La mente no para de pedir, como una mendiga. Voy a contar una antigua parábola...
UN MENDIGO LLAMÓ UN DÍA A LAS PUERTAS DE UN PALACIO. Dio la casualidad de que el rey iba a salir en ese momento al jardín a dar su paseo matutino y abrió la puerta. El mendigo dijo:
Parece un día de suerte para ti.
¿Para quién? preguntó el rey. ¿Para ti o para mí?
El mendigo contestó:
Se decidirá al final del día. Soy un mendigo y solo pido una cosa. Tengo este cuenco para las limosnas. ¿Puedes llenarlo, con lo que quieras?
El mendigo parecía un poco raro. Tenía ojos de místico, y su forma de hablar no era propia de un mendigo, sino de un emperador. Lo rodeaba un aura de gran autoridad. El rey le ordenó al primer ministro que llenara el cuenco de monedas de oro para que el mendigo recordase que había llamado a las puertas del palacio real y que por eso él era el que tenía suerte. El mendigo se echó a reír.
El rey preguntó:
Bueno, ¿qué pasa?
El mendigo respondió:
Todo se decidirá por la noche.
Su comportamiento era extraño pero también interesante. Era un hombre muy hermoso.
Y entonces empezaron los problemas. Cuando el primer ministro llenó el cuenco de monedas de oro, desaparecieron todas y el cuenco siguió vacío. Más monedas, y más y más... Llevaron todas las monedas de las arcas reales, y todas desaparecieron. La ciudad
entera se congregó ante el palacio cuando la noticia se propagó como reguero de pólvora. El rey dijo:
Traed todos los diamantes, los rubíes, las esmeraldas... Hay que llenar el cuenco del mendigo a toda costa.
Pero todo desaparecía en el cuenco, que seguía tan vacío como antes.
El rey acabó por perderlo todo. Había caído la noche. En la capital había habido gran agitación durante el día. El rey seguía insistiendo pero llegó un momento en el que ya no tenía sentido, porque no podía dar nada más. Se postró a los pies del mendigo y le rogó que le contara el secreto del cuenco.
¿Es un cuenco mágico? Ya es de noche y me has dicho muchas veces: «Por la noche, al anochecer, todo quedará decidido». Ya es la hora, y en cierto modo ya se ha decidido todo. Me ha derrotado un mendigo. Pero tú no eres un mendigo normal y corriente. Lo único que quiero saber es el secreto del cuenco.
El mendigo contestó:
No hay ningún secreto. Lo conoce todo el mundo. No tienes más que mirar de cerca este cuenco. Es el cráneo de un hombre.
El rey dijo:
No te entiendo.
El mendigo replicó:
Nadie lo entiende. En el cráneo de un hombre está su mente. Echas cosas y más cosas dentro y todo desaparece. Siempre pide más, siempre está vacía. Es una mendiga, y eso no se puede cambiar. Lo único que puedes hacer es comprenderlo y cambiarlo.
ESTA ES LA SITUACIÓN EN LA QUE TE ENCUENTRAS TÚ TAMBIÉN. No te sentirás satisfecho si le haces caso a la mente. Si no le haces caso a la mente, desde este mismo momento te sentirás feliz. Puedes elegir entre el sufrimiento de la mente... porque la
mente siempre sufrirá, pidiendo más y más, y ese deseo no tiene fin.
YO TENÍA UN AMIGO CON MUCHO DINERO. NO era de familia rica, sino todo lo contrario; su padre era muy pobre, y nos hicimos amigos cuando era pobre. Fue adoptado por una de las familias más ricas de la India, que no tenía hijos. Ese hombre se hizo rico, el más rico de la India, y tendría que haberlo disfrutado. No habría acumulado tales riquezas ni aunque hubiera trabajado durante cientos de vidas. Y de repente se vio con todo ese dinero, pero no era feliz. Quería más.
No le bastaba con el dinero; también quería ser un gran líder. Y como tenía dinero, combatió en la campaña electoral y lo eligieron diputado. Pero no le pareció suficiente: quería formar parte del gobierno, y gracias a su dinero llegó a viceministro. Tampoco se
conformó con eso. Un día me dijo:
Quiero ser ministro.
Yo repliqué:
¿Crees que te conformarás con eso?
Creo que sí.
Eso piensas ahora, pero cuando seas ministro no pensarás lo mismo.
Fue nombrado ministro e inmediatamente vino a verme y me dijo:
Tenías razón. El día mismo en que fui nombrado ministro mi mente me dijo: «Has recorrido un largo camino, y llegar a presidente del país no queda demasiado lejos. Solo te faltan unos cuantos pasos más». Pero tengo tantas preocupaciones, tantas
tensiones, que ni siquiera puedo dormir, ni disfrutar de nada. Mientras como, pienso en la política, mientras hago el amor con mi mujer, pienso en la presidencia. Se me ha liado todo. Ayúdame a encontrar la paz mental.
Yo le dije:
Primero, ministro. Después, tu mente dice: «Tienes que ser presidente del país».
Si sigues haciendo caso a la mente, no tendrás paz. Si deseas paz, deja de hacerle caso y olvídate de todas esas cosas que has logrado haciéndole caso. Cuando eras pobre eras un hombre feliz, alegre. No tenías nada, pero sí un ser maravilloso. No estoy diciendo que
tires el dinero, sino que no permitas que te domine la mente. Así tendrás paz estés donde estés.
SÍ TE DOMINA LA MENTE, INCLUSO EN EL PARAÍSO DIRÁ: «¿Y esto es el paraíso? Tiene que haber algo más». Todas las casas parecen viejas y en ruinas, porque llevan allí toda la eternidad. Todas las personas parecen tristes y serias; también ellas llevan allí toda la eternidad. El polvo se ha acumulado sobre su piel; no tienen nada que hacer allí, y han perdido su dignidad. Han alcanzado el paraíso, pero han perdido su carácter humano; ni siquiera pueden reír.
¿Sabías que la risa está prohibida en el paraíso? Ningún libro sagrado de ninguna religión dice que el humor sea una cualidad religiosa... pero yo sí lo digo. Nadie está dispuesto a que el humor forme parte del sentimiento religioso. ¿Os imagináis qué harán
todos esos, santos muertos, resecos, en el paraíso? No pueden amar, no pueden jugar a las cartas, ni siquiera jugar al fútbol. No pueden ver la televisión —no es algo piadoso—, no pueden tomarse una taza de té, no trabajan y, por consiguiente, ni siquiera tienen unos momentos para tomarse el café. Sus días están vacíos, y también sus noches; deben de estar deseando volver a la tierra. Aquí, al menos los veneraban como santos; allí nadie los venera porque todos son santos.
Pero nadie puede volver del paraíso. El paraíso tiene puerta de entrada, pero no de salida, y antes de entrar en él conviene pensárselo dos veces: va a ser el último acto, y después se acabó. Es casi como entrar en la tumba. Pero la mente no dudará en decir:
«Esto no es el paraíso. ¡Búscalo! Esto parece una broma, como si detrás de todo esto estuviera el diablo. Menuda broma decir que esto es el paraíso». Ni siquiera en el paraíso te permitirá la mente tener paz, porque la paz y la mente no se llevan bien.
Joshua Liebman, uno de los rabinos más conocidos de Estados Unidos, ha escrito un libro titulado La paz de la mente. Yo le escribí una carta —el libro se vende muy bien — en la que le decía: «Me parece que no tiene ni idea de lo que es la mente. Ni siquiera
sabe que hablar de la paz de la mente es una contradicción, y precisamente así se titula su libro. El título debería ser O la paz o la mente».
Mi carta debió de horrorizarlo. Desde luego, no me contestó. Volví a escribirle. «No está nada bien esa cobardía en un rabino. Cambie el título o déme una explicación.» Ni ha cambiado el título ni me ha dado una explicación, y yo le pedía algo muy sencillo. Paz de la mente... No existe semejante cosa.
O existe la paz y entonces no hay mente, o existe la mente y entonces no hay paz.
El título de ese libro debería ser O la paz o la mente, pero el rabino no puede cambiarlo, porque sobre eso trata el libro, sobre la paz de la mente y cómo lograrla. Expone métodos y maneras para lograrla, y si cambiara el título, no encajaría con el libro.
Comprende que le he puesto en una situación difícil: si cambia el título, no encajará con el libro. Tendrá que reescribirlo por completo y no puede hacerlo porque no comprende que la mente es el origen de todas las tensiones, angustias y preocupaciones. No puede estar en paz; es imposible.
En esto consiste la esencia de los experimentos realizados con la espiritualidad en Oriente desde hace milenios: o la paz o la mente. Tú eliges. La paz es un fenómeno muy normal, muy sencillo. Y tú lo experimentas, pero al mismo tiempo la mente no para de
comentar: «Tiene que haber algo más. No te pares. Sigue buscando».
Tienes que decirle a la mente: «¡Cállate!». Es tu mente, y tienes derecho a decirle que se calle, que no vas hacer caso a esas tonterías.
Disfruta de lo que tienes, y cuanto más lo disfrutes más crecerá. Esa es la paradoja, que la mente pide más y más y se inquieta más y más.
Sin la mente, vives la paz, el amor, el silencio, y al vivirlos, crecen y profundizan. Tu felicidad adquirirá alas lentamente, empezará a ser una dicha, una bendición.
Siempre habla en contra de la mente, dice que debemos olvidarnos de ella, mandarla callar, que no es necesaria en la búsqueda de la verdad. ¿Para qué sirve entonces? ¿Es completamente dañina?
La mente es una de las cosas más importantes de la vida, pero solo como criada, no como ama. En cuanto la mente se adueña de ti, surge el problema: reemplaza a tu corazón, reemplaza a tu ser, se apodera por completo de ti. Entonces, en lugar de cumplir tus órdenes, empieza a darte órdenes a ti.
No digo que haya que destruir la mente, el fenómeno más evolucionado de la vida.
Lo que digo es lo siguiente: «Procura que el criado se convierta en amo».
Recuerda que tu ser es lo primero, lo segundo tu corazón y lo tercero la mente. En eso consiste la personalidad equilibrada de un verdadero ser humano.
La mente es lógica... tremendamente útil, y no se puede sobrevivir sin ella en el mundo. Yo jamás he dicho que no se deba utilizar la mente en el mundo; todo lo contrario. Pero has de ser tú quien la utilice, no ella a ti. Una enorme diferencia...
Es la mente la que nos ha proporcionado la tecnología, la ciencia, pero como ha dado tanto, se ha erigido en dueña de tu ser. Ahí es donde comienza el daño, porque cierra por completo las puertas del corazón.
El corazón no resulta útil, no tiene ningún objetivo que cumplir. Es como una rosa.
La mente puede darte pan, dinero, pero no alegría. No contribuye a que disfrutes de la vida. Es muy seria y ni siquiera tolera la risa. Y una vida sin risa está por debajo de los niveles humanos, se hace infrahumana, porque solo el hombre, entre todas las formas de vida, es capaz de reír.
La risa es indicio de la conciencia en su máxima expresión. Los animales no ríen, ni los árboles, como tampoco pueden reír las personas enjauladas en la mente, como los santos, los científicos y los llamados grandes dirigentes. Son demasiado serios, y la
seriedad es una enfermedad. Es el cáncer del alma, la destrucción del alma.
Y como estamos en manos de la mente, toda su creatividad se ha puesto al servicio de la destrucción. Mientras la gente se muere de hambre, la mente se afana en acumular armas nucleares. Mientras la gente pasa hambre, la mente se empeña en llegar a la Luna.
La mente no tiene compasión. Para la compasión, para el amor, para la alegría, para la risa... hace falta un corazón, libre de la prisión de la mente.
El corazón posee un valor superior. De nada sirve en el mercado; el mercado no da significado a la vida. El mercado es la más baja de todas las actividades humanas.
Cuánta razón tiene Jesús al decir: «No solo de pan vive el hombre». Pero con la mente únicamente puede ganarse uno el pan. Sirve para sobrevivir, pero la supervivencia no es lo mismo que la vida. La vida necesita algo más: la danza, el canto, la alegría.
Por eso quiero que pongas cada cosa en su sitio. Habría que hacer caso al corazón en primer lugar si existiera cualquier conflicto entre la mente y el corazón. En cualquier conflicto entre el amor y la lógica, la lógica no puede ser determinante; ha de serlo el amor. La lógica no aporta savia; es un elemento seco. Sirve para los cálculos, para las matemáticas y la tecnología científica, no para las relaciones humanas, ni para el crecimiento del potencial interno de cada persona.
Por encima del corazón está el ser. Al igual que la mente es lógica y el corazón es amor, el ser es meditación. Ser equivale a conocerte a ti mismo, y al conocerte a ti mismo conocerás el significado de la existencia.
Conocer el ser significa hacer la luz en la oscuridad del mundo interior, y a menos que te ilumines interiormente, la luz del exterior no te servirá de nada. Dentro de ti solo existe la oscuridad, la oscuridad absoluta, la inconciencia, y todos tus actos brotarán de
esa oscuridad, de esa ceguera.
Por eso no debes interpretarme mal cuando digo algo en contra de la mente. No es que esté en contra de la mente, ni que quiera que la destruyas.
Lo que quiero es que seas una orquesta. Con los mismos instrumentos musicales se puede hacer un ruido espantoso si no sabes componer una sinfonía, crear una síntesis, poner las cosas en su sitio. El ser debería ser tu aspiración... no existe nada más allá de
eso... es una parte de Dios en tu interior. Te dará lo que no pueden darte ni la mente ni el corazón; te dará el silencio, te dará la paz, la serenidad. Te dará la dicha y, por último, la sensación de la inmortalidad. Al conocer el ser, la muerte se torna pura ficción y la vida adquiere alas, vuela a la eternidad. No se puede decir de la persona que no es consciente de su propio ser que esté realmente viva. Puede ser un mecanismo útil, un robot...
Encuentra tu ser, tu ser real, tu existencia, mediante la meditación. Y mediante el amor, mediante el corazón, comparte tu dicha. En eso consiste el amor, en compartir la dicha, la alegría, la danza, el éxtasis.
La mente tiene su función en el mercado, pero cuando vuelves a casa la mente no debería seguir funcionando, con su cháchara. En cuanto te quites el traje, la corbata y demás, la ropa de trabajo, debes decirle a la mente: «Y ahora, quietecita. Este mundo no
es el tuyo». Esto no significa estar en contra de la mente, sino dejarla descansar. En casa, cuando estás con tu mujer, con tu marido, con tus hijos, con tus padres o tus amigos, no te hace falta la mente. Lo que necesitas es un corazón desbordante. A menos que en una casa haya un corazón desbordante, nunca será un hogar; seguirá siendo simplemente una casa. Y si en ese hogar puedes encontrar un rato para la meditación, para experimentar tu propio ser, el hogar se elevará a la cumbre, pasará a ser un templo.
La misma casa... para la mente es solo una casa; para el corazón, un hogar; para el ser, un templo. La casa es la misma, pero tú experimentas los cambios... cambian tu visión, tu dimensión, tu forma de ver y entender las cosas. Y una casa que no abarque las tres cosas es incompleta, pobre.
Una persona que no sea las tres, cosas, en armonía, cuando la mente sirve al corazón, el corazón al ser y el ser forma parte de la inteligencia que se extiende por toda la existencia... Hay quien lo llama Dios; yo prefiero llamarlo lo divino. No existe nada por encima de eso.
¿Es mi mente realmente mía o me la han implantado otros?
Tu mente está en tu interior, pero en realidad es algo que la sociedad proyecta dentro de ti. No es tuya.
Los niños no nacen con mente, sino con cerebro. El cerebro es el mecanismo, y la mente la ideología. La sociedad alimenta el cerebro y toda sociedad crea una mente según sus condicionamientos. Por eso existen tantas mentes en el mundo. La mente hindú no tiene nada que ver con la cristiana, ni la mente comunista con la budista.
Pero al individuo se le impone un engaño, que la mente es suya, y el individuo actúa de acuerdo con la sociedad, siguiendo los dictados de la sociedad, pero sintiéndose como si actuara por sí mismo. Es un truco muy astuto.
George Gurdjief contaba lo siguiente:
Un mago que vivía en las montañas tenía muchas ovejas y para ahorrarse a los criados e ir en busca de los animales todos los días, cuando se extraviaban, hipnotizó a las ovejas y les contó una historia distinta a cada una. Les impuso una mente distinta a cada
una.
A una le dijo: «No eres una oveja. Eres un hombre, o sea, que no te preocupes. Ni te van a matar ni a sacrificar, como a las demás ovejas. Ya sabes; son solo ovejas. Vamos, que no te preocupes. Puedes volver a casa tranquilamente». A otra le dijo: «Eres una leona, no una oveja», y a otra: «Eres un tigre». Y a partir de ese momento el mago empezó a sentirse tranquilo, porque las ovejas empezaron a actuar de acuerdo con la mente que él les había
dado.
Por supuesto, mataba ovejas todos los días, para que comieran su familia y él, pero las ovejas que estaban convencidas de ser leones, hombres o tigres decían entre risas: «Hay que ver lo que les pasa a las ovejas». Y no tenían miedo, a diferencia de los viejos tiempos.
Cuando aquel hombre sacrificaba una oveja antes, las demás decían temblorosas:
«Mañana es el día final. ¿Cuánto voy a vivir?». Y por eso se escapaban, para librarse del mago.
Pero luego nadie podía escaparse, porque había leones, tigres... Se les habían implantado toda clase de mentes.
HAS DE RECORDAR ALGO FUNDAMENTAL: que tu mente no es tu mente. Es algo que te ha implantado la sociedad en la que por casualidad has nacido. Si naciste en un hogar cristiano pero te hubieran trasladado inmediatamente a una familia musulmana, no tendrías la misma mente, sino una completamente distinta, que no puedes ni imaginarte.
Bertrand Russell, uno de los mayores genios de nuestra época, intentó con todas sus fuerzas librarse de la mente cristiana, no porque fuera cristiana, sino porque se la habían impuesto. Quería tener su propia visión de las cosas, una visión nueva. No quería verlas con las gafas de otros; deseaba entrar en contacto con la realidad de una forma inmediata y directa, tener su propia mente.
De modo que no se trataba de enfrentarse a la mente cristiana, porque si hubiera sido hindú habría hecho lo mismo, o si hubiera sido musulmán o comunista.
Lo que se plantea es si la mente es tuya o si te la han implantado otros, porque los demás te implantan una mente que no te sirve a ti, sino a los propósitos de esas otras personas.
Los padres, los profesores, los sacerdotes, el sistema educativo te preparan para que tengas una mente determinada, y pasas toda la vida con esa mente. Es una vida prestada, y por eso hay tanto sufrimiento en el mundo, porque nadie vive con autenticidad, nadie vive su propio ser, sino que obedece las órdenes que le han
implantado.
Bertrand Russell lo intentó con todas sus fuerzas y escribió un libro titulado Por qué no soy cristiano, pero en una carta a un amigo decía lo siguiente: «Aunque he escrito el libro, aunque no creo ser cristiano y he abandonado esa idea, en el fondo... Un día me pregunté: "¿Quién es el hombre más importante de toda la historia?".
Racionalmente sé que es Buda Gautama, pero no podría situarlo por encima de Jesucristo.
»Ese día tuve la sensación de que todos mis esfuerzos habían sido inútiles. Sigo siendo cristiano. Racionalmente sé que no existe comparación posible entre Jesucristo y Buda Gautama, pero es algo puramente racional. Emocional, sentimentalmente, no puedo situar a Buda Gautama por encima de Jesucristo. Jesucristo permanece en mi inconsciente, sigue afectando a mis actitudes, mis puntos de vista, mi conducta. El mundo piensa que ya no soy cristiano, pero yo sé que no es así... ¡Me parece tan difícil librarme de esta mentalidad...! ¡Con qué perspicacia y con qué habilidad la han desarrollado!»
Y es un proceso largo, en el que nunca pensamos. Una persona vive como mucho setenta y cinco años, y se pasa veinticinco en colegios y universidades, es decir, dedica una tercera parte de su vida a cultivar su mente, un determinado tipo de mente.
Bertrand Russell fracasó porque no sabía cómo librarse de ella. Lo intentó, pero dando palos de ciego.
Existen ciertos métodos de meditación que pueden alejarte de la mente, y entonces resultará muy fácil que desees librarte de ella, pero es imposible librarte si en primer lugar no te has separado de ella, porque ¿quién va a abandonar a quién?
Bertrand Russell luchaba con la mitad de su mente contra la otra mitad, y ambas eran cristianas... Es imposible.
Pero la sociedad quiere que seas una copia, no el original.
La estrategia para crear en ti una mente consiste en repetir ciertas cosas continuamente, y cuando una mentira se repite continuamente acaba siendo una verdad. Acaba olvidándose que al principio era una mentira.
Hitler empezó contándole una mentira al pueblo alemán, que los judíos eran la causa de sus desdichas y sus sufrimientos. Es absurdo, tanto como si alguien dijera que el sufrimiento de todo un país se debe a las bicicletas y que si las destruimos todas
desaparecerá el sufrimiento.
En realidad, los judíos eran como la columna vertebral de Alemania porque habían creado toda la riqueza de ese país. Y no tenían otra nación, de modo que la nación en la que vivieran era la suya. No tenían otra alternativa; no podían traicionar a nadie, y habían hecho las mismas cosas que el resto de los alemanes por el bienestar del país.
Pero Hitler dice lo siguiente en su autobiografía: «Da lo mismo lo que se diga, porque la verdad no existe. La verdad es una mentira repetida tantas veces que se llega a olvidar que es mentira». De modo que, según Hitler, la única diferencia entre la verdad y la mentira es que la mentira es nueva y la verdad vieja; no existe otra
diferencia. Y parece que Hitler lo sabía bastante bien.
Por ejemplo, el cristianismo, el hinduismo y el islamismo... Estas tres religiones no paran de repetir: «Hay un Dios». El jainismo, el budismo y el taoísmo, otras tres religiones, dicen lo siguiente: «No hay ningún Dios». El primer grupo de religiones está dominado por cierta mentalidad, y toda su vida invadida por la idea de Dios, el infierno, el cielo, la oración. El segundo grupo de religiones no tiene oración, porque no hay a quien orar, porque para ellas no existe un Dios y, por tanto, la pregunta ni se plantea.
Medio mundo es comunista, no cree en el alma humana y a los niños se les repite sin cesar que el hombre es materia, que cuando muere, simplemente muere y nada más, que nada permanece, que el alma no existe, y que la conciencia es un derivado.
Media humanidad repite lo mismo, como si fuera la verdad.
No se puede acusar a Hitler de afirmar cosas completamente absurdas. Parece cierto que si se repite a la gente lo mismo una y otra vez, poco a poco empieza a creérselo. Y cuando lleva siglos enteros repitiéndose, se convierte en una especie de herencia.
Tu mente no es tuya. Tampoco es joven, porque tiene siglos de antigüedad: tres mil, cinco mil años. Por eso toda sociedad teme suscitar dudas sobre la mente.
Y en eso consiste mi delito, que yo suscito dudas sobre tu mente, que deseo que comprendas que no es tu mente y que tu búsqueda debe centrarse en encontrar tu propia mente. Estar bajo el influjo de otros significa ser psicológicamente esclavo. Y la vida no es para la esclavitud, sino para probar la libertad.
La verdad existe, pero con esta mente nunca podrás conocerla, porque esta mente está llena de mentiras, de mentiras que llevan repitiéndose desde hace siglos. Puedes encontrar la verdad cuando abandonas por completo esta mente y miras la existencia con nuevos ojos, como un recién nacido. Entonces, todo lo que experimentas es verdad, y si te mantienes continuamente alerta para no permitir que los demás no interfieran en tu crecimiento interno, llega un momento en el que te armonizas tanto con la existencia que te haces uno con ella.
Solamente esta experiencia se puede denominar experiencia religiosa. No tiene nada que ver con el judaísmo, ni con el cristianismo, ni con el hinduismo. ¿Cómo puede ser una experiencia judía, hindú o musulmana? ¿No te das cuenta de lo ridículo que es eso? Comes algo que te encanta y dices que es delicioso pero ¿es cristiano, hindú o budista? Pruebas algo y dices que es dulce, pero ¿dices que es comunista, materialista o
espiritualista? Esas preguntas no tienen ningún sentido. Eso que has probado es simplemente dulce, o delicioso.
Cuando sientes la existencia de una forma inmediata, sin mediadores, sin una mente que te haya sido impuesta por otros, pruebas algo que te transforma, que te ilumina, que te transporta a la más alta cima de la conciencia.
No existe mayor plenitud, ni mayor satisfacción. Tampoco existe mayor relajación.
Has entrado en casa, y la vida es pura alegría, pura canción, pura danza, una fiesta.
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