sábado, 8 de agosto de 2015
Un viaje sin retorno: CAPITULO 27.- EL AMOR SE PRUEBA A SÍ MISMO HASTA EL ÚLTIMO INSTANTE
Raquel quedó sentada en el sofá del salón. Intentaba asimilar y digerir todo lo que había sucedido. Ya no lloraba, porque no tenía más fuerzas. Aquellos puñales habían desaparecido ya para siempre. Había estado con él, lo había conseguido. Pero ella seguía viva, y él ya no estaba. En aquel momento su vientre le llamó la atención, y su corazón comenzó a golpear el pecho. ¡Ya sé, mi amor…ya se…! ¡Estás vivo…! Pero soy una mujer enamorada, y no puedo verte, ni abrazarte…pero pasará…Mi amor…ayúdame a superar estos momentos, yo lo intento con toda mi alma, tu lo sabes…, y ayuda a los chicos. Se que yo les influyo mucho, están muy pendientes de mí…y si ven que yo lo supero, ellos lo harán también. Por eso mi amor…¡¡ayúdame!!
Raquel seguía concentrada en sí misma, cuando oyó un fuerte ruido en la cocina. Con el corazón en vilo corrió hacia ella, abrió la puerta y vio la silla volcada en el suelo, y sobre ella el cuerpo de un hombre tumbado boca abajo. Su cuerpo estaba lleno de heridas que sangraban abundantemente. Su vientre se movió al ritmo de su corazón, con fuerza e intensidad. Fue hacia él, lo volteó, y su corazón, durante unos segundos se paralizó. ¡Jesús no podía ser…tenía que ser él…!
Aquel hombre la miró. Tenía lágrimas en sus ojos.
-¡Soy yo…si…soy Luzbel…ayúdame…!
En aquel momento la mente de Raquel se volvió loca. De nuevo las mismas imágenes. Aquel ser había sido el causante del dolor y de la muerte de su amor, y su mente escupía pensamientos cargados de ira, de rabia y de odio hacia aquel ser despreciable. Había deseado tenerle delante para escupirle a la cara y para descargar todo su dolor contra él. Pero en cambio allí estaba, malherido e implorándole ayuda a ella… ¡a ella precisamente!
Su mente seguía con esa actividad, sin embargo su corazón movía sus manos y las invitaba a acariciar el rostro de aquel contrincante.
-¡Ayúdame, por favor!
-¿Puedes andar?
-¡Sí…lo intentaré!
Luzbel se apoyó sobre los hombros de Raquel, y lentamente, y con mucho cuidado subieron las escaleras hacia las habitaciones. Raquel lo tumbó sobre su cama y le quitó la poca ropa que le quedaba en el cuerpo y que se había pegado a las heridas. Y su corazón se llenó de compasión, y su mente dejó de lado aquella funesta actividad. Aquel cuerpo había sido castigado brutalmente. Lo lavó con sumo cuidado, e intentó curar esas heridas, aunque dada la gravedad de las mismas…era imposible a no ser que se cosieran…y todo su cuerpo estaba lleno de ellas. Cuando se disponía suministrarle un fuerte calmante para el dolor, Luzbel se negó.
-¡No, no lo quiero!
-Si no te lo suministro, en unos minutos los dolores serán insufribles.
-¡Yo quiero que sea así! Deseo sufrir algo del dolor que he causado a mi hermano.
-¿Quién te ha hecho esto?
-¡El mismo que ha destruido a nuestro hermano!
-¿Te refieres a Jesús? ¿Acaso no fuiste tú quien lo hizo?
-¡Fue la Bestia, esa energía…fue ella la que dispuso su final, pero fue el hombre quien eligió la forma!
-El hombre no, sino los monstruos que tu has creado. Hablas de la Bestia como si ya no tuviera nada que ver contigo… ¡Tú eres la Bestia! ¡Y por eso te odio, más que por lo que le has hecho al hombre…por lo que le has hecho a él!
-Raquel, ¿por qué me dices que me odias, cuando no es así?
-El que te esté ayudando no significa que tenga ningún interés por ti.
-Raquel, mi hermano me ha perdonado. ¿Es que tú no lo vas a hacer?
-Jesús siempre te ha amado a pesar de todo. Siempre ha apostado por ti. El vino aquí con la esperanza de recuperarte. Incluso cuando le estabas quitando la vida, estaba amándote y llamándote con el corazón. Pero yo… ¿cómo puedo perdonarte si vas a seguir con tu macabro plan?
-Raquel…si…él me estuvo llamando y yo acudí. Cuando le ví allí, entre aquellos monstruos sin alma sedientos de sangre, y hambrientos, siendo devorado por mi propia obra, mi propio dolor me liberó de aquella energía, y fui hacia él, y me perdonó, y me abrazó…¡hacia tanto…tanto tiempo que no sentía el Amor dentro de mí…! Quise morir con él, fundirme con él para siempre y acabar con todo, pero comprendí que era el camino más fácil. Soy responsable de lo que hice, y debo liberar a la humanidad de ese monstruo que yo mismo creé y alimenté. Por eso me fui, no podía morir, todavía no. Sé que el está aquí, con vosotros.
-Comprenderás, Luzbel el que me cueste creerte, ¿verdad?
-Sí, Raquel, te comprendo, y yo mismo me sorprendo por ti, que seas capaz de estar curando, cuidando y escuchando al que sientes como tu peor enemigo. No puedo darte pruebas, porque no las tengo. El único que realmente sabe de mi corazón, es mi hermano, al que lleváis dentro. También se que tu miedo hacia mí, no es por vosotros, sino por él. Temes que haya venido a destruirle.
-¡Antes tendrías que hacerlo con nosotros!
-Sabes…mi hermano ha sufrido mucho, pero bien pagado está con vuestro amor y fidelidad. ¡Le envidio! Yo he tenido el poder, la Fuerza a mis pies, y creí que lo tenía todo. ¡El solo con el Amor, ha triunfado! Yo nunca he tenido amigos como él. Grandes seres se pusieron a mi servicio. Millones de seres humanos lucharon en mis filas…pero ninguno me amó. Los que estaban conmigo era por temor, o por el poder. ¡He cosechado el fruto de mi siembra!
-Hubo quienes te amaron de verdad…y no solo Jesús.
-¡Tu, por ejemplo!
-Sí…yo…y renegaste de mí, y escupiste tu venganza sobre mí.
-Pero me sigues amando…por eso estoy aquí…Raquel, déjame sentir a mi hermano en tu pecho…¡por favor!
Y Raquel se echó hacia atrás protegiéndose el pecho. Tenía miedo a que se lo arrancara y destruyera a Jesús. Luzbel tendió su mano, implorando, suplicando, y ella estaba entre la espada y la pared. “Jesús, mi amor, ayúdame a ver y a sentir tus deseos. No me dejes sola en estos momentos. Yo quiero hacerlo, mi amor, pero no se si me está engañando. Solo tu sabes de su corazón…¡Ayúdame!
Y Raquel vio cómo de su interior salía la silueta de Jesús. Solo salió la mitad, la otra quedó dentro de ella. Vio cómo el corazón de su amigo, a través de aquellos brazos largos y transparentes, iba a Luzbel queriendo acariciarle y abrazarle. Pero no llegaron a tocarle. Y la silueta desapareció de nuevo en el interior de Raquel. Y oyó la voz de Jesús en su corazón: “Yo no puedo hacerlo ahora, pero tu sí. Quiero abrazar a mi hermano, hazlo tu por mí!”
Y Raquel se echó a llorar y corrió hacia Luzbel y se quedó abrazada a él. Y entonces supo cuanto la amaba aquel ser. Y Luzbel se sintió amado, perdonado por su hermano y por una mujer a la que había desterrado de su corazón y desheredado, solo porque se había negado a prescindir de su verdadero Padre. Luzbel la acarició, y Raquel sintió cómo aquel cuerpo herido se estremecía de dolor.
-Luzbel…por favor…deja que te inyecte el calmante. Te aliviará.
-¡No, Raquel, mi hermano tampoco lo ha tenido!
-¡Luzbel, deja ya de castigarte! ¡Jesús seguro que no lo desea!
-¡Amo a mi hermano, y es la única forma y oportunidad que tengo de estar unido a él! Escúchame atentamente: Ya te he dicho antes que cuando fui hacia mi hermano, su amor me liberó de la energía de la Bestia. Pero al permanecer allí con él, sufrí el mismo castigo. No destruyeron mi cuerpo porque yo me solté a tiempo. Pero mi cuerpo está mal, muy herido, y no quiero que esa energía se apodere de él. Si lo hiciera…volvería a ser invencible. Y sería el fin. Quiero que mi cuerpo sea para mi hermano. Solo un cuerpo como el mío, puede albergar un espíritu tan grande como el de Jesús. Y esa energía me está buscando. Anda inquieta, se siente insegura, y si no vuelvo a ella arremeterá contra todo y contra todos con todo su poder y violencia. Mi hermano tiene que hacerse cargo de este cuerpo, y así poder neutralizarla. ¡Ayúdame, Raquel…!
-¿Pero cómo…?
-Hay una forma de hacerlo. Tiene que haber nueve personas dispuestas a pasar esta prueba, y seguir una técnica que yo explicaría…tendría que hacerse en la playa, junto al mar. ¡Necesito el agua! Pero tiene que ser pronto. Este cuerpo no seguirá funcionando por mucho tiempo y no tengo la fuerza suficiente para renovarlo. Y si la energía me detecta, me hará suyo otra vez, y no podré evitarlo.
-¡Luzbel, yo creo en ti, pero cómo convencer a los demás!
-¡El momento de la Verdad, para todos ha llegado!
-Luzbel, tienen que estar a punto de llegar. ¿Puedes quedarte tu solo en la habitación? ¿Necesitas algo?
-¡No estoy solo…él está conmigo…ve tranquila!
Raquel abandonó la habitación y cerró la puerta. Y cuando bajaba las escaleras hacia el salón, sonó el teléfono. Se apresuró a cogerlo. Era Marga. En aquellos momentos estaban en una gasolinera a las afueras de Tel Avit. Había surgido un imprevisto y volvían a casa. Llegarían en una hora. “¡Dios no…!”
Todavía no había colgado el auricular, cuando el grupo apareció por la puerta del salón. “¿Dios…y ahora que…?” Por un lado regresan éstos antes de lo previsto, y por otro… ¿cómo les explico yo que en mi habitación tengo a Luzbel…? ¡Jesús, mi amor…ayúdame!
-¿Con quien hablabas, Raquel? Preguntó Felipe serio y ensombrecido.
-Con Marga…Chicos, tenemos un problema a la vista. ¡Vienen para aquí! Llegarán en menos de una hora.
-¡Joder…no…! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué regresan tan precipitadamente?
-Juancho ha estado toda la noche con muchos dolores y se siente muy mal. Tico ha tenido pesadillas y ha estado toda la noche llorando. Marga tiene una angustia terrible, y la niña vomita todo lo que bebe. Intuyen algo, aunque no me lo han dicho abiertamente.
-¡Dios…Jesús…hermanooo…! los apartaste de esta pesadilla para que no sufrieran, pero ellos no han querido hacerlo. Estamos más unidos a ti de lo que pensabas. ¡Y ahora se van a encontrar con este pastel! ¿Y cómo se lo decimos a Tico?
-No hay por qué hacerlo, al menos por ahora…Se le dice que se ha marchado con Patricio a hacer un viaje corto. A Daniel y a su hermano sí que habría que decirles lo que ha sucedido.
-Yo me encargo de eso. Ahora mismo pasaré a desayunar con ellos y les diré. Contestó Peter.
-¿Cómo ha ido por allá arriba, muchachos?
-Los hemos incinerado y sus cenizas las hemos dejado caer por el riachuelo. Contestó Felipe a punto de derrumbarse totalmente.
-¡Os he preparado café…está recién hecho! Yo mientras, quiero hablar con Juan. Juan… ¿me acompañas a dar un paseo?
Juan sintió a Raquel nerviosa, inquieta y muy excitada. Vio en sus ojos un brillo muy especial. Sabía que algo importante estaba ocurriendo e instintivamente miró hacia arriba, hacia las habitaciones.
-¡Sí, claro, te acompaño!
Y Raquel fue tremendamente directa. ¡No tenían mucho tiempo! Le contó a Juan todo lo sucedido, y lo que de nuevo tenían entre manos. Juan le escuchó sin parpadear, serio, pero sin soltar la mano de su amiga.
-Juan, no sabía que hacer, ni como enfocárselo a los demás. Y he pensado en ti.
-Raquel, quiero hablar con él. Quiero verle y sentirle…y si lo deseas…yo hablo con los demás luego.
-Sí, Juan, tu estás más preparado. Tú lo expondrás mejor que yo y te comprenderán enseguida. ¡Yo me pondría muy nerviosa!
-¡Te has expresado muy bien conmigo, hermana! Es el corazón el que habla, no somos nosotros. Pero te entiendo, y te ayudaré. Esto es cosa de todos, no solo es tu responsabilidad.
-Juan…antes cuando has entrado por la puerta…me has mirado y me has guiñado un ojo… ¿por qué?
-Ha sido un gesto cariñoso, de apoyo, de compañerismo…una forma de decirte ¡ánimo chavala!
-¡Para mí ha sido más que un gesto, Juan…¡Ha sido una señal del Cielo…el guiño de nuestro Padre! ¡Estamos en el buen camino, Juan!
Y Pedro apareció y gritó desde la puerta…
-¿Chicos…vosotros dos también vais a tomar café?
-Sí, Pedro…ahora vamos…
-Raquel, ve tu…yo subo ahora mismo a verle. ¿Está en tu habitación dices?
-Sí, es la segunda del pasillo. Yo me voy con ellos.
-Raquel…cuando vengan Juancho y Marga seremos ocho. En el caso de que se decida hacer el plan de Luzbel, faltaría uno. ¿No me dijiste que tenían que ser nueve?
-No había pensado en ello, Juan. Podemos contar con Daniel, aunque él no comprenda nada, haría cualquier cosa por Jesús.
-Esto lo dejo en tus manos. Intuyo que lo tienes que hacer tu. ¡Y lo harás bien, hermana!
-¡Me encanta que confíes tanto en mí, Juan!
-¡Es que el Jefe está contigo…cualquiera le lleva la contraria…jajaja!
-¡Juan, eres un payaso maravilloso…te quiero mogollón!
-Sí, hermana…somos payasos de la Vida, unos locos del amor. Somos como niños que llevan en sus manos cosas muy valiosas, y sin embargo jugamos con ellas, y como los niños, podemos poner la casa patas arriba. ¿Te has parado a pensar, hermana, que podemos poner del revés a todo este Universo en una sola jugada?
-¡Si, claro, pero cuando los “mayores” vuelvan a ordenarlo, verán con sorpresa y agrado que muchas cosas que tenían almacenadas por falta de tiempo, tienen que ser reorganizadas y puestas en su sitio, y cuando consigan ponerlo todo en orden de nuevo, se darán cuenta de que la casa ha quedado mucho más bonita. Tengo mucha experiencia en esto. De pequeñita, he obligado a mis padres a cambiar la casa cientos de veces. No les daba mucho tiempo para que almacenaran cosas en la trastienda. ¡Y como es arriba…es abajo…y al revés…! Dios…Juan…en estos momentos te comería a besos…Cuando has sonreído…eras calcado a Jesús. Y Raquel se echó sobre su hombro y unas lágrimas se escaparon por sus ojos…
-Ahora todos somos él, hermana, no lo olvides. Yo también le estoy sintiendo a través de ti, de tus ojos, de tu forma de hablar…
-¡Juan, ve con él…no tenemos mucho tiempo! Ya seguiremos luego.
-¿Habéis dejado un poco de café para mí?
-Sí, he puesto otra cafetera. Respondió Felipe.
-¿Qué tal está Josefa? Preguntó Raquel a su amigo intentando sacarle de aquel bajo estado de ánimo.
-¡Tan loca como siempre…pero está muy guapa!
-¿Le dijiste a qué venías?
-¿Cómo le voy a decir…? Puede que mucho más adelante…pero no se…
-Te advierto que es más bruja que yo. Tiene muchísima experiencia, y su escoba es mucho más vieja que la mía.
-¡Pues lo tengo claro…!
-¡Pero es una mujer maravillosa! ¡Un diamante en bruto!
-¿Y por qué me vendrán a mí las mujeres sin pulir?
-¡Puede que tu seas el joyero adecuado para ese diamante, hermano! Y Felipe sonrió. Y Raquel resucitó viendo esa sonrisa en su querido amigo.
-¿Dónde está Juan, Raquel? ¿No estabais juntos?
-Si, Pedro, pero se ha retirado a mi habitación. Necesitaba estar a solas. Más tarde intentaré haceros a vosotros sitio en el ático.
-No te preocupes por nosotros, hija, Juan y yo…en cualquier sitio estamos bien.
-Raquel…te siento rara… ¿Nos hemos perdido algo? ¿No nos tienes que decir nada? Preguntó Peter que desde que entró en la casa no había dejado de observarla…
-Sí…Peter tiene razón…Y además inquieta y nerviosa… ¿Pasa algo?
-Estoy intranquila porque Juancho y familia están a punto de llegar, y hay que volverlo a revivir otra vez.
-Si prefieres que lo haga yo, no me importa. Se supone que soy el más indicado para decir este tipo de cosas…
-¡Tu solo, no, Felipe, lo haremos entre todos! Además…ellos nos necesitarán. Será un golpe muy duro…y hablando de ellos… ¡ya están aquí!
-¡Jesús…ayúdanos…por tu Padre, ayúdanos! Exclamó Felipe nervioso…
-Bienvenidos, muchachos… ¡Pero tíos…de dónde salís…si parece que regresáis de una guerra…!
-¡Felipe…! ¿Y tú que haces aquí? ¿Tan pronto nos has echado de menos?
-¡Que alegría, hermanito…! ¿Pero has venido solo…o Josefa te ha acompañado?
-¡No, Marga, no…no ha venido! Ya sabes que en según que cosas, no me gusta precipitarme… Juancho…¿cómo estás, colega? ¡Vaya cara que traes..! ¿Tan mal te trata Marga?
-¡Vaya nochecita…! ¡Espero que vosotros la hayáis pasado mejor!
-¡Hola, pequeñajo! ¿Cómo te va esa vida? ¡Choca esa mano!
-Felipe, yo ya no soy pequeñajo…ya soy mayor…tengo ocho añosssssssssssss!
-Te he traído de Madrid un regalo muy bonito, pero no solo para ti… sino para que lo compartas con Sacha.
-¿Sí…..? ¡Que bien….! ¿Y cuando nos lo vas a dar?
-Más tarde, y como vamos a necesitar pilas, y aquí no tenemos, ¿qué te parece si pasas con Pedro a buscar a Sacha y vais los tres a comprarlas a la tienda de Ismael?
-¡Joooooooo, pero es que hay que andar mucho…y estoy cansado!
-¡El que algo quiere…!
-¿Pero ya sabe Pedro que hay que andar mucho? ¡Como es tan mayor!
-¡Caramba, con el muchacho…! ¡Pequeño…soy ya viejo…pero tengo correa para rato!
-¡Pues vale…vamos a comprar las pilas! ¿Y Jesús dónde está? Y a Felipe se le encogió el alma.
-Nos ha dejado plantados. Yo vengo de propio a verle, y él se me larga con Patricio.
-¿Pero a dónde han ido?
-De viaje… ¡espero que regresen antes de que me vaya yo!
-¿Y Juan…no ha venido con Pedro como la otra vez?
-Sí, si que está…pero ha venido cansado y está dormido en la habitación de Raquel.
-¡Anda…, pues tengo que entrar…porque también es mi habitación y tengo allí los zapatos! Estos me están haciendo daño.
-Espera Tico…ya subo yo. No quiero que despiertes a Juan. ¿Te bajo algo más?
-¡No, nada más!
Raquel subió deprisa las escaleras. Abrió la puerta y la volvió a cerrar con rapidez, quedándose apoyada de espaldas en ella. Y respiró hondo. Allí seguían los dos. Juan, sentado sobre la cama, tenía cogida la mano de Luzbel. Este estaba sereno, pero muy demacrado, y Juan sonreía y lloraba a la vez. Los dos volvieron su rostro hacia ella.
-¡Están todos abajo! Vengo a por unos zapatos para Tico. Pedro lo va a alejar de casa. ¿Cómo estás…? Pregunto a Luzbel acariciándole el rostro.
-¡Sintiendo…sintiendo y amando a mi hermano…!
-Raquel, está muy mal. Hay que darse prisa.
Y la sonrisa y la mirada de Juan le revelo el sentir y la disposición que tenía.
-Cuando Tico haya salido, bajaré yo a hablar con todos.
-¡De acuerdo!
Y Raquel bajó al salón con los zapatos en la mano, se los puso a Tico y con un buen bocata de tortilla, le despidió desde la puerta. Se iba con Pedro a casa de Daniel a buscar a Sacha. Y su corazón descansó.
Enseguida apareció Juan. Saludó a todos y tuvo en sus brazos a la pequeña Salem, que después de la mala noche que había pasado, dormía tranquila y profundamente.
-¿A qué es muy bonita, Juan…? Preguntó Marga encantada
-¡Es preciosa… se parece a ti…pero me da que se está despertando…!
-Subo a mi habitación y la dejo sobre la cama. Necesita dormir más, y aquí con todos, no va a poder hacerlo.
-¿Y tu, Peter…no tenías que hablar con Daniel y su hermano? Te estarán esperando.
-¡Sí, Juan…ahora mismo me iba!
-Juancho… ¿te apetece una infusión? Preguntó Raquel
-Pues sí, hermana…me sentará bien…sigo mal con el estómago.
-Ya se lo preparo yo, Raquel… ¿No tenías algo urgente que hacer?
-¡Ah si…Juan…joer… se me había olvidado! Dentro de un ratito vengo, chicos… ¡Hasta luego!
Y Raquel salió de la casa. Juan y Felipe iban a encargarse de darles la noticia, y después… ¡el remate final! ¡Ay Jesús…y de donde saco yo ahora al que falta…! Daniel es el más íntimo, pero no se…no se…
Raquel quiso hacer un poco de tiempo para que Peter pudiese hablar con él. Cogió el camino hacia la playa y recordó maravillosos momentos. Y su vientre y su corazón se movieron. Ella los acarició y abrazó, y volvió a sentir correr la lava de su volcán por sus venas. Nunca antes se había sentido mujer. Desde niña había sido muy masculina a pesar de su apariencia inequívocamente femenina. Nunca experimentó el instinto de la maternidad, y tampoco se enamoró de ningún hombre como lo hacían las chicas de su edad. Tenía un gran amor en su corazón, y para ella no existía nadie más. Nunca había entendido el por qué había nacido mujer. Ahora sí que lo sabía. Tenía que experimentar en su cuerpo, en su alma, en su vientre y en su sangre el amor que durante tanto tiempo había encerrado en su Corazón. ¡Qué hermoso es ser mujer! ¡Qué plenitud poder entregarse como mujer!
Se dejó acariciar por la brisa marina, y su mente esta vez le invitó a recrearse en momentos felices y dichosos en ese mismo lugar. Pero el tiempo pasaba, y tenía que volver.
De vuelta a casa, quiso pararse en la pequeña fuente. Tenía sed. Cuando llegó vio que Marcos, el hijo de Ezequiel y sobrino de Daniel, estaba lavándose las manos. Fue por detrás y le saludó.
-¡Hola, Marcos! Y el hombre, asustado, retiró sus manos del grifo.
-¡Ah…eres tu, Raquel…que susto me has dado!
-Si lo llego a saber…no te digo nada. ¿Qué te pasa Marcos? ¿Por qué lloras?
-Se lo de Jesús. Estaba en casa de mi tío cuando Peter llegó, y me sentí muy mal…y tuve que venir aquí sin que me vieran a lavarme las manos.
-¿No podías lavártelas en casa?
-¡No…! Me tienen vigilado. Dicen que es una manía absurda que acabará por ponerme enfermo. ¡Y yo necesitaba lavármelas!
-¿Y que manía es esa?
-La tengo desde niño. Tengo que estar constantemente lavándomelas con agua muy fría. Me arden como fuego, y aunque están limpias…yo me las siento sucias.
-¿Y nunca has pedido ayuda profesional?
-¿Te refieres a un médico?
-¡Sí…a un psicólogo…por ejemplo!
-Se lo dije a Jesús, y me dijo que no me preocupara…que entre los dos lo arreglaríamos…pero ya no va a poder ser…
Y aquel hombre se derrumbó. Se apoyó sobre la fuente y se abandonó al llanto. La mente de Raquel empezó a funcionar, y su corazón a moverse vertiginosamente. Recordó lo que Jesús le dijo sobre Poncio Pilatos a propósito del desprecio que ella siempre había sentido hacia ese personaje al que conoció 20 siglos atrás: que era un gran amigo suyo, que era judío, y que se iba a pringar hasta los pelos en aquella aventura. Y que ella se iba a encontrar…¡Dios mío…eres tu!
-¿Qué soy yo quien…?
-No, nada, Marcos…nada…Es que yo últimamente estoy en otra onda.
-Me imagino que vosotros, sus amigos, lo estaréis pasando muy mal.
-No solo nosotros, Marcos, sino todos aquellos que le queríamos. Además, también han matado a otro amigo nuestro, Patricio.
-¡Si, ya lo se! Trabajamos juntos en el nuevo dispensario que Peter realizó. ¡Era un buen muchacho!
-Marcos… ¿tu que serías capaz de hacer por Jesús?
-¡Cualquier cosa…pero ahora ya…que puedo hacer por él!
-Olvídate por un momento de que Jesús ya no está entre nosotros. Si el te necesitara… ¿qué estarías dispuesto a arriesgar por ayudarle?
-¡Lo que hiciera falta! ¡Quería a ese hombre! ¡Le quería de verdad! ¡Era mi amigo!
-¿Incluso la vida? ¿Arriesgarías tu vida por él?
-No solo la arriesgaría… ¡Se la daría ahora mismo!
-Marcos, escúchame atentamente. Es muy importante lo que te voy a decir, pero no intentes razonarlo con tu cabeza, porque sería imposible. Escúchame con el corazón. Siente…pero no razones.
-Se lo que me quieres decir…Jesús me enseñó.
-Marcos, Jesús está muerto. Yo misma he visto el cuerpo destrozado. Lo hemos incinerado. Pero aún así…puede vivir de nuevo. Escondido en nuestra casa, hay un hombre idéntico a él. Es su hermano, y está muy mal herido, pues al igual que a Jesús y Patricio, también le castigaron brutalmente. Pero él se salvó. Y antes de morir, quiere que su cuerpo sea para Jesús, y él sabe la forma de hacerlo. Pensé en un principio en pedírselo a tu tío Daniel, pero es un hombre muy conservador con sus creencias y podría haber malinterpretado esto que te estoy diciendo como algo diabólico. Es un buen hombre, y amaba a Jesús, pero hay cosas que…
-¡Devolver la vida a un muerto! ¡Eso solo lo puedo hacer Dios!
-¡Solo Dios, Marcos…te doy toda la razón! Aunque para nosotros Dios y el Amor, son el mismo. ¡Y una cosa así, sin AMOR, no puede hacerse!
-¿Pero cómo puede resucitarse a un muerto…?
-No me preguntes, Marcos, porque yo tampoco lo sé. Ninguno de nosotros lo sabemos. Solo confiamos en Dios. Sabemos o sabremos la forma de hacerlo, queremos hacerlo a pesar del riesgo porque le amamos. Dios, el AMOR, medirá nuestra capacidad de entrega y de amor, y depende del resultado el que nos devuelva a Jesús vivo y más radiante que nunca. Lo único que se es que se necesitan nueve personas. Y solo estamos ocho. Falta uno.
-¡Pues ese uno soy yo! ¡Quiero hacerlo!
-¿Marcos…estás seguro?
-Como tú muy bien me has advertido, no intento razonar. No quiero hacerlo, porque seguro que saldría corriendo de aquí. Pero mi corazón sabe que sois buena gente, como Jesús. Y si Dios no está con vosotros…no está en ninguna parte. ¿Qué tengo que hacer?
-¡Pues venir con nosotros!
-¿Pues a qué esperamos?
-¡Marcos…bendito seas!
-¡Bendito…solo es Dios, Raquel! Pero dime… ¿realmente es muy arriesgado? ¿Podemos perder la vida? Solo lo pregunto por saberlo…por prepararme…nada más.
-¿Tienes miedo?
-¡Un poco sí! Pero a vuestro lado…lo superaré.
-Marcos…veas lo que veas…que pueden ser cosas mucho más alucinantes todavía que las que vieron tus antepasados con Moisés, no razones. Las ves, las sientes, las disfrutas o las sufres, pero míralas con el corazón, porque si lo haces con los ojos de la mente podrías volverte loco. Y que conste, que ninguno de nosotros lo sabemos, pero intuimos algo. ¡Confía…confía siempre en el AMOR, en DIOS! ¡Pase lo que pase! ¡Porque vamos a ir a por todas, Marcos!
-¡Así lo haré, Raquel!
-Marcos, todo saldrá bien. Y te aseguro que será el mismo Jesús el que te explique todo, y también el que te diga el por qué esa lucha tuya con las manos, y será muy hermoso…porque sabrás y comprenderás muchas cosas.
-Entonces… ¿vamos ya?
-Sí, Marcos, vamos para casa. Puede que te encuentres con un ambiente un poco desangelado. Unos amigos nuestros que no sabían lo de Jesús, a estas horas ya lo conocerán. Y también sabrán todo lo que te he estado diciendo a ti, y puede que cuando vayamos, todavía estén decidiendo que hacer.
-¿No hay mucho que decidir, no…? ¡Si queremos que Jesús viva, hay que hacerlo!
-¡Tienes mucha razón, Marcos…veo que eres tan temperamental e impulsivo como yo! ¡Vamos allá!
Cuando Marcos y Raquel entraron en casa, estaban todos reunidos en el salón. Ella llevaba ya hora y media fuera de casa, y en ese tiempo había pasado de todo. Todos se le quedaron mirando con un interrogante en sus rostros y extrañados ante la presencia de Marcos. Luzbel estaba tendido en el sofá. Lo habían bajado de la habitación. Estaba ya muy mal, y querían que fuera testigo de la decisión que iba a tomarse. Raquel se dirigió al grupo con voz fuerte y grave y les confirmó que su acompañante era el número nueve. Y fue derecha hacia Luzbel. Tenía mucha fiebre, y los dolores, a la vista de los espasmos que le sacudían, debían ser terribles.
El, con voz jadeante y cubierto de sudor rojizo, hacía lo posible por incorporarse.
-Raquel… ¡se acerca! Ya sabe que estoy aquí. ¡Decidid pronto! ¡Me estoy apagando!
-¿Y qué pasará contigo después? Cuando Jesús haya cogido tu cuerpo, ¿dónde irás tú? ¿Qué será de ti?
-¡Eso no importa, Raquel! ¡Es mi cuerpo lo que necesita Jesús!
-¡Sí que me importa! ¿Qué pasará contigo?
-¡Ella me absorberá! ¡Le pertenezco…pero sin mi cuerpo ya no podrá recuperar su poder! ¡Moriré con mi creación!
-¡No…no lo quiero! ¡Y Jesús tampoco! El no vino aquí para recuperarte y perderte después. El quiere que trabajes con él, que le ayudes contra ese monstruo de ignorancia y de temor que va sembrando la muerte. ¡Luzbel, vive, por favor!
-¡Sin mi cuerpo no puedo hacerlo! Podría fundirme con mi hermano, pero tengo, quiero permanecer aquí, quiero reparar el daño que he causado. Soy el único que conoce esa fuerza, y el único que puede combatirla.
-Pero sin tu cuerpo físico tampoco podrás hacerlo. Y ese monstruo te destruirá…
-¡Pero lo habré intentado! Cuando Jesús recobre su poder, marchad con él también. Vosotros ya no pertenecéis a este mundo, y todos los que han vencido a esa fuerza, marcharán también. ¡Ayudadme, amigos… a entregarle a mi hermano lo único que del Amor hay en mí, este cuerpo malherido y agonizante que requiere de un espíritu y de un corazón como los de él!
-Luzbel, hay una posibilidad. Nosotros tenemos cuerpos fuertes, y te amamos. ¡Vive en nosotros!, hazlo a través nuestro. Nosotros potenciaremos tu fuerza y tu poder, y también tu amor. Seremos tus instrumentos. Te guardaremos en nuestro Corazón como osos, leones y serpientes, si es necesario. Además, Jesús, tampoco se iría si tú quedaras a merced de esa Bestia. ¡Lo se, Luzbel! Ha venido a por su hermano, y no se irá sin ti.
-¡El no puede quedarse aquí! Con un cuerpo, y fuera de esta dimensión, podrá ayudar mucho más a esta humanidad. Y si hiciera lo que me propones, os condenaría a permanecer en este planeta siglos y hasta eones. El mismo tiempo que he invertido en crearla, lo necesitaría para depurarla.
-No te preocupes, Luzbel…nosotros somos muy buenos…y acortaríamos el tiempo…Un día viniste a visitarme y me ofreciste un vaso con sangre, y yo lo rechacé y te lo arrojé encima… ¿te acuerdas?
-Sí, me acuerdo…respondió sonriendo.
-¡Yo ahora te ofrezco a ti esa copa llena de sangre, de vida! ¡Acéptala, no me la rechaces! ¡No sería ninguna condena para nosotros! Simplemente estaríamos ayudando a nuestro hermano a reparar la casa. Somos pequeños, Luzbel, pero somos muchos…y creceremos…y además…fuera de casa tendremos a un hermano, con mucha locura, ingenio y poder, fuerza y corazón, y que su especialidad son los apagones. ¡El es nuestro aliado! ¡Pongamos la casa patas arriba, Luzbel…que el Universo entero tenga que ponerse a hacer reformas! ¡Vamos a por todas! ¡Que por fin los dos triángulos se fundan! ¡Que el Cielo y la Tierra se unan para siempre!
-Raquel, se que tú estás dispuesta, pero los demás también son importantes. ¡Beberé de esa copa de vida que me ofrecéis, si es compartida por todos!
Todos estaban allí escuchando y sintiendo. Les miró Raquel uno a uno, buscando una respuesta. Cuando sus ojos se posaron en los de Marcos, se emocionó. El joven, con lágrimas en sus ojos, y de rodillas, había levantado la mano. No podía hablar, pero su gesto lo decía todo. ¡El estaba dispuesto! “Dios mío…Jesús…qué ironía…el hombre que el mundo condenó por su cobardía a defenderte, que no ha disfrutado de tu amor como nosotros, ofrece su vida para devolvértela a ti ahora, y se condena a un destierro por un hombre que no conoce, pero que sabe que es tu hermano, y que le amas…¿qué es esto…amor, locura, valor…? ¿Qué ha transformado tanto a este hombre?”
La voz de Felipe la sacó de sus pensamientos.
-Amigos, es hora de que tomemos nuestra decisión. Y seré yo el primero. Creo en ti, Luzbel, en tu sinceridad y en tu entrega. Puedes disponer de mí para hacerle a Jesús la entrega de ese cuerpo. Y en cuanto a ti…Yo tuve una segunda oportunidad, y ahora yo te la doy a ti. Me comprometí con Jesús a ser el despertador de consciencias por un tiempo ilimitado; si puedo estar acompañado por otro amigo… ¡mejor que mejor! ¡Te digo lo mismo que le dije a él…es vuestro problema…yo estoy dispuesto…y si os atrevéis a compartir esqueleto conmigo…pues adelante…! Y tú, Raquel…bueno, no hace falta que digas nada. Ya lo hemos escuchado todos… ¿Tu Pedro…qué dices…?
-¡Que apuesto por Jesús, apuesto por ti, Luzbel, apuesto por nosotros y apuesto por la Vida! ¡Aquí hay mucho amor y estoy en mi casa, y permaneceré en ella todo el tiempo que haga falta!
-¡Muy bien…! ¿Y tú, Juan…? ¿Qué dices?
-¡Que el Cielo y la tierra se unan también en mí!
-¡Perfecto…! ¿Y vosotros…Juancho y Marga?
-Teníamos nuestras dudas, pero por miedo. Si nos pasara algo…nuestra hija quedaría sola, pero estamos de acuerdo con vosotros…Nosotros en la ofrenda de Jesús entregamos nuestras vidas para luchar por las nuevas generaciones. Y como símbolo ofrecimos también a Salem. Queremos hacerlo por Jesús y por ella, y por todos los que han de venir. Queremos que vengan y abran sus ojos a un Paraíso, y no a un infierno. Y si esto fracasa…si perdiéramos la vida en ello, Salem lo comprendería. ¡Al menos lo habríamos intentado! Y si Luzbel va a luchar por lo mismo que nosotros, no nos importa hacer juntos el camino.
-¿Y tu Marga…estás de acuerdo con Juancho?
-¡Sí, Felipe, lo estoy!
-¿Y tu, Peter…que nos cuentas?
Pero Peter fue derecho hacia Luzbel, le cogió de la mano y se la llevó a su corazón.
-Luzbel, hermano, siempre me has caído bien, tío…Te he tenido muy vigilado, pero he confiado en ti. Y soy feliz de saber que mi confianza no era en vano. Jesús decía muchas veces que entre amigos de verdad, la palabra perdón no debería pronunciarse. Debería sustituirse por un sentimiento de esperanza en el corazón por el amigo. Yo no tengo que perdonarte nada, solo he esperado, he creído como Jesús en esta espera, y he aquí el resultado. ¡El amor no te ha derrotado, hermano, te ha ganado para El! ¡Aquí me tienes, y como ha dicho Juan…que en mí se fundan el Cielo y la Tierra!
-Y ya solo faltas tú, Marco…Me imagino que Raquel te habrá puesto al corriente de lo poco que nosotros sabemos, y el hecho de que hayas venido aquí nos habla claramente de tu decisión. Pero después de hacer sentido, escuchado y visto… ¿sigues teniendo la misma respuesta?
-¡Yo solo confío en Dios y creo en el Amor! Como le he dicho antes a Raquel, si Dios no está aquí en vosotros, no está en ningún sitio, y eso es imposible… ¡Así que contad conmigo!
-Muy bien…pues como has podido comprobar, Luzbel, todos te ofrecemos la copa de la vida para que la compartas con nosotros. ¿Qué dices tú?
Luzbel tenía los ojos cerrados. Todo su cuerpo temblaba. Hacía verdaderos esfuerzos por mantenerse consciente. Los abrió y esbozó una tímida sonrisa.
-¡Será un honor para mí vivir en vosotros! ¡Quiero que seáis mis herederos!
-Los herederos solo salen cuando hay un muerto por medio. Y tú no vas a morir, porque te veremos siempre en Jesús, y te sentiremos en nuestro corazón y en nuestra sangre.
-¡Tenéis razón…! Y como dice mi hermano y vuestro amigo: ¡¡Vamos a por todas!! Y ahora, Raquel, si que te acepto esa inyección, pero que no sea calmante, sino algo que me mantenga despierto un poco más. ¡Lo siento por mi hermano, le va a costar levantar este cuerpo de carne! Amigos…en cuanto Raquel termine conmigo, vayamos rápido hacia el mar, a un sitio recogido donde no podamos ser vistos. Juan ya sabe qué hacer. El os dará las instrucciones.
Raquel le inyectó un fuerte reconstituyente. Y entre Felipe y Peter le arroparon bien con una manta y le ayudaron a incorporarse. Se metieron los nueve en el todo terreno y acomodaron entre sus piernas lo mejor posible al herido. Era un corto trayecto, y podría soportarlo. Dejaron el vehículo aparcado entre unos peñascos y empezaron a bajar por una serie de rocas que bordeaban una pequeña cala.
Nadie podría verles a no ser que se subieran, como ellos, por aquellas piedras resbaladizas. Tuvieron que bajar a Luzbel entre cuatro hombres, y aún así, aquel descenso agudizó todavía más los dolores.
-¡Rápido…amigos…Ella está aquí!
Lanzó ese grito desesperado, y el cielo se oscureció. Unos grandes nubarrones negros cubrieron la cala y el horizonte marino. Había mucha tensión en el ambiente. El mar enmudeció y unos amenazantes rayos avanzaban hacia ellos.
Se acercaron hasta la misma orilla, tumbaron a Luzbel en el suelo, le quitaron la poca ropa que llevaba y lo voltearon hacia abajo, y siguiendo las instrucciones de Juan, hicieron lo mismo, tocando con su frente el suelo. Raquel, antes de coger su sitio, se acercó a Luzbel, y con lágrimas en sus ojos besó sus párpados y sus labios. Luzbel abrió sus ojos.
-¡Ya sabéis lo que tenéis que hacer, Raquel…!
-¡Solo quería decirte que te amo con toda mi alma y que me siento muy orgullosa de tenerte como amigo y hermano!
Y Luzbel volvió a cerrar sus ojos.
Se tumbaron boca abajo y en círculo, y unidos entre sí por las manos y los pies. Y cerraron la rueda. Raquel y Peter se pusieron a la izquierda y derecha de Luzbel. Este estaba ya inconsciente. A la señal de Juan, aquélla rueda de energía comenzó. La transmisión de energías también. La tormenta avanzaba. El cielo seguía amenazante. Comenzaron los relámpagos y amenazaban al grupo. Caían muy cerca de ellos. Se podía masticar la electricidad. Un rayo atravesó el cuerpo de Luzbel e intentaba engullirlo, desintegrarlo, pero Raquel y Peter se aferraron a él como el hierro rusiente al agua. De las manos de todos salían chispas, y se hallaron envueltos en una nube eléctrica, pero ninguno se inmutó. Nadie se movió de su sitio, y la transmisión de energías no cesaba.
De repente se abrió el suelo. Una profunda grieta apareció en el centro del círculo y de ella salió una fuerte descarga en forma de rayo de Luz. Era de color azul, fuerte, potente, que atravesó uno a uno a todos los presentes y terminó por introducirse en el cuerpo de… ¿de quien ahora? ¿De Luzbel o de Jesús? La tormenta y la oscuridad desaparecieron a la misma velocidad que como vinieron. El Cielo se volvió azul, lleno de luz y de vida, y al mirar hacia él para contemplar la nueva Luz, vieron cómo del mar salía una gran nave de cristal con reflejos azules y dorados. ¡Era divina…! Comenzó a ascender lentamente, y cuando ya había alcanzado los cien metros por encima de sus cabezas, un potente rayo de Luz Dorada salió del vientre de aquella gran nave, y al igual que el rayo azul que saliera de las entrañas de la Tierra, atravesó el cuerpo de Luzbel, que seguía aparentemente sin vida. Aquel rayo dorado fue el mismo que vio salir de Jesús en la Montaña Sagrada, tres años atrás.
La actividad cesó. La nave seguía sobre ellos, y un ligero movimiento de manos empezó a observarse en aquel cuerpo. Juan se levantó y fue hacia él. Le tocó el pecho, la frente y la cabeza, y tras dejar un beso en el rostro de su amigo, se dirigió a los demás con rostro resplandeciente, radiante y feliz.
-¡Amigos…éste es Jesús! ¡Ya está de nuevo con nosotros!
Uno a uno se fueron levantando del suelo. Les fallaban las piernas, y apenas podían andar. No daban crédito a lo que estaban viendo. ¡Era Jesús! ¡Lo habían conseguido! Todos echaron a llorar. La tensión a la que habían estado sometidos, tenía que salir de alguna forma. Cuando quisieron tocar a Jesús, Juan les advirtió:
-¡Todavía no, amigos…! Necesita que le recompongan un poco. El nos está escuchando, pero no puede hablar ni moverse. Nuestros Hermanos nos están diciendo que tienen que llevárselo para compensar sus energías, y luego volverá a nosotros. ¿Quien de vosotros quiere acompañarle?
Y todos miraron a Raquel.
-¿Tu, Raquel…quieres subir con él?
-Estoy desnuda, Juan… ¿cómo voy a subir así?
-Lo estamos todos…jajaja…además, ¿qué importancia tiene eso?
-Juan…sube tu con él, o Pedro…Vosotros conocéis a los del piso de arriba y yo…me sigo sintiendo extraña entre ellos. Además…necesito estar sola ahora…Jesús…se que me oyes… ¿y lo entiendes, verdad? ¡Te queremos…te queremos mucho…, arréglate rápido y ven a comer un día de éstos con nosotros…!
Y dicho esto, Raquel cogió su ropa del suelo y echó a correr. ¿De qué huía ahora? ¡De sus propios sentimientos! Raquel había notado de nuevo esas vibraciones tan fuertes del principio. Jesús era ya más un dios que un hombre, al que Raquel amaba con toda su alma. Ella no era ninguna diosa. Su corazón amaba como tal, pero no lo era. Era una mujer sencilla, con sus limitaciones humanas. ¿Sería capaz de volver a mirar a Jesús cuando éste se presentara? Peter la siguió. Cuando la alcanzó, se abrazó a ella.
-¡Pitufa…! ¿Por qué no has ido a acompañarle?
-Mi sitio está aquí, Peter. No podía subir a un lugar, que no me corresponde…
-Pero Raquel…ellos son nuestros hermanos…y su casa es nuestra casa…
-Juan es su amigo. Estará bien acompañado. Cuando regresen, habrá tiempo para decirnos todo lo que sentimos.
-¿Y qué sientes ahora, Raquel?
-¡Siento que le he perdido!
-¿Pero cómo puedes decir eso ahora?
-Peter, él ya no es como nosotros. Ha vuelto a su verdadera esencia, el Cristo…y a esos niveles…ya no alcanzo nada bien…
-Raquel, mi amor…él seguirá siendo el mismo siempre…siempre…Ahora notarás sin duda ese vacío tan grande que te ha dejado como hombre. Tú sigues sintiendo como mujer, y sigues enamorada de él. Jesús me aleccionó sobre este momento. Sabía perfectamente lo que pasaría por tu corazón y por tu mente. Quiero ocupar su lugar, Raquel. El te seguirá amando con el espíritu, y yo con mi personita y mis sentimientos, y mi corazón…y mi amor, que aunque no sea tan sublime y pleno como el de él, es todo tuyo…¡¡Te amo, Raquel!!
-¡Peter…no eres ningún suplente…! ¡¡YO TE AMO A TI!! ¿Cuando lo vas a entender?
-Raquel, yo también estoy enamorado de él. Cuando estoy contigo, siento sus vibraciones, su presencia. Y a ti te pasa lo mismo, solo que tú rechazas esa comparación porque la crees odiosa. ¡Y no es así! Jesús unió nuestras vidas y estamos fundidos a él para siempre. Formamos con él un mismo espíritu, un solo corazón. Siempre que estemos juntos, él estará presente. ¡Yo le veo a él en ti, y tú le sientes a él en mí…¡ ¡Y es maravilloso! Mira…mira, Raquel…cómo se lo llevan… ¡cuanta Luz…qué precioso espectáculo…!
La nave se elevaba poco a poco, y cuando alcanzó varios cientos de metros por encima de ellos, se disipó. Pero Pedro salió al paso y les tranquilizó.
-¡Hijos, tened calma! ¡Ellos están ahí, solo que han apagado las luces! Volvamos a casa y esperemos a que el Maestro vuelva. ¡Hay que preparar un buen banquete, si señor! ¡Qué orgulloso me siento de vosotros, hijos…! ¡Le habéis dado a mi ya olvidada condición de hombre, una buena lección, y no solo a mí…sino también a los del piso de arriba!
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