LA BUSQUEDA
Capitulo- 1 ( Escrito XIV)
La sabiduría de las plantas
Al cabo de unos meses, mi inquietud por develar cuál era el camino correcto hizo que, nuevamente, diera un paso más allá de mis límites.
El contacto con un chamán me permitió experimentar con plantas maestras, como la Ayahuasca y el San Pedro.
Tuve miedo de hacerlo. Implicaba abrir una nueva puerta hacia lo desconocido, con todo el riesgo que ello representaba.
Busqué primero muchísima información.
Debía superar mis temores racionales. Las cosas buenas que se decían en Internet sobre esas plantas, se minimizaban en mi cabeza cuando leía los oscuros testimonios de quienes decían haber atravesado verdaderos infiernos, donde experimentaron dolores insoportables, persecuciones de monstruos o transformaciones físicas que los hacían verse como insectos.
Una de las páginas electrónicas subrayaba que las plantas maestras facilitaban el acceso a un estado de conciencia ampliada o iluminada, que permitía sentir y vivir a Dios dentro de uno mismo, al tiempo que todas las preguntas eran respondidas.
Al igual que me había sucedido antes de desembocar en el terreno de las canalizaciones, reconocí que si seguía leyendo testimonios y buscando información, lo único que conseguiría serían conocimientos intelectuales prestados.
“La sabiduría de la planta es posible que te conduzca a tu cielo, pero también a tu infierno”, me explicó el chamán, aunque hizo la salvedad de que cada experiencia era única. Necesitaba saber.
No me bastaba con conocer. La información no me brindaba certezas. Sólo las vivencias podrían hacerlo. Ese razonamiento me condujo a superar temporariamente mis temores y me permitió participar de una ceremonia chamánica.
Decidí que valía la pena arriesgarme para descubrir la divinidad que habitaba en mi interior, por más que el costo incluyera pasar por mi propio infierno. Los requisitos previos para limpiar el cuerpo fueron tres días de alimentación sana, preferentemente con vegetales y frutas. Nada de sexo por ese mismo período y evitar, al máximo, el consumo de azúcares y leche.
La ceremonia se realizó en una casa en las afueras de Capital Federal. Las fotografías, dibujos, imágenes y artesanías que adornaban la sala principal, brindaban un marco especial, que invocaba el respeto por la Madre Tierra. Contrariamente a lo que supuse, me encontré con personas comunes.
Mi fantasía me hizo suponer que a esa clase de encuentros sólo acudirían adictos a las drogas y a las emociones fuertes. Por eso, encontrarme con dos señoras que estaban vestidas como si fuesen catequistas me permitió bromear, para liberar la tensión: “¿Ustedes no serán extras para que yo no sienta tanto miedo, no?”. Las mujeres sonrieron y me explicaron que ellas estaban, al igual que yo, tratando de profundizar en el camino interior para lograr conocerse. A las diez de la noche, a las quince personas que estábamos allí reunidas se nos hizo pasar a una sala contigua, donde comenzaría la ceremonia.
La luz muy tenue, así como los almohadones, las colchonetas y las mantas en el suelo, indicaban que lo principal era tratar de relajarse. El chamán, que tenía la responsabilidad de que pudiésemos atravesar la experiencia de la mejor manera posible, nos recomendó que no ofreciéramos resistencia y que tratáramos de fluir con la sabiduría de la planta. También nos deseó a todos una “buena muerte”.
Uno a uno fuimos pasando a beber Ayahuasca, mientras repetíamos: “salud con todos”. Sabía que su sabor era feo.
Mi lengua se encargó de ratificarlo. Nos fuimos ubicando cómodamente en las colchonetas, tras consumir el brebaje que los indios de la Cuenca del Amazonas consideran “medicina”. Ellos la utilizan, entre otras cosas, como medio para diagnosticar enfermedades y también para prevenir a sus pueblos de desastres inminentes.
Minutos más tarde, la mujer del chamán, que también lideraba la ceremonia, nos puso esencias florales en las manos y sopló por sobre nuestras cabezas para limpiarnos.
En cuestión de segundos, sentí un fuerte ardor a la altura del tercer ojo. Cuando quise darme cuenta estaba experimentando una alegría indescriptible. Me encontraba en medio de un carnaval de colores súper intensos y de indescriptibles belleza, jugando con dragones diminutos. Todo era éxtasis. Las formas cambiaban de manera mágica. Las transformaciones eran rítmicas. Nunca me había divertido tanto. No paraba de reírme. Tanta risa me hizo ahogar y cuando me incliné para toser, el multicolorido espectáculo comenzó a marchitarse. Abrí los ojos. Quise vomitar. Tomé la bolsa de plástico que nos habían dado por si eso sucedía. Cuando la acerqué hasta mi cara, la bolsa se transformó en la boca de una víbora. Me aterré. Pensé que me estaba volviendo loco. Sentía que mi mente se partía. Quería irme. Me desesperó no entender lo que pasaba. Como pude, me levanté. No me importaba nada. Sólo quería escapar de esa sensación de pérdida de la realidad. Ya no era consciente de que había gente al lado mío. Estaba dentro de otro mundo. Me tiré al piso y me bajé los pantalones hasta los tobillos. Quería evacuar mis intestinos. Cuando reaccioné que estaba desnudo, me cubrí y me puse de pie, pero el calvario seguía. Me desesperé todavía más. “¿Qué estás haciendo?” me dijo el chamán, mientras me tomaba de un brazo y me tiraba humo sobre el rostro, para evitar que siguiera golpeándome la cabeza contra la pared.
No me animaba a mirar su cara. Tenía pánico de que pudiera transformarse. Sentí una furia tremenda en mi interior, como si fuese el hijo de una bestia. Escuché sonidos aterradores y me di cuenta de que era portador de un inmenso poder, capaz de causar daño. Lentamente comenzó a filtrarse en mis oídos una dulce voz de fondo, acompañada por un tambor, que me fue sacando de las profundidades. Conectar con la letra de la canción me elevó. También me ayudó a salir del infierno la firme mano del chamán sobre mi pecho, así como el humo del tabaco que me hacía inhalar. Recién en ese momento pude coordinar para abrir la puerta de la sala y dirigirme al baño.
Pasar de golpe a una habitación iluminada, donde había gente, también fue impactante. Veía todo distorsionado. No podía focalizar. Me hablaban, pero no entendía.
El sonido se deformaba. Era como si estuviesen acelerando la cinta de audio y video. Como pude, llegué al baño. Me sentí aliviado. No quería regresar a la ceremonia. Había conocido mi propio infierno y no quería saber más nada. Me quedé a oscuras sentado en una silla. Un rato más tarde, supuse que debía animarme a regresar a la sala porque lo peor había pasado Entré y volví a ubicarme en mi colchoneta.
El chamán me preguntó como estaba y me dijo que tratara de relajarme y de conectar con lo mejor de mí. Le expliqué que no podía sentir, que estaba bloqueado. Respondió que no me preocupara y que cerrara los ojos. Sus palabras me guiaron hacia adentro. Nuevamente pude ver como si estuviese con los ojos abiertos. Mi corazón se abrió de par en par y un río, color azul puro, inundó todo mi ser. Me sentí pleno. Completo.
Era la primera vez que me sentía lleno de amor y con una profunda paz interior. Estaba en el otro extremo, mi propio cielo. Podía abrir los ojos y seguir experimentando esa indescriptible sensación de plenitud y amor hacia toda la existencia.
Me puse a cantar. El estado ampliado de consciencia permitía que conectara fácilmente con las letras de las canciones y me hacía vibrar.
Una de las canciones que más recuerdo comenzaba diciendo: “Abro mi corazón, abro mi sentimiento, abro mi entendimiento, dejo a un lado la razón y dejo brillar el sol escondido en mi interior…”. Di gracias a Dios por ese momento tan especial y maravilloso. Todo era perfecto. Hasta las situaciones difíciles que momentos antes había vivido, porque revelaron mi otra mitad.
La mujer del chamán se acercó y me dijo si quería tomar.
Le dije que sí, pensado que me daría esencias florales. Cuando tragué me di cuenta que había ingerido nuevamente Ayahuasca. Me asusté mucho. Supuse que nuevamente caería en mi infierno, pero nada de eso ocurrió. Solamente seguí experimentando amor y gratitud a raudales. Caminé hasta el lugar de la sala en donde me había descontrolado y me senté. Ese lugar representaba mi lado oscuro. Sentí que se borraban mis divisiones internas y que había sanado, al ser capaz de afrontar los miedos. Siempre me costó meditar, porque no era fácil acallar mi mente, pero esa madrugada fue todo diferente. Cerré los ojos y me dejé abrazar por la quietud. Poco a poco, fui vivenciando escenas de vidas pasadas y mis respuestas eran respondidas. Lo extraño era que las respuestas surgían sin que las pudiera controlar de manera consciente. Era como si un maestro interior fuese el que me las estaba brindando. Sólo a modo de ejemplo, puedo decir que reviví parte de mi vida como monje. Fueron siete horas fuera de serie. Nunca hubiese podido imaginar que era posible vivir una experiencia tan impactante y movilizadora.
Sé que estas palabras no alcanzan para describir ni siquiera el cinco por ciento de todo lo que viví esa madrugada, porque al retornar al estado ordinario de conciencia uno sabe que aprendió muchísimo más de lo que es capaz de rememorar.
A medida que el sol se fue asomando, cada uno regresó de su viaje interior. Unos meses más tarde, con la finalidad de seguir trabajando en el camino de apertura espiritual y
autodescubrimiento, volvía a repetir la experiencia con Ayahuasca y por último con San Pedro.
De ese modo di también por concluida mi experiencia con las plantas sagradas del Perú. Soy consciente de que las plantas maestras me sacaron del sótano en el que estaba y me llevaron de un tirón hasta la terraza, para que todo mi ser sea testigo de que existen otros horizontes, más allá de mis limitaciones. La tarea consistía, ahora, en subir escalón por escalón. Sin ningún tipo de ayuda.
No existe un único camino.
Si en este momento tu mente está muy ocupada en determinar con qué parte de esta narración concuerda y con cuál no, perdés tu valioso tiempo. No derroches tu energía. Tené presente que al comienzo del libro quedamos en que estabas jugando a leer.
En el mágico juego de la vida, está búsqueda es tan válida como cualquier otra, porque no existe un único camino. Los hay tantos como personas. Estos pasos fueron valederos para mí, y eso es lo que cuenta. No pretendo que vayas a Capilla del Monte, que le reces a la Virgen de San Nicolás, ni tampoco que salgas a buscar canalizadores para vivir experiencias similares. Te revelé parte de mi historia para que no te sientas como un desquiciado con las cosas que pueden estar pasándote, y también para que tomes conciencia de que hay patrones comunes que se repiten a poco de aventurarse en la búsqueda. La descripción de estos hechos tuvo el firme propósito de mostrarte que, al igual que vos, otras personas también están atravesando situaciones de aprendizaje que las impulsan, entre otras cosas, a superar los miedos, a escuchar la voz interior, a dejar fluir las emociones, a volverse más espirituales, a relacionarse con la naturaleza y a tratar de hacer realidad el sueño de ayudar a construir un mundo más humano. Aunque se te rían en la cara e intenten desacreditarte, no claudiques en tu búsqueda. Ofrecé, siempre, lo mejor de vos, sin importar por dónde te conduzca tu propio camino de evolución personal. Nunca olvides que todos los senderos son absolutamente válidos. Recorré el tuyo como mejor puedas, sin temor al qué dirán.
Consideraciones sobre “La Búsqueda”
Para que puedas conocer cómo siguieron desarrollándose algunos de los hechos que narré en este capítulo inicial, quiero hacer algunas consideraciones.
En primer lugar, quiero destacar que, a la fecha de publicación de este libro, aún no se encontró la imagen robada de la Virgen Nuestra Señora de la Merced, de la antigua iglesia jesuita de Villa Giardino (Córdoba).
Por su parte, Irma, la guardiana del lugar, falleció a principios del 2007, sin ver cumplido su sueño de recobrar la imagen.
Con respecto a la revelación que en Semana Santa del 2004 me hizo Aguila Blanca, donde destacaba que en “siete meses, siete días y siete horas” un hecho importante modificaría mi vida, coincidió con el encuentro con Emilio, el chamán de Uspallata que me enseñó a disfrutar y me ayudó a abrir el corazón.
Los “tres años muy duros” que acepté como prueba, concluyeron en Semana Santa del 2007. Tal lo canalizado, fue un período muy movilizador, pero de profundas enseñanzas vivenciales que me ayudaron a ser más sensible a la vida. Por otra parte, luego de d
os años de silencio y distanciamiento, me reencontré con Mirta (la mujer que canalizaba) el día de la sentencia del juicio oral donde se condenó, a más de veinte años de prisión, a los dos delincuentes que la habían violado. No abrazamos fuertemente, fue un momento muy emotivo. Nuestra relación se restableció, aunque por cuestiones geográficas sólo mantenemos contacto vía mail o telefónica. Ella sigue canalizando y aún continúa liderando un juicio multimillonario contra una multinacional, por daños al medio ambiente y a los pobladores de una ciudad costera de la Argentina.
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