jueves, 27 de abril de 2017

El Yoga de Jesús por Paramahansa Yogananda- Capitulo 1 Jesus el Avatar

 


CAPITULO 1 JESUS EL AVATAR
La manifiestación de Dios en las encarnaciones divinas. El desafío de enfrentar una vida llena de misterios irresueltos e irresolubles en un universo enigmático, sería abrumador para los simples mortales, si no fuera por los emisarios divinos que vienen a la tierra para hablar con la voz y autoridad de Dios a fin de guiar al ser humano. Hace milenios, en eras pretéritas más elevadas de la India, los rishis describieron la manifestación de la Benevolencia Divina, de “Dios con nosotros”, en forma de encarnaciones divinas o avatares: seres iluminados a través de los cuales Dios se encarna sobre la tierra. Muchas son las voces que han mediado entre Dios y el hombre; se trata de los Canda avatares o encarnaciones parciales de Dios en almas que poseen conocimiento divino. Son menos frecuentes, en cambio, los purna avatares o seres liberados que están completamente unidos a Dios y cuyo regreso a la tierra tiene por objeto el cumplimiento de una misión encomendada por mandato divino. En el Bhagavad Guita – la Sagrada Biblia de los hindúes- el Señor declara: “Cuando quiera que la virtud declina y el vicio prevalece, Yo me encarno como un avatar. Era tras era, aparezco en forma visible para proteger al justo y destruir la maldad, a fin de restablecer la virtud”. La misma y única conciencia gloriosa e infinita de Dios – la Conciencia Crística Universal o Kutastha Chaitanya – adquiere una apariencia familiar al ataviarse con la individualidad de un alma iluminada, provista de una personalidad singular y una naturaleza espiritual adecuadas para la época y el propósito de esa encarnación.

Si no fuese por esta intercesión del amor de Dios que se manifiesta en la tierra a través del ejemplo, el mensaje y la mano rectora de sus avatares, sería prácticamente imposible que la desorientada humanidad hallara el sendero hacia el reino de Dios en medio del tenebroso miasma de la ilusión mundana – la sustancia cósmica en la que habita el hombre-. Con el fin de evitar que sus hijos sumidos en la oscuridad de la ignorancia permanezcan por siempre perdidos en los engañosos laberintos de la creación, el Señor acude una y otra vez, bajo la forma de los profetas iluminados, para alumbrar el camino. Jesús fue precedido por Gautama Buda, “el Iluminado”, cuya encarnación le recordó a una generación desmemoriada el Drama Chakra, la rueda del Karma, cuyo constante giro implica que las acciones puestas en marcha por el ser humano, asi como sus correspondientes efectos, determinan que cada hombre – y no un Dictador Cósmico- sea el responsable de su propio estado actual. Buda devolvió el espíritu compasivo a la árida teología y a los rituales mecánicos en que había caído la antigua religión védica tras el final de una era más elevada en la cual Vagaban Krishna, el más amado de los avatares de la India, predicó el sendero del Amor Divino y de la realización de Dios mediante la práctica de la suprema ciencia espiritual del yoga, la unión con Dios. La intercesión divina, cuyo fin es mitigar los efectos de la ley cósmica de causa y efecto (el karma) por la cual el ser humano sufre a consecuencia de sus errores, estaba presente en el corazón mismo de la misión de amor que Jesús hubo de cumplir en la tierra. Jesús vino a mostrar la misericordia y la compasión de Dios, cuyo amor es un refugio que nos protege, incluso, del rigor de la Ley. El Buen Pastor de Almas abrió sus brazos para recibir a todos, sin excluir a nadie, y mediante la atracción del amor universal impulsó al mundo a seguirle en el sendero hacia la liberación, a través del ejemplo de su espíritu de sacrificio, renunciamiento, capacidad de perdón, amor por igual para amigos y enemigos y, sobre todas las cosas, amor supremo por Dios. Ya fuera como el pequeño bebé en el pesebre de Belén, o como el salvador que sanaba a los enfermos, resucitaba a los muertos y aplicaba el bálsamo del amor sobre las heridas de los errores, el Cristo presente en Jesús vivió entre los seres humanos como uno más, para que también ellos pudieran aprender a vivir como dioses. La Conciencia Cristica: unidad con el infinito Gozo e Inteligencia de Dios que impregna la creación entera. Para llegar a comprender la magnitud de una encarnación divina, es preciso entender el origen y naturaleza de la conciencia que se halla encarnada en un avatar. Jesús se refirió a dicha conciencia al declarar: “Yo y el Padre somos Uno” (Juan10;30) y “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí” (Juan 14;11). Aquellos que unen su conciencia a Dios conocen tanto la naturaleza trascendente del Espíritu como su naturaleza inmanente: la singularidad de la siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada Dicha del Absoluto No Creado, así como también la miríada de manifestaciones de su Ser en la infinitud de formas en las cuales El se diversifica para dar lugar al variado panorama de la creación. Hay una distintiva diferencia de significado entre Jesús y Cristo. Jesús fue el nombre que recibió al nacer, en tanto que “Cristo” era su título honorífico. En el pequeño cuerpo humano llamado Jesús se produjo el nacimiento de la vasta Conciencia Crística, la Omnisciente Inteligencia de Dios que está presente en cada elemento y partícula de la creación. El Universo no es el simple resultado de la unión azarosa de fuerzas vibratorias y partículas subatómicas, tal como sostienen los científicos materialistas, es decir, una combinación casual de sólidos, líquidos y gases que da origen a la tierra, los océanos, la atmósfera y las plantas, todos ellos armoniosamente interrelacionados para proporcionar un hogar habitable a los seres humanos. Las fuerzas ciegas no pueden organizarse por sí solas para producir objetos inteligentemente estructurados. Así como se necesita de la inteligencia humana para verter agua en los pequeños compartimentos de un recipiente adecuado y, luego, congelarla con el fin de obtener cubitos de hielo, así también podemos reconocer las manifestaciones de una oculta Inteligencia Inmanente que opera en la fusión de las vibraciones para dar lugar a formas cada vez más evolucionadas en todo el universo. ¿Acaso podría haber algo más milagroso que la presencia evidente de una Inteligencia Divina en cada partícula de la creación? Podemos vislumbrar esa presencia en el modo en que un árbol enorme emerge de una diminuta semilla; en los incontables mundos que giran en el espacio infinito, sujetos a una elaborada danza cósmica mediante la regulación precisa de las fuerzas universales; en el modo en que el cuerpo humano – tan maravillosamente complejo – se desarrolla a partir de una única célula microscópica, se halla dotado de una inteligencia consciente de sí misma y se sostiene por medio de un poder invisible que lo sana y le da vitalidad. En cada átomo de este asombroso universo, Dios obra milagros constantemente y, sin embargo, los hombres de mentalidad obtusa no saben valorarlos. Cristo es la Infinita Inteligencia de Dios que está presente en toda la creación. El Cristo Infinito es “el Hijo Unigénito” de Dios Padre, el único Reflejo puro del Espíritu en el reino de lo creado. Esta Inteligencia Universal, Kutastha Chaitanya o Conciencia de Krishna según las escrituras hindúes, se manifestó plenamente en la encarnación de Jesús, Krishna y otros seres iluminados, y puede también manifestarse en tu propia conciencia. Trata de imaginarlo: si toda tu vida transcurriese en esta sola habitación, sin tener ningún contacto con lo que se encuentra más allá de sus paredes y sin saber siquiera que existe alguna otra cosa, seguramente dirías que éste es todo tu mundo. Sin embargo, si alguien te condujera al mundo exterior, descubrirías que las dimensiones de tu “mundo” son, en realidad, insignificantes. Lo mismo sucede con la percepción de la Conciencia Crística. El alcance de conciencia mortal es, en comparación como observar sólo la superficie que ocupa un diminuto grano de mostaza y excluir el resto de cosmos. La Conciencia Cristica es Omnipresencia, es el Señor que habita en cada poro del espacio infinito y satura cada átomo. La conciencia de una hormiga se limita a las sensaciones que experimenta en su pequeño cuerpo. La conciencia de un elefante abarca por completo su imponente figura: si diez personas tocaran diez partes diferentes del cuerpo voluminoso del animal, éste percibiría simultáneamente las sensaciones provenientes de cada uno de esos puntos. La Conciencia Crística se extiende hasta los confines de todas las regiones vibratorias. La totalidad de la creación vibratoria es una exteriorización del Espíritu. El Espíritu Omnipresente se halla escondido en la materia vibratoria, del mismo modo que el aceite está oculto dentro de la aceituna. Al prensar el fruto, aparecen en la superficie minúsculas gotas de aceite; de igual manera, el Espíritu, manifestado individualmente en cada alma, emerge de la materia en forma gradual mediante el proceso de evolución. El Espíritu se expresa en los minerales y las piedras preciosas como belleza y fuerza química y magnética; en las plantas, como belleza y vitalidad; en los animales, como belleza, vida, poder, movimiento y conciencia; en el hombre,como entendimiento y poder en expansión; y en el superhombre, el Espíritu retorna a la Omnipresencia. En cada fase evolutiva, por consiguiente, el espíritu se expresa en mayor medida. El animal se ha liberado de la inercia de los minerales y de la fijeza de las plantas, para experimentar, por medio del movimiento y de la conciencia de los sentidos, una porción aún mayor de la creación de Dios. El hombre, gracias a su capacidad de autoconciencia, puede además comprender los pensamientos de sus semejantes y proyectar la mente sensorial – al menos mediante el poder de la imaginación – hacia el espacio tachonado de estrellas. El superhombre expande su energía vital y su conciencia desde el cuerpo hasta abarcar el espacio entero, y siente como parte de su propio ser la presencia de todos los universos del vasto cosmos, así como también cada minúsculo átomo de la tierra. En el superhombre se recupera la omnipresencia perdida del Espíritu, que se hallaba implícita en el alma como Espíritu individualizado. La conciencia de Jesús traspasó los límites de su cuerpo hasta abarcar toda la creación finita que se encuentre en la región vibratoria de lo manifestado: la esfera del tiempo y espacio que incluye los universos planetarios, las estrellas, la Vía Láctea y la familia de nuestro pequeño sistema solar, del cual forma parte la Tierra, donde el cuerpo de Jesús era tan sólo una partícula. Jesús el hombre – un diminuto punto sobre la Tierra – se convirtió en Jesús el Cristo, cuya conciencia, unida a la Conciencia Crística, era omnipresente. La enseñanza principal de Jesús: cómo convertirse en un Cristo La tarea de Dios en la creación es hacer regresar a todos los seres a la unidad consciente con El mismo, mediante dictados evolutivos de la Inteligencia Crística. Cuando el sufrimiento se extiende sobre la tierra, Dios responde al llamado del alma de sus devotos y envía a un hijo divino para que, por medio de su ejemplar vida espiritual en la que se manifiesta plenamente la Conciencia Crística, pueda enseñar a los seres humanos a cooperar con la obra de salvación de Dios en sus propias vidas. Fue a esa Conciencia Infinita, saturada del amor y la dicha de Dios, a la que se refirió San Juan cuando dijo: “Pero a todos los que la recibieron (la Conciencia Crística) les dio el poder de hacerse hijos de Dios”. Así pues, de acuerdo con las enseñanzas mismas de Jesús tal como fueron registradas por Juan – el más avanzado de sus apóstoles – todas las almas que alcanzan la unión con la Conciencia Crística mediante la intuitiva realización del SER merecen, con justicia, ser llamados hijos de Dios. Recibir a Cristo no es un logro que se pueda conseguir por el simple hecho de pertenecer a una congregación religiosa, o por medio del ritual externo de aceptar a Jesús como nuestro salvador pero sin llegar jamás a conocerle en verdad mediante el contacto con él en la meditación. Conocer a Cristo significa cerrar los ojos, expandir la conciencia y hacer tan profunda nuestra concentración que, a través de la luz interior de la intuición del alma, participemos de la misma conciencia que poseía Jesús. San Juan y otros discípulos avanzados que realmente le “recibieron” percibían a Jesús como la Conciencia Crística que está presente en cada partícula del espacio. Un verdadero cristiano – un ser crístico – es aquel que libera su alma de la conciencia del cuerpo y la unifica con la Inteligencia Crística que satura la creación entera. Una copa pequeña no puede contener en su interior un océano. Del mismo modo, la copa de la conciencia humana, al hallarse limitada por la mediación física y mental de las percepciones materiales, no se encuentra en condiciones de captar la Conciencia Crística universal, por muy deseosa que esté de hacerlo. Mediante el uso de la precisa ciencia de la meditación – conocida durante milenios por los sabios y yoghis de la India y, también, por Jesús- , todo buscador de Dios puede expandir la capacidad de su conciencia hasta hacerla omnisciente y recibir dentro de sí la Inteligencia Universal de Dios. El divino poder de la realización crística es una experiencia interior, que pueden recibir quienes sienten devoción pura por Dios y por su inmaculado reflejo con Cristo. El poder de las iglesias y templos se desvanecerá. La espiritualidad verdadera ha de surgir de los templos de las grandes almas que día y noche permanecen en éxtasis de Dios. En la India he conocido almas así, cuya gloria sobrepasa la de todos los edificios religiosos juntos. Recuerda: Cristo busca los templos de las almas sinceras; él ama el silencioso altar de la devoción erigido en tu corazón, donde moras con él en un santuario iluminado por la luz perpetuamente encendida en el altar de calma de sus propias conciencias. Al titular esta obra La Segunda Venida de Cristo, no me refiero en forma literal al retorno de Jesús a la tierra. Jesús vino hace dos mil años y, después de revelarnos un sendero universal hacia el reino de Dios, fue crucificado y resucitó. Su reaparición ante las masas en la actualidad no es necesaria para que se dé cumplimiento a sus enseñanzas. Lo que verdaderamente se requiere es que la sabiduría cósmica y la percepción divina presentes en Jesús hablen de nuevo a cada persona a través de su propio entendimiento y experiencia de la infinita Conciencia Crística encarnada en Jesús. Esa será, realmente, su Segunda Venida. Los auténticos seguidores de Cristo son aquellos que, através de la meditación y del éxtasis, aceptan en su propia conciencia la cósmica y omnipresente sabiduría de Jesucristo y su bienaventuranza. Los devotos que deseen ser verdaderos cristianos – seres crísticos -, antes que meros miembros de la feligresía cristiana, deben conocer y sentir en todo momento y de manera real la presencia del Cristo Omnipresente, deben comulgar con El en éxtasis y ser guiados por su infinita Sabiduría. Estas enseñanzas han sido enviadas para explicar la verdad tal como Jesús quería que fuera conocida por el mundo; no tienen el propósito de iniciar un nuevo cristianismo, sino el de dar a conocer lo que Cristo realmente enseñó: cómo llegar a ser un Cristo, cómo hacer resucitar al Cristo Eterno en el interior de nuestro propio Ser.
http://lacienciadelossabios.blogspot.com.es/

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