sentimos atraídos. Entonces podemos ver claramente lo que funciona mal y, cuando estamos preparados, pedirle a Dios que nos muestre otro camino.
En cuanto templos de sanación, las relaciones son como una visita a la consulta del médico divino. ¿Cómo puede ayudarnos un médico si no le mostramos nuestras heridas? Tenemos que revelarle los lugares donde se alberga el miedo antes de que pueda sanarlos. Un curso de milagros nos enseña que "se debe llevar la oscuridad a la luz, y no al revés". Si una relación nos permite apenas evitar nuestras zonas enfermas, nos estamos ocultando en ella, no creciendo.
El universo no le prestará su apoyo.
El ego piensa que una relación perfecta es aquella donde todo el mundo muestra un semblante perfecto.
Pero no es necesariamente así, porque una exhibición de fuerza no siempre es sincera, no siempre es una expresión auténtica de nuestro ser. Si yo finjo que tengo las cosas claras en un campo donde realmente no es así, cultivo una falsa imagen de mí misma, y lo hago por miedo: miedo de que si tú vieras la verdad, mi verdad, me rechazarías.
La idea que tiene Dios y la que tiene el ego de una «buena relación» son completamente diferentes. 
Para el ego, una buena relación es aquella en la cual otra persona se conduce básicamente de la manera que nosotros
queremos y nunca nos saca de quicio, jamás sale de los límites de la zona en la que nos encontramos cómodos.
Pero si una relación existe para apoyar nuestro crecimiento, entonces existe, en muchos sentidos, precisamente para hacer todo eso, para forzarnos a abandonar nuestra limitada tolerancia y nuestra incapacidad para amar incondicionalmente.
No estamos alineados con el Espíritu Santo mientras la gente no
pueda comportarse de la manera que quiera sin que por eso se altere nuestra paz interior.
Ha habido ocasiones en que mi idea de una relación era: 
«Esto es terrible», hasta que al reflexionar más a fondo me daba
cuenta de que probablemente Dios estaría diciéndose: «Oh, qué bueno». Dicho de otra manera, Marianne tiene oportunidad de ver con mayor claridad sus propias neurosis.
Una amiga me contó una vez que había roto con su novio.
-¿Por qué? -le pregunté.
-Porque estuvo cinco días sin llamarme. No dije nada.
-Él sabe que necesito que me renueve continuamente la seguridad de su afecto -continuó-, de manera que pongo mis límites.
 ¿No te parece bien?
-No, me parece pueril -respondí, y después de una pausa, le pregunté-: ¿No has pensado en aceptarlo tal cual es?
-Vaya, gracias por tu apoyo -me dijo. -No hay de qué -respondí.
Yo sabía que para ella el apoyo era que los demás se mostraran de acuerdo en que su novio era culpable.
Es muy fácil encontrar apoyo para nuestra creencia en la culpa. Pero el verdadero apoyo es ayudarnos mutuamente a ver más allá de los errores de los demás, a renunciar a nuestros juicios y a ver el amor que hay más allá.
Nuestra neurosis en las relaciones se deriva generalmente de que tenemos un programa preestablecido para la otra persona, o para la relación como tal.
No es misión nuestra tratar de convertir una relación en lo que
nosotros creemos que debería ser. Si alguien no se comporta como una gran pareja romántica, quizá sea porque no tiene que serlo en relación con nosotros. 
Y no por eso se equivoca. No todas las relaciones tienen que ser el romance definitivo: si el tren no se detiene en tu estación, no es tu tren. 
El ego intenta usar una relación para satisfacer nuestras necesidades tal como nosotros las definimos; el Espíritu Santo pide que la relación sea usada por Dios para que sirva a Sus propósitos. 



Y Su propósito es siempre que podamos aprender a amar con más pureza. 

Amamos con pureza cuando permitimos a los demás que sean como son. El ego busca la intimidad mediante el control y la culpa. El Espíritu Santo la busca mediante la aceptación y la
liberación.
En la relación santa no procuramos cambiar a los demás, sino más bien ver qué hermosos son ya. Nuestra plegaria llega a ser: «Dios amado, deja caer el velo que tengo frente a los ojos y ayúdame a ver la belleza de mi hermano». 
Lo que nos hace sufrir en una relación es nuestra incapacidad de aceptar a la gente exactamente tal como es.
Nuestro ego no es otra cosa que nuestro miedo. Todos tenemos un ego, y eso no hace de nosotros malas personas.
El ego no es el lugar donde somos malos, sino donde nos sentimos heridos. El Curso dice que "a cierto nivel todos tenemos miedo de que, si los demás vieran cómo somos en realidad, retrocederían horrorizados". 
Por eso nos inventamos la máscara, para ocultar lo que verdaderamente somos. 
Pero nuestro ser auténtico -el Cristo dentro de nosotros- es lo más hermoso de nosotros.
Debemos revelarnos en nuestro nivel más profundo para descubrir hasta qué punto somos realmente dignos de amor. Cuando profundizamos lo suficiente en nuestra verdadera naturaleza, lo que encontramos no es oscuridad, sino una luz infinita. Eso es lo que el ego no quiere que veamos: que nuestra seguridad reside verdaderamente en despojarnos de la máscara. Pero no lo podremos hacer si constantemente tememos que nos juzguen. La relación sagrada es un contexto donde nos sentimos lo suficientemente seguros para ser nosotros mismos, sabiendo que nuestra oscuridad no será juzgada, sino perdonada. 
De esta manera se nos sana y se nos deja en libertad de adentrarnos en la luz de nuestro ser auténtico. 
Estamos motivados para crecer. Una relación santa es «un
estado mental común, donde ambos gustosamente le entregan sus errores a la corrección, de manera que los dos puedan ser felizmente sanados cual uno solo».

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)





Capitulo VI- LOS NIVELES DE ENSEÑANZA(III Escrito)

«Por lo tanto, el plan dispone que cada maestro de Dios establezca contactos muy específicos.»
Las relaciones son tareas que tenemos que realizar. Forman parte de un vasto plan para nuestra iluminación, el diseño del Espíritu Santo mediante el cual a cada alma se la conduce a una conciencia y una expansión del amor mucho mayores. 
Las relaciones son los laboratorios del Espíritu Santo, en los cuales Él reúne a personas que así tienen la máxima oportunidad de crecimiento. Él evalúa quién puede aprender más de quién en
cualquier momento dado, y después asigna a esas personas la una a la otra. 
Como un ordenador universal gigantesco, sabe exactamente qué combinación de energías, y en qué contexto exacto, es más útil para llevar adelante el plan de salvación divino. 
Ningún encuentro es accidental. «Los que tienen que conocerse se conocerán, ya que juntos tienen el potencial para desarrollar una relación santa.»
El Curso afirma que hay "tres niveles de enseñanza" en las relaciones. 
El primer nivel consiste en lo que parecen ser encuentros fortuitos, por ejemplo el de dos extraños en un ascensor o el de dos estudiantes que «por casualidad» vuelven a casa juntos después de la escuela. El segundo nivel «es una relación más
prolongada en la que, por algún tiempo, dos personas se embarcan en una situación de enseñanza, aprendizaje bastante intensa, y luego parecen separarse».
El tercer nivel de enseñanza se da en relaciones que, una vez formadas, son de por vida. En estas situaciones de enseñanza-aprendizaje «se le provee a cada persona de un compañero de aprendizaje determinado que le ofrece oportunidades ilimitadas de aprender».
Incluso en el primer nivel de enseñanza, las personas que se encuentran en el ascensor pueden mirarse con una sonrisa y los estudiantes pueden hacerse amigos. 
Es principalmente en los encuentros casuales donde se nos da la oportunidad de practicar el arte de cincelar las aristas ásperas de nuestra personalidad. 
Sean las que fueren las características personales que se ponen en evidencia en nuestras interacciones casuales, aparecerán inevitablemente magnificadas en otras relaciones más intensas. Si nos mostramos irritables con el cajero del banco, difícilmente seremos más afables con las personas que amamos.
En el segundo nivel de enseñanza, se reúne a las personas para hacer un trabajo más intenso.
Durante el tiempo que estarán juntas, pasarán por todas aquellas experiencias que les suministren las siguientes lecciones que han de aprender. Cuando la proximidad física ya no sirve de base al más elevado nivel de enseñanza y de aprendizaje posible entre ellas, la tarea les exigirá la separación física.
Sin embargo, lo que entonces se nos aparece como el fin de la relación no es realmente un final. Las relaciones son eternas.
Pertenecen a la mente, no al cuerpo, porque las personas son energía y no sustancia física. La unión de los cuerpos puede o no denotar una auténtica unión, porque la unión es algo mental. Puede ser que personas que han compartido durante veinticinco años el mismo lecho no estén verdaderamente unidas, y otras a miles de kilómetros de distancia no estén en modo alguno separadas.
Con frecuencia, parejas que se han separado o divorciado ven con tristeza el «fracaso» de su relación. 
Pero si ambas personas han aprendido lo que tenían que aprender, entonces la relación fue un éxito. 
Ahora ha llegado el momento de la separación física, de modo que se pueda seguir aprendiendo de otras maneras. 
Esto no sólo significa aprender en otra parte, de otras personas; significa también aprender la lección de puro amor que encierra el hecho de tener que renunciar a una relación.
Las relaciones del tercer nivel, que duran toda la vida, son generalmente pocas, porque «su existencia implica que los que intervienen en ellas han alcanzado simultáneamente un nivel en el que el equilibrio enseñanza-aprendizaje es perfecto».
Esto no significa, sin embargo, que necesariamente reconozcamos las tareas que nos son asignadas en el tercer nivel; la verdad es que en general no es así. 
Hasta es probable que sintamos hostilidad hacia esas personas. Alguien con quien tenemos lecciones que aprender durante toda la vida es alguien que nos obliga a crecer. A veces es alguien con quien compartimos amorosamente toda la vida, y a veces es alguien a quien sentimos durante años, o incluso para siempre, como una espina clavada en el corazón. El solo hecho de que alguien tenga mucho que enseñarnos no significa que esa persona nos guste.
La gente que más tiene que enseñarnos suele ser la que nos muestra, como si los reflejara, los límites de nuestra propia capacidad de amar, la gente que consciente o inconscientemente cuestiona nuestras actitudes temerosas y nos muestra nuestras murallas. Nuestras murallas son nuestras heridas, los lugares donde sentimos que ya no podemos amar más, no podemos conectarnos con más profundidad, no podemos perdonar
más allá de cierto punto. Estamos, cada uno, en la vida de los otros para ayudarnos a ver dónde tenemos más necesidad de sanar, y para ayudarnos a sanar.




6. LA RELACIÓN ESPECIAL

«La relación de amor especial es el arma principal del ego para impedir que llegues al Cielo.»
Todos podemos reconocer en nosotros el deseo de encontrar la pareja perfecta; es casi una obsesión cultural. Pero de acuerdo con Un curso de milagros, la búsqueda de la persona perfecta, que represente la «solución», es una de nuestras peores heridas psíquicas, y uno de los engaños más poderosos del ego. 
Es lo que el Curso llama «la relación especial». 
Aunque la palabra «especial» alude normalmente a algo maravilloso, desde la perspectiva del Curso significa diferente y, por lo tanto, aparte o separado, que es una característica
del ego más bien que del espíritu. Una relación especial es una relación basada en el miedo.
"Dios creó solamente un Hijo unigénito, y nos ama a todos como si fuéramos uno. 
Para Él nadie es diferente ni especial porque en realidad nadie está separado de nadie. Como nuestra paz reside en amar como Dios ama, debemos esforzarnos por amar a todo el mundo. Nuestro deseo de hallar una «persona especial», una parte de la Condición de Hijo que nos complete, es dañino porque es engañoso. Significa que estamos buscando la salvación en la separación más bien que en la unidad. El único amor que nos completa es el amor a Dios, y el amor a Dios es el amor a todo el mundo.
Esto no significa que la forma de relacionarnos tenga que
ser la misma con todas las personas, sino que debemos buscar en todas las relaciones el mismo contenido: un amor fraternal y una amistad que trascienden los cambios de forma y los cuerpos.
De la misma manera como "el Espíritu Santo fue la respuesta de Dios a la separación, de igual modo la relación especial fue entonces la respuesta del ego a la creación del Espíritu Santo. Después de la separación empezamos a sentir en nuestro interior un enorme agujero, y la mayoría de nosotros seguimos sintiéndolo. 
El único antídoto para esto es la Expiación o retorno a Dios, porque el dolor que sentimos es efectivamente nuestra propia negación del amor. El ego, sin embargo, nos dice otra cosa. Sostiene que el amor que necesitamos debe venir de otra persona, y que ahí afuera hay alguien especial que puede llenar ese hueco.
Como el deseo de ese alguien especial surge en realidad de nuestra creencia en que estamos separados de Dios, el deseo mismo simboliza la separación y la culpa que sentimos a causa de ella. 
Nuestra búsqueda, entonces, carga con la energía de la separación y de la culpa. Por eso, con frecuencia, en nuestras relaciones más íntimas se genera tanta rabia.
Estamos proyectando en la otra persona la rabia que sentimos contra nosotros mismos por amputar nuestro propio amor.
Con frecuencia, cuando creemos que estamos «enamorados» de una persona, como indica Un curso de milagros, en realidad estamos cualquier cosa menos eso. 
La relación especial no se basa fundamentalmente en el amor, sino en la culpa. La relación especial es la fuerza de seducción del ego que pugna por alejarnos de Dios. 
Es una forma importante de idolatría, la tentación de pensar que algo diferente de Dios pueda completarnos y darnos paz.
El ego nos dice que ahí afuera hay una persona especial que hará que desaparezca todo el dolor. En realidad no nos lo creemos, evidentemente, pero de alguna manera sí nos lo creemos.
Nuestra cultura nos ha metido la idea en la cabeza, valiéndose de libros, canciones, películas, anuncios y, lo que es más importante, la conspiración de los otros egos. El trabajo del Espíritu Santo es hacer que la energía del amor especial abandone la falsedad para convertirse en algo sagrado.
La relación especial vuelve demasiado importante a otra persona: su conducta, sus opciones, su opinión de nosotros.
Nos hace pensar que la necesitamos, cuando en realidad estamos completos y enteros tal como somos. El amor especial es un amor «ciego», que se equivoca al elegir la herida que intenta sanar.
Se dirige a la brecha que hay entre nosotros y Dios, que en realidad no existe, aunque creamos que sí. Al dirigirnos a esta
brecha como algo real, y desplazar su origen hacia otra persona, en realidad nos fabricamos la experiencia que procuramos rectificar.
Con la guía del Espíritu Santo, nos reunimos para compartir el alborozo. Bajo la dirección del ego, nos reunimos para compartir la desesperación. Sin embargo, en realidad la negatividad no se puede compartir, porque es una ilusión.
«Una relación especial es un tipo de unión en el que la unión está excluida.»
Una relación no está destinada a ser la unión de dos inválidos emocionales. El propósito de una relación no es que dos personas incompletas se conviertan en una, sino que dos personas completas se unan para mayor gloria de Dios.
La relación especial es un dispositivo mediante el cual el ego nos separa en lugar de unirnos. 
Basada en la creencia en el vacío interior, está siempre preguntando: 
«¿Qué puedo conseguir?», mientras que el Espíritu Santo pregunta: «¿Qué puedo dar?». El ego procura usar a otras personas para satisfacer lo que define como nuestras necesidades. Actualmente, algunas voces siguen insistiendo interminablemente en si una relación «satisface o no nuestras necesidades».
Pero cuando intentamos usar una relación al servicio de nuestros
propios fines, vacilamos, porque reforzamos nuestra ilusión de necesidad. Bajo la dirección del ego andamos siempre en busca de algo, y sin embargo, continuamente saboteamos lo que hemos encontrado.
Una de mis amigas me llamó un día para decirme que había salido con un hombre que realmente le gustaba.
A la semana siguiente, me llamó y me dijo que él había anulado una cita con ella para irse al campo, y que después de todo, no le gustaba.
-No voy a aceptarle eso a nadie -me dijo-. Yo estoy preparada para una relación.
-No -le contesté-, no estás preparada para una relación si no puedes permitir a la otra persona que cometa un error.
El ego le había dicho que rechazara a ese hombre porque ella estaba preparada para una relación, pero lo que hacía en realidad era asegurarse de que no la tuviera.
El ego no busca alguien a quien amar, sino alguien a quien atacar. En lo relativo al amor, su precepto es «Busca, pero no halles». Va en busca de un reflejo de sí mismo, otra máscara que oculte la faz de Cristo.
En la relación especial, yo tengo miedo de mostrarte la auténtica verdad de mí misma -mis miedos, mis debilidades- porque temo que, si la ves, me abandonarás.
Estoy suponiendo que eres un crítico tan despiadado como yo.
Y sin embargo no estiro el cuello para ver tus puntos débiles, porque me pone nerviosa pensar que me he liado con alguien que tiene puntos débiles.
Todo el tinglado va en contra de la autenticidad, y por consiguiente, del auténtico crecimiento.
Una relación especial perpetúa la mascarada autopunitiva en la que todos buscamos desesperadamente atraer el amor siendo
alguien que no somos. Aunque vamos en busca del amor, en realidad estamos cultivando el odio hacia nosotros mismos, nuestra carencia de autoestima.
¿Cuál es aquí nuestro milagro? Es dejar de pensar en querer ser especial y empezar a pensar en la santidad.
Nuestras pautas mentales respecto a las relaciones están tan impregnadas de miedo -ataque y actitudes defensivas, culpa y egoísmo, por más bonitos disfraces que les pongamos-, que muchas veces terminamos de rodillas. Y ésta, como siempre, es una buena posición. 
Roguemos a Dios para que guíe nuestros pensamientos y sentimientos. «Puedes poner cualquier relación bajo el cuidado del Espíritu Santo y estar seguro de que no será una fuente de dolor.»

viernes, 28 de agosto de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


Capitulo VI- RENUNCIAR A JUZGAR (Escrito II)

«Juzgar no es un atributo de Dios.»
Un curso de milagros nos dice que cada vez que pensamos en atacar a alguien es como si estuviéramos sosteniendo una espada sobre la cabeza de esa persona. La espada, sin embargo, no cae sobre ella, sino sobre nosotros. Como todo pensamiento que tenemos se refiere a nosotros mismos, condenar a otra persona
es autocondenarnos.
¿Cómo nos liberamos de la tendencia a juzgar? En gran parte, mediante una nueva interpretación de lo que juzgamos. 
Un curso de milagros describe la diferencia entre un pecado y un error. 
"Un pecado implicaría que hemos hecho algo tan malo que Dios está enojado con nosotros." Pero como no podemos hacer nada que cambie nuestra naturaleza esencial, Dios no tiene por qué estar enojado. Sólo el amor es real.
Nada más existe. "El Hijo de Dios no puede pecar. Podemos cometer errores", sin duda, y es evidente que los cometemos.
Pero la actitud de Dios hacia el error es un deseo de sanarnos. Como somos coléricos y punitivos, nos hemos inventado la idea de un Dios colérico y punitivo. Sin embargo, nosotros hemos sido creados a imagen de Dios, y no al revés. En cuanto extensiones Suyas, también nosotros somos el espíritu de la compasión, y en nuestro sano juicio no intentamos juzgar, sino sanar. 
Y lo hacemos mediante el perdón.
Cuando alguien se comporta sin amor -cuando alguien nos grita, o nos miente, o nos roba- es que ha perdido el contacto con su propia esencia. Ha olvidado quién es. Pero todo lo que alguien hace, dice el Curso, es o bien «amor o una petición de amor». Si alguien nos trata con amor, no hay duda de que el amor es la respuesta apropiada.
Si nos trata con miedo, hemos de ver su comportamiento como una petición de amor.
El sistema penitenciario estadounidense ejemplifica la diferencia filosófica y práctica entre percibir el pecado o percibir el error. Consideramos culpables a los criminales e intentamos castigarlos. Pero todo lo que les hacemos a los demás, nos lo hacemos a nosotros mismos. Las estadísticas son la dolorosa prueba de que nuestras prisiones son escuelas del crimen; una enorme cantidad de crímenes los cometen personas que ya
han pasado por la cárcel. Al castigar a otros, terminamos autocastigándonos. 
Significa esto que hemos de perdonar a un violador, decirle que entendemos que tuvo un mal día y mandarlo a su casa? Por supuesto que no. Lo que tenemos que hacer es pedir un milagro. Un milagro; en este caso, sería pasar de percibir las prisiones como lugares de castigo a percibirlas como lugares de rehabilitación. Cuando de manera consciente cambiemos su finalidad, pasando del miedo al amor, liberaremos infinitas posibilidades de sanación.
El perdón es el arte marcial de la conciencia. En aikido y otras artes marciales, esquivamos la fuerza de nuestro atacante en vez de resistirnos a ella. Entonces, la energía del ataque se vuelve, como un bumerang, en la dirección del propio atacante. Nuestro poder reside en no reaccionar. El perdón funciona de la misma
manera. Cuando devolvemos el ataque, y la defensa es una forma de ataque, iniciamos una guerra que nadie puede ganar. 
Como el desamor no es real, ni en nosotros mismos ni en los demás, estamos supeditados a él.
El problema, evidentemente, es que creemos que sí. Al buscar un milagro no participamos en las batallas de la vida, sino que más bien pedimos que se nos eleve por encima de ellas. El Espíritu Santo nos recuerda que la batalla no es real.
«La venganza es mía, dice el Señor» significa: «Abandona la idea de venganza». 
Dios compensa todo agravio, pero no mediante el ataque, el juicio o el castigo. Contrariamente a lo que sentimos cuando estamos
perdidos en las emociones que nos tientan a juzgar, no hay ninguna cólera justa. De niña, solía pelearme con mi hermano o mi hermana, y cuando mi madre volvía a casa, se enfadaba con nosotros porque discutíamos.
Siempre había alguno que decía:

-Ellos empezaron.
Pero en realidad no importa quién «empezó». 
Tanto si eres el primero en golpear como si devuelves el golpe,
eres un instrumento del ataque y no del amor.
Hace varios años asistí a un cóctel donde me dejé llevar a una acalorada discusión sobre la política exterior norteamericana. Más tarde, esa noche, tuve una especie de fantasía onírica. Se me aparecía un caballero que me decía:
-Discúlpeme, señorita Williamson, pero pensamos que debemos decírselo: En la lista cósmica usted figura como un halcón, no como una paloma.
Yo me enfurecía y respondía indignada: -Imposible.
Estoy totalmente en favor de la paz. Si alguien es una paloma, soy yo.
-Me temo que no -era su respuesta-. He estado revisando nuestros gráficos y aquí dice muy claramente:
Marianne Williamson, belicista. Usted está en guerra con Ronald Reagan, Caspar Weinberger, la CIA... en definitiva, con todo el sistema de defensa norteamericano. Lo siento, pero usted es indudablemente un halcón.
Por supuesto, comprendí que estaba en lo cierto. Yo tenía en la cabeza tantos misiles como Ronald Reagan.
Pensaba que estaba mal que él juzgara a los comunistas, pero que estaba bien que yo lo juzgara a él. ¿Por qué? ¡Porque yo tenía razón, naturalmente!
Me pasé años siendo una izquierdista irascible hasta que me di cuenta de que una generación irascible no puede alcanzar la paz. Todo lo que hacemos está penetrado por la energía con que lo hacemos. Como decía Gandhi, «Debemos ser el cambio». Lo que el ego no quiere que veamos es que los cañones de los que
necesitamos deshacernos primero son los que llevamos en la cabeza.



4. LA OPCIÓN DE AMAR

«El ego es la elección en favor de la culpabilidad; el Espíritu Santo, la elección en favor de la inocencia.»
El ego insiste siempre en lo que alguien ha hecho mal. 
El Espíritu Santo insiste siempre en lo que ha hecho bien.
El Curso equipara el ego a un perro carroñero que va en busca de cada partícula que pueda probar la culpabilidad de nuestro hermano para ponerla a los pies de su amo. De modo similar, el Espíritu Santo envía a sus propios mensajeros en busca de pruebas de la inocencia de nuestro hermano. 
Lo importante es que decidimos lo que queremos ver antes de verlo. Recibimos lo que pedimos. «La proyección da lugar a la percepción.» 
En la vida podemos encontrar -y de hecho encontraremos- cualquier cosa que andemos buscando. El Curso afirma que pensamos que entenderemos lo suficiente a una persona para saber si es o no digna de nuestro amor, pero que, a menos que la amemos, jamás podremos entenderla. El sendero espiritual
implica asumir conscientemente la responsabilidad de lo que optamos por percibir, es decir, la culpa o la inocencia de nuestro hermano. Vemos la inocencia de un hermano cuando eso es lo único que «queremos» ver. 
La gente no es perfecta, es decir, todavía no expresa exteriormente su perfección interna. 
El hecho de que elijamos concentrarnos en la culpa de su personalidad o en la inocencia de su alma es cosa nuestra.
Lo que nos parece culpa en la gente es su miedo.
Toda negatividad se deriva del miedo. 
Cuando alguien está enojado, tiene miedo. Cuando alguien es grosero, tiene miedo. Cuando alguien es manipulador, tiene miedo.
Cuando alguien es cruel, tiene miedo. No hay miedo que el amor no disuelva. No hay negatividad que el perdón no transforme.
La oscuridad es simplemente la ausencia de luz, y el miedo no es más que la ausencia de amor. 
No podemos liberarnos de la oscuridad golpeándola con un palo, porque no hay nada que golpear. 
Si queremos liberarnos de ella, tenemos que encender una luz.
De la misma manera, si queremos liberarnos del miedo, no lo conseguiremos con él; debemos reemplazarlo por el amor.
La opción de amar no siempre es fácil. 
El ego opone una resistencia atroz a abandonar las respuestas
cargadas de miedo. Aquí es donde interviene el Espíritu Santo. No es tarea nuestra cambiar nuestras percepciones, sino recordar pedirle a Él que nos las cambie.
Digamos que tu marido te ha dejado por otra mujer. 
Tú no puedes cambiar a los demás, y tampoco puedes pedirle a Dios que los cambie. Sin embargo, sí puedes pedirle que te haga ver esta situación de otra manera.
Puedes pedirle paz. Puedes pedir al Espíritu Santo que cambie tus percepciones. El milagro es que en la medida en que dejas de juzgar a tu marido y a la otra mujer, tu dolor visceral empieza a calmarse.
En esa situación, el ego puede decirte que no tendrás paz hasta que tu marido no vuelva. Pero la paz no está determinada por circunstancias ajenas a nosotros. 
La paz es el resultado del perdón. El dolor no proviene del
amor que los demás nos niegan, sino más bien del amor que nosotros les negamos. En un caso como éste, sentimos que lo que nos hiere es lo que alguien nos hizo. Pero lo que en realidad ha ocurrido es que la cerrazón de un corazón ajeno nos llevó a la tentación de cerrar el nuestro, y lo que nos duele es nuestra propia negación del amor. Por eso el milagro es un cambio en nuestro propio pensamiento: la disposición a mantener
abierto nuestro corazón, independientemente de lo que suceda fuera de nosotros.
En cualquier situación siempre puede darse un milagro, porque nadie puede decidir por nosotros cómo interpretar nuestra propia experiencia. «No hay más que dos emociones: el amor y el miedo.» 
Podemos interpretar el miedo como una petición de amor. Los obradores de milagros, dice el Curso, son generosos por
su propio interés.

Damos una oportunidad a alguien para poder estar en paz nosotros mismos.
El ego dice que podemos proyectar nuestra rabia sobre otra persona y no sentirla nosotros mismos, pero como hay continuidad entre todas las mentes, seguimos sintiendo cualquier cosa que proyectemos en los demás.
Enfurecernos con alguien puede hacer que nos sintamos mejor durante un tiempo, pero en última instancia el miedo y la culpa revierten sobre nosotros. Si juzgamos a otra persona, ella a su vez nos juzgará... y aunque no lo haga, ¡nosotros sentiremos que lo hace!
Vivir en este mundo nos ha enseñado a responder instintivamente desde un espacio antinatural, saltando siempre a la rabia, la paranoia, la actitud defensiva o cualquier otra forma del miedo. El pensamiento antinatural es natural para nosotros, y los sentimientos antinaturales nos parecen naturales.
No es el propósito de Un curso de milagros que pintemos de rosa nuestro enojo y pretendamos que no existe.
Lo que es psicológicamente erróneo es espiritualmente erróneo. Negar o suprimir las emociones es un error. 
Cuando se siente hervir por dentro, uno no dice: «Es que no estoy enojado, de veras que no. Estoy en la página 140 de Un curso de milagros y ya no me enfado más». El Espíritu Santo nos dice: «No intentéis purificaros antes de acudir a mí, porque yo soy el purificador». Una vez me encaminaba a dar una conferencia
sobre el Curso y pensé en una mujer que conocía y con quien estaba enfadada. Inmediatamente traté de ocultar aquel pensamiento porque no era lo suficientemente santo para mí estar pensando eso en aquel momento. Entonces me pareció como si dentro de la cabeza una voz me dijera: «Oye, que soy tu amigo,
¿recuerdas?». El Espíritu Santo no me estaba juzgando por mi enojo. Estaba allí para ayudarme a superarlo.
No debemos olvidar para qué está el Espíritu Santo. 
Sin negar que estamos alterados, al mismo tiempo reconozcamos el hecho de que todos nuestros sentimientos se generan en nuestro pensamiento sin amor, y estemos dispuestos a sanar esa falta de amor. El crecimiento nunca tiene que ver con concentrarnos en las lecciones de otra persona, sino en las nuestras. No somos víctimas del mundo exterior. 
Por más difícil que sea creerlo a veces, siempre somos responsables de nuestra manera de ver las cosas. No habría ningún salvador si no hubiera necesidad de uno. Es cierto que en este mundo suceden cosas crueles y horribles que hacen casi
imposible amar, pero el Espíritu Santo está dentro de nosotros para hacer lo imposible. Él hace por nosotros lo que solos no podemos hacer. Nos presta Su fuerza, y cuando Su mente se une con la nuestra, el pensamiento del ego desaparece.
Pero para que esto suceda debemos tener conciencia de los sentimientos del ego. 
«Él no puede eliminar con Su luz lo que tú mantienes oculto, pues tú no se lo has ofrecido y Él no puede quitártelo.» Si el Espíritu Santo cambiara nuestras pautas mentales sin que se lo pidiéramos, eso sería violar nuestro libre albedrío. Pero si le
pedimos que las cambie, lo hará. Lo que se nos pide es que cuando estemos enojados o alterados por la razón que fuere, digamos: «Estoy enojado, pero dispuesto a no estarlo.
Estoy dispuesto a ver esta situación de otra manera». 
Pidamos al Espíritu Santo que intervenga en la situación y nos la muestre desde un punto de vista diferente.
Una vez estaba haciéndome aplicar uñas de porcelana y la amiga de mi manicura entró en la habitación. Yo no podía tolerar su carácter. Desde el momento en que esa mujer abría la boca, sentía como si alguien estuviera rascando una pizarra con las uñas. Como no tenía las manos libres, no podía irme de la habitación, y como la manicura acudía a mis conferencias, me sentí avergonzada de mi propia reacción.
Me puse a rezar, pidiendo a Dios que me ayudara, y Su respuesta fue espectacular. Pasados unos momentos, aquella «repugnante» mujer empezó a hablar de su niñez, especialmente de su relación con su padre.
 Cuando comenzó a hablar de su educación, se me hizo perfectamente claro que había crecido con poca autoestima y
una desmesurada necesidad de cultivar una personalidad pomposa que, a su entender, denotaba fuerza.
Sus defensas, por supuesto, no le funcionaban: al provenir del miedo, sólo conseguían alejar a la gente. 
De pronto, el mismo comportamiento que cinco minutos antes me irritaba tanto, me inspiró una profunda compasión.
El Espíritu Santo me había conducido a la información que me iba a ablandar el corazón, y ahora yo veía a esa mujer de otra manera. Ese era el milagro: su comportamiento no había cambiado, pero yo sí.

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


LAS RELACIONES (Capitulo 6)

«El templo del Espíritu Santo no es un cuerpo, sino una relación.»


1. EL ENCUENTRO SAGRADO
«Cuando te encuentres con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal como lo consideres a él, así te considerarás a ti mismo. Tal como lo trates, así te tratarás a ti mismo. Tal como pienses de él, así pensarás de ti mismo.
Nunca te olvides de esto, pues en tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo.»
Antes de leer Un curso de milagros, estudié muchos otros escritos espirituales y filosóficos. Los sentí como si me guiaran a lo largo de un enorme tramo de escaleras hasta una catedral gigantesca levantada dentro de mí, pero una vez que llegaba a lo alto de las escaleras, la puerta de la iglesia estaba cerrada con llave.
El Curso me dio la llave que abría la puerta. La llave, muy simplemente, son las otras personas.
El Cielo, de acuerdo con el Curso, no es ni una condición ni un lugar, sino más bien «la conciencia de la perfecta unicidad». Puesto que el Padre y el Hijo son uno, amar a uno de ellos es amar al otro. El amor de Dios no está fuera de nosotros. 
La letra de una canción de la obra teatral Los miserables dice: «Amar a otra persona es ver la faz de Dios». La «faz de Cristo» es la inocencia y el amor que se ocultan tras las máscaras que todos
usamos, y ver ese rostro, tocarlo y amarlo en nosotros mismos y en los demás, es la experiencia de Dios. Es lo divino de nuestra condición humana. Es la elevación espiritual que todos buscamos.
En toda relación, en todo momento, enseñamos primordialmente una de estas dos cosas: a amar o a temer.
«Enseñar es demostrar.» Cuando demostramos amor hacia los otros, aprendemos que somos queribles y aprendemos a amar con mayor profundidad. Cuando demostramos temor o negatividad, aprendemos a autocondenarnos y a tener más miedo de la vida. Siempre aprenderemos lo que hemos decidido enseñar.
 «Las ideas no abandonan su fuente», y por eso siempre formamos parte de Dios y nuestras ideas siempre forman parte de nosotros. Si opto por bendecir a otra persona, terminaré sintiéndome siempre más bienaventurada.
Si proyecto culpa sobre otra persona, terminaré sintiéndome siempre más culpable.



Las relaciones existen para apresurar nuestra marcha hacia Dios. Cuando nos entregamos al Espíritu Santo, cuando Él está a cargo de nuestras percepciones, nuestros encuentros se convierten en encuentros sagrados con el perfecto Hijo de Dios. Un curso de milagros dice que las personas con las que nos encontremos serán quienes nos crucifiquen o nos salven, dependiendo de lo que nosotros decidamos ser con ellas. Concentrarnos en la culpa del otro clava aún más profundamente en nuestra propia carne los clavos del odio hacia nosotros

mismos. Concentramos en su inocencia nos libera. Puesto, que «no tenernos pensamientos neutros», cada relación nos adentra más en el Cielo o nos sume más profundamente en el infierno.
2. EL PERDÓN EN LAS RELACIONES
«El perdón elimina lo que se interpone entre tu hermano y tú.»
Un curso de milagros se enorgullece de ser un curso práctico con un objetivo práctico: la consecución de la paz interior. El perdón es la clave de la paz interior, porque es la técnica mental mediante la cual nuestros sentimientos se transforman, pasando del miedo al amor. Nuestras percepciones de los demás suelen
convertirse en un campo de batalla entre el deseo de juzgar del ego y el deseo del Espíritu Santo de aceptar a todas las personas tal como son. El ego es el gran criticón. Está siempre al acecho de nuestros defectos y de los ajenos. El Espíritu Santo va en busca de nuestra inocencia. Nos ve a todos como realmente somos, y
puesto que somos las creaciones perfectas de Dios, ama lo que ve. Los aspectos de nuestra personalidad donde tendemos a apartarnos del amor no son nuestros defectos, sino nuestras heridas. Dios no quiere castigarnos, sino sanarnos. Y así es como Él quiere que veamos las heridas en los demás.
El perdón es «una forma selectiva de recordar», tomar conscientemente la decisión de concentrarse en el amor y desentendernos de lo demás. Pero el ego es implacable: «es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor». Presenta los argumentos más sutiles e insidiosos para expulsar de nuestro corazón a nuestro prójimo. 
La piedra angular de la enseñanza del ego es: «El Hijo de Dios es culpable». 
La piedra angular de la enseñanza del Espíritu Santo es:
«El Hijo de Dios es inocente».
El obrador de milagros invita conscientemente al Espíritu Santo a entrar en todas las relaciones para que lo libere de la tentación de juzgar y buscar culpabilidad. Pidamos al Espíritu Santo que nos salve de nuestra tendencia a condenar, que nos revele la inocencia que los otros llevan dentro, para que podamos ver la que nosotros llevamos dentro.
«Dios amado, en tus manos pongo esta relación» quiere decir «Dios amado, permite que vea a esta persona a través de tus ojos». Al aceptar la Expiación, estamos pidiendo ver como ve Dios, pensar como piensa Dios, amar como Él ama. Le estamos pidiendo que nos ayude a ver la inocencia de alguien.
Una vez estaba yo de vacaciones en Europa con mi familia. Aunque tanto mi madre como yo hacíamos nobles esfuerzos por llevarnos bien, la cosa no funcionaba. Las viejas pautas de ataque y defensa seguían interponiéndose entre nosotras. 
Ella quería una hija más conservadora y yo quería una madre más moderna.
Yo abría una y otra vez el libro de textos del Curso en busca de ayuda e inspiración, y para mi gran consternación, cada vez que lo abría, el libro me mostraba la misma sección, donde decía: «Examina honestamente qué es lo que has pensado que Dios no habría pensado, y qué no has pensado que Dios habría querido que pensases». Dicho de otra manera, ¿dónde no coincidían mis pensamientos con los de Dios? El asunto me estaba volviendo loca. Yo quería ver reforzados mis sentimientos defensivos. 
Lo que menos deseaba que me dijeran era que el único error estaba en mi propio pensamiento.
Finalmente, mientras contemplaba la plaza de San Marcos en Venecia, miré atentamente a mi madre y me dije: «Es verdad; al mirarla, Dios no está pensando "Sophie Ann es tan odiosa"». Mientras no optara por verla de otra manera, mientras no dejara de empeñarme en ver sólo sus errores, no compartiría la percepción de Dios y no podría estar en paz. Tan pronto como lo vi, aflojé mi tensa fijación en lo que yo percibía como su
culpa. A partir de ese momento, la situación empezó a cambiar. Milagrosamente, ella comenzó a ser más agradable conmigo, y yo más agradable con ella.
Es fácil perdonar a la gente que jamás ha hecho nada que nos enfureciera. Y sin embargo, las personas que nos enfurecen son nuestros maestros más importantes: nos indican los límites de nuestra capacidad de perdonar. «Abrigar resentimientos es un ataque contra el plan de Dios para la salvación.» La decisión de
olvidar nuestros agravios contra los demás es la decisión de vernos como realmente somos, porque cualquier sombra a la que permitamos que no nos deje ver la perfección de los demás, tampoco nos dejará ver la nuestra.
Puede ser muy difícil liberarnos de nuestra percepción de la culpabilidad de alguien cuando sabemos que de acuerdo con todas las normas de la ética, la moral o la integridad, tenemos derecho a considerar culpable a esa persona. Mas el Curso pregunta: «¿Preferirías tener razón a ser feliz?». Si estás juzgando a un hermano, te equivocas aunque tengas razón.
Ha habido veces en que me costó muchísimo renunciar a mi juicio sobre alguien, y en que me quejaba mentalmente:
«¡Pero si tengo razón!».
Me sentía como si renunciar a juzgar equivaliera a excusar el comportamiento. 
Pensaba: «Bueno, pero alguien tiene que defender los principios en este mundo. Si no hacemos más que perdonarlo todo, ¡entonces todos los niveles de excelencia desaparecerán!».



Pero Dios no necesita de nosotros para que patrullemos el universo. Amenazar con el dedo a alguien no ayuda a que esa persona cambie. En todo caso, el hecho de que percibamos la culpa de alguien no hace más que mantenerlo atascado en ella. Cuando amenazamos a una persona con el dedo, en sentido figurado o literal, no por eso es más fácil que consigamos corregir su comportamiento agraviante. Tratar a alguien con

compasión y misericordia hace que sea mucho más probable obtener de esa persona una respuesta sanada.
Entonces es más difícil que la gente se ponga a la defensiva, y más fácil que acepte la corrección. En algún nivel, cuando no obramos bien nos damos cuenta. Si supiéramos cómo, haríamos las cosas de diferente manera. No necesitamos que nos ataquen, sino que nos ayuden. El perdón forja un contexto nuevo, dentro del cual es más fácil que podamos cambiar.
Perdonar es optar por ver a las personas tal como son «ahora». Cuando estamos enfadados con alguien, es por algo que esa persona dijo o hizo antes de ese momento. Pero la gente no es lo que hizo o dijo. 
Las relaciones renacen cuando dejamos de dar importancia a la percepción del pasado de nuestro hermano.
"Cuando traemos el pasado al presente, creamos un futuro exactamente igual que el pasado." Si dejamos de aferrarnos al pasado, hacemos lugar para los milagros.
Atacar a un hermano es un recordatorio de su pasado culpable. Si escogemos afirmar la culpa de un hermano, estamos optando por seguir experimentándola. El futuro se programa en el presente. Dejar de aferrarse al pasado es recordar que en el presente mi hermano es inocente. 
Es un acto de afable generosidad aceptar a una persona basándonos en aquello que sabemos que es verdad acerca de ella,independientemente de que ella misma esté o no en contacto con esa verdad.
Sólo el amor es real. En realidad, no existe nada más. Si una persona actúa sin amor, eso significa que,independientemente de su negatividad -cólera o lo que fuere-, su comportamiento se deriva del miedo y en realidad no existe. Está alucinando.
Tú la perdonas, entonces, porque no hay nada que perdonar. 
El perdón es una forma de discernimiento entre lo que es real y lo que no es real.
Cuando las personas actúan sin amor, es que se han olvidado de quiénes son. Se han quedado dormidas y no son conscientes del Cristo interior. La tarea del obrador de milagros es mantenerse despierto. Si escogemos no quedarnos dormidos soñando con la culpa de nuestro hermano, de esa manera nos será concedido el poder de despertarlo.
Un ejemplo básico de obrador de milagros es Pollyanna, y el ego lo sabe, razón por la cual nuestra cultura la invalida constantemente. 
Pollyanna se encontró de repente en un sitio donde todos habían estado durante años de un humor espantoso y agresivo, pero ella optó por no ver esa agresividad, porque tenía fe en lo que se ocultaba tras ella. Pollyanna extendió su percepción más allá de lo que le revelaban sus sentidos físicos, hasta llegar, mediante su corazón, a lo que era verdadero en cada ser humano. No importaba cómo se comportara nadie. 
Pollyanna tenía fe en el amor que ella sabía que existe siempre, en todos, por detrás del miedo, y por eso los invitaba a expresarlo. Ejercitó el poder del perdón, ¡y en breve tiempo todos se mostraban agradables y todos eran felices! Cuando alguien me comenta que me comporto como Pollyanna, me digo para mis adentros:
«Ojalá fuera yo tan poderosa».

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...