viernes, 28 de agosto de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


Capitulo VI- RENUNCIAR A JUZGAR (Escrito II)

«Juzgar no es un atributo de Dios.»
Un curso de milagros nos dice que cada vez que pensamos en atacar a alguien es como si estuviéramos sosteniendo una espada sobre la cabeza de esa persona. La espada, sin embargo, no cae sobre ella, sino sobre nosotros. Como todo pensamiento que tenemos se refiere a nosotros mismos, condenar a otra persona
es autocondenarnos.
¿Cómo nos liberamos de la tendencia a juzgar? En gran parte, mediante una nueva interpretación de lo que juzgamos. 
Un curso de milagros describe la diferencia entre un pecado y un error. 
"Un pecado implicaría que hemos hecho algo tan malo que Dios está enojado con nosotros." Pero como no podemos hacer nada que cambie nuestra naturaleza esencial, Dios no tiene por qué estar enojado. Sólo el amor es real.
Nada más existe. "El Hijo de Dios no puede pecar. Podemos cometer errores", sin duda, y es evidente que los cometemos.
Pero la actitud de Dios hacia el error es un deseo de sanarnos. Como somos coléricos y punitivos, nos hemos inventado la idea de un Dios colérico y punitivo. Sin embargo, nosotros hemos sido creados a imagen de Dios, y no al revés. En cuanto extensiones Suyas, también nosotros somos el espíritu de la compasión, y en nuestro sano juicio no intentamos juzgar, sino sanar. 
Y lo hacemos mediante el perdón.
Cuando alguien se comporta sin amor -cuando alguien nos grita, o nos miente, o nos roba- es que ha perdido el contacto con su propia esencia. Ha olvidado quién es. Pero todo lo que alguien hace, dice el Curso, es o bien «amor o una petición de amor». Si alguien nos trata con amor, no hay duda de que el amor es la respuesta apropiada.
Si nos trata con miedo, hemos de ver su comportamiento como una petición de amor.
El sistema penitenciario estadounidense ejemplifica la diferencia filosófica y práctica entre percibir el pecado o percibir el error. Consideramos culpables a los criminales e intentamos castigarlos. Pero todo lo que les hacemos a los demás, nos lo hacemos a nosotros mismos. Las estadísticas son la dolorosa prueba de que nuestras prisiones son escuelas del crimen; una enorme cantidad de crímenes los cometen personas que ya
han pasado por la cárcel. Al castigar a otros, terminamos autocastigándonos. 
Significa esto que hemos de perdonar a un violador, decirle que entendemos que tuvo un mal día y mandarlo a su casa? Por supuesto que no. Lo que tenemos que hacer es pedir un milagro. Un milagro; en este caso, sería pasar de percibir las prisiones como lugares de castigo a percibirlas como lugares de rehabilitación. Cuando de manera consciente cambiemos su finalidad, pasando del miedo al amor, liberaremos infinitas posibilidades de sanación.
El perdón es el arte marcial de la conciencia. En aikido y otras artes marciales, esquivamos la fuerza de nuestro atacante en vez de resistirnos a ella. Entonces, la energía del ataque se vuelve, como un bumerang, en la dirección del propio atacante. Nuestro poder reside en no reaccionar. El perdón funciona de la misma
manera. Cuando devolvemos el ataque, y la defensa es una forma de ataque, iniciamos una guerra que nadie puede ganar. 
Como el desamor no es real, ni en nosotros mismos ni en los demás, estamos supeditados a él.
El problema, evidentemente, es que creemos que sí. Al buscar un milagro no participamos en las batallas de la vida, sino que más bien pedimos que se nos eleve por encima de ellas. El Espíritu Santo nos recuerda que la batalla no es real.
«La venganza es mía, dice el Señor» significa: «Abandona la idea de venganza». 
Dios compensa todo agravio, pero no mediante el ataque, el juicio o el castigo. Contrariamente a lo que sentimos cuando estamos
perdidos en las emociones que nos tientan a juzgar, no hay ninguna cólera justa. De niña, solía pelearme con mi hermano o mi hermana, y cuando mi madre volvía a casa, se enfadaba con nosotros porque discutíamos.
Siempre había alguno que decía:

-Ellos empezaron.
Pero en realidad no importa quién «empezó». 
Tanto si eres el primero en golpear como si devuelves el golpe,
eres un instrumento del ataque y no del amor.
Hace varios años asistí a un cóctel donde me dejé llevar a una acalorada discusión sobre la política exterior norteamericana. Más tarde, esa noche, tuve una especie de fantasía onírica. Se me aparecía un caballero que me decía:
-Discúlpeme, señorita Williamson, pero pensamos que debemos decírselo: En la lista cósmica usted figura como un halcón, no como una paloma.
Yo me enfurecía y respondía indignada: -Imposible.
Estoy totalmente en favor de la paz. Si alguien es una paloma, soy yo.
-Me temo que no -era su respuesta-. He estado revisando nuestros gráficos y aquí dice muy claramente:
Marianne Williamson, belicista. Usted está en guerra con Ronald Reagan, Caspar Weinberger, la CIA... en definitiva, con todo el sistema de defensa norteamericano. Lo siento, pero usted es indudablemente un halcón.
Por supuesto, comprendí que estaba en lo cierto. Yo tenía en la cabeza tantos misiles como Ronald Reagan.
Pensaba que estaba mal que él juzgara a los comunistas, pero que estaba bien que yo lo juzgara a él. ¿Por qué? ¡Porque yo tenía razón, naturalmente!
Me pasé años siendo una izquierdista irascible hasta que me di cuenta de que una generación irascible no puede alcanzar la paz. Todo lo que hacemos está penetrado por la energía con que lo hacemos. Como decía Gandhi, «Debemos ser el cambio». Lo que el ego no quiere que veamos es que los cañones de los que
necesitamos deshacernos primero son los que llevamos en la cabeza.



4. LA OPCIÓN DE AMAR

«El ego es la elección en favor de la culpabilidad; el Espíritu Santo, la elección en favor de la inocencia.»
El ego insiste siempre en lo que alguien ha hecho mal. 
El Espíritu Santo insiste siempre en lo que ha hecho bien.
El Curso equipara el ego a un perro carroñero que va en busca de cada partícula que pueda probar la culpabilidad de nuestro hermano para ponerla a los pies de su amo. De modo similar, el Espíritu Santo envía a sus propios mensajeros en busca de pruebas de la inocencia de nuestro hermano. 
Lo importante es que decidimos lo que queremos ver antes de verlo. Recibimos lo que pedimos. «La proyección da lugar a la percepción.» 
En la vida podemos encontrar -y de hecho encontraremos- cualquier cosa que andemos buscando. El Curso afirma que pensamos que entenderemos lo suficiente a una persona para saber si es o no digna de nuestro amor, pero que, a menos que la amemos, jamás podremos entenderla. El sendero espiritual
implica asumir conscientemente la responsabilidad de lo que optamos por percibir, es decir, la culpa o la inocencia de nuestro hermano. Vemos la inocencia de un hermano cuando eso es lo único que «queremos» ver. 
La gente no es perfecta, es decir, todavía no expresa exteriormente su perfección interna. 
El hecho de que elijamos concentrarnos en la culpa de su personalidad o en la inocencia de su alma es cosa nuestra.
Lo que nos parece culpa en la gente es su miedo.
Toda negatividad se deriva del miedo. 
Cuando alguien está enojado, tiene miedo. Cuando alguien es grosero, tiene miedo. Cuando alguien es manipulador, tiene miedo.
Cuando alguien es cruel, tiene miedo. No hay miedo que el amor no disuelva. No hay negatividad que el perdón no transforme.
La oscuridad es simplemente la ausencia de luz, y el miedo no es más que la ausencia de amor. 
No podemos liberarnos de la oscuridad golpeándola con un palo, porque no hay nada que golpear. 
Si queremos liberarnos de ella, tenemos que encender una luz.
De la misma manera, si queremos liberarnos del miedo, no lo conseguiremos con él; debemos reemplazarlo por el amor.
La opción de amar no siempre es fácil. 
El ego opone una resistencia atroz a abandonar las respuestas
cargadas de miedo. Aquí es donde interviene el Espíritu Santo. No es tarea nuestra cambiar nuestras percepciones, sino recordar pedirle a Él que nos las cambie.
Digamos que tu marido te ha dejado por otra mujer. 
Tú no puedes cambiar a los demás, y tampoco puedes pedirle a Dios que los cambie. Sin embargo, sí puedes pedirle que te haga ver esta situación de otra manera.
Puedes pedirle paz. Puedes pedir al Espíritu Santo que cambie tus percepciones. El milagro es que en la medida en que dejas de juzgar a tu marido y a la otra mujer, tu dolor visceral empieza a calmarse.
En esa situación, el ego puede decirte que no tendrás paz hasta que tu marido no vuelva. Pero la paz no está determinada por circunstancias ajenas a nosotros. 
La paz es el resultado del perdón. El dolor no proviene del
amor que los demás nos niegan, sino más bien del amor que nosotros les negamos. En un caso como éste, sentimos que lo que nos hiere es lo que alguien nos hizo. Pero lo que en realidad ha ocurrido es que la cerrazón de un corazón ajeno nos llevó a la tentación de cerrar el nuestro, y lo que nos duele es nuestra propia negación del amor. Por eso el milagro es un cambio en nuestro propio pensamiento: la disposición a mantener
abierto nuestro corazón, independientemente de lo que suceda fuera de nosotros.
En cualquier situación siempre puede darse un milagro, porque nadie puede decidir por nosotros cómo interpretar nuestra propia experiencia. «No hay más que dos emociones: el amor y el miedo.» 
Podemos interpretar el miedo como una petición de amor. Los obradores de milagros, dice el Curso, son generosos por
su propio interés.

Damos una oportunidad a alguien para poder estar en paz nosotros mismos.
El ego dice que podemos proyectar nuestra rabia sobre otra persona y no sentirla nosotros mismos, pero como hay continuidad entre todas las mentes, seguimos sintiendo cualquier cosa que proyectemos en los demás.
Enfurecernos con alguien puede hacer que nos sintamos mejor durante un tiempo, pero en última instancia el miedo y la culpa revierten sobre nosotros. Si juzgamos a otra persona, ella a su vez nos juzgará... y aunque no lo haga, ¡nosotros sentiremos que lo hace!
Vivir en este mundo nos ha enseñado a responder instintivamente desde un espacio antinatural, saltando siempre a la rabia, la paranoia, la actitud defensiva o cualquier otra forma del miedo. El pensamiento antinatural es natural para nosotros, y los sentimientos antinaturales nos parecen naturales.
No es el propósito de Un curso de milagros que pintemos de rosa nuestro enojo y pretendamos que no existe.
Lo que es psicológicamente erróneo es espiritualmente erróneo. Negar o suprimir las emociones es un error. 
Cuando se siente hervir por dentro, uno no dice: «Es que no estoy enojado, de veras que no. Estoy en la página 140 de Un curso de milagros y ya no me enfado más». El Espíritu Santo nos dice: «No intentéis purificaros antes de acudir a mí, porque yo soy el purificador». Una vez me encaminaba a dar una conferencia
sobre el Curso y pensé en una mujer que conocía y con quien estaba enfadada. Inmediatamente traté de ocultar aquel pensamiento porque no era lo suficientemente santo para mí estar pensando eso en aquel momento. Entonces me pareció como si dentro de la cabeza una voz me dijera: «Oye, que soy tu amigo,
¿recuerdas?». El Espíritu Santo no me estaba juzgando por mi enojo. Estaba allí para ayudarme a superarlo.
No debemos olvidar para qué está el Espíritu Santo. 
Sin negar que estamos alterados, al mismo tiempo reconozcamos el hecho de que todos nuestros sentimientos se generan en nuestro pensamiento sin amor, y estemos dispuestos a sanar esa falta de amor. El crecimiento nunca tiene que ver con concentrarnos en las lecciones de otra persona, sino en las nuestras. No somos víctimas del mundo exterior. 
Por más difícil que sea creerlo a veces, siempre somos responsables de nuestra manera de ver las cosas. No habría ningún salvador si no hubiera necesidad de uno. Es cierto que en este mundo suceden cosas crueles y horribles que hacen casi
imposible amar, pero el Espíritu Santo está dentro de nosotros para hacer lo imposible. Él hace por nosotros lo que solos no podemos hacer. Nos presta Su fuerza, y cuando Su mente se une con la nuestra, el pensamiento del ego desaparece.
Pero para que esto suceda debemos tener conciencia de los sentimientos del ego. 
«Él no puede eliminar con Su luz lo que tú mantienes oculto, pues tú no se lo has ofrecido y Él no puede quitártelo.» Si el Espíritu Santo cambiara nuestras pautas mentales sin que se lo pidiéramos, eso sería violar nuestro libre albedrío. Pero si le
pedimos que las cambie, lo hará. Lo que se nos pide es que cuando estemos enojados o alterados por la razón que fuere, digamos: «Estoy enojado, pero dispuesto a no estarlo.
Estoy dispuesto a ver esta situación de otra manera». 
Pidamos al Espíritu Santo que intervenga en la situación y nos la muestre desde un punto de vista diferente.
Una vez estaba haciéndome aplicar uñas de porcelana y la amiga de mi manicura entró en la habitación. Yo no podía tolerar su carácter. Desde el momento en que esa mujer abría la boca, sentía como si alguien estuviera rascando una pizarra con las uñas. Como no tenía las manos libres, no podía irme de la habitación, y como la manicura acudía a mis conferencias, me sentí avergonzada de mi propia reacción.
Me puse a rezar, pidiendo a Dios que me ayudara, y Su respuesta fue espectacular. Pasados unos momentos, aquella «repugnante» mujer empezó a hablar de su niñez, especialmente de su relación con su padre.
 Cuando comenzó a hablar de su educación, se me hizo perfectamente claro que había crecido con poca autoestima y
una desmesurada necesidad de cultivar una personalidad pomposa que, a su entender, denotaba fuerza.
Sus defensas, por supuesto, no le funcionaban: al provenir del miedo, sólo conseguían alejar a la gente. 
De pronto, el mismo comportamiento que cinco minutos antes me irritaba tanto, me inspiró una profunda compasión.
El Espíritu Santo me había conducido a la información que me iba a ablandar el corazón, y ahora yo veía a esa mujer de otra manera. Ese era el milagro: su comportamiento no había cambiado, pero yo sí.

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


LAS RELACIONES (Capitulo 6)

«El templo del Espíritu Santo no es un cuerpo, sino una relación.»


1. EL ENCUENTRO SAGRADO
«Cuando te encuentres con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal como lo consideres a él, así te considerarás a ti mismo. Tal como lo trates, así te tratarás a ti mismo. Tal como pienses de él, así pensarás de ti mismo.
Nunca te olvides de esto, pues en tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo.»
Antes de leer Un curso de milagros, estudié muchos otros escritos espirituales y filosóficos. Los sentí como si me guiaran a lo largo de un enorme tramo de escaleras hasta una catedral gigantesca levantada dentro de mí, pero una vez que llegaba a lo alto de las escaleras, la puerta de la iglesia estaba cerrada con llave.
El Curso me dio la llave que abría la puerta. La llave, muy simplemente, son las otras personas.
El Cielo, de acuerdo con el Curso, no es ni una condición ni un lugar, sino más bien «la conciencia de la perfecta unicidad». Puesto que el Padre y el Hijo son uno, amar a uno de ellos es amar al otro. El amor de Dios no está fuera de nosotros. 
La letra de una canción de la obra teatral Los miserables dice: «Amar a otra persona es ver la faz de Dios». La «faz de Cristo» es la inocencia y el amor que se ocultan tras las máscaras que todos
usamos, y ver ese rostro, tocarlo y amarlo en nosotros mismos y en los demás, es la experiencia de Dios. Es lo divino de nuestra condición humana. Es la elevación espiritual que todos buscamos.
En toda relación, en todo momento, enseñamos primordialmente una de estas dos cosas: a amar o a temer.
«Enseñar es demostrar.» Cuando demostramos amor hacia los otros, aprendemos que somos queribles y aprendemos a amar con mayor profundidad. Cuando demostramos temor o negatividad, aprendemos a autocondenarnos y a tener más miedo de la vida. Siempre aprenderemos lo que hemos decidido enseñar.
 «Las ideas no abandonan su fuente», y por eso siempre formamos parte de Dios y nuestras ideas siempre forman parte de nosotros. Si opto por bendecir a otra persona, terminaré sintiéndome siempre más bienaventurada.
Si proyecto culpa sobre otra persona, terminaré sintiéndome siempre más culpable.



Las relaciones existen para apresurar nuestra marcha hacia Dios. Cuando nos entregamos al Espíritu Santo, cuando Él está a cargo de nuestras percepciones, nuestros encuentros se convierten en encuentros sagrados con el perfecto Hijo de Dios. Un curso de milagros dice que las personas con las que nos encontremos serán quienes nos crucifiquen o nos salven, dependiendo de lo que nosotros decidamos ser con ellas. Concentrarnos en la culpa del otro clava aún más profundamente en nuestra propia carne los clavos del odio hacia nosotros

mismos. Concentramos en su inocencia nos libera. Puesto, que «no tenernos pensamientos neutros», cada relación nos adentra más en el Cielo o nos sume más profundamente en el infierno.
2. EL PERDÓN EN LAS RELACIONES
«El perdón elimina lo que se interpone entre tu hermano y tú.»
Un curso de milagros se enorgullece de ser un curso práctico con un objetivo práctico: la consecución de la paz interior. El perdón es la clave de la paz interior, porque es la técnica mental mediante la cual nuestros sentimientos se transforman, pasando del miedo al amor. Nuestras percepciones de los demás suelen
convertirse en un campo de batalla entre el deseo de juzgar del ego y el deseo del Espíritu Santo de aceptar a todas las personas tal como son. El ego es el gran criticón. Está siempre al acecho de nuestros defectos y de los ajenos. El Espíritu Santo va en busca de nuestra inocencia. Nos ve a todos como realmente somos, y
puesto que somos las creaciones perfectas de Dios, ama lo que ve. Los aspectos de nuestra personalidad donde tendemos a apartarnos del amor no son nuestros defectos, sino nuestras heridas. Dios no quiere castigarnos, sino sanarnos. Y así es como Él quiere que veamos las heridas en los demás.
El perdón es «una forma selectiva de recordar», tomar conscientemente la decisión de concentrarse en el amor y desentendernos de lo demás. Pero el ego es implacable: «es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor». Presenta los argumentos más sutiles e insidiosos para expulsar de nuestro corazón a nuestro prójimo. 
La piedra angular de la enseñanza del ego es: «El Hijo de Dios es culpable». 
La piedra angular de la enseñanza del Espíritu Santo es:
«El Hijo de Dios es inocente».
El obrador de milagros invita conscientemente al Espíritu Santo a entrar en todas las relaciones para que lo libere de la tentación de juzgar y buscar culpabilidad. Pidamos al Espíritu Santo que nos salve de nuestra tendencia a condenar, que nos revele la inocencia que los otros llevan dentro, para que podamos ver la que nosotros llevamos dentro.
«Dios amado, en tus manos pongo esta relación» quiere decir «Dios amado, permite que vea a esta persona a través de tus ojos». Al aceptar la Expiación, estamos pidiendo ver como ve Dios, pensar como piensa Dios, amar como Él ama. Le estamos pidiendo que nos ayude a ver la inocencia de alguien.
Una vez estaba yo de vacaciones en Europa con mi familia. Aunque tanto mi madre como yo hacíamos nobles esfuerzos por llevarnos bien, la cosa no funcionaba. Las viejas pautas de ataque y defensa seguían interponiéndose entre nosotras. 
Ella quería una hija más conservadora y yo quería una madre más moderna.
Yo abría una y otra vez el libro de textos del Curso en busca de ayuda e inspiración, y para mi gran consternación, cada vez que lo abría, el libro me mostraba la misma sección, donde decía: «Examina honestamente qué es lo que has pensado que Dios no habría pensado, y qué no has pensado que Dios habría querido que pensases». Dicho de otra manera, ¿dónde no coincidían mis pensamientos con los de Dios? El asunto me estaba volviendo loca. Yo quería ver reforzados mis sentimientos defensivos. 
Lo que menos deseaba que me dijeran era que el único error estaba en mi propio pensamiento.
Finalmente, mientras contemplaba la plaza de San Marcos en Venecia, miré atentamente a mi madre y me dije: «Es verdad; al mirarla, Dios no está pensando "Sophie Ann es tan odiosa"». Mientras no optara por verla de otra manera, mientras no dejara de empeñarme en ver sólo sus errores, no compartiría la percepción de Dios y no podría estar en paz. Tan pronto como lo vi, aflojé mi tensa fijación en lo que yo percibía como su
culpa. A partir de ese momento, la situación empezó a cambiar. Milagrosamente, ella comenzó a ser más agradable conmigo, y yo más agradable con ella.
Es fácil perdonar a la gente que jamás ha hecho nada que nos enfureciera. Y sin embargo, las personas que nos enfurecen son nuestros maestros más importantes: nos indican los límites de nuestra capacidad de perdonar. «Abrigar resentimientos es un ataque contra el plan de Dios para la salvación.» La decisión de
olvidar nuestros agravios contra los demás es la decisión de vernos como realmente somos, porque cualquier sombra a la que permitamos que no nos deje ver la perfección de los demás, tampoco nos dejará ver la nuestra.
Puede ser muy difícil liberarnos de nuestra percepción de la culpabilidad de alguien cuando sabemos que de acuerdo con todas las normas de la ética, la moral o la integridad, tenemos derecho a considerar culpable a esa persona. Mas el Curso pregunta: «¿Preferirías tener razón a ser feliz?». Si estás juzgando a un hermano, te equivocas aunque tengas razón.
Ha habido veces en que me costó muchísimo renunciar a mi juicio sobre alguien, y en que me quejaba mentalmente:
«¡Pero si tengo razón!».
Me sentía como si renunciar a juzgar equivaliera a excusar el comportamiento. 
Pensaba: «Bueno, pero alguien tiene que defender los principios en este mundo. Si no hacemos más que perdonarlo todo, ¡entonces todos los niveles de excelencia desaparecerán!».



Pero Dios no necesita de nosotros para que patrullemos el universo. Amenazar con el dedo a alguien no ayuda a que esa persona cambie. En todo caso, el hecho de que percibamos la culpa de alguien no hace más que mantenerlo atascado en ella. Cuando amenazamos a una persona con el dedo, en sentido figurado o literal, no por eso es más fácil que consigamos corregir su comportamiento agraviante. Tratar a alguien con

compasión y misericordia hace que sea mucho más probable obtener de esa persona una respuesta sanada.
Entonces es más difícil que la gente se ponga a la defensiva, y más fácil que acepte la corrección. En algún nivel, cuando no obramos bien nos damos cuenta. Si supiéramos cómo, haríamos las cosas de diferente manera. No necesitamos que nos ataquen, sino que nos ayuden. El perdón forja un contexto nuevo, dentro del cual es más fácil que podamos cambiar.
Perdonar es optar por ver a las personas tal como son «ahora». Cuando estamos enfadados con alguien, es por algo que esa persona dijo o hizo antes de ese momento. Pero la gente no es lo que hizo o dijo. 
Las relaciones renacen cuando dejamos de dar importancia a la percepción del pasado de nuestro hermano.
"Cuando traemos el pasado al presente, creamos un futuro exactamente igual que el pasado." Si dejamos de aferrarnos al pasado, hacemos lugar para los milagros.
Atacar a un hermano es un recordatorio de su pasado culpable. Si escogemos afirmar la culpa de un hermano, estamos optando por seguir experimentándola. El futuro se programa en el presente. Dejar de aferrarse al pasado es recordar que en el presente mi hermano es inocente. 
Es un acto de afable generosidad aceptar a una persona basándonos en aquello que sabemos que es verdad acerca de ella,independientemente de que ella misma esté o no en contacto con esa verdad.
Sólo el amor es real. En realidad, no existe nada más. Si una persona actúa sin amor, eso significa que,independientemente de su negatividad -cólera o lo que fuere-, su comportamiento se deriva del miedo y en realidad no existe. Está alucinando.
Tú la perdonas, entonces, porque no hay nada que perdonar. 
El perdón es una forma de discernimiento entre lo que es real y lo que no es real.
Cuando las personas actúan sin amor, es que se han olvidado de quiénes son. Se han quedado dormidas y no son conscientes del Cristo interior. La tarea del obrador de milagros es mantenerse despierto. Si escogemos no quedarnos dormidos soñando con la culpa de nuestro hermano, de esa manera nos será concedido el poder de despertarlo.
Un ejemplo básico de obrador de milagros es Pollyanna, y el ego lo sabe, razón por la cual nuestra cultura la invalida constantemente. 
Pollyanna se encontró de repente en un sitio donde todos habían estado durante años de un humor espantoso y agresivo, pero ella optó por no ver esa agresividad, porque tenía fe en lo que se ocultaba tras ella. Pollyanna extendió su percepción más allá de lo que le revelaban sus sentidos físicos, hasta llegar, mediante su corazón, a lo que era verdadero en cada ser humano. No importaba cómo se comportara nadie. 
Pollyanna tenía fe en el amor que ella sabía que existe siempre, en todos, por detrás del miedo, y por eso los invitaba a expresarlo. Ejercitó el poder del perdón, ¡y en breve tiempo todos se mostraban agradables y todos eran felices! Cuando alguien me comenta que me comporto como Pollyanna, me digo para mis adentros:
«Ojalá fuera yo tan poderosa».

miércoles, 26 de agosto de 2015

Libro los 50 Principios del Milagro (Principio X)





LIBRO LOS 50 PRINCIPIOS DEL MILAGRO (PRINCIPIO 10)

 Cuando se obran milagros con vistas a hacer de ellos un espectáculo para atraer creyentes, es que no se ha comprendido su propósito.

Aquí, también, la palabra "milagro" se usa en el sentido popular de que la gente hace milagros. Creo que podemos traducir eso en términos de hacer cosas por otras personas para parecer que somos buenos, o también se puede entender como que hay personas que poseen lo que llamamos habilidades psíquicas y que en un sentido las ostentan. Eso le comunica al mundo que ellos son superiores a los demás, o que tienen cierto don que otros no tienen, o que son más santos, más sabios, mejores, etc. Todo lo que sucede, por consiguiente, es que usamos nuestras habilidades o dones para servir a los propósitos del ego más bien que a los del Espíritu Santo.

P: En el caso de una curación física visible, de un acto de genuino amor más bien que de una expresión del ego, ¿la forma en que éste se expresa no es un milagro sin embargo?



R: Correcto. El milagro es la unión en su mente. Puede decirse que la curación es el efecto del milagro, pero éste es algo que sólo ocurre en la mente, porque es ahí donde hay un problema. El milagro es la decisión de unirse con el Espíritu Santo y por consiguiente unirse con la otra persona. Lo que ocurre después de eso puede llamarse el efecto del milagro.

Esta es una distinción muy importante. De lo contrario, existe el peligro de poner demasiada atención a lo externo -los aparentes efectos del milagro. Y luego, cuando éstos no ocurren, sentimos que algo anda mal, y lo que es más importante aún, sentimos que nos hemos equivocado: somos unos fracasados. Esta es una verdadera trampa en la que pueden caer los sanadores del mundo. Desarrollan relaciones especiales con aquellos a quienes tratan de sanar; se convierten en dependientes de éstos para tener un sentido de plusvalía. Esa es la razón, por ejemplo, de que se diga que los psiquiatras tienen una proporción de suicidios más alta que ningún otro grupo profesional. Si sus pacientes no mejoran, como ellos juzgan la "mejoría," -y la gente tiene una manera de no hacer lo que quisiéramos que hiciera- entonces ellos han fracasado.

Después de algún tiempo, la carga de este "fracaso" se torna muy pesada y la única salida es el suicidio.

LOS 50 PRINCIPIOS

DEL MILAGRO

DE UN CURSO EN MILAGROS.

KENNETH WAPNICK

Libro los 50 Principios del Milagro (Principio IX)


Los milagros son una especie de intercambio. Como toda expresión de amor, que en el auténtico sentido de la palabra es siempre milagrosa, dicho intercambio invierte las leyes físicas. Brindan más amor tanto al que da como al que recibe.
La interpretación del ego de lo que significa dar, es que cuando doy algo ya no lo tengo. Si le doy algo, usted tiene más y yo tengo menos. Dar, para el ego, es siempre cuantitativo. Ahora, esto es así bien sea que hablemos sobre cosas materiales, o sobre asuntos o pensamientos psicológicos. Uno de los aspectos clave de la proyección es que al adjudicarle mi culpa a usted yo me libero de ella, y usted la tiene. Siempre creemos que cuando nos liberamos de un pensamiento, alguien más lo tiene y nosotros no.
El milagro corrige eso y nos enseña que lo que damos es también lo que recibimos puesto que somos uno. Como en realidad no doy nada que exista aquí, porque aquí no hay nada, todo reside en mi mente. Por lo tanto, el dar es realmente reforzar. Si le adjudico mi culpa al proyectarla sobre usted y atacarlo, lo que hago en realidad es reforzar mi propia culpa. Si le doy amor, entonces lo que hago es reforzar el hecho de que hay Una Presencia de Amor Que está dentro de mí, y esa Presencia, el Espíritu Santo, Es la Única que en verdad da ese amor. Es por eso que lo que damos es lo que verdaderamente recibimos. Dar y recibir es lo mismo. Ese es uno de los principios clave que encontramos en este material. Varias lecciones del libro de ejercicios lo tienen como idea básica (e.g., Lecciones 108, 126) y ciertamente el texto lo discute una y otra vez.
Por lo tanto, los milagros se convierten en un intercambio. Le permito al Espíritu Santo que extienda Su amor a través de mí, lo cual refuerza no sólo quién es usted como hijo del amor, sino que también refuerza quién soy yo, y nos sana a ambos.
Esa idea es el reverso de cómo piensa el mundo o de cómo piensa el ego, y eso es lo que significa esa aseveración. Esta invierte las leyes físicas porque el mundo enseña, repito, que tenemos menos de aquello que damos, de modo que mientras más milagros elegimos, y mientras más nos permitimos ser instrumentos del milagro, más recibimos los beneficios del mismo. Mientras más amamos, sanamos y perdonamos, más amados, sanos y perdonados nos sentimos. La Oración de San Francisco es una hermosa expresión de ese principio.
Oracion de San Francisco




Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz .
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es:
Dando , que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la
Vida Eterna.
LOS 50 PRINCIPIOS
DEL MILAGRO
DE UN CURSO EN MILAGROS.
KENNETH WAPNICK

Libro los 50 Principios del Milagro (Principio VIII)






LIBRO LOS 50 PRINCIPIOS DEL MILAGRO (PRINCIPIO 8)

Los milagros curan porque suplen una falta; los obran aquellos que temporalmente tienen más para aquellos que temporalmente tienen menos.
El principio 8 introduce la palabra "falta," que es un vocablo que Un curso en milagros utiliza de vez en cuando y que es parte del concepto de "principio de escasez" (vea, e.g., T-1.IV.3; T-4.II.6). Ese es el aspecto de nuestra culpa que nos enseña que nos hace falta algo, o que existe alguna carencia. Por supuesto, el ego jamás dice que lo que nos hace falta es Dios. Dios está excluido del sistema del ego, y eso es lo que quiere decir el Curso con el "principio de escasez." Falta es el derivado de eso. La creencia de que carecemos de algo procede de la creencia o percepción egocéntrica del mundo, que es un mundo de separación. Esto habla ahora sobre cómo el milagro se convierte en la corrección de esa creencia en la escasez. El milagro nos enseña que no estamos separados unos de otros, que verdaderamente somos uno. Eso, por supuesto, se convierte en el reflejo de la integridad de Cristo. El milagro erradica el peso de la culpa que nos impide recordar la abundancia de Cristo.

El principio afirma: "Los milagros curan porque suplen una falta." Esta es otra indicación de que el Curso no es preciso en su lenguaje. Básicamente, como dice en otra parte, usted no "suple una falta," porque eso realmente significa que existe una carencia que usted llena, lo cual la haría real. La forma más correcta de expresar esto, que es en realidad la forma en que el Curso lo plantea más tarde, es que el milagro corrige la percepción equivocada de que hay una falta de algo. Eso es lo que hace el milagro.

"Los obran aquellos que temporalmente tienen más para aquellos que temporalmente tienen menos" significa que el milagro lo hace alguien que está en su mente correcta, contrario a la persona que temporalmente tiene menos porque está en su mente equivocada. Eso es lo que quieren decir esas palabras. La palabra "temporalmente" es importante aquí. Un pasaje en el texto habla sobre cómo la curación se efectúa cuando el sanador no tiene miedo (T-27.V.2:7-14). Sin embargo, esto no quiere decir que el sanador siempre esté libre de miedo; sólo en el instante en que elija sanar en vez de atacar. Nosotros vamos de un lado a otro todo el tiempo. El folleto de psicoterapia dice que el terapeuta debe estar uno o dos pasos más adelantado que su paciente (pág. 7; P-2.III.1:1). Como sabe cualquier terapeuta, no siempre éste es el caso, y esto no significa millas de distancia. Repito una vez más, "milagro" se usa aquí en el sentido de que alguien hace algo: es algo que se ejecuta. Ese es el uso popular de la palabra "milagro."

LOS 50 PRINCIPIOS

DEL MILAGRO

DE UN CURSO EN MILAGROS.

KENNETH WAPNICK

Libro los 50 Principios del Milagro (Principio VII)


Todo el mundo tiene derecho a los milagros, pero antes es necesario una purificación. "Purificación" no es una palabra que se use frecuentemente en el Curso.
En realidad, ésta tiene más connotaciones en el judaísmo y en el cristianismo, por lo que creo que aparece aquí.
En las primeras secciones y capítulos del Curso, en particular, se utilizan substancialmente las referencias bíblicas debido a que Helen conocía la Biblia bastante bien, sobre todo el Nuevo Testamento, y fue una manera de Jesús de ayudarle a salvar una brecha.
Lo que el Curso quiere decir con "purificación" no es nada que tenga que ver con el cuerpo. P: ¿Usted dice que Helen conocía la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, ¿porque la estudió acaso? R: ¿Por qué la conocía?
Le gustaba leerla. Le gustaba la forma en que estaba escrita. Ella tenía un sentido maravilloso de estilo y lenguaje.
Tenía una relación de amor-odio con el cristianismo, y especialmente con la Iglesia Católica, pero había una parte de ella que se sentía muy atraída por ésta así como por el Nuevo Testamento.
Ella podía citar pasajes completos. También estaba muy familiarizada con los dogmas, las doctrinas y enseñanzas de la Iglesia Católica y de las principales Iglesias Protestantes. Pero ella nunca estudió formalmente la Biblia. "Purificación," como la usa el Curso, no tiene nada que ver con el cuerpo. Usted no purifica el cuerpo ni lo despoja, porque éste no es impuro.
Si el cuerpo es inherentemente una ilusión, como nos enseña Un curso en milagros, entonces no hay que hacer nada con él. Lo que hace al cuerpo pecaminoso, impuro o profano, son nuestros pensamientos, lo cual significa que son éstos los que deben purificarse, no el cuerpo.
Es por eso que con toda seguridad el método del Curso no sería hacer algo con el cuerpo. El ascetismo no podría ser la forma de espiritualidad del Curso, puesto que el propósito del ascetismo es purificar el cuerpo.
La idea del Curso es que se purifique la mente. Como dijo San Agustín: "Ama y haz lo que quieras." Si hay amor en su corazón y en su mente, entonces todo lo que haga será una extensión de ese amor. Por lo tanto, no hay que preocuparse por el cuerpo, eso es preocuparse por lo que no se debe. No es en el cuerpo donde radica el problema. Por lo que hay que preocuparse es por los pensamientos en la mente. El único pensamiento que hay que sanar es el pensamiento de culpa; eso es lo que se tiene que purificar.
Así que cuando el Curso dice que todo el mundo tiene derecho a los milagros está diciendo que los milagros son para todos nosotros. Otra implicación importante aquí es que los milagros no son cosas que cierta gente hace.
Uno de los grandes errores que cometen las religiones formales es atribuirle ciertos poderes o propiedades espirituales a algunas personas y a otras no.
Hay personas que pueden obrar milagros y otras no; éstos son los santos. Estos son los que han sido escogidos por varias instituciones religiosas como los únicos capaces de hacer ciertas cosas que los demás no pueden hacer. Lo que el Curso dice es que los milagros son algo que nosotros podemos hacer; de hecho, todos debemos hacerlos. Un milagro no es abrir el Mar Rojo o caminar sobre el agua; el milagro es cambiar de la percepción del ego a la percepción del Espíritu Santo. Eso es el milagro; y todo el mundo tiene derecho al mismo.
Por consiguiente, eso significa que cualquier persona puede ser el instrumento para que el Espíritu Santo o Jesús, extienda Su amor a través de ella en la forma que sea más útil y más amorosa. Nuestro punto de interés, por lo tanto, no radica en el milagro externo.
Nuestro foco radica en la purificación de los impedimentos al milagro, en la erradicación de los obstáculos al reconocimiento de la presencia del amor. Lo que hay que purificar son nuestros pensamientos de separación, nuestros pensamientos de culpa.
Lo que purifica es que le pidamos al Espíritu Santo que perdone a través de nosotros.
P: ¿Cómo juzgaría o mediría usted el progreso con el Curso? R: Yo no trataría de medir el progreso de nadie excepto el mío, y ese progreso sólo sería el grado de paz que yo sienta. Cada uno de nosotros tiene en su propia vida una manera de medir eso. En otras palabras, si usted se encuentra en una situación que hace cinco semanas o cinco años lo hacía trepar paredes, o si está en la presencia de alguien que lo llenaba de un odio inminente o de un miedo inminente, y de pronto usted puede permanecer con esa persona y sentirse en paz, eso sería una indicación de que está haciendo lo debido.
Siempre es un error craso tratar de juzgar a otra persona. Hay una línea en el texto que dice que "hemos considerado algunos de nuestros mayores avances como fracasos, y hemos evaluado algunos de nuestros peores retrocesos como grandes triunfos" (T-18.V.1:6), lo cual es una manera tierna y hermosa de Jesús decirnos que nosotros no sabemos qué es lo que está ocurriendo.
Y si no sabemos lo que pasa en nosotros, ¿cómo vamos a saber lo que está ocurriendo en otra persona?.

Libro los 50 Principios del Milagro (Principio VI)

LIBRO LOS 50 PRINCIPIOS DEL MILAGRO (PRINCIPIO 6)


PRINCIPIO 6: Los milagros son naturales. Cuando no ocurren, es que algo anda mal.
El Curso nos enseña que lo más natural en este mundo es estar en paz y ser uno con Dios, porque esa paz procede del Espíritu Santo en nosotros. Lo que no es natural en este mundo son las cosas que nos defienden en contra de esa naturalidad; los sentimientos de ira, el conflicto, la depresión, la pérdida, la culpa, la ansiedad, etc. Todos estos no son naturales porque no provienen de quiénes somos realmente. En este mundo, los sentimientos de paz, de dicha, y de ser uno con toda la humanidad reflejan lo que somos en realidad y, por lo tanto, son naturales.

En otras palabras, cuando no ocurren los milagros, y aquí podemos pensar en los milagros como la extensión del Espíritu Santo en nuestras mentes, algo anda mal porque hemos puesto alguna cosa de por medio. Eso es todo lo que es el ego: una obstrucción que entorpece la consciencia de quiénes somos en verdad.

P: Yo tenía un problema antes respecto al comentario que usted hiciera de que nadie es santo, pero creo que lo que usted ha dicho tiene sentido. Con algunas personas sólo se experimenta una presencia, un sentimiento de unidad, en el sentido de que son una consigo mismas o con Dios y, por lo tanto, creo que eso es lo que yo llamaría una persona santa.

R: Lo que eso significa es que ellos le ponen menos impedimentos a su santidad que otras personas. En este mundo, eso es cierto. Más adelante en este capítulo, el cual no vamos a cubrir hoy, Jesús habla de sí mismo y dice que él no es diferente de los demás (T-1.II.3:5-6). El no es ni más santo ni menos santo que nadie. La única diferencia es que él trascendió su ego más rápidamente que el resto de nosotros. En el mundo del tiempo él es diferente porque no tiene ego. En el mundo de la eternidad, sin embargo, él es lo mismo que nosotros. Por eso dice que experimentarlo con reverencia es un error, porque él define la reverencia como algo que se justifica únicamente cuando estamos ante alguien que es superior a nosotros. La única Persona ante Quién se justifica esto, es Dios, porque El es nuestro Creador. No debemos sentir reverencia por Jesús, porque él es igual a nosotros. Un poco más listo, eso es todo. Por lo tanto, debemos pedirle que nos ayude.

P: Para abundar un poco más en eso, en todo lo que apreciamos y aprendemos en los demás, y creemos que es santo, ¿vemos nuestra propia santidad?

R: Sí, pero tiene que tener mucho cuidado. A menudo cuando vemos cuán santa es esa persona realmente, lo que hacemos muy sutilmente es humillarnos a nosotros mismos. Decimos que esta persona es más santa que nosotros. Eso es lo que hacemos casi siempre. Ese es el error. Es por eso que, desde el punto de vista del Curso, se cometió el error de hacer a Jesús superior a todos los demás. Esa no fue una manera de enaltecer a Jesús, sino de empequeñecernos nosotros, al decir que él es el único Hijo de Dios. Fue una manera de decir que él es perfecto y puro, lo que implicaba el hecho por el cual la gente se sentía tan impura. No era tanto una afirmación acerca de Jesús, era una aseveración sobre lo que había en nosotros. Nos sentíamos tan culpables e impíos que teníamos que hacerlo a él diferente. Y todo el centro de su enseñanza es que no somos distintos; todos somos lo mismo. Somos el Cristo.

La única diferencia con Jesús es que él fue el primero en reconocer Quién era en verdad, que era el Cristo, y que ayuda a todos los demás a reconocer que también son el Cristo. Un ejemplo de lo que el Curso llama "especialismo espiritual" es que consideremos que ciertas personas son superiores o más santas o más espirituales que otras. Lo que hacemos con eso es humillarnos a nosotros mismos muy sutilmente, lo cual significa que reforzamos la creencia de que estamos separados. Sucede lo mismo cuando creemos que somos más espirituales que otra persona (lados opuestos de la misma moneda).

LOS 50 PRINCIPIOS

DEL MILAGRO

DE UN CURSO EN MILAGROS.

KENNETH WAPNICK

Libro los 50 Principios del Milagro (Principio V)

LIBRO LOS 50 PRINCIPIOS DEL MILAGRO (PRINCIPIO 5)




PRINCIPIO 5 Los milagros son hábitos, y deben ser involuntarios. No deben controlarse conscientemente. Los milagros seleccionados conscientemente pueden proceder de un falso asesoramiento.
Básicamente, esto significa que el propósito de Un curso en milagros es apartarnos continuamente de nuestra forma de resolver los problemas. Una de las cosas que hacemos es atacar el problema; definimos algo de cierta manera y luego tenemos respuestas para ello. Siempre estamos ocupados en eso. Todo el proceso del Curso es adiestrarnos en una forma completamente distinta de percibir los problemas y ayudarnos a que ésta se convierta en nuestra reacción inmediata. En otras palabras, por ejemplo, si estamos en una situación y alguien hace algo y de repente comenzamos a sentirnos perturbados o con ira, más y más debe convertirse en hábito que inmediatamente nos miremos introspectivamente y pidamos ayuda para cambiar nuestra percepción de esta persona o de esta situación. Eso es lo que quiere decir el Curso cuando afirma que el milagro debe ser "involuntario," que no somos nosotros quienes lo hacemos. Una de las ideas claves en Un curso en milagros que lo distingue de muchos sistemas de la Nueva Era, que tienen varias ideas similares, es que el Curso hace bien claro que no podemos lograr esto por nuestra cuenta. Escogemos los milagros, pero no somos nosotros quienes los realizamos. No pueden hacerse sin la ayuda del Espíritu Santo. Ese es el significado de "involuntario" y de que "(los milagros) no deben controlarse conscientemente." En el Capítulo 2 del texto, Jesús habla sobre la diferencia entre su dirección y su control (T-2.VI.1:3-8; 2:7-10). Nos dice que debemos entregarle todos nuestros pensamientos de miedo, nuestros pensamientos de separación, de modo que él pueda controlarlos por nosotros; entonces podrá guiarnos. Pero, repito, no debemos tratar de hacer esto por nuestra cuenta. Nosotros no estamos a cargo -él sí lo está. Nuestra meta es sanarnos lo suficientemente de modo que Jesús piense, hable y actúe a través de nosotros.
Además, el Curso no quiere decir que no tendremos problemas en el mundo, o lo que creemos que son problemas. Lo que sí significa es que podremos verlos en forma diferente. Nuestra respuesta habitual debe ser: ¿Qué puedo aprender de esto? Lo que sucede con el tiempo es que nuestro período de reacción se hace más corto en términos de cuánto nos toma corregir nuestras percepciones sobre lo que creíamos que nos perturbaba.
P: ¿Podemos usar el término alineación con Jesús?
R: Si quiere usar la palabra "alineación" sería en el sentido de que alineamos nuestros pensamientos con los suyos, en forma tal que empezamos a pensar como él. El Curso completo es un programa de adiestramiento, como lo explica al final del primer capítulo (T-1.VII.4:1). Es un curso de adiestramiento mental, una forma de adiestrarnos para que pensemos de manera absolutamente diferente de todo lo demás. Este es un sistema de pensamiento muy radical. Enseña absolutamente lo contrario de lo que el mundo cree, y enseña lo contrario de lo que muchas religiones o sistemas espirituales también creen.
Permítanme mencionarles, si no lo he hecho ya, que Un curso en milagros hace bien claro que no es el único camino, que no es la única forma de la verdad. Sólo dice que es un camino. El Curso dice de sí mismo que es una forma entre muchas miles (M-1.4:1-2). Pero es un camino específico, lo que quiere decir que no se puede combinar con nada más porque no se ajustará. Mientras más exploramos lo que dice, más reconocemos cuán radical es.


Lo que dice este principio es que no debemos confiar en nuestras propias percepciones y, por lo tanto, no debemos escoger cómo tenemos que reaccionar a lo que percibimos. Eso es lo que quiere decir "los milagros seleccionados conscientemente pueden proceder de un falso asesoramiento". Aquí se usa la palabra "milagro" en el sentido popular de los milagros como cosas que nosotros hacemos. Dice, repito, que no debemos ser nosotros los que escojamos lo que hacemos. Podemos estar frente a alguien que esté sufriendo, y podríamos apresurarnos a hacer algo para sanar o aliviar el sufrimiento de la persona, y eso finalmente puede no ser la acción más amorosa que podamos realizar. Esto podría surgir de la lástima; podría proceder de la culpa; podría proceder de nuestro sufrimiento; podría no emanar del amor. Y así lo que Jesús nos dice aquí es: "No elijan conscientemente lo que será el acto de amor. Déjenme hacerlo por ustedes." Este es un punto muy claro, y muy importante. Una tentación en la que pueden caer muchas personas que trabajan con el Curso, así como personas que están en otros caminos espirituales, es convertirse en benefactores espirituales. Por ejemplo, usted va a traer paz al mundo; usted le va a mostrar la verdad a la gente; usted va a ayudar a mitigar el sufrimiento, etc. Todo lo que hace realmente es hacer el sufrimiento real porque lo está percibiendo afuera. Tampoco se percata de que si lo ve afuera, tiene que ser únicamente porque lo ve dentro de sí mismo. Si usted percibe el dolor en otra persona, y se identifica con el dolor, sólo puede ser porque lo ve en usted mismo. Podría ser un ejemplo de reacción-formación: Siento que soy terrible y, por lo tanto, psicológicamente me defiendo de mi culpa tratando de ayudar a todos los demás, tratando de expiar mi pecado después de haberlo hecho real.
Esto no significa que usted niegue lo que ve. Si alguien se ha roto un brazo y grita de dolor, no quiere decir que usted niegue que esa persona siente dolor y que le vuelva la espalda. Lo que sí significa es que usted cambie su manera de mirar ese dolor. Usted se percata de que el verdadero dolor no procede del cuerpo; el verdadero dolor surge de la creencia en la separación que está en la mente. Si verdaderamente quiere ser un instrumento de curación, usted se une con esa persona, lo cual quiere decir, quizás, que usted se apresure a llevarla al hospital. Pero lo que realmente hace a través de la forma de su conducta es unirse con esa persona, y darse cuenta de que usted está sanando tanto como ella.
El asunto aquí es que esta no es una decisión que debemos hacer por nuestra cuenta. Muchas veces cuando tratamos de ayudar, realmente hacemos otra cosa, que a menudo es una extensión de nuestra propia culpa. La lástima no es una respuesta amorosa, la conmiseración no es una respuesta amorosa. Lo ve a usted distinto a la otra persona. En el Capítulo 16, el Curso establece una distinción entre la falsa y la verdadera empatía (T-16.I). La falsa empatía es identificarse o empatizar con el cuerpo de la otra persona -bien sea que hablemos del cuerpo físico o del cuerpo psicológico- lo cual significa que usted hace débil a esa persona al hacer el cuerpo real. La verdadera empatía es identificarse con la fortaleza de Cristo en la persona, al percatarse de que el pedido de ayuda de esa persona es el suyo y, por lo tanto, ambos están unidos más allá del cuerpo.
Recuerden, el problema clave que hay que vigilar es cualquier cosa que refuerce la separación. Es por eso que el parecer del Curso acerca de la curación es tan diferente al de otros caminos. La curación no es algo que alguien hace. La verdadera curación, como la ve Un curso en milagros, no proviene de rezar determinada oración, o de una imposición de manos, o de darle energía a alguien, o de algo por el estilo. Si así fuera, usted estaría haciendo real algo del cuerpo y estaría diciendo que usted posee un don que nadie más posee. Eso no es curación. Esto no quiere decir que estos enfoques no puedan ser útiles, ni quiere decir que no deban usarse. Lo que esto significa es que no se deben llamar curación, porque entonces se estaría reforzando la separación. Muy sutilmente, se estaría haciendo real al cuerpo.
La única verdadera energía en este mundo es el Espíritu Santo. Cualquier otra cosa es falsa energía, y realmente es del ego, del cuerpo. La "energía sanadora del mundo" es el perdón, el cual procede del Espíritu Santo en nuestras mentes. Cualquier otra forma de energía puede tener relevancia, existencia, y realidad dentro del mundo del cuerpo, pero ese mundo del cuerpo es inherentemente ilusorio. No es de eso que habla el Curso en términos de curación. Este habla únicamente de la unión con el Espíritu Santo en nuestra mente al compartir Su percepción, y de ese modo unirnos con los demás.


Repito, no somos nosotros quienes podemos elegir qué debemos hacer y qué no debemos hacer. El es el Único Que escoge la expresión del milagro. Luego lo extiende a través de nosotros. Más adelante, el texto amplía este punto, y dice que nuestro único interés es entregarle nuestros egos al Espíritu Santo; extender el perdón no es responsabilidad nuestra (T-22.VI.9:2-5). Es ahí donde nos equivocamos. Tratamos de extender el milagro por nuestra cuenta, lo cual parece ser la acción amorosa o santa. Lo que hacemos sutilmente es permitir que la arrogancia del ego asuma el papel de Dios. Nuestra responsabilidad es sencillamente pedir ayuda para ver algo en la forma que Jesús lo ve en lugar de verlo como lo ve el ego. Esa es nuestra única responsabilidad. Eso es lo que constituye el milagro. Luego él extiende ese milagro a través de nosotros y nos dice específicamente lo que debemos o lo que no debemos hacer.
Es por eso que a menudo hay tanto juicio e intolerancia entre los caminos religiosos y espirituales. La culpa jamás se perdonó en verdad, sino que simplemente se reprimió y luego se proyectó en la forma de una falsa santurronería religiosa. Recuerdo un ejemplo al efecto de hace muchos años, que ocurrió poco tiempo después de que se publicara Un curso en milagros. Conocimos a un hombre que había preparado una amplia gráfica de las correcciones que el Curso le hace a la Biblia y que él estaba a punto de presentarle a varios ministros que conocía, para mostrarles lo que realmente enseñó Jesús. Básicamente lo que hacía era darle por la cabeza con el Curso a las iglesias que le habían dado por la cabeza a él con la Biblia. Afortunadamente pudimos detenerlo a tiempo. Todo el asunto es que debemos estar susceptibles a lo que pasa en nuestras mentes, estar atentos a cualquier cosa en nuestro pensamiento que pueda causar que nos separemos de los demás, y reconocer que ese tiene que ser nuestro ego. Siempre debemos ser cautelosos de no juzgar de acuerdo con la forma, la cual, por supuesto, es la única manera de juzgar del ego. Mas es cierto, sin embargo, que en el mundo ilusorio alguna gente está más adelantada que otra -Jesús es el ejemplo extremo no obstante, siempre debemos ser cuidadosos al juzgar.
P: Yo encuentro esto muy difícil. Como enfermera, se espera que yo responda ante el dolor y el sufrimiento, y ruego que en situaciones de emergencia yo pueda hacer lo que es debido.
R: Básicamente, es de eso que estoy hablando. Esto no significa, dicho sea de paso, que si usted es enfermera y alguien llega desangrándose usted diga: "Ah, aguarde un momento; tengo que salir a meditar y a preguntar qué debo hacer." En realidad eso no es amoroso. Básicamente, usted presume que quiere hacer lo que es correcto; quiere que Jesús actúe a través de usted y luego usted actúa. Si yo estoy atendiendo a alguien en mi oficina, no me detengo cada quince minutos y digo: "Aguarde, tengo que asesorarme con el Jefe antes de decirle a usted qué hacer o qué creo". Yo sólo naturalmente confío que mis reacciones o lo que digo proceden de Jesús más bien que de mi ego. Lo que trato de hacer entonces, es vigilar siempre mis emociones y pensamientos, de manera que si detecto algo que yo sé que procede de mi ego y no de Jesús, de inmediato pido ayuda para quitarlo de en medio. No me concentro en qué debo decir, porque si lo hiciera siempre estaría equivocando mis palabras y no podría decir nada. Mi centro de interés no es lo que digo, sino quitarme yo de en medio.
P: Ese es el problema con la imposición de manos y la oración por alguien que padece una enfermedad.
R: Eso no significa que no deba hacerlo…
P: ¿Es eso reforzar, no obstante?
R: No. Depende de por qué lo hace. En otras palabras, si considera que puede ayudar a las personas a través de imponerle las manos, entonces no hay nada erróneo en eso en tanto usted comprenda que esa es sólo una forma a través de la cual el Espíritu Santo la une a usted con otra persona, y que la curación no proviene de la imposición de manos. Quiero decir, ¿qué tal si sus manos están rotas o si usted se convierte en una cuadraplégica? ¿Significa eso que no puede curar? No, no se trata de la forma; sino del significado que se le da a la misma. Permítanme leer algo de la sección La curación como liberación del miedo (T 2.IV), que habla específicamente sobre la diferencia entre magia y curación. Cualquier cosa que se relacione con el cuerpo es magia. Cualquier cosa que hagamos en este nivel para ayudar a resolver un problema es magia porque equivale a ver el problema en el cuerpo, y luego aplicar el remedio al cuerpo. Esto aplica por igual a la medicina tradicional, a las formas de medicina de la Nueva Era, a la imposición de manos o a decir oraciones. Todas son parte de la magia o son formas de magia. Pero luego dice que esto no significa que sean pecaminosas. "El valor de la Expiación no reside en la manera en que ésta se expresa" (T2.IV 5:1). "La Expiación," de la cual hablaremos más adelante, es la palabra que utiliza el Curso para referirse a la corrección del ego, lo que significa que el principio de Expiación se refiere a la unión, ya que el ego se basa en la separación. Lo que estamos diciendo es que el valor de la Expiación, el principio de la unión, no radica en la manera en que se expresa. "De hecho, si se usa acertadamente, será expresada inevitablemente en la forma que le resulte más beneficiosa a aquel que la va a recibir. Esto quiere decir que para que un milagro sea lo más eficaz posible, tiene que ser expresado en un idioma que el que lo ha de recibir pueda entender sin miedo" (T-2.IV.5:2-3).
Si la gente viene donde usted y cree que con la imposición de sus manos se puede sanar, entonces, por supuesto que usted debe hacerlo. Es como si yo acudiera a un cirujano y creyera que al éste abrir mi cuerpo y extirpar esto o aquello me sentiré mejor, entonces, claro que debo hacerlo. Si la gente cree que al usted usar una oración específica la va a ayudar, por supuesto que debe hacerlo. Pero lo que el Curso diría es sólo que reconozca que lo que usted hace no tiene nada que ver con la forma, ya que ésta limita. Con lo que sí tiene que ver es con el significado subyacente de lo que usted hace: unirse con las personas. Como dice este pasaje, al Espíritu Santo no le importa la forma en que usted se une con los demás. Puesto que vivimos en un mundo de símbolos y puesto que vivimos en un mundo de cuerpos, tenemos que utilizar los símbolos y tenemos que utilizar nuestros cuerpos. Como dice en "El canto de la oración" (un folleto posterior al Curso, del cual Helen fue escriba): es un error creer que usted tiene unos dones de curación que otras personas, tales como los sanadores espirituales y los médicos, no tienen (pág. 17-18; S-3.III.1-3).
Esto no significa que usted deje de hacer lo que hace. Probablemente, eso no es lo que el Espíritu Santo le pediría. Todo lo que El le diría es que deje de pensar que la forma de lo que usted hace tiene propiedades curativas de clase alguna, porque una vez lo crea estará diciendo que en este mundo existe algo que es real; que la palabra tiene poder. No puede haber ningún poder en una palabra. Esta es fabricada. Como dije antes, el Curso dice que "las palabras son símbolos de símbolos. Por lo tanto, están doblemente alejadas de la realidad" (M-21.1:9-10).
Krishnamurti elaboró una manera muy ingeniosa de plantearnos este asunto. El dijo que si usted quiere convertir algo en un objeto sagrado, haga un pequeño experimento. Se coloca cualquier objeto sobre la repisa de la chimenea, y diariamente por espacio de treinta días uno se presenta ante el mismo. Le pone incienso y flores alrededor y dice una frase breve. Podría ser "Shalom"; podría ser "Coca Cola"; o podría ser cualquier mantra que sea su favorito. Al cabo de treinta días, ese objeto se habrá convertido en algo sagrado para usted, no porque haya ninguna santidad inherente en el objeto, sino porque usted le ha adjudicado esa santidad al creer que éste es sagrado.
He ahí la razón por la cual esta idea es tan importante en el sistema de pensamiento del Curso. No existe absolutamente nada en este mundo que posea santidad alguna, porque en este mundo no hay nada. Todo es producto de lo que hay en nuestra mente. Si creemos que algo es santo, entonces eso se tornará santo para nosotros. Si sentimos que hay cierto poder que proviene de alguna persona o de alguna cosa en el mundo, es porque nosotros le atribuimos ese poder. Hay un solo poder en este mundo, y ese poder universal es el poder del Cristo que radica en nuestro interior. Todos compartimos ese poder por igual. Una vez creemos que en este mundo hay unas cosas que son más santas o más poderosas que otras, o que cierta gente es más santa o más poderosa que otra, afirmamos que existe una jerarquía de ilusiones. Esa, repito, es la primera ley de caos (T-23.II.2:3).
Esa es la razón por la cual es la primera ley de caos, porque todas las leyes se apoyan en ella. Esto también aplica a Un curso en milagros. Lo único santo acerca de este libro es que puede acercarnos más a Dios, pero lo mismo podría decirse de cualquier otra cosa. El libro de por sí no es inherentemente santo. A veces las personas se acercan a este libro con reverencia y casi se arrodillan ante el mismo, y lo sienten y lo tocan. No hay nada erróneo en eso. A veces eso hasta parece algo tierno, pero lo que hacen es proyectar sobre el libro algo que está en su mente.
No hay nada en este mundo, el mundo de la forma, que tenga significado. Ese es el propósito de las primeras lecciones en el libro de ejercicios, las cuales afirman que en este mundo nada tiene significado. Lo que realmente dicen es que el único significado que puede tener algo es el que usted le adjudica. Si es el ego en usted el que le adjudica significado, entonces no tiene ninguno. Si es el Espíritu Santo en usted el que le otorga significado, entonces sí lo tiene. Repito, eso no quiere decir que usted deba renunciar a cualesquiera formas específicas que funcionen para usted en este mundo. Eso no es lo que dice Un curso en milagros. Todo lo que dice es: advierta que la única razón por la cual la forma funciona es porque usted cree en ella; y por lo tanto, esa puede ser la forma que Jesús o el Espíritu Santo use para ayudarle a reconocer cuál es la verdadera Fuente de todo significado, que es Dios. Eso es lo que hace el milagro -cambia la creencia equivocada del ego de que existe algo real afuera, bien sea un problema o su solución, y nos enseña que lo único real es el uso que le damos, y ese proviene de Dios. Todo lo que hay en el mundo, entonces, puede utilizarse para acercarnos a Él.
P: Necesito que me aclare eso.
R: Es muy fácil irse por la tangente en este asunto. Mucha gente trabaja con Un curso en milagros y malinterpreta lo que éste dice. Decir que la magia no cura no es decir que la magia sea mala, o que la magia sea pecaminosa. En este mundo no se puede evitar la magia. Magia es cualquier cosa en el nivel del mundo. Este Curso, por lo tanto, es magia. Lo que lo convierte en un milagro es el uso que usted le dé.
P: El atardecer, el amanecer, y usted, ¿no son reales? ¿No son creación de Dios?


R: No. Lo único real acerca de un atardecer es que el Espíritu Santo lo puede usar como una forma de ayudarle a usted a acercarse a Dios. Pero el atardecer en sí es inherentemente ilusorio. ¿Qué hace el atardecer? ¿Los colores? Dios no creó el atardecer, ni el sol, ni el mundo. La enseñanza básica del Curso es que el ego hizo el mundo. Nosotros lo pusimos ahí. Algunas cosas las hicimos bastante bien. Hicimos muy bien los atardeceres y los amaneceres; no hicimos muy bien los soles abrasadores que matan a la gente. Hicimos bien las suaves lluvias que hacen brotar la hierba; pero realmente fallamos con los huracanes y las inundaciones. Todo en este mundo es una espada de doble filo, como usted ve, lo cual el Curso enseña que es como usted sabe que Dios no pudo haber creado esto.
Básicamente, el principio es que Dios, por ser espíritu, sólo podía extender o crear lo que es como Él. El no pudo haber creado el cuerpo o la forma que no son como Él. Eso provino del ego: el cuerpo es la proyección del pensamiento de que estamos separados.
P: ¿Había ego antes del cuerpo?
R: Sí. Había un pensamiento de separación y una creencia de que podíamos estar separados de Dios. Eso es el ego. Cuando el pensamiento de separación se proyectó fuera de la mente, surgieron el mundo y el cuerpo.
LOS 50 PRINCIPIOS
DEL MILAGRO
DE UN CURSO EN MILAGROS.
KENNETH WAPNICK
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