18. EL MATRIMONIO «Juntos asumisteis la empresa de invitar al Espíritu Santo a formar parte de vuestra relación.»
Al matrimonio, como a todo lo demás, tanto lo puede usar el ego como el Espíritu Santo. Su contenido no está nunca predeterminado. Es un organismo viviente que continuamente refleja las opciones de los individuos que lo forman.
Muy poco hay en este mundo que siga siendo sagrado, pero hay algo que debe ser tratado con reverencia para que la trama moral del mundo no se desintegre: un acuerdo entre dos personas.
Un matrimonio iluminado es un compromiso para participar en el proceso de recíproco crecimiento y mutuo perdón, compartiendo el objetivo común de servir a Dios.
Un hombre me contó una vez que su relación con su ex mujer funcionó estupendamente durante el primer año que vivieron juntos. En aquella época ambos participaban activamente en una organización dedicada al crecimiento personal, pero cuando la abandonaron, el matrimonio se fue a pique. De todos modos, esto no significa que el matrimonio no tuviera nada a su favor, sino que más bien revela la importancia de un contexto mayor que las preocupaciones personales de uno de los miembros de la pareja, e incluso de los dos. ¿Por qué el matrimonio es un compromiso más profundo que otras formas de relación, como la de una pareja que simplemente convive? Porque es un acuerdo en el sentido de que, por más que pueda haber una buena cantidad de sacudidas y gritos, nadie se irá dando un portazo. Ambos tenemos la seguridad de que podemos expresar cualquier emoción que brote de nuestras profundidades -y si somos honestos admitiremos que a veces estamos muy alterados-, de que hacerlo en este ámbito es seguro. Nadie se irá.
El compromiso del matrimonio se declara públicamente.
Cuando hay invitados a la boda y la ceremonia es religiosa, se cumple con un ritual en el que las plegarias colectivas forman un círculo de luz y de protección en torno de la relación.
Un matrimonio es un regalo de Dios para un hombre y una mujer, un regalo que después Le ha de ser devuelto.
La esposa de un hombre es literalmente el regalo que le hace Dios. El esposo de una mujer es el regalo que le hace Dios.
Pero los regalos de Dios siempre son para todos. Por lo tanto, se supone que un matrimonio ha de ser una bendición para el mundo, porque es un contexto en el que dos personas pueden llegar a ser más de lo que habrían sido solas.
Para el mundo entero es una bendición la presencia de gente sanada. Uno de los ejercicios del Libro de ejercicios reza así: «Cuando me curo, no soy el único que se cura». El apoyo y el perdón de nuestra pareja nos permiten situarnos más magníficamente en el mundo. Un curso de milagros nos dice que el amor no ha de ser exclusivo, sino inclusivo.
Hace varios años se popularizó una canción cuyo estribillo decía: «Tú y yo contra el mundo». Si alguna vez un hombre me dijera eso, yo le diría que me cambio de lado. No nos casamos para escapar del mundo, sino para sanarlo y unirlo. Bajo la guía del Espíritu Santo, un matrimonio se compromete a crear un contexto en el que los recursos individuales de cada uno, tanto materiales como emocionales y espirituales, estén puestos al servicio del otro. Lo que demos recibiremos. Servicio no significa sacrificio de uno mismo, sino dar a las necesidades de otra persona la misma importancia que a las nuestras.
El ego insiste en que una persona gane a expensas de la otra.
El Espíritu Santo entra en cualquier situación llevando el triunfo a cada uno de los que participan en ella.
En el matrimonio tenemos una maravillosa oportunidad de ver a través del espejismo de las necesidades separadas. La pareja no ha de pensar solamente en lo que es bueno para él o para ella, sino en lo que es bueno para los dos. Esta es una de las muchas maneras en que el matrimonio puede colaborar en la sanación del Hijo de Dios. Como sucede con todo, la clave del éxito de un matrimonio es la percepción consciente de Dios.
El matrimonio Le es ofrecido para que lo use para Sus propios fines. Es verdad el refrán que dice que la familia que reza unida se mantiene unida. El matrimonio iluminado incluye la presencia de un tercero místico. Se pide al Espíritu Santo que guíe las percepciones, los pensamientos, los sentimientos y las acciones para que en esto, como en todas las cosas, se haga la voluntad de Dios así en la tierra como en el Cielo.
«El más santo de todos los lugares sobre la tierra es aquel donde un viejo odio se ha convertido en un amor presente.»
No podemos llegar a la conciencia sin perdonar a nuestros padres. Nos guste o no, nuestra madre es nuestra imagen primaria de una mujer adulta, y nuestro padre la de un hombre adulto. Mantener resentimientos contra la madre significa, para un hombre, que no será capaz de liberarse de la proyección de la culpa sobre otras mujeres adultas que aparezcan en su vida, y para una mujer, que no será capaz de escapar de la autocondena a medida que crezca y de niña pase a ser mujer.
Quien cultive agravios contra el padre, si es mujer no será capaz de liberarse de la proyección de la culpa sobre otros hombres adultos que lleguen a su vida, y si es hombre no podrá escapar de la autocondena a medida que crezca y de niño pase a ser hombre. Así es. Llegados a cierto punto, perdonamos porque decidimos perdonar. La sanación se produce en el presente, no en el pasado. Lo que nos ata no es el amor que no recibimos en el pasado, sino el amor que no estamos dando en el presente. O bien Dios tiene el poder de renovarnos la vida, o no lo tiene. ¿Podría Dios estar mirándonos y diciendo: «Me encantaría proporcionarte una vida llena de alegría, pero es que tu madre fue tan terrible que tengo las manos atadas»? Actualmente se habla mucho de personas que han crecido en hogares problemáticos. ¿Quién no ha crecido en un hogar problemático? ¡Este mundo es problemático! Pero no hay nada que nos haya pasado, que hayamos visto o que hayamos hecho y que no podamos usar para hacer de nuestra vida algo más valioso ahora. Podemos crecer a partir de cualquier experiencia, y podemos trascender cualquier experiencia.
Hablar así es blasfemo para el ego, que respeta el dolor, lo glorifica, lo adora y lo crea. El dolor es su principal centro de interés, y en el perdón encuentra a su enemigo.
El perdón sigue siendo el único sendero que nos saca del infierno. No importa si se trata de perdonar a nuestros padres, a. nosotros mismos o a cualquier otra persona; las leyes de la mente siguen siendo las mismas: si amamos seremos liberados del dolor y si negamos el amor seguiremos en el dolor.
A cada momento estamos enviando amor o proyectando miedo, y cada pensamiento nos acerca más al Cielo o al infierno. ¿Qué hará falta para hacernos recordar que "en el arca se entra de dos en dos", que no hay manera de entrar en el Cielo sin llevar a alguien contigo? La práctica y el compromiso son las claves del amor. En mi propio caso, y en otros que he visto, no es que nos opongamos al poder del amor. Puedo ver la verdad de todos estos principios, pero también he visto con qué frecuencia me resistía a la experiencia del amor, cuando aferrarme a un agravio parecía más importante que perdonarlo. Sobre el miedo se ha edificado todo un mundo, que no se dejará desmantelar en un momento. Podemos pasarnos cada instante de la vida trabajando en nosotros mismos. Lo que sana el mundo es cada pensamiento de amor, a cada momento. La madre Teresa dice que no hay grandes obras, sino sólo obras pequeñas, pero realizadas con un gran amor. Cada uno de nosotros tiene diferentes miedos, y diferentes manifestaciones del miedo, pero a todos nos salva la misma técnica: recurrir a Dios pidiéndole que salve nuestra vida rescatándonos mentalmente: «No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal, porque el Amor es el Reino, y el Amor es la gloria, y el Amor es el poder, por los siglos de los siglos».
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