LA BUSQUEDA
Capitulo- 1 (Tercer Escrito)
“Contribuir al desarrollo y la evolución de la humanidad, brindando herramientas para alcanzar el equilibrio físico, mental y espiritual del hombre, dentro de una marco natural que ayude a tomar conciencia sobre el cuidado del medio ambiente”. El objetivo principal estaría puesto en responder a la demanda inteligente de personas que están en un proceso de búsqueda interior y que desean expandir su conciencia para lograr vivir en armonía.
La visión cobraba vuelo. El parque temático se asemejaría a una aldea multidisciplinaria, que ayudaría a comprender la realidad bajo nuevos puntos de vista. Nuclearía a las diversas terapias alternativas y complementarias, así como a los distintos métodos que contribuyan a que las personas se sientan interiormente renovadas. A modo de síntesis del proyecto, escribí: “Despertar se convertirá en el parque temático donde confluirán las principales tendencias mundiales: los econegocios, el ocio inteligente, el interés por el autoconocimiento, el retorno a lo natural y la búsqueda de métodos que permitan llevar una vida más sana y armónica”.
Destaqué que un emprendimiento de tales características mostraría una visión humanista de los negocios, abriría las puertas para que el arte, el conocimiento y la cultura tengan una manera diferente de expresarse. Permitiría que las personas aprendan jugando, en medio de un entorno natural y crearía un espacio propicio para que aflore lo mejor del hombre.
También remarqué que “Despertar” cumpliría una función social, dado que un porcentaje de las ganancias del parque se destinaría a la creación de un centro de capacitación permanente, para ayudar a que personas de escasos recursos puedan reinsertarse en el sistema laboral, a través del aprendizaje de diversos oficios.
Ya tenía el enfoque un poco más claro. Agregué, luego, que el parque temático no tendría identificación política ni religiosa alguna. Sería un lugar sostenido por valores humanos. Este espacio, que apuntaría a que el hombre despierte a su realidad interna, contaría con claras segmentaciones que representarían, algo así, como niveles de evolución. Abarcaría desde lo más avanzado desde el punto de vista tecnológico para evidenciar que la inteligencia puede ser utilizada al servicio de bien común y no sólo para la destrucción, hasta la naturaleza en estado puro, para crear marcos armónicos que induzcan a la contemplación e introspección. Imprimí las primeras hojas y comencé a mostrarlas.
A medida que sumé opiniones, me di cuenta que, pese a mis esfuerzos, seguía sin tener la claridad suficiente como para hacerme entender. Esa limitación me sirvió como impulso. Me animé a dibujar y a pintar la forma que tendría “Despertar”. Seguir más allá de la razón Mi mente pedía a gritos que dejara todo de lado, que se trataba de algo irracional, que no perdiera más el tiempo y que empezara a llevar una vida normal.
Mi corazón, en cambio, me aconsejaba que siguiera adelante, que me dejara guiar por la intuición y aprendiera a confiar.
Para darle un orden a mi vida y poner los pies sobre la tierra, primero concluí el terciario. Me recibí de analista superior en Marketing Estratégico, en la Escuela Argentina de Negocios.
Luego me inscribí en la Universidad CAECE, para realizar la Licenciatura en Marketing. Me alegré cuando advertí que podía conjugar el estudio y el proyecto.
Había una materia, que se llamaba desarrollo de un proyecto de negocio, que me permitiría hacer las dos cosas a la vez. Dediqué muchísimas horas a plasmar sobre el papel lo que me fue transmitido en Córdoba, para poder presentarlo de manera más clara y prolija.
Pero mis esfuerzos valieron de poco. Cuando le mostré la primera parte al profesor, dictaminó: “Va a tener que cambiar de unidad de negocio. Esto que quiere realizar, le será imposible traducirlo a números en el trimestre que dura la materia”.
Me terminé juntando con dos compañeras, para exportar zapatos de novia a Chile. No era lo mismo, pero tenía que aprobar la materia.
El profesor tenía razón. Además, nunca estuvo en mis planes calcular los costos. Pretendía que las empresas que invirtieran en el proyecto sean quienes realizaran los cálculos para que, de ese modo, se involucraran y comprometieran a llevarlo adelante.
A medida que transcurrían los días, alternaba el estudio con el desarrollo del parque temático. Eso me situaba en dos mundos al mismo tiempo: uno, el de las obligaciones; el otro, donde podía dar rienda suelta a la imaginación y sentirme plenamente vivo. El pasaje de un lado al otro de mi realidad hacía que me planteara, entre otros aspectos, el sentido real de la enseñanza académica. Reconocía que tener un título universitario me posibilitaría trabajar, pero esa clase de enseñanza era por demás insuficiente. No me preparaba para lo que implicaba vivir. ¿No podrían acaso las universidades ayudar a que seamos mejores personas, más humanos, sensibles o solidarios? ¿Por qué paralelamente no se enseña a disfrutar del presente, a no perder la capacidad de asombro, a sonreír y a escuchar la voz del corazón? Cada planteo o cosa que no entendía me llevaba a un nuevo enfoque del proyecto.
Fue así como comprendí que el parque temático, pese a que tendría la fachada de un lugar de entretenimiento y distensión, sería, en realidad, una apasionante escuela de vida, en donde las enseñanzas se brindarían de manera cálida e informal.
Durante varios años me negué a estudiar. Consideraba que no tenía que demostrarle a nadie si sabía o no.
Me daba broca observar cómo, en líneas generales, la gente respetaba a quién tenía un título y menospreciaba al que no. Buena parte de la sociedad pareciera no querer entender que el titulo universitario acredita, únicamente, el conocimiento en un campo específico del saber, pero nada más. No garantiza, por eso, que uno sea mejor persona.
Existen muchas personas sabias y extraordinariamente humanas que ni siquiera saben leer o escribir, pero que se manejan de manera ética, tienen palabra de honor y una mirada pura y sincera, que transmite calma y plenitud. También las hay con título, pero hay que buscarlas con lupa.
Una noticia inesperada reacomodó, nuevamente, el cuadro de mi situación personal. Mi ex esposa me dijo que tendríamos otro hijo, Santiago. Su llegada trajo mucha luz a nuestras vidas y fue el nexo para que nuestros caminos se volvieran a unir con fuerza.
En diciembre, finalicé la carrera y colgué el título de licenciado en Marketing, junto al del terciario.
No me sentía identificado con ese tipo de profesión.
Era consciente de que me había recibido sólo para demostrarme que podía finalizar lo que empezaba.
Una tarde, sin dar demasiado crédito a mis palabras, le dije a mi amigo Alejandro: “No me preguntes por qué, pero creo que este año que comienza será muy intenso en vivencias”. Hasta ese momento, la mayoría de lo que conocía era porque lo había leído. No porque lo había experimentado. Sentía que me estaba ahogando con tanto mar de letras en mi cabeza. Necesitaba tener una vida más rica en vivencias. Por ese entonces, lo único que tenía en mente era aprovechar todo el tiempo posible para ver hasta qué punto podía ser viable el proyecto del parque temático. Llegaron las vacaciones de verano. En enero decidí ir unos días a la ciudad balnearia de Necochea, junto con mi esposa Claudia y mis dos hijos.
Al cabo de unos días de descanso en la playa, mi intuición me llevó a comprar un libro titulado “Médano Blanco”, en una librería que daba a la peatonal. Hablaba sobre un lugar energético, situado a pocos kilometros del centro necochense. Lo que no sabía era que, en virtud de las sincronicidades, pocos meses después, los relatos de ese libro formarían parte de mi realidad. Al mes, regresé a Necochea. Esta vez se sumó al viaje mi hermana Celina y sus dos pequeños hijos. A diferencia del viaje anterior, en esta oportunidad decidí que llevaría el proyecto “Despertar”.
Uno nunca sabe dónde y cómo pueden presentarse las oportunidades.
Los hechos se sucedieron con suma celeridad.
Paramos en un hotel céntrico, con cuyos propietarios tenemos un fuerte vínculo afectivo, potenciado por dieciocho años seguidos de veranear en la misma ciudad. Al segundo día de estadía, a través de una charla que mantuve con ellos, me sugirieron que conociera a su maestro de yoga y le mostrara en qué estaba trabajando. Fui a verlo junto con mi hermana, mientras que mi esposa se quedó cuidando a los cuatro chicos en el hotel.
Una vez reunidos, el profesor de yoga no dudó en decir que teníamos que conocer a una mujer que canalizaba.
La llamó por teléfono y le pidió que viniera lo más rápido posible.
El enigmático mundo de las canalizaciones.
Desconocía que la persona que estaba por llegar nos iba a poner en contacto con otro tipo de realidad.
Estábamos a punto de ingresar al enigmático mundo de las canalizaciones. Un mundo en donde los chantas, los lunáticos y los que se autoproclaman mecías, se mimetizan con quienes, verdaderamente, son canales de luz y se ofrecen para que una dimensión desconocida tome contacto con la realidad ordinaria. Sin saberlo, el proyecto me estaba abriendo una puerta que me conducía hacia lo paranormal. Minutos más tarde, una mujer alta, robusta y de profundos ojos celeste estaba conversando con nosotros.
Mientras acariciaba un rosario, que sostenía entre sus manos, comenzó a canalizar: “Me están diciendo que tienen que subir al cerro El Pajarillo, en Capilla del Monte (Córdoba), a las cinco de la mañana en ayunas. Vos me dijo a mí vas a sentir que regresas a casa”. También nos informó que primero debíamos ir a Villa Giardino (Córdoba) y hablar con la guardiana de la antigua iglesia jesuita, de donde fue robada la estatua de la Virgen de Nuestra Señora de la Merced. Teníamos que comunicarle que “la imagen sería encontrada” y que “la tenían escondida muy cerca de allí, entre los cerros”.
Luego, dirigiéndose a mi hermana le dijo que hablara con el chico que frecuentemente estaba en esa iglesia, porque él tenía un mensaje para darle.
No salía de mi asombro, mientras la escuchaba atentamente. Nunca había sentido la palabra canalizar. Era la primera vez que estaba frente a alguien que decía estar comunicándose con seres que estaban fuera de la dimensión física. Desde mi limitada perspectiva, la mujer era algo así como una radio.
Podía conectar con frecuencias vibracionales y traducir lo que le comunicaban con suma convicción. Tras una breve pausa, en donde miró hacia arriba como quien trata de vivenciar un recuerdo me explicó que ni bien el maestro de yoga la llamó por teléfono para que se reuniese con nosotros, sintió que la piel se le erizaba porque se encontraría con un hermano. Mirándome a los ojos me explicó: “Nuestro vínculo se remonta a una vida anterior. Fuiste un monje benedictino, de apariencia totalmente distinta a la actual.
Me cuidaste hasta el día de mi muerte. Los dos llevamos una profunda vida religiosa. Vos cumpliste muy bien con tu misión. Comprá un rosario de madera. A medida que reces y lo toques, comenzarás a rememorar parte de esa vida religiosa”.
Sus palabras, aunque increíbles, me hicieron recordar el momento exacto de mi adolescencia en que le planteé a mi padre que quería ser misionero. Hay quienes sostienen que uno tiende a querer hacer aquello con lo que se identificó en otras vidas. Otra de sus frases, me sacudió aún más: “Ustedes dos fueron marido y mujer en otra vida”. Eso era algo que no estaba preparado para escuchar. Me pareció chocante. Si bien había leído sobre la posibilidad de que evolucionemos en grupos álmicos, desempeñando diferentes tipos de roles y vínculos, una cosa era leerlo y otra muy diferente era que alguien, que decía estar comunicándose con otra dimensión, asevere que había estado casado con mi hermana.
Luego de transmitir los mensajes, la mujer nos explicó cómo se había producido su despertar a ese tipo de realidad, que incluía visiones sobre hechos futuros y pasados, contactos con hadas y gnomos, la Virgen María, los ángeles, seres fallecidos y entidades de otros planetas y dimensiones.
Todo parecía como sacado de una película de Spielberg. Sin embargo, que nos contara que hasta hacía unos pocos años había llevado una vida muy diferente, desempeñándose como una reconocida abogada, a la que principalmente le importaba el estatus, el dinero, el poder y su imagen personal, tornó el relato un tanto más creíble.
También hizo disminuir mi incredulidad saber que ella era tan o más racional que yo, pero que tuvo que abrirse a esa nueva realidad a fuerza de sacudones que la llevaron a pedir apoyo a una psicóloga transpersonal, para evitar enloquecer. “Entrar al juzgado y ver que tal o cual persona se iba a morir, me trastornaba. También me descomponía tener visiones catastróficas que luego veía reflejadas en las páginas de los diarios o por la televisión.
Y me asustaba que se me aparecieran personas fallecidas”. Así, a medida que la mujer desnudó sus temores, pude ver que estar en sus zapatos no era tarea sencilla.
Como tampoco era tarea nada fácil acallar mi mente prejuiciosa, que seguía sin entender por qué estaba escuchando aquellos insólitos relatos, cuando en realidad lo que buscaba era que alguien me orientara sobre el proyecto. Como el reloj marcaba cerca de las dos de la tarde y nos estaban esperando para almorzar, nos despedimos y retornamos al hotel. Una vez en la calle, nos reímos mientras caminábamos.
Al tiempo que no salíamos del estupor por lo experimentado, en tan sólo un par de horas. Tampoco sabíamos cómo íbamos a explicarle a Claudia lo acontecido en la reunión. Por mi parte, lo único que tenía en claro era que por ningún motivo le diría que, supuestamente, había estado “casado con mi hermana”. Era algo que no terminaba de digerir.
Continua....
No hay comentarios:
Publicar un comentario