Elige un objeto sensible como centro básico de atención: te sugiero que elijas o bien las sensaciones de una parte del cuerpo o la respiración o los sonidos que te rodean.
Centra tu atención en ese objeto pero hazlo de manera que, si ésta se desvía a cualquier otro objeto, te des cuenta inmediatamente de esa desviación.
Supongamos que has escogido como objeto básico de atención tu respiración ¡Bien!
¡Concéntrate en tu respiración!... Es probable que, después de algunos minutos, tu atención se desplace a cualquier otro objeto, un pensamiento, un sonido, un sentimiento... Si tienes en cuenta este desplazamiento, no debes considerado como una distracción. Es importante, sin embargo, que lo conciencies cuando está produciéndose o inmediatamente después de haber tenido lugar. Lo considerarás como distracción sólo en el caso de que te des cuenta de él bastante después de haberse producido. Supongamos que tomas como objeto de atención tu respiración. En tal caso, tu ejercicio podría recorrer los pasos siguientes (voy a describir el proceso de toma de conciencia): Estoy respirando... Estoy respirando... Ahora estoy pensando... pensando... pensando... Ahora estoy escuchando un sonido... escuchando... escuchando... Ahora estoy irritado... irritado... irritado...
Ahora me siento cansado... cansado... cansado...
Cuando realizamos este ejercicio no hay que pensar que la dispersión de la mente sea una distracción, a no ser que no te des cuenta de que tu mente divaga, que tu atención se desplaza de un
objeto a otro... Una vez que hayas tomado en cuenta este desplazamiento, permanece centrado en el nuevo objeto (pensar, escuchar, sentir...) durante unos momentos; después retorna al objeto básico de tu atención (respiración)...
Tu pericia en la auto-conscienciación puede desarrollarse de tal manera que te hagas capaz de percibir no sólo el desplazamiento de tu atención a otro objeto, sino incluso del deseo de cambiar, del impulso a pasar a cualquier otro objeto. Igual que cuando deseas mover tu mano, hacerte consciente de que consientes en él, de la puesta en práctica del deseo, del primer movimiento ligero de tu mano...
Todas las actividades que componen este proceso se realizan en una fracción infinitesimal de segundo. De ahí que nos resulte imposible distinguir cada una de ellas hasta que no hayamos logrado que reinen dentro de nosotros el silencio y la calma y que nuestra toma de conciencia haya adquirido la agudeza del filo de una navaja.
A veces consideramos la auto-consciencia como una forma de egoísmo y exhortamos a las personas a que se olviden de sí mismas y piensen en los demás. Para entender hasta qué punto puede ser nocivo este consejo, basta con oír alguna entrevista grabada de un consejero bien intencionado, comunicativo pero inexperto, con su cliente. Si aquél no tiene en cuenta lo que ocurre en su interior, de seguro que no será consciente de lo que suceda en la interioridad de su cliente y de lo que acaezca en el intercambio que se establece entre los dos. En tal caso, será muy escasa la ayuda que pueda prestarle; incluso estará en peligro de dañarle.
Tenerse en cuenta a sí mismo es un medio eficacísimo para crecer en el amor a Dios y al prójimo. La auto-consciencia incrementa el amor. El amor, cuando es auténtico, profundiza la autoconsciencia.
No busques medios recónditos para desarrollarla. Comienza por cosas sencillas, como es percibir las sensaciones de tu cuerpo o las cosas que te rodean y pasa después a ejercicios como el que te recomiendo en este capítulo. Al cabo de poco tiempo notarás los frutos de quietud y de amor que la auto-consciencia ejercitada te dará.
ANTOHONY DE MELLO
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