martes, 4 de agosto de 2015

Un viaje sin retorno: CAPITULO 11.- LA CENA



-Jesús, ¿podrás bajar tú solo esto?
-¿Y que vas a hacer tú mientras tanto?
-Pasaré por mi habitación. Quiero arreglarme un poco y ponerme guapa para la cena.
-Pero si ya estás preciosa…
-Bueno, pero puedo estarlo más.
-¿A quien quieres conquistar?
-No seas tonto. Es una ocasión muy especial y quiero estar lo mejor posible.
-Jajaja…se me había olvidado ya la coquetería femenina…
-¿Puedes bajar con todo o no?
-Claro, mujer…haré dos viajes y ya está.
-Entonces, me voy…bajaré enseguida con todos.
                              
Jesús era feliz. Su rostro radiaba de alegría. Aquella cena ya no iba a ser solo la despedida de sus queridos hermanos, sino también el comienzo de algo maravilloso, tremendamente humano. Los problemas y las dificultades se habían evaporado, al menos por esa noche. Raquel se quedaba con él, y también su inseparable amigo Juan. Lo que habían cambiado las cosas en tan poco tiempo…

-¿Jesús, estás arriba todavía?
-Ahora bajo María…esto pesa lo suyo…
-Dame, hermano…ya te ayudo yo.
-Gracias, Juan…se agradece…
-¿Dónde está Raquel…? Había subido a hablar contigo.
-Se ha ido a retocar la nariz.
-Ya me ha dicho que va a cenar con nosotros…
-Sí, Juan…no deseo que los demás se molesten, pero quiero que tú y Raquel os pongáis a mi lado.
-Entonces, Pedro, tendrá que ponerse al lado de Raquel… ¡horror!
-¿Qué problema hay en eso, hermano?
-Raquel le tiene repelús a Pedro. Se le ha atragantado un poco.
-No te preocupes Juan…llegarán a ser buenos amigos. Lo intuyo.

Cuando Raquel bajó las escaleras, ya todos estaban sentados alrededor de la mesa. Era el centro de atención de todos los allí presentes.


-Hola, a todos…
-¡Bienvenida, seas!
-¿Dónde me siento?
-¡Aquí…a mi vera, Raquel!
-¿Aquí…? ¡Hola, Pedro! ¿Vamos a ser compañeros de mesa, eh? Pedro, si me dejaras de mirar así…quizás los demás se olvidarían un poco de mí…me estoy poniendo nerviosa…
-Raquel…no te estamos mirando…estamos esperando a que hables.
-¡Ahhhh! ¿Es que tengo que hablar?
-Claro…te hemos concedido el honor de sentarte con el maestro. Te corresponde a ti abrir la mesa.
-¿Y en estas ocasiones que se dice?

Raquel, acercándose al oído de Jesús, le susurró unas palabras:

-Esto ha sido una encerrona.
-Ha sido cosa de Pedro…no mía…intenta salir airosa…

Tras unos breves momentos de mutismo por parte de Raquel, se levantó de la silla y se dirigió a los comensales.

-No soy persona de mucha oratoria. No os conozco a la mayoría de vosotros, y todo lo que dijera aquí, y ahora, no tendría ningún sentimiento. Lo que en estos momentos deseo pediros es que…aunque os marchéis, no nos olvidéis. Yo, al menos, sigo confiando en que el Cielo, aunque un poco en la retaguardia, seguirá apoyándonos. Se que quizás os sonará a ingenuo el que yo os invite a que penséis si…si con vuestra marcha habéis…
-Termina de hablar, muchacha. Habla sin miedo.
-¡No Pedro, no soy quien para decir nada!
-Te equivocas. Estás aquí sentada y tienes el mismo derecho que nosotros. Además…yo quiero saber lo que estás deseando decir. ¡Venga…!
-Muy bien…voy a ser clara y concisa. ¿Por qué no os quedáis aquí, en vez de tirar la toalla?
-Raquel, los hermanos ya lo han decidido así. Han apoyado este plan hasta donde han podido. Ahora ellos tienen que seguir con su propia evolución, que han interrumpido para ayudarme.
-¿Ah si…? ¡Pues vaya amigos que son! Se arriesgan solo hasta donde no les duele.
-Raquel, si Jesús ha decidido venir es porque ha querido. Ha sido una opción personal, intransferible. Nosotros le hemos apoyado en lo que hemos podido, pero no podemos ir más allá.
-Dime, Santiago… ¿no podéis o no queréis?
-Raquel, tu desconoces muchas cosas, por eso hablas así. Y nosotros te entendemos. Tus palabras llevan buena intención.
-Aquí, en mi dimensión de tercera, en este planeta que según el Cielo es ya un basurero, los amigos de verdad se apoyan hasta las últimas consecuencias.
-Sí, pero el sentido de la amistad no debería ser ese. Es un sentimentalismo que involuciona. Si un buen amigo toma una determinación errónea, que le va a ocasionar un serio problema, no conlleva el que sus amigos tomen el mismo camino y caigan todos en el mismo error. Se le podrá advertir, aconsejar, pero nunca cometer su mismo error. Este es uno de los errores del ser humano.
-Habláis del ser humano como si ninguno de vosotros hubiese pertenecido a esta condición. ¿Es esta la lección aprendida después de vuestra experiencia en este planeta? La verdad es que, viendo lo que hay después de la tercera dimensión, no me entusiasma en absoluto el seguir subiendo peldaños evolutivos.
-Raquel…tranquila, siéntate.
-Perdona, Jesús, perdonadme todos. ¿Veis cómo no debería haber hablado? No se nada, no conozco nada…no entiendo nada…Ha sido una equivocación. No he querido molestaros.

Raquel volvió a levantarse de la mesa, pero Pedro, viendo las intenciones de ella y lo tenso de aquella situación, le cogió de la mano por debajo de la mesa y la obligó a sentarse.

-¿Necesitas algo, Raquel? Yo puedo ir a buscártelo…
-No, Pedro, gracias…necesito ir al baño.
-Pues ya que te levantas, Raquel… ¿me harías el favor de traerme un poco de agua?
-¡Sí, claro, Pedro…! ¿Alguien quiere que le traiga algo más de la cocina?
-Sí…las verduras… ¡Están en el fuego!, pero ya voy contigo, Raquel.
-No, no te levantes, María…ya voy yo con ella.
-Está bien, Juan, pero tened cuidado…estarán hirviendo.

-Maestro…
-Dime, Pedro.
-¡Peligro a la vista!
-¿Y eso…por qué?
-Están los dos juntos en la cocina. Algo están maquinando…
-Déjales Pedro…jajaja. Son jóvenes e impulsivos. No estaría nada mal que se nos contagiara algo…

Y en la cocina…

-Raquel, ¿pero se puede saber por qué estás así?
-Me siento muy violenta, Juan. No os entiendo. Me he disculpado, pero no quería hacerlo, porque no tenéis ninguna razón. Quizás vosotros penséis que aquí la equivocada soy yo, pero no pienso ni siento lo mismo. No puedo aceptar y callar ante vuestra disposición. Lo siento por Jesús. El quería que esta cena fuese entrañable, bonita, y he creado un ambiente un poco hostil.
-La cena todavía no ha empezado, y tú puedes cambiar ese ambiente. Puedes hacerlo. Además…has estado estupenda, Raquel. Me moría de ganas por hacerlo yo, pero Jesús me prohibió hacerlo. Respeta la decisión de sus hermanos. Aunque son, somos sus amigos, sabe que la libertad es sagrada, y él lo acepta de buen grado.
-¿Qué lo acepta de buen grado? Quizás sí, pero su corazón desearía teneros a su lado, Juan.
-Para eso estáis vosotros aquí…Vosotros vivís reencarnados en este planeta. Sois de esta generación, y es, a ésta, a la que le corresponde actuar ahora. Nosotros estábamos evolucionando en otros niveles, y le hemos ayudado en lo que hemos podido.
-También nosotros, Juan…y nos ha cogido experimentando aquí…y hemos asumido este plan con el riesgo que conlleva, pero lo hacemos, y no nos supone ningún sacrificio, porque lo hacemos por amor y con amor. Se supone que vosotros deberíais estar más evolucionados en todo.
-Eso no es así, Raquel. El que estuviéramos evolucionando en otros niveles, no significa que seamos superiores a ti…cada cual está en su sitio, donde ha escogido experimentar. Hablas de “nosotros”… ¿a quienes te refieres, Raquel?
-Pues a mí, a Marga, a…
-¿Dónde están ellos…? Se realista, hermana, en estos momentos estás tu sola con él. El que yo apoye a Jesús, no significa que esté convencido de que esto pueda salir bien. Yo, Raquel, viví en mi propia carne un gran fracaso, el fracaso de todos. Y éramos muchos. Quizás esta generación tenga el arranque que nosotros no tuvimos. Quizás haya una posibilidad, pero… Lo que te quería decir, Raquel, es que nosotros, aunque tengamos un conocimiento superior al vuestro, no supone el que tengamos la razón. Vuelve a esa mesa…con la cabeza bien alta, y sobre todo con mi aprobación y mi apoyo, pero sin olvidarte de esa sonrisa…
-Juan…me cuesta creer que tú te marches.
-¡No voy a hacerlo, Raquel!
-¿Quieres decir…que te vas a quedar con nosotros?
-Sí, pero no estaré físicamente. Este trabajo os corresponde a vosotros. Yo solo haré acto de presencia cuando haya que arrimar el hombro, cuando las cosas se pongan un poco feas. Yo no quiero que esto fracase, Raquel…otra vez no.
-¿Y esto lo sabe Jesús?
-¡El muy puñetero ya lo sentía…nos tiene muy calados a los dos…jajaja!
-Juan… ¿tu le amas mucho, verdad?
-Sí, Raquel. Y si me quedo, es porque mi existencia no tiene ningún sentido sin él. Supongo que tanto tú como yo…estamos condenados por siempre a estar con él. Pero vamos a dejarnos de sentimentalismos y volvamos a la mesa. Entre los dos vamos a darle un vuelco total a la reunión. ¿De acuerdo?
-¡De acuerdo, Juan!

La Raquel que entraba de nuevo en el salón, era completamente distinta. Su rostro resplandecía. Era feliz. Ya tenía un aliado entre aquellas celebridades. Se sentía más fuerte y segura. Juan miró a Jesús. Jesús miró a Juan, y Pedro no perdía de vista a ninguno de los tres.

-¡Toma, Pedro, tu vaso de agua!
-¡Gracias, muchacha!
-Mientras voy sirviendo la verdura…ir comiendo, que se enfrían enseguida…
-¡Está muy buena la verdura, María…que rica está!
-¿Te gusta a ti,  Raquel?

Raquel, en ese preciso momento se llevaba a la boca un buen cucharón de aquellas hierbas aromáticas. De repente, las facciones de la muchacha se retorcieron. Los ojos empezaron a llorar y el esfuerzo sobrehumano que hacía para no vomitar lo que llevaba en la boca al plato, se le apreciaba en el cuello, que lo tenía tenso y duro como una piedra.

-¿Raquel…qué te pasa?

La muchacha, sin poder evitarlo, se levantó a todo correr de la mesa y salió hacia el huerto. María salió tras ella. Raquel estaba vomitando las verduras, el desayuno y la cena anterior. Aquellas hierbas aromáticas era lo más amargo que había probado en su vida.

-Raquel…tranquila…ya lo siento…nosotros tenemos costumbre de comer esta verdura, pero no pensé en ti.
-No te preocupes, María, ya pasó…
-¿Quieres que te prepare una infusión para que se te arregle el estómago?
-No, ahora no…no sería capaz de meterme en la boca más cosas de esas…Ya estoy bien…no ha pasado nada…

Cuando Raquel volvió a la mesa, todo el lápiz de los ojos, el colorete de las mejillas y el rimel de las pestañas habían hecho un dibujo abstracto con fondo negro a lo largo y ancho de su cara. Todos intentaban, por todos los medios, disimular su risa, pero en esta ocasión, fue el mismo Jesús el que rompió a reír a carcajadas. Ni qué decir tiene, que el contagio fue general. En esta ocasión, fue Pedro, el que por más experiencia o, quizás, por más compasión hacia Raquel, cogió un trozo de la servilleta, y mojándolo en agua, le limpió meticulosamente el rostro.

-¡Deja, Pedro, ya lo haré yo! En el espejo lo haré antes.
-No…no…deja…que sería peor. Ya me falta poco.
-¿Tan mal estoy?
-¡Ay, señor…señor…con lo bonitas que estáis las mujeres al natural y sin tantas porquerías en la cara…! No les hagas caso…son todos unos fantasmas…incluyendo al mismo anfitrión. ¡Ya estás, hija! ¿Qué te pasó con las verduras?
-Es que están muy amargas. Yo no se como podéis comer esa cosa…
-Ya estamos acostumbrados. Es la verdura que se come siempre en Pascua, antes de comer el cordero…para contrarrestar un poco la grasa de la carne… Solemos hacerlo en las reuniones nuestras, siempre que podemos…Es nuestra comida favorita.
-Pedro… ¿el cordero es amargo también?
-No, puedes comerlo tranquila…pero no se te ocurra entonces probar este pan…pues te parecerá un tanto amargo también…
-¿Todo el pan?
-¡No todo, Raquel…el que repartiré yo después, no!
-Gracias, Jesús…esperaré entonces comer de él.

La cena se desarrolló en un ambiente cordial. Raquel había puesto la típica nota de humor. El pequeño incidente del comienzo ya se había olvidado. Pero sí había movido intensamente un corazón, una conciencia. Terminado el cordero y la fruta, se hizo un alto, que la mayoría aprovechó, bien para estirar las piernas, para coloquiar o para asearse un poco. Luego venía la celebración más importante para todos.
Jesús había salido unos instantes a respirar aire puro al huerto. Pedro le vio salir y fue tras el.

-Jesús, me gustaría hablar contigo antes de seguir con la celebración.
-Ven, siéntate aquí, hay sitio para los dos. Hemos tenido poco tiempo para hablar tú y yo… ¿Te acuerdas Pedro de aquellas largas charlas que teníamos bajo un alcornoque, en el jardincito de nuestro amigo Lázaro?
-Sí… ¡como no…! ¡Y cuanto las echo de menos, maestro!
-Te veo muy sentimental, Pedro… ¿Qué te ocurre?
-Quiero quedarme, Jesús. No quiero partir con los demás. No podría… Jesús, la primera vez fracasamos…aunque ahora ya no pienso lo mismo…, pero no tuvimos el coraje suficiente… y me siento tan responsable como tu de ello. Si tú vienes a dar la cara otra vez… ¿no lo voy a hacer yo? Cuando oí hablar a esa muchacha, algo dentro de mí se ha rebelado. Todos hemos pasado por esta experiencia humana, pero a mí no se me ha olvidado lo que sentí, y lo que siento ahora por ti, por mi amigo, mi compañero de aventuras y desventuras, mi maestro, y por mis redes que no te dejo aquí a tu suerte. Y si el destino no está de nuestra parte…lo compartiré contigo.
-Pedro…ya sabes que si no atraviesas esa puerta dimensional que os está esperando, ya nunca más podrás atravesarla si todo fracasa. ¿Lo sabes, verdad?
-Dime, maestro… ¿qué pinto yo al otro lado de la puerta, si tu no estás conmigo?
-Pedro…hace mucho tiempo que no siento tu abrazo, y me muero de ganas por dártelo…
-Maestro… ¿hemos tenido que volver otra vez para sentirnos unidos de nuevo? ¡Dame ese abrazo…cuanto añoraba este momento! Ya no quiero dejar de sentir esta sensación nunca más…

Y ambos amigos se fundieron en un largo y profundo abrazo, donde no había palabras, pero donde el silencio lo decía todo…

-Entonces…amigo mío… ¿qué piensas hacer, que planes tienes?
-No quiero intervenir ahora. Quiero dejar paso a la juventud. Me quedaré rezagado por ahí, y cuando verdaderamente me necesitéis, apareceré.
-Entonces…hazme un favor… jajaja. Contrólame un poco a Juan. Vuelve a ser el mismo de entonces.
-¿Es que Juan va a quedarse?
-¡Tampoco él quiere perderme de vista!
-No se por qué me sorprendo…era de esperar. La verdad es que me habría defraudado un poco si no lo hubiera decidido así… Maestro… ¿dónde está el baño…? Después de tanto tiempo…no me acuerdo…jejeje.
-La primera puerta antes de las escaleras, viejo amigo...

Raquel salía al jardín con los oídos tapados con las manos. Iba a paso ligero…Cuando terminó Jesús de indicarle a Pedro, éste se dio cuenta de los gestos de Raquel, y fue hacia ella…

-¡Oye, chicos…por qué no dejáis de incordiar y os estáis calladitos…! ¡Ya está bien…bajar la potencia, hombre…!
-¿Con quien hablas, Raquel?
-¡Ayyyyy que susto me has dado!
-¿Qué haces hablando sola y mirando hacia arriba?
-¿Es que no les oyes?
-¿A quien…?
-Jesús…no te hagas el tontuelo ahora…me refiero a los de la nave…
-¿Y cómo sabes que están ahí?
-Por el zumbido de oídos. Siempre me pasa lo mismo. Cuando hay una nave cerca, los oídos no paran de zumbar. Es molesto.
-Sí, claro que se que están ahí. No te preocupes por tus oídos…pronto se irán. Ven, te voy a quitar esa molestia.
-¿Cómo?
-Mira… ¿ves que sencillo?
-¿Qué me has hecho en las orejas?
-En las orejas nada…tan solo te he puesto en sintonía con ellos. ¿Te está gustando esta reunión?
-Sí…
-No lo dices con mucho entusiasmo…
-Lo que pasa es que me siento extraña, ajena a casi todos. Es como si…no sintonizara con ellos. Y lo siento, Jesús, son tus amigos también, pero…
-¿Con todos te pasa lo mismo?
-¡No, claro que no! Me siento muy bien con Juan. Le quiero mucho. Se hace querer sin ningún esfuerzo. Y en cuanto a Pedro…no le conozco nada…pero sin embargo…siento por él un gran respeto y cariño. Le siento entrañable, bonachón y con un corazón de oro. Pero creo que es muy tímido, por eso es tan gruñón.
-¡Le has definido a la perfección…y eso que no le conoces…jajaja!
-¡Y yo también te agradezco esa observación, muchacha…!
-Pedro… pero bueno… ¿es que nunca voy a poder hacer una confidencia sin ser espiada?
-Yo no te espiaba…salía del baño y he oído tu conversación con Jesús. Además, de vez en cuando…me agrada escuchar cosas bonitas sobre mi persona…
-¿También te ha gustado lo de gruñón?
-¡Claro…si lo soy…y soy muy tímido…! Me pasa como a ti…en realidad, no somos gruñones…nos lo hacemos…jajaja.
-La lástima, Pedro, es que me habría gustado tratarte más, pero ya no queda mucho tiempo…os marcháis enseguida…
-¿Tu no te das por vencida nunca, verdad…muchacha…jajaja? Pues lo tendrás…tendrás tiempo de conocerme mejor. No os vais a deshacer de mi tan pronto. Yo me voy a la mesa. No tardéis en entrar…

-Jesús… ¿Por qué Pedro está tan contento? ¿Y por qué me ha dicho eso? Tú tienes una mirada muy especial… ¿Qué ha ocurrido aquí que me he perdido…?
-Raquel…Pedro no se va. Se queda conmigo…con nosotros. He vuelto a recuperar a mi entrañable amigo, a ese gruñón cabezota, a mi fiel compañero. Hacía tanto tiempo, Raquel, que no disfrutaba de él, de su compañía, de su amistad…de su abrazo… ¡qué hermoso ha sido el revivirlo!
-Yo no entiendo nada, Jesús. ¿Es que cuando andáis por esas alturas cósmicas, no os compartís como lo hacéis ahora?
-Sí, pero de muy distinta forma, Raquel. En esos niveles de consciencia se funciona siempre con energías muy puras. La densidad de un cuerpo no existe. Tu lo sabes…has estado como nosotros, pero no lo recuerdas.
-¡Mejor! ¿Dime, y eso es evolucionar? ¿Quieres decir que cuando regrese de nuevo, si es que lo hago…no sentiré ni vibraré como ahora?
-¡Como ahora no! Tendrás otro nivel vibracional.
-Pues mira, Jesús, si es necesario que ahora alcance el estado vibracional crístico para el buen desarrollo del Plan, lo intentaré, mejor dicho, lo haré. Pero luego quiero volver a ser como antes, normalita, de tercera dimensión. No quiero subir peldaños. No me gusta lo que hay allí arriba.
-Jajaja… pues para no gustarte…te costó mucho bajar…jajaja
-¿Qué quieres decir?
-Que ahora hablas así, porque no recuerdas. Pero tú has estado en el mismo lugar que todos nosotros.
-¿Pensarás que todo lo que te estoy diciendo son barbaridades, verdad?
-No, querida mía, tan solo no recuerdas.
-Yo solo se, Jesús, que cuando disfrutaba de ti a nivel de sexta dimensión, es decir, en abstracto…era feliz. Pero el tenerte aquí, en tercera, viviendo, sintiendo y amando como un ser humano normal, no lo cambiaría por nada.
-Pero el Jesús abstracto de sexta dimensión al que tú te refieres, te daba más seguridad. Tenía poder, y por lo tanto te protegía.
-Eso ya no es importante para mí. Ahora no. Ya no necesito protección ni seguridad. Me siento segura a tu lado. Tú me infundes esa seguridad en mí misma que nunca he tenido. Me has hecho libre. Tú, como hombre, me has quitado las esposas que apresaban mis manos, mi corazón, mi cerebro. Contigo he volado alto. El Jesús de mis sueños se ha quedado ya muy pequeñito e insignificante a tu lado.
-¡Por fin lo has dicho, mi amor…y con tus propias palabras, sin necesidad de robarte esa mirada que lo dice todo, y sin que esos dos tomates te afloren en la cara! ¡Toma, mi amor… quería dártelo en otro momento más tranquilo y relajado, pero quiero que este momento, esta cena, sean los más hermosos de tu existencia!
-¿Y qué es?

Jesús se abrió la camisa y dejó al descubierto en su pecho un colgante. Era un pequeño corazón, del color del coral, con transparencias violetas.

-Lo hice yo mismo con una piedra muy hermosa que encontré aquí hace ya…dos mil años…Lo hice para una buena amiga, pero no tuve la ocasión de dárselo. Lo he tenido conmigo todo este tiempo, y le tengo mucho cariño. Pero ha llegado el momento de dárselo a la mujer que iba destinado. ¡Es para ti, mi Camaleón, con todo el amor de tu amigo de entonces, de ahora y de siempre!
-¿Hace dos mil años? ¿Estuve aquí hace dos mil años? Y dime… ¿por qué no hubo ocasión entonces de…de entregármelo?
-Porque no viniste a mi cena. Sin embargo, esta vez, lo has hecho.
-¿Y por qué no fui la otra vez? ¿Quien era yo entonces, Jesús?
-¿Te interesa mucho saberlo?
-¿Crees tu que el saberlo me ayudaría en este momento?
-No, no tiene nada que ver aquella situación con la de ahora.
-Entonces… ¿para qué? Solo me gustaría saber si…si entonces dí la talla.
-¿Quieres saber si respondiste a mi llamada?
-Más o menos.
-Sí que respondiste. Me amaste mucho…y ese amor ha perdurado en el tiempo. Eras una joven muy tímida, cosa que todavía eres, servicial, bondadosa, una inmejorable amiga, pero no tenías la misma convicción de ahora, la misma seguridad, aunque tenías mucho coraje y fuerza de voluntad.
-En buenas palabras, vamos…que hubo mucho sentimiento, pero que ayudé entonces a que todo fracasara, ¿no…? Ahora entiendo ese empeño tuyo en la seguridad, en la decisión, en la consciencia…y aun así, con la experiencia de entonces, te ha costado sudar conmigo hasta que me has hecho reaccionar. No quiero fallarte otra vez, Jesús. ¡No lo permitas, por favor! Si es necesario, rómpeme el corazón, machácame el alma o rómpeme la cabeza, pero no dejes que tropiece otra vez en la misma piedra.
-¡Nunca me has fallado, Raquel…porque siempre has amado! Ya hemos dado el primer paso. Has acudido a mi lado y compartes conmigo ahora aquella cena que quedó pendiente. No dejaré que te escapes, mi amor…no lo permitiré nunca.
-¿Y es seguro tu sistema para hacerlo?
-Jajaja…si…es muy seguro. ¡Tu corazón es mío…y mi corazón, es tuyo!
-¿Me permitís un momento?
-¿Qué María…? ¿Vienes a buscarnos ya?
-Sí, pero quiero hablar un momento contigo, hermano. Luego, será más difícil.
-Os dejo pues, para que habléis. Me voy con los demás.

Y Raquel se fue hacia el comedor-salón. Jesús, viendo a María algo intranquila, le cogió de la mano y la acercó hacia el asiento de piedra.

-Ven, María, siéntate…te veo cansada y pensativa… ¿sucede algo, hermana?
-¡Estoy muy preocupada!
-¿Por qué, María?
-¿Qué vais a hacer a partir de mañana?
-No lo he pensado todavía, pero creo que tengo que esperar un poco antes de ponernos en marcha. Hay algunos hermanos que todavía andan un poco indecisos.
-¿Y crees que esos hermanos, aunque les des tiempo, vendrán a ti?
-¡No lo se, María, no lo sé!
-¿Y mañana…cuando Raquel despierte y vea la casa vacía, con un hombre y un niño de cinco años a su cuidado? Es joven todavía, y no tiene mucha experiencia en estas cosas. Esta es una casa antigua, sin todas esas comodidades a las que está acostumbrada. No sabe lo que es cocinar con carbón o con leña. No sabe cómo ordeñar una vaca. Ni tan siquiera había visto viva a una gallina, salvo en la olla…y por poco le da un aire ayer cuando me vio preparar a una…casi me llama asesina. ¡No…no te rías Jesús…que esto es muy serio! Además está en un país extranjero, con una lengua distinta, costumbres ajenas a ella, y con una guerra encima. Creo que es demasiado para ella.
-María…Raquel no es tan joven como piensas. Es ya una mujer muy madura, y sabe lo que hace.
-Pero no tiene ninguna experiencia, y el llevar una casa es sumamente importante. La armonía y el equilibrio son imprescindibles, y sobre todo en una aventura como la que quieres llevar a cabo.
-María, yo no quiero que Raquel lleve una casa. Tiene algo mucho más importante que hacer conmigo. Se que al principio le costará mucho, pero yo estaré con ella. Además, María, todo esto, lo establecido, no va a servir para nada. Quiero empezar con ellos de nuevo. Todo va a ser distinto. No te preocupes, mujer… ¡Venga ya, María…no llores! ¿Por qué te angustias de esta manera?
-¿Jesús…estás seguro de lo que vas a hacer?
-¡Sí, María, claro que sí!
-¿Y eres consciente de lo que puedes perder?
-Mi mayor tragedia, hermana, sería el perder al hombre.
-En ningún momento he apoyado tu iniciativa, ¿lo sabes…verdad, hermano?
-Sí, lo se… ¿pero qué me quieres decir?
-¡Quiero quedarme contigo, Jesús! Yo no intervendría en esta misión, pues no la comparto, pero quiero quedarme. Alguien tiene que cuidar de vosotros.
-Pero María…arriesgarlo todo por algo en lo que no crees…
-No te preocupes por eso, Jesús, no importa. Yo así seré feliz.
-¡Pues claro que me preocupo…no voy a permitir que lo hagas!
-Dime, Jesús, con sinceridad… ¿no ha habido ningún momento en el que hayas pensado que todo lo que hacías era como un suicidio, que buscabas tu propia destrucción? ¿O es que siempre has albergado en tu corazón una esperanza?
-Muchas veces he dudado, María, pero solo eso…dudas.
-¿Y sin embargo sigues adelante…por qué…?
-Porque les quiero, porque les amo con todo mi ser, y voy a luchar hasta el final por recuperarles.
-¿Y si no lo consigues, hermano…si pasa lo de la otra vez? Esta vez no es lo mismo, Jesús…
-Si pierdo al hombre, María…si pierdo a los que son mis hermanos…tus hermanos…ya nada me importaría…prefiero someterme a él, que ser su juez.
-Bien… tú amas al hombre, y yo amo a un hombre, a ti. Quiero quedarme contigo… ¿por qué no me aceptas?
-María, lo sabes muy bien. Quiero que los que estén a mi lado, asimilen este plan como suyo propio. Yo puedo fallar, y de hecho, no siempre me acompañarán las fuerzas, y entonces tendré que apoyarme en ellos. El que esta vez venga conmigo, tiene que compartirlo todo. De lo contrario…fracasaría. Te conozco muy bien, María, y aquí te necesitaríamos mucho, pero te destruirías a ti misma. Echarías por la borda algo muy preciado por nada, porque tú no crees en este plan. Para ti este plan carece de valor y de significado, como para la mayor parte de los hermanos que están aquí contigo y que permanecen en la nave. No quiero que te quedes, hermana. ¡Hazlo por mí, por favor! Cuando vuelvas de nuevo a tu condición en la Luz, lo comprenderás. ¿Sabes muy bien lo que nos jugamos con todo esto, verdad? Al más mínimo fallo…todo fracasaría.
-Bien…volveré con los demás, y si de algo os sirve…estaré siempre con vosotros. Os apoyaré aunque solo sea con el corazón y con el pensamiento.
-Toda la ayuda será poca, hermana. Pero lo mejor que podéis hacer todos los que marcháis, es confiar en que todo saldrá bien. Si el Cielo ha tirado la toalla, por lo menos, cogerla de nuevo. Darnos una oportunidad.
-¡Yo te la daré, hermano…ya lo sabes!

En aquel momento Pedro, desde la puerta de la cocina gritó:

-Eh, muchachos…que ya está todo preparado. Os estamos esperando.
-¡Enseguida vamos, Pedro!

Ya estaban todos alrededor de la mesa. El silencio y el recogimiento reinaban en la sala. Jesús levantó sus manos sobre la mesa, cogió la mano derecha de Juan y la izquierda de Raquel, y en unos instantes se había formado una rueda de energía. Todos cogidos de las manos, oraban en silencio.
Raquel comenzó a sentir un calor asfixiante. Le ardían las manos, la cara, el corazón se le salía de su sitio. Era incapaz de concentrarse. Las manos le abrasaban, pero no se atrevía a romper el magnetismo y el recogimiento del momento. De repente dejó de sentir aquel calor. Para decirlo más exacto, dejó de sentir su cuerpo.
Poco a poco fue perdiendo la visión y se sentía flotar, como si alguien, cogiéndola de la mano, la transportara hacia un lugar, y finalmente se vio absorbida por un punto de luz. Cuando aquella rueda terminó, y todos abrieron sus ojos, vieron que Raquel se encontraba aparentemente dormida sobre la mesa. Pedro quiso despertarla, pero Jesús le sujetó la mano.

-¡Déjala, hermano, no está dormida…sencillamente…no está aquí ahora!

Jesús observó que Raquel no llevaba colgado al cuello su preciado regalo. Se lo había llevado con ella. El sí que sabía donde estaba en aquellos momentos, y una sonrisa iluminó su rostro.

-Hermanos…podemos empezar.

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