EL HOMBRE es el único ser sobre la faz de la tierra que tiene libertad. Un perro nace perro, vive como perro y muere como perro; no tiene libertad. Una rosa seguirá siendo una rosa; no existe posibilidad de transformación, no puede convertirse en loto.
En esos casos no hay elección, no hay libertad. Ahí está la diferencia del hombre, en eso consiste la dignidad del hombre, su carácter especial, único, en la existencia.
Por eso digo que Charles Darwin no tiene razón, porque clasifica al hombre con los demás animales, sin ni siquiera tener en cuenta la diferencia fundamental. La diferencia fundamental radica en lo siguiente: todos los animales nacen con un programa, y solamente el hombre nace sin un programa. El hombre nace como una tabla rasa, como una pizarra en blanco, en la que no hay nada escrito. Hay que escribir lo que quieras escribir, porque será tu creación.
El hombre no es solamente libre... Quisiera insistir en que el hombre es la libertad misma. Es su núcleo esencial, su alma.
Cuando se le niega la libertad al hombre se le está negando su mayor tesoro, su reino. Entonces se convierte en un mendigo, con una situación mucho peor que la de los demás animales, porque al menos ellos están dotados de un programa. El hombre está sencillamente perdido.
En cuanto se comprende que el hombre nace como la libertad misma, se abren todas las dimensiones posibles. Entonces depende de cada cual qué ser o qué no ser.
Será tu propia creación. Entonces la vida se convierte en una aventura... no en un desarrollo, sino en una aventura, una exploración, un descubrimiento.
La verdad no te la dan; tienes que crearla tú. En cierto modo, te estás creando a ti mismo en cada momento. Si aceptas la teoría del destino, también eso supone un acto de decisión sobre tu vida. Al aceptar el fatalismo eliges la vida del esclavo... ¡y la eliges tú!
Tú has decidido entrar en una prisión, tú has decidido vivir encadenado, tú y solamente tú. Y puedes salir de esa prisión.
En eso consisten sannyas, en aceptar tu libertad. Naturalmente, a la gente le da miedo ser libre, porque la libertad supone riesgos.
Nunca sabemos qué hacemos, adonde vamos, en qué va a acabar todo. Si no eres un producto confeccionado, toda la responsabilidad es tuya.
No puedes descargar la responsabilidad sobre otros. En última instancia te enfrentarás a la existencia con plena responsabilidad, la tuya, seas quien seas, seas lo que seas. No puedes rehuirla, no puedes eludirla. Ese es el miedo, y por ese miedo se han elegido diversas actitudes deterministas.
Y es curioso que las personas religiosas y las irreligiosas solo coincidan en un punto: que la libertad no existe. No coinciden en todo lo demás, pero su coincidencia en un punto resulta curiosa. Los comunistas dicen que son ateos, irreligiosos, pero también que el hombre está condicionado por la situación económica, política y social. El hombre no es libre; la conciencia del hombre está condicionada por fuerzas externas. Pues es la misma lógica. Se puede llamar a la fuerza externa estructura económica; Hegel la
llamaba Historia —recuerda, con «H» mayúscula—, y las personas religiosas la llaman Dios, también con «D» mayúscula. Dios, la historia, la economía, la política, la sociedad... todas son fuerzas externas, pero todas coinciden en una cosa: que no somos libres.Y aquí es donde difiere una persona verdaderamente religiosa. Yo te digo que eres absolutamente libre, libre sin condiciones. No evites la responsabilidad; con evitarla no conseguirás nada.
Cuanto antes la aceptes, mejor, porque podrás empezar a crearte a ti mismo inmediatamente. Y en el momento en que empiezas a crearte a ti mismo surge una gran alegría, y cuando has terminado de crearte, como tú querías, se produce una inmensa satisfacción, como cuando un pintor acaba un cuadro le da el último toque, y su corazón se inunda de alegría. El trabajo bien hecho proporciona una gran paz, se tiene la sensación de haber participado de Dios.
La única oración consiste en ser creativo, porque solo mediante la creatividad se participa de Dios; no hay otra forma de participar. No hay que pensar en Dios, sino participar de alguna manera. No puedes limitarte a observar; tienes que participar, y solo entonces probarás el misterio.
Crear un cuadro no es nada, crear un poema no es nada, crear música no es nada en comparación con crearte a ti mismo, con crear tu conciencia, tu ser.
Pero la gente tiene miedo, y hay razones para ese miedo. La primera, el riesgo, porque tú eres el único responsable. La segunda, que la libertad se puede utilizar mal, porque tú puedes elegir ser lo que no debes ser.
La libertad significa elegir entre lo que está bien y lo que está mal. Si solo eres libre para elegir lo que está bien, eso no es libertad.
Sería como cuando Ford fabricó sus primeros automóviles, todos ellos negros.
Llevaba a los clientes al salón de exposiciones y les decía: «Pueden elegir el color que quieran siempre y cuando sea el negro».
¿Qué clase de libertad sería esa, siempre y cuando se respeten los Diez Mandamientos, siempre y cuando se ajuste al Gita o al Corán, siempre y cuando se ajuste a las enseñanzas de Buda, Mahavira, Zaratustra...? Eso no es libertad.
La libertad significa fundamental, intrínsecamente, ser capaz de ambas cosas, de elegir entre lo que está bien y lo que está mal.
Y el peligro consiste —de ahí el temor— en que lo que está mal siempre resulta más fácil. Lo que está mal es una cuesta abajo y lo que está bien una cuesta arriba. Subir la cuesta resulta difícil, arduo y cuanto más asciendes, más ardua resulta la tarea. Pero ir cuesta abajo es muy fácil; no hay que hacer nada, porque la fuerza de gravedad lo hace por ti. Puedes rodar como una piedra desde la cima y llegarás al valle; no tienes que hacer nada.
Pero si quieres elevarte en la conciencia, si quieres elevarte en el mundo de la belleza, la verdad, la dicha, ansias las cimas más elevadas que se puedan alcanzar, y eso presenta grandes dificultades.
En segundo lugar, cuanto más te eleves, mayor será el peligro de caer, porque el sendero se estrecha y te rodean por todas partes valles oscuros. Basta un mal paso y caerás al abismo, desaparecerás. Es más cómodo, más agradable caminar por tierra
llana, no preocuparse por las alturas.
La libertad te ofrece la oportunidad de caer por debajo del nivel de los animales o de elevarte por encima de los ángeles. La libertad es una escalera: por un lado de la escalera se llega al infierno, y la otra roza el cielo. Es la misma escalera; eres tú quien toma la decisión, qué dirección tomar.
Desde mi punto de vista, si no eres libre no puedes hacer mal uso de tu libertad; no se puede hacer mal uso de la falta de libertad. El prisionero no puede abusar de su situación, porque está encadenado no es libre para hacer nada. Y esa es la situación de todos los animales, salvo el hombre. Los animales no son libres. Nacen para ser cierta clase de animal y cumplirán su destino. En realidad, la naturaleza lo hará por ellos; no se les exige que hagan nada. La vida no les presenta ningún desafío.
Solamente el hombre tiene que enfrentarse al desafío, al gran desafío, y muy pocas personas han decidido arriesgarse, subir a la cima, descubrir las cumbres supremas. Solo unos cuantos —un Buda, un Jesucristo—, muy pocos... Se pueden contar con los dedos de una mano.
¿Por qué no ha decidido la humanidad entera alcanzar el estado de dicha de Buda, el estado de amor de Jesucristo, el estado de alegría de Krisna? ¿Por qué? Por la sencilla razón de que resulta peligroso incluso aspirar a semejantes alturas; es mejor no pensar en ello. Y la mejor manera de no pensar en ello consiste en aceptar que la
libertad no existe... que estás determinado, que se te da un guión antes de que nazcas y tienes que ajustarte a él.
Y solo se puede hacer mal uso de la libertad, no de la esclavitud. Por eso se ve tanto caos en el mundo actualmente. Nunca había existido tal caos, por la sencilla razón de que el hombre nunca había sido tan libre. En Estados Unidos disfrutan de la mayor
libertad que se ha conocido jamás en el mundo entero, en toda la historia. Siempre que hay libertad estalla el caos, pero el caos merece la pena porque únicamente de ese caos pueden nacer las estrellas.
Yo no quiero imponer ninguna disciplina, porque toda disciplina es una sutil esclavitud. No dicto mandamientos, porque cualesquiera mandamientos que te den desde fuera te esclavizarán, te encarcelarán.
Yo solo enseño a ser libre, y después dejo que tú elijas lo que quieres hacer con la libertad. Si quieres caer por debajo del nivel de los animales, será decisión tuya, y tienes todo el derecho de hacerlo, porque es tu vida. Si decides eso, es tu prerrogativa, pero si comprendes la libertad y su valor no empezarás a caer, no quedarás por debajo de los animales, sino que empezarás a elevarte por encima de los ángeles.
El hombre no es una entidad, sino un puente... un puente entre dos eternidades: el animal y el Dios, lo inconsciente y lo consciente. Desarrolla la conciencia, desarrolla la libertad, da todos los pasos por decisión propia: créate a ti mismo y asume toda la
responsabilidad.
La mente normal y corriente siempre descarga la responsabilidad sobre otros. Es siempre el otro quien te hace sufrir. Tu esposa te hace sufrir, tu marido te hace sufrir, tus padres te hacen sufrir, tus hijos te hacen sufrir, o si no, el sistema económico de la sociedad, el capitalismo, el comunismo, el fascismo, la ideología política dominante, la estructura social, el destino, el karma, Dios... Cualquier cosa.
La gente se inventa miles de maneras de evitar las responsabilidades pero en el momento que dices que alguien —Fulanito o Menganito— te hace sufrir no puedes hacer nada para cambiarlo. ¿Qué vas a hacer? Cuando cambie la sociedad, cuando llegue el comunismo y exista un mundo sin clases, todo el mundo será feliz, pero hasta entonces es imposible. ¿Cómo ser feliz en una sociedad pobre? ¿Cómo ser feliz en una sociedad dominada por los capitalistas? ¿Cómo ser feliz en una sociedad burocrática? ¿Cómo ser feliz en una sociedad que no te da libertad?
Excusas y más excusas... excusas para eludir una sola idea: «Soy responsable de mí mismo. Nadie es responsable por mí. Es únicamente mi propia responsabilidad. Sea lo que sea, yo soy mi propia creación».
Eso significa el sutra de Atisha: «Échale toda la culpa a alguien». Ese alguien eres tú.
En cuanto se asienta esta idea: «Yo soy responsable de mi vida —de todos mis sufrimientos, mi dolor, de todo lo que me ha ocurrido y me ocurre—, yo lo he elegido; estas son las semillas que sembré y ahora estoy cosechando; yo soy el responsable», en
cuanto comprendes de forma natural esta idea, todo lo demás resulta sencillo.
La vida empieza entonces a tomar un giro distinto, empieza a avanzar hacia una nueva dimensión, la dimensión de la conversión, la revolución, la mutación... porque en cuanto sé que yo soy el responsable, también sé que puedo abandonarlo en el momento
que lo desee.
¿Puede alguien impedirte que te despidas de tus desdichas, que transformes tu desdicha en felicidad? Nadie puede hacerlo. Incluso si estás en la cárcel, encadenado, nadie puede encarcelarte; tu mente sigue libre. Por supuesto que te encuentras en una situación muy limitada, pero incluso en esa situación tan limitada puedes cantar una canción. Puedes llorar de impotencia o cantar una canción. Incluso con cadenas en los pies puedes bailar; incluso el ruido de las cadenas será melodioso.
El siguiente sutra dice: «Sé agradecido con todos». Atisha es de lo más científico.
Primero dice que toda la responsabilidad debe recaer sobre ti mismo y a continuación dice que seas agradecido con todo el mundo. Ahora que nadie salvo tú es responsable de tus desdichas, si la desdicha es culpa tuya, ¿qué pasa? «Sé agradecido con todos.»
Pues que todo el mundo está creando un espacio para que te transformes, incluso quienes piensan que te están obstaculizando, incluso aquellos a quienes consideras enemigos. Tus amigos, tus enemigos, la gente buena y la gente mala, las circunstancias
favorables y las desfavorables, todo contribuye a crear el contexto en el que puedas transformarte y llegar a ser un Buda.
Sé agradecido con todos, con quienes han ayudado, con quienes han puesto dificultades, con quienes han mostrado indiferencia. Sé agradecido con todos, porque todos juntos están creando el contexto en el que nacen los budas, en el que tú puedes ser un Buda.
¿Qué es la ausencia de deseo?
¿Consiste en no tener ningún deseo o en ser completamente libre para tenerlo o no tenerlo?
Si estás completamente libre de deseo estarás muerto, dejarás de vivir. Eso nos han enseñado: no tengas deseos. ¿Qué puedes hacer? Puedes ir eliminando los deseos, y cuantos más elimines, más se empobrecerá tu vida. Si destruyes todos los deseos, te habrás suicidado, suicidado espiritualmente.
No; el deseo es la energía de la vida, el deseo es vida. ¿A qué me refiero entonces cuando digo: «Líbrate del deseo»?
A lo que me refiero es a lo segundo, a ser libre, completamente libre, para tener o no tener deseos.
El deseo no debería convertirse en una obsesión: ese es el significado. Deberías ser capaz de... Por ejemplo, ves una casa preciosa, de otra persona, recién construida, y se te despierta el deseo de tener una casa como esa. Pues bien; ¿eres o no eres libre de sentir ese deseo? Si eres libre, yo diría que careces de deseos. Si dices: «No soy libre. Este deseo me obsesiona. Incluso si quiero librarme de él, no puedo librarme. Veo esa casa en sueños, pienso en ella. Me da miedo ir a esa calle, porque esa casa me da envidia,
me altera». Si dices: «No soy capaz de tener ni de no tener ese deseo», no estás sano, los deseos te dominan y tú eres una víctima. Sufrirás mucho porque hay millones de cosas a tu alrededor, y si se apoderan de ti tantos deseos acabarás destrozado.
Así es como ocurre: alguien llega a primer ministro y tú quieres ser primer ministro; alguien se hace muy rico, y tú quieres ser muy rico; alguien llega a ser un escritor famoso, y tú quieres ser un escritor famoso. Y de repente otra persona llega a esto o lo otro, y el de más allá a esto o a lo otro. Montones de personas que hacen montones de cosas. Y desde cada rincón se te abalanza un deseo que se apodera de ti, y no eres capaz de decir ni sí ni no... Puedes volverte loco.
Así se ha vuelto loca la humanidad entera. Todos esos deseos te llevan de acá para allá, y te fragmentas, porque muchos deseos han tomado posesión de tu ser.
Y esos deseos también son contradictorios. Por lo tanto, no solo se trata de que tú te fragmentas, sino de que te conviertes en una pura contradicción. Una parte de ti quiere hacerse muy rico; otra parte quiere ser poeta... Algo muy complicado. Es complicado ser rico y poeta. Un poeta no puede ser tan cruel; le resultará muy difícil
hacerse rico.
El dinero no es poesía; el dinero es sangre, explotación. Un poeta digno de tal nombre no puede explotar, y un poeta digno de tal nombre tiene cierta visión de la belleza. No puede ser tan feo como para privar de belleza a tantas personas solo por su deseo de acumular dinero.
Resulta que quieres ser político y también quieres meditar, ser meditador.
Imposible. Los políticos no pueden ser religiosos. Pueden fingir serlo, pero no pueden.
¿Cómo va a ser religioso un político? La religión significa carecer de ambición y la política no es sino pura ambición.
La religión significa: soy feliz tal y como soy. La política significa: solo seré feliz cuando llegue a lo más alto... No soy feliz tal y como soy. Tengo que correr, que apresurarme, y destruir si es necesario. Por las buenas o por las malas, pero tengo que llegar a lo más alto. Tengo que demostrar mi valía.
Naturalmente, un político tiene complejo de inferioridad. La persona religiosa no tiene ningún complejo, ni de inferioridad ni de superioridad. Los políticos fingen ser religiosos porque da buenos resultados en la política.
Ser religioso significa no ser ambicioso, no tener ambiciones de estar en otra parte, de ser otro... Solamente ser y estar aquí y ahora.
Pero si tienes esas dos ideas, querer ser político y también meditador, te verás en dificultades, te volverás loco. Si eres honrado, te volverás loco; si no eres honrado, no te volverás loco, sino hipócrita. Eso son los políticos.
Y no estoy diciendo que todos los que están en la religión no sean políticos: de cien personas, noventa y nueve también son políticos, pero con una política diferente, la política religiosa. Tienen su propia jerarquía, y el sacerdote quiere llegar a Papa... Eso también es política. O el pecador quiere llegar a santo... También es política, también es complejo de inferioridad. En cuanto empiezas a meterte en la santidad, en lo religioso, te rodeará ese ego que dice «soy más santo que tú». Según tú, todos son condenables, todos están
condenados y solo tú te vas a salvar. Así puedes sentir lástima de todo el mundo, de esos pobrecillos que van a ir al infierno. También eso es política.
Una persona verdaderamente religiosa no conoce el ego. Ni siquiera es humilde — esto hay que recordarlo—; carece de ego hasta tal punto que ni siquiera es humilde. La humildad es también un fingimiento del ego; la persona humilde también intenta ser
humilde y demostrar: «Soy humilde», o en el fondo puede albergar ideas como «Soy el más humilde en el mundo entero». Cómo no: ¡el ego!
Muchos deseos se apoderarán de ti y muchos serán contradictorios, y entonces te sentirás dividido, perderás tu integridad, dejarás de ser un individuo.
Me preguntas: «¿Qué es la ausencia de deseo?».
Pues bien, son dos cosas distintas. Conoces la ausencia de deseo, y entonces tienes que cortar tu vida por completo, entonces tienes que cortarlo todo. Entonces te conviertes en un monje jainista, como una concha vacía descontento de todo, de ti mismo, sin creatividad, sin ganas de festejar la vida, sin flores. O bien conoces el deseo, y
entonces te destrozas. Los dos estados son terribles.
Lo que hay que hacer es librarse completamente del deseo, de tal modo que puedas elegir, que siempre puedas elegir, entre tener o no tener. Entonces serás realmente libre.
Y entonces tendrás creatividad, ganas de festejar la vida, la alegría de los deseos, y el silencio, la paz y la tranquilidad de la ausencia de deseos.
¿Cómo puedo distinguir entre un amor propio iluminado y la egolatría?
La diferencia es sutil pero muy clara, nada difícil; sutil, pero no difícil. Si eres ególatra, sufrirás mucho. El sufrimiento indicará que estás enfermo.
La egolatría es una enfermedad, un cáncer del alma. La egolatría te pondrá cada día más tenso, más nervioso, no dejará que te relajes. Te llevará a la locura.
El amor propio es justo lo contrario de la egolatría. En el amor a uno mismo no hay «uno mismo», solo amor. En la egolatría no hay amor, solo «uno mismo».
Al amarte a ti mismo empezarás a sentirte más relajado. Una persona que se ama a sí misma se siente completamente relajada. Amar a otro puede crear cierta tensión, porque el otro no siempre tiene que sintonizar contigo. El otro puede tener sus propias ideas. El otro es un mundo diferente, y existen muchas posibilidades de que se produzca un choque. Existen todas las posibilidades de que se produzca la tormenta porque el otro es un mundo distinto. Siempre se da una sutil lucha entre ambos.
Pero cuando te amas a ti mismo, no hay nadie más. No hay conflicto... Es silencio puro, una maravilla. Estás a solas; nadie te molesta. No necesitas para nada al otro.
Y para mí, una persona que es capaz de tan profundo amor hacia sí misma es capaz de amar a otros. Si no puedes amarte a ti mismo, ¿cómo vas a amar a otros? En primer lugar tiene que suceder de cerca, en tu interior, y después extenderse a los demás.
Las personas quieren amar a los demás, sin darse cuenta de que ni siquiera se aman a sí mismas. ¿Cómo pueden amar a otros? No puedes compartir lo que no tienes.
Solamente puedes dar a los demás lo que ya tienes. Por consiguiente, el primer paso, el fundamental, para llegar al amor consiste en amarse a sí mismo, pero en eso no existe «mismidad». Voy a explicarlo.
El «yo» surge como contraste frente al «tú». El «yo» y el «tú» existen juntos. El «yo» puede existir en dos dimensiones. Una de las dimensiones es «yo-ello»: tu casa, tú, tu coche, tú, tu dinero... «yo-ello». Cuando se da este «yo», este «yo» del «yo-ello», ese
«yo» es casi como una cosa. No es conciencia; es como estar dormido, roncando a pierna suelta. Tu conciencia no está ahí. Eres como las cosas, una cosa más entre las cosas: una parte de tu casa, de tus muebles, de tu dinero.
¿Te has fijado? El que anda en pos del dinero poco a poco empieza a adquirir las características del dinero. Se convierte simplemente en dinero. Pierde la espiritualidad, deja de ser espíritu. Queda reducido a cosa. Si te gusta el dinero, acabarás siendo como el dinero. Si te gusta tu casa, poco a poco te harás materialista. Siempre te transformarás en lo que amas, en lo que te gusta. El amor es alquimia.
No ames lo que no debes, porque te transformará. Nada tiene tanta capacidad de transformación como el amor. Ama lo que puede elevarte, lo que puede llevarte hasta las cimas más elevadas. Ama algo que esté más allá de ti. En eso consiste la religión, en ofrecerte un objeto de amor como Dios de modo que no exista la posibilidad de la caída. Hay que elevarse.
Existe una clase de «yo» como el «yo-ello», y otra clase de «yo», el «yo-tú». Cuando amas a una persona, surge otro tipo de «yo» en ti: el «yo-tú». Amas a una persona, te haces persona.
Pero ¿qué pasa al amarse a uno mismo?... No existe ni el «ello» ni el «tú».
Desaparece el «yo» porque el «yo» solamente puede existir en dos contextos: «ello» y «tú». El «yo» es la forma, el «ello» y el «tú» funcionan como el marco. Cuando desaparece el marco, desaparece el «yo». Cuando te dejan solo, eres, pero no tienes un «yo», no sientes un «yo». Simplemente eres una profunda «presencia».
Solemos decir: «Yo soy». En ese estado, cuando estás profundamente enamorado de ti mismo, desaparece el «yo». Solo queda una «presencia», la pura existencia, el ser. Te llena de una profunda dicha. Será una gran fiesta, un gozo. No habrá ningún
problema para distinguir entre las dos cosas.
Si te sientes cada día más desdichado, has iniciado el viaje hacia la egolatría.
Si te sientes cada día más tranquilo, más silencioso, más feliz, más centrado, has iniciado otro viaje, el viaje hacia el amor a ti mismo. Si inicias el viaje del ego empezarás a ser destructivo con los demás, porque el ego intenta destruir el «tú». Si tomas el camino del amor propio desaparecerá el ego.
Y cuando desaparece el ego dejas que el otro sea sí mismo, le das absoluta libertad.
Si no tienes ego no puedes crear una prisión para el otro, para el que amas; no puedes enjaularlo. Permites que el otro vuele como un águila por las alturas. Permites que el otro, que la otra, sean tal como son; les das absoluta libertad.
El amor da absoluta libertad, el amor es libertad... libertad para ti y libertad para quien amas.
El ego es esclavitud... esclavitud para ti y para tu víctima. Pero el ego puede jugarte muy malas pasadas. Es muy astuto, y sus formas de actuar muy sutiles, porque puede fingir que es amor a sí mismo.
Voy a contar una anécdota...
UN DÍA, AL MULÁ NASRUDÍN SE LE ILUMINÓ EL ROSTRO al reconocer al hombre que bajaba las escaleras del metro delante de él. Le dio tales palmadas en la espalda que el hombre estuvo a punto de caerse, mientras el mulá gritaba:
—¡Golberg, estás desconocido! ¡Pero si has engordado lo menos quince kilos desde la última vez que te vi! ¡Y encima te has operado de la nariz, y para mí que has crecido medio metro!
El hombre lo miró muy enfadado y replicó, en tono glacial:
—Usted perdone, pero no me llamo Goldberg.
—¡Vaya, vaya! —dijo el mulá Nasrudín—. ¡O sea, que hasta te has cambiado el nombre!
EL EGO ES MUY ASTUTO Y SIEMPRE SE JUSTIFICA Y RACIONALIZA. Si no estás bien alerta, puede esconderse tras el amor a uno mismo. La misma expresión «uno mismo» puede servirle de protección. Puede decirte: «Soy tú, tú mismo». Puede cambiar de peso, puede cambiar de estatura, de nombre. Y como es simplemente una idea, no hay problema: puede hacerse pequeño o grande, porque solo es una fantasía tuya.
Debes tener mucho cuidado. Si realmente quieres crecer en el amor, has de tener mucho cuidado. Hay que dar cada paso plenamente alerta, para que el ego no encuentre ningún escondrijo en el que refugiarse.
Tu verdadero ser no es ni «yo» ni «tú», ni tú ni el otro. Es algo trascendental.
Lo que llamas «yo» no es tu ser real. Ese «yo» se impone a la realidad. Cuando te diriges a alguien como «tú», no te diriges al ser real del otro, sino que le pones una etiqueta. Cuando se quitan todas las etiquetas, queda el ser real, y el ser real es tan tuyo como de los demás. El ser real es uno.
Por eso decimos que participamos del ser de los demás, que somos miembros unos de otros. Nuestra realidad real es Dios. Podemos ser como icebergs flotando en el mar —parecen separados—, pero una vez que nos fundamos, no quedará nada.
Desaparecerá la definición, desaparecerá la limitación, y con ellas el iceberg.
Pasará a formar parte del océano.
El ego es un iceberg. Fúndelo, disuélvelo en las profundidades del amor, para que desaparezca y pases a formar parte del océano.
Me han contado una cosa...
EL JUEZ PARECÍA MUY SERIO. DIJO:
—Muid, tu esposa dice que la golpeaste en la cabeza con un bate de béisbol y la tiraste escaleras abajo. ¿Qué tienes que alegar?
El muid Nasrudín se frotó la nariz con la mano, meditando. Por último respondió:
—Señoría, supongo que esta historia tiene tres aspectos: el de mi esposa, el mío y la verdad. —Y tenía toda la razón—. Ha oído dos aspectos de la verdad, pero hay tres —añadió.
Y tenía toda la razón.
Están tu historia, la mía y la verdad: yo, tú y la verdad.
La verdad no es ni tú ni yo. Tú y yo son imposiciones sobre la inmensidad de la verdad.
«Yo» es falso, «tú» es falso... utilitario, útil en el mundo. Resultaría difícil manejarse en el mundo sin el «yo» y el «tú». Pues bien; utilicémoslos, pero sabiendo que son solo recursos del mundo. En realidad no existen ni el «tú» ni el «yo». Existe algo, alguien, una energía sin limitaciones, sin límites. De ella venimos y en ella
volvemos a desaparecer.
FINAL DEL LIBRO DEL EGO, DE OSHO.
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