EL SER HUMANO necesita que lo necesiten, eso constituye una de sus necesidades fundamentales. A menos que te muestren afecto, empiezas a morir, y a menos que sientas que eres importante para alguien, aunque solo sea una persona, tu vida carece de sentido. Por eso el amor es la mejor terapia.
El mundo necesita una terapia porque al mundo le falta amor.
En un mundo en el que realmente reinara el amor no se necesitaría ninguna terapia; el amor sería suficiente, más que suficiente. Abrazar es un simple gesto de amor, de calor, de afecto. La sensación de calor que transmite la otra persona derrite muchas enfermedades, derrite el ego, frío como el hielo, y te hace sentir de nuevo como un niño.
Los psicólogos son plenamente conscientes de que si a un niño no lo besan, no lo abrazan, le falta alimento. El cuerpo necesita comida tanto como el alma necesita amor.
Puedes cubrir todas las necesidades físicas de un niño, proporcionarle todas las comodidades físicas, pero si no lo abrazas no llegará a ser una persona totalmente sana.
En el fondo se sentirá triste, abandonado, sin afecto. Lo habrán atendido, pero no mimado.
Se ha observado que si no se abraza a un niño, empieza como a retroceder, incluso puede morir, aunque se le proporcione todo lo necesario. Se le han dispensado todos los cuidados corporales, pero no ha estado rodeado de cariño. Se ha quedado aislado, sin conexión con la existencia.
El amor constituye nuestra conexión, nuestras raíces.
Al igual que hay que respirar —porque para el cuerpo es esencial; si se deja de respirar, se deja de existir—, el amor es el aliento interno. El alma vive gracias al amor.
El análisis no sirve, ni el ingenio, ni la claridad, ni los conocimientos, ni la erudición.
Podrás saber todo lo que se puede saber sobre la terapia, ser un experto, pero si no conoces el arte del amor te quedarás en la superficie del milagro de la terapia.
En cuanto empiezas a sentir compasión del paciente, del que sufre, de cien casos, noventa personas sufren fundamentalmente porque no han sido amadas. Si empiezas a sentir la necesidad de amor del paciente y si puedes satisfacer esa necesidad, el paciente
experimentará una mejoría casi mágica.
No cabe duda de que el amor es el fenómeno más terapéutico.
A Freud le aterrorizaba tanto, tanto... Jamás se le habría ocurrido abrazar a un paciente; ni siquiera estaba dispuesto a mirarlo cara a cara, porque al escuchar sus miserias, sus pesadillas, podría haber empezado a sentir compasión, podrían habérsele humedecido los ojos, echarse a llorar o en un descuido incluso tomarle de la mano.
Le tenía tanto miedo a una relación afectuosa entre terapeuta y paciente que inventó la siguiente estratagema: el paciente tenía que estar tendido en el diván, y detrás se sentaba el psicoanalista, de modo que no se vieran cara a cara.
Y hay que recordar algo muy importante; que solo cuando nos miramos cara a cara crece el amor. Los animales no pueden desarrollar el amor porque hacen el amor sin mirarse, y así no pueden surgir ni la amistad ni la relación. En cuanto acaban con la relación sexual se van cada uno por su lado, sin ni siquiera un gracias, un adiós o un hasta luego. Los animales no han sido capaces de crear la amistad, la familia, la sociedad, por la sencilla razón de que cuando están haciendo el amor no se miran a los ojos, ni a la cara, como si el sexo para ellos fuera algo prácticamente mecánico. No existe ningún elemento humano en su relación sexual.
El ser humano ha creado la dimensión de todas las relaciones por la sencilla razón de que es el único animal que hace el amor mirando a su pareja. Los ojos empiezan a establecer comunicación y las expresiones faciales se convierten en un sutil lenguaje. Y además, los cambios de humor y las emociones... el gozo, el éxtasis, el resplandor del orgasmo... Y así se construye la intimidad.
La intimidad es necesaria, es un requisito indispensable. Por eso es bueno hacer el amor con luz, no en medio de la oscuridad, o al menos con una luz tenue, la de una vela. Hacer el amor con oscuridad es una parte del animal que habita en nosotros, que evita encararse con el otro, una estrategia para esquivarnos.
A Freud le daba mucho miedo el amor; tenía miedo de su amor reprimido, de enredarse, de relacionarse. Quería quedarse fuera, no implicarse con la persona, no formar parte de su interioridad, no adentrarse en aguas profundas y limitarse a ser un observador científico, distante, lejano. Quería crear el psicoanálisis como una ciencia, pero ni lo es ni lo será nunca. Es un arte, mucho más próximo al amor que a la lógica.
Y el verdadero psicoanalista no evita profundizar en la interioridad del paciente; se arriesga. Es arriesgado, porque supone adentrarse en aguas turbulentas. Puede acabar ahogándose, porque al fin y al cabo también es humano. Puede meterse en líos, en complejidades, crearse problemas, pero tiene que arriesgarse.
Por eso quiero tanto a Wilhelm Reich. Él fue quien transformó la fisonomía del psicoanálisis, al establecer una relación con el paciente. Desechó el diván y la actitud distante que representa. Fue mucho más revolucionario que Freud, que siguió siendo tradicional asustado de sus propias represiones.
Si no tienes miedo de tus propias represiones puedes ayudar enormemente. Si no tienes miedo de tu inconsciente, si has resuelto un poco tus problemas, puedes ayudar mucho metiéndote en el mundo del paciente, participando en lugar de limitarte a observar.
Lo cierto es que como los psicoanalistas tienen sus propios problemas, a veces más que el paciente, se puede comprender el miedo de Sigmund Freud. Por mi parte, quisiera expresarme de una forma categórica al respecto: a menos que una persona abra de verdad los ojos, se ilumine, no puede ser un terapeuta auténtico, verdadero.
Solo un Buda puede ser un auténtico terapeuta, porque no le queda ningún problema. Puede fusionarse y fundirse con el paciente; aún más, para él, el paciente no es el paciente.
Esa es la diferencia entre la relación que existe entre un paciente y un terapeuta, y la relación que existe entre un discípulo y un maestro. El discípulo no es un paciente; es un ser amado, querido. El maestro no es solo un observador, porque participa. Han perdido sus distintas entidades, se han hecho uno, y esa unidad sirve de gran ayuda.
Abrazar es solo un gesto de unidad... Incluso ese gesto sirve de ayuda.
De modo que tienes razón. Preguntas: «¿Por qué abrazar es un instrumento terapéutico tan increíblemente eficaz?».
Sí, lo es, y se trata de un simple gesto. Si es verdadero, no solo un gesto, sino que lo haces de corazón, puede convertirse en un instrumento mágico, puede ser milagroso. Puede transformar la situación en un instante.
No hay muchas cosas que entender al respecto. Una de ellas es: nos equivocamos al pensar que el niño muere y el hombre se hace adolescente, después muere el adolescente y el hombre llega a joven, después el joven muere y llega a la mediana edad y así sucesivamente. El niño nunca muere... nada muere jamás. El niño está ahí, siempre está ahí, rodeado por otras experiencias, rodeado por la adolescencia, después por la juventud, después por la madurez, después por la vejez... pero el niño siempre sigue ahí.
Eres como una cebolla, una capa encima de otra, pero cuando pelas una cebolla encuentras capas más nuevas. Lo mismo ocurre con el hombre: si profundizas en él siempre encontrarás al niño inocente,
y ponerse en contacto con ese niño inocente es terapéutico.
Abrazar te proporciona un contacto inmediato con el niño. Si abrazas a alguien con calor, con amor, no es un gesto impotente, sino algo importante, elocuente, verdadero; si tu corazón fluye con él, estableces un contacto inmediato con el niño, con el niño
inocente. El niño inocente que sale a la superficie incluso unos segundos supone una enorme diferencia, porque la inocencia del niño siempre es sana y saludable, sin corromper. Has llegado al corazón mismo de la persona, donde jamás ha entrado la
corrupción, has llegado al corazón virgen, y conseguir que ese corazón virgen vuelva a latir con vida es suficiente. Has iniciado un proceso de curación, lo has desencadenado.
Todo niño es tan nuevo, está tan vivo, tan lleno de entusiasmo que esa misma condición lo hace sano.
Si puedes acariciar de alguna manera al niño en el paciente... y abrazar es simplemente una de las cosas más importantes.
El análisis es el camino de la mente; el abrazo es el camino del corazón. La mente es la causa de todas las enfermedades y el corazón es el origen de toda curación.
Un hombre entra en la consulta de un psiquiatra.
Un hombre entra en la consulta de un psiquiatra y dice:
Doctor, me estoy volviendo loco. Estoy convencido de que soy una cebra. Cada vez que me miro en el espejo tengo todo el cuerpo cubierto de rayas negras.
El psicoanalista le dice, intentando calmarlo:
Tranquilo, tranquilo. Relájese, váyase a casa, tome estas pastillas para dormir bien, y seguro que esas rayas negras desaparecen.
El pobre hombre va a su casa y vuelve a la consulta del psiquiatra al cabo de dos días. Entonces le dice:
Mire, doctor, me siento muy bien. ¿Me puede recetar algo para las rayas blancas?
PERO EL PROBLEMA CONTINÚA.
Una vez alguien me trajo a un joven loco. Al joven le había dado por pensar que se le metían moscas en el cuerpo, por la nariz y por la boca, mientras dormía, y que no paraban de zumbar en su interior. Y claro, estaba desesperado. Iba de un lado a otro, se revolvía, no podía quedarse quieto porque esos derviches no paraban de danzar en su interior; ni siquiera podía dormir. Un auténtico martirio. ¿Qué hacer con ese hombre?
Yo le dije:
Túmbate en la cama, descansa diez minutos y ya veremos qué se puede hacer.
Lo cubrí con una sábana para que no viera nada y recorrí toda la casa para cazar unas cuantas moscas. Me resultó difícil porque no lo había hecho nunca, pero me ayudó mi experiencia con atrapar personas.
Logré cazar tres. Las metí en una botella, se las llevé a aquel hombre, le hice unos pases de abracadabra, le dije que cerrara los ojos y le enseñé la botella.
La miró y dijo:
Sí, ha cazado algunas, pero son las más pequeñas. Las grandes siguen ahí... y son muy grandes.
Muy complicado. ¿De dónde sacar moscas tan grandes? Y dijo:
Le estoy muy agradecido. Al menos me ha librado de las pequeñas, pero las grandes son grandes de verdad.
LAS PERSONAS SIGUEN A LO SUYO. Si las ayudas por un lado, te vendrán con el mismo problema por otro, como si hubiera una necesidad profunda. Intenta comprenderlo.
Vivir sin ningún problema es muy difícil, casi humanamente imposible. ¿Por qué? Porque un problema te distrae, tienes algo con lo que entretenerte. Un problema te proporciona una ocupación, sin estar ocupado. Un problema te obliga a meterte en algo.
Si no existe ningún problema, no podrás aferrarte a la periferia de tu ser; te tragará el centro.
Y el centro de tu ser está vacío. Es como el cubo de una rueda.
La rueda se mueve sobre el cubo vacío. Tu núcleo está vacío, no es nada, es la nada, shunyam, el vacío, como un abismo. Como tienes miedo de ese vacío te aferras a la llanta de la rueda o, como mucho, si eres un poco atrevido, a los rayos, pero nunca te acercas al cubo. Empiezas a asustarte, a temblar.
Los problemas te ayudan. Problemas por resolver; ¿cómo vas a ir hacia dentro? La gente acude a mí a decirme: «Queremos ir hacia dentro, pero tenemos problemas».
Piensan que no van a llegar al interior por los problemas. Lo que ocurre es justo lo contrario, que porque no quieren ir hacia adentro están creando problemas.
Vamos a intentar que comprendas esto lo mejor posible: tus problemas son falsos.
Yo me ocupo de tus problemas por pura cortesía. Son todos falsos, un sinsentido, pero te ayudan a evitarte a ti mismo. Te distraen. Piensas: ¿cómo voy a meterme ahí?
Hay tantos problemas por resolver antes de este... Pero en cuanto se resuelve un problema, empieza a surgir otro. Y si miras, si te fijas, te das cuenta de que el otro problema tiene el mismo carácter que el anterior. Intenta resolverlo, y surge un tercero, para sustituirlo inmediatamente.
Voy a contar una anécdota.
PSIQUIATRA:
Los adolescentes sois un peligro público. No tenéis sentido de la
responsabilidad. Olvidaos de las cosas materiales y pensad en otras cosas, como la ciencia, las matemáticas y demás. ¿Qué tal vas con las mates?
Paciente:
No muy bien.
Voy a ponerte una prueba para obtener datos objetivos. Dime un número.
Royal 3447. Es la tienda donde trabaja mi novia.
No quiero un número de teléfono. Un número cualquiera.
Vale. Noventa y tres.
Eso está mejor. Otro número, por favor.
Cincuenta y cinco.
Otro más.
Noventa y tres.
Muy bien, muy bien. ¿Lo ves? Si quieres, tu mente puede seguir otros caminos.
Exacto. Noventa y tres, cincuenta y cinco, noventa y tres. ¡Menudo tipazo!
Y VUELTA CON LA NOVIA, si no por el número de teléfono, por las medidas de su cuerpo. Y así continúa todo, hasta el infinito.
Vayamos a lo esencial. En primer lugar, ¿por qué quieres crear problemas? ¿Son problemas, realmente?
¿Te has planteado la pregunta esencial, si realmente son problemas o si tú los estás creando y te has acostumbrado a crearlos, para que te hagan compañía, porque si no hay problemas te sientes solo? Incluso te gustaría sentirte triste, pero no te gustaría sentirte vacío. La gente se aferra a sus tristezas, pero no está dispuesta a quedarse
vacía.
Yo lo compruebo todos los días. Llega una pareja. Llevan años peleándose; dicen que llevan peleándose quince años. Casados desde hace quince años, sin parar de pelearse y de hacerse la vida imposible. ¿Por qué no se separan? ¿Por qué se aferran a la
infelicidad? Cambiad o separaos. ¿Qué sentido tiene echar a perder vuestra vida? Pero yo comprendo qué es lo que ocurre.
No están preparados para vivir solos. La infelicidad al menos les hace compañía. Y si se separan, no saben qué hacer con sus vidas. Se han adaptado a una pauta de conflictos, ira, violencia y peleas continuas, a no parar de meterse el uno con el otro. Se han aprendido el truco y no saben cómo estar en otra situación con alguien con una personalidad diferente. ¿Cómo estar con alguien distinto? No conocen otra cosa.
Han aprendido un lenguaje especial de infelicidad y se sienten con destreza en ese lenguaje.
Han aprendido un lenguaje especial de infelicidad y se sienten con destreza en ese lenguaje.
Moverse con otra persona supondría empezar desde el principio. Tras quince años metido en un asunto concreto, te da miedo meterte en otro.
ME HAN CONTADO EL CASO DE UN GRAN ASTRO DEL CINE QUE FUE A VER A UN PSIQUIATRA Y LE DIJO:
No tengo talento para la música, no sé actuar. Soy feo y tengo poca personalidad. ¿Qué puedo hacer?
Y eso que es un actor famoso. Así que le dice el psiquiatra:
¿Por qué no deja de actuar? Si piensa que no tiene talento, que no es el trabajo para el que está destinado, ¿por qué no deja ese trabajo?
El actor replicó:
¿Cómo? ¿Después de veinte años y cuando casi me he hecho famoso?
TAMBIÉN INVIERTES EN TUS SUFRIMIENTOS. Observa una cosa. Cuando desaparece un problema, fíjate: el verdadero problema irá a parar inmediatamente a otra cosa. Es como la serpiente que se desprende sin cesar de la vieja piel, pero la
serpiente sigue existiendo. El «¿por qué?» es la serpiente. Así era cuando llorabas.
Ahora has dejado de llorar; ríes. La serpiente se ha desprendido de la piel vieja. Ahora el problema es: «¿Por qué?». ¿No puedes concebir una vida sin un «¿por qué?».
¿Por qué haces de la vida un problema? La vida es tan inmensamente hermosa...
¿Por qué no vivirla ahora mismo? Llorar es un gesto de vida. También reír es un gesto de vida. A veces estás triste. Es un gesto de vida, un estado de ánimo. Hermoso. A veces eres feliz, estás desbordante de alegría, bailando. También eso es bueno y hermoso.
Ocurra lo que ocurra, acógelo y quédate con ello, y poco a poco comprobarás que te has librado de la costumbre de hacer preguntas y de crearle problemas a la vida.
Y cuando no creas problemas, la vida desvela todos sus misterios. Nunca se desvela ante una persona que no para de hacer preguntas. La vida está dispuesta a abrírsete si no la conviertes en un problema. Si creas problemas, el mismo hecho de crear problemas te cierra los ojos. Te vuelves agresivo con la vida.
En eso consiste la diferencia entre el logro científico y el logro religioso. El científico es como un hombre agresivo, que intenta arrancarle verdades a la vida, que obliga a la vida a entregar verdades... casi a punta de pistola, con violencia. El religioso no apunta a la vida con una pistola, haciéndole preguntas.
El hombre religioso simplemente se relaja con la vida, flota con ella, y la vida revela muchas cosas al religioso, pero no se las revela al científico. El científico siempre andará recogiendo las migas que han quedado en la mesa. Nunca será invitado al banquete.
Quienes viven la vida, la acogen, la aceptan con alegría, sin preguntas, con confianza, esos son los invitados.
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