lunes, 25 de abril de 2016

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)




HA NACIDO UN PARVULITO
Capitulo VI (Quarto Escrito)
Hondas son estas cuestiones para que las tratemos nosotros, Hermano Simeón –alegó Yhosep, dando un corte a la conversación, pues varias veces en el curso de ella, estuvo a punto de hablar sobre las manifestaciones extraordinarias que se habían notado desde antes del nacimiento de su hijo. 
Lía, que había oído en silencio toda esa conversación, recordaba la carta de su Hermano Elcana, esenio del segundo grado, como ella y su marido ya muerto, y creyó mejor guardar el secreto que su hermano le recomendaba. 
Pensó con mucho acierto: “Si Yhosep, que es el padre del niño, no habla; si el sacerdote Esdras, esenio adelantado, calla; yo, pobre mujer que no sé si mis revelaciones harían acaso un desastre, con mayor motivo debo callar”. 
Y muy disimuladamente hizo que acomodaba los troncos de leña que chisporroteaban en el hogar, y arrojó a la llama la carta de su Hermano, sepultando así en el fuego aquel secreto que le hacía daño. 
En el corazón de Lía, única mujer hierosolimitana que lo sabía, quedó sepultado el divino secreto del Cristo-hombre cobijado bajo su techo, muy cerca del Gran Templo, en plena ciudad Santa, mientras el orgulloso Sanhedrín y demás Príncipes Sacerdotes se devanaban los sesos pensando cómo podía ser que hubieran fallado los astros y las antiguas profecías de los videntes de Israel. 
Los sacerdotes más ancianos decían, rasgando sus vestiduras en señal de funestos presagios: Cuando los astros y las profecías han fallado nueva desgracia amenaza a Israel. 
Terribles signos son éstos que en otra hora fueron anuncio de dispersión, de incendios y de muerte. Acaso la llegada de la nueva centuria nos encontrará a todos en el Valle de Josaphat y a nuestros hijos cautivos en tierra extranjera. 
Tal era el ambiente en el Templo de Jerusalén el día que llegaba la humilde pareja: Myriam y Yhosep con el Cristo-niño en los brazos. 
Era poco antes del mediodía, y un sol de oro caía como una lluvia de arrayanes sobre la magnífica cúpula del templo, que recibía bajo sus naves al Cristo-hombre, sin saberlo aquellos fastuosos sacerdotes, cuya regia indumentaria de púrpura y pedrería dejaba muy atrás a los reyezuelos de la Palestina. 
Por aviso espiritual, los Sacerdotes y los Levitas esenios estaban enterados, y la noticia fue confirmada por los dos hijos de Simeón, que la víspera lo supieron por su padre y Yhosep cuando estuvieron a preguntar la hora en que serían atendidos. Y de acuerdo todos ellos, se unieron para ofrecer en el altar de los perfumes, holocaustos de pan de flor de harina rociado del más puro aceite de oliva aromatizado de esencias, vino puro 
de uva con incienso y mirra, frutos de manzano, flores de naranjo y cuanta flor y fruto de aroma pudieron reunir. Pretextaron que era aniversario de cuando Moisés hizo brotar agua fresca de la roca en el desierto. 
Los dos sacerdotes esenios que estaban de turno, Simeón y Eleazar, podían realizar aquella liturgia usada todos los años. Las doncellas del Templo fueron invitadas para cantar salmos al son de sus cítaras y laúdes. Los catorce sacerdotes esenios con sus veintiún Levitas, provistos de incensarios de oro daban vueltas cantando alrededor del Tabernáculo en el preciso momento en que Yhosep y Myriam llegaban al atrio. 
Una vez realizado el rito de la purificación, Myriam con su niño en brazos penetró al Templo hasta el sitio donde era permitido llegar a los seglares. 
El gran velo del Templo corrido severamente, no les permitía ver lo que los Sacerdotes y Levitas realizaban detrás de él en el Sancta Sanctorum. Las vírgenes en un alto estrado con rejas de bronce, cantaban el más vibrante salmo de alabanza a Jehová. Y cuando Myriam y Yhosep entregaban las tórtolas del holocausto y Simeón tomaba en sus brazos al divino niño para ofrecerlo a Dios, sin que nadie supiera los motivos, el gran velo del Templo fue abatido hacia un lado, como si un vendaval poderoso hubiese hecho correr las anillas de plata que lo sostenían en una larga vara del mismo metal. 
Todos los presentes sintiéronse sobrecogidos de respeto y admiración, al ver cómo una corriente de poderosa afinidad obró lo que podía bien tomarse como una extraordinaria manifestación espiritual, que ponía de manifiesto la excelsa grandeza del ser que se ofrecía a Dios en aquel momento. Mientras tanto Simeón de Betel, tenía al niño levantado en alto al pie del altar de los perfumes y añadía a las frases del ritual aquellas palabras que ha conservado la tradición: 
“Ahora, Señor, puedes echar polvo en los ojos de tu siervo porque ellos han visto tu Luz sobre la Tierra”. 
Una anciana paralítica de nombre Ana, que todos los días se hacía llevar en una camilla hasta el interior del Templo para orar a Jehová que enviase su Mesías Salvador, salió corriendo por sus propios medios hacia el altar de los perfumes, y no se detuvo hasta caer de rodillas a los pies de Simeón, dando gritos de gozo y anunciando a todos: He aquí el Mesías Salvador de Israel, cuyo acercamiento ha curado mi mal de hace treinta años. Para hacerla callar y que no causase alarma alguna, fue necesario dejarla que besara una manecita del niño y que prometiera allí mismo guardar el más profundo secreto. 
Los rituales terminaron y todo volvió a su acostumbrada quietud y silencio, pero el hecho de haberse corrido el velo del Templo sin motivo visible y real, trascendió a otros de los sacerdotes que no estaban en el secreto, y fue causa de que el Sanhedrín llamase a una asamblea de consulta sobre cuáles podían ser los motivos de aquel extraño fenómeno. 
Los unos opinaron que el mismo Moisés había asistido, invisiblemente, a la celebración de aquel aniversario de una de sus grandes manifestaciones del oculto poder de que era dueño. Ante esta opinión los sacerdotes de bronce se sentían despechados de que tal manifestación, la hubieran recibido los sacerdotes de cera en unión de las vírgenes que cantaron los salmos. 
Otros opinaron que se hubiera producido una pequeña desviación de nivel en la gran vara por donde corrían las anillas que sostenían el velo. Y no faltó quien afirmase que a esa hora se produjo una gran ola de viento y que al abrir la puerta del atrio de las mujeres puso en comunicación las corrientes con los otros atrios, lo cual produjo el hecho de que se trataba.
Para sondear la opinión del bando de bronce, Simeón de Betel dijo:  ¿Y no se podría suponer que este fenómeno fuera anuncio de la llegada del Mesías-Salvador?  ¡Imposible...!, –exclamó el Pontífice–. Nuestros agentes han recorrido todas las sinagogas del país y no ha sido encontrado ni un solo primogénito varón en la dinastía de David. No obstante –arguyó nuevamente Simeón–, yo acabo de ofrecer a Jehová un primogénito nacido en Betlehem.  ¿Pero, quién es? ¡Un hijo de mendigos...! 
Espetó el Gran Sacerdote. De artesanos –rectificó Simeón–. ¿Acaso David no fue pastor?  ¿Pero pensáis que el Mesías Rey de Israel va a nacer de artesanos, cuando todos los Príncipes, Sacerdotes y Levitas de dinastía real, hemos tomado poco antes de la conjunción de los astros, esposas vírgenes y de noble alcurnia para dar oportunidad al Mesías de elegir su casa y su cuna? “Sostener otra cosa sería tergiversar el sentido de las profecías y renunciar hasta al sentido común. 
“¿Creéis que el Mesías Libertador de Israel, va a salir de la hez del pueblo, para ser el escarnio y la mofa de nuestros dominadores? “El Mesías-Rey saldrá como una flor de oro de las grandes familias de la aristocracia hebrea, o no saldrá de ninguna parte. 
Y, ¿cómo explicaremos entonces que las profecías han quedado sin cumplimiento y que los astros han mentido? –preguntó Esdras el esenio, que sentía lástima por la ceguera de aquellos hombres. 
Yo pienso contestó uno de los doctores de bronce, que todo el año de la conjunción astral puede ser apto para la llegada del Mesías, porque la influencia de esos planetas puede llegar hasta la Tierra en un período más o menos largo. ¿Podemos acaso encadenar la voluntad y el pensamiento de Jehová?
Justamente, era así mi pensamiento –añadió Simeón de Betel–, que ni nosotros ni nadie sobre la Tierra podemos encadenar el pensamiento y la voluntad de Jehová, cuando quiere Él manifestarse a los hombres. 
Pero, ¿qué quieres decir con eso? –interrogó el mismo doctor que había expresado aquel pensamiento. Quiero decir, que si Dios quiere enviar a la Tierra su Mesías Salvador, nosotros no podemos imponerle nuestra voluntad de que aparezca en una familia de la alta aristocracia o de una humilde familia de artesanos. Digo esto, porque el motivo de esta asamblea es el hecho de haberse corrido por sí solo el velo del Templo en el preciso momento en que yo ofrecía a Jehová un primogénito hebreo; y a más la viejecita paralítica que todos hemos visto desde treinta años pegada al suelo como molusco a una roca, salir corriendo hasta llegar a donde estaba yo con el niño, y en su gozo de verse curada comenzó a gritar como una loca: 
“He aquí el Mesías Salvador de Israel que ha curado con su presencia mi mal de hace treinta años”. Y no se pudo hacerla callar ni quitarla de encima hasta que le fue permitido besar al niño. Son hechos, que si nada confirman por sí solos, no dejan de ser dignos de estudio y de nuestra atención, ya que para ello nos hemos reunido. 
El Gran Sacerdote y otros con él fruncieron el ceño, pero la lógica de Simeón no admitía réplica.  ¿Se han tomado datos precisos de su familia y antecedentes? –preguntó el Gran Sacerdote.
Yo –dijo Esdras–, estuve, como sabéis, en Betlehem a indagar sobre los nacidos en aquella ciudad, y estando enfermo el Sacerdote de aquella Sinagoga, fui yo el actuante cuando llevaron este niño a circuncidar. 
Sus padres son artesanos acomodados y tienen en Nazareth sus medios de vida. Ambos son originarios de Jericó y descendientes de familia sacerdotal, encontrándose en Betlehem en visita a unos parientes cercanos de la esposa, que fue una de las vírgenes del Templo donde se educó justamente por su procedencia de familia sacerdotal; y Yhosep, el marido, la buscó entre las vírgenes del Templo por fidelidad a la costumbre de que los hijos o nietos de sacerdotes, busquen esposa entre las vírgenes del Templo, y Yhosep es hijo de Jacob, hijo de Eleazar, sacerdote que algunos de los presentes hemos conocido. 
Es cuanto puedo decir. Bien –ordenó autoritariamente el Pontífice–, que tres miembros de la comisión de Genealogías reales se encarguen de estudiar este asunto y pasen luego el informe correspondiente. 
Y sin más trámite se dio por cancelado este asunto, el cual no se volvió a tocar, pues en los momentos que atravesaba la política del país con Herodes el Grande al frente, no era nada oportuna la presencia del Mesías Rey de Israel, que  provocaría desde luego un formidable levantamiento popular en contra del usurpador idumeo.
Conviene que este asunto no trascienda al exterior –añadió todavía el Gran Sacerdote–, y que esa familia no sospeche ni remotamente que nos hemos ocupado de ese niño cuya seguridad está en el silencio. 
El tiempo se encargará de revelar la verdad. 
El tiempo se encargará de revelar la verdad –repitieron como un hecho los sacerdotes esenios convencidos plenamente de que aquellas palabras eran proféticas. 
Y fue así, como pasó desapercibido en toda la Palestina el advenimiento del Cristo-hombre. Dios da su luz a los humildes y la niega a los soberbios. Hacía muchos siglos que el pueblo de Israel esperaba un Mesías Salvador. Y cuando él llegó como una estrella radiante a iluminar los caminos de los hombres, no lo reconocieron sino los pequeños, los que se ocultaban para vivir en las entrañas de los montes, o en la modestia de sus hogares entregados al trabajo y a la oración.
Continua.....

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)





HA NACIDO UN PARVULITO
Capitulo VI (Tercer Escrito)
 Dos días después en la primera hora de la tarde, Yhosep y Myriam emprendieron viaje a la vecina Jerusalén para dar cumplimiento a la Ley que ordenaba la ceremonia de la purificación para la madre, a los cuarenta días de nacido su hijo, al cual debía al mismo tiempo consagrarle a Jehová en su santo Templo. La pareja de asnos, en que Elcana y Sara desde años realizaban sus viajes a Jerusalén en la festividad de la Pascua, fueron los conductores de la familia nazarena en esta andanza de ley. Tenía Elcana en la ciudad Santa a su hermana viuda, Lía, madre de tres hijas que aún no estaban casadas: Ana, Susana y Verónica, criadas las tres en las severas costumbres morales en que educaban sus hijos las familias esenias. Vivían en el barrio de la puerta oriental, o sea, en dirección a las piscinas de Siloé. Donde hoy es la Puerta Mora. Juntamente con ellas vivía su anciano tío Simeón, hermano del padre de Lía, el cual tenía dos hijos Levitas: Ozni y Jezer, que justamente estaban de servicio esos días como auxiliadores del anciano Simeón de Betel. A esta buena familia hierosolomita, iban recomendados como huéspedes: 
Myriam y Yhosep, con su pequeño hijo. 
Lía con sus tres hijas vivían con la labor de sus manos habilísimas en el hilado y tejido del lino y lana, que luego teñían esta última, en grandes madejas de color cárdeno, púrpura y violeta, según los pedidos fueran para las vestiduras sacerdotales del Templo, o para los Santuarios esenios, que usaban el blanco y el violeta subido. El anciano tío Simeón, sacaba su manutención de los derechos de sus dos hijos Levitas a los diezmos y primicias que aportaba el pueblo para todas las familias Levíticas. Como ellos, consecuentes con su ideología esenia no tomaban parte en sacrificios de bestias, sólo percibían las primicias y diezmos de aceite, olivas, frutas, harina de trigo y demás cereales que se cosechaban en el país. 
Viudo también el anciano Simeón y solo, unió su vida a la de su sobrina, que muy joven quedó sin marido y con tres hijas adolescentes. La presencia del tío anciano era siempre una sombra protectora para la joven viuda y sus hijas. 
Como se ve pues, toda esta familia vivía del trabajo que daba el Templo en tejido y labores manuales en general. Tenían además una participación en un hermoso y extenso huerto de viñas, cerezos y naranjas que formaba un delicioso valle en la cadena de montañas llamada Monte de los Olivos, que abarcaba toda la parte oriental del país. 
Era el Huerto de Gethsemaní, propiedad de un núcleo de familias esenias que lo cultivaban en conjunto. 
La familia de Lía, era lo que entonces podía llamarse una familia acomodada con holgura y tranquilidad. Llegaron los viajeros sin previo aviso, pero la carta de Elcana que entregó Yhosep al llegar, valió por todos los anuncios premonitorios y auspiciosos que hubieran podido hacerse. 
Decía así: “Silencio y paz del Señor en tu hogar, mi querida hermana Lía. Junto con ésta te mando el más grande tesoro que podíamos ambicionar los Hermanos del Silencio. 
 “Myriam y Yhosep, nuestros parientes, llevan para presentar al Templo a su primogénito Yhasua, en el cual según todas las probabilidades y a juicio de los Maestros, está encerrado el Avatar Divino esperado por los hijos de Moisés desde hace tantos siglos. Creo pues, que sabiendo el huésped que te mando, no necesito hacerte recomendación alguna, ya que el silencio para nosotros no es un consejo sino una ley. 
En cuanto a Myriam y Yhosep, ya los verás; son como los panes de la propiciación que en el altar del Señor se dejan consumir sin ruido. Cuanto hagas por ellos, por mí lo haces. “Con un gran abrazo de Sara y mío, me despido hasta la vista. “Elcana”. Lía leyó la carta de Elcana, su hermano, y la escondió en su seno. Y aunque había recibido con gran benevolencia a sus huéspedes en la sala del hogar, corrió Lía presurosa hacia ellos y arrodillándose ante Myriam que tenía a su hijito en el regazo, rompió a llorar con emoción intensa sobre el cuerpecito del niño abrigado en gruesas mantillas. 
Myriam emocionada también, no estorbaba el amoroso desahogo de su parienta lejana, que desde muy niña no veía. Mientras se desarrollaba esta escena, Yhosep con el Anciano Simeón, acomodaban las bestias en el establo. 
La hermosa virtud de la hospitalidad esenia, hacía tan agradables los viajes, que cada cual llegaba a encontrarse como en su propia casa, en la casa de sus Hermanos de ideología. Para ninguno era inquietud ni sobresalto viajar sin un solo dracma en su bolsa vacía, porque hasta era agravio para el dueño de casa que su huésped pensara en darle compensación material. En toda bodega esenia había siempre un fondo de repuesto que se llamaba “la porción de los viajantes”, que no se tocaba si no era para cambiarla por provisiones frescas recientemente cosechadas.
 ¡Bendita seas tú, Myriam, en el hijo que el Señor te ha concedido y bendita sea esta casa que le da hospitalidad! 
En la tristeza y luto de mi viudez, no pensé jamás que viniera así la alegría de Dios a iluminar mi morada.
 ¿De dónde sacas tales palabras para dirigirnos a mi hijo y a mí? –preguntó Myriam, temerosa de que aquella mujer hubiera también penetrado el enigma.
De la carta de mi hermano Elcana le respondió Lía. 
Pero..., te ruego silencio –añadió Myriam. ¡Silencio hasta que sea llegada la hora de Dios! –contestó Lía con solemnidad casi profética. Y asomándose al taller donde sus tres hijas hilaban y tejían en sus telares, les dijo: Venid a besar el hermoso niño de vuestra parienta Myriam. Es su primogénito y la tradición asegura que trae suerte a la casa que le hospeda. 
Las tres jovencitas entraron precipitadamente. Verónica y Ana eran mellizas y tenían trece años. Susana, la mayor, contaba quince, y se quedó de pie observando al niño mientras las dos menores se arrodillaban junto a Myriam para besar al pequeñito, que dormía tranquilamente. 
De pronto dijo Susana, con un acento que parecía salir de su íntimo yo, con el semblante sobrecogido por un dolor interno e indefinible: Con tanto amor y dicha le besáis ahora y un día le enjugaréis la sangre y le besaréis muerto... 
Y cayó desvanecida en los brazos de la madre, que la sostuvo.  ¡Dios mío!... ¿Qué te pasa, Susana?... Traed agua, por favor dijo a sus hijas, que se apresuraron a humedecer la frente de la joven desmayada. 
Myriam algo había percibido de aquellas terribles palabras y su alma tierna de sensitiva se sobrecogió de espanto. 
 ¿Es profetisa vuestra hija? –preguntó a Lía. 
No, nada de eso se le ha conocido nunca. Sí que es muy impresionable y a veces se espanta de un débil ruido y hasta de su sombra. Parece que hablaba algo referente a mi niño, como alusión a un accidente. ¿Seremos acaso atropellados por algún motín popular mañana al ir al Templo?... 
¡Oh, no lo permitirá Jehová! No pienses así, Myriam, ¡por favor! Es que esta hija se ve como acometida de no sé qué delirios extravagantes decía la madre haciendo beber a Susana pequeños sorbos de agua. Al fin se reanimó e iba a hablar, pero los ojos inteligentes de su madre le impusieron silencio. 
Ven acá, Susana dijo Myriam tomando una mano de la jovencita–. Dime, ¿viste a mi niño acometido de un accidente? ¿Por qué dijiste esas palabras? No, Myriam, no. Es que yo padezco de visiones imaginarias que a veces me hacen sufrir mucho. Vi tendido aquí un hombre muy herido y muerto que me causó indecible espanto y compasión. Eso fue todo.
Pero eso nada tiene que ver con el niño de Myriam añadió la madre procurando dar fin al asunto–. 
Sólo siento –dijo–, que en este momento de tanta dicha, haya venido a mezclarse este pequeño incidente. No es nada, no es nada. Y la viuda Lía arrojó al fuego del hogar: incienso, mirra y un fruto fresco de manzano, mientras decía: 
“Que Dios Todopoderoso arroje de este recinto los espíritus del mal y nos envíe mensajeros de paz y amor”. Así sea 
contestaron todos. 
La entrada de Yhosep y del anciano Simeón acabó de tranquilizar los ánimos. Y antes de que llegara la noche los dos hombres se encaminaron al Templo para saber por medio de los Levitas hijos de Simeón, la hora fija en que el sacerdote esenio estaba de turno al día siguiente, que era el prescripto por la ley para la presentación del niño de Myriam. 
Quedaron, pues, convenidos que a la hora tercia esperaría en la puerta que daba al atrio de las mujeres, el sacerdote Simeón de Betel, esenio de grado cuarto, con los Levitas Ozni y Jezer como auxiliares. 
Y muy bajito dijeron los Levitas a Yhosep y a su padre, que la noche antes el sacerdote mencionado y ellos tuvieron aviso de los Ancianos de Moab, que al día siguiente haría su primera entrada al Templo, el Avatar Divino, y que se guardara bien de ofrecer por él, sacrificio de sangre. Que aceptara las tórtolas presentadas por Myriam, y las soltara en libertad por una de las ojivas del Templo. 
El viejo Simeón, padre de los Levitas, como buen esenio, guardaba silencio, pero en su Yo íntimo empezaba a levantarse un gran interrogante:  ¿Quién es ese niño, que así se preocupan de él los Ancianos de Moab? Esenio del grado primero, igual que Yhosep, sabía cumplir con los Diez Mandamientos, rezar los salmos y guardar hospitalidad. 
No iba más allá su instrucción religiosa. Yhosep ya estaba más en el secreto de la superioridad de su hijo, debido a los fenómenos suprafísicos que se habían manifestado desde antes de nacer el niño. Pero él era buen esenio y nada dijo. 
Cuando regresaron a la casa de Lía, Myriam, que había dejado al niño dormido en la canastilla, salió a recibirlos y su primera pregunta fue ésta:  ¿Hay tumulto en el centro de la ciudad? 
No, todo está en calma –contestaron los dos hombres a la vez. Hace tanto tiempo que se acabaron los tumultos –dijo Simeón–, porque los grandes señores del país encontraron el modo de arreglarse con los dominadores, y el pueblo se cansó de motines en que siempre sale perdiendo... ¿Por qué lo preguntáis?
Hace tanto tiempo que no estoy en la ciudad de David, y pensé que podía ser como en mis días de pequeña explicó Myriam. Yhosep en cambio, algo percibió en los ojos ansiosos de Myriam, alrededor de los cuales creyó ver una sombra violeta. Y entrando con ella a la alcoba en que el niño dormía, la interrogó. Temo por nuestro niño –le contestó ella—. 
Desde que me hicieron comprender que hay en él, algo superior a los demás niños, vivo temerosa y llena de inquietudes. 
Por eso mismo que hay designios de Jehová sobre él, debemos pensar que será doblemente protegido de los demás. 
Vive tranquila, Myriam, que es grande tu dicha por ser madre de tal hijo. –Y besándola tiernamente sobre los cabellos, fueron ambos a sentarse junto al fuego del hogar, donde ya estaba reunida toda la familia para la cena. Susana había quedado en el lecho a causa de la pequeña crisis nerviosa que tuvo esa tarde. Simeón como el más anciano, bendijo el pan y lo partió entre los comensales según la costumbre esenia, haciendo igual cosa con el ánfora del vino, del cual puso una parte en los vasos de plata que había sobre la mesa. Myriam presentó a su vez, las ofrendas que enviaba Elcana desde Betlehem a su hermana Lía, consistentes en quesos de cabra, manteca y miel de la montaña. Un abundante guisado de lentejas y un gran fuentón de aceitunas negras del Huerto de Gethsemaní, condimentadas con huevos de gansos asados al rescoldo, componían la comida que presentó la hospitalaria Lía a sus huéspedes. 
Myriam quiso llevar por sí misma una tacita de miel y un trocito de queso al lecho en que descansaba Susana. ¡Pobrecilla!... –le dijo–. Me apena que te hayas enfermado a nuestra llegada. Siéntate y come de esta miel que manda tu tío Elcana, y acaso te confortarás. 
Y ayudó a la jovencita a incorporarse en su lecho. 
Susana comió y cuando hubo terminado, abrazando el cuello de Myriam, la suplicó: —Si me traes aquí un poquitín a tu niño me curaré por completo. Vi en sueños a Elías y Eliseo nuestros grandes Profetas que envolvían en fuego a tu niño para que nadie le hiciera daño. 
Debe ser un gran profeta tu hijo, Myriam, ¿no lo has pensado tú? —Desde antes que el naciera vengo viendo extraordinarias manifestaciones que a veces me traen temerosa de toda esa grandeza que me anuncian; pues yo sólo sé que es mi hijo, y no quiero que su grandeza lo aparte jamás de mi lado. Te lo traeré.
Y unos minutos después el pequeñín descansaba sobre las rodillas de Susana sentada en el lecho. 
Se quedó inmóvil contemplando al hermoso querubín de nácar y rosas dormido en su regazo. Myriam la contemplaba a ella. La vio palidecer intensamente, pero se contuvo a una señal de silencio que la joven le hizo. Observó que su mirada se tornaba vaga, cual si mirase a una lejanía brumosa... Después de unos instantes, levantó al niñito suavemente a la altura de sus labios y lo besó en la frente como se besa un objeto sagrado. 
 ¡Dime la verdad, Susana! Tú has visto algo en él, ¿qué has visto? Una locura, Myriam, de las muchas que me acosan continuamente: He visto que yo iba por un camino siguiendo el cortejo fúnebre de un pariente cuya muerte nos causaba gran dolor, y que este niño, ya joven y hermoso, detenía el cortejo y hacía levantar del féretro al muerto y lo devolvía a su madre vivo y sano. ¿Será que tu hijo es un gran profeta o que yo estoy loca de remate?  ¡No!..., tú no estás loca, sino que en mi niño hay algo tan grande..., ¡tan grande, Susana!..., que vivo llena de espanto, como las mujeres de Israel cuando veían los relámpagos y sentían los truenos en Horeb y en Sinaí... 
Las cosas demasiado grandes, espantan a las almas tímidas como la mía... Y tomando Myriam a su hijito que se despertaba en ese instante, le dijo con los ojos empañados de llanto: 
 ¿Por qué eres tan grande, querubín mío, si tu madre es pequeña y débil como una corderilla, que sólo acierta con la fuente para beber? Y silenciosa se llevó al niño a la alcoba. 
Y junto al fuego del hogar, mientras la madre y las hijas ordenaban todo cuanto se había usado para la cena, Simeón y Yhosep departían sobre las esperanzas de una próxima liberación para Israel. 
Unos sostienen que vendrá de nuevo Elías para hacer bajar fuego del cielo, que consuma en un abrir y cerrar de ojos a los dominadores que con los tributos empobrecen al pueblo. 
Y otros dicen que vendrá también Moisés para realizar las maravillas que espantaron al Faraón, y dejó en libertad al pueblo. –Decía así Simeón.  ¿Qué se dice de todo esto en el Templo? Por tus hijos puedes saberlo –contestó Yhosep.
Mis hijos escuchan todos los días que el tiempo ha llegado para que aparezca el Libertador de Israel; pero parece que las esperanzas se van esfumando lentamente, porque en las líneas consanguíneas directas de David, no se tiene conocimiento de que haya nacido un varón en la fecha que esperaban los Doctores del Templo. Uno de mis hijos fue con otros Levitas hacia Levante; otros al Poniente, otros al Norte y al Sur del país, a mirar los registros de las Sinagogas, en busca del anhelado acontecimiento.
¡Cómo!... ¿Y ningún varón ha nacido en Israel de la descendencia de David? –preguntó extrañado Yhosep. 
 ¡No, no es eso!... Ya se ve que no andas tú en las intimidades sacerdotales –decía afablemente el viejo tío de Lía–. 
Es que no sólo se espera un varón en la descendencia de David, sino un varón nacido en la fecha marcada por los astros que presiden los destinos del pueblo hebreo. 
Además ese niño extraordinario debe ser el primogénito de una doncella recién casada; y aún cuando alguna profecía existe, parece indicar que nacería en Betlehem, eso se pasaría por alto, en atención a que alguna cosilla haya pasado para las estrellas delatoras del acontecimiento. Mas, es el caso que han nacido varios varones de la descendencia de David, pero que son hijos terceros o cuartos o sextos de matrimonios, padres de numerosa prole. 
 ¿Y no fueron por Betlehem los agentes sacerdotales? –preguntó algo inquieto Yhosep. Naturalmente que sí, y fueron de las primeras sinagogas inspeccionadas. Estuvo allí para mayor seguridad el sacerdote Esdras. ¿Y sin resultado? 
volvió a preguntar Yhosep. 
Igual que en todas partes, pues en la rama bilateral que hay en la descendencia de David, no hubo nacimiento de primogénito varón en la fecha indicada. Y en el Sanhedrín hay una desazón estupenda por este motivo, debido a que el Rey Herodes que se entiende muy bien con el Gran Sacerdote, se hizo dar todas las explicaciones pertinentes a estos asuntos; y empieza a burlarse de todas las profecías, y hasta prohibió que se hable al pueblo absolutamente nada acerca del libertador, Rey de Israel, que debía nacer en estos tiempos. 
“Cuando llegaron los últimos agentes con noticias negativas, y el Rey lo supo, obligó al Sanhedrín a darle una declaración firmada de que pasó la hora anunciada por los astros para el nacimiento del Mesías-Rey de Israel, y que por lo tanto, el pueblo, por medio del Sanhedrín que es su suprema autoridad, renuncia a todas sus esperanzas y derechos en favor de Herodes el Grande y su descendencia. 
¿Y el Sanhedrín lo hizo? preguntó Yhosep con cierta ansiedad. El Sanhedrín aprecia más la amistad del Rey que hace grandes concesiones al alto cuerpo sacerdotal, que mantener una esperanza que hasta hoy ha resultado vana. 
Y bajando la voz como temeroso de ser oído, Yhosep preguntó: Y los sacerdotes esenios, ¿qué dicen a todo esto? 
Son la minoría y no hacen cuestión de este asunto. Además ellos no esperan un Rey-Libertador, sino un Mesías-Profeta y Taumaturgo al estilo de Moisés para restaurar su doctrina y depurar la Ley.
Continua....

domingo, 24 de abril de 2016

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)



HA NACIDO UN PARVULITO
Capitulo VI (Segundo Escrito)
Y Moisés, movido de piedad de sus mártires que a millares se habían sacrificado..., movido a piedad de esta heredad humana que el Padre le confiara, deja su cielo radiante... 
El Séptimo cielo de los Amadores, y baja por última vez a la Tierra para salvar la humanidad que caminaba al caos y a la destrucción. ¿Le escuchará la humanidad? ¿Le reconocerá la humanidad? ¿Vestirá la túnica de penitencia y caerá de rodillas ante él, reconociendo su pecado? ¿Irá Yhasua a Roma pagana e idólatra, para llevarla a la adoración del Dios verdadero? 
¿Y desatará allí Yhasua todos sus estupendos poderes, y realizará maravillas suprahumanas como Moisés en Egipto, para que el César al igual que el Faraón diga a Yhasua: 
“Veo que Dios está contigo; haz como sea tu voluntad?
” Y, ¿será entonces Yhasua el Instructor de toda la humanidad que le seguirá dócilmente como una majada de corderillos? 
En esta santa conversación estaban los cuatro sacerdotes esenios a la débil luz de un candil, cuando la diestra de Nehemías empezó a temblar sobre la mesa. 
Tomó rápidamente el palillo de escribir y sobre un pedazo de su manto de lino escribió: “Huid por la rampa que sale hacia las tumbas de los Reyes, porque dos levitas espías escucharon vuestra conversación y estáis amenazados de muerte antes del amanecer. Huid, Eliseo”. 
El candil se apagó súbitamente, y los cuatro esenios se hundieron por un negro hueco que se abría en el fondo de una inmensa alacena, depósito de incensarios, de vasos y fuentes usados para el culto, y del cual sólo ellos poseían el secreto. 
A no haber estado familiarizados con aquel tenebroso corredor, se habrían vuelto locos para encontrar la salida entre tinieblas, pues no tuvieron tiempo de buscar cerillas ni antorchas ni cirios. Ya otras veces habían burlado espionajes y delaciones del mismo estilo, mediante esta salida subterránea del Templo de Jerusalén, y que era obra de un profeta esenio de nombre Esdras, el cual estando entre el pueblo hebreo cautivo en Babilonia se ganó la confianza y el amor del Rey de Persia y de Asiria, Artajerjes, que le autorizó para reconstruir la ciudad Santa y el templo, destruidos por la invasión ordenada por Nabucodonosor, cuando arrasó a sangre y fuego la ciudad de David y el Templo de marfil y de oro construido por Salomón. Y al hacer Esdras el Profeta, la reconstrucción, le hizo hacer con obreros esenios esa salida secreta, porque como buen discípulo de Moisés soñaba con devolver a Israel la doctrina de su gran Legislador, y que los Maestros esenios que habitaban las cavernas de los montes,  tomaran nuevamente la dirección espiritual de las almas, formando el alto sacerdocio del Templo. Precavido y temeroso, Esdras, de que volverían también los enemigos encubiertos de la doctrina Mosaica, hizo abrir este corredor secreto en dirección al oriente y que iba a salir a la Tumba de Absalón, antiguo monumento labrado esmeradamente en la roca viva de las primeras colinas del Monte de los Olivos, de que formaba parte el Huerto de Gethsemaní. 
Por allí entraban y salían los terapeutas peregrinos para llevar mensajes de los Maestros del Monte Moab a los sacerdotes esenios, que por razón de su ascendencia no podían eludir el servicio del templo cuando les tocaba el turno. 
Entre las facultades psíquicas de Esdras el Profeta, se destacaba la premonición, llegando a veces a leer como en un libro abierto un futuro lejano. Y acaso vio en sus profundas y solitarias meditaciones, la persecución y muerte de que serían objeto sus Hermanos esenios, después que fueron ellos los más abnegados e incansables obreros de la reconstrucción de Jerusalén y de su templo devastado. 
Y la magia divina de los cielos nos deja ver a Esdras el Profeta en la soledad de la noche, bajo un pórtico semiderruido del Templo, examinando a la luz de un candil un croquis de la ciudad Santa y sus alrededores, para encontrar la orientación y salida más conveniente al corredor de salvamento, que después tomó su nombre: Sendero de Esdras. 
Estudiados los pro y los contra, el vidente esenio comprendió que mayores facilidades y ventajas ofrecía el camino hacia el oriente con salida al Monumento de Absalón, que abandonado y semiderruido no interesaba ya a nadie, pues era sólo un osario repugnante donde sólo los lagartos y los búhos habitaban. 
Además, ofrecía la ventaja inmensa de la proximidad al Monte de los Olivos, en cuyas grandes mesetas de roca había buenas cavernas y que esas tierras hasta Betania eran heredades de familias esenias que desde muchas generaciones iban pasando de padres a hijos. 
En las cavernas de aquellos montes se habían salvado de la invasión asiria, numerosas familias esenias, que continuaron viviendo allí, mientras la mayoría del pueblo joven y fuerte vivía esclavizado en Asiria. 
En las montañas del norte de la ciudad Santa estaba la llamada gruta de Jeremías, muy conocida de los esenios por haber sido el refugio y recinto de oración de uno de sus grandes profetas, el inimitable cantor de los Trenos. 
Pero quedaba muy distante, lo cual hacía doblemente grande el esfuerzo a realizar. Se hallaba también al sur, la tumba de David para salida, pero a más de la larga distancia, era lugar demasiado frecuentado, por hallarse hacia allí un acueducto a las piscinas de Siloé, y la carretera hacia Betlehem.
Y al mismo tiempo que a la luz del sol, el Profeta esenio con miles de obreros hacía reconstruir la ciudad y el Templo, un centenar de picapedreros esenios abría y fortificaba el estrecho corredor subterráneo, por donde los discípulos de Moisés podrían continuar iluminando las conciencias, alimentando la fe del pueblo hebreo fiel a su gran Instructor, y a la vez estar en contacto con los Ancianos de Moab. 
Este sendero de Esdras, fue el que siguieron los cuatro esenios sacerdotes de Jerusalén, en la noche del mismo día en que fue impuesto al niño de Myriam el nombre de Yhasua. 
Diríase que las inteligencias del mal desataban sus fuerzas destructoras para comenzar de nuevo el aniquilamiento de las legiones mosaicas, el mismo día que salía Yhasua ante el mundo, anotándose en los libros de la Sinagoga el nombre con que vendría para siempre..., a ellos, que habían sepultado bajo espantosos errores la ley suya, escrita sobre tablas de piedra por el dedo de fuego de Moisés... 
Llegaron al viejo monumento funerario, donde entre losas amontonadas, ocultaban pieles y mantas, y pequeños sacos de frutas secas, y redomas con miel. Encendieron lumbre y se tendieron extenuados sobre lechos de heno y pieles de oveja. Tres horas después resplandecían los tintes del amanecer. Cuando el sol se levantaba en el horizonte, se encaminaron hacia Betania con indumentaria de viajeros, y así entraron por diferentes caminos a la ciudad, donde Nehemías y Eleazar pasaron de inmediato al templo para tomar turno en el Servicio Divino, mientras Simón y Esdras quedaban en sus casas particulares. 
La estratagema de la huída por el camino subterráneo, les sirvió para desvirtuar la delación al Sanhedrín que era en mayoría favorable al Sumo Sacerdote, hombre duro y egoísta, que lucraba con su elevada posición y luchaba por exterminar de raíz lo que él y sus secuaces llamaban sentimiento o sensiblerías de una generación menguada, de sacerdotes indignos de la fortaleza divina de Jehová; y estos deprimentes calificativos, iban aplicados a los de filiación esenia.
Y en los recintos del Templo cualquier observador sagaz, hubiera notado bien definidas las dos tendencias que el Sumo Sacerdote había calificado de “Sacerdotes de bronce y Sacerdotes de cera”. 
Los de cera eran los esenios, que desgraciadamente formaban la minoría; pero una minoría que a veces adquiría tal prestigio y superioridad en medio del pueblo fiel, que los de bronce vivían mortificados, despechados, lo cual desataba de tanto en tanto fuertes borrascas que cuidaban mucho de que no salieran al exterior. 
Las clases pudientes de la sociedad estaban con los sacerdotes de bronce y las clases humildes con los de cera.
Ya comprenderá el lector que los primeros buscaban en el servicio del Templo su engrandecimiento personal y el aumento de sus riquezas, y desde luego estaban fuertemente unidos a las clases pudientes poseedoras de grandes extensiones de tierra pobladas de ganados. 
Y en la ley relativa a los sacrificios sangrientos, iba en aumento siempre el número de víctimas a sacrificar, pues en ello estaban particularmente interesados los dueños, que vendían a un altísimo precio los agentes intermediarios, puestos por los sacerdotes en los atrios del templo, como hacen en un mercado público los vendedores de mercancías, y los sacerdotes mismos que tenían doble ganancia: la ofrecida por los intermediarios, y las que producía la venta de carne de las víctimas que la Ley de Moisés, según ellos, destinaba para consumo de la clase sacerdotal. 
Imposible que los sacerdotes y levitas consumieran aquella enormidad de animales que se degollaban cada día sobre el altar de los holocaustos, los cuales sumaban varios centenares sobre todo en las solemnidades de Pascua y en las fiestas aniversarios de la salida de Egipto, y de los retornos de los cautiverios que por tres veces había sufrido el pueblo de Israel. Dichas carnes destinadas al consumo de Sacerdotes y Levitas, eran conducidas desde el Templo a sus casas particulares, las cuáles tenían siempre una puertecita muy disimulada en el más invisible rincón del huerto, destinada a sacar por allí en sacos de cuero, aquellas carnes vendidas a terceros negociantes, cual si fueran sacos de frutas o de olivas. 
En cambio los Sacerdotes que estaban en el bando calificado de Doctores de cera, impedían esos pingües negocios de carne muerta, porque a los fieles que les hacían consultas en los casos de ofrecimientos de holocaustos, siempre les contestaban de igual manera: 
“Traed un pan de flor de harina, rociado con aceite de olivas y espolvoreado con incienso y mirra, o una rama de almendro en flor, o una gavilla de trigo, o una cestilla de frutas, porque place a Jehová que el humo perfumado de estas primicias de vuestras siembras, suba hasta él juntamente con vuestros pensamientos y deseos de vivir consagrados a su divino servicio, cumpliendo con los Diez Mandamientos de su Ley”. 
Debido a esto, los sacerdotes que eran esenios por sus convicciones, estaban en turno de uno o dos cada día, porque de lo contrario arruinaban el negocio de las bestias, lo cual era una grave amenaza para las arcas sacerdotales y para sus agentes intermediarios. 
En la época que diseñamos, en todo aquel numeroso cuerpo sacerdotal y levítico, sólo había catorce sacerdotes que eran esenios, o sea el número siete doble, y veintiún Levitas, el siete triplicado, que era una insignificancia, comparado con los centenares que formaban los Sacerdotes y Levitas del bando de los Doctores de bronce. 
Estas aclaraciones minuciosas y pesadas si se quiere, tienen por objeto que el lector sea dueño en absoluto, del escenario ideológico en que actuará Yhasua dentro de breve tiempo, o sea el que tardemos en relatar sus primeros acercamientos al Templo de Jerusalén.
A los cuarenta días de su nacimiento, estaba de turno en el servicio divino, el esenio Simeón de Betel y los Levitas: 
Ozni, Haper, Jezer y Nomuhel, para auxiliarle en su ministerio. Había asimismo otros sacerdotes y Levitas auxiliares en el turno de ese día, más escuchemos lo que había pasado en la casita de Elcana el tejedor, tres días antes. 
Era la medianoche y todos dormían. 
Sólo Myriam velaba, pues el gemido de su niño la había despertado, y luego de amamantarle continuaba meciéndole entre sus brazos, mientras le susurraba a media voz una suave canción de cuna: 
¡Duerme que velan tu sueño Los ángeles de Jehová!... 
Los angelitos que bordan De luces la inmensidad. 
¡Duerme que velan tu sueño Los ángeles de Jehová!... 
¡Y derraman en tu cuna Sus rosas blancas de paz! 
Duerme hasta que encienda el día Sus antorchas de rubí. 
Y se vayan las estrellas Por los mares de turquí. 
Manojillo de azucenas En el huerto de mi amor Duerme mi niño querido Hasta que despierte el sol. 
El Cristo-niño se quedó dormido profundamente. 
Myriam vio que una tibia nubecilla rosada lo envolvía como un pañal de gasas que ondulaban en torno a su delicado cuerpecito. 
Y de pronto una vaporosa imagen de sin igual belleza apareció de pie junto al lecho. 
Era un rubio adolescente con ojos de topacio que arrojaban suavísima luz. — 
¡Myriam!... –le dijo con una voz que parecía un susurro–. 
¿Me amas? ¿Quién eres tú que me haces esa pregunta?
El mismo que duerme sobre tus rodillas. 
¿Qué misterio es éste, Jehová bendito?
No es misterio, Myriam, sino la verdad. ¿Temes a la verdad? No, pero mi hijo es un niñito de un mes y tú eres un jovenzuelo... 
Y no comprendo lo que mis ojos ven. Myriam, la Bondad Divina te llevó al sacerdocio de la maternidad que te exigirá dolorosos sacrificios. 
De aquí a tres días te obliga la ley, a presentarte al templo para la purificación y para consagrarle a Jehová. 
“Ni la maternidad te ha manchado, ni yo necesito consagración de hombres, pues que antes de nacer de ti, ya estaba consagrado a la Divinidad. 
Mas, como es un rito que no ofende al Dios-Amor, irás como todas las madres, y tu holocausto será una pareja de tórtolas de las que venden en el atrio destinadas al sacrificio. 
Iréis a la segunda hora en que encontraréis en el altar de los perfumes, al sacerdote Simeón de Betel con cuatro Levitas. 
“Le dirás sencillamente estas palabras: “Mi niño es Yhasua, hijo de Yhosep y de Myriam”. “Él sabe lo que debe hacer”. 
Y la suave y dulce visión se inclinó sobre Myriam, cuya frente apenas rozó con sus labios sutiles; se dobló como una vara de lirios en flor sobre el cuerpecito dormido, y se esfumó suavemente en las sombras silenciosas y tibias de la alcoba. Todos dormían, y sólo Myriam velaba en la meditación del enigma que encerraba su hijo. 
Recordaba lo que las madres de los antiguos profetas habían visto y sentido, antes y después del nacimiento de sus hijos, según decía la tradición. Recordaba lo que le había dicho su parienta Ana Elhisabet, madre de Yohanán, nacido pocos meses antes de Yhasua: 
“Mi pecho salta de gozo por lo que en tu seno llevas”. 
“¿Qué sabes tú, mujer? 
“Salen de tu seno rayos de luz que envuelven toda la Tierra. Traes el fuego y no te quemas. Traes el agua y no te ahogas. Traes la fortaleza y llegas a mí, cansada. ¡Oh, Myriam! ¡Bendita tú, en el que viene contigo!
” Y encendiendo el candil, alumbró Myriam el rostro de su niño dormido. Estaba como siempre, pero esta vez sonreía. 
Y ella oprimiéndose con ambas manos el corazón porque palpitaba demasiado fuerte, murmuraba: “¡Cálmate, corazón, que tu tesoro no te será arrancado sin arrancarte la vida! “Duerme también, corazón, como duerme tu niño, que si es elegido de Jehová, él mismo será tu guardador. “Duerme corazón en la quietud de los justos, porque lo que Dios une, los hombres no lo separan”.
Y Myriam acostóse en el lecho, y con el niño en brazos durmió hasta el amanecer. 
Continua.....

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)



HA NACIDO UN PARVULITO
Capitulo VI
Volvamos a la serena quietud de Betlehem, la tranquila ciudad donde David el pastorcillo que Samuel, Profeta esenio, ungió rey de Israel... El rey de los salmos dolientes y gemebundos, cuando su corazón sincero comprendió que había pecado. Volvamos a la casita de Elcana el tejedor, en una de cuyas alcobas, se encontraban Myriam y Yhosep con su niño Divino..., ¡el Dios hecho hombre! Y la Ley nos da permiso para escuchar su conversación. Es ya muy entrada la noche y todos se han recogido en sus alcobas de reposo. Yhosep se despierta, porque siente que Myriam llora con sollozos contenidos, acaso para no llamar su atención. Enciende un candil, y se llega al lecho de Myriam a quien encuentra con el niño en brazos. 
¿Qué pasa, Myriam, que lloras así? ¿Está acaso enfermo el niño? —No –dice ella–. Él duerme. Mírale. —Y bien, si está tranquilito y duerme, ¿por qué lloras tú?
Mañana hará ocho días que nació. —Es verdad, ya lo he pensado y Elcana también. Ellos dos le llevarán a la Sinagoga a circuncidarle y yo me quedaré contigo. 
Myriam dio un gran gemido y sus sollozos se hicieron más hondos. Yhosep apenado hasta lo sumo, no acertaba con la causa de aquel dolor. 
Una voz me ha despertado en el sueño dijo por fin Myriam–, y esa voz me dijo: “Tu niño no será circuncidado”. — ¡Cómo podrá ser eso!, –exclamó Yhosep–. ¡Si es ley de Moisés, recibida por él mismo de Jehová! Cierto que este es un Profeta según todas las apariencias; pero todos nuestros Profetas creo que fueron sometidos a esa ley; ¿cómo podemos pecar contra la ley de Moisés? —Yhosep, siéntate aquí a mi lado y yo te explicaré lo que me ha acontecido. Yo me desperté porque la canastilla del niño estaba llena de luz y creí que eras tú que habías encendido el candil para velarle. Y entonces comprendí que no era luz de candil sino un suave resplandor que salía de mi niñito, y esta luz alumbraba los rostros venerables y hermosos de varios Ancianos de blancas vestiduras, que le contemplaban con inefable ternura. Por fin, viendo que yo les observaba, uno de ellos me dijo:“Mujer, quítate esa espina de tu corazón, porque tu hijo no será herido por el cuchillo del sacerdote. —“Es ley de Jehová –dije yo–. Y él añadió: —Ni es ley de Jehová, ni es ley de Moisés, sino de los hombres inconscientes que buscan la filiación divina en groseros ritos materiales. 
La filiación divina la tenemos todas las criaturas humanas, porque de Dios surgimos como una chispa de una hoguera. —“¿Quiénes sois vosotros que así me habláis? –les pregunté. —“Somos –me contestaron–, los depositarios de los libros de Moisés que, desde él hasta hoy, habitamos obscuras cavernas en agrestes montañas, para que la Divina Sabiduría traída por él no sea corrompida y borrada de la faz de la Tierra. 
Somos los Ancianos del gran Templo esenio de Moab, y en sueños te visitamos para advertirte la voluntad Divina. 
Y en prueba de ser esto cierto, mañana estará enfermo el Hazzan de la Sinagoga, Yhosep encontrará un sacerdote que viene de Jerusalén, Esdras, que es de nosotros y a quien acabamos de visitar, como a ti, para que venga a esta Sinagoga. Id a él poco antes de mediodía, y llevadle al niño que él sabe lo que ha de hacer”. Y dicho esto, desapareció el resplandor y los Ancianos. ¿Has oído, Yhosep? —Sí, Myriam, he oído y mucho temo que sea esto engaño de espíritu de tinieblas. 
¡Decir que la circuncisión no es ley de Jehová recibida por Moisés, grave es esta cuestión! —Por eso mi aflicción ha sido grande, y llevo mucho tiempo clamando al Señor con lágrimas para que dé luz a su sierva que quiere nada más que lo que Él quiere. — ¡Myriam!..., consuélate, que esto se esclarecerá mañana a la hora primera del día. 
Yo saldré al camino que viene de Jerusalén, y al primer sacerdote que llegue le preguntaré: ¿Eres tú Esdras, el sacerdote que Dios manda a Betlehem para circuncidar a un niño nacido hace ocho días? Y de su respuesta comprenderemos la voluntad de Dios. 
Y ocurrió tal como los Ancianos habían dicho. 
Y era Esdras un esenio del grado quinto que venía a Betlehem, avisado en sueños por los Ancianos de Moab, para evitar que fuera profanada la vestidura física del Avatar Divino con un rito grosero, impropio hasta de las bestias, cuanto más de seres dotados de inteligencia y de razón. 
Llevado el niño a la Sinagoga y estando enfermo el Hazzan encargado de ella, Esdras con Elcana y Sara realizaron los rituales de práctica, se anotó en el gran libro, el nombre del niño y de sus padres con la fecha de su nacimiento, pero no fue herido su cuerpo porque Esdras era un esenio avanzado y conocía todos los secretos del gran templo de Moab, o sea, los libros verdaderos de Moisés y toda la Divina Sabiduría, que es la Ley Eterna para los hombres de este planeta. 
Y como Myriam había dicho que el niño debía llamarse Yhasua (Jesús en castellano), y Esdras sabía también que así debía llamarse, tal nombre le fue impuesto, y Elcana y Sara volvieron con el niño a su morada, a donde esa tarde acudió también Esdras para sosegar el alma de Myriam, respecto de la visión que había tenido.Dime, Myriam le decía Esdras, si es que puedes recordarlo, ¿cómo era la investidura de los Ancianos que viste junto a la cuna de tu hijo?  ¡Oh..., los recuerdo bien, sí! –contestaba ella–. Tenían los cabellos y las barbas blancas y largas donde no había rastro de tijeras, ni navajas; llevaban las túnicas ajustadas con cordones de púrpura, sobre la frente una cinta blanca con siete estrellas de cinco puntas que resplandecían con viva luz. 
Y dime, ¿nunca viste uno de nuestros templos esenios del Monte Carmelo o del Monte Hermón? No..., aún no, porque Yhosep y yo somos esenios del primer grado y los terapeutas peregrinos que nos instruyen nos dicen que cuando hayamos subido al grado segundo, nos permitirán la entrada al Santuario esenio, que para nosotros está en el Monte Tabor o en Monte Carmelo.  ¿Cuánto tiempo lleváis en grado primero? Yhosep mi marido hace ya siete años, que juntos ingresaron con su esposa primera Débora; pero yo sumergí el rostro en el agua santa a mi salida del Templo de Jerusalén, cuando me desposé con Yhosep, hace diecisiete meses. Cuando volváis a vuestra casita de Nazareth y sea el niño más crecidito y fuerte, subiréis juntamente conmigo al templo esenio del Monte Tabor, y allí podrás ver algunos Ancianos tal como los que viste en tu sueño. Myriam le miraba con sus grandes ojos dulces, como avellanas mojadas de rocío..., miradas en las cuales se transparentaba el oleaje ininterrumpido de sus emociones más íntimas, que asomaban a sus pupilas y que parecían asomar a sus labios, pero que ella guardaba siempre como si temiera que se evaporasen al salir al exterior. 
Más por fin, todas ellas se condensaron en esta sencilla interrogación. Pero..., ¿quién es este niño que me ha nacido? — ¿Que quién es este niño? ¡Mujer bienaventurada por los siglos de los siglos!, –exclamó el sacerdote esenio, que si era doctor de la Ley en el Templo de Jerusalén por su descendencia de antigua familia sacerdotal, más era esenio por convicción, por educación, por íntima afinidad con la sabiduría esenia transmitida de su madre. 
 ¡Mujer bienaventurada! Este niño, es la Luz Increada hecha hombre, es el Amor Divino hecho carne; es la Misericordia infinita hecha corazón humano. 
¡Es un Cristo-hombre! ¿Comprendes Myriam?... 
Yo sólo sé y comprendo que es mi hijo; que es un pedazo de mi propia vida, que este cuerpecito de leche y rosas se fue formando poco a poco dentro de mi seno, donde se ha ocultado nueve meses, y que al llegar al mundo exterior, aún necesita de que yo le dé vida con la savia de mi propia vida. ¡Es mi hijo!..., ¡es mío!..., ¡más mío que de nadie!, ¡él vive de mí y yo vivo..., vivo para él! 
El esenio Esdras, comprendió que la inmensa ternura maternal de Myriam no le permitiría comprender sin alarmas y sobresaltos la grande y sobrehumana idea de un Hijo que era Dios. 
¿Cómo asimilaría esta tiernísima madre apenas salida de la adolescencia, la suprema verdad, ni la estupenda grandeza espiritual de su hijo, que por ser lo que era podía bien calificarse de un don hecho por la Bondad Divina a toda la humanidad terrestre? ¿Cómo podría ella comprender la tremenda inmolación de su nombre de Madre en el altar del Amor Eterno?, que un día le diría con la voz inmutable de acontecimientos sucedidos: “Toda la humanidad delincuente puede decir como tú, Myriam:  ¡Es mío!..., ¡vive por mí y yo vivo por él!... Diríase que en los más recónditos senos de su Yo íntimo, Myriam presentía el futuro, sin tener noción ni idea del divino arcano que tenía su cumplimiento y su realización en el plano físico terrestre, en cuanto al hijo que acababa de nacerle. Y de ahí la secreta alarma que la hacía pronunciar siempre y de improviso estas mismas palabras: “Es mío más que de nadie. 
Es mi hijo, y él vive de la savia de mi vida, y yo vivo para él”. 
A veces añadía: — ¿Por qué vienen tantas gentes a verle? 
¿No es acaso un niño como los demás? “Los sacerdotes de Jerusalén se ocultan para venir a verle y dicen: “No digáis que estuvimos a ver a este niño. No reveléis a nadie lo acontecido antes y después de su nacimiento. ¡No sea que obstaculice la ignorancia de los hombres, el cumplimiento de los designios divinos!...” “¡Me espanta todo este enigma que hay alrededor del hijo de mis entrañas! ¿Qué ven las gentes en él?..., ¿qué ven? ¡Yo sólo una cosa veo: que es el tesoro que Dios me da..., que es lo más hermoso que hay para mí sobre la Tierra!... 
¡Que será lo más santo y lo más bueno de la Tierra porque yo lo he ofrecido a Dios para que él sea todo suyo!..., porque siendo de él, es mío, puesto que Dios me lo ha dado. ¡Sólo Dios Padre Universal puede ser dueño de mi hijo sin arrancarlo a mi cariño!... Una especie de delirio febril iba apoderándose de Myriam a medida que hablaba, y sus palabras dejaban traslucir el temor de que su hijo le fuese arrancado de sus brazos como consecuencia del gran interés y entusiasmo que su nacimiento despertaba. 
Y Esdras le decía: Sí, Myriam, hija mía, cálmate, es tuyo, Dios te lo ha dado y porque te lo ha dado eres bienaventurada por los siglos de los siglos. Las gentes que conocen la grandeza espiritual de tu hijo, sienten el afán de verle, de tocarle, pero nadie piensa en arrancarlo de ti, Myriam, vive tranquila que su llegada significa para ti la bendición divina.
Hizo grandes recomendaciones a Elcana y a Yhosep referente al cuidado del niño, y les dijo que en todo cuanto les ocurriera, dieran aviso a los terapeutas peregrinos para que fuera remediado de inmediato. 
Luego volvió al Templo de Jerusalén rebosante su alma de consuelo y de esperanza, porque había visto cumplida la promesa de Jehová a Moisés en la cumbre de Pisga:
“Toda esa tierra que ves, desde este Monte hasta la Mar Grande será la heredad de Israel, mas tú no entrarás en ella en esta hora, en que habrá muerte y desolación, guerra y devastaciones. Pisarás esa tierra en la hora de tu victoria final, cuando habrás vencido al mal que atormenta a la humanidad del planeta”. 
Y Esdras el esenio del grado quinto, anduvo esa noche como un fantasma por el pórtico de los Sacerdotes para departir con Nehemías, Habacuc y Eleazar, sacerdotes y esenios como él, sobre el cumplimiento de la escritura profética de Moisés.
¿Qué no dieran ellos por encontrarse en el Gran Santuario de Moab en medio de los Ancianos Maestros, en esos momentos solemnes para la Fraternidad Esenia, que sería la madre espiritual del Avatar Divino encarnado en medio de la humanidad? 
Mas, la Ley Eterna les había confiado la misión de salvaguardar los ideales religiosos de los verdaderos servidores de Dios, la interpretación fiel de la Ley Divina, o sea los Diez Mandamientos de las Sagradas Tablas, que era lo único de cuanto dijo Moisés que no había sido adulterado, desvirtuado o interpretado equivocadamente. 
Ellos veían con dolor la profanación horrible que se había hecho siglo tras siglo de las Escrituras de Moisés, sobre todo de los Libros llamados Levítico y Deuteronomio, donde no sólo se encuentran a cada paso formidables contradicciones con los Diez Mandamientos de la Ley Divina, sino que se hace alarde de una ferocidad inaudita, donde se incita a la venganza, al crimen, al incendio, a la devastación de pueblos y ciudades que quisieran los hebreos conquistar para sí. 
Y todo esto, con la aseveración antepuesta: 
“Y dijo Dios a Moisés”, para que lo transmitiera a Israel... 
Y aquí los mandatos de arrasar pueblos, ciudades, sin dejar uno vivo (*palabras textuales), ni a los hombres ni a las mujeres ni a los niños. Y ese Dios había hablado a Moisés en el Monte Horeb para hacerle grabar en piedra sus Diez Mandamientos, entre los cuales hay dos, el primero y el quinto que dicen: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. 
Y el quinto que dice: “No matarás”. Y en estas adulteraciones de los libros de Moisés tenía origen la persecución a los verdaderos y fieles discípulos del gran Legislador, que habíanse visto obligados a ocultarse en las cavernas de los montes, o a vivir de incógnito en las Sinagogas y en el Templo, aun con grave riesgo de ser descubiertos y pagar con la vida la ilusión hermosa de reconstruir la obra espiritual de Moisés. 
Todos los esenios que se permitieron alimentar este sueño, habían sido condenados a muerte, acusados de innovadores, hechiceros, de perturbadores del orden, de sacrílegos, entre ellos el más audaz de todos: Hillel, esenio del grado sexto que sin importarle de su vida, recorrió la Palestina hablando en calles y plazas de la verdadera doctrina de Moisés. 
Esto ocurrió cincuenta años antes del nacimiento de Yhasua.
Y llegó Yohanán el Bautista que como un vendaval de fuego sagrado, quiso llevar a Israel a la verdadera doctrina de Moisés, basado en la pureza y santidad de la vida, no en el exorbitante número de sacrificios sangrientos que hacían del Templo de Dios y Casa de Oración, un inmundo matadero, donde corría la sangre por altares y pavimentos, y manchaba de rojo las blancas vestiduras sacerdotales y los velos de las vírgenes y las viudas que cantaban las alabanzas de Jehová. 
Y porque el Templo había sido profanado, Yohanán llevó las gentes a las orillas del Jordán, bajo la luz serena de los Astros, bajo la sombra de los árboles, a la vera de las aguas puras y cristalinas del río, para que aquel pueblo encontrara de nuevo al Dios de Moisés, en la belleza sublime de todas sus obras en las cuales debía amarle sobre todas las cosas... Y la cabeza de Yohanán el Bautista, el esenio de grado séptimo, cayó en la obscuridad de una mazmorra, y su muerte fue inculpada por unos, a venganza de Herodías que había abandonado a su marido que no era rey, para unirse ilícitamente con su cuñado que era rey. 
Por otros al apasionado amor de la jovencita Salomé que ganó por medio de una danza, el derecho de pedir al rey lo que quisiera..., y por insinuación de su madre Herodías, pidió la cabeza de Yohanán el Bautista. 
Tal fue lo sucedido, pero la verdadera historia dice, que la sentencia de muerte del Bautista fue pedida por los Doctores de la Ley y el Sumo Sacerdote porque vieron que el Templo se quedaba sin matanza para los sacrificios, y los mercaderes, agentes de lucro de los sacerdotes, se quejaban de las escasas ventas realizadas, desde que un impostor vestido de cilicio y piel de camello, decía al pueblo que la purificación debía nacer de su propio interior, mediante el esfuerzo y la voluntad de mejoramiento espiritual, y no por matar un toro, un cordero, una ternera, y regar el altar de Dios con su sangre, y quemar después las carnes palpitantes y tibias de la víctima. 
Y los esenios en sus secretas e íntimas conversaciones de entonces, decían: “He aquí que la mayoría de esta humanidad había merecido ser llevada a las Moradas de Tinieblas, para volver al no ser y comenzar de nuevo su evolución desde el grano de arena o el átomo de polvo que se lleva el viento por la espantosa adulteración y desprecio de la Ley Divina traída por Moisés... Centenares de sus discípulos habían encontrado la muerte en la defensa de su doctrina sin haber conseguido nada.
Continua....
 
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...