personas para que avanzaran en la práctica de la oración. Cientos de veces he tenido que escuchar las quejas de quienes afirmaban no saber cómo hacer oración. Me repetían que, a pesar de todos sus esfuerzos, parecían no progresar en la oración; que les resultaba tediosa y desalentadora. Oigo a muchos directores espirituales afirmar que se sienten totalmente desarmados cuando tienen que
enseñar a orar o, para decirlo con mayor exactitud, cuando se trata de conseguir satisfacción y plenitud en la oración.
Todas estas manifestaciones me producen sorpresa, ya que para mí ha sido siempre relativamente fácil ayudar a la gente a hacer oración. Y no pienso que se deba únicamente a
un carisma personal que pueda yo poseer. Se debe, más bien, a algunas teorías muy sencillas que pongo en práctica en mi vida personal de oración y cuando guío a otros en ese campo. Una de las teorías consiste en que la oración es un ejercicio que confiere plenitud y satisfacción y que es perfectamente legítimo buscar ambas cosas en la oración. Otra es que la oración debe hacerse menos con la cabeza que con el corazón. De hecho, cuanto antes se prescinda de la cabeza y del raciocinio, tanto más jugosa y provechosa será la oración. Muchos sacerdotes y religiosos equiparan oración y raciocinio.
Aquí radica su fracaso.
En cierta ocasión me contó un amigo jesuita que había recurrido a un guru hindú para iniciarse en el arte de orar. El guru le dijo: Concéntrese en su respiración. Mi amigo lo intentó durante unos cinco minutos. Después le dijo el guru: El aire que usted respira es Dios. Usted está aspirando y expirando a Dios.
Convénzase de ello y mantenga este convencimiento.
Mi amigo hizo algunos esfuerzos mentales para encajar teológicamente estas afirmaciones;
después siguió las instrucciones durante horas, día tras día, y descubrió, para sorpresa suya, que orar puede ser tan sencillo como respirar. Además descubrió en este ejercicio una profundidad, una satisfacción y un alimento espiritual que jamás había encontrado anteriormente en las innumerables horas que había dedicado a la oración durante muchos años.
Los ejercicios que propongo en este libro sintonizan en gran medida con los planteamientos de aquel guru hindú de quien no he vuelto a tener noticias desde entonces. También yo tengo ciertas teorías sobre la oración, pero las expondré cuando presente los ejercicios que vienen a continuación.
Entonces se verá cómo se cumplen en cada uno de ellos.
He propuesto estos ejercicios a grupos de personas en innumerables ocasiones.
Me refiero a los Grupos de oración o, exactamente, Grupos de contemplación. En contra de lo que comúnmente se piensa, existe algo a lo que puede llamarse "grupo de contemplación".
Sucede además que, en determinadas circunstancias, es más provechosa la contemplación cuando se hace en grupo que
cuando se hace individualmente.
He trascrito los ejercicios que aparecen en este libro casi en la misma forma y lenguaje en que
fueron propuestos a los grupos. Si usted intenta dirigir un grupo de contemplación y ha decidido
servirse de este libro, tendrá suficiente con tomar el texto de cada ejercicio, leerlo lentamente al
grupo y hacer que éste siga las instrucciones que usted lee. Naturalmente, la lectura deberá ser muy lenta; será preciso hacer muchísimas pausas, especialmente en los lugares que se señalen...
La mera lectura de este texto a otras personas no convertirá a nadie en un buen director de un
grupo de contemplación. Será preciso, además, que la persona en cuestión sea experta en
contemplación.
Necesitará haber experimentado con anterioridad algunas de las cosas que lea a los
otros. Deberá, además, ser experta en el arte de la dirección espiritual.
Estos ejercicios no sustituyen la experiencia personal ni la pericia espiritual. Pero constituirán una buena ayuda para comenzar y serán de utilidad para usted y para su grupo. He tenido cuidado de no incluir en este libro ejercicios
que exigirían la guía de un especialista en oración. Caso de que alguno de los ejercicios pudiese encerrar algún inconveniente, lo señalaré e indicaré el camino a seguir para evitar posibles daños.
Dedico este libro a la Santísima Virgen María que es para mí modelo supremo de contemplación. Más aún: estoy convencido de que ella ha conseguido, para mí y para otras muchas
personas a las que he guiado, gracias en la oración que de otra manera habríamos logrado. Y aquí mi primer consejo para quien quiera progresar en el arte de la contemplación: es preciso buscar el patrocinio de María, pedir su intercesión antes de echar a andar por el camino de la oración. Ella recibió el carisma de hacer que descendiera el Espíritu Santo sobre la Iglesia. Sucedió esto en la Anunciación y en Pentecostés, cuando se encontraba orando con los Apóstoles. Si logras que ella ore contigo y por ti, serás verdaderamente afortunado.
Anthony de Mello
No hay comentarios:
Publicar un comentario