sábado, 8 de agosto de 2015

Un viaje sin retorno: CAPITULO 26.- EL MOMENTO DE LA SERPIENTE


Vieron alejarse al todo terreno con Juancho, Marga, Salem y Tico, y su saludo con la mano por el cristal trasero. Y Jesús suspiró relajado. Se alejaban de una pesadilla. Patricio fue por detrás de su amigo, le abrazó la espalda y dejó apoyada su cabeza sobre su hombro.


-¡Animo, Jesús…ya queda poco!

-Sí, amigos, ya queda poco…pero vivámoslo intensamente. Compartiéndonos y dándonos fuerza y apoyo. Raquel… ¿Qué tal hoy un cafecito de los tuyos bien cargado? Hagamos hoy una excepción. Nos ayudará a entonarnos un poco, venga…

-Bien…ahora mismo lo hago para los cuatro.

-¡Que sea para cinco…yo también lo necesito…!



Aquella voz era la de Felipe, que hacía su entrada en el salón por la cocina. Había encontrado la puerta del huerto abierta, y se había quedado allí, rezagado, en espera de que Juancho y familia se fueran.

Raquel, en cuanto vio a su amigo se abalanzó sobre él y le abrazó intensamente. Y éste le susurró al oído: “Raquel, recibí tu aviso…y aquí estoy. Y luego abrazó a Peter y a Patricio, y por último Jesús. Y antes del abrazo…Jesús le preguntó riéndose:



-¿Pero se puede saber de dónde vienes hermano?

-¡De la guerra…vengo de la guerra, Jefe! Y Felipe fue hacia su amigo y le abrazó con toda su alma. Aquel abrazo fue muy largo…muy largo…

Raquel les dejó en el salón y fue hacia la cocina. Y estaba poniendo la cafetera cuando alguien llamó a la puerta del huerto. Raquel se extrañó, ya que los vecinos entraban por ella sin llamar. Era la costumbre. Pero como tenía las manos ocupadas, gritó:

-¡Adelante…la puerta está abierta!



Y la puerta se abrió, y a Raquel se le cayó la cafetera al suelo. Y se quedó de piedra. Aquel hombre, cortésmente, se inclinó y le recogió el objeto del suelo. Se trataba del militar al que salvó la vida en el desierto. Pero no iba de uniforme. Llevaba un traje negro. Tenía un porte elegante y misterioso. Colocó de nuevo la cafetera sobre la cocina y la saludó.



-¡Buenas noches, señora! ¡Me agrada muchísimo encontrarme con vos aunque sea en estas circunstancias!  Me da la oportunidad de corresponderla por haber salvado mi vida. Pero la veo tensa… ¡relájese! Esas voces que oigo… ¿son sus amigos?

-¡Sí!

-Bien…discúlpeme por haber entrado por la puerta de atrás, pero es que no deseo ser visto. ¿Podemos entrar al salón a hablar con sus amigos también?

-¿Qué quiere de ellos?

-¡De ellos y de usted…por favor…!

Felipe iba en aquel momento hacia la cocina…



-Raquel…ah… ¿con quien hablas? A ti te conozco de algo… Tu eres…el…

-¡Sí, amigo…el militar que encontraron accidentado en el desierto…!

-¿Qué hace aquí…? ¡Suéltela ahora mismo!

-Tranquilo…no voy a hacerles ningún daño. Vengo desarmado. Solo quiero hablar con ustedes.



Jesús y Patricio sabían de su presencia, y le estaban esperando en el salón.



-¡Buenas tardes…! ¿Podemos sentarnos?

-¿Dónde ha dejado al resto…”señor”…?

-¿Se refiere señora a mis hombres…? No, no han venido conmigo, pero están muy cerca, tanto, que si no se cumplen nuestras instrucciones, no dejarán con vida a nada ni a nadie de esta aldea. ¿Han comprendido? Nos gusta actuar sin ser vistos, sin ruido, a poder ser, sin movimientos excesivos. Tengo órdenes de llevarme a dos de ustedes, a ti y a tu compañera. (señalando a Jesús y a Raquel)

-¡A ella no…! Gritó Felipe ¡Puede elegir entre nosotros tres, pero a ella déjela, por favor!

-¿Y por qué a ella no? Las órdenes son muy claras. ¡La mujer!

-Por favor, señor…sabemos qué hay en esas órdenes. ¡No la haga pasar por esto! Suplicó Patricio.

-¡Basta ya! Yo soy un hombre que cumple siempre las órdenes, pero esta vez estoy comprometido seriamente con mi honor. No puedo llevar a la muerte a una mujer que salvó mi vida. Mi decisión es la siguiente: dentro de tres horas, a la media noche, mis hombres pasarán con una furgoneta por la carretera, y quiero que estén allí, los dos, tú, Jesús, y cualquiera de vosotros. La orden dice “dos”, y en correspondencia a usted, señora, la dejo elegir. Mis hombres sólo vienen a buscar a dos personas. Y les advierto que no intenten huir. No podrían, y además pondrían en peligro la vida de toda esta gente de la comunidad. Por eso actuamos siempre con sigilo, y sin ser vistos. Ah…, se me olvidaba…a las seis en punto de la mañana, mis hombres volverán al mismo sitio a dejarles los dos paquetes. Sean puntuales, por favor… Y ya me despido. Espero que no vuelvan a verme los que queden aquí. Sería mucho mejor para ustedes… ¡Buenas noches!



Y aquel hombre volvió a salir por la puerta del huerto, dejando a los cinco en un prolongado silencio. Raquel ya no podía más. Le sangraba el corazón. Respiró profundamente y rompió aquel mutismo.



-¡Espero que esta vez, me dejen hacer el café! ¡Me voy a la cocina!



Raquel volvió a llenar de agua la cafetera, pero sus manos temblaban y volvió a caerse la cafetera al suelo. Pero esta vez fue Patricio quien la recogió, y abrazó fuertemente a su querida amiga.



-¡Patricio…yo quiero morir con él…pero no puedo…no puedo…tengo que seguir viviendo…por él!

-¡Lo se, Raquel, lo se…! Tú no puedes acompañarle, porque tienes algo importante que hacer, pero para eso estoy yo aquí. Yo lo haré por ti. ¡El no estará solo!

-¡Patricio…Patricio…! ¿Pero por qué toda mi existencia ha sido así? ¿Por qué he tenido que ver morir y sufrir a tantos seres amados?

-¡Amiga mía, pero esta vez no va a ser así…! ¿Acaso nos ves sufrir? Jesús y yo estamos bien, tranquilos, no tenemos miedo porque os sentimos a nuestro lado, y porque estamos seguros de que nos vais a traer de nuevo con vosotros. Y tampoco queremos nosotros verte sufrir a ti… Esa orden ha venido para todos. Es el momento de la verdad. En la cena, con Jesús, cada uno hizo su propia ofrenda y adquirió un compromiso. Ahora esa Verdad necesita de nosotros. Jesús y yo seremos el alimento, Felipe el despertador de consciencias, y tú y Peter seréis nuestros todo-terreno, y juntos, aunque no físicamente, seguiremos trabajando. Raquel, tu sueño es maravilloso, aunque Felipe piensa que todavía es más peligroso y alocado que el de Jesús. Tú le pediste a nuestro hermano que confiara en ti, y lo ha hecho. ¡Y se ha puesto en tus manos, nos hemos puesto en vuestras manos! Ahora, también, a vosotros os ha llegado el momento de actuar.

-Patricio, me hablas de mi sueño…yo solo intuyo algo…siento que algo inesperado va a suceder, pero no se el qué…

-¡Pero el guiño del Amor no es cualquier cosa, mi amor…tendrá que ser algo importante! Contestó Jesús, que se había colocado detrás de ella. ¿Cómo va ese café, princesa?

-Ahora mismo lo pongo.



Y Patricio salió y cerró la puerta. Jesús quedaba con Raquel y supuso que necesitaban intimidad.



-¡Hazlo bien cargadito, mi amor!

-Me habría gustado tanto estar contigo antes de…y que tu te llevases todo el amor que hay en mí para ti…pero ni siquiera eso nos ha permitido…

-¡Nadie lo va a impedir, mi amor…nadie!



Jesús cogió la cafetera que llevaba entre sus manos y la volvió a dejar en el fogón. Abrazó a Raquel con tanta fuerza, que ella apenas sentía su cuerpo. Sintió calor, mucho calor, fuego en su vientre, en su sangre. Su corazón parecía ensancharse, como queriendo salir de su pecho. Y sintió un agudo pinchazo en el sacro que rápidamente se transformó en una fuerte presión de energía que pedía paso a lo largo de toda su columna. Jesús la besó, pero de su boca salía fuego, fuego que le atravesó la garganta, tráquea, pulmones y finalmente corazón. En el plexo solar se juntaron las dos energías y hubo una gran explosión en el interior de los dos. Raquel tenía cerrados sus ojos. Se sentía en el interior de un volcán con él. A la vez le sentía a Jesús dentro de ella, pero también se sentía ella dentro de él. ¡Eran un mismo ser! Solo un nuevo beso de Jesús la trajo a la realidad…



-¿Qué…has estado conmigo o no?

-¡Mi amor…no había experimentado esto nunca…ha sido maravilloso, mi vida…ha sido maravilloso…!

-Pues esto, pero mucho más fuerte, es lo que experimentaréis Felipe, Peter y tu cuando nosotros no podamos seguir en nuestros cuerpos.

-¿Se lo has dicho ya a Felipe?

-¡Si!

-¿Y qué te ha dicho?

-¡Que es problema mío, que si yo me atrevo a compartir el esqueleto con él…que adelante…!

-¡Felipe y sus salidas…!

-¿Ya has preparado el café, princesa?

-¡Pero si no me han dejado…!

-Ve tú al salón, ayúdales a preparar lo que les he dicho, que yo hago el café en un boleo…

-Jesús…

-¡Dime, mi amor!

-¡Voy a pedirte un favor…más que un favor…lo consideraría un regalo…el mas hermoso que pudieras hacerme!

-Si ello te hace feliz, princesa…¡está hecho! Pero dime… ¿cual es ese regalo?

-Yo no puedo acompañarte, mi amor…porque tengo que hacer algo importante…lo sé…aunque sabes que mi mayor deseo habría sido estar a tu lado, incluso en estos momentos…por favor, Jesús…quiero compartirlo contigo…aunque no sea físicamente…pero de alguna forma en la que pueda estar a tu lado, mi amor…

-¡Mi amorcito…no olvides que somos UNO! ¡Estarás conmigo…no lo dudes…y ese recuerdo te acompañará siempre…y cerrará por fin esa herida de tu corazón! ¡Estarás conmigo!

-¡Gracias, Jesús…gracias…!

-Pero ahora ve con ellos, princesa…te necesitan.





Felipe, Peter y Patricio estaban retirando la mesa del salón hacia un lado, para cubrir el hueco en el suelo con el mismo mantel de la cena. Iban a sentarse los cinco en círculo en el suelo. Jesús quería darles algunas instrucciones. Pero Raquel vio que en el centro faltaba algo importante. Volvió a la cocina y salió por la puerta del huerto. Fue hacia el rincón donde María había plantado flores, y cogió tres rosas rojas que acababan de abrirse, y media docena de margaritas. Y quedaron presidiendo el mantel. Tomaron el café, hicieron una pequeña pausa, y Jesús entró en materia.

Fue explicándoles, paso a paso, todo lo que iban a experimentar en sus cuerpos y en sus campos energéticos cuando se diera lugar la fusión, y cuando quedó atado y controlado el tema, pasó a darles unos consejos y advertencias personales.



-Lo más importante, amigos, es que mantengáis la armonía en vuestro Ser, y el equilibrio en vuestro cuerpo, pero sobre todo en vuestra mente. A nosotros dos nos torturarán físicamente, pero a vosotros os lo harán de otras formas. A nosotros nos matarán…pero amigos míos…no permitáis que lo hagan con vosotros también. ¡Os necesitamos! Intentarán hacerlo abriendo de nuevo vuestras viejas heridas, bien con imágenes, y eso va por ti, mi amor, acuérdate de lo que ya hemos hablado…o con sentimientos de culpabilidad, y esto va para vosotros dos, Peter y Felipe. ¡Tenedlo muy presente! Esas fuerzas intentarán evitar a toda costa mi fusión con vosotros. Y sobre todo…cuando seáis atacados de las formas en que os he dicho, no luchéis contra ello. Entregaros a esas emociones y sentimientos. Dejad que entren en vosotros, y aceptar el dolor, y así volverán a salir sin haberos herido. ¿Lo habéis comprendido bien?

-¡Si, hermano…quédate tranquilo! Contestó Felipe con voz entrecortada.

-Bien…hermanos…ya solo queda media hora para las doce. Ahora vamos a compartir estos momentos que nos quedan en oración, con los ojos cerrados y elevando nuestro corazón al Padre. Cuando llegue el momento, Patricio y yo nos levantaremos y marcharemos. Vosotros permaneced aquí, en oración… ¿de acuerdo, hermanos míos?

-¡Como tu quieras, Jesús! Respondió llorando Peter.



Respiraron profundamente y cerraron los ojos. Al poco rato, sintieron sobre sus hombros las manos fuertes y cálidas de Jesús, y el suave susurro de su voz a Raquel recordándole: “¡Vamos a por todas, mi amor…te espero!”.

El último adiós desde la puerta a sus amigos, y el “hasta pronto” a sus corazones.



Y la puerta se cerró tras ellos. Y de los ojos de los tres amigos brotaron lágrimas. Y siguió el silencio. Y debió pasar una eternidad de diez minutos, cuando se sintió la puerta del huerto  y unos pasos con dirección al salón. Los pasos traían a la vez un fuerte olor a jazmín y una suave brisa. Los tres a la vez abrieron sus ojos y vieron delante de ellos a Juan y a Pedro. Ambos tenían lágrimas en sus ojos, pero una acogedora sonrisa iluminaba sus rostros. No hablaron. Tomaron los sitios dejados por Jesús y Patricio, y siguieron en oración.



Raquel miraba a Juan. Buscaba en sus ojos un bálsamo para su corazón. Pero Juan no los abrió. Le cogió de la mano  a Raquel y la tuvo fundida a la suya unos minutos, los suficientes para darle la fuerza que tanto necesitaba.



Raquel, al poco rato, comenzó a sentirse mal, a sentir náuseas, dolor muy fuerte en todo el cuerpo. El dolor era insufrible, hasta el punto en que se quedó tendida en el suelo. Las imágenes comenzaron a torturarla. Veía a sus amigos en manos de aquellos monstruos. Los puñales aparecieron de nuevo, y se sentía morir. Comenzó a gritar, a llorar, a suplicar…Felipe corrió hacia ella y mandó a los demás que quedaran en sus sitios.



-Raquel…se fuerte…respira hondo…no te dejes arrastrar…

-¡Los están matando, Felipe…es horrible…es horrible…!

-Raquel, no te quedes ahí…mirando. Ve hacia Jesús, abrázate a él, y muere con él si es tu deseo.

-¡No me dejan ir…no me dejan…!

-¿Quienes no te dejan ir?

-Esos monstruos de soldados… ¡no me dejan…no me dejan…!

-¡Camaleón! ¡Tú puedes hacerlo! Tu amor te está esperando. Transfórmate en la leona que eres…y nadie osará impedirte el paso…¡¡HAZLO!!

-¡Sí…los soldados me tiene miedo…me dejan pasar…y ya estoy con él…!

-¿Y qué hace…dónde está?

-Está en el suelo, le están golpeando, y Patricio…está muerto. Está colgado de un árbol, y le han abierto como a un animal…¡no…!

-Raquel…tranquila…él ya no sufre… ¡Vuelve con Jesús! ¿Qué hace ahora?

-Sigue en el suelo, le están golpeando…le están rompiendo… ¡Jesús…¡

-¿Quieres ir con él…? ¿Quieres morir con él?

-Si…, pero no puedo…no me dejan…los soldados me alcanzan…no me van a dejar.

-¡Pues echa a correr, deprisa! ¡Puedes hacerlo! ¡Ahora!

-¡Sí…sí…lo he conseguido…Jesús abrázame…quiero estar contigo…abrázame fuerte…!



Y Felipe cogió a Raquel y la abrazó con toda su alma. Ella seguía en aquel trance. Era demasiado fuerte para sacarla, y él optó por sumergirla todavía más. Tenía que volver a vivirlo de nuevo y morir con él si era lo que ella quería. Solo así aquella herida se curaría para siempre.



-¡Ya estás conmigo, mi amor! ¡Siente el dolor…pero también el gozo de mi corazón! Y Felipe la seguía abrazando. También él estaba muriendo. Y así estuvieron los dos hasta que el grito de dolor de Raquel los puso en guardia. Ella se echaba las manos al pecho y al vientre. Felipe la desvistió y observó cómo dos grandes cicatrices la cruzaban en forma de cruz. Una horizontal, que empezando por las palmas de las manos, la atravesaba brazos y pechos. Y otra vertical, que salía de la garganta y atravesaba su cuerpo hasta el pubis. Aquellas cicatrices no se abrieron, pero habían llagado la carne de alrededor. Y Felipe comprendió. Dejó tumbada a Raquel y se prepararon para recibir al nuevo inquilino. Se hizo el silencio, y un fuerte olor a rosas penetró en el salón. Calor, combustión, fuerza, viento, fuego, dolor, éxtasis, lava al rojo vivo sintieron correr por sus venas, y la gran explosión, y de nuevo la paz, la armonía en sus corazones.

Todos se miraron y sonrieron. Y supieron que lo habían conseguido. Jesús estaba de nuevo con ellos, ¡Y cómo lo sentían vivir en su interior! Pero Raquel seguía tumbada. Peter y Felipe se acercaron y vieron que su rostro resplandecía. Sus ojos cerrados todavía, sonreían. La cubrieron con una manta, y la dejaron disfrutar de su plenitud. Las cicatrices habían desaparecido.



Raquel no tardó mucho en levantarse del suelo. Vio que sus amigos estaban alrededor de la mesa. La esperaban para hacerle los honores al nuevo inquilino. Subió a su habitación, se cambió y bajó renovada. Vio que sobre la mesa había vino y pan, y su vientre se movió, y se tocó, y lo acarició.



-¿Qué piensas hacer, Pedro?

-Con el vino y el pan… ¿qué crees, hija?

-¡Toma, Pedro…éste trozo es de anoche…está mas tierno!

-No, no, Peter…no me lo des a mí…preside tu la mesa. ¡Es tu momento, tu generación y tu papel ahora! ¡Ocupa tú el lugar del Maestro!



Peter, al tener entre sus manos el pan y el vino, no pudo contener su emoción. Besó el pan y unas lágrimas asomaron por su rostro. Pero antes de repartirlo entre los cinco, lanzó unas preguntas al infinito:



-¿De qué estará hecho nuestro hermano, amigos míos, para que los de entonces y los de ahora le amemos con tanta intensidad? ¿Qué corre por las venas de este hombre para que nos emocione y nos lleve a la plenitud? ¿Qué tiene este hombre en su corazón, que con el simple recuerdo de su persona nos hace temblar de emoción y de ternura?

-Peter… ¡porque todo él es Amor y Ternura…! y porque nosotros, Peter, somos sus amigos desde siempre y para siempre. ¡Estamos condenados a él para bien o para mal!

-¿Pedro, acaso consideras su amistad una condena? ¡Para mí es lo más grande que el Padre y el Amor han podido concederme! ¡Estar siempre a su lado!

-Raquel, claro que no lo considero una condena. Era una forma de hablar. Pero el ser su amigo, la mayoría de las veces ha sido espinoso, difícil y hasta muy cruel. Jesús ha tenido siempre una debilidad, el hombre. Su amor incondicional por el ser humano. A diferencia de sus hermanos de evolución, no quiso desprenderse de su materia. La necesitaba para seguir trabajando en este universo. No quiso marcharse nunca. Deseaba estar con el hombre hasta que éste diera el paso definitivo. Se propuso desde el principio elevar al hombre a la categoría que se merece, y ha vivido entre los hombres cientos de veces, y casi siempre ha salido mal parado, tanto él, como sus amigos. ¡Estamos condenados a él y a su locura eternamente, si el hombre no se da prisa en dar ese salto evolutivo!

-¡Pues por mí…quiero ser condenada a cadena perpetua a su lado! Y si lo de este planeta se arregla, me apunto con él para otros.

-¡Ayyyyyyy muchacha…! ¡A ti si que te ha contagiado bien su locura! Pero mira… ¡te he hecho sonreír…y eso me alegra el corazón! Qué Peter…¿repartes el pan y el vino…?

-¡Tomad, y comed del pan…y bebed del vino!

-¡Hijo…! ¡Cuánto te pareces al Maestro…!

-¿Yo, Pedro…pero si no tengo nada que ver físicamente con él?

-Yo no miro al físico, hijo…Yo miro al espíritu.  Te pareces en las expresiones de tu cara, en la forma de sonreír, de mirar…incluso ahora…en repartir el pan y el vino…el mismo gesto con la mano… ¡Sois un calco!

-Pedro…Peter…chicos…perdonad que interrumpa…pero solo faltan quince minutos para las seis. Habría que ir bajando…

-Ya…

-¿Juan, bajas conmigo?

-¡Claro que si, Felipe!

-¡Yo también voy!

-¿Tu Raquel…? Es mejor que te quedes.

-No, Felipe, como médico es mi obligación, y como ser humano, quiero  ver a mis amigos. Tranquilo, Felipe, se lo que me voy a encontrar, pero quiero darles el último beso.

-¡Nosotros también! Respondieron Peter y Pedro.





Y los cinco se levantaron de la mesa y bajaron a la carretera. Todavía estaba oscuro, y no se veían las luces encendidas en ninguna casa. Acababa de sonar la alarma del reloj de Felipe. Las seis en punto. Y vieron aparecer a una furgoneta que iba a toda velocidad sin intención de aminorar la marcha. Tuvieron que hacerse a un lado para no ser arrollados. La furgoneta desapareció dejando en el asfalto un saco grande de plástico negro cerrado con una cremallera. Lo arrastraron hasta una pequeña campa al borde mismo de la carretera, y Felipe y Raquel se dispusieron a abrirlo. La mano de Felipe temblaba. Raquel posó la suya sobre la de su amigo, y entre los dos la abrieron. Aquello no podía ser obra de un ser humano. Ni las bestias más salvajes y hambrientas dejan los cuerpos de sus víctimas en esas condiciones. Felipe, apretando sus puños, hacía verdaderos esfuerzos para no gritar. Pedro y Juan lloraban como niños escondiendo su dolor contra el muro de la casa. Peter, con los ojos cerrados, lloraba en silencio. Y Raquel se inclinó sobre el saco, acarició la cabeza bañada en sangre de Patricio y cogió entre sus manos el rostro desfigurado de Jesús. Y besó sus ojos, su frente, sus labios…y su vientre volvió a moverse y escuchó su voz en su corazón:



-“Raquel…ese ya no soy yo, y a Patricio no le está gustando nada verse así. Deshaceros de esos cuerpos ya sin vida, y celebrad nuestra nueva vida con vosotros. ¡Raquel…estamos vivos!

-¡Jesús, mi amor…! ¿Por qué habéis tenido que pasar por tanto dolor? ¿Por qué?

-Todos hemos bebido de la misma copa, Raquel. ¡Era necesario!



Raquel cerró de nuevo la cremallera. Se levantó del suelo y decidida le sugirió a Felipe:



-¡Hay que incinerarlos enseguida!

-¡Sí, hay que hacerlo! Empezará a haber movimiento enseguida en la aldea, y hay que evitar que vean este espectáculo.

-¿Pero cómo hacemos? ¿Dónde los llevamos?

-¡Al refugio! Fuera hay un banco de piedra, lo suficientemente ancho como para colocar encima los dos cuerpos. Creo recordar que allí había una lata de cinco litros de gasolina. Solo hay que subir fuego.

-Raquel… ¿estás bien?

-Estoy bien, Felipe, no te preocupes. No olvidemos que ellos están vivos y comparten con nosotros el cuerpo. Lo que hay en esa bolsa, son despojos que hay que incinerar. Amigos…ellos están vivos, y no creo que les agrade mucho ver este espectáculo después de lo que han pasado.

-¡Tienes razón, Raquel! ¿Vas a subir tú también con nosotros?

-No, Peter. Me quedo en casa. ¡Ya no hago falta allí!

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