vuestras dormidas memorias inmortales
Paramahansa YOGANANDA
Sé que mi yo superior está siempre dispuesto a elevarme más allá del mundo que percibo con mis sentidos.
La pequeña palabra de tres letras «ego» ha tenido varios significados.
En el sistema freudiano, el ego, o el yo, es el aspecto consciente de la psique que decide entre los instintos básicos del ello y la moralidad del superyo. Una persona con un «problema de ego» se considera que está centrada en el yo. Se considera que es jactanciosa, egoísta, desdeñosa, vanidosa y en general desagradable El estereotipo suele ser varón. Existen muchas otras interpretaciones de la palabra «ego». Algunos lo consideran la parte inconsciente de nosotros mismos, principalmente dedicada al odio, la malicia y la destrucción. El ego se ha descrito también como algo que siempre está dentro de nosotros, controlando nuestra vida cotidiana, y que poco podemos hacer para cambiarlo. Otros definen al ego como el aspecto exclusivamente físico de nuestra realidad, como opuesto a la parte espiritual o superior que definimos como alma.
Yo considero al ego como la idea que cada uno de nosotros tiene de sí mismo. Es decir, que el ego no constituye más que una ilusión, pero una ilusión que ejerce una gran influencia.
ANÁLISIS DEL EGO
Nadie ha visto nunca el rostro del ego. Es como un fantasma que
aceptamos que controle nuestra vida. La razón por la que nadie ha visto al ego es porque se trata de una idea.
El ego es una idea invisible, incorpórea, ilimitada... No es otra cosa que la idea que usted tiene de sí mismo: su cuerpo/mente/alma/yo. El ego como realidad tangible no existe. Es una ilusión. Mantener esa ilusión puede impedirle conocer su verdadero yo.
En mi opinión, el ego es una disposición del pensamiento errónea
que intenta presentarle como a usted le gustaría ser en lugar de como es. En esencia, el ego, la idea de uno mismo, supone una forma distorsionada de afirmar y vivir la existencia.
Es probable que haya visto la palabra AMBULANCIA escrita al revés en la parte frontal de tal vehículo, de forma que la persona que la vea por su espejo retrovisor pueda leerla. Piense en ello. Cuando usted se mira al espejo se ve al revés. Su mano derecha es su izquierda. Usted sabe que lo que tiene delante es una visión inversa, y realiza los ajustes pertinentes. No confunde la realidad con la imagen del espejo.
El ego, esa idea de uno mismo, se parece muchísimo al ejemplo del espejo, pero sin los ajustes. Su ego quiere que busque su interior en el exterior.
La ilusión externa es la principal preocupación del ego. La misión de su yo superior es reflejar su realidad interna y no la ilusión exterior.
La descripción presentada por Sogyal Rinpoche en la obra The Tibe-tan Book of Living and Dying (El libro tibetano del vivir y del morir) explica a las mil maravillas este descubrimiento: «Dos personas han estado viviendo en ti durante toda tu existencia. Una es el ego, charlatana, exigente, histérica, calculadora; la otra es el ser espiritual oculto, cuya queda y sabia voz has oído o atendido sólo en raras ocasiones». Luego Rinpoche continúa hablando de lo que él llama el sabio guía.
Dentro de usted hay un guía sabio, una parte de su verdadero yo que camina a su lado mientras avanza por la senda de su búsqueda espiritual.
Rinpoche concluye: «La memoria de tu verdadera naturaleza, con todo su esplendor y confianza, comienza a regresar a ti... Te encontrarás con que has descubierto dentro de ti mismo a tu propio guía sabio. Porque él o ella te conoce hasta los tuétanos, dado que eres tú».
Este guía sabio es usted, no la idea que tiene de sí mismo. Piense en este guía interior como en su verdadero yo y escúchele. En lugar de prestar atención al discurso del ego, oirá inspirados mensajes de sabiduría.
Y se liberará de las exigencias del ego. No estoy sugiriéndole que conquiste, derrote ni desprecie al ego.
Es importante honrar y amar todos los aspectos de nosotros mismos.
Esto incluye al mundo visible de la percepción sensorial y al mundo invisible del espíritu divino.
Esta cuarta clave de acceso a la conciencia superior tiene que ver
con su liberación de la ilusión creada por el ego de que el significado y la gratificación definitivos de su vida los hallará fuera de usted mismo.
La doma del ego es una forma de invitar a los aspectos superiores de uno mismo a obrar según su designio natural, amoroso e integrado.
A Course in Miracles deja claro este punto: «Tu misión es muy sencilla.
Se te pide que vivas de modo que demuestre que no eres un ego».
Si no tiene una profunda y rica percepción de usted mismo y de su propósito en el aquí y ahora, es probable que se deba a que cree que usted es su ego.
SIETE CARACTERÍSTICAS DEFINITORIAS DEL EGO
Librarse de las ilusiones del ego resulta más fácil cuando se conocen sus rasgos definítorios.
1. El ego es su yo falso. Su yo verdadero es eterno. Es la fuerza de Dios que habita en usted y le proporciona la energía necesaria para que ande por ahí arropado por lo que llamamos cuerpo. Creer que usted es sólo su yo físico, el cuerpo que contiene la energía, es una creencia falsa.
No es necesario repudiar al ego cuando se reconoce como un yo falso.
Lo que en realidad se está reconociendo es que el ego representa una idea de su yo que no concuerda con su verdadera identidad espiritual.
Estamos más acostumbrados a pensar que somos un cuerpo con un alma que a darnos cuenta de que somos un alma con un cuerpo. El que usted se vea según el ego —haciendo hincapié en usted como un ser físico— es una forma de amnesia, que se cura cuando reconocemos quiénes somos en verdad.
Tagore hace referencia a la falsedad del ego en este elocuente pasaje: Ese al que encierro en mi nombre está llorando en esa mazmorra, estoy siempre atareado construyendo un muro alrededor; y a medida que este muro asciende hacia el cielo día a día, pierdo de vista a mi verdadero yo en su sombra. Me enorgullezco de este gran muro, y lo enluzco con polvo y arena por miedo a que pueda quedar en mi nombre un mínimo agujero; y a pesar de todos los cuidados que tengo, pierdo de vista a mi verdadero ser.
El muro es el ego que construimos. Nos encarcela en la mazmorra de la frustración. Fíjese en que Tagore usa la expresión «verdadero ser» para describir a aquel a quien el ego le impide alcanzar su conciencia, El ego es lo opuesto de ese verdadero ser. Es el ser falso.
Nos envía mensajes falsos respecto de nuestra verdadera esencia. Cuando la escuchamos sin adoptar la posición del observador, penetramos en las tinieblas. Hacemos suposiciones en torno a lo que nos hará felices y acabamos frustrados. Nos esforzamos por hacer valer y acrecentar nuestra propia importancia, cuando lo que anhelamos es una vida más profunda y rica. Caemos repetidamente en el vacío del egocentrismo, sin saber que lo único que necesitamos es bloquear la falsa idea de quiénes somos.
2. El ego le quiere aislado. El ego quiere convencerle de que crea en la ilusión de que está aislado. Con cada dolorosa experiencia de soledad, el ego se hace fuerte. Esta falsa creencia la refuerza de manera constante nuestro entorno cultural.
Convencidos de nuestro aislamiento, vemos la vida como una competición.
La competencia aumenta la sensación de estar aislado de los demás y fomenta la ansiedad por lo que hace a nuestro lugar en el mundo. Incapaces de vernos conectados con la suprema inteligencia, la energía de Dios, nuestra ansiedad aumenta y nuestra sensación de soledad nos impulsa a buscar conexiones externas.
La sustitución de conexiones externas por conexiones internas es
lo que intentamos hacer mediante la demostración de que somos mejores que otros. La necesidad de demostrar mejor aspecto, conseguir más cosas, juzgar a los demás y encontrar defectos, son todos síntomas de la creencia errónea de que estamos desconectados y solos.
La idea de que estamos solos comienza en un momento temprano
de la vida. Sin alguien que nos presente un modelo de vida interior más rica, crecemos experimentando el dolor de la soledad, las heridas y las censuras de nuestros iguales, todo lo cual intensifica la sensación de estar aislado.
El ego se hace cada vez más fuerte en la medida en que integramos en nuestro ser la creencia de que somos seres aislados. Llegamos a convencernos de que la vida física es lo único que hay; pasamos muchísimo tiempo creyendo que somos mejores que otros; nuestra filosofía al relacionarnos es la de ser los primeros en obtener lo mejor de la otra persona. La falta de propósito y significado en la vida se suple con la creencia de que uno nace, compra, sufre y se muere. Puesto que esta ilusión del ego es lo único que existe en la vida, luchar por lo que uno quiere y derrotar a los otros configura el eje de nuestras vidas.
La asunción del aislamiento es tan profunda que convencer a alguien de lo contrario constituye una empresa de grandes proporciones.
No obstante, usted, en su fuero interno, sabe si lo que acaba de leer le describe o no. Y puede tomar la decisión de no continuar permitiendo que su ego le mantenga apartado de su yo espiritual.
Cuando uno abandona las creencias de su ego, se está en el camino de convertirse en una de esas personas a las que Jean Houston, en una entrevista para la New Dimensions Radio, describía: «Apenas si eran narcisistas, apenas egoístas. Apenas si reparaban en su individualidad.
Sencillamente no malgastaban tiempo preocupándose por sus aspectos externos. Estaban enamoradas de la vida. Se encontraban en un estado de compromiso constante con todas las facetas de la vida, cuando la mayoría de las personas son pellejos que transportan pequeños egos».
Si quiere ser como esas primeras personas tiene que conjurar la ilusión de que está aislado de los demás.
La idea que tiene de sí mismo se dará a conocer una y otra vez
cuando intente conjurar la ilusión. Y cuando sepa que no está aislado, y la idea de usted mismo se haya desvanecido, experimentará un contento jamás vivido.
Ya no tendrá que competir ni ser mejor que nadie. Ya no necesitará acumular, ni perseguir honores. Habrá dejado atrás una idea que ha cultivado durante la mayor parte de su vida. En lugar de verse como algo distinto de Dios y del universo, vivirá su vida como conexión, no como separación.
El aspecto eterno de su yo podrá entonces influir en su vida. Sentirá su conexión consigo mismo y con toda la existencia.
3. El ego le convence de que usted es alguien especial. El ego no puede reconocer que esa suprema presencia vea a todo el mundo como digno de amor. La idea de «nadie es especial» es algo que el ego no se toma a bien. Nuestro entorno sociocultural tiende a estar de acuerdo con el ego en que hay personas especiales y situaciones especiales.
Decir que alguien es especial significa que algunos son más valiosos que otros. Como si Dios tuviera favoritos. Cuando le presentamos esta creencia a nuestro yo espiritual, al punto vemos que es absurda.
Sin embargo, permitimos que nuestros egos creen categorías y les
pedimos a los demás que se guíen según las mismas.
La idea de lo especial niega la perfecta igualdad de la creación.
También niega el amor de Dios. Puede que su ego insista en que Dios le ama más que a otra persona, negando así el amor incondicional que ofrece Dios y que usted guarda en su interior. La insistencia de su ego en esto también implica sentir miedo de no ser especial.
Ese miedo de no ser especial le impide conocer la paz de Dios, la
armonía con el todo que conduce al júbilo que atesora su yo espiritual.
La idea de ser especial impide la percepción de que usted es una criatura divina. La propia estima, que le es dada porque usted es un ser espiritual con una experiencia humana, pasa a depender de que crea que es especial, o virtuoso, ante los ojos de Dios.
Su verdadero yo no es especial. Es eterno, invisible y espiritual. La propia estima no es algo que tenga que ganarse. Una persona realizada ni siquiera piensa en ella porque no puede dudar de su propio valor.
Sabe que hacerlo sería dudar del valor de Dios.
El apego a la idea de que usted es especial crea enormes impedimentos para despertar a su verdadera identidad. Cultiva el miedo y el resentimiento e impide conocer el amor incondicional.
Descubrir su yo espiritual es abandonar cualquier apego que le
tenga a la idea de que es especial o a la identificación con su ego.
Esos apegos simbolizan lo que usted ha llegado a considerar como éxito. El ego le alienta a acumular, creyendo que eso aumentará su felicidad.
Pero usted sabe que la felicidad no se encuentra en el cuanto más mejor.
Sabe que algo externo a usted no puede proporcionarle paz interior.
Sabe que eso es una percepción distorsionada de la realidad.
Déle la vuelta a esos pensamientos. Mire hacia la senda interior,
donde se ve conectado con Dios y con la vida.
4. El ego se ofende con prontitud. Siempre que usted se siente ofendido, está a merced del ego. Establecer reglas de cómo se le debe tratar es una forma de garantizar convertirse en un ofendido crónico. Así funciona el ego.
Una de mis historias favoritas está relacionada con Carlos Castaneda y su maestro espiritual, el nagual don Juan. Tras haber sido perseguido durante varios días por un jaguar en las montañas, y estar convencido de que ese jaguar iba a desgarrarlo miembro a miembro y comérselo, Castaneda por fin consiguió escapar de la feroz bestia.
Durante tres días había vivido con el miedo de que iba a ser destrozado y devorado por el jaguar. Cuando su maestro le preguntó por esta experiencia, Castaneda, según consta en su obra El poder del silencio, respondió: Lo que quedó en conciencia fue que un león de las montanas —puesto que no podía aceptar la idea de un jaguar— nos había perseguido montaña arriba, y que don Juan me preguntó si me había sentido ofendido por que pudiera arremeter contra mí aquel gran gato. Yo le dije que era absurdo que pudiera sentirme ofendido, y él me respondió que debía sentirme igual respecto a las arremetidas de mis congéneres humanos. Debía protegerme, o apartarme de su camino, pero sin la sensación de ser tratado de un modo moralmente incorrecto.
Todo lo que le ofende representa su sentido del egocentrismo. La persona que le ofende no ofende a su verdadero yo, sino a la idea
que usted tiene de quién es. En el mundo de su yo eterno, nunca
nada va mal, así que no hay nada que pueda ofenderle.
Pero en el mundo de su ego, se ve de inmediato arrancado de la
gozosa paz de su conciencia superior y arrojado a un mundo en el
que usted determina cómo piensan, sienten y se comportan los
demás. Cuando no son como usted cree que deberían ser, se siente ofendido.
Cuando haya refrenado a su ego lo suficiente, será capaz de tratar las arremetidas de otras personas de la misma forma en que a Castaneda le enseñaron a pensar con respecto al jaguar. Es obvio que no tiene sentido «ofenderse» por el ataque de un jaguar, porque sólo está haciendo lo que hacen los jaguares.
Tanto si le gusta como si no, sus congéneres humanos, en algunos sentidos, son como el jaguar. Están comportándose de manera natural. Si puede aceptar eso sin sentirse ofendido, habrá colocado la idea que su ego tiene de quién es usted en el lugar que le corresponde. Entonces recibirá la motivación para hacer del mundo un lugar mejor, sin sentirse ofendido.
Cuando ha domado a su ego, ya no se siente ofendido por sus
congèneres humanos. Libre de las ilusiones del ego, ve a sus iguales como Non en lugar de como cree que deberían ser. El camino de su búsqueda espiritual queda más despejado. El ego es cobarde. Su ego gana fuerza convenciéndole de que usted es distinto de Dios. Para arraigar esta creencia, fomenta la ilusión de su culpa y pecado, en un cobarde intento de evitar el rostro de Dios, que es su verdadero yo.
El ego cobra fuerza convenciéndole de que está separado de Dios y hará cualquier cosa para que conserve esta actitud mental. Incluso tratará de someterle al miedo alentando su creencia de que es un indigno pecador.
El yo espiritual conoce la verdad. Esa divina esencia sabe que en el núcleo de su ser hay un espíritu divino, bañado por la luz del amor y el gozo. Cuando se encuentre con que de forma continua le abruman ideas de culpabilidad, sepa que son los actos cobardes del ego que tiembla de miedo ante la idea de que comprenda que usted es una extensión de Dios.
Pero del mismo modo que el miedo a la oscuridad desaparece al
encender una luz, también la cobardía del ego desaparece ante la luz interior. El comportamiento cobarde no es más que un síntoma de miedo. El antídoto del miedo es la valentía.
Puede enfrentarse con valentía a los miedos y cobardía del ego si
sabe que la parte de Dios que hay en usted no está separada de la energía divina. Ese conocimiento le proporciona el coraje para encender la luz del amor interior. Así, la idea del ego —su ilusión de que usted forma parte exclusivamente del mundo físico— se desvanece ante la luz.
6. El ego crece al consumir. El falso yo le bombardeará constantemente con la idea de que tiene que tener más con el fin de obtener la paz. El ego le empuja hacia los signos externos del valor y se siente amenazado por la noción de que usted pueda hallar paz en su propio interior. Este impulso a mirar hacia el exterior es lo que yo he llamado «mirar en la dirección equivocada».
El ego intenta mantenerle mirando hacia el exterior en busca de la sensación de paz y de una sensación de amor más profunda y rica. Su posición se vería debilitada si usted conociera el amor y la riqueza que atesora dentro. El ego le consagra, pues, a mantenerle mirando en la dirección equivocada.
Al mirar hacia el exterior en este vano intento de hallar paz, usted
se convence de que las posesiones le traerán la paz y la satisfacción que anhela. El ego ha tenido éxito al dirigir su vida al exterior y se regocija cuando centra toda su energía en las adquisiciones.
Con la atención concentrada en lo que sabe erróneo, usted intenta corregir esos errores mediante más adquisiciones. Lo cual le distrae del conocimiento del poder de su mente para tomar la decisión de escoger la paz y el amor. Así es cómo el sistema del ego permanece intacto. Es imperativo que recobre el poder de su mente con el fin de superar las falsas creencias del ego.
Es imposible consumir el camino hacia la paz. Usted no puede comprar amor. No existe paz en el cuanto-más-mejor. Esa manera de actuar sólo conduce a una vida de lucha carente de sentido. El ego se siente amenazado y atemorizado de que usted llegue a darle sentido a su vida.
Quiere verle abocado cada vez más a consecuciones de mayor complejidad.
Cuando usted deja de perseguir lo que no se puede obtener en el
exterior, infunde sentido a su vida y se sume en la placidez. Su falso yo ha sido domado.
CONTINUARÁ...
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