Esta experiencia que vivimos, repitámosla, al igual que las demás, quizás haya confundido a algunos.
¿Cómo puede pensarse que haya no un mundo del alma, sino varios? La práctica del desdoblamiento astral o proyección nos enseñó que hay que considerar al cuerpo humano de forma integral como un extraordinario emisor-receptor, preciso y perfectible.
Abandonar el viaje carnal y pasar voluntariamente a través de varios planos de existencia significa esquemáticamente como quien gira un mando para seleccionar distintos tipos de emisión. Actuamos con nosotros mismos como con un televisor cuando pasamos de una a otra cadena. En cada cambio de canal,
saltamos de uno a otro universo. Cuanto más depuramos nuestra alma, más acceso tenemos a los canales con emisiones sorprendentes por su belleza, dulzura y verdad.
Así como cierta elevación del alma tan sólo revela un mundo determinado, veremos cómo cierto estadio de pensamiento, ciertas creencias ciegas, conducen al ser que abandonó la vida terrestre a crearse temporal mente un mundo a su medida.
Las páginas que siguen sólo pretenden ofrecerles nuestro testimonio en cuanto a la relación detallada del hecho.
Precisemos en seguida que la escena que contamos no se sitúa ni en el astral superior o medio, ni en el astral inferior. Tiene su sitio en uno de esos planos intermedios, casi indefinibles, que jalonan el camino que va del mundo terrestre al verdadero mundo del alma.
Nuestro guía nos había prevenido: no podríamos entrar en contacto con él directamente. Sólo su voz nos serviría de hilo conductor, de hilo de Ariadna diría yo, pues sólo ella evitaría que nos perdiéramos por los meandros de este universo fantástico.
Nos comprometimos a permanecer por unos momentos en los lugares que conocen las almas en tránsito que no han sabido aceptar la muerte de su cuerpo carnal... Estábamos rodeados, absorbidos, por una luz descolorida y lechosa atravesada de vez en cuando por minúsculos relámpagos de un blanco inmaculado. Una multitud de chispitas violeta aparecieron a nuestro alrededor y se pusieron a bullir como queriendo demostrar nos que, incluso en ese lugar, en esa especie de purgatorio para almas indecisas, todo era vida.
La voz de nuestro guía había conseguido atravesar ese mundo, como un verdadero cordón umbilical que nos unía a una realidad que sabíamos mil veces superior. Este estado y este mundo transitorios no eran difíciles de
soportar. Pero, algo había dentro de nosotros que nos dejaba profundamente insatisfechos. Ese algo debía ser esa imperceptible vibración que guía a los cuerpos astrales hacia su verdadera morada, meta final del viaje.
Sin embargo, ese día no debíamos intentar proyectarnos fuera de ese lugar de paso. Comprendimos mejor que nunca que en su ascensión, el alma obra por medio de estancias luminosas. Según los casos, la revelación del
gran universo paralelo al nuestro es muy rápido, por el contrario, lento y progresivo.
Nuestra voluntad casi no tuvo que intervenir y nos pusimos totalmente en manos del ser de rostro azul.
Hubo una especie de zumbidos y estremecimientos. Cosas que no podíamos ver, nos rozaban por todas partes.
De repente, muy lejos apareció una lucecita amanha. Se acercó, o mejor dicho, creció como si aumentara progresivamente su intensidad, su fuente. Pronto llenó nuestro campo visual y, con ella, todo un mundo pequeño empezó a vivir.
Lo que vimos entonces fue grandioso. Había montañas aterradoramente desmenuzadas y escarpadas.
Las rocas, de un rojo coral desgarrador, parecían surgir a cada instante del profundo azul de los cielos. Algunos pequeños valles con colores más suaves intentaban vanamente dulcificar el paisaje. En medio de todo eso, triunfaba una gigantesca catedral; una extraña mezcla de gótico y mudéjar, estaba plantada en lo alto de un pico rocoso, misteriosamente colgada de algún lugar del cielo.
Estábamos en medio de una ancha carretera pavimentada con grandes losas de piedra. Una espesa hilera de frutales cargados de manzanas y naranjas, la escoltaba de parte a parte. Mientras permanecíamos inmóviles y nos sentíamos casi volando a unos centímetros del suelo, una muchedumbre de hombres, mujeres y niños, desnudos en su mayor parte, circulaba a nuestro alrededor. Todos miraban fijamente ante sí y exhibían, de forma ostensible, una beatífica sonrisa.
Esta escena tenía lugar desde hacía algunos minutos y nos sumía en cierta perplejidad cuando, obedeciendo las órdenes de un hermoso concierto de carillones, la muchedumbre se apartó para dar paso a un extraño desfile.
Vimos llegar con paso regular a una docena de seres con amplios ropajes blancos, con encajes y velos azulados, más adornados que lo normal. Tenían los ojos cerrados y se desplazaban como autómatas o sonámbulos.
También comprobamos con estupor que, sujetas a sus espaldas, tenían un par de alas grandes,
evidentemente demasiado altas, casi encima de los hombros. Eran tan largas y tan anchas, que se arrastraban por las losas de piedra. Pensamos en ángeles de cartón-piedra o de papel coloreado, similares a las que a veces llenan los escaparates de Navidad.
Pero no, todo ese mundillo, esa singular cuadrilla, se movía,evolucionaba.
El último ángel enarbolaba una espléndida trompeta digna de los mejores diseñadores
inspirados por la toma de Jericó. Sin embargo, no la tocaba.
Nuestro guía, por su parte, no se manifestaba. ¿Lo deseaba él así, o era que nosotros no estábamos receptivos a su voz? Había en aquel lugar algo inexplicable e incluso increíble.
Tuvimos certeza de ello cuando, levantando los ojos hacia la catedral, vimos a su elevada flecha colgar miserablemente como una tripa desinflada.
Nos sobresaltaron los gritos, muy agudos, de los niños; luego todo volvió a quedar en calma. Incluso el carillón había dejado de sonar.
A nuestro alrededor la multitud continuaba
desplazándose como un solo ser desocupado.
Bajo un gran árbol había una especie de columpio, y los niños intentaban usarlo vanamente. A pesar de sus esfuerzos, no conseguían moverlo más de diez centímetros.
Lo que hubiera podido ser una bella imagen de Epinal, era estropeado por una terrible fuerza de inercia.
No sabíamos qué pensar, excepto que éramos juguetes de un sueño o de una alucinación. Habíamos llegado a esa conclusión, cuando la voz de nuestro guía irrumpió en nosotros más penetrante que nunca. Sonaba divertida, como la de alguien que se alegra por haber gastado una broma. Nos tranquilizamos y, al mismo
tiempo, nos sentimos alejados del mundo artificial que casi por completo había paralizado nuestra voluntad.
«No, no es una broma dijo nuestro amigo esforzándose por controlar su diversión. ¡Tampoco tiene nada que ver con las alucinaciones! El espectáculo que acabáis de ver es sólo una materialización del pensamiento
de un hombre que acaba de morir en la Tierra. Este hombre era un cristiano muy practicante y, la ver dad, algo ingenuo. Una vez pasado el momento de la separación de su cuerpo carnal, se apresuró a inventarse todo un paraíso, tal como siempre lo había imaginado... en fin, casi igual, ¡cayó en seguida en lo grotesco! Acabáis de vivirlo; evidentemente habría podido enseñaros cuáles son las primeras impresiones celestes de un hinduista, de un musulmán, de un papú, que creen, sin más crítica, en las imágenes ofrecidas por sus religiones.
Como veis, hay mundos muy reales reservados a los cuerpos astrales, pero también hay cuerpos astrales que se crean mundos fugaces.
El espíritu humano puede construir universos eternos sólo con la fuerza del pensamiento.
En palabras más precisas yo diría que estos universos son objetivaciones del momento.
»Quiero que entendáis bien y que tú, o mejor dicho vosotros, hagáis entender que éstas no son visiones, sino creaciones momentáneas que se desvanecen o se transforman de acuerdo con la fuerza vibratoria que le dedica el cuerpo astral.
»En el astral, crear un objeto puede resultar de una desconcertante facilidad ya que aquí el pensamiento posee poder de materialización. Pero la creación del objeto sólo será perfecta si el pensamiento que le dio vida ha sido lo suficientemente preciso, es decir, si ha integrado toda su realidad. De este modo cuando en el astral queréis concretar un elemento material cualquiera, antes habréis de concebirlo en todos sus aspectos. No es simplemente una forma vista desde un determinado ángulo, sino también una materia, un peso, puede que un olor, etc.
Esto necesita una innegable gimnasia del pensamiento y, sobre todo, un esfuerzo continuo. Ésta es la razón de las incoherencias notadas en la escena que acabáis de vivir. La voluntad y el pensamiento de su autor no podían estar por mucho tiempo a la altura de la tarea; han creado desordenadamente lo que deseaban
ver.
»Sin duda os costará trabajo hacer que crean todo esto, pero no tiene importancia porque siempre ocurre que cada cosa llega en su momento.
Muchos fenómenos cuyas explicaciones aparecen hoy como fantasías a los ojos de los científicos de la Tierra, se verán como evidentes en un futuro más cercano de lo que se cree. ¡Para dar el gran paso adelante y alcanzar el terreno de las Esencias, la Tierra necesita auténticos investigadores!»
Yo miraba a nuestro guía con inquietud. Si el universo del alma se prestaba a las ilusiones con tanta facilidad, ¿qué prueba teníamos de la realidad de nuestro interlocutor y de ese mundo tan rico, de belleza tan fascinante? Sin embargo, nuestro desdoblamiento astral era totalmente real, incluso tangible, eso no podíamos
dudarlo, habíamos tenido muchas veces la prueba material yendo a comprobar sobre el terreno los hechos observados por nuestro cuerpo luminoso. Pero ese ser, ese universo de mil facetas, ¿no lo fabricabamos enteramente nosotros o algún oscuro deseo de lo maravilloso escondido en lo más hondo de nosotros
mismos? Al instante nuestro guía se dio cuenta de esa pizca de angustia interrogativa que se insinuaba en nosotros.
«Mira, no tengas miedo», dijo sencillamente.
En ese momento todo se borró, cubrió todo un gran resplandor blanco y amarillo. Un resplandor de paz y de silencio vertiginoso. Me pareció caer en un abismo sin fin a una velocidad aterradora. Sin embargo, no tenía miedo. En ese momento no me sentí presa de ninguna inquietud. Veía una gran espiral blanca que huía indefinidamente por encima de mí.
La sensación de caída cesó poco a poco y me encontré en un baile de pavesas, de chispas azuladas que se agitaban. De repente, en la penumbra de la alcoba, debajo de mí,
apareció un cuerpo... Era el mío. No sé cuánto tiempo duró, treinta segundos, quizá menos. Mi mente estaba asombrosa mente lúcida; me sentía con una lucidez a la que aún no estaba acostumbrado y percibía gran cantidad de pequeños detalles en relación con la atmósfera en la que estaba inmerso el cuerpo astral.
Cada una de las partículas que hormigueaban en él se me ofrecía como un ser diferente que viviera una vida propia perfectamente voluntaria e independiente, aunque unida a los demás.
La voz de mi guía apareció en mi corazón y nunca comprendí mejor que en ese instante la simultaneidad, el paralelismo, de los dos mundos, el de la carne y el del alma.
Yo estaba en sus fronteras, unido a un lado por
una especie de cordón plateado y al otro por la voz de mi amigo y por una llamada interior.
«Analiza despacio y con precisión todos los períodos de la ascensión que te acercará a mí.»
Mi cuerpo carnal se difuminó y me encontré prisionero de una espiral de luz que marchaba tranquilamente hacia el infinito.
Nuestro guía comentaba el extraño viaje ayudándome a entender el cómo y el porqué del camino recorrido.
«Sujétate a los rayos luminosos que chisporrotean a tu alrededor. Te parecen de inmaculada blancura, pero mira cómo evolucionan en su forma y color. Dentro de poco serán materia pura, se cuajarán para que aparezcas en el lugar en el que te espero. ¿No sientes cómo se acelera su baile a medida que asciendes?»
El mundo del alma estallaba de nuevo delante de mí. Nuestro guía estaba sentado en el suelo, con los ojos cerrados, inclinado hacia delante. Por mi parte, estaba casi estupefacto de encontrarme allí, de pie, con los brazos apretados contra el cuerpo, el cuello extendido hacia no sé qué altura. Inmediatamente entendí la lección que acababa de vivir.
Este extraordinario ir y venir que había podido practicar con rapidez, me probaban la realidad y el paralelismo de los dos universos.
Nuestro guía habló suavemente:
«Puedes dudar ahora de nuestra realidad, de ese árbol, de esas flores? ¿Puedes dudar de tu facultad de pensar multiplicada por diez, por cien?»
No supe qué responder y dejé que se deslizara sobre mis labios una sonrisa.
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