miércoles, 6 de febrero de 2019

LIBRO TIERRA DE ESMERALDA.- CAPÍTULO 4: EN TRÁNSITO HACIA LA TIERRA


Nos hallábamos en una especie de amplio vestíbulo. Por encima de nuestras calos de las campanillas. Otros, más escasos, consultaban unos tableros fosforescentes sobre los que se desperdigaban esquemas desconocidos y complejos.
Finalmente, nos detuvimos ante una gran mesa blanca. Un hombre de unos treinta años dormía en ella, dentro de un molde que parecía hecho para él. Nuestro guía hizo hincapié en su color pálido, curiosamente desprovisto de toda luminosidad, algo no habitual en lo astral.
Ante sus indicaciones también observé que el contorno de su cuerpo tendía a desdibujarse.
Permanecí allí algunos instantes contemplándole, mientras me preguntaba si era la luz la que penetraba en él progresivamente o si era él quien había empezado a disolverse en ella.
 « ¡No es eso, o al menos no es exactamente de esta forma como hay que abordar el problema! Este ser está condicionándose para que su cuerpo astral vibre en una frecuencia mucho más baja que le atraerá irresistiblemente hacia la Tierra. Dentro de unos minutos habrá desaparecido de aquí por completo y se introducirá en algún lugar de vuestro planeta dentro del cuerpo de una mujer dispuesta desde ese momento a ser madre.
»Parece algo extraño añadió nuestro guía volviéndose hacia mi esposa.
Te preguntas cómo un cuerpo de aspecto tan adulto puede cambiar hasta ese punto, de forma y de tamaño, para introducirse en un embrión humano.
»Como ves, el alma no tiene forma ni dimensión específicas. Sólo tiene la forma que quiere tener... Es mucho más sencillo y más natural de lo que imaginas. El alma, o el cuerpo astral si lo prefieres, es una energía voluntaria y consciente, de forma que es ella quien crea, quien moldea su propio aspecto físico. Se conforma según el molde que la recibe y abriga en la Tierra. Si te ves en el astral como eres en tu cuerpo carnal, es solamente porque, sin darte cuenta, lo has deseado. Ocurre casi automáticamente. Es una especie de punto de referencia que el alma se ofrece a sí misma al atravesar las Puertas de la vida y de la muerte. Has visto en este mundo seres ancianos y otros mucho más jóvenes.
La diferencia carece de importancia y no te da ninguna indicación sobre la edad en la que debieron abandonar la Tierra. Cada cual se moldea de acuerdo con la imagen que quiere ofrecer de sí y en la que se encuentra a gusto. Créeme, éste es el primer elemento indispensable para un buen equilibrio.


 »Claro está que hablo de lo que ocurre en el astral, pero lo mismo puede aplicarse en cierta medida a las cosas terrestres. No olvides nunca que es el cuerpo astral quien anima al cuerpo carnal y no viceversa; de forma que es poco frecuente que un hombre que se quiere Conscientemente puro imprima a su cuerpo físico una imagen inversa. Hablo de pureza, no de belleza o fealdad.
Las cualidades estéticas de la carne no tienen, evidentemente, nada que ver con las del alma. Es un problema distinto, no te quepa duda.»
Ya no estábamos solos con el hombre acostado sobre la gran mesa blanca; dos entidades con largas túnicas verdes aparecieron a la cabecera del futuro reencarnado. Mientras una parecía interesarse por el estado de transformación de su paciente, la otra centraba su interés en una parte del teclado adjunto a la mesa. Empecé a entender con mayor claridad que hay una parte absolutamente técnica en el mecanismo que rige la vuelta de un alma a la Tierra.
La entidad que se inclinaba sobre el teclado acarició con las yemas de los dedos una zona de reflejos cristalina. Se oyó una vibración muy sorda, parecida a la que emiten a veces los grandes órganos.
«El sonido se halla en el origen de todo murmuró nuestro guía. Hace y deshace. Es el auténtico poder que todas las criaturas tienen que llegar a dominar un día.»
Me pareció que el ser acostado que yo miraba sin cesar, se volvía aun más irreal. Le veía adquirir rápida mente las características de una espesa nube; era imposible ya distinguir los rasgos de su cara.
Nuestro guía me hizo una seña y, siguiendo su ejemplo retrocedimos unos metros para obtener una visión más global de la escena. A esa distancia, el cuerpo se convirtió pronto en una nube ovalada.
 «Hay vibraciones que adormecen los deseos. La que acabáis de oír tenían ese poder. Acaba de borrar el deseo que unía una energía con una determinada forma. El deseo es sólo un importante motor, es quien hace subir al ser humano hasta este mundo, quien lo mantiene en él y quien lo expulsa hacia un mundo de materia.»
Empecé a pensar que era extraordinario que un ido material pudiera atraer a un alma que ha conocido un universo a su medida, un universo en el que la bondad y la Belleza parecen reinar como soberanos indiscutibles.
Nuestro amigo me contestó que un cuerpo astral, aunque en estos lugares no permanece inactivo, aprende menos en ellos que a través de una envoltura carnal. De modo que el deseo de reencarnación viene a ser una autentica necesidad. Todo el que no haya asimilado las enseñanzas que la carne proporciona se sentirá, mas pronto o más tarde, irresistiblemente atraído hacia esta, como si fuera un imán.
«Una entidad se reencarna cuando insensiblemente empieza a perder la alegría de vivir en el mundo que la acogió dijo nuestro guía. Entonces, su conciencia de las grandes realidades se difumina rápidamente.
Pasa por un sueño vigilante. En este preciso instante las entidades que aquí actúan se ocupan de ella y la dirigen a su nuevo destino.»
El ser de la cara azul continuó su explicación y confieso que mi espíritu no logró seguirle.
El lector comprenderá lo desconcertante que puede resultar vivir escenas de este tipo y oír palabras que literalmente nos apartan del universo que cierta sociedad y cierta educación nos han forjado hasta este momento. Los autores han tenido que replantearse muchos principios para comprender y admitir aunque solo sea las bases de las enseñanzas de su guía. Por ello aceptarán con facilidad que el lector pueda dar pruebas de escepticismo o total incredulidad ante la narración de su testimonio.
Sin embargo hay una frase sobre la que deberá meditar todo el que lea las líneas de esta obra. Es del filósofo Alain: « Reflexionar es negar lo que creemos».
No hablaremos más sobre el tema...
Mi guía, consciente de la confusión que había producido en mí la visión de todas estas cosas, se calló. Noté que ponía la mano sobre mi hombro en señal de amistad. Transcurrieron en silencio algunos minutos, después nos llevó tras sí a través de un dédalo de mesas, teclados y pequeñas mamparas que aislaban a veces unas entidades de otras. Llegamos ante unos pupitres luminosos. 
Eran de materia opaca, de un azul irisado que no podría describir. En ellos había unos esquemas que se ofrecían a nuestras miradas. Al principio sólo vi círculos de distintos tamaños y distintos colores, con una forma en el centro que iba evolucionando de uno a otro, en la que reconocí una especie de feto. Había siete círculos,
siete colores y siete fetos en diferente estado de evolución. Estaban unos debajo de otros. Luego vi que, sobre la columna que formaban, brillaba un sol muy estilizado. Nuestro guía puso un dedo sobre la primera esfera, la situada más alta.

«Ésta es Saturno dijo, después el Sol, la Luna, la Tierra, Júpiter, Venus y, finalmente, Vulcano, cuyo color es el más brillante de todos, aparte del Sol estilizado. Esto que aquí veis, no son realmente planetas sino más bien lo que se desprende de ellos; en cierto modo su espíritu. Simbolizan sucesivos estados de conciencia. Estos estados afectan al globo terrestre, al hombre en general y, finalmente, al embrión humano en su envoltura intrauterina. Hoy vamos a ocuparnos de este último punto. Volveos hacia esa pantalla; indica otro grupo de siete planetas.»
Nuestro amigo nos indicaba un segundo pupitre, parecido en todo al primero, salvo en los colores.
«Algunos esquemas planetarios están representados en estas pantallas, otros no lo están. De todas formas podéis ver que el orden elegido es completamente distinto. Aquí veis de arriba abajo el Sol, Júpiter, Mercurio, Saturno, Venus, Marte y la Luna; mientras que en el pupitre anterior veíamos la evolución análoga de tres tipos de cuerpos por lo menos: la Tierra, el Hombre, el Feto, éste resume únicamente la evolución del embrión humano hasta su completa maduración eso es: el parto. No os he hecho venir para hablaros de astrología pero no ignoráis que cualquier cuerpo, sea o no celeste, emite una particular variedad de vibraciones, o radiaciones que le es propia.
»De este modo, todos los planetas se influencian recíprocamente por medio de la emisión de ondas. Esto ocurre aun cuando las distancias entre ellos parezcan inmensas y tus semejantes las calculan en años luz. Los científicos que trabajan actualmente en la Tierra no pueden admitir todavía este hecho pues sus instrumentos
de medida son totalmente inadecuados.
»Sus mediciones son groseras ciertamente en relación con las que se conocerán en el futuro. Venus por ejemplo ejerce influencia tanto sobre la Tierra como sobre la Luna o el Sol. Debido a cierta calidad de ondas y a la energía pura, ni la distancia ni siquiera el tiempo tienen valor.
»El feto humano, como podéis ver, en el vientre de su madre es un receptor muy sensible. De mes en mes su desarrollo es tal que capta distintos tipos de vibraciones. Su receptividad varía aproximadamente cada cuarenta días.
De ese modo registra sucesivamente siete grandes tipos de emisiones complementarias, cada una de las cuales proviene ordenadamente de los siete planetas que ves en el segundo pupitre.
 »De modo esquemático, durante los cuarenta días que siguen a la fecundación, el embrión será especialmente sensible a las radiaciones solares y así sucesiva mente durante la gestación hasta recibir al final las de la Luna algo más de un mes antes del nacimiento.
»Todo esto podrá parecer fantástico e increíble a todos aquellos que lleguen a conocer mis palabras; pero el futuro les hará reconsiderar su juicio. No se trata de inventar sistemas sino más bien de poner de manifiesto las leyes naturales fundamentales. Los grandes sabios de tu mundo no deberían obligar a la Naturaleza a coincidir con sus teorías, más bien tendrían que dejar que ésta llegara hasta ellos. Lo que aparentemente resulta fantástico e irracional, cambia de aspecto cuando esto sucede.»
El ser dio algunos pasos hacia un lado. «Mirad ahora la primera pantalla; veis que todo empieza por Saturno y termina en Vulcano... Debería decir más bien, terminará en Vulcano...
Al pronunciar estas palabras nuestro guía indicaba el círculo que representaba nuestro globo terrestre.
«Vosotros los humanos estáis aquí.»
Después de una pausa añadió con una mirada maliciosa:
 «¡No, no quiero decir que empezasteis a vivir en Saturno y que terminaréis no se sabe por qué milagro en Vulcano! Lo que voy a deciros será tan difícil de admitir como lo precedente, pero escuchadme bien. Como todo ser viviente, la Tierra se reencarna sucesivamente. En la clase de universo que es en la actualidad el nuestro, tu planeta está en su cuarta reencarnación.
De forma que ya ha vivido etapas que se han bautizado simbólicamente como Saturno, Sol, Luna. ¿Os preguntáis por qué os digo esto ahora y aquí? ¿Qué relación puede existir entre la evolución de la Tierra y la de un hombre que va a nacer?, me diréis. ¡Sin embargo es muy sencillo! El feto sólo recibirá lo que la Tierra pueda darle en su estado concreto de evolución personal.
»Hace miles y miles de años, cuando tu planeta se llamaba simbólicamente Saturno, vosotros y vuestros semejantes ya existíais. Erais sólo una chispa de vida sin voluntad, en una especie de sueño letárgico; después, progresando durante las dos subsiguientes en carnaciones de la Tierra, y hasta la actual, habéis conocido otra clase de inconciencia, otro sueño menos profundo; luego una existencia comparable a la que nos ofrecen los sueños y, finalmente, vuestro propio estado de conciencia.
»Ese hombre al que visteis dejar el astral hace unos momentos, no llegará más allá de este cuarto nivel de conciencia. Lo que sigue se reserva para los miles de años futuros.»
El ser de la cara alargada se interrumpió y, durante dos o tres segundos, pareció reflexionar intensamente.
Luego añadió con una voz muy cálida:
«A menos que...»
Esperaba la continuación con una luz de esperanza en el corazón pues las palabras de nuestro guía habían despertado en mí una especie de tristeza.
¿Será posible que estemos encadenados de tal modo a la evolución de la Tierra? ¿Estamos obligados a seguir a nuestro planeta en su lenta peregrinación?
Volvieron las explicaciones. Los ojos de nuestro amigo brillaban con intensidad, como si quisieran transmitir una corriente poderosa venida no se sabe de dónde; ¿de su corazón? Es poco decir, había en él... un inextinguible fuego de algo más...
«Todos vosotros, humanos de la Tierra actual, podéis traspasar los límites que aparentemente os ha impuesto la Naturaleza. Tenéis dentro de vosotros la capacidad de romper el lazo que os ha sojuzgado a lo largo del camino de la evolución cósmica. Os corresponde cultivar vuestra alma y vuestro Espíritu para marchar por el recto camino que lleva hasta los estados superiores de Conciencia.
»Os toca hacerlo siguiendo el ejemplo de los Mahatmas* y de los grandes Rishis de Asia,**de acuerdo con las enseñanzas de Pitágoras de Occidente. Si estáis dispuestos a seguir esta dirección, no es preciso que insista más en esto: ya habéis entendido pues mi pensamiento. Lo más que puedo decir es que hay que conocerse
uno mismo.» 
Las almas grandes.
Los que tienen el don de la visión, la palabra que ha adquirido valor sagrado y que trabajan para comunicarla.
Intenté abarcar de una sola mirada toda la cúpula que nos albergaba. En vano, claro está. Era un gesto maquinal que traducía mi deseo de englobar todos los misterios encerrados en aquel edificio.
Misterios... de hecho sólo hay misterios o secretos para quienes no tienen la posibilidad de entender el funcionamiento de determinados engranajes.
Nuestro guía nos habló extensamente del simbolismo de los colores utilizados en los dos pupitres luminosos frente a los cuales seguíamos aún. Sería sin duda de poco interés que nos extendiéramos más sobre este tema. Permítasenos solamente aclarar para quienes posean algunas nociones de alquimia, que la sucesión de los colores estaba estrechamente relacionada con las coloraciones obtenidas consecutivamente en la elaboración de la Gran Obra por los fuegos de la rueda.
Encontramos esa exacta sucesión de tonos en una de nuestras catedrales góticas. No nos está permitido decir nada más sobre esta cuestión. Añadiremos, dentro del marco de lo que nos ha sido revelado, que la arbitrariedad jamás interviene en la elección de los colores utilizados tradicionalmente por la simbología.
Como hemos visto, un color es una vibración y toda vibración origina forzosamente una serie de reacciones en cadena. Si todos lo pueblos no utilizan obligatoriamente la misma gama de tonos en su simbolismo es porque no todos tienen la misma sensibilidad ante una variedad de onda idéntica. No hay dos pueblos con el mismo poder de receptividad. Pasamos de nuevo ante la gran mesa en la que habíamos visto a un hombre dormirse para toda una vida terrestre. Estaba vacía.
Empecé a imaginar a su antiguo ocupante dormitando, quizá, ya en el centro de la que iba a ser temporalmente su madre.
Las entidades de larga túnica verde continuaban manipulando el teclado. ¿Seguían al que nacía en la Tierra hasta el vientre acogedor?
Nuestro guía no dijo nada, pero comprendí con absoluta certeza que el hombre nunca está solo, nunca está abandonado a sí mismo. Hoy, lo sé, hay Seres de Luz que nos ayudan a morir, y Seres de Luz que se ocupan de ayudarnos a nacer.
Parece una tontería... Es algo que nos hace sonreír... ¿No será porque vivimos en un mundo en el que la noción de ayuda está en vías de desaparición?
Acabamos de cruzar el inmenso vestíbulo con luz de color lila.
Nuestro guía caminaba lentamente y nosotros seguíamos a su lado, dispuestos a cualquier nuevo descubrimiento. Llegamos ante una puerta. No me pareció la misma por la que hicimos nuestra entrada en aquel lugar. Estaba cerrada. Una especie de mampara de material anaranjado, semitransparente, impedía que se atravesara su umbral. Impedir es inexacto pues, al aproximarse nuestro guía, la mampara pareció disolverse en la atmósfera.
¿Cómo expresarlo con más precisión? Lo más que podría hacer es compararlo a una bruma de cristal ¿Materia o Energía? Todos nuestros contactos con el astral nos han dado ocasión de comprobar la casi total ausencia de distinción entre Energía y Materia. De hecho, todos los habitantes del astral tienen por costumbre utilizar
una formidable energía latente para crear. Toda composición construye su andamiaje a partir de esta regla y la puerta que franqueamos nos daba un ejemplo maravilloso de ello. A partir de semejante experiencia fue cuando noté la integridad del universo astral como cuerpo vivo, en todo el sentido de la palabra.
Para un ser acostumbrado a nuestro mundo de materia, llegar hasta el reino de las almas es llegar al corazón mismo de la vida. No habíamos hecho nada más que dar algunos pasos siguiendo a nuestro guía en lo que pensamos sería otra gran sala, cuando fuimos absorbidos por una luz a la vez muy blanca y muy viva. Mis ojos inmediatamente se regocijaron de forma evidente. Sin duda, la gran cúpula que acabábamos de dejar y su rara luz me habían cansado. Ante todo, me sentí invadido por un relámpago de paz y unción. Sin embargo, mi vista no había quedado anulada porque seguía viendo a nuestro guía caminar delante de nosotros.
El suelo marcaba una pendiente fuerte y regular. Descendimos durante un período de tiempo que me pareció bastante largo, pero ésta es una noción que vale muy poco porque entonces supimos que en el mundo de las almas toda idea de tiempo es relativa. Me parecía que habría podido permanecer así horas e incluso días
enteros sin ningún esfuerzo. Poco a poco me di cuenta de que caminábamos por un pasillo bastante estrecho con bóveda ojival.
Todo tenía un aspecto blanco y liso, tanto que necesité hacer un esfuerzo de voluntad para entender qué hacíamos y la índole del lugar. Nuestro guía empezó a hablar en voz alta como para salir al encuentro de las facultades ligeramente hipnóticas de aquel pasillo.
«Todo esto está hecho adrede... No os asombréis demasiado pues todas las construcciones del astral se han estudiado hasta el más pequeño detalle de acuerdo con su función. Este pasillo se quiso hacer así para separar a quien lo sigue de las verdaderas realidades astrales. Uno tiene la impresión de entrar en otro tipo de universo, en otra dimensión, de acuerdo con la expresión conocida. Además veréis que esta impresión no es del todo falsa.»
A medida que avanzábamos, la luminosidad parecía decrecer.
¿Era que yo me iba acostumbrando a ella? No podría asegurarlo. Finalmente llegamos ante otra puerta, réplica fiel de la anterior. También ésta se borró ante nuestra proximidad. Nos esperaba una habitación perfectamente cúbica y de medianas proporciones.
Reinaba en ella una luz muy amarilla, sorprendente y algo desabrida comparada con lo que hasta entonces habíamos visto. Había ya allí un grupo de unos diez hombres y mujeres. Todos parecían enzarzados en plena discusión. No podía oír lo que decían, pero recibía sus pensamientos como un murmullo confuso en el centro de mi cabeza, mi cuerpo astral probablemente no se encontraba del todo bien en este mundo.
Hay momentos en los que nos damos cuenta de que tenemos que progresar aun mucho en el dominio de este cuerpo. Uno de los seres que estaba en el centro de la habitación volvió la cabeza hacia nosotros. ¿Había quizás adivinado nuestra presencia? Nuestro guía nos explicó más tarde que en el campo de las percepciones pasaba lo mismo en el astral que en la Tierra: algunos individuos, por múltiples razones, están más dotados que otros. Insistió especialmente en que no pudo ser la apertura de la puerta lo que alertó la atención del ser.
Nos aseguró que la puerta nunca se había abierto sino que la habíamos franqueado intercalando con ella los átomos de nuestro cuerpo. En cuanto a las entidades del universo astral, procedían de modo análogo, cosa absolutamente normal para ellas.
Sobre uno de los muros de la sala había una pantalla.
Ligeramente abombada y azulada en algunas zonas, ocupaba las tres cuartas partes de la superficie. Enseguida la comparé con un gigantesco receptor de televisión. Sólo su contorno, muy difuminado, fundido literalmente con la masa de la pared, me indicaba que no podía pensar en una comparación tan grosera. Se diría que se había obligado a la pared a cambiar progresiva mente de densidad hasta llegar a un marcado estado de transparencia.
¿Qué pasaba al otro lado de la pantalla? Podría ser la nada..., ¡o las mil variaciones del Infinito!
Un hombre rubio de unos cuarenta años, me pareció el tema de conversación del grupo junto al que acabábamos de introducirnos.
Iba vestido de anaranjado y azul. Su ropa, formada en gran parte por drapeados, me recordó la de los antiguos griegos. Más callado que los demás, sólo de vez en cuando tomaba parte en la conversación. Así pasaron algunos minutos, luego vi cómo uno de los hombres que le rodeaban tomaba sus manos como para hacerle entender algo. Se había terminado el murmullo confuso y experimenté como un pinchazo en medio de la cabeza.
Progresivamente unas voces penetraron en mí. Se hicieron muy claras, muy sonoras.
Hablaban dos seres: el hombre vestido con drapeados y el que tenía aspecto de consejero. Sus manos no se habían separado e iban a permanecer unidas a lo largo de la discusión.
«Es importante que elijas ahora. Quizá más adelante no vuelvas a tener una oportunidad como ésta. Vamos a enseñarte todo esto, podrás ver mejor cuál puede ser un posible porvenir para ti. Creo que es urgente... Me decías a todas horas que lo deseabas ardientemente. El peso de tus acciones pasadas empieza a pesar, hay que ponerle remedio.»
«Quisiera tener tiempo para reflexionar. Temo no estar aún en forma... Pero, de todos modos, hay un imán que me atrae. Lo sé, en fin, tienes razón. A veces mi espíritu se enturbia, luego tengo la impresión de dormir durante mucho, mucho tiempo. ¿Puedes mostrarme de nuevo la vida de esa familia?»
«Podemos verla juntos... Sólo su pasado reciente, algunos hechos importantes. Verás cómo se vive todo esto.
Trata de entender a qué habrás de adaptarte.»
Una mujer, o más bien una chica a la que no habría dado más de dieciocho años escasos, tomó de repente parte en la discusión: «¿No te parece que deberíamos leer los Anales inmediatamente?»
«Sí, dentro de algunos días terrestres será demasiado tarde.»
Todos callaron.
Entonces vimos al grupo reunirse en el centro de la habitación. Las paredes, la luz, todo, se hizo de un blanco lechoso, todo excepto una cosa: la gigantesca pantalla que se vio envuelta en un halo azul y empezó a centellear, a bullir con una inmensa cantidad de chispas vivas. Me pareció que las paredes se alejaban, huían hacia el infinito y algo se rasgó en el centro, en medio de un gran silencio. Mundos de ternura, galaxias de armonía, desplegaron sus alas sobre todos nosotros.
Supe con certeza, fundamentalmente, que en ese instante todos éramos uno. No podía ya diferenciarme de mi guía, de mi esposa, ni de las demás entidades allí reunidas. Sólo éramos un par de ojos, un cuerpo único comulgando en la misma fuente. Una vida, a un tiempo caliente y fría estalló por todas partes para llenar la pantalla por entero. Entonces vi desfilar ante mí escenas completas de la vida de una familia a velocidad vertiginosa.
Vi nacimientos, muertes, cenas a la luz de las velas y bocadillos devorados de prisa y corriendo. Viví locas carreras sobre cintas de asfalto y momentos de relajo bajo las glorietas en flor, risas y llantos, la barahúnda de los metros y las playas. Finalmente advertí un hecho que había sido deseado.
Era una pareja de unos treinta años. El era rubio, ella tenía el cabello largo color caoba. Él era cirujano dentista y ella maestra. Los momentos importantes de su vida se precipitaron ante los ojos de mi conciencia como intentando encontrar a una velocidad loca su sitio en el pasado.
Él y ella viven hoy en algún lugar del continente americano, y el feliz acontecimiento no se producirá hasta dentro de algunos meses.
Una inmaculada espiral absorbió la película de sus vidas y de nuevo volvimos a encontrarnos como momentos antes, en una habitación cúbica frente a una pared inanimada. La Tierra está lejos. Nuestro guía no se había movido y esperaba, evidentemente que le hiciéramos algunas preguntas. Por lo que a mí respecta tenía muchas y, al mismo tiempo, ninguna. Habían podido amontonarse a la puerta de mi espíritu, tan extraordinario resultaba todo. ¿Era posible que se tomaran la molestia en el astral de filmar hasta el más pequeño acontecimiento ocurrido en nuestro planeta? ¿Por qué medios tomaban forma y para qué? Pero en el fondo de mí mismo alguien contestaba a todo sin necesidad de palabras ni de imágenes. No, no era mi guía quien me contestaba. Existía en mí una especie de lógica que me hacía admitir, e incluso entender, lo que acababa de vivir como algo natural. Finalmente todo era tan evidente y sencillo como nuestra presencia en aquellos lugares.
Tuve entonces la brusca impresión de que era la experiencia vivida por nosotros en la Tierra la que hacía nacer en nuestros cuerpos y en nuestras razones las nociones de dificultad y de problema. En el fondo, todo debía ser evidente. Las imposibilidades las elaboran las limitaciones de nuestra carne y del estrecho mundo que nosotros nos creamos. Con nuestro guía, aquello que sólo eran presentimientos.., o recuerdos, se hacía transparente, cristalino.
Al abandonar la habitación el grupo de entidades, nuestro amigo se dirigió a mi esposa en los términos siguientes:
«Recuerda mis palabras acerca del cuerpo carnal y el cuerpo astral. ¿No habrás olvidado la existencia del cuerpo etéreo, esa substancia que se intercala entre ellos?»
Ella recordaba aquellas dos nubecillas de forma humana dando vueltas sobre los restos calcinados de un coche. Recordaba especialmente una de ellas surgida de forma inopinada y de la que supimos que no era sino una envoltura sin voluntad ni conciencia de sí misma.
«El cuerpo etéreo nace de un mundo que le es propio: el Éter. ¡Claro que ese Éter no tiene nada que ver con el líquido que se vende en la Tierra! El Éter del que te hablo es una concentración de energías químicas y vitales que recorren la superficie de tu planeta en todos los sentidos. Forma una envoltura, una capa intermedia entre los universos físicos y astrales.
 »Ya ves, por comodidad se asocian a veces Éter y astral, pues a los ojos de la carne, el primero es tan invisible como el segundo. Pero si queremos precisar hay que admitir que el Éter tiene mucha más relación con la materia que con lo astral. El Éter tiene cuatro funciones o, mejor dicho, es cuádruple y sus cuatro diferenciadas naturalezas penetran unas en otras estrechamente.
Ante todo has de saber que es el que asimila las energías terrestres que mueren: las transmuta. Después crea, dando a los humanos su capacidad de reproducción. Su tercer aspecto concierne directamente a todo lo que es líquido vital, es decir, la sangre o la savia. Les da vida,
alimento y calor gracias a su luz, sutil.
»Finalmente, existe un Éter reflexivo, un Éter del que surgen a veces los que llamamos mediums o espíritus.
Puede ser el origen de grandes descubrimientos o también de incalculables errores. Bien dirigido, puede usarse como memoria pues en él se refleja e inscribe para siempre hasta el menor acontecimiento del universo terrestre.
Si se quiere usar un lenguaje técnico digamos que es una extraordinaria cinta de grabación. Ahora entenderás que aquí es adonde quería llegar. El lugar en que nos encontramos es uno de los muchos en que la memoria universal resulta de fácil acceso. Las entidades que se ocupan del mundo astral han actuado especialmente para que el acceso a los Archivos de la Tierra sea fácil para la mayoría de las almas que han de reencarnarse. Es evidente que, para cualquiera que conozca el medio de utilizarlos plenamente, no hace falta ninguna pantalla como esta que vimos. El Éter engloba totalmente tu planeta, sólo es necesario saber ponerse en contacto con él. Un alma desordenada, llena de deseos, créeme, no puede lograrlo. Nunca se ve nada más
que lo que cada cual se da la oportunidad de ver.
»Pero los maestros que transmiten el Gran Conocimiento saben que el Éter reflector no representa del todo la perfección en el terreno de la memoria. Recurren a otra substancia más prodigiosa a la que llaman Akasha...
Volveremos a hablar sobre esto.»
Aún intrigado por la actitud de las entidades presentes en los minutos anteriores, me preguntaba si la elección del nacimiento era un hecho habitual.
«Todo depende de la pureza dijo nuestro guía. Todo se consigue por méritos. La naturaleza está organizada de forma que ni un solo bien ni un solo mal se pierden nunca. De esta forma, cada cual elige su destino de acuerdo con lo que tiene que aprender u olvidar de acuerdo con sus cualidades, defectos y posibilidades. Cada cual se ofrece o no la elección de su nacimiento, según los méritos de su última existencia.
Estad siempre seguros de esto: cada individuo se enfrenta solamente a las pruebas que es capaz de soportar.
Repetiréis incesantemente a los seres de la Tierra estas palabras: todos viven y actúan con las cartas que un día se dieron a sí mismos.
La herencia de cada hombre es sólo la legada por sus anteriores existencias. Los sabios del Oriente terrestre tienen una palabra que lo abarca todo: ésta es sencillamente karma.
»Vuestro karma es el conjunto de todas las actuaciones anteriores, “buenas” o “malas”; él es uno de los motivos de la atracción que sobre vosotros ejerce la materia y, en gran parte, en él se encuentra la base de la noción de pecado original divulgada por algunas religiones. Hoy en día, el fin que persigue todo individuo
perteneciente a tu planeta es romper, reducir a cero el karma o la corriente kármica que se ha forjado durante miles de años y que lo ha anclado en la materia densa.
 »Hay muy pocos hombres que conozcan esta ley y sepan que caminan inexorablemente hacia este fin. Haced que entiendan bien que la materia es un utensilio pero también un obstáculo y que para vencerle hay que vencerse primero a sí mismo.
»Quien tenga la voluntad de vencer con la facilidad de un rey, ha de saber convertirse en rey. Uno de los mayores secretos es el de la transmutación de la energía. Este ser que salió de aquí se dispone a metamorfosearse.
Va a concentrarse y fundirse por completo en el vientre de su futura madre. Llevará dentro de su corazón el total de sus pasadas experiencias. Las entidades que lo acompañan, se cuidarán de que tome posesión de un feto de unos veintiún días después de la concepción. Mediante la introspección cada hombre debería poder recordar la hora en que se situó en el cuerpo de su madre. Tendría que saber que se fundió lentamente en ella con plena conciencia y que sólo en ese momento empezaron a borrar de su memoria todo lo ocurrido antes »
Subimos por el pasillo que llevaba a la cúpula, luego atravesamos la inmensa habitación donde esperaban otras almas a punto de partir.
Allí se formaban miles de vidas; seguían repartiéndose los papeles con toda la armonía e infinita esperanza.
¡Por mi parte, pensé que salía de un crisol! Afuera, el cielo astral era de color fuego. Nuestro guía no tuvo necesidad de intervenir pues noté que aún había abajo, en un punto muy concreto, un uniforme de carne que se impacientaba... y páginas en blanco que murmuraban a mi oído... «escribe».
Una mirada de mi esposa me dio a entender que idéntica percepción se infiltraba en ella. Nuestra vista se hizo repentinamente vaga. Nos arrastró un remolino de luz blanca rayada de chispas violetas. Y, como siempre, esa sensación de caída sin fin que ya habíamos experimentado en nuestras anteriores vueltas a la Tierra. Como un relámpago, acudió a mí el pensamiento de Alicia cayendo hacia el fondo de su pozo interminable.
Un instante después aparecieron debajo de nosotros nuestros cuerpos. ¡Qué deslucidos resultaban aquellos cuerpos cotidianos!
Seguimos los consejos del ser azul y nos quedamos así algunos minutos, tratando de estabilizamos todo lo posible, luego de superponemos con precisión a nuestra envoltura carnal. Fue suficiente un pequeño esfuerzo de voluntad.
Ya estaba, habíamos vuelto a nosotros.
Nos parecía tener los párpados de plomo y necesitamos un buen rato para recuperar el uso total y perfecto de nuestros miembros. Una de mis primeras miradas fue para la esfera del despertador de nuestra mesilla de noche. Habían pasado dos horas largas desde que empezara nuestra experiencia. Dos horas que valían por todo un día. Comprendimos que la elasticidad del tiempo era un fenómeno real, y que detrás de esta noción hay algo más que un concepto filosófico.
En las siguientes horas nos preguntamos si era bueno anotar de inmediato nuestras impresiones o si era preferible dejar pasar algunos días para ver con cierta perspectiva nuestras experiencias. Adoptamos esta última opción, pero en seguida nos dimos cuenta de que carecía de importancia. Los hechos seguían en nosotros, persistentes, con toda su fuerza y belleza. Luego fue preciso reanudar una existencia «normal», cosa que no resultó fácil. El trabajo cotidiano nos esperaba sin piedad, con su rutina a veces descorazonadora.
De vez en cuando teníamos la punzante sensación de vivir en un mundo de camafeo blanco y negro, tanta era la luminosidad con que el astral comunicaba aún a nuestro espíritu su película de colores.

Pero las imágenes que desfilaban por nuestra memoria también eran capaces de encender un brasero. El rostro oculto del Universo tenía tal carga de esperanzas; tantos misterios encontraban su solución en él, que en ningún caso podíamos permanecer mudos. Así fue como las palabras "Capítulo primero" surgieron por primera vez bajo nuestra pluma...

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