La cara es el icono de la creación.
El paisaje es el primogénito de la creación. Existía cientos de millones de años antes de que aparecieran las flores, los animales o el ser humano. Estaba aquí por su cuenta. Es la presencia más antigua en el mundo, aunque necesita una presencia humana que lo reconozca. Cabe imaginar que los océanos enmudecieron y los vientos se sosegaron cuando apareció el primer rostro humano sobre la Tierra; es lo más asombroso de la creación. En el rostro humano el universo anónimo adquiere intimidad. El sueño de los vientos y los océanos, el silencio de las estrellas y las montañas alcanzaron una presencia materna en la cara. Aquí se expresa el calor secreto, oculto de la creación. La cara es el icono de la creación. En la mente humana, el universo entra en resonancia consigo mismo. La cara es el espejo de la mente. En el ser humano, la creación encuentra la respuesta a su muda súplica de intimidad. En el espejo de la mente la difusa e interminable naturaleza puede contemplarse. La cara humana es un milagro artístico. En esa superficie pequeña se puede expresar una variedad e intensidad increíble de presencia. No existen dos rostros idénticos. En cada uno hay una variación particular de presencia. Cuando amas a otro, durante una separación prolongada es hermoso recibir una carta, una llamada telefónica o intuir la presencia de la presencia amorosa que te contempla y viene a tu encuentro.
Es hermoso volver a verte. En África ciertos saludos significan «te veo». En Conamara, la expresión empleada para decirle a alguien que es admirado o popular es: Tá agaidh an phobail ort, es decir, «el rostro del pueblo se vuelve hacia ti». Cuando vives en el silencio y la soledad del campo, las ciudades te sobresaltan. Hay muchas caras en ellas: rostros extraños que pasan rápida e intensamente. Cuando los miras, ves la imagen de la intimidad particular de su vida. En cierto sentido, la cara es el icono del cuerpo, el lugar donde se manifiesta el mundo interior de la persona. El rostro humano es la autobiografía sutil pero visual de cada persona. Por más que ocultes la historia recóndita de tu vida, jamás podrás esconder tu cara. Ésta revela el alma; es el lugar donde la divinidad de la vida interior encuentra su eco e imagen. Cuando contemplas un rostro, miras en lo profundo de una vida.
La santidad de la mirada.
En Sudamérica, un periodista amigo mío conoció a un viejo jefe indígena a quien quería entrevistar. El jefe accedió con la condición de que previamente pasaran algún tiempo juntos.
El periodista dio por sentado que tendrían una conversación normal. Pero el jefe se apartó con él y lo miró a los ojos, largamente y en silencio. Al principio, mi amigo sintió terror: le parecía que su vida estaba totalmente expuesta a la mirada y el silencio de un extraño. Después, el periodista empezó a profundizar su propia mirada. Así se contemplaron durante más de dos horas.
Al cabo de ese tiempo, era como si se hubieran conocido toda la vida. La entrevista era innecesaria. En cierto sentido, mirar la cara de otro es penetrar a lo más profundo de su vida. Con mucha ligereza damos por sentado que compartimos un solo mundo con los demás.
Es verdad que en el nivel subjetivo habitamos el mismo espacio físico que los demás seres humanos; después de todo, el cielo es la única constante visual de nuestra percepción. Pero este mundo exterior no permite el acceso al mundo interior del individuo. En un nivel más profundo, cada uno es custodio de un mundo privado, individual. A veces nuestras creencias, opiniones y pensamientos son un medio para consolarnos con la idea de que no sobrellevamos el peso de un mundo interior singular.
Nos complace fingir que pertenecemos al mismo mundo, pero estamos más solos de lo que pensamos.
Esta soledad no se debe exclusivamente a las diferencias entre nosotros; deriva del hecho de que cada uno está alojado en un cuerpo distinto. La idea de la vida humana alojada en un cuerpo es fascinante. Por ejemplo, quien te visita en tu casa, se hace presente corporalmente. Trae a tu casa su mundo interior, sus vivencias y memoria a través del vehículo de su cuerpo. Mientras dura la visita, su vida no esta en otra parte; está totalmente allí contigo, frente a ti, buscándote. Al finalizar la visita, su cuerpo se endereza y se aleja llevando consigo ese mundo oculto. La conciencia de ello ilumina el acto de hacer el amor. No son sólo dos cuerpos, sino dos mundos que se unen; se rodean e inter-penetran. Somos capaces de generar belleza, gozo y amor debido a este mundo infinito e ignoto en nuestro interior.
La infinitud de tu interioridad.
La persona humana es un umbral donde se encuentran muchas infinitudes: la del espacio que se extiende hasta los confines del cosmos; la del tiempo que se remonta a miles de millones de años; la del microcosmos, acaso una mota en tu pulgar que contiene un cosmos interior, tan pequeño que es invisible para el ojo. La infinitud en lo microscópico es tan deslumbrante como la del cosmos. Sin embargo, la que acosa a todos y que nadie puede suprimir, es la de la propia interioridad. Detrás de cada rostro humano se oculta un mundo. En algunos se hace visible la vulnerabilidad de haber conocido esa profundidad oculta.
Cuando miras ciertas caras, ves aflorar la turbulencia del infinito. Ese momento puede producirse en la mirada de un extraño o durante una conversación con un conocido. Bruscamente, sin intención ni conciencia de ello, la mirada se vuelve vehículo de una presencia interior primordial. Dura un segundo, pero en ese brevísimo ínterin, aflora algo más que la persona. Otra infinitud, aún no nata, empieza a asomar. Te sientes contemplado desde la insondable eternidad. Esa infinitud que te mira viene de un tiempo antiguo. No podemos aislamos de lo eterno. Inesperadamente nos mira y nos perturba desde las súbitas oquedades de nuestra vida rígida. Una amiga aficionada a los encajes suele decirme que la belleza de estos adornos reside en los agujeros. Nuestra experiencia tiene la estructura de un encaje. El rostro humano es el portador y el punto de exposición del misterio de la vida individual. Desde allí, el mundo privado, interior de la persona se proyecta al mundo anónimo. Es el lugar de encuentro de dos territorios ignotos: la infinitud del mundo exterior y el mundo interior inexplorado al que sólo tiene acceso el individuo. Éste es el mundo nocturno que yace detrás de la luminosidad de la faz.
La sonrisa de un rostro es una sorpresa o una luz. Cuando aflora una sonrisa, es como si súbitamente se iluminara la noche interior del mundo oculto. Heidegger dijo en bellas frases que somos custodios de umbrales antiguos y profundos. En el rostro humano se ve el potencial y el milagro de posibilidades eternas. La cara es el pináculo del cuerpo. Éste es antiguo como la arcilla del universo de la cual está hecho; los pies en el suelo son una conexión constante con la Tierra. A través de tus pies, tu arcilla privada está en contacto con la arcilla primigenia de la cual surgiste. Por consiguiente, tu rostro en la cima de tu cuerpo significa el ascenso de tu arcilla vital hada la intimidad y la posesión del yo. Es como si la arcilla de tu cuerpo se volviera íntima/personal a través de las expresiones siempre renovadas de tu cara.
Bajo la bóveda del cráneo, la cara es el lugar donde la arcilla de la vida adquiere verdadera presencia humana. La cara y la segunda inocencia Tu cara es el icono de tu vida. En el rostro humano, una vida contempla el mundo y a la vez se contempla. Es aterrador contemplar una cara donde se han asentado el resentimiento y el rencor.
Cuando una persona ha llevado una vida desolada, buena parte de su negatividad jamás desaparece. El rostro, lejos de ser una presencia cálida, se vuelve una máscara dura. Una de las palabras más antiguas para designar a la persona es la griega prosopon, que originalmente era la máscara de los actores en el coro. Cuando la transfiguración no alcanza al resentimiento, la ira o el rencor, el rostro se vuelve máscara. Sin embargo, también se conoce lo contrario, la hermosa presencia de un rostro viejo que a pesar de los surcos que dejan el tiempo y las vivencias, conserva una bella inocencia. Aunque la vida haya dejado su huella cansina y dolorosa, esa persona no ha permitido que tocara su alma. Ese rostro proyecta al mundo una bella luminosidad, una irradiación que crea una sensación de santidad e integridad. Tu cara siempre revela quién eres y lo que la vida te ha hecho.
Pero es difícil para ti contemplar la forma de tu propia vida, demasiado cercana a ti. Otros pueden desentrañar buena parte de tu misterio al ver tu cara. Los retratistas dicen que es muy difícil pintar el rostro humano. Se dice que los ojos son la ventana del alma. También es difícil aprehender la boca en el retrato individual.
De alguna manera misteriosa, la línea de la boca parece revelar el contorno de una vida; labios apretados suelen reflejar mezquindad de espíritu. Hay una extraña simetría en la forma como el alma escribe la historia de su vida en los rasgos de una cara.
El cuerpo es el ángel del alma.
El cuerpo humano es hermoso. Estar corporizado es un gran privilegio. Te relacionas con un lugar a través de tu cuerpo. No es casual que el concepto de lugar siempre ha fascinado a los humanos. El lugar nos ofrece una patria; sin él, careceríamos literalmente de dónde. El paisaje es la última expresión del dónde, y en éste la casa que llamamos nuestra es nuestro lugar íntimo. La casa es decorada y personalizada; adopta el alma de sus habitantes y se vuelve espejo de su espíritu. Sin embargo, en el sentido más profundo, el cuerpo es el lugar más íntimo. Tu cuerpo es tu casa de arcilla; es la única patria que posees en este universo. En tu cuerpo y a través de él, tu alma se vuelve visible y real para ti. Tu cuerpo es la casa de tu alma en la Tierra. A veces parece existir una misteriosa correspondencia entre el alma y la presencia física del cuerpo. Esto no es verdad en todos los casos, pero con frecuencia permite vislumbrar la naturaleza del mundo interior de la persona. Existe una relación secreta entre nuestro ser físico y el ritmo de nuestra alma. El cuerpo es el lugar donde se revela el alma.
Un amigo de Conamara me dijo una vez que el cuerpo es el ángel del alma. El cuerpo es el ángel que expresa el alma y vela por ella; siempre debemos cuidarlo con amor. Con frecuencia se convierte en el chivo emisario de los desengaños y venenos de la mente.
El cuerpo está rodeado por una inocencia primordial, una luminosidad y bondad increíbles. Es el ángel de la vida. El cuerpo puede alojar un inmenso espectro e intensidad de presencia. El teatro lo ilustra de manera notable. El actor tiene suficiente espacio interior para asumir un personaje, dejar que lo habite totalmente, de manera que la voz, la mente y la acción de éste se expresan de manera sutil e inmediata a través del cuerpo de aquél.
El cuerpo encuentra su expresión más exuberante en el maravilloso teatro de la danza, esa escultura en movimiento. El cuerpo da forma al vacío de manera conmovedora, majestuosa. Un ejemplo emocionante de ello es la danza sean nos de la tradición irlandesa, en la cual el bailarín expresa con su cuerpo la agitación salvaje de la música.
Se cometen muchos pecados contra el cuerpo, incluso en una religión basada en la Encarnación. En la religión se presenta al cuerpo como la fuente del mal, la ambigüedad, la lujuria y la seducción. Es un concepto falso e irreverente. El cuerpo es sagrado.
Estas concepciones negativas se originan en gran medida en las interpretaciones falsas de la filosofía griega. La belleza del pensamiento griego reside precisamente en que destacaba lo divino. Éste los acechaba y ellos trataban de reflejarlo, hallar en el lenguaje y el concepto una expresión de su presencia. Eran muy conscientes del peso del cuerpo y cómo parecía arrastrar a lo divino hacia la Tierra. Malinterpretaron esta atracción terrena, viendo en ella un conflicto con el mundo de lo divino.
No concebían la Encarnación ni tenían la menor idea de la Resurrección. Cuando la tradición cristiana incorporó la filosofía griega, introdujo este dualismo en su mundo intelectual.
Se concebía al alma como algo bello, luminoso, bueno. El deseo de estar con Dios era propio de su naturaleza. Si no fuera por el peso indeseable del cuerpo, el alma habitaría constantemente lo eterno. Así, el cuerpo se volvió sospechoso en la tradición cristiana. Jamás floreció en ella una teología del amor erótico.
Uno de los pocos textos donde aparece lo erótico es el bello Cantar de los Cantares, que celebra lo sensual y sensorial con maravillosa pasión y ternura. Este texto es una excepción, y sorprende su admisión en el canon de las Escrituras. En la tradición cristiana posterior, y sobre todo en la Patrística, el cuerpo es objeto de suspicacia y hay una obsesión negativa por la sexualidad. El sexo y la sexualidad aparecen como peligros en el camino de la salvación eterna. La tradición cristiana suele denigrar y maltratar la presencia sagrada del cuerpo. Sin embargo, ha servido de maravillosa fuente de inspiración para los artistas. Un bello ejemplo es El éxtasis de santa Teresa de Bernini, donde el cuerpo de la santa es presa de un rapto en el cual lo sensorial es inseparable de lo místico. El cuerpo como espejo del alma.
El cuerpo es un sacramento. Nada lo expresa mejor que la antigua definición tradicional de sacramento, la señal visible de la gracia invisible. Esta definición reconoce sutilmente cómo el mundo invisible se expresa en el visible. El deseo de expresión yace en lo más profundo del mundo invisible. Toda nuestra vida interior y la intimidad del alma anhelan encontrar un espejo exterior. Anhelan una forma que les permita ser vistas, percibidas, palpadas.
El cuerpo es el espejo donde se expresa el mundo secreto del alma. Es un umbral sagrado, merece que se lo respete, cuide y comprenda en su dimensión espiritual. Este sentido del cuerpo encuentra una bella expresión en una frase asombrosa de la tradición católica: El cuerpo es el templo del Espíritu Santo. El Espíritu Santo mantiene alerta y personificada la intimidad y la distancia de la Trinidad.
Decir que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo es reconocer que está imbuido de una divinidad salvaje y vital. Este concepto teológico revela que lo sensorial es sagrado en el sentido más profundo. El cuerpo también es muy veraz. Sabes que por tu propia vida rara vez miente.
Tu mente puede engañarte y alzar toda clase de barreras entre tú y tu naturaleza; pero tu cuerpo no miente. Si lo escuchas, te dirá cómo se encuentra tu vida y si la vives desde el alma o desde los laberintos de tu negativismo.
La inteligencia del cuerpo es maravillosa. Todos nuestros movimientos, todo lo que hacemos, exige a cada uno de nuestros sentidos la más fina y detallada cooperación. El cuerpo humano es la totalidad más compleja, sutil y armoniosa. El cuerpo es tu única casa en el universo. Es la casa de tu comunión con el mundo, un templo muy sagrado. AI contemplar en silencio el misterio de tu cuerpo, te acercas a la sabiduría y la santidad. Desgraciadamente, sólo cuando estamos enfermos comprendemos lo tierna, frágil y valiosa que es la casa de comunión que llamamos cuerpo.
Cuando uno trabaja con personas enfermas o que aguardan una intervención quirúrgica, conviene alentarlas a que hablen con la parte de su cuerpo que está mal. Que le hablen como a un socio, le agradezcan los servicios prestados y los padecimientos sufridos y le pidan perdón por las presiones que haya soportado. Cada parte del cuerpo atesora los recuerdos de sus propias experiencias.
Tu cuerpo es esencialmente una multitud de miembros que trabajan armoniosamente para que tu comunión con el mundo sea posible. Debemos evitar este dualismo falso que separa el alma del cuerpo. El alma no se limita a estar en el cuerpo, oculta en alguno de sus recovecos. Antes bien, sucede lo contrario. Tu cuerpo está en el alma, que te abarca totalmente. Por eso te rodea una bella y secreta luz del alma.
Este reconocimiento sugiere un nuevo arte de la oración: cierra los ojos y relaja tu cuerpo. Imagina que te rodea una luz, la de tu alma. Luego, con tu aliento, introduce esa luz en tu cuerpo y llévala a todos los rincones. Es una bella forma de rezar porque introduces la luz del alma, el refugio esquivo que te rodea, en la tierra física y la arcilla de tu presencia. Una de las meditaciones más antiguas consiste en imaginar que exhalas la oscuridad, el residuo de carbón. Conviene estimular a los enfermos a que recen físicamente de esta manera. Cuando introduces la luz purificadora del alma en tu cuerpo, curas las partes descuidadas que están enfermas. Tu cuerpo tiene un conocimiento íntimo de ti; conoce íntegros tu espíritu y la vida de tu alma. Tu cuerpo conoce antes que tu mente el privilegio de estar aquí. También es consciente de la presencia de la muerte. En tu presencia física corporal hay una sabiduría luminosa y profunda. Con frecuencia las enfermedades que nos asaltan son producto del descuido de nosotros mismos, de que no escuchamos la voz del cuerpo.
Sus voces interiores quieren hablarnos, comunicarnos las verdades que hay bajo la superficie rígida de nuestra vida exterior.
Para los celtas, lo visible y lo invisible son uno.
El cuerpo ha sido una presencia desdeñada y negativa en el mundo de la espiritualidad porque se asocia al espíritu con el aire más que con la tierra. El aire es la región de lo invisible, del aliento y el pensamiento. Cuando se limita el espíritu a esta región, se denigra lo físico.
Éste es un gran error, porque nada en el mundo es tan sensual como Dios. El desenfreno de Dios es su sensualidad. La naturaleza es la expresión de la imaginación divina. Es el reflejo más íntimo del sentido de la belleza de Dios. La naturaleza es el espejo de la imaginación divina, la madre de toda sensualidad; por eso es contrario a la ortodoxia concebir el espíritu exclusivamente en términos de lo invisible. Paradójicamente, el poder de la divinidad y el espíritu deriva de esta tensión entre lo visible y lo invisible. Todo lo que existe en el mundo del alma aspira vivamente a adquirir forma visible; allí reside el poder de la imaginación. La imaginación es el puente entre lo visible y lo invisible, la facultad que los correpresenta y coarticula. En el mundo celta existía una maravillosa intuición de cómo lo visible y lo invisible entraban y salían uno del otro. En el oeste de Irlanda abundan las historias de fantasmas, espíritus o hadas asociados con determinados lugares; para los lugareños, estas leyendas eran tan familiares como el paisaje.
Por ejemplo, existe una tradición de que jamás se debe talar un arbusto aislado en un campo porque puede ser un lugar de reunión de los espíritus. Existen muchos lugares considerados fortalezas de las hadas. Los lugareños jamás construían allí ni hollaban aquella tierra sagrada.
JOHN O´DONOHU
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