La de petición es casi la única forma de oración que Jesús enseñó a sus discípulos cuando éstos le pidieron que les enseñara a orar.
Difícilmente podremos decir que hemos sido adoctrina dos por Cristo mismo en la práctica de la oración, si no hemos aprendido a ejercitar la oración de petición. Se nos dice en Lucas 11:
«Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: 'Maestro, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos'. El les dijo: 'Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación'».
Cada una de estas frases que componen la oración dominical es una petición. Escucha ahora el comentario que el Señor hace de esta oración. Esto formará parte del ejercicio:
Y Jesús dijo a sus discípulos: «Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: ¡Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje un amigo mío y no tengo qué ofrecerte!, y aquél, desde dentro, le responde: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados, no puedo levantarme a dártelos!, os aseguro que si no se levanta a dárselos por ser amigo suyo, al menos se levantará por su importunidad y le dará cuanto necesite”.
«Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: 'Maestro, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos'. El les dijo: 'Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación'».
Cada una de estas frases que componen la oración dominical es una petición. Escucha ahora el comentario que el Señor hace de esta oración. Esto formará parte del ejercicio:
Y Jesús dijo a sus discípulos: «Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: ¡Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje un amigo mío y no tengo qué ofrecerte!, y aquél, desde dentro, le responde: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados, no puedo levantarme a dártelos!, os aseguro que si no se levanta a dárselos por ser amigo suyo, al menos se levantará por su importunidad y le dará cuanto necesite”.
Las palabras son sorprendentes en su simplicidad: ((Pedid y recibiréis... porque todo el que pide recibe...».
Imagina que escuchas a Cristo decirte esas palabras. Pregúntate a ti mismo: ¿Creo yo de
verdad esas palabras? ¿Qué significan para mí?
Después comparte con Cristo las respuestas que das a esas preguntas.
Puedes hacer lo mismo con Lc. 18, 1-6.
O toma estos pasajes. «Al amanecer, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre; y viendo una
higuera junto al camino, Se acercó a ella pero no encontró en ella más que hojas. Entonces dijo a la higuera: ¡Que nunca jamás brote fruto de ti! Y al momento se secó la higuera. Al verlo los discípulos se maravillaron y decían: '¿Cómo al momento quedó seca la higuera?' Jesús les respondió: 'Yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si decís a este monte: ¡Quítate y arrójate al mar, así se hará. Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis”. (Mí. 21, 18-22.)
«Al pasar muy de mañana vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro, recordándolo, le dice: '¡Rabí, mira!, la higuera que maldijiste está seca. Jesús les respondió: 'Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ¡Quítate y arrójate al mar! y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas' (Mc. 11, 20-26).
Después de haber parado en una u otra de estas frases o de estos pasajes y de haber hablado a Jesús sobre ellos, crea en ti la paz como preparación para la oración de petición...
Perdona a todas las personas contra las que tengas algo... Di con la imaginación a cada una de ellas: «Te perdono con todo mi corazón en el nombre de Jesucristo al igual que el Señor me ha
perdonado a mí... “.
Ahora pide al Señor que llene tu corazón con la fe que hace omnipotente la oración…
«¡Señor, creo! ¡Ayuda mi incredulidad!...“.
A continuación pide al Señor el don que deseas recibir de él: salud, éxito en alguna tarea...
Imagina al Señor dándote ese don e imagínate a ti mismo alabándole gozoso por este regalo…
Imagínate al Señor que no te concede este regalo y. al mismo tiempo, que te inunda de paz mientras tú le alabas por ello.
Ejercicio 42: Jesús, el Salvador
Esta es otra forma de practicar la oración de Jesús. La recitación del nombre de Jesús no sólo
comporta su presencia, sino su salvación a la persona que ora. Jesús es esencialmente el Salvador.
Esta es la significación de su nombre (Mt. 1, 21).
«Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos
salvamos» (Hch. 4, 12).
La recitación amorosa del nombre de Jesús le hace presente ante nosotros. Cuando Jesús se
hace presente nos da su salvación. ¿Qué clase de salvación? La salvación que trajo a Palestina hace dos mil años: curación de toda enfermedad, física, emocional y espiritual. Y, como consecuencia, paz con nuestros semejantes, con Dios y con nosotros mismos.
Hablé en otro lugar de las propiedades curativas que encierra la recitación devota del nombre
de Dios. Mahatma Gandhi definiría su forma de oración como “la medicina del hombre pobre». El nombre de Jesús nos sana de todas nuestras enfermedades si lo recitamos con fe sobre cada una de nuestras heridas y enfermedades.
La recitación del nombre de Jesús nos da también el perdón de todos nuestros pecados. Se cuenta, en la India, la historia de un rey que mató a sus hermanos y después, llevado por el
arrepentimiento, se acercó a un ermitaño piadoso en busca de penitencia y de perdón. El ermitaño había marchado antes de que llegara el rey. Uno de sus discípulos lo suplantó e impuso la penitencia al rey. Le dijo: «Recita el nombre de Dios tres veces y todos tus pecados quedarán perdonados».
Cuando volvió el ermitaño y se enteró de lo que había hecho su discípulo, se indignó. Dijo a su
discípulo: «¿No sabes que si pronuncias con amor el nombre de Dios una sola vez es suficiente para lavar todos los pecados de un reino? ¿Cómo, pues, te atreviste a decir al rey Que recitara tres veces el nombre de Dios? ¿Hasta tal punto careces de fe en el poder del nombre de Dios?».
Recita el nombre de Jesús despacio y con amor, haciendo pausas constantemente... deseando
verte lleno de la presencia de Jesús...
Ahora 'unge' cada uno de tus sentidos y tus facultades con el nombre de Jesús. Dice la
Escritura: «Tu nombre, un ungüento que se vierte» (Cl. 1, 3). Así, pues, aplica este ungüento a tus
ojos, a tus pies, a tu -corazón... a tu memoria... a tu entendimiento, a tu voluntad, a tu imaginación...
Al hacerla, ve cada uno de tus sentidos, cada miembro, cada facultad, embriagados de la presencia y del poder de Jesús, hasta que todo tu cuerpo y todo tu ser se encienda y sature con su presencia.
Ahora continúa ungiendo a otras personas con el nombre de Jesús... Recítalo con fe y con
amor sobre cada una de ellas... sobre el enfermo y el achacoso... sobre tus amigos... sobre las
personas con problemas y sobre las que tienen como profesión curar los enfermos, médicos,
enfermeras, consejeros, pastores... sobre todos los que amas... Ve a cada uno de ellos robustecidos y revitalizados plenamente por medio de este Nombre poderoso...
Siempre que te sientas cansado, retorna a la presencia de Jesús y descansa en ella durante un rato...
ANTHONY DE MELLO
Ahora pide al Señor que llene tu corazón con la fe que hace omnipotente la oración…
«¡Señor, creo! ¡Ayuda mi incredulidad!...“.
A continuación pide al Señor el don que deseas recibir de él: salud, éxito en alguna tarea...
Imagina al Señor dándote ese don e imagínate a ti mismo alabándole gozoso por este regalo…
Imagínate al Señor que no te concede este regalo y. al mismo tiempo, que te inunda de paz mientras tú le alabas por ello.
Ejercicio 42: Jesús, el Salvador
Esta es otra forma de practicar la oración de Jesús. La recitación del nombre de Jesús no sólo
comporta su presencia, sino su salvación a la persona que ora. Jesús es esencialmente el Salvador.
Esta es la significación de su nombre (Mt. 1, 21).
«Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos
salvamos» (Hch. 4, 12).
La recitación amorosa del nombre de Jesús le hace presente ante nosotros. Cuando Jesús se
hace presente nos da su salvación. ¿Qué clase de salvación? La salvación que trajo a Palestina hace dos mil años: curación de toda enfermedad, física, emocional y espiritual. Y, como consecuencia, paz con nuestros semejantes, con Dios y con nosotros mismos.
Hablé en otro lugar de las propiedades curativas que encierra la recitación devota del nombre
de Dios. Mahatma Gandhi definiría su forma de oración como “la medicina del hombre pobre». El nombre de Jesús nos sana de todas nuestras enfermedades si lo recitamos con fe sobre cada una de nuestras heridas y enfermedades.
La recitación del nombre de Jesús nos da también el perdón de todos nuestros pecados. Se cuenta, en la India, la historia de un rey que mató a sus hermanos y después, llevado por el
arrepentimiento, se acercó a un ermitaño piadoso en busca de penitencia y de perdón. El ermitaño había marchado antes de que llegara el rey. Uno de sus discípulos lo suplantó e impuso la penitencia al rey. Le dijo: «Recita el nombre de Dios tres veces y todos tus pecados quedarán perdonados».
Cuando volvió el ermitaño y se enteró de lo que había hecho su discípulo, se indignó. Dijo a su
discípulo: «¿No sabes que si pronuncias con amor el nombre de Dios una sola vez es suficiente para lavar todos los pecados de un reino? ¿Cómo, pues, te atreviste a decir al rey Que recitara tres veces el nombre de Dios? ¿Hasta tal punto careces de fe en el poder del nombre de Dios?».
Recita el nombre de Jesús despacio y con amor, haciendo pausas constantemente... deseando
verte lleno de la presencia de Jesús...
Ahora 'unge' cada uno de tus sentidos y tus facultades con el nombre de Jesús. Dice la
Escritura: «Tu nombre, un ungüento que se vierte» (Cl. 1, 3). Así, pues, aplica este ungüento a tus
ojos, a tus pies, a tu -corazón... a tu memoria... a tu entendimiento, a tu voluntad, a tu imaginación...
Al hacerla, ve cada uno de tus sentidos, cada miembro, cada facultad, embriagados de la presencia y del poder de Jesús, hasta que todo tu cuerpo y todo tu ser se encienda y sature con su presencia.
Ahora continúa ungiendo a otras personas con el nombre de Jesús... Recítalo con fe y con
amor sobre cada una de ellas... sobre el enfermo y el achacoso... sobre tus amigos... sobre las
personas con problemas y sobre las que tienen como profesión curar los enfermos, médicos,
enfermeras, consejeros, pastores... sobre todos los que amas... Ve a cada uno de ellos robustecidos y revitalizados plenamente por medio de este Nombre poderoso...
Siempre que te sientas cansado, retorna a la presencia de Jesús y descansa en ella durante un rato...
ANTHONY DE MELLO
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