NOSOTROS CREAMOS a todos los dictadores del mundo porque necesitamos que alguien nos diga lo que tenemos que hacer. Y existe una razón muy sutil para ello: cuando alguien te dice lo que tienes que hacer, no es tuya la responsabilidad de si está bien o mal. Te libra de toda responsabilidad; no tienes que pensar en ello, ni
preocuparte. Toda la responsabilidad recae sobre la persona que te ordena que hagas algo.
Las personas como Hitler, Stalin o Reagan no ocupan posiciones de poder solamente por sus cualidades. Están ahí porque millones de personas quieren que les digan lo que tienen que hacer, porque si nadie les da órdenes están perdidas. Nosotros creamos a los dictadores.
Hitler estaba medio loco, pero Alemania, una de las naciones más inteligentes del mundo, creadora de una gran tradición de filósofos, pensadores, teólogos de primera categoría... Incluso en el siglo XX Alemania ha dado al mundo personas como Martin Heidegger... Yo he estudiado a todos los filósofos, pero Heidegger posee tal genio, tal originalidad en sus enfoques de las cosas, completamente nuevos... Y sin embargo era seguidor de Hitler, lo apoyó. Me planteé cuál podría ser la razón y por qué toda una nación apoyó a aquel loco.
La razón está en que nadie quiere responsabilidades, pero en el momento en que pierdes tu responsabilidad —piensas que es una carga y otro la acepta— también pierdes tu individualidad, también pierdes tu libertad.
La responsabilidad no es distinta de la libertad, de la individualidad. En cuanto descargas tu responsabilidad sobre otro, se disuelve tu identidad. Por supuesto, nadie te echará la culpa si algo se tuerce, pero habrás perdido tu alma.
Se condena a los dictadores, pero nadie se para a pensar en la psicología, en cómo se crean los dictadores, en quiénes los crean. Somos nosotros quienes los creamos, y lo hacemos con la esperanza de que ellos asuman la responsabilidad. Pero no nos damos cuenta de que junto con nuestra responsabilidad se nos va la libertad, y también la individualidad, la democracia, la libertad de pensamiento y de expresión, todo.
Perdemos el alma en cuanto dejamos nuestra responsabilidad en manos de otro. Y a algunas personas les gusta dominar, dar órdenes son dementes.
De modo que es una situación extraña. A la gente le gusta que la libren de responsabilidades, y por otra parte hay personas dispuestas a cargar con todas las responsabilidades, porque así también se llevan toda tu libertad. Se llevan tus derechos, tu individualidad: son personas motivadas únicamente por el deseo de poder. Su demencia es distinta, pero a mí me parece que se ajusta a ciertas necesidades. Pienso que existe cierta sincronía entre quienes quieren librarse de las responsabilidades sin darse cuenta de que al mismo tiempo van a deshacerse de su alma, y los otros locos, que solo rinden culto a una cosa: el poder.
¿Podría hablarnos sobre la violencia?
El hombre es un dilema, porque el hombre es una dualidad. El hombre no es un solo ser, sino que está compuesto de pasado y futuro. El pasado representa lo animal y el futuro lo divino. Entre ambos está el momento presente, entre ambos está la existencia del ser humano, dividida, desgarrada, expuesta al empuje de dos polos
diametralmente opuestos.
Si el ser humano retrocede hacia el pasado es un animal. Por eso la ciencia no cree que el hombre sea nada más: otro animal, porque la ciencia solo investiga el pasado. Darwin y otros, sí, tienen razón en cuanto a que el hombre nació de los animales. Eso es cierto en cuanto al pasado, pero no en cuanto a la totalidad del hombre.
La religión indaga en lo posible, en lo que puede ocurrir pero aún no ha ocurrido.
La ciencia disecciona la semilla y no encuentra la flor. La religión es visionaria, soñadora, y es capaz de ver lo que aún no ha sucedido: la aparición de la flor. Por supuesto, no se puede encontrar, esa flor no se puede encontrar diseccionando la semilla. Hace falta intuición, no capacidad analítica, sino una especie de visión, de enfoque poético. Solo un verdadero soñador puede ver lo que aún no ha ocurrido.
La religión indaga en lo posible y descubre que el hombre no es animal, sino divino, que el hombre es Dios. Las dos cosas son verdad. El conflicto no tiene fundamento. El conflicto entre ciencia y religión no tiene sentido. Sus enfoques, sus métodos de trabajo y los terrenos que abarcan son completamente distintos.
La ciencia siempre lo reduce todo a los orígenes, mientras que la religión siempre salta hacia el destino final. El hombre es ambas cosas, es un dilema, una angustia constante: ser o no ser, ser esto o aquello.
El ser humano solo puede alcanzar la paz de dos maneras, y una consiste en volver a la animalidad. Entonces será uno, no habrá división, volverán a reinar la paz, el silencio, la armonía... Por eso hay millones de personas que intentan ser animales, siguiendo caminos diversos.
La guerra ofrece la oportunidad de volver a ser animales, y de ahí su gran atractivo. En el transcurso de tres mil años de historia se han librado cinco mil guerras.
La guerra estalla sin cesar, en un lugar u otro. No pasa un solo día sin que un ser humano mate a otros. ¿Por qué tal regocijo en la destrucción, en la muerte? La razón está oculta en las profundidades de la psicología humana.
En el momento en que matas, de repente eres solo uno; vuelves a ser animal y desaparece la dualidad. De ahí la tremenda fuerza de atracción del asesinato y del suicidio.
Aún no se puede convencer al hombre de que no sea violento.
La violencia estalla. Cambian los nombres, las consignas, pero la violencia sigue siendo la misma. Puede estallar en nombre de la religión, en nombre de la ideología política, de cualquier cosa absurda; basta un partido de fútbol para que la gente se vuelva violenta.
A la gente le interesa tanto la violencia que si no pueden ejercerla por sí mismos, porque corren demasiados riesgos y piensan en las consecuencias, encuentran formas indirectas para hacerlo. La violencia es indispensable en el cine y en la televisión; nadie ve una película sin violencia. El ver violencia y sangre te recuerda de repente tu pasado animal, te olvidas del presente, te olvidas por completo del futuro; te transformas en el pasado.
Te identificas con lo que ocurre en la pantalla, que en cierto modo se convierte en tu propia vida. Dejas de ser espectador; en esos momentos participas, estableces una relación.
La violencia ejerce una gran atracción.
La sexualidad también ejerce gran atracción, porque solo en los momentos de sexo os hacéis uno; el resto del tiempo sois dos, estáis divididos, y persisten la angustia y la ansiedad.
La violencia, el sexo y las drogas contribuyen, al menos de momento, temporalmente, a recaer, a volver a la animalidad, pero ese estado no puede ser permanente.
Hay que comprender una ley fundamental: que nada puede retroceder. En el mejor de los casos, se puede simular, se puede engañar, pero nada puede retroceder, porque el tiempo no retrocede. El tiempo siempre va hacia delante. No se puede reducir a un joven a niño, ni a un anciano a joven; es imposible. El árbol no puede reducirse a la semilla original; también eso es imposible.
La evolución continúa constantemente y es imposible evitarla u obligarla a retroceder.
Por consiguiente, todos los esfuerzos de los hombres por ser animales y encontrar la paz están abocados al fracaso. Puedes emborracharte o drogarte, con marihuana, con LSD, hasta perder el conocimiento. De momento desaparecen todas las preocupaciones,
de momento dejas de formar parte de una existencia problemática, te trasladas a una dimensión completamente diferente, pero solo momentáneamente.
Mañana por la mañana habrás vuelto, y al volver el mundo será aún más feo que antes y la vida más problemática que nunca. Porque mientras estabas obnubilado, adormilado por las drogas, los problemas iban aumentando. Los problemas se complicaban aún más. Mientras pensabas que habías superado esos problemas, se
enraizaban aún más en tu ser, en tu inconsciente.
Mañana habrás vuelto al mismo mundo, y parecerá más feo al compararlo con la paz que habías logrado con la reducción, la obnubilación, el olvido.
En comparación con esa paz, el mundo te parecerá aún más peligroso, más complejo, más aterrador, y entonces solo podrás seguir un camino: aumentar la dosis de droga. Pero eso no te
ayudará durante mucho tiempo, y no es el camino para salir del dilema. El dilema permanece, persiste.
El único camino consiste en dirigirse hacia lo divino; el único camino es hacia delante, convertirte en lo que potencialmente eres, transformar lo potencial en real.
El hombre es Dios en potencia, y a menos que se transforme en Dios real no existe posibilidad alguna de satisfacción.
Las personas también se han planteado eso: ¿cómo hacerse divino? Y al hacerse divino, ¿adonde va a parar lo animal?
La solución más sencilla que se ha encontrado en el transcurso de los siglos consiste en reprimir lo animal. Es la misma solución: o reprimir lo divino, mediante la violencia, el sexo, las drogas, olvidar lo divino, que en realidad no es una solución, que nunca logra nada, porque está abocada al fracaso por la naturaleza misma de las cosas, o reprimir lo animal, olvidar lo animal, no mirarlo, enterrarlo en las profundidades del subconsciente para no toparse con él en la vida cotidiana, para no verlo.
El hombre piensa casi de la misma manera que el avestruz. El avestruz piensa que si no lo ve, el enemigo no existe. Por eso, cuando se encuentra con el enemigo, cierra los ojos, y piensa que no existe porque no lo ve.
Lo mismo han hecho el 99 por ciento de las personas religiosas en el transcurso de los siglos. En el uno por ciento restante incluyo a los Buda, Krisna, Kabir. El 99 por ciento de las personas religiosas se han limitado a actuar como los avestruces, algo totalmente inútil.
Reprime el animal que hay en ti, te dicen. Pero no puedes reprimirlo porque tiene mucha energía. Es tu pasado, con una antigüedad de millones de años. Está profundamente enraizado en ti, y no puedes deshacerte fácilmente de él por el simple hecho de cerrar los ojos. Eso es una estupidez.
Y el animal es tu base, son tus cimientos. Naces animal, sin diferencias con otros animales. Puedes ser diferente, pero no lo eres; por el simple hecho de nacer no te haces diferente. Sí, tienes un cuerpo distinto, pero no mucho. También otra clase de
inteligencia, pero no demasiado. Hay una diferencia de cantidad, pero no de cualidad.
Si las investigaciones más modernas aseguran que incluso las plantas son inteligentes, sensibles, conscientes, ¿qué decir de los animales? Algunos investigadores sostienen que hasta los metales tienen una especie de inteligencia, de modo que la diferencia entre el hombre y el elefante, entre el hombre y el delfín o entre el hombre y el mono no es una cuestión cualitativa, sino cuantitativa, una cuestión de grados.
Simplemente tenemos un poco más de inteligencia. No supone una gran diferencia, al menos no una verdadera.
Se produce el cambio cualitativo únicamente cuando el ser humano se despierta plenamente, cuando se transforma en Buda; entonces sí existe una diferencia real.
Entonces deja de ser animal, entonces se hace divino, pero ¿cómo conseguirlo?
El 99 por ciento de las personas religiosas llevan siglos equivocándose, siguiendo la misma lógica que quienes se entregan a la violencia, al sexo, al alcohol. Es la misma lógica, la de olvidar lo animal. Se han desarrollado numerosas técnicas con este fin:
manirás para mantenerse ocupado con los cánticos y olvidar así lo animal, repetir «Rama, Rama, Rama, Rama», tan rápidamente que la mente se llena con las vibraciones de esa única palabra. Se trata de un intento de evitar lo animal, pero el animal sigue dentro.
Puedes entonar «Rama» durante siglos enteros, pero no vas a cambiar lo animal con un truco tan simple. No puedes engañar al animal que hay dentro de ti. Y tu religiosidad será superficial. Con solo rascar un poco, se descubre el animal dentro de la persona religiosa, solo con rascar un poquito. La llamada religiosidad no es ni siquiera superficial. Es pura simulación, una formalidad, un ritual social.
Vas a la iglesia, lees la Biblia o el Gita, entonas cánticos, rezas, pero es pura ceremonia. No pones el corazón en ello. Y el animal que habita en tu interior se ríe de ti, te ridiculiza. Sabe perfectamente quién eres, dónde estás, y sabe manipularte. Puedes
llevar horas enteras entonando cánticos, y si pasa a tu lado una mujer guapa, de repente se acaban los cánticos y te olvidas por completo de Dios. El olor que sale de la panadería... y adiós. Adiós a «Haré Krisna Rama» y todo lo demás.
Basta cualquier cosilla. Alguien te insulta y te enfadas, el animal interior se dispone a vengarse, te encolerizas. En realidad, las personas religiosas se enfadan más que nadie, porque las demás no se reprimen. Y las personas religiosas tienen más perversiones
sexuales que nadie, porque las demás no se reprimen. Habría que observar los sueños de esas personas, porque durante el día pueden reprimirse, pero no por la noche, cuando duermen...
El mahatma Gandhi dejó escrito que tenía sueños sexuales incluso a los setenta años de edad. ¿Por qué los sueños sexuales a semejante edad? Decía: «Me he hecho disciplinado por el día; no me viene un solo pensamiento sexual durante el día, pero por la noche soy incapaz, soy inconsciente, y desaparecen toda disciplina y todo control».
Freud tiene una teoría muy valiosa, que para conocer a una persona hay que conocer sus sueños, no su vida de vigilia, que es fingida. Su vida real se muestra en los sueños, porque los sueños son más naturales, sin represión, disciplina ni control. De ahí que el psicoanálisis no se ocupe de la vida durante la vigilia. Hay que tenerlo muy en cuenta, que la vida de vigilia es tan fingida que el psicoanálisis no se fía de ella. No vale para nada. El psicoanálisis penetra en los sueños porque son mucho más auténticos que la llamada vigilia.
Resulta irónico que el psicoanálisis no se fije en la vigilia, lo que consideramos la vida real, porque la considera más irreal que los sueños. Los sueños son mucho más reales, porque, al estar profundamente dormido, no puedes distorsionarlos, porque la mente consciente está dormida y el inconsciente es libre de participar. Y el inconsciente es la verdadera mente, porque la mente consciente solo constituye una décima parte del total. Nueve décimas partes son la mente inconsciente, nueve veces más poderosa que la consciente.
¿Y qué haces cuando luchas contra la sexualidad, la ira, la codicia? Lo arrojas al inconsciente, a la oscuridad del sótano, pensando que al no verlas te estás librando de ellas. Pero no es así.
El 99 por ciento de las personas religiosas se reprimen, y cuando se reprime hay algo que llega aún más profundo, que se convierte en parte del ser y empieza a afectar de una manera tan sutil que quizá no se tenga conciencia de ello. Tiene muchas artimañas; no sigue caminos directos, porque en ese caso lo reprimirías. Entonces actúa
de una forma tan sutil, tan tortuosa, tan engañosa, enmascarada, que ni siquiera puedes reconocerlo como sexualidad.
Incluso puede enmascararse como oración, amor, ritual religioso, pero si profundizas, si accedes a quedar al desnudo ante alguien que pueda observar y comprender el funcionamiento interno de tu mente, te sorprenderá comprobar que es la misma energía discurriendo por canales distintos. Tiene que discurrir por distintos
canales, porque la energía nunca puede reprimirse.
Debemos comprenderlo de una vez por todas: la energía jamás puede reprimirse.
La energía puede transformarse, pero no reprimirse.
La verdadera religión consiste en una alquimia, en técnicas y métodos de transformación. La verdadera religión consiste en no reprimir lo animal sino en purificarlo, en elevar lo animal a lo divino, en utilizar y domar lo animal para ascender a lo divino. Puede convertirse en un vehículo enormemente poderoso, porque es poder.
La sexualidad puede utilizarse como una gran fuente de energía, acceder con ella a las puertas mismas de Dios, pero si la reprimes te enredarás cada vez más.
Si reprimes la sexualidad, se desatará la ira; toda la energía que iba a convertirse en sexualidad se transformará en ira. Y más vale entregarse al sexo que a la ira. En el sexo, al menos hay algo de amor, mientras que en la ira hay violencia pura y nada más.
Cuando alguien reprime su sexualidad, se vuelve violento y vuelca esa violencia sobre sí mismo o sobre otros. Estas son las dos posibilidades: o convertirse en sádico y torturar a otros, o masoquista y torturarse a sí mismo. Pero en cualquier caso, habrá
tortura.
¿Sabéis por qué nunca se ha permitido a los soldados que mantuvieran relaciones sexuales? Porque si se les permite tener relaciones sexuales no almacenan suficiente ira, suficiente violencia en su interior. La práctica del sexo supone una liberación, se
ablandan, y una persona blanda no puede luchar. Si se priva de sexo a un soldado, luchará mejor. En realidad, la violencia sustituirá la sexualidad.
Sigmund Freud tenía razón al decir que todas las armas no son sino símbolos fálicos: la espada, el cuchillo, la bayoneta, no son sino símbolos fálicos. No se permite al soldado que entre en el cuerpo de otro, en el cuerpo de una mujer. Está loco por penetrar y es capaz de cualquier cosa, y su ser se inunda de un deseo perverso. Es la represión sexual, y le gustaría penetrar el cuerpo de alguien con una bayoneta, con una espada...
En el transcurso de los siglos se ha obligado a los soldados a reprimir sus deseos sexuales.
En el siglo XX hemos visto lo que ocurría. Los soldados estadounidenses son los mejor equipados del mundo, científica y tecnológicamente, son los mejor preparados del mundo, pero se han mostrado más débiles que los demás. En Vietnam, un país pobre, intentaron vencer durante años y tuvieron que aceptar la derrota. ¿Por qué? Porque el soldado estadounidense estaba sexualmente satisfecho por primera vez en la historia, no privado de sexo. Ese fue el problema. No podía vencer. Un país pobre y pequeño como Vietnam... es un milagro. Si no se entiende la psicología parece un
milagro. Con tanta tecnología, con tanta ciencia moderna y tanto poder... y los soldados estadounidenses no pudieron hacer nada.
Pero no es nada nuevo, sino una antigua verdad, como demuestra la historia de la India. La India es un país grande, uno de los mayores, solo comparable a China, el segundo país más extenso del mundo, y ha sido conquistada muchas veces por países pequeños. Turcos, mogoles, griegos... Muchos vinieron a este gran país, que fue
inmediatamente derrotado y conquistado. ¿Por qué razón? Y los pueblos que vinieron a conquistar eran pobres y estaban hambrientos.
Según mi análisis de la historia de este país, los indios no estaban sexualmente reprimidos en el pasado. Eran los días en que se construyeron templos como los de Khajuraho, Konarak, Puri... Entonces la India no estaba sexualmente reprimida. A pesar de los llamados mahatmas, muy escasos, la mayor parte de la población estaba satisfecha sexualmente; reinaban la dulzura, el cariño, la gentileza. A la India le resultaba difícil pelear. ¿Para qué? Piensa en ti mismo. Si quieres pelear, tendrás que privarte de sexo unos cuantos días. No hay más que preguntárselo a Mohamed Alí y a
otros boxeadores: antes de un combate tienen que mantenerse célibes unos cuantos días. Es algo obligado. No hay más que preguntarles a los atletas que participan en los Juegos Olímpicos: antes de la competición se privan de sexo durante varios días. Eso les proporciona empuje, violencia, los hace capaces de luchar. Corren más rápido, atacan más rápido, porque la energía hierve en su interior. Por eso siempre se ha reprimido a los soldados.
Si los soldados de todos los ejércitos del mundo estuvieran sexualmente satisfechos habría paz. Si se permitiera que la gente estuviera sexualmente satisfecha habría menos enfrentamientos entre musulmanes e hindúes, menos guerras santas entre cristianos y musulmanes. Todas esas estupideces desaparecerían.
Si se propaga el amor, desaparecerá la guerra. No pueden coexistir.
La represión no es el camino. El camino es la transformación.
No hay que reprimir nada.
Si existe en ti el deseo sexual, no lo reprimas, porque entonces surgirán más problemas que resultarán más difíciles de resolver.
Si puedes llegar a una sexualidad natural, espontánea, las cosas resultarán muy sencillas, increíblemente sencillas. Entonces tu energía es natural, y la energía natural no pone ningún obstáculo a la transformación. Por eso insisto en que se puede pasar del sexo a la superconciencia.
La transformación solo puede darse cuando aceptas tu ser natural.
Todo lo natural es bueno. Sí, también es posible algo más, pero ese más será posible solamente si aceptas tu naturaleza en su totalidad, si la abrazas, si no te sientes culpable. Ser culpable, sentirse culpable, equivale a ser irreligioso. En tiempos pasados se nos decía justo lo contrario: siéntete culpable y así serás religioso. Lo que yo digo es que si te sientes culpable nunca serás religioso.
Hay que acabar con el sentimiento de culpa. Eres como Dios te ha hecho, eres lo que la existencia te ha hecho. La sexualidad no es una creación tuya, sino un don de Dios.
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