Maestría en Felicidad: Claves y enseñanzas para recorrer el camino de la vida plena (Chamalú)
CAPITULO-13
Me pregunto si la gente se da cuenta que no está viviendo. ¿Sabrán que la vida
es otra cosa? ¿Comprenderán que el tiempo pasa para no volver y que cada
día es el último? ¿Se darán cuenta de su responsabilidad de cuidar un cuerpo que
funciona maravillosamente bien a condición de proveerle todo lo que necesita?
Es lunes, desearía que el día constara de más horas.
No estoy seguro si me gustan
o disgustan los domingos, presiento que ese día fue inventado para que se
desahoguen los que hacen lo que no aman. Miro una fotografía, recuerdo una noche
memorable; mis secretos eran rigurosamente guardados a manera de valiosas joyas,
ahora decidí compartirlas, y estas cartas son una señal del cumplimiento de esa
decisión.
Mi madre, a sus 81 años, se pelea con su cuerpo, que a veces no le obedece. Mi
padre considera su misión cumplida, convoca a la muerte, que parece no escucharle.
Ella tiene dieciocho años, abundante silencio y un fervor de crecimiento a galope, la
observo recostada a mi lado, su silencio me dice tantas cosas.
El hombre que arregla
el jardín habita una casa sin ventanas, su mujer parece vivir de espaldas a la vida,
sus hijos cultivan infelicidades, teñidas con sintética recreación.
Ahora tengo nuevos
vecinos, uno de ellos funciona a leña, el otro, mira a cada rato el reloj, me pregunto:
¿hace cuánto tiempo el amor está ausente de sus vidas?
Me pregunto qué es la vida.
Un día besé a la vida en la boca; la vida es
permanente fugacidad, es vasija de epidermis y estallido de gemidos, es un vendaval
de intenciones y el sostenido instante que se renueva constantemente; es la burbuja
que un día estalla, el volcán de caricias en las manos liberadas, es un ramo de luz y
una felicidad redescubierta como la condición natural de existencia, es la cúpula
transparente del presente, invitándonos a disolvernos en el silencio que purifica,
para habitar la zona sagrada donde se guardan sus claves.
La vida es un círculo que comienza con la primavera, energía en ascenso. Hoy no
me referiré a otras épocas, no niego la enredadera multidimensional que nos conecta
con otras vidas, sin embargo, solo quiero aludir al gran ciclo vital, esa arquitectura
existencial que comienza con la concepción y se desgrana en flores que aluden a la
primavera, energía en ascenso; ha comenzado la vida, el árbol nos habla desde la
flor, la mariposa desde el color, la brisa cambia su temperamento y se convierte en
ráfaga, el clima es templado, la vida ha comenzado.
La primavera es la niñez y la adolescencia, es juego y poesía, inocencia y energía
en ascenso, es fiesta de crecimiento, momento ideal para sembrar en el corazón las
semillas de la evolución, las claves de los principios y valores, cimientos de una
vida superior. La primavera de la vida también es el aula natural donde aprendemos
los misterios de un viaje sagrado; a preparar el equipaje, acumulando cantidades de
flexibilidad y paciencia, de humor y creatividad, de alerta sereno y voluntad pétrea,
porque la vida no otorga ninguna garantía a quienes no tuvieron la precaución de
despertarse.
La primavera es la etapa mágica de la vida, donde cada uno tiene el
deber de sembrar semillas de luz que den frutos de conocimiento mañana.
El verano es la juventud madurando gradualmente, es la plenitud energética y el
momento de la cosecha de lo sembrado en primavera, es tiempo de grandes
decisiones y acciones plenas, es la estación donde se detiene la vida en su máxima
intensidad por un tiempo, solo por un tiempo, porque el flujo de la vida es
indetenible. El verano es también el escenario fundamental de aprendizajes
profundos y solidaridades galopantes; es el momento ideal para inaugurar nuevas
etapas, comprometerse con emprendimientos existenciales que repercutan en lo
interno y externo, es el tiempo-espacio para profundizar en el autoconocimiento y
especializarse en lo que amas, es el tiempo ideal para construir redes de afecto y
confianza, para establecer alianzas estratégicas que sobrevivan a la fugacidad de las
circunstancias, es tiempo de conocerse profundamente y remodelarse en maratones
de introspección, trabajo interior que te permita ser cada vez más tú, auténticamente
tú.
Es tiempo también para darse cuenta que todo cambia, que el verano que disfrutas
también concluirá, dando paso al otoño de tu vida.
La plenitud energética del verano, que le dará paso inevitablemente a la fase
menguante del otoño, es la etapa adulta, cuando la energía comienza a decrecer, a
disminuir las facultades corporales. Los tiempos en los que se derrochaba la energía
han pasado, el mundo ahora se mueve a otro ritmo, la hoguera del verano devino en brasas, aún calientes pero solo brasas; arde la nostalgia, el relámpago no era
perpetuo, se presiente el crepúsculo, el rocío de la primavera luce lejano, así como
el esplendor del verano; el otoño marca un tiempo que se marcha, tiempo de cosecha
abundante, si la siembra fue adecuada, tiempo también de recibir los efectos
colaterales de inadecuadas elecciones.
El invierno marca el amanecer de la noche, la inminente proximidad del cierre de
un círculo que se inició con el polen primaveral, pasó por la flor del verano, el fruto
del otoño, dejando paso a la semilla del invierno, el retornar a la tierra, la llegada al
luto, a las raíces, al polvo desorganizado que fuimos un día, racimos de átomos
presintiendo cambios cualitativos.
El invierno es la vejez donde nos preparamos
para la partida, tiempo de autoevaluación, de mirar lo aprendido, de devolver lo
recibido, de recoger las huellas y ensayar despedidas, hasta que la voz, en
decreciente palidez, se marche con el latido definitivo, dando paso a una
interminable aglomeración de silencio.
Quien aprende a vivir oportunamente cada
una de las estaciones de la vida, con el fervor y la plenitud de quien se sabe vivo,
estará preparado para habitar cada tiempo dignamente, entonces, la muerte, cita
inevitable, será solo el amanecer de otro día y la vida un sendero de felicidad
ininterrumpida.
Vivir es un arte sagrado, compuesto de cuatro grandes aprendizajes, el primero de
ellos es la felicidad, esa que no requiere ningún requisito externo, solo la valiente
elección, pase lo que pase y pese a quien pese.
La felicidad, como estado de plenitud
continua, solo se alcanza aprendiendo a vivir, es decir que el de aprender a ser feliz
es el aprendizaje más importante que debemos abordar. Desde la felicidad,
reconstruida como nuestra condición natural de existencia, nos habilitamos para
vibrar en la frecuencia más elevada, en esa energía en la cual los milagros son
posibles.
Me refiero al amor, a esa poderosa vibración que sana y armoniza, que se
traduce en presencia plena y en acción sanadora.
Amamos, hipnotizados por la
felicidad.
La felicidad es el pasaporte al amor, que a su vez dejará en libertad a tu libertad,
esa que incluye responsabilidad y lucidez, esa libertad que se convertirá en el
escenario óptimo para posibilitar autenticidades y coherencias, contextos poderosos
que nos hablan de crecientes ascensos energéticos, reservados para quienes se
iniciaron a la vida plena.
La trilogía felicidad, amor y libertad, en rigurosa secuencia, te dotará del mejor equipaje para viajar por el camino de la vida: la paz, esa mochila transparente que
transporta la magia del alerta sereno, esa actitud profunda desde la cual sabes que a
cada momento te juegas la vida, disfrutando de cada circunstancia vivida, sintiendo
que estás abierto a la vida y sus imprevistos, dispuesto a todo, incluso a convertir un
entorno infernal en un paraíso, aprendiendo a vivir con un lúcido equilibrio entre lo
racional y la locura.
Estar en paz con la vida es fundamental.
La clave es la entrega, al punto de
convertirte en lo que haces y apasionarte desapegadamente. ¿Sabías que amar es
transformar lo inferior en superior? ¿Que la felicidad no existe de antemano, que es
preciso fabricarla y que al existir se convierte en la puerta al paraíso? ¿Que la
libertad auténtica puede hacer de todo, porque la garantía es el amor? ¿Que la paz es
riqueza intangible que cambia el color de la piel de la actitud con la que vamos por
la vida? ¿Que todos ellos juntos, presentes en una misma vida, significan que
aprendiste a vivir, lo que a su vez incluye el efecto colateral de la salud integral,
requisito para continuar navegando en el océano de la vida?
Y cuando la gente te lance piedras por incomprensión o envidia, lanza en
represalia amor y contagia felicidad y da ejemplo de libertad y transporta paz y
enseña a vivir con salud. Eso es aprender a vivir y estas son las cinco columnas
sobre las que se organiza una vida inteligente.
Siempre habrá cerca alguien dispuesto a confundirte, sin embargo, ya estás
advertido; avanza con cautela, pero indetenible, inventa constantemente nuevas
alegrías, archiva por orden de importancia buenos recuerdos, baraja con decisión las
cartas de la sorpresa; precisas estar preparado solamente para todo, el resto, confiar
en ti y continuar preparándote en coherencia con tus principios y objetivos.
La frontera entre la gente despierta y los que duermen el sueño del autoengaño es
tenue, algunos amoblaron tan confortablemente su prisión, que se acostumbraron a
ella y renunciaron a búsquedas y crecimiento, a plenitudes y éxtasis.
Es más fácil
vivir dormido, no requiere disciplina, ni siquiera voluntad, menos conciencia, así la
estupidez actúa como anestesia y perder la vida se torna normal. Sin embargo,
nuestro camino es otro, incluye cultivar la parcela de universo que somos y desatar
todo el potencial que traemos. Si eres de los nuestros, los cinco pilares y las cuatro
estaciones serán herramientas fundamentales. Te propongo reunirnos en la próxima
carta, para hablar de los principios fundamentales que gobernaron la vida, en
tiempos en los cuales la sabiduría se paseaba por las calles y la sensibilidad aún no había sido exiliada de las vidas.
Hasta la próxima.
Chamalú
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