lunes, 2 de mayo de 2016
LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)
DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII (Quarto Escrito)
Desde años sabíamos que la conjunción de Júpiter y Saturno con el concurso en segundo término de Marte, marcaría el momento preciso del advenimiento del Verbo de Dios al plano físico. “Si le hemos observado de tan minuciosa manera, es para comprobar que estamos en posesión de la gran verdad. “En cada cuerpo humano, está grabado de inequívoca manera el grado de evolución de la Inteligencia que la anima; la capacidad de amor, de sacrificio, de dominio de sí mismo, su fuerza mental de irradiación y su fuerza de atracción, su magnetismo espiritual y su magnetismo personal, el poder de asimilación de todas las fuerzas vivas del Universo, y el poder de transmisión de esas fuerzas a todos los seres y a todas las cosas.
“Y todo ello lo hemos encontrado en grado superlativo en este cuerpecito, niño de diez meses y veinticinco días.
Unido a todo esto, su nacimiento en el preciso momento de la conjunción planetaria ya mencionada, de una madre que es un arpa viva de vibraciones sutilísimas, donde jamás tuvo cabida el mal pensamiento, la verdad está tan manifiesta, que se necesitaría ser muy pobre de inteligencia para no comprenderla.
En un caso como éste, es de todo punto imposible la duda añadió Gaspar–. “Es aún mucho más manifiesta la gran verdad de lo que fue en Moisés, debido a una impresión espantosa de la madre estando el niño próximo a nacer, estuvo a punto de nacer mudo, defecto que fue subsanado por las Inteligencias Superiores, quedando no obstante en él cierta dificultad al hablar, lo cual lo habituó a ese hablar reposado y lento de los ancianos en general.
Y en Krishna se notó una ligera deficiencia en los órganos visuales debido, según algunos sabios, al largo período de obscuridad en que pasó la madre encerrada en un calabozo hasta el nacimiento del niño, perseguido por un usurpador desde antes de nacer. Mas, Yhasua debía ser por suprema lógica, la suma de todas las perfecciones morales, espirituales y físicas o sea: la superación sublime del hombre que traspasa el último dintel del reino humano, para entrar a formar parte del Reino Divino, o sea, nada más que un poderoso receptor y transmisor de la Energía Eterna, de la Luz Increada y del Supremo Amor, causa y origen de cuanto alienta en el Universo. Y en el cuerpo de este niño está escrito que será todo eso.
¡Oh, Yhasua!... ¡Yhasua!..., –exclamó Melchor, cayendo de rodillas a los pies de Myriam, que tenía al niño en brazos, y besando sus piececitos que quedaban a la altura de los labios temblorosos de emoción del príncipe moreno–. ¡Yhasua!... ¡Yhasua!..., ¡que das a la materia humana el beso final, porque la has superado para siempre a fuerza de abnegación y de heroísmos!...
Y los extranjeros unos en pos de otros fueron haciendo lo mismo, pues comprobada la gran verdad, rendían homenaje a la Divinidad hecha hombre, como el perfume hecho flor, como la chispa convertida en hoguera, ¡como el rayo de luz en crepúsculo de oro!
A Myriam le hicieron numerosas recomendaciones referentes a su alimentación, que debía ser a base de leche, miel, frutas, hortalizas frescas, legumbres, cereales y agua de manantial.
Le enseñaron a preparar licores de jugo de naranja, de cereza, de uva y de manzana. Le aconsejaron un preparado de jugo de uva con aceite puro de oliva, para dar al niño una fricción suave cada dos días: en el tórax y el plexo solar, y en la espina dorsal. Y en la época de las naranjas, el mismo procedimiento con jugo de naranjas bien maduras y aceite puro de olivas.
De la combinación perseverante de ambos procedimientos, resultaría la perfecta normalidad del sistema circulatorio de la sangre, y un sistema nervioso perfectamente tranquilo y sereno. Y añadieron los sabios maestros: La madre carnal del Verbo de Dios, debe saber cuán delicada es esta divina maternidad y qué cúmulo de responsabilidades implica el haber dado vida física a un Dios hecho hombre.
Y dejándole un bolsillo lleno de monedas de oro, le dijeron: Esto para que nada falte a vuestro cuidado personal y al de vuestro hijo. Cada veinte lunas vendrá un mensajero enviado nuestro, que nos llevará informaciones vuestras y del niño. Vendrá entre las caravanas de mercaderes, y se hará conocer de vosotros por un anillo igual a éste.
Y le dejaron uno de ellos para que los padres de Yhasua identificaran la procedencia del mensajero.
¡Mujer bendita entre todas las mujeres! –le dijeron antes de partir–. “Que ninguna inquietud ni temor agite tu alma mientras el niño se alimenta de tu seno.
Aún cuando veas que la naturaleza niega agua a los campos y que vuestros árboles por sequía no den frutos, y que vuestros huertos se agotan y se secan; o que el granizo se lleva vuestras legumbres y cereales, o tu marido se vea lleno de dificultades en sus medios de vida... Piensa solamente que la Providencia Divina ha tendido sus redes alrededor vuestro, y que todo ha sido ya previsto por los seres elegidos por la Divinidad como instrumentos suyos, para que se cumplan sus designios en éste niño-Salvador de la humanidad.
Y Myriam, la dulce Myriam los escuchaba, mirándolos con sus grandes ojos húmedos de llanto, y preguntándose a sí misma, si aquellos venerables viajeros no serían arcángeles de Jehová, como los que visitaron a los antiguos Patriarcas en momentos solemnes de sus vidas. ¡Ella tan insignificante y pequeña, se veía embargada por el asombro, ante la magnánima solicitud de aquellos extranjeros venidos de tan lejanas tierras!... Durante el festín de despedida que se empeñaron en ofrecerles Elcana y Sara, al cual asistieron los amigos esenios de su intimidad, resolvieron entre todos, llevar a los viajeros por el camino del Monte Quarantana y dejarlos en ese pequeño santuario esenio, de donde serían conducidos hasta el Gran Santuario de Moab. Allí, los Setenta les esperaban para confeccionar un vasto programa de preparación, a fin de que todas las Escuelas de Divina Sabiduría secundaran la obra apostólica del Gran Mensajero Divino, que había descendido en medio de la humanidad. Los dos Levitas que les condujeron a Betlehem, no podían prolongar más su ausencia del Templo y regresaron a Jerusalén. Alfeo, Josías y Eleazar, aquellos tres amigos esenios que presenciaron las manifestaciones astrales y etéreas la noche del nacimiento de Yhasua, se ofrecieron para conducir a los viajeros por el mismo camino que ellos hicieron. Eleazar, padre de cinco hijos pequeños, dejó encomendada su prole a su compañero Elcana y Sara, quienes les llevaron a su casa hasta la vuelta de su padre. Fue siempre la hospitalidad la virtud sobresaliente de los esenios, y una de las más bellas manifestaciones de fraternidad a que llegará la humanidad en el siglo venidero. Y apenas se inició la primavera con el gorjeo de los pájaros y el florecer de las glicinas y las azucenas, Myriam y Yhosep se dispusieron también a regresar a su abandonada casita de Nazareth. Aprovecharon el viaje de seis terapeutas de Beth-peor que se dirigían a Samaria y Galilea en busca de niños enfermos y abandonados de que habían tenido aviso. De paso, se detuvieron un día en Jerusalén en visita de despedida a Lía y sus hijas. Encontraron que el viejecito Simeón se hallaba atacado de reuma agudo en las piernas, el cual le arrancaba gemidos de dolor por cualquier movimiento. Susana la sensitiva, tomó al pequeño Yhasua en sus brazos y corriendo al lecho del tío lo puso sobre sus extremidades doloridas diciéndole: —El Cristo-niño te curará, –el niño quedóse dormido y al cuarto de hora el anciano dormía también, despertándose luego sin dolor alguno.
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
Continua....
LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)
DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII (Tercer Escrito)
Un estrecho abrazo selló la amistad de los viajeros con el esenio, el cual añadió al despedirse:
Cualquiera de los tres nombres que os he dado, os servirá de indicador para todo cuanto debéis hacer. ¡Y silencio!, porque en Jerusalén, el silencio es como el vellocino de lana que embota todas las flechas y anula al odio y a la muerte. ¿Comprendéis? Lo comprendemos –dijeron, y dando al esenio un bolsillo de monedas de oro para el mantenimiento de los huérfanos enfermos, partieron antes del mediodía.
Las dos últimas jornadas antes de Jerusalén eran Baal y Beth-Jesimot. Después, los valles y los bosques frondosos de la ribera del Jordán, que era como la muralla encantada de esmeraldas y zafiros, que les ocultaba la vista de la dorada ciudad de David y Salomón. Dejemos unos momentos a nuestros viajeros para observar otro escenario diferente donde actúan personajes que son el reverso de la moneda, el polo opuesto de los que hasta hoy hemos encontrado: Herodes el Grande y su inseparable Rabsaces, mago caldeo, al que él llamaba su médico de cabecera; y el cual se prestaba dócilmente a satisfacer todos los caprichos de su regio amo, así fuera a costa de los más espantosos crímenes.
Y todo ello silencioso y discretamente, en forma que las gentes incautas siguieran creyendo que, a pesar de los impuestos y tributos excesivos y de sus escandalosas orgías, aquel reyezuelo de Judea merecía en parte su sobrenombre de Grande, siquiera fuera por el esmero que ponía en dotar al país, de populosas ciudades de estilo romano.
Escuchemos la conversación del Rey con su médico favorito, a poco de haber ocurrido la conjunción de Júpiter y Saturno. Señor, vuestro consejo de astrólogos asirios y caldeos han visto en los cielos un peligro para vuestro trono y vuestra dinastía. ¿Qué hay, Rabsaces?... ¿Vienes con otro fantasma de humo según costumbre? –contestóle Herodes. No, señor; los astros anuncian el nacimiento en Judea de un extraordinario ser, de un súper-hombre que cambiará el rumbo de la humanidad.
“Y si nace aquí, señor..., ¡no será seguramente para vivir oculto tras de una puerta!... ¿Sino que buscará un trono..., quieres decir? Vos lo decís, señor... Y bien; puesto que tú y mi consejo de astrólogos les siguen a los astros tan de cerca los pasos, y decís saber hasta lo que dicen las águilas en su vuelo, podréis averiguar con facilidad en qué lugar preciso nace ese personaje y de qué familia proviene. ¡Señor!..., convenid en que el mundo es grande, y precisar ya que nacerá en Judea, es bastante saber. ¡Judea, que entre todas las tierras habitadas por hombres; es menor que un pañuelo de manos en vuestro inmenso guardarropas!...
Bien. Lo comprendo, pero te recomiendo que me averigües cuanto sea posible a este respecto.
Y, ¡ay de ti y de tus compañeros si llego a saber por otro conducto, que el sujeto ese, es mi vecino, y vosotros, perezosos sabuesos, nada habíais olfateado! No paséis cuidado, señor, que no volará una mosca que no lo sepamos.
Vete, y no vengas con mentiras, porque ya sabes que no me gustan los sortilegios de mala ley. Y el mago salió de la cámara real maldiciendo el mal humor del Rey y su triste suerte, que le obligaba a vivir entre el miedo y el crimen cuando podía gozar de paz y tranquilidad en su lejana aldea natal.
Y el miedo le hizo poner espías y agentes en todos los rincones de la ciudad y pueblos importantes de Judea.
Y fue así, que cuando nuestros viajeros del lejano Oriente entraron en la ciudad, uno de estos espías, fue con la noticia a Rabsaces de los extranjeros que habían llegado de lejanas tierras, y que al entrar por una de las puertas de la ciudad, habían besado la tierra mientras exclamaban:
“¡Tierra bendita que has recibido al Rey de los Reyes!...
” Y Rabsaces se puso sobre la pista de aquellos hombres que de seguro debían saber algo referente a lo que causaba todas sus inquietudes. Les vio ir al Templo y en los atrios comprar las ofrendas de pan, de flor de harina, incienso, mirra y ramas de olivo; y acercándose humildemente y con grandes reverencias, les ofreció sus servicios como guía, para acompañarles por todos los parajes y monumentos de la gran ciudad y fuera de ella. De seguro que vendréis en busca del Rey de los Reyes, cuyo nacimiento anunciaron los astros. Los viajeros se miraron con extrañeza y Baltasar contestó con gran discreción:
Los astros no anunciaron un Rey de la tierra, sino un mensajero divino que trae la luz de la Verdad Eterna a los hombres. ¡Será un gran Profeta...!, –exclamó Rabsaces–.
De todos modos, mis señores, si sois afortunados y le encontráis, no echéis en olvido este humilde siervo, que se sentirá dichoso de besar la tierra que pisen sus pies.
Todos los días me encontraréis aquí, a la puerta del Templo de Jehová, esperando vuestras noticias.
Que Dios sea contigo y con los tuyos, buen hombre –le contestaron los viajeros–, y entraron al Templo.
El mago por su parte dejó uno de sus agentes, para que al salir los viajeros les siguiera sin perderles de vista.
Un Levita les llevó hasta el altar de los perfumes donde Esdras ofrecía los holocaustos acostumbrados, mientras las vírgenes cantaban salmos y los Levitas agitaban incensarios.
Cuando los viajeros presentaron sus ofrendas, le repitieron al sacerdote las palabras que les enseñó el esenio de la colonia de huérfanos de Bethpeor, y Esdras clavó su investigadora mirada en cada uno de ellos. Cuando se hayan consumido vuestras ofrendas, hablaremos –les dijo en voz muy baja, y continuó los oficios mientras los viajeros a pocos pasos e inmóviles, adoraban al Uno Invisible que lo mismo bajo las doradas cúpulas de aquel Templo, que bajo el cielo bordado de estrellas, o entre las susurrantes hojas de los árboles, se hace sentir de las almas llegadas a la comprensión de que Dios es el hálito de vida que vibra en todos los seres y en todas las cosas. Simeón de Betel, el esenio que consagró a Yhasua, salió de las dependencias interiores del Templo y cuando Esdras terminó la liturgia se acercó y le dijo: —Esos viajeros son Iniciados de Escuelas Santas hermanas de la nuestra, que vienen en busca de Yhasua. No les dejes salir por el atrio que hay espías del Rey, cuyos magos le han anunciado el nacimiento de un Rey de reyes. Cuando los Levitas dejen los incensarios, los haremos salir por el camino secreto. Nuestro Padre Jeremías me lo acaba de anunciar en la oración. Así lo haremos –contestó Esdras. Simeón volvió a la sala de los incensarios, donde estaba la puerta secreta del camino subterráneo hacia la tumba de Absalón. Después de dejar Esdras sus vestiduras de ceremonia, se dirigió a los viajeros y les dijo: No saldréis por el atrio por donde habéis entrado porque tenéis espías que siguen vuestros pasos. Sabed que los hijos de la luz debemos vivir en la sombra, hasta que la luz sea tan viva que traspase las tinieblas.
¿Y por dónde hemos de salir? –preguntó Melchor con cierta inquietud. Descansad en nosotros y esperad unos momentos más. Cuando todos los levitas habían dejado sus incensarios y aquella sala quedó desierta, Esdras introdujo a los viajeros por el camino subterráneo que iba a la tumba de Absalón.
Mientras tanto, Simeón de Betel se había arreglado con dos Levitas de su mayor confianza para que ocultasen las cabalgaduras de los viajeros en las granjas de Betania juntamente con sus equipajes. ¿Qué país es éste?... preguntaba Baltasar, caminando trabajosamente por el oscuro subterráneo, sólo alumbrado por las cerillas que en lugar de antorchas llevaban como para no tropezar con las puntas salientes de las rocas, que hacían de soportes en aquella rústica construcción subterránea–. ¿Qué país es éste, en que baja el Avatar Divino, y aquellos que lo saben y le esperan, deben ocultarse como bandoleros perseguidos por la justicia? Entre los hijos del Irán todo el pueblo estaría de fiesta.
Es que el pueblo judaico exasperado por las humillaciones del vasallaje delira por un Mesías Rey y Libertador, juzgando que ningún bien mayor puede esperar que la libre soberanía de la nación. Y el sagaz Idumeo que ocupa actualmente el trono de Israel, que no le pertenece, vive inquieto pensando en que puede surgir de un día a otro, un hombre capaz de unificar el pueblo y levantarlo en armas contra él. “Sus magos le han descifrado el lenguaje de los astros, y él ha soltado espías como una bandada de buitres por todo el país para averiguar la aparición de ese Mesías Libertador que Israel espera.
Así trataba de explicar Esdras, el extraño fenómeno observado por los extranjeros. ¡De un pueblo que espera al Mesías y al cual hay que ocultarle la llegada del Mesías! ¿Quién podría hacer que aceptaran las masas, la superioridad excelsa de un hombre al cual no rodea grandeza material ninguna? preguntaba a su vez Gaspar, con esa certera visual del anciano experimentado, en las formas de ver y apreciar personas y cosas, cuando ellas no aparecen envueltas en ese esplendor a simple vista que tanto seduce y arrastra a las multitudes. Krishna fue un príncipe de la dinastía reinante en Madura –añadió Baltasar–, y debido a eso pudo vencer las grandes dificultades que los genios de las tinieblas desataron a su paso. “Buda fue el príncipe de la dinastía reinante en Nepal, y las masas se sienten subyugadas siempre por las figuras grandes que aparecen sobre los tronos.
“Moisés, fue un hijo oculto de la princesa Thimetis, hija del Faraón, y a eso debió que fuera respetada su vida, y que el Faraón temiera el castigo de sus dioses, si derramaba su propia sangre.
Pero Yhasua es un infantillo hijo del pueblo, sin antecesores reales, sin grandeza material ninguna, porque debiendo ser ésta la coronación de todas sus vidas mesiánicas, ha de sentir de una vez por todas, los grandes principios de igualdad y de fraternidad humanas, y que la sola diferencia existente entre los hombres, es la conquistada por el esfuerzo mental y espiritual de cada uno. ¿Qué otra cosa pensáis que quiso expresar un oscuro profeta del Irán, cuando dejó escrito enigmáticamente versículos como éstos?: “En el heno de los campos que verdean en la ribera oriental de la Mar Grande, anidará un día el pájaro azul, a cuyo canto se derrumbarán las arcaicas civilizaciones y surgirán las nuevas”.
“En las arenas de los campos dejará las huellas de sus pies y el polvillo de su plumaje”. “Comerá el pan moreno de los humildes y sacará por sí mismo las castañas de las cenizas”. “Ninguno cobrará jornal de sus manos ni será llevado jamás a hombros de sus esclavos”. ¿Comprendéis? Vuestro profeta desconocido, a mi juicio, quiso decir que el Avatar Divino nacería y viviría entre las masas anónimas o ignorado del pueblo –contestó Melchor.
Justamente, esa es la creencia que en las Escuelas Secretas de la Persia tienen en general. Y así es la realidad –añadió Esdras–. El pájaro azul ha colgado su nido en el huerto de un artesano, aunque algunas antiguas escrituras y tradiciones aseguran, que sus lejanos antepasados descienden del Rey David.
Un largo milenio de años ha borrado necesariamente el brillo en esa brumosa genealogía. El tiempo tira abajo realezas y poderío. Hablando así, continuaron aquel viaje subterráneo hasta que fueron a salir a la tumba de Absalón, donde ya les esperaban los Levitas que habían ocultado los equipajes y cabalgaduras en una antigua granja de Betania, cuyos dueños eran Sofonías y Débora, parientes cercanos de algunos de los esenios que servían como sacerdotes y Levitas en el Templo. Sofonías y Débora, padres de aquel Lázaro que las tradiciones dan como un resucitado del Cristo, comenzaron desde la primera infancia del Bienvenido, a prestar su morada en servicio suyo, como si su íntimo Yo les hubiera marcado de antemano su ruta, de aliados firmes y decididos para toda la vida de Yhasua sobre la Tierra.
Hacia ese hogar fueron conducidos los viajeros del Oriente, hasta que pasados unos días de ocultamiento, pudieron llegar a Betlehem disfrazados de vendedores de olivas y frutas secas, que sobre asnos y en grandes sacos, enviaban Sofonías y Débora para la casa de Elcana, que hospedaba a la familia carnal del Cristo-hombre y para los solitarios del Monte Quarantana, cuyo servidor era hermano de Sofonías.
Y los espías de Herodes, no pudieron reconocer en los rústicos conductores de aquella tropilla de asnos, cargados de productos frutales, a los graves filósofos del Oriente, que a costa de tantos sacrificios buscaban sobre la Tierra a Yhasua el Cristo.
Tal fue en realidad el hecho que las tradiciones antiguas han llamado: la Adoración de los Reyes Magos. Así llegaron a la ciudad cuna del Rey David, aquellos Jefes de Escuelas de Divina Sabiduría venidos desde el lejano Oriente, sólo para cerciorarse por sí mismos de que el Gran Ungido había bajado al planeta Tierra, tal como los astros lo anunciaron.
Tenía ya el niño diez meses y veinticinco días, cuando del Oriente llegaron hasta su cuna.
Les acompañaron en este viaje, los Levitas José de Arimathea y Nicodemus de Nicópolis, para que sirvieran de introductores, ya que ellos habían contraído amistades con Myriam y Yhosep, en la morada de la viuda Lía, de Jerusalén.
Antes de ser introducidos, cambiaron la rústica indumentaria de vendedores ambulantes por las graves y severas vestiduras usadas en sus respectivas escuelas para los días de grandes solemnidades: el blanco y oro del indostánico; el blanco y turquí del persa; el blanco y púrpura del árabe; y sus diademas de tantas estrellas de cinco puntas, cuantas graduaciones habían subido en la escala inflexible de las purificaciones y de las conquistas del espíritu.
Los dos Levitas habituados a los ricos tejidos de seda, oro y pedrería de los ornamentos sacerdotales del Templo de Jerusalén, encontraban demasiado sencillas y humildes las vestiduras de ceremonia de los viajeros orientales, pero uno de ellos que captó la onda de tales pensamientos, dijo de pronto cuando ya se dirigían hacia la alcoba, donde mecía Myriam la canastilla de mimbre de su hijo:
Para ser discípulos de la Divina Sabiduría, no es necesario el esplendor de los templos donde el oro brilla por todas partes. Bástanos vestir de lino blanco el alma y el cuerpo. Así vestirá Yhasua, que viene a ser Maestro de los Maestros. La sorpresa de Myriam fue grande cuando vio entrar por la puertecita de su alcoba, aquellos personajes en número de siete, pues cada uno llevaba un escriba o notario de su confianza.
José de Arimathea y Nicodemus se le acercaron para quitarle todo temor con estas palabras: Son Hermanos de los esenios, que vienen con riesgo de sus vidas desde apartadas regiones, para ver de cerca a este niño Enviado de Dios. No temas, mujer, –le dijo el Anciano Baltasar– que cien vidas que tuviéramos, las daríamos contentos por conservar la de tu hijo que hace tanto esperábamos. ¿No sabías tú, que los trovadores del Irán le vienen cantando hace muchos siglos, cuando sólo le habían visto en las premoniciones de sus almas cargadas de ensueño divino? Y allá en el lejano Indostán –añadió Gaspar–, en todas las cavernas en que habitó Buda en sus correrías misioneras, se aparece a los clarividentes su imagen radiante para decirles: “No me busquéis ya más con este ropaje que pertenece al pasado, y es una niebla que se diluyó en la Luz Increada y Eterna”. “Bajaré en la ribera de la Mar Grande de Occidente, y entonces me encontraréis en el fondo de vosotros mismos, como a la misma Llama Eterna que alienta nuestra vida”.
Y en mi Arabia de piedra –dijo Melchor–, los vates inspirados cantaron extraños versículos como éste:
“Bajaré como un águila que nadie sabe dónde esconde su nido, sobre las vegas floridas de la tierra de promisión, soñada por Moisés, y cuando levante vuelo, arrastraré conmigo a todos los que quieran volar hacia lo invisible desconocido”.
Y formando círculo cerrado en torno de la cuna del niño, los siete extranjeros con los Levitas y los familiares, comenzaron el minucioso examen que las antiguas escuelas de Conocimiento Superior, usaban, para cerciorarse de que el pequeño cuerpecito reunía en sí las condiciones físicas propias para una encarnación del Avatar Divino: las líneas de la cabeza, de la frente, las cejas, los ojos, la nariz, la boca, la barbilla, la estructura del pecho, la anchura de hombro a hombro, la estructura de los pies.
Y el notario de cada Escuela iba comparando con las viejísimas escrituras sagradas, donde los sabios ocultistas y astrólogos dejaron grabado el resultado de igual examen hecho con Krishna, con Buda y con Moisés.
Y el niño divino, tranquilo y quietecito con sus grandes ojos color de ámbar abiertos, como para absorber en ellos cuanto pasaba a su alrededor, parecía aceptar sin temor aquella piadosa y reverente investigación, hasta que por fin tendió sus bracitos a la madre que lloraba silenciosamente sin saber por qué. ¿Era temor? ¿Era devoción y mística unción espiritual, que la hacía creerse ella misma ante la propia Divinidad?
¿Qué será de este hijo mío, que parece venir vinculado a tan complejos y desconocidos sentimientos? –preguntó por fin, abrazando tiernamente al pequeño Yhasua.
Este hijo tuyo, mujer –dijo sentenciosamente Gaspar–, es entre muchas cosas, una que está por encima de todas: es el Amor Divino que salva a la Humanidad.
Revisaron después en silencio las anotaciones de los escribas, y firmándolos y sellándolos con los anillos-sellos de las respectivas órdenes o Escuelas, pasaron al estrado junto al hogar encendido, para aceptar la ofrenda de la hospitalidad de Elcana.
Ahora que habéis compartido mi pan, mi vino, mis pobres manjares –dijo Elcana–, me atrevo a preguntaros: ¿quiénes sois y por qué habéis observado de tan minuciosa manera al niño de estos Hermanos, que son mis familiares y mis huéspedes desde antes de su nacimiento? ¿Lo habéis tomado a mal? –inquirió Melchor, algo alarmado. De ninguna manera.
Nuestra Ley nos prohíbe el mal pensar, cuando la evidencia no nos autoriza a ello –contestó Elcana. Vuestra pregunta es, pues, amistosa y cordial y es justo satisfacerla. Y Baltasar el persa, que era el mayor de los extranjeros en edad y en graduación, pues era Consultor del Supremo Consejo de Instructores de
su Escuela, cuyas ramas divididas y subdivididas se habían extendido por todo el país, hizo el relato de la forma y modo como fueron recibiendo avisos de las Inteligencias Superiores, por medio de augures, por sibilas o pitonisas, por sueños premonitorios de que era llegada la hora de la Misericordia Divina para esta humanidad delincuente, que había forjado con sus iniquidades una espantosa corriente de destrucción para sí misma.
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
Continua....
domingo, 1 de mayo de 2016
LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)
DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII (Segundo Escrito)
Llegados a este punto, los tres se preguntaron al mismo tiempo: ¿Hacia dónde vais? Y los tres contestaron: Al país de los hebreos, porque los astros lo han señalado como la tierra designada para recibir al Avatar Divino, que viene de nuevo y por última vez hacia los hombres. En Jerusalén –observó Gaspar–, debe estar el pueblo enloquecido de gozo por tan grandioso acontecimiento. Si es que lo sabe –añadió Baltasar–, pues nosotros tenemos una antiquísima tradición oculta que dice: “Nadie vio jamás dónde guarda el águila su nido.
Y el que descubre el nido del águila podrá mirar al sol sin lastimar sus ojos”. Lo cual quiere decir que son muy pocos los que descubren al Hijo de Dios encarnado entre los hombres, y que los que llegan a descubrirle, pueden ver el sol de la Verdad sin escandalizarse de ella.
Creo poder aseguraros dijo Melchor–, que no es del conocimiento del pueblo el glorioso acontecimiento, porque estoy vinculado a una Escuela filosófica de los valles del Nilo, que se halla a su vez en comunicación con la Fraternidad Esenia de Palestina que remonta sus orígenes a Moisés.
“El pueblo hebreo espera un Mesías Rey, libertador del yugo romano que tan feroces luchas ha promovido entre los hijos de Abraham.
“Pero los estudiantes de la Divina Sabiduría, estamos todos de acuerdo en que el Hijo de Dios, no viene a libertar a un pueblo de una dominación extranjera, sino a salvar al género humano del aniquilamiento que se ha conquistado con sus extravíos e iniquidades. “¿No es ésta la gran verdad secreta?
Sí, es ésta contestaron los otros al mismo tiempo–.
Y sabemos que viene arrastrando en pos de sí una oleada inmensa de Inteligencias adelantadas, que bajo los auspicios de los grandes Jerarcas de los cielos superiores, inunden de tanto amor a la Tierra, como de odio la inundaron las hordas de las tinieblas. A través de estas conversaciones al pie de un cerro del Monte Hor, llegaron a entenderse de tal manera que desde aquel entonces se estableció una fuerte hermandad entre ellos y sus respectivas Escuelas de conocimientos ocultos.
Dos días después, se encaminaron los tres con sus acompañantes hacia Jerusalén por el trillado camino de las caravanas, en busca del Bienvenido.
Hasta Bosra y Thopel, primeras etapas de su larga jornada, viajaron en dromedarios y camellos, pero al llegar al montañoso país de Moab, se vieron obligados a dejar sus grandes bestias por los pequeños mulos y asnos amaestrados para los peñascales llenos de precipicios.
Fue éste un largo viaje de estudio y de meditación, en que los tres sabios se transmitieron los conocimientos de sus escuelas, ampliando los propios.
El culto del fuego de los persas, remontaba a los Flámenes prehistoricos, que con el fuego encendido perennemente sobre el ara sagrada, representaban en símbolo: el alma humana viviendo siempre como una eterna aspiración al Infinito.
Y su nombre mismo, Flamen, era una variante de Llama, lo cual les hacía decir, cuando eran interrogados sobre sus ideales y forma de vida: somos llamas que arden sin consumirse. Aquellos Flámenes Lemures, predispusieron el sur del Indostán para el advenimiento de Krishna, juntamente con los Kobdas del Nilo, emigrados por el Golfo Pérsico a Bombay.
Definidos estaban pues, para nuestros viajeros, los remotos orígenes de la filosofía persa y la indostánica.
Faltaba encontrar la ilación que llevara al descubrimiento de la filosofía del país de Arabia de donde era originario Melchor. Este desenrolló un antiquísimo y amarillento papiro y leyó:
“En una edad muy remota, en las montañas de Parán de la Arabia Pétrea, hubo una floreciente civilización gemela de la que floreció en los valles del Nilo, pues emanaban ambas de la Sabiduría de los Kobdas, la más grandiosa Institución benéfica que hizo florecer tres continentes. Y en los montes Horeb y Sinaí, que en la prehistoria se llamaron Monte de Oro y Peñón de Sindi, habían quedado ocultos como águilas en los huecos de las peñas: los Kobdas, perseguidos por los conquistadores del alto y bajo Egipto.
Moisés que en su juventud tuvo que huir, acusado falsamente de un asesinato, estuvo en el país de Madián, al cual pertenecen dichas montañas, y la Divina Ley le puso en contacto con los solitarios del Sinaí y del Horeb, y fue allí, donde forjó la liberación del pueblo hebreo que sirviera de raíz y cimiento a la eterna y grandiosa verdad: la Unidad Divina.
En aquellos montes recibió Moisés por divina iluminación, la Gran Ley que marcó rutas nuevas a la humanidad terrestre. “De la enseñanza oculta de estos solitarios, hemos nutrido nuestra vida espiritual durante siglos y siglos.
Quien encuentre este papiro y los demás que le acompañan, sepa que está obligado por la Ley Divina a abrir una Escuela para difundir la sagrada enseñanza que da paz y dicha a los hombres”. “Firmado: Diza-Abad – Marván – Elimo-Abad”. “Este, es el origen de nuestra actual Escuela en los Montes de Parán, –dijo Melchor–. Y la obligación de abrirla me tocó en suerte, porque en un cruel momento de desesperación busqué un precipicio para arrojarme desde lo más alto de los cerros, y sintiendo un quejido lastimero en el fondo de una gruta, me interné en ella pensando si era posible que hubiera un ser más desventurado que yo.
Encontré un pobre anciano atacado de fiebre y ya imposibilitado de levantarse a buscar agua para beber.
Sus gemidos eran de la sed que lo abrasaba.
Por socorrerlo me olvidé un tanto de mis crueles dolores.
“Vivió aún tres días por los cuidados que le dispensé.
Era el último sobreviviente de los solitarios aquellos.
“Me dijo que por mandato de genios tutelares tomó el nombre de Marván, y me señaló el sitio donde fueron sepultados todos los solitarios que, antes que él, fueron muriendo, y el hueco de su caverna donde se hallaban estos documentos en un cofre de encina. “Ya lo sabéis todo amigos míos del largo viaje. ¿Qué decís a todo esto?
Que los orígenes de todas las enseñanzas de orden superior son comunes y provienen de una misma fuente –aseveró Baltasar.
Y que esta fuente, es el Verbo Divino en sus distintas encarnaciones Mesiánicas en nuestro planeta –añadió Gaspar. ¡Justamente! Estamos en un perfecto acuerdo –prosiguió Melchor–. Y en mi tierra los acuerdos se celebran bebiendo los amigos de la misma copa y partiéndose el mismo pan.
Y como este acuerdo se realizó en la tienda de Melchor, el príncipe moreno, él sirvió a sus amigos y dándose un estrecho abrazo que les unió para muchas vidas, se separaron ya muy entrada la noche para seguir viaje al día siguiente.
Esto ocurrió en los suburbios de Thopel, donde dejaron dromedarios y camellos en una hospedería que se encargaba de ellos. Hasta allí les habían servido los guías de las caravanas; pero para atravesar las escabrosas montañas de Moab, tomaron guías prácticos, que eran a la vez dueños de los asnos y mulos, con los que juntamente se contrataban para la peligrosa travesía. Empezaron a trepar por el senderillo tortuoso labrado en la roca viva, que subía serpenteando ora hacia la derecha, ora hacia la izquierda, a veces en espiral más o menos cerrada. No obstante, veían claramente que aquel sendero estaba cuidadosamente vigilado en seguridad de los viajeros.
De tanto en tanto habían plantado en los intersticios de las peñas, una fuerte vara de madera con una tablilla escrita en la parte superior con útiles indicaciones tales como éstas:
“Agua en el recodo de la izquierda”. “Detrás de este peñón hay una caverna para pernoctar”. “Sendero peligroso”.
“Llevad luz encendida desde el anochecer”.
Y en todo el camino fueron encontrando advertencias que les disminuían las dificultades. ¿Quién se ocupa con tanta solicitud de los viajeros? –preguntó Gaspar, extrañado de lo que veía.
Se dice –contestó uno de los guías–, que hay en los antros de estas montañas, genios benéficos o almas en pena que purgan sus pecados haciendo bien a los viajeros.
Y hay una leyenda que dice, que cuando el Gran Moisés anduvo por estos mismos caminos conduciendo al pueblo de Israel, los que por infidelidades a la Ley, murieron en el camino, recibieron del Profeta el mandato de vigilar este sendero hasta su vuelta a la Tierra.
Los tres sabios, iniciados como estaban en las grandes verdades ocultas se miraron con inteligencia, mientras esperaban su turno de beber del agua fresca del manantial que la tablilla les había anunciado.
La leyenda del guía de la caravana tenía un oculto fondo de verdad, pues eran en realidad almas que purgaban culpas, las que se encargaban de cuidar de los caminos.
Era una especie de cofradía dependiente de los esenios de Moab, la cual estaba formada por los bandoleros arrepentidos, a quienes los esenios salvaban de la horca, a cambio de que emprendieran una vida mejor en ocultas cavernas preparadas de antemano, donde les retenían por cierto tiempo hasta que sin peligro para ellos mismos pudieran incorporarse a las sociedades humanas en los centros poblados de la comarca.
Les llamaban Penitentes, y cada dos lunas bajaban dos de los setenta del Gran Santuario del Monte Abarín, a visitar a los penitentes y proveer a su consuelo y necesidades.
Para ellos no había otra ley que ésta, grabada en las cavernas que los cubrían: “No hagas a tu prójimo lo que no quieras que se haga contigo. Y Dios velará por ti”.
En las cavernas indicadas por las tablillas escritas, encontraron mullidos lechos de heno seco, grandes cantidades de leña para la hoguera, sacos de bellotas y de castañas. Pero no encontraron ningún ser humano que les dijera: Yo soy el autor de estas solicitudes.
Y así llegaron a Kir, Aroer, Dibón, Atarot y Beth-peor, donde se hallaba la colonia escuela de los huérfanos leprosos y tísicos, que los esenios se encargaban de cuidar por medio de sus terapeutas del exterior. La población de Beth-peor, se había hecho antipática a los viajeros en general, debido al pánico con que eran miradas por todos, aquellas enfermedades de las que ninguno curaba. Pero nuestros viajeros miraban desde otro punto de vista los grandes dolores humanos, y quisieron plantar sus tiendas justamente en la plazoleta sombreada de árboles que quedaba frente a la colonia.
Los terapeutas que se encontraban en ellos salieron a ofrecer atenciones y servicios a los viajeros.
Si queréis ahorraros –les dijo el esenio–, de plantar vuestras tiendas por un día o dos, venid a nuestra sala-hospedería donde hay comodidad para todos vosotros. Nuestros enfermitos están recluidos en pabellones alejados de la puerta de entrada.
Tan bondadosa y amable invitación no podía dejar de ser aceptada, y los viajeros penetraron a la gran sala-hospedería que daba al pórtico exterior.
El aliento de Moisés parecía vibrar en todos los tonos apenas se penetraba allí. En el muro principal frente a la entrada, se veía un facsímile de las Tablas de la Ley, grabados en piedra los diez mandatos. En otro muro estaba grabada la célebre Bendición de Moisés para los fieles observadores de la Ley, y sentencias o pensamientos suyos, aparecían en pequeñas planchitas de madera en todos los sitios en que era oportuno, como un severo ornato de aquella sala.
Al centro, una gran mesa rodeada de rústicos bancos y alrededor de todos los muros, un ancho estrado de piedra cubierta de esteras de fibra vegetal, de pieles y mantas, indicando que servían de lechos a los huéspedes.
Sois aquí los dueños de todo cuanto hay –díjoles el esenio que les invitó, al mismo tiempo que entraba otro esenio seguido de dos jovenzuelos, conduciendo cestas con manjares y frutas que iban colocando sobre la gran mesa central.
Permanecieron allí dos noches y dos días, pero las gentes de la colonia eran tan discretas y silenciosas, que los viajeros no tuvieron oportunidad de entablar conversación alguna sobre lo que a ellos les preocupaba. ¿Sabían o se ignoraba allí el gran acontecimiento que a ellos les empujaba imperiosamente desde tan largas distancias? Acaso –suponían los viajeros–, a la otra ribera del Jordán encontraremos el entusiasmo que aquí no se percibe por ninguna parte.
Uno de los terapeutas sintió la apremiante interrogación que irradiaban sin hablar los viajeros, y acercándose a ellos que ya iniciaban la despedida, les dijo. ¿No es indiscreción preguntar a qué parte de la Palestina os encamináis?
A Jerusalén –contestaron de inmediato.
Debe haber allí grande regocijo. Hace cinco días que llegué de esa ciudad y no he notado absolutamente nada de lo que decís –contestó el esenio. Pero, ¿es posible? En la ciudad de los Reyes sabios y de los más grandes Profetas, ¿se desconoce el anuncio de los astros? ¿Acaso Júpiter y Saturno nada han dicho a la ciudad de Jerusalén? No hay ciego más ciego que el que cierra sus ojos para no ver –contestó el esenio–.
La Jerusalén de hoy no puede escuchar las voces de sus Profetas, porque el ruido del oro que corre como un río desbordado por los pórticos del Templo, ha apagado todo otro sonido que no sea el del precioso metal. ¿Y los astrólogos?... ¿Y los cabalistas?... ¿Y los discípulos de los Profetas callan también? –preguntó otro de los viajeros.
Los discípulos de los Profetas viven en las cavernas de los montes para proteger sus vidas, y callan para no entorpecer los designios divinos. Yo vengo de una Escuela indostánica vecina del Indo, y éste compañero, de las montañas de Persia, y este otro de la Arabia Pétrea, al cual acompaña un Iniciado de la Sabiduría en la Escuela de Alejandría, y todos venimos por el aviso de Júpiter y Saturno.
Vos, lo sabéis también, porque vuestras palabras han dejado traslucir la luz que os alumbra. Decidnos en nombre del Altísimo: ¿Ha nacido ya el que los astros anunciaron? –insistió Baltasar. Sí, ha nacido ya. Lo he visto y lo he tenido en mis brazos –contestó el esenio. Ante estas palabras los viajeros cayeron de rodillas y besaron el pavimento.
Adoremos la tierra que él pisa –dijeron derramando lágrimas de interna emoción–. Decidnos dónde está.
Yo lo vi en Jerusalén, pues el gran acontecimiento me sorprendió en Betania, a donde fui a recoger niños leprosos y tísicos que sus familiares habían abandonado.
“Nació en Betlehem de Judea, pero fue llevado por sus padres a Jerusalén para la presentación al Templo, pues es primogénito de un varón de familia sacerdotal y de madre que sirvió al Templo, mas no sé, si a vuestra llegada estará aún en la gran ciudad. “Llegaos al Templo a hacer ofrendas de pan, incienso, mirras y ramas de olivo, y pedid por Simeón, Esdras y Eleazar sacerdotes del altar de los perfumes, y decidle a cualquiera de los tres estas solas palabras:
“Que estas ofrendas sean agradables al Salvador del mundo y que nos muestre su rostro”. “Son las palabras de señal para que seáis reconocidos como amadores del Bienvenido.
Ya comprenderá el lector la formidable ola de entusiasmo y energía que se levantó en el alma de los viajeros. Habían estado a punto de partir sin una noticia, a no ser por la fuerza telepática que hizo sentir al esenio la vibración anhelante de los viajeros, que deseaban interrogar sobre el gran acontecimiento.
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.
Continua.....
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