A nivel popular se considera oración vocal la que se recita. Oración mental es aquella que se hace con la mente y con el corazón. Frecuentemente se piensa también que la oración vocal es adecuada para los que comienzas a recorrer la vida espiritual, para quienes no tienen una mente lo suficientemente
desarrollada como para meterse en las profundidades de una reflexión seria.
Por todos estos conductos se llega a considerar la oración vocal como inferior a la mental.
La opinión popular en este punto es totalmente errónea. Hasta mediados de la Edad Media no se llegó a distinguir claramente entre oración vocal y mental dentro de la Iglesia. Antes de esas fechas difícilmente podría concebirse que una persona orara sin emplear palabras. Decir a personas como San Agustín, san Ambrosio o san Juan Crisóstomo, lo que recomendamos en nuestros días a los aspirantes: «No digas oraciones; orad, habría sido decirles algo imposible de entender. Se habrían admirado y preguntarían cómo puede una persona orar sin decir oraciones.
Eran perfectamente conscientes de las fases que sobrevienen al contemplativo cuando, en palabras de Teresa de Ávila, Dios retira las palabras de tus labios de manera que, aunque lo
desearas, no serías capaz de hablar y cuando invade a la persona un silencio total que hace superfluos todos los pensamientos y palabras. Pero ellos, y la mayoría de los maestros en el arte de la oración, opinaban que orar con palabras es más eficaz para colocarte en ese estadio de orar sin pensamientos.
Uno de esos maestros fue san Juan Clímaco. Este santo iniciaba a las personas en el arte de la oración empleando un método tan obvio que, a causa de su sencillez, ha sido ignorado casi por
completo.