Dice el Señor: «Permaneced tranquilos y saber que yo soy Dios”. El hombre moderno es, por desgracia, presa de una tensión nerviosa que le impide permanecer tranquilo. Si desea aprender a orar, tendrá que esforzarse previamente por estar tranquilo, por acallar sus tensiones. De hecho, la quietud verdadera y el silencio se convierten frecuentemente en oración cuando Dios se manifiesta en el ropaje del silencio.
Repite el ejercicio de hacerte consciente de las sensaciones de tu cuerpo. Sólo por una vez recorre todo tu cuerpo, comenzando por la coronilla hasta las puntas de los dedos de los pies, sin omitir parte alguna de tu cuerpo...
Consciencia todas las sensaciones que se producen en cada una de las partes... Quizás adviertas que alguna de las partes de tu cuerpo carece por completo de sensaciones... Detente en ella durante algunos segundos... Si no emerge sensación alguna, pasa a otra parte...
Cuando adquieras práctica en este ejercicio, agudizarás de tal manera tu percepción, que no existirá parte alguna de tu cuerpo en la que no experimentes muchas sensaciones... Por el momento
tendrás que conformarte con permanecer en el vacío y pasar a otras partes en las que percibas más sensaciones... Pasa lentamente de la cabeza a los pies... y de nuevo de la cabeza a los pies... y así durante unos quince minutos...
A medida que se agudice tu percepción, experimentarás sensaciones que anteriormente no habías advertido... captarás también sensaciones extremamente sutiles, tan sutiles que pueden ser percibidas únicamente por una persona dotada de concentración y paz profundas.
Experimenta tu cuerpo como un todo... Siente la totalidad de tu cuerpo como una masa dotada de diversos tipos de sensaciones... Permanece en este ejercicio durante unos momentos y vuelve
después a tener en cuenta cada una de las partes, desde la cabeza hasta los pies... A continuación, vuelve de nuevo a percibir tu cuerpo como un todo...
Advierte ahora la quietud profunda que te ha invadido. Observa la calma perfecta de tu cuerpo... Cuida, sin embargo, de no recrearte en la calma hasta el punto de que no percibas tu cuerpo...
Si adviertes que te acosa la distracción, imponte la tarea de pasar de nuevo desde la cabeza hasta los pies teniendo en cuenta las sensaciones de cada una de las partes de tu cuerpo... Acto seguido presta atención a la quietud que reina en todo tu cuerpo... Si realizas este ejercicio en grupo, presta atención al silencio que reina en la sala...
Es de suma importancia que no muevas parte alguna de tu cuerpo mientras realizas este ejercicio. Al principio te costará trabajo conseguirlo, pero cada vez que te sientas impulsado a moverte, a rascarte, a agitarte, experimenta este impulso... No cedas a la tentación; limítate a percibido con la mayor nitidez posible...
Desaparecerá gradualmente y recobrarás de nuevo la calma...
A muchas personas les resulta extremadamente penoso permanecer tranquilos. Les resulta incluso físicamente penoso. Cuando te sientas tenso, dedica todo el tiempo que sea preciso a hacerte
consciente de la tensión nerviosa dónde la sientes, qué características presenta… y mantente ahí hasta que desaparezca la tensión.
Quizás llegues a sentir dolor físico. Por más cómoda que sea la postura que adoptes para este ejercicio, tu cuerpo protestará, probablemente, contra la inmovilidad desarrollando dolores físicos
intensos y fatiga en diversas partes. Cuando suceda esto, resiste a la tentación de mover tus miembros o de cambiar de postura para mitigar la fatiga. Limítate a percibir la fatiga.
Durante un retiro budista se nos pidió que permaneciésemos por una hora entera sin cambiar de postura ni movernos. Me senté con las piernas cruzadas y el dolor en mis rodillas y espalda se hizo tan intenso que resultaba inaguantable. No recuerdo haber padecido un dolor físico tan intenso en ningún otro momento de mi vida. Se suponía que durante esa hora percibiríamos las sensaciones de nuestro cuerpo, pasando de una parte del cuerpo a otra. Mi atención quedó absorbida totalmente por el dolor agudo que sentía en las rodillas. Sudaba. Pensé desfallecer a causa del dolor, hasta que
decidí no luchar contra él, no escapar de él, no desear aliviado, sino concienciado, identificarme con él. Traté de descomponer los ingredientes del dolor y descubrí, para sorpresa mía, que estaba
compuesto de muchas sensaciones, no sólo de una: ardores intensos, tirones, una sensación de descargas intensas que aparecía y se iba, para emerger de nuevo... y un punto que se desplazaba de
un lugar a otro. Identifiqué este punto como dolor. Cuando me decidí a mantener este ejercicio me sorprendí de que podía aguantar bastante bien el dolor; incluso fui capaz de conscienciar otras
sensaciones que se producían en diversas partes de mi cuerpo. Por primera vez en mi vida experimenté dolor sin sufrir.
Si no haces este ejercicio con las piernas cruzadas es probable que sientas menos dolor que el experimentado por mí. De cualquier manera, al principio sentirás inevitablemente alguna molestia hasta que tu cuerpo se acostumbre a permanecer en calma perfecta. Combate el dolor haciéndote consciente de él. Y cuando, por fin, tu cuerpo consiga la quietud, sentirás una rica recompensa en el
arrobamiento que te traerá esa quietud.
La tentación de rascarse es muy frecuente en los principiantes. Eso proviene de que, a medida que se hace más aguda la percepción de las sensaciones del cuerpo, comienzan a percatarse de la picazón y de sensaciones punzantes, presentes siempre en el cuerpo pero ocultas a la consciencia a causa del endurecimiento psico-físico al que la mayoría de nosotros sometemos a nuestro cuerpo y debido a la crasitud de nuestra sensibilidad. Mientras atraviesas este estadio de picazón, deberás permanecer en perfecta calma, conscienciar cada una de las sensaciones de picazón y permanecer en esta toma de conciencia hasta que desaparezca, resistiendo a la tentación de combatirla rascándote.
ANTHONY DE MELLO
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