lunes, 8 de agosto de 2016

Libro el Ojo del Yo (David R. Hawkins) CAPÍTULO 6 (La Resolución Del Ego)


CAPÍTULO 6. 

La Resolución Del Ego 
La revelación tiene lugar cuando los obstáculos que permanecen en el camino son eliminados. 
Estos obstáculos caen solos cuando se les quitan los puntos de apoyo. 
Tales puntos de apoyo son el concepto de “causa”. 
El por que esto es tan importante se entiende cuando vemos que creer en la causa es el principal soporte de la ilusión de que uno es un yo o ego separado, auto- existente, e independiente. 
La “causa” es implícitamente dualista: hay un “esto” que causa un “aquello”. Por lo tanto, existe la necesidad lógica, imputada, de un “Yo” que es la explicación y la causa del “aquello” de las acciones. Así, existe un “pensador” imaginario detrás de los pensamientos, un “hacedor” imaginario detrás de las acciones, un “sentidor” detrás de los sentimientos, un “inventor” detrás de las invenciones, etc. 
También es característica la confusión de la identidad con las acciones y las conductas, los roles o la autoridad. 
Esta confusión surge de identificar erróneamente el yo no solo como el hacedor separado, sino también al desdibujarse en la autoimagen de que uno es sus propias acciones, comportamientos, sentimientos, pensamientos, etc. 
La creencia de que uno tiene determinadas cualidades, como ser bueno o malo, o la propia vocación, tiende a adornar la ilusión de un hacedor separado tras las acciones, con una lista interminable de adjetivos descriptivos. 
El “Yo” se sumerge de modo irreconocible en un cenagal interminable de autodefiniciones. 
Si las definiciones son “buenas”, uno se siente feliz; si son “ malas”, uno se siente deprimido o culpable. 
De hecho, todas las autodefiniciones son falaces e igualmente conducen a conclusiones erróneas. 
Es útil reconocer que la ilusión de un yo o entidad separada crea una falsa identidad cuya tenacidad es aparentemente difícil de superar por diversas razones. 
Uno se enamora de este precioso “yo”, que termina por convertirse en una obsesión y el foco subjetivo del lenguaje y el pensamiento. 
El yo adquiere cierto glamour como héroe o heroína del propio drama o historia de la vida. En esto, el “Yo” se convierte en el perpetrador, la victima, la causa, el destinatario responsable de toda culpabilidad y alabanza y en el actor principal del melodrama de la vida. 
Esto también requiere que el yo sea defendido y que su supervivencia se convierta en algo de suma importancia. 
Esta incluye la necesidad de tener “razón” a toda costa. 
La creencia en la realidad del yo termina siendo equivalente a la supervivencia y a la continuidad de la propia existencia. 
Por tanto, trascender la identificación con el yo requiere dejar ir todas las propensiones mentales anteriores. 
Esto requiere la voluntad de “sacrificar” todos estos rasgos y hábitos mentales a Dios por el amor y la humildad, y solo se puede llegar a una humildad radical restringiendo los pensamientos y las opiniones a su validez verificable. 
Esto significa la voluntad de dejar ir todas las suposiciones del pensamiento. Con persistencia, las vanidades desaparecen en tanto que verdades y pasan a verse ahora como fundamentos de errores. Con un último y glorioso estruendo, uno se da cuenta de que la mente realmente no “sabe” nada. 
Si acaso, solo sabe “acerca de”, pero no puede saber realmente porque saber realmente significa ser eso que es conocido; por ejemplo, conocerlo todo de China no le convierte a uno en chino. Limitar la mente a lo que conoce de forma demostrable es reducirla en tamaño e influencia, de tal modo que pasa a ser la sirviente de uno, en vez de su dueña. 
Se hace obvio que la mente trata en realidad con suposiciones, apariencias, acontecimientos percibidos, conclusiones no demostrables y actividades mentales que son identificadas erróneamente con la realidad; cuando esa realidad, tal como la conceptualiza la mente, no existe. 
La mente tiende a ser expansiva y se atribuye a si misma pensamientos y opiniones “meritorios”. 
Pero, si se examinan con atención, uno se da cuenta de que no hay ninguna opinión que valga la pena. 
Son todas vanidades, y no tienen importancia ni mérito intrínseco. La mente de cada persona esta cargada de opiniones interminables, y si se ven tal como son, las opiniones no son mas que actividad mental. 
Sin embargo, lo mas importante es que surge y se refuerza el posicionamiento, y son estos posicionamientos los que traen sufrimientos incesantes. Para apartarse de esas posiciones hay que silenciar las opiniones, y para silenciar las opiniones hay que apartarse de los posicionamientos. 
También decrece el valor de la memoria, al darse uno cuenta de que no solo hace que la mente perciba erróneamente el presente, sino también el pasado, dado que lo que uno esta recordando es realmente el registro de ilusiones pasadas. 
Toda acción pasada se baso en la ilusión de lo que uno pensaba que sucedía en aquel momento. Hay una profunda sabiduría en el comentario cargado de arrepentimiento de “Bueno, en aquel momento, parecía una buena idea”. 
Mediante la contemplación y la meditación, la creencia en un “Yo” imaginario como yo verdadero de uno decrece, en la medida en que uno se da cuenta de que todos los fenómenos suceden por si solos v no como consecuencia de un “Yo” interior volitivo”. 
Los fenómenos de la vida no vienen causados por nada ni nadie. Al principio, puede resultar desconcertante darse cuenta de que todos los acontecimientos de la vida son interacciones impersonales y autónomas de todas las facetas de las condiciones imperantes de la naturaleza y el universo. 
Entre estas, están las funciones corporales, las actividades mentales y el valor y la importancia que la mente da a los pensamientos y a los acontecimientos. 
Estas respuestas automáticas son las consecuencias impersonales de la programación previa. 
Al escuchar los propios pensamientos, uno se da cuenta de que lo único que esta escuchando es esa programación. 
En realidad, no hay ningún “yo” interior que este causando esa corriente de conciencia. 
Y esto se puede descubrir mediante el simple ejercicio de exigir que la mente deje de pensar. 
Parece que la mente ignora completamente los deseos de uno, y sigue haciendo lo que hace porque no actúa en función de una decisión voluntaria. 
Con frecuencia, de hecho, hace exactamente todo lo contrario de lo que uno desea. Un aspecto básico de la continuidad del ego y de su capacidad para dominar es el de afirmar la autoría de toda experiencia subjetiva. 
El “Yo pienso” es sumamente rápido interponiéndose como causa supuesta de todos los aspectos de la vida de uno. 
Esto es difícil de detectar, salvo mediante una concentración intensa de la atención, durante la meditación, sobre el origen de la corriente de pensamientos. 
El lapso de tiempo que transcurre entre una ocurrencia sentida internamente y la reivindicación del ego de su autoría es de alrededor de 1/10.000 partes de un segundo. 
En el momento que se descubre este intervalo, el ego pierde su dominio. Se hace obvio que uno no es mas que testigo de los fenómenos, y no la causa de ellos o el que los realiza. 
Entonces, el yo se convierte en lo que está siendo observado, mas que identificarse con el como el que observa o experimenta. 
Es interesante esta capacidad y esta función de rastreo. 
El ego se interpone ciertamente entre la realidad y la mente. 
Su función es como la de un monitor de grabación de un equipo de alta fidelidad. El monitor de grabación vuelve a poner el programa que acaba de ser grabado una fracción de segundo antes de su reposición. 
Por tanto, lo que la persona experimenta en su vida cotidiana es una reposición casi instantánea de lo que el ego acaba de grabar. En este lapso instantáneo, el ego edita de inmediato el material entrante en función de su programación previa. 
Así, la distorsión se genera de forma automática. 
Esta pantalla oscurece la realidad y la oculta a la consciencia. Una de las primeras cosas que se notan cuando el ego es trascendido es la enorme transformación de la vida en una intensa vivencia. 
Uno consigue experimentar la realidad antes de que haya sido distorsionada, apagada y corregida por las suposiciones. 
El impacto, la primera vez que experimentas la vida cuando se presenta como realmente es, es abrumador. 
Unos instantes antes de que desaparezca la ilusión del falso yo, hay, en los segundos restantes, un arrebato a aferrarse a la Realidad como nunca se hubiera podido imaginar. 
El hundimiento del aparato perceptivo del ego revela un esplendor asombroso. 
Y en esa fracción de segundo, se puede sentir también una verdadera muerte, cuando los restos de la estructura del ego expiran junto con la creencia de que solo el era real. 
En resumen, se puede decir que el ego es una recopilación de posicionamientos que se mantienen juntos gracias a la vanidad y al miedo, y que se desmontan en virtud de una humildad radical que socava su propagación. 
Otro de los pilares del ego es la creencia de que es nuestra fuente de comprensión y supervivencia, y lo consideramos una fuente de información acerca de nosotros mismos y del mundo. Lo vemos como nuestra interfaz con el mundo; la cual, al igual que una pantalla de televisor, nos trae el mundo y sus significados, y tememos sentirnos perdidos sin el. 
A lo largo de la vida, el ego-yo ha sido el centro de nuestros esfuerzos; de ahí que la inversión emocional en el haya sido enorme. El ego es tanto el origen como el objeto del esfuerzo, y esta fuertemente imbuido de sentimentalismo, así como de toda una gama de sentimientos humanos, fracasos, logros y perdidas, victorias y tragedias. 
Uno se obsesiona y se enamora de esta entidad, de sus papeles y sus vicisitudes. La inversión en este yo ha sido tan grande que le hace parecer demasiado valioso como para abandonarlo. 
Nos anclamos a el por los años de intima familiaridad (las esperanzas, las expectativas y los sueños). 
Uno se aferra a este “yo”, que se cree que es crucial para experimentar la vida en si. Además de la enorme inversión de toda una vida en lo que creemos es nuestro yo, también aparece el espectro de la muerte en el horizonte del futuro. 
La espantosa idea de que este “yo” esta destinado a llegar a su fin resulta estremecedora. 
La perspectiva de la muerte como fin del “yo” parece injusta, extravagante, irreal y trágica. 
Hace que uno se sienta disgustado y asustado. 
Toda la pompa de emociones que se han vivido como consecuencia de estar vivo tiene que ser puesta en juego de nuevo, pero esta vez acerca de la muerte en si. 
La renuncia del ego como foco central de uno supone el abandono de todas estas capas de apegos y vanidades, y con el tiempo, uno se enfrenta con la función primaria del ego del control que asegure la continuidad y la supervivencia. 
De ahí que el ego se aferre a todas sus facultades, porque su objetivo básico, para asegurar su supervivencia, es la “razón” que hay tras su obsesión por las ganancias, el aprendizaje, las alianzas y la acumulación de posesiones, datos y habilidades. 
El ego dispone de innumerables artimañas para posibilitar su supervivencia, algunas groseras, otras obvias, otras sutiles y ocultas. Para la persona medía, todo lo dicho anteriormente resulta abrumador, además de una mala noticia. 
Sin embargo, para aquellos que se encuentran en un avanzado estado espiritual se trata de buenas noticias. En realidad, el ego-yo no ha de morir en absoluto; la vida no llega a su fin; la existencia no cesa; y ningún destino horrible ni trágico espera en modo alguno al termino de la vida. 
Al igual que el ego en si, toda esta historia es imaginaria. 
Uno ni siquiera tiene que destruir el ego, ni incluso trabajar en el. Lo único que hay que conseguir es ¡dejar de identificarse con el ego como verdadero yo de uno! 
Renunciando a esta identificación, sigues caminando y hablando, comiendo y riendo, y la única diferencia es que, al igual que el cuerpo, el yo se convierte en “eso” en vez de “yo” 
o “esto”. 
Todo lo que se necesita, así pues, es abandonar la propiedad, la autoría y el espejismo de este yo inventado o creado y darse cuenta de que no es mas que un error. 
Y es obvio que se trata de un error natural e inevitable, pues todos lo hacen, y solo unos pocos descubren el error y están dispuestos o son capaces de corregirlo. 
La probabilidad de corregir este error de identificación es una transformación que, ciertamente, no se puede hacer sin la ayuda de Dios. 
Renunciar a lo que parece el verdadero núcleo de la existencia de uno parece requerir mucho coraje y resolución. 
Al principio, la perspectiva se nos antoja formidable y genera un gran temor a la perdida. 
Aparece el miedo a “Ya no seré yo”. Se tiene miedo a perder la seguridad de lo familiar. 
Lo familiar significa comodidad, y aparece la idea subyacente de “El "yo" es realmente todo lo que tengo”. Renunciar a este “yo” familiar evoca un miedo al vacío, a la no existencia o a una posible y terrible “Nada”. 
Para facilitar la transición de la identificación del ser al Ser, conviene saber que lo menor es reemplazado por lo mayor, y así, ninguna pérdida es experimentada. 
La comodidad y la seguridad propiciadas al aferrarse a la identificación con el pequeño ser son minúsculas comparadas con el descubrimiento del verdadero Ser. 
El Ser está mucho mas cerca de la sensación de “mi”. 
El Ser es como el “Mi”, en Lugar de solo "mi”. 
El pequeño yo tenia todo tipo de defectos, miedos y sufrimientos, y el Yo real está mas allá de esas posibilidades. 
El pequeño yo tuvo que llevar la carga del miedo a la muerte, mientras que el Yo real es inmortal y está mas allá del tiempo y del espacio. Con la transición, la gratificación es completa y total. El alivio que proporciona el ver que toda una vida de miedos carencia de fundamento y era imaginaria es tan enorme que, durante un tiempo, resulta difícil incluso funcionar en el mundo. Con el indulto de la sentencia de muerte, el maravilloso don de la Vida surge ahora con todo su esplendor, sin los nubarrones de la ansiedad ni de la presión del tiempo. 
Con el cese del tiempo, se abren las puertas a una eternidad gozosa; el amor de Dios se convierte en la Realidad de la Presencia. 
El Conocimiento interior de la Verdad de toda Vida y Existencia se eleva con una imponente auto- revelación. 
La maravilla de Dios es tan omnipresente y tan enorme que sobrepasa toda imaginación. 
Estar al fin en casa, verdaderamente en casa, es algo profundo, completo, total. La idea de que el hombre tenga temor a Dios resulta entonces tan ridicula que parece una trágica demencia. En realidad, eso que es la verdadera esencia del amor disuelve todo temor para siempre. 
También parece una comedía divina la absurda ignorancia de la humanidad y, al mismo tiempo, se ven como inútiles e innecesarias las luchas ciegas y los sufrimientos. 
El Amor Divino es infinitamente compasivo, y resulta difícil de entender que la gente crea en un Dios que se disgusta y se enfada con las limitaciones de las personas. 
El mundo ciego del ego es una pesadilla interminable, incluso sus aparentes dones son evanescentes y huecos. 
El verdadero destino del hombre es darse cuenta de la verdad de la divinidad de su propio origen y creador, que están siempre presente dentro de lo que ha sido creado y es el Creador: el Ser. Contentarse con vivir dentro de los confines del ego es el patético precio que hay que pagar por las raquíticas migajas que el ego devuelve a cambio de sumisión y sometimiento a el. Sus pequeñas ventajas y placeres son lastimosos, fugaces y pasajeros. Otra razón de la tenacidad del ego es su miedo a Dios. Este miedo se ve potenciado por la desinformación imperante acerca de la naturaleza de Dios, sobre quien, en este proceso de personificación, se han proyectado todo tipo de defectos antropomórficos que distorsionan la imaginación del hombre respecto a la naturaleza de la deidad. 
Al igual que una gigantesca lamina de Rorschach, las fantasías del hombre acerca de Dios se convierten, como bien dijo Freud, en el vertedero definitivo de todos los temores y espejismos del hombre. 
La limitación de Freud estribaba en que, a pesar de tener razón al afirmar que no existe tal dios falso, no sospechaba que, por el contrario, si que existe un Dios verdadero (lo cual da cuenta del nivel calibrado de Freud en 499). Carl Jung, uno de los psicoanalistas contemporáneos de Freud, fue mas allá que este y proclamo la verdad del espíritu humano y la validez de los valores espirituales. (Jung por tanto calibra en 540). 
En estas observaciones, vemos con claridad la demarcación y los limites de la razón, el intelecto y la racionalidad. 
Para comprender la naturaleza de Dios, solo es necesario conocer la naturaleza del propio amor. 
Conocer verdaderamente el amor es conocer y comprender a Dios; y conocer a Dios es comprender el amor. 
La consciencia y el conocimiento definitivo de la presencia de Dios es la Paz. Esa paz que supone preservación y seguridad infinitas en una infinita protección. 
Ni siquiera es posible el sufrimiento. 
No hay pasado que lamentar ni futuro que temer. 
Porque todo es conocido y está siempre presente, y toda posible incertidumbre o miedo a lo desconocido se disuelve para siempre. 
La garantía de supervivencia es absoluta; no hay nubes en el horizonte, ni hay cosas como el futuro o un instante posterior que puedan ocultar un infortunio inminente. 
La vida es un “ hoy” permanente. 
El estado de Realidad excluye cualquier causa, y no es posible ninguna relación entre un sujeto y un objeto. 
Así, no hay nombres, ni pronombres, ni adjetivos, ni verbos, ni “otro”, y de hecho, ni siquiera es posible relación alguna en Realidad. No es posible ni la ganancia ni la perdida. 
El Ser es ya Todo Lo Que Es, y nada esta incompleto. 
No hay nada que necesite ser conocido, y no queda ninguna pregunta. Todas las metas han sido totalmente alcanzadas y todo deseo satisfecho. 
El Ser no tiene deseos, y esta libre de necesidades y anhelos. Lo tiene ya todo gracias al hecho de que lo es todo. 
Ser Todo Lo Que Es excluye toda posible carencia, y no hay nada que dejar de hacer. No hay pensamientos que pensar. 
No hay opiniones asignadas. 
El Ser-DiosAtman no tiene necesidades. No se siente complacido ni decepcionado. 
No tiene sentimientos ni emociones. No tiene creencias ni actitudes. La existencia del Ser es sin esfuerzo. Aquello que es la misma fuente de la existencia es por siempre libre e incondicional. El resplandeciente poder de Dios Ilumina la misma luz de la conciencia, la cual no tiene la necesidad de un cuerpo ni de ninguna materia o forma. 
Aquello que es sin forma es el sustrato mismo de la forma. 
El Ser no es critico, es imparcial, totalmente accesible, presente y aceptador. Entregar el ser ante al Ser es algo completamente seguro. 
El amor incondicional del Ser por el ser es la providencia del Espíritu Santo, que es el vinculo entre el espíritu y el ego. 
A través de la oración, pedimos, permitimos y elegimos, por medio del libre albedrio que el Espíritu Santo sea nuestro guía. Por la gracia de Dios la transformación hasta la iluminación se hará posible. Se dice que la resolución del ego se ve dificultada por la resistencia. El ego no quiere cambiar ni que le cambien, a pesar de sus sufrimientos, sus miedos y sus lamentables desdichas. Se aferra a tener “razón” a toda costa, y acuna y guarda celosamente sus queridas creencias. 
De hecho, no es un enemigo al que haya que vencer, sino un paciente que necesita cura. En realidad el ego esta enfermo y sufre de delirios que son intrínsecos a su estructura. 
Para volver a la cordura solo hace falta estar dispuesto a ser humilde. La Verdad se vuelve auto- revelada; no es algo que haya que alcanzar o adquirir, sino que se irradia por su propia voluntad. La paz de Dios es profunda y absoluta. 
Su presencia es exquisitamente suave y plena. 
Nada queda sin ser alcanzado o sanado. 
Tal es la naturaleza y la calidad del Amor. 
El Ser es el cumplimiento en la manifestación del Creador como existencia misma. 
Nada existe fuera del amor de Dios. 
La historia de la Verdad se ha contado muchas veces a lo largo de todas las épocas, pero conviene contarla de nuevo. 
En el espacio como vacío que es creado cuando el ego se da cuenta de que no sabe nada en realidad, el amor de Dios fluye repentinamente, como una presa a la que se le hubieran abierto las compuertas. 
Es como si la Divinidad hubiera estado esperando todos esos milenios para este momento cumbre. 
En un instante de sereno éxtasis, uno se encuentra al fin en casa. Lo Real es tan abrumadoramente presente, es tan obvio y está tan totalmente presente, que resulta difícil pensar que fuera posible creer en cualquier otro tipo de “realidad”. 
Es como una extraña clase de olvido, como la historia del dios hindú que quiso ser una vaca y después olvidó lo que había hecho y tuvo que ser rescatado por otro de los dioses. 
A veces, el ego se identifica erróneamente y mas específicamente en tanto que personalidad. 
Piensa, “Yo soy tal o cual persona”. Y dice, “Bien, eso es lo que soy”. A partir de esta ilusión surge el miedo a perder la propia personalidad si se renuncia al ego. 
Esto es temido como la muerte de “lo que soy”. 
A través de la observación interior, puedes discernir que la personalidad es un sistema de respuestas aprendidas, y que la persona no es el “Yo” real. El “Yo” real se halla tras ella y mas allá de ella. Uno es el testigo de esa personalidad, y no hay razón alguna para que uno tenga que identificarse con ella. 
Con la emergencia del Ser real como verdadero “Yo”, la personalidad, después de cierta demora de ajuste, sigue interactuando con el mundo, que no parece percibir la diferencia. 
La personalidad continúa hasta convertirse en una especie de entretenimiento, frecuentemente cómico, y como el cuerpo, se convierte en una especie de novedad. 
En lugar de un “mi”, la persona se ha convertido en un “ello” que funciona con su propio generador, por así decirlo. 
Tiene sus hábitos, sus maneras, sus gustos y aversiones, pero estos carecen ya de verdadera significancia o importancia y no tienen consecuencias en la felicidad o infidelidad. 
Del mismo modo, una apariencia persistente de emociones humanas ordinarias parece también ir y venir, pero no tiene influencia ni poder alguno porque las emociones ya no se identifican ni se sienten como “mías”. 
La gente en el mundo parece esperar determinadas respuestas, y se molesta si estas no se dan; de modo que, por amor, se les permite aparecer, aunque en realidad son superficiales y no tienen significancia o importancia real. 
Con la renuncia a identificar el Ser con el ego, es difícil no natural involucrarse en los detalles del mundo que requieren un procesamiento lineal. 
El enfoque parece hallarse ahora en la esencia mas que en los detalles de la forma, que requieren de una energía extra para su manejo. Esto se debe en parte al hecho de que las frecuencias electroencefalográficas del cerebro que acompañarían a los estados elevados de consciencia o iluminación ondas lentas Theta (de 4 a 7 ciclos por segundo). 
Estas son mas lentas que las ondas Alfa (de 8 a 13 ciclos por segundo), que tienen lugar durante la meditación. 
En cambio, la mente ordinaria, que es una experiencia del ego, se halla predominantemente en los mas de 13 ciclos por segundo de las ondas Beta. 
El mundo parece prestarle una atención desmesurada a lo irrelevante, y es necesario recordar que la gente considera todas esas cosas importantes, significativas, o incluso, merecedor de dar la vida por ellas. 
Por respeto a los sentimientos de los demás, resulta tranquilizadora cierta aproximación a las respuestas sociales habituales, o de lo contrario la gente puede sentirse rechazada o no sentirse querida. 
Por ejemplo, las personas se sienten felices o tristes ante lo que perciben como una ganancia o una perdida. 
En realidad, ni una cosa ni otra esta teniendo lugar, pero es obvio que el individuo lo experimenta como algo real. 
Mientras tanto, las simpatías han sido reemplazadas por la compasión y la consciencia, antes que por una emotividad acorde con la situación. 
Lo que las personas del mundo quieren verdaderamente es reconocer quienes son realmente en el nivel mas elevado, ver que el mismo Ser irradia dentro de cada es reconocer lo que son verdaderamente en el nivel supremo, ver que el mismo Ser irradia dentro de cada uno, sana sus sentimientos de separación, y trae un sentimiento de paz. 
Traer la paz y la alegría a los demás es el don de la benevolencia de la Presencia.
David R. Hawkins.
http://elnuevodespertardelser.blogspot.com.es/

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