SÉPTIMO PASO
EL ESPÍRITU
“Es difícil pensar que pueda haber una etapa superior de la vida”, dijo Galahad al cabo de un momento, profundamente conmovido por la descripción del vidente.
“Ten cuidado con esa palabra superior”, le advirtió Merlín.
“El ego es el que tiene necesidad de lo superior y lo inferior.
La meta de tu vida es la libertad y la realización.
A la realización se llega únicamente al conocer a Dios tan completamente como Él se conoce a Sí mismo.
Ustedes los mortales tienen una sed constante de milagros, pero yo les digo que el milagro más grande son ustedes, porque Dios les ha dotado de esa capacidad única de identificarse con Su naturaleza. Una rosa perfecta no siente que es una rosa; un ser humano realizado sabe lo que significa ser divino”.
“¿Es posible describir ese estado?”, preguntó Percival.
“Es el séptimo y último paso de la alquimia, el espíritu puro. Cuando llega, el vidente se da cuenta que lo que parecen ser la dicha y la realización totales todavía pueden ampliarse.
Porque llegar a la presencia de Dios no es el final de la aventura sino el principio. Comenzaron en la inocencia, y así terminarán. Pero esta vez la inocencia es diferente porque habrán adquirido el conocimiento pleno, mientras que cuando eran bebés, la inocencia era apenas un sentimiento.
“Cuando puedan verse como espíritu, dejarán de identificares con este cuerpo y esta mente.
Al mismo tiempo cesarán también los conceptos de nacimiento y muerte. Serán una célula en el cuerpo del universo, y ese cuerpo cósmico será tan íntimo como lo es ahora su cuerpo físico.
Esto es lo más que puedo decirles acerca de la manera como se siente el mago, porque mago es sólo otra palabra para describir la séptima etapa.
“Comprendan esto: para el mago, el nacimiento no es otra cosa que la idea de tener un cuerpo, mientras que la muerte es apenas la idea de no tener ya ese cuerpo.
Puesto que los magos no están sujetos a la ilusión del nacimiento, cualquier cuerpo que asumen es considerado un patrón de energía y cualquier mente un patrón de información.
Estos patrones cambian eternamente; van y vienen.
Pero el mago mismo está más allá del cambio.
La mente y el cuerpo son como habitaciones en las que decide vivir, pero no todo el tiempo.
“No hay sentimiento o pensamiento que pueda aproximar este estado o traerlo hasta ustedes. El espíritu nace del silencio puro.
El diálogo interno de la mente debe cesar y no reiniciarse nunca, porque ya no existe aquello que dio lugar al diálogo interno: la fragmentación del ser. Su ser estará unificado y, así como el bebé del principio, no sentirán duda, vergüenza o culpa.
De la necesidad de dualidad del ego brotó un mundo de bien y mal, correcto e incorrecto, luz y sombra.
Ahora verán que los contrarios están fusionados.
Ése es el punto de vista de Dios, porque a donde quiera que mira se ve a Sí mismo. “Si creen que esta meta es demasiado elevada o se encuentra demasiado lejos, les diré un secreto.
Aunque crean que pasan por los siete pasos de la alquimia, todos estaban presentes desde el comienzo.
En la inocencia estaba la totalidad de Dios, como lo está también en el ego, en el afán de realizar, en el dar o en la búsqueda.
Lo único que cambia realmente es el foco de atención.
En su ser están todos los aspectos del universo, tan completos y eternos como el universo mismo.
Pero aun así, el nacimiento al espíritu es un suceso tremendo.
A medida que madure la unidad, se familiarizarán cada vez más con la divinidad, hasta que finalmente podrán experimentar a Dios como un ser infinito que se mueve a velocidad infinita a través de dimensiones infinitas.
Cuando llegue esa experiencia sobrecogedora, parecerá tan natural y simple como estar sentados aquí bajo las estrellas y, no obstante, ustedes serán cada una de esas estrellas titilantes”.
Como suele suceder cuando los magos hablan, los dos caballeros se sintieron transportados al estado que Merlín les estaba describiendo.
Galahad alzó los ojos al cielo y sintió como si súbitamente pudiera tocar las estrellas. Sintió el corazón invadido por una sensación de pertenecer verdaderamente al mundo.
“Hemos llegado al hogar”, susurró para sí mismo Percival.
“No se sientan abrumados”, murmuró Merlín. “Sus sentimientos son muy intensos porque son nuevos. En realidad, éste es su estado natural. Ser uno con el cosmos, estar íntimamente ligados con la vida en todas sus formas, llegar a la unidad última con su propio Ser — ése es su destino, el final de su búsqueda”.
“Al final llegaremos al principio”, murmuró Galahad.
“Sí”, dijo Merlín. “Cada uno de ustedes comienza con el amor, pasa por la lucha, la pasión y el sufrimiento, sólo para terminar nuevamente en el amor”.
La voz de Merlín se fue haciendo más suave a medida que el círculo de luz se iba desvaneciendo.
“Ustedes los mortales tienen sed de milagros, les digo, y nada se les negará como hijos privilegiados del universo que son.
El espíritu es el estado de lo milagroso, el cual se desenvolverá para ustedes en tres etapas: “Primero, experimentarán milagros en el estado conocido como consciencia cósmica.
Cada suceso material tendrá una causa espiritual.
Cada acontecimiento local también estará teniendo lugar en el escenario del universo. Su más pequeño deseo hará que las fuerzas cósmicas operen para provocar su realización.
Por maravilloso que eso parezca, no es un estado tan avanzado, porque mucho antes de llegar a la consciencia cósmica se habrán acostumbrado a que sus deseos se hagan realidad espontáneamente.
“Segundo, realizarán milagros en el estado denominado consciencia divina.
Es el estado de la creatividad pura en el cual se funden con el poder de Dios, por el cual Él crea mundos y todo lo que sucede en ellos.
Ese poder no se deriva de nada que haga Dios — es simplemente Su luz de consciencia.
Verán la consciencia divina como un resplador de oro que brilla a través de todo lo que sus ojos contemplen.
El mundo se ilumina desde adentro y no quedan dudas que la materia es simplemente el espíritu manifiesto.
En la consciencia divina se verán a sí mismos como lo creado, no el creador, como el dador de vida, no el receptor.
“Tercero, se convertirán en el milagro, en el estado denominado consciencia de la unidad. Ahora cualquier diferencia entre el creador y lo creado ha desaparecido.
Su espíritu se fusiona con el espíritu de todo lo demás.
Su retorno a la inocencia lo abarca todo porque, al igual que el bebé que toca la pared o la cuna y solamente se siente a sí mismo, verán cada acción como espíritu volcándonse en el espíritu.
Vivirán en total sabiduría y confianza.
Y aunque parecerá que todavía viven dentro de un cuerpo, éste será solamente un grano de Ser en las playas de ese océano infinito de Ser que son ustedes”.
Los caballeros no tenían idea de cuánto tiempo había transcurrido desde que Merlín comenzara a hablar.
Se sentían elevados a un espacio donde las esferas de Ser se abrían una tras otra como los pétalos de una flor.
Y cuando la última se abrió pudieron ver en su interior un diamante casi translúcido rotando en el centro. “¿Qué es eso?”, quiso saber Galahad, pero no se atrevió a preguntar.
“He ahí el Grial”, susurró Merlín.
“El desarrollo de su búsqueda los ha llevado hasta una visión de la meta — el punto de luz pura, la esencia diamantina que alumbra dentro de su alma”.
Los dos caballeros se arrodillaron en el suelo gélido y oraron en sus corazones por la gracia de merecer la visión.
“Vivan con devoción este momento”, dijo Merlín.
“Los he traído hasta aquí motivado por su deseo más profundo, pero ahora deberán conquistar ustedes mismos el verdadero Grial, no solamente su visión”. “¿El verdadero Grial?”, murmuró Percival. “¿Qué debemos buscar? ¿Esta misma imagen?”
“No esperen, no tengan expectativas”, advirtió Merlín a medida que se desvanecía la visión del Grial.
“El hombre busca símbolos, y los símbolos cambian de una era a otra. Pero lo que les he mostrado no es un símbolo sino la verdad.
El Grial es el punto cristalino del Ser dentro de sus corazones.
Sus facetas reflejan la luz, y a partir de esos tenues reflejos surgen todas las facultades de la mente y el cuerpo que ustedes perciben a través de sus sentidos.
Como reflejos son reales, pero mucho más real es este diamante transparente de Ser puro.
De pronto, Merlín bostezó echando la cabeza hacia atrás como si fuera la sensación más deliciosa del mundo.
Estiró los brazos y se puso de pie.
La oscuridad era casi total después de extinguirse el fuego, pero Percival y Galahad podían sentir los ojos de Merlín fijos en ellos. Les dijo: “Un día recordarán esta noche y preguntarán: ‘¿Quién eres tú, Merlín?’
Desde más allá de los confines del tiempo, les responderé de este manera: Soy aquel que no necesita de milagros.
Soy un mago y, para mí, estar aquí es suficiente milagro.
¿Qué podría ser más milagroso que la vida misma?”
El anciano desapareció con el último resplandor del fuego.
Percival y Galahad permanecieron inmóviles, sin decir palabra. Estaban aún bajo el hechizo del discurso de Merlín, pero a medida que éste se desvanecía, temblaron lamentando su regreso a la tierra. Al caer el alba echaron a andar hacia el castillo.
A la luz del nacimiento dorado del Sol, Percival vio al rey Arturo parado en la ventana de su recámara real; tenía su mirada fija en ellos. “¿Crees que debamos contarle esto?”, preguntó Percival, señalando hacia el castillo. Galahad sacudió la cabeza.
“Estoy seguro de que el rey sabe lo sucedido; tuvo que haberle pasado a él o, de lo contrario ¿por qué su renuencia a hablar del Grial? Pero te diré esto, hermano caballero.
Desearía que Arturo comprendiera que estamos con él en la misma búsqueda que propone Merlín.
Acordemos llamar a esta noche la noche de la cueva de cristal.
El rey sabrá lo que queremos decir”. Y aunque no habían estado en cueva alguna sino bajo el manto del firmamento estrellado, Percival estuvo de acuerdo inmediatamente.
* * *FIN * * *
Este libro fue digitalizado para distribución libre y gratuita a través de la red Digitalización: Elisa - Revisión y Edición Electrónica de Hernán Rosario - Argentina 20 de Abril 2003 – 22:56
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