«Padre, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad... “. Comienza con su Padre, con el reino de su Padre, con los intereses de su Padre.
Estamos acostumbrados a concebir a Jesús como el hombre para los otros hombres y lo es verdaderamente. Pero nos sentimos inclinados a pasar por alto el hecho de que fue, en primer lugar, el hombre para su Padre.
Fue esencialmente un hombre centrado en Dios.
Actualmente corremos el peligro de centramos excesivamente en el hombre. Estamos muy alejados de los sentimientos del salmista que mira a las montañas, de donde vendrá la salvación.
Tendemos a atarnos demasiado a la tierra y a pasar por alto la transcendencia en nuestras vidas. Y sin ésta, el hombre queda privado de un elemento esencial.
El ejercicio que presento a continuación pretende ayudar a centrar más nuestra vida en Dios.