martes, 4 de agosto de 2015

Un viaje sin retorno: CAPITULO 8.- LA REVELACIÓN


Raquel había pasado ya siete horas en aquel refugio y alrededores. Estaba inquieta, aburrida. No era mujer de meditación, sino de acción. Incluso cuando estaba en juego su equilibrio emocional y psíquico. Le parecía una pérdida de tiempo. Estaba decidida a bajar al campamento, pero le había prometido a Jesús que le esperaría, y así lo iba a hacer. Luego decidiría.
Acababa de sonar la alarma del reloj de pulsera. Eran las cinco de la tarde. Para aprovechar los últimos rayos de luz, salió fuera y comenzó una serie de ejercicios de respiración.
De repente, algo muy extraño le llamó la atención.

-¡Que cielo tan extraño! No me extrañaría nada que con este calor hubiera una fuerte tormenta, pero mejor que no pase… les tengo pánico. Pero ahora que me fijo bien… esa nube no es de tormenta… que rara es… de ahí sale una luz muy rojiza… ¿Qué podrá ser? No creo que sea… no, no creo… no puede ser… y… ¿si es…? Bueno, pues no pasa nada, pero ahora que caigo en la cuenta… ¡esta es la Montaña Sagrada… y estoy dando saltitos en ella… jejeje… y encima de mi cabeza tengo una… ¡mi madre, una nave!


En aquel momento aquella nube rojiza se transformó en una nave de grandes dimensiones. Estaría a unos cien metros en horizontal encima del refugio. Era como de cristal, en tonos azulados, haciendo transparencias y dando vueltas sobre sí misma. Era un bello espectáculo.
Raquel, muy lejos de caer en un ataque de nervios o de misticismo, se sentó en el suelo, cruzó sus piernas y sus brazos y se puso a contemplar a aquel bello artefacto.

-¡Hola, chicos… os envío un saludo! Seguro que me estáis viendo. Han pasado ya muchos años… ya era hora de que os dejarais ver. Esto se está convirtiendo en un monólogo, pero, de todas formas, ahí os va la pregunta que no quisisteis o no pudisteis responderme entonces. Sois muy libres de responder o no… pero… ¿dónde está Jesús? ¿Podré verle alguna vez? Lo que sí querría saber es si él  está detrás de todo esto, si es cierto lo que me dijo Jesús, el médico, de que mi Jesús y Sananda son una misma persona… porque si es así… ¡me apunto a lo que sea desde ahora mismo! Chicos… no paséis de largo como hacéis otras veces, por favor… responderme…

Raquel, de repente se sobresaltó. Un ruido muy seco y prolongado, parecido al de un trueno, había retumbado por todo el valle. Al levantarse, pudo observar aterrorizada, que un poco más abajo, en una especie de escalera natural de la montaña, había un hombre arrodillado con los brazos en alto y mirando hacia la nave. Su cuerpo se balanceaba. Estaba como sumergido en un trance y cada vez que se movía, se acercaba más y más al precipicio.

-¡Eh, oiga… usted… que se va a matar… no haga tonterías…!

El hombre parecía no oír a la muchacha. Así que Raquel, poniéndose rápidamente las playeras, comenzó a descender todo lo rápido que podía la pendiente abrupta que le separaba de aquel hombre. Por primera vez en su vida sintió vértigo y… ¡miedo! Por un momento su cuerpo se paralizó, pero al ver que aquel hombre se acercaba cada vez más al precipicio, sacó fuerzas de donde pudo y siguió bajando.
En aquel momento la nave se transformó en pura energía. Era una bola de fuego que cada vez se iba acercando más y más a aquel hombre, y de repente, un rayo le atravesó entrándole por la cabeza y saliéndole por la espalda, a la altura del plexo solar. El hombre cayó fulminado. Lo inevitable estuvo a punto de suceder. El cuerpo del hombre cedió hacia delante y Raquel tenía décimas de segundo para sujetarle por los pies y que no cayera por la pendiente.
-¡Por Dios… ayudad a este hombre!

Pero la muchacha, al lanzarse desesperadamente a sus pies, perdió el conocimiento. Todo se volvió negro en su cerebro.
                             

Raquel abrió los ojos. Poco a poco la visión se iba haciendo más nítida. Una fuerte presión en la cabeza la tenía inmovilizada. Al fin, tras breves instantes, pudo ver con claridad el rostro de una mujer joven pero muy castigado por el sol, que le sonreía dulcemente.

-Por fin has vuelto al mundo de los vivos…
-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Y aquel hombre… qué paso con él?
-Tranquila… mujer… ahora no conviene que hables mucho, es peor para el dolor de tu cabeza.
-¿Pero qué me pasó? ¿Por qué no puedo moverme?
-Ibas a caer por el precipicio, pero algo paró tu caída. Mi hermano Jesús fue el que te rescató. Ya nos había comentado que seguramente vendrías a hacernos una visita, pero no imaginaba que fuera de esta manera…jajaja
-Entonces… estoy en su casa… ¿dónde está él?
-Acaba de llegar del hospital. Se está aseando. Ahora mismo vendrá a verte y se alegrará de que por fin hayas despertado…
-¿He estado mucho tiempo inconsciente?
-No has estado inconsciente, sino dormida… y durante casi tres días…
-¡Tres días… pero…!

Raquel se echó la mano a la cabeza. Los dolores eran muy fuertes, y un malestar general entorpecía mucho más su confuso recuerdo.

-No hables… es peor… y tranquilízate mujer, ahora le digo a mi hermano que has despertado y vendrá a verte enseguida.

Pero casi al instante, Jesús aparecía por la puerta de la habitación.

-María… ¿cómo va nuestra amiga?
-Acaba de despertar, tiene bastante dolor.
-¿Puedo entrar a verla… está visible?
-Si, ya puedes entrar. Me ha preguntado por ti, pero está muy nerviosa.
Jesús dio unos pasos hasta alcanzar la cama de Raquel.

-¿Cómo está nuestra amiga patosilla?
-Si te refieres a mí… algo dolorida. Me alegro de verte, Jesús.
-Mira Raquel, este jovenzuelo que ha entrado conmigo es mi hermano Juan.
-¡Hola, Juan!
-Voy a terminar de asearme y enseguida vengo. Aquí te dejo con éste…
-Vete tranquilo, hermano… que esta preciosidad, te aseguro, que no se mueve de la cama. ¿Qué, Raquel… no te había hablado mi hermano de mí y de mis encantos…?
-Bueno… me comentó que vivía con sus hermanos, pero nada más. Hemos estado demasiado…”ocupados”.
-Bueno, entonces lo hago yo por mí.
-Oye, Juan… ¿tu también eres igual de rarito que tu hermano?
-¿En qué sentido lo dices? Vale, si, soy un poco rarito… pero desde luego, las cosas que estás haciendo últimamente tu… me ganas por un tanto…jajaja  ¿Estás segura de que te sientes bien a parte del dolor de cuerpo?
-Sí, Juan… cuando veas que tiene muchas ganas de hablar y de pelea, es que está en plena forma.

Jesús había entrado de nuevo en la habitación.
 -Juan, déjame un ratito a solas con ella… por favor.
-¡A la orden!
-¿Cómo te encuentras, Raquel?
-Muy triste, por lo visto, no pude salvar a aquel hombre. Llegué hasta él, y cuando estaba a punto de cogerle por los pies, la visión se me fue, y por lo que me ha contado María, estuve a punto de caer al vacío. No recuerdo nada. ¿Habéis encontrado algún cuerpo, el de aquel hombre…?
-Raquel… a parte de ti y de mí… no había nadie más.
-Pues yo no veo alucinaciones. ¿Y esas heridas que llevas en la cara? ¿Te las hiciste cuando me rescataste…?
-No. Hace tres días tuve un pequeño percance sin importancia.
-¿Y contra qué diste? Llevas golpes muy fuertes.
-¡Contra un muro de hormigón!
-Jesús… ¿me dirás alguna vez lo que está pasando…? ¡La verdad! Todo esto  me resulta extraño. Tengo la sensación de que me ocultas algo, y ya estoy algo cansada de jugar a las adivinanzas. ¿Y aquella nave, Jesús…? ¿Qué hacía allí? ¿Y por qué, si yo no tengo nada roto en mi cuerpo ni golpe en la cabeza, me siento tan dolorida? Soy médico… recuerda, y se que esto no es normal. Me gustaría saber quien eres realmente… qué pintas en todo esto.

Jesús se le quedó mirando fijamente, como si no prestara atención a la pregunta de la muchacha. Movió de un lado a otro la cabeza, se sentó a un lado de la cama y le dio una cariñosa bofetada en la mejilla.

-¡Despierta! Pero mira que te cuesta comprender… ¿Es que no tienes ni un pequeño indicio en tu corazón? Lo tienes delante de ti, y no te has dado cuenta…
-Pero que tengo delante a… ¿a quien?
-¿Quién ha sido tu amigo del alma, tu compañero, tu príncipe azul durante tantos años…? Últimamente anhelas con toda tu alma el poder verle, hablar con él… dime Raquel… ¿Quién puede ser?
-Jesús… Sananda…Tú me lo comentaste en el refugio, que eran una misma persona… y el mensaje… el mensaje decía que ya estaba aquí, entre nosotros… ¡Claro…! Entonces… si lo he tenido delante… tiene que ser tu hermano, Juan.
-Dime, Raquel, en este momento ¿quién está respondiendo… tu cerebro o tu corazón? ¡Dime que siente ahora tu corazón! Deja que sea él quien te lo diga…
-En estos momentos solo siento confusión.
-¡Me doy por vencido! Nunca creí que pudiese encontrar alguien tan duro de cabeza como Juan, pero en poco tiempo… he tropezado con cinco peores.
-Eh… ¡he oído desde la cocina que alguien me llamaba duro de mollera! ¿No habrás sido tú, verdad hermanito?
-¿Acaso no fue cierto?
-Sí, claro, ahora has matizado un poco más. Fui duro de mollera.
-Por favor, Juan, siéntate.
-Oye… oye… que soy un mandado… vengo a traerle a la patosilla la leche que me ha dado María para ella… ¿y qué… se ha aclarado ya algo?
-No he visto una mujer tan ciega como ella.
-¡Pobre Raquelilla…! No le hagas caso a este hermano mío, es que se ha enfurruñado un poco. Lo que pasa, creo yo… es que no hay que darle tanto rodeo a la cosa… Fíjate en ella, hermano, entre el dolor que tiene y el lío mental que le habrás provocado, ¿cómo quieres que comprenda ahora?
-¡Discúlpame, Raquel… me he puesto nervioso yo también… perdóname, por favor!
-Entre amigos no debería existir la palabra “perdón”. Con una sonrisa, un gesto… es suficiente. ¿No te acuerdas de esas palabras, Jesús? Son tuyas.
-Tienes toda la razón. ¡Ahí te va una de sonrisa!
-¿Dónde vas, hermano?
-Juan, me voy al refugio. Quedaron allí alimentos que si no se recogen se echarán a perder. De paso estiraré un poco las piernas. Tú cuida de Raquel, que no se mueva mucho ¿de acuerdo?
-De acuerdo, hermanito…ve tranquilo.

Jesús esbozó en su rostro una amplia sonrisa, pero Raquel le sintió triste, preocupado. Sabía que esta vez era ella la causante, y sabía por qué. Jesús abandonó la habitación.
Raquel quedó sentada sobre la cama, inmóvil, pensativa y mirando fijamente a Juan. Habían pasado unos minutos, y ante la inmovilidad de ella, Juan, preocupado, le sacó de sus pensamientos con un ligero zarandeo.

-Raquel, eh… Raquel… ¿qué te pasa?

Ella se arrojó a los brazos de Juan y rompió a llorar desconsoladamente. En ese llanto había dolor, un profundo y viejo dolor…

-Raquel llora… no te preocupes, llora todo cuanto quieras, el llanto es bueno, limpia el polvo del alma, y luego todo se ve más claro… más hermoso.

Mientras tanto Jesús, sintiendo que había refrescado bastante el ambiente, retrocedió hacia casa para coger una prenda de abrigo. Al entrar en el patio, oyó a Raquel y comenzó a subir las escaleras de madera que separaban los dormitorios del comedor y de la cocina. Llegó al primer descansillo, pero al oír que Juan y ella hablaban, no quiso interrumpir. Se dio media vuelta, pero las palabras de Raquel le obligaron a quedarse. No le parecía ético  escuchar detrás de la puerta, pero anhelaba profundamente oírle decir las palabras que tanto deseaba… aunque fuera como un ladrón… escondido… ¡pero no le importaba!

-Juan… si estoy tan triste, tan rabiosa conmigo misma, si lloro es porque veo claro, veo que soy una cobarde, una indeseable… ¿Cómo he podido ser capaz de ignorarle todo este tiempo?
-¿Te refieres a Jesús? ¿Por fin le has reconocido? ¿Y eso te entristece…? Es motivo de alegría, de júbilo… ¿no es esto lo que tanto deseabas?
-No Juan, no… ¡Mi corazón no es tan duro como crees, y mi mente está muy despierta…! Desde que miré a Jesús a los ojos la primera vez que me encontré con él, supe quien era. En aquel momento una lucha brutal se desencadenó dentro de mí. Aquel hombre a quien arrojé al suelo con mi burro, y que con una sonrisa me preguntó: “¿Qué, colega, qué tal estás?”Sabía que era Jesús… mi Jesús.
Mi cerebro también decía “sí, es Jesús”. Mi sangre circulaba por las venas deprisa, diciéndome ¿pero es que no lo ves…? Todo mi cuerpo era un solo frente que luchaba sin compasión contra mí misma. ¡Fui una cobarde!
-Pero esa reacción es normal, hermana, ¿por qué te das tanto mal? Eres injusta contigo misma.
-Si, Juan, tienes razón… fue una reacción normal de una cobarde como yo. Desde que hablé con él la primera vez he estado haciendo teatro con él. Me daba mucho apuro reconocer quien era por miedo a que mis amigos me rechazaran por loca, y también porque no sabía cómo reaccionar ante él. Si él no sabía que le había reconocido, yo podría seguir siendo normal con él. Era una mujer más, que hablaba con un amigo, un entrañable amigo, pero nada más. Si él hubiera sabido la verdad de mi corazón, me habría echado a correr, no habría soportado su mirada. Juan… le quiero mucho… le amo con todo mi ser, con un amor muy intenso, profundo. Es el gran amor de mi existencia, lo es todo. Desde que era una jovencita le he tenido en mi pensamiento siempre, a todas horas, en mi corazón, en mis proyectos, en mis sueños… y me daba mucha vergüenza el tenerle ahí, con un cuerpo, delante de mí… no es lo mismo que tenerle en tu imaginación y en tu corazón. Habría sido como quedarme completamente desnuda, sin defensas… sin saber qué decir, ni que …
-¡Estás profundamente enamorada de él, Raquel…!
-Es un sentimiento mucho más fuerte, Juan. Es como si él fuera parte de mí misma, de mi propia esencia. Sin él, todo este mundo sería para mí pura basura. El es el único que me hace vibrar, que me hace feliz y me hace sentir plena.
-¡Estás profundamente enamorada… estoy convencido! Y no eres ninguna cobarde, Raquel. Si sientes esa vergüenza al hablar a tus amigos y a la gente de Jesús, al mundo en general, es porque para ti no es un dios, ni un maestro. Sería para ti como hablar de tu novio, de tu gran amor secreto, sería como airear tus más profundos sentimientos…y te da vergüenza…y te sonrojas, que te veo… ¡Eso no es cobardía, Raquel! Jesús sabía todo esto… ¡cómo no va a saber él lo que había en tu corazón…! Por eso te lanzaba tantas indirectas, con la esperanza de que tú rompieras el silencio.
-Pues si él sabía lo que me estaba sucediendo… ¿por qué no habló él? Habría sido más fácil para mí.
-No, no habría servido de nada. Habrías reaccionado igual. Te habrías echado a correr…jajaja.  Además… él no podía meterse tan bruscamente en tu vida. Tenía que ser una reacción que surgiera de ti. Si él, antes, se ha entristecido un poco, es porque pensaba que él, como ser humano, no te inspiraba la misma confianza. Porque en  estos momentos, hermana, él no es ni Sananda, ni está compenetrado por nada ni por nadie, y mucho menos, el súper hombre que el mundo está acostumbrado a ver en él.
Ahora es Jesús, sin más, un hombre corriente, normal, como siempre ha sido. No es perfecto, ni hace milagros. Es un hombre que tiene algo que hacer aquí, que quiere hacerlo, y para ello ha pedido ayuda a sus amigos. Pero tienen que reconocerle como tal, como hombre y como amigo… si no… no hay nada que hacer.

En aquel momento Juan vio de reojo que Jesús estaba en la puerta, así que, en milésimas de segundo se le ocurrió una maquiavélica idea.

-Verás Raquel, vamos a hacer un ejercicio muy sencillo de autocontrol, así tu podrás calcular, antes de que vuelva Jesús, tu capacidad de reacción… ¿vale… estás de acuerdo?
-Si tú lo dices, Juan…
-Bien, yo ahora voy a hacer un movimiento, pero para eso, tienes que concentrarte y cerrar los ojos.
-¡Muy bien, ya está!
-Pues ahora… abre los brazos como si fueras a rodearme con ellos… Muy bien… perfecto…, pues cuando termines de contar hasta el diez, abres los ojos, me das el abrazo y ya está… ¡Te aseguro que quedarás muy sorprendida del resultado!
-¿Tu crees que funcionará, Juan?
-Vamos a ver… si quieres de verdad a mi hermano, dará resultado, te lo aseguro. ¿Vamos a ello?
-¿Y si no sale a la primera…? ¿Lo podemos repetir más veces? Es que quiero superarlo, Juan.
-Creo que una sola vez… será suficiente… ¿Preparada? ¡Pues venga…! ¡Ponte en posición… ojos cerrados… concentrada… y cuando termines de contar hasta el 10, ya sabes…me abrazas sin compasión…jajaja!

Juan salió corriendo muy sigilosamente de la habitación, y cogiendo a su hermano del brazo, lo arrastró casi literalmente hasta colocarlo entre los brazos abiertos de Raquel.

-¡ocho…nueve…y diez!

Y Jesús quedó atrapado entre los brazos de Raquel. Pero ésta no necesitó abrir los ojos para darse cuenta del cambio. Ese abrazo le estaba transmitiendo muchos sentimientos, recuerdos, ilusiones… ya no quería echarse a correr, lo que deseaba era permanecer así para siempre, abrazada a él. Raquel no podía hablar. El corazón le dolía de felicidad. Su abrazo era cada vez más fuerte, más profundo… solo unas tímidas palabras pudieron salir de su garganta.

-¡Jesús… Jesús… te amo… te amo!
-¡Raquel, por fin…!

Jesús levantó el rostro de Raquel hacia el suyo. Ella estaba temblando. La emoción era demasiado fuerte, y las vibraciones que de ese abrazo emergían habrían hecho temblar a los mismísimos cimientos de la Muralla China.

-Con los ojos que tienes tan bonitos…y todavía permanecen cerrados… El ejercicio de concentración de Juan ya ha terminado…¡Mírame, Raquel!
-Es que…no me gusta que me vean llorar…
-Raquel…si sabes que soy dueño hasta del más pequeño secreto de tu corazón, de tu más pequeño sentimiento… ¿de qué tienes vergüenza? No ha cambiado nada entre nosotros…Tu sigues siendo Raquel, y yo sigo siendo Jesús, el médico del dispensario, tu amigo. Bájame de ese pedestal en que me tienes, yo ya no estoy en tu imaginación, ya no soy un “fantasma”. Soy real, y necesito que me aceptes como soy ahora… un hombre que necesita y va a necesitar mucho de sus amigos… ¡Por fin! Ya no me acordaba del color de tus ojos…¡Tienes la mirada limpia y serena! Es la primera vez que te veo así y te siento tal y como eres en mucho tiempo. Como actriz… eres un injerto un poco raro…jajaja ¿Qué…entre el Jesús que te imaginabas y el que realmente soy…es mucho lo que salgo perdiendo?
-Eres mucho más guapo.
-¡Menos mal!
-Y más entrañable.
-¡Eso está mejor!
-Y más desconcertante.
-Ya…porque ahora soy yo el que te responde y el que te habla…Los personajes imaginarios y los fantasmas…no lo hacen. Por eso no te dan problemas.
-Sin embargo yo amo más al real que al fantasma que nunca me incordiaba…y que siempre estaba calladito.  Jesús, tu me conoces muy bien y sabes hasta dónde puedo llegar y cuales son mis limitaciones. Tú has vuelto aquí para algo muy importante. Dices que vas a necesitar a tus amigos. Yo te seguiría hasta el fin del mundo, hasta el mismísimo infierno, pero si sabes que no voy a responder o no voy a dar la talla… o no voy a apoyarte como necesitas… prefiero retirarme a tiempo. ¡No quiero fallarte nunca! ¡Me moriría si lo hiciese!
-Raquel, querida… todavía desconoces el plan. Va a ser una misión muy arriesgada, dura y difícil…y hasta cruel. Cuando llegue el momento te haré partícipe de ello, y entonces, solo entonces, y siendo consciente de lo que haces, tomarás tu decisión. El que aceptes o no, no influirá para nada en nuestros sentimientos. Estoy completamente seguro de tu amistad, de tu cariño, de tu amor…pero todos esos sentimientos no deben influirte a la hora de tomar una decisión. Debes estar plenamente convencida de lo que vas a hacer. En esta misión, Raquel, más importante que los sentimientos, es la compenetración, las vibraciones…va a ser una continua lucha de energías.
-¿Y cuando me harás partícipe del plan?
-¡Cuando tu quieras!
-Ahora mismo…esta misma noche… Podemos subir al refugio y hablamos allí. Me gusto mucho ese lugar.
-Raquel, todavía no puedes moverte de la cama.
-¿Quien ha dicho eso?
-Recibiste un fuerte impacto de energía y se alteraron excesivamente todas las terminaciones nerviosas de tu cuerpo. Necesitas estar un tiempo más en reposo.
-Pero Jesús… ¡Mira…! Me he puesto en pié, ando normalmente y te aseguro que este dolor es llevadero, y es más la ilusión que tengo de ir contigo que las molestias que tengo. ¡Por favor…doctor…diga que sí…!
-De acuerdo. No recuerdo haber tenido una paciente tan mala como tu. Pero con una condición…que hasta la noche, las cinco horas que faltan, las pases en la cama, calladita, tranquilita y sin moverte…aunque…dudo mucho que seas capaz de hacerlo.
-Se me ocurre una cosa…podemos preparar una cena ligera, subimos los tres al refugio, cenamos, tomamos un cafecito y salimos al calor de la noche, y allí…contemplando las estrellas, podemos hablar tranquilamente… ¡puede ser muy bonito!
-Sí…sobre todo por el calor de la noche…jejeje. ¿Tú ya sabes el frío que hace por allá arriba?
-¡Vale, pues nos llevamos una buena prenda de abrigo, y ya está, Juan!
-¿Qué te parece la idea, Jesús?
-Me parece muy bien, pero con una condición…
-¡Jolines con las condiciones…!
-Con una condición…
-¿Cual es?
-Si tu, Raquel, te encargas de la cena. A mí no me gusta cocinar.
-¡Vale…pero para eso…tendrás que darme un permiso especial para abandonar la habitación!
-¡Al final te sales con la tuya…jajaja…está bien…permiso concedido!
-¡Esto va en marcha…!

Raquel salió disparada de la habitación. Se metió en el baño y ya estaba maquinando sobre la cena que iba a preparar. Juan y Jesús sonrieron y bajaron hacia el salón.

-No entiendo a las mujeres, Jesús…tan pronto están angustiadas, llorando amargamente, sintiéndose desgraciadas…como que en un abrir y cerrar de ojos son las más optimistas, las más alegres, las más ilusionadas y las más maravillosas del mundo…
-¡No tiene ningún misterio, hermano…ese milagro…se llama AMOR!
-Sí, claro.

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