jueves, 6 de agosto de 2015
Un viaje sin retorno: CAPITULO 14.- LA INICIACIÓN (del capítulo 14 pasa al 16. EL 15 NO EXISTE)
Resuelto el tema de Tico con Daniel, así como el cuidado de los pocos animales que habían quedado en casa, los tres amigos emprendieron la subida. El trayecto hasta el refugio, ya conocido por Raquel, se le hizo a ésta fácil. Pero luego la pendiente era más abrupta, empinada y resbaladiza. Todavía no había recuperado las fuerzas y se sentía un poco mareada. Los dos hombres miraban hacia atrás, estaban pendientes de ella, pero lo último que haría Raquel sería pedir un descanso. No estaba dispuesta a ser la débil.
Llevaban ya cinco horas de marcha. Raquel no podía más.
-Chicos, yo ya no puedo ni con mi alma. Paremos un momento.
-Si, y vamos a picar algo. Hay que recuperar fuerzas. Vamos bien de tiempo, así que podemos descansar unos minutos.
-Si paramos, Jesús… ¿crees que llegaremos antes de anochecer? Esto es muy peligroso.
-Sí, Felipe. Conozco muy bien este trayecto y llegaremos muy bien. ¿Cómo está nuestra montañera?
-¡Para el arrastre!
-Come esto…te sentara muy bien.
-¿Y qué es?
-Es lo mismo que te preparé la otra vez, pero al final me quedé sin saber si te gustó o no.
-Ah, si…bueno…tampoco me disgustó.
-Pues cómelo, te dará energía…Te has portado como una valiente guerrera.
-Si…pero estoy todavía débil. Ya no se qué hacer para recuperarme. Aquel rayo paralizador me dejó hecha puré.
-Ahora sufres las consecuencias de tu viaje en el tiempo, no de tu percance con la nave.
-¿Qué viaje en el tiempo, Jesús?
-Después de la cena… ¿no te acuerdas?
-Ah si…se me había olvidado completamente…
-Pues tenemos que hablar sobre ello…bueno…si tu lo deseas…
-¿Y por qué no? ¿No hay que compartirlo todo? Oye…Jesús… ¿es que cada vez que tenga una experiencia de este tipo, me va a dejar en este lamentable estado?
-No, no tiene por qué ser así. Ahora tienes tu energía descompensada, pero cuando termine nuestra preparación, estarás completamente en forma.
-¿Qué…emprendemos otra vez el camino? Tú, Raquel… ¿te sientes ya con fuerzas para la subida?
-Si, Jesús, por mí, podemos seguir.
De nuevo otra subida. Los dos hombres, después de un largo rato, estaban cansados, pero ella estaba exhausta. Ellos dos preocupados, sabían lo mal que lo estaba pasando Raquel, pero respetaban su esfuerzo y su silencio. Raquel iba a pedir un nuevo descanso cuando Jesús anunció que ya estaban llegando. Raquel calló y terminó los últimos metros arrastrándose, pero lo había conseguido. Cuando quiso ponerse en pié y empezar de nuevo a andar el pequeño sendero que les separaba de aquella vieja casona, perdió el conocimiento.
Felipe y Jesús la cogieran y la llevaron hasta el refugio. Allí la tumbaron en el suelo, y tras darle los primeros auxilios, Raquel reaccionó y abrió los ojos. Estaba blanca, y a penas tenía fuerzas para hablar. Le dieron a beber agua poco a poco y Jesús se dispuso a traspasarle su energía.
-Jesús… ¿qué vas a hacer?
-Voy a activar sus chacras dándole mi energía. No está bien como para activarlos ella por sí misma. Después se sentirá mucho mejor, y ella sola conseguirá ponerse bien de nuevo. ¡Atento, Felipe…ésta ya es una lección!
Jesús se quitó toda la ropa que llevaba y se puso encima una de las camisolas blancas. Con el agua de una de las cantimploras se lavó detenidamente las manos y los labios. Lo mismo hico con los labios y las manos de Raquel. Hecha esta operación, se encorvó hacia la muchacha, y la besó en los párpados y en los labios. Hubo un momento de concentración, y seguidamente Jesús cogió las manos de Raquel y las puso en su pecho, a la altura de su plexo solar, y su mano derecha la dirigió hacia el corazón de Raquel. Y sus labios dejaron salir unas palabras:
-¡Deseo compartir mi amor contigo! ¡Acéptame!
Y tras unos breves instantes, Jesús separó su mano de Raquel y la ayudó a incorporarse. La muchacha había recobrado de nuevo el color y la sonrisa. Se sentía bien y con fuerzas.
-¡Gracias, Jesús!
-Ha sido un ejercicio muy sencillo. ¿Lo has cogido, Felipe?
-Cogerlo si…pero…no creo que sea tan fácil de hacer para nosotros, ¿me equivoco?
-Ahora todavía no, pero cuando terminemos este periodo, seréis capaces de esto y de mucho más. ¿Qué tal te sientes, Raquel?
-Muy bien…pero a parte de tu energía…me has pasado también tus agujetas… ¡me duele todo!
-Hermano… ¿por qué antes de hacer este ejercicio te has quitado toda la ropa y te has lavado los labios y las manos?
-Porque es necesario. Normalmente nuestras vestiduras estás contaminadas, impuras, por todo lo del exterior, y me refiero a energías, no al otro tipo de contaminación, así como nuestras manos y nuestra boca. Por eso me he quitado la ropa.
-Bueno…también esa especie de túnica estará contaminada. ¿Por qué te la has puesto?
-Tienes razón, Felipe, para hacerlo correctamente tendría que haberlo hecho totalmente despojado, desnudo.
-¿Y por qué no lo has hecho?
-Hermano, ya se que para ti es natural…pero Raquel… ¡mira…ya le han vuelto a aparecer los dos tomates!
-Por mí no lo hagas… ¡Ya me acostumbraré!
-Hermano, es algo de Raquel que nunca he conseguido averiguar, el por qué ella tiene esa especie de rechazo cuando ve el cuerpo de un hombre desnudo. A lo largo de la carrera, y ya ejerciendo de medico en urgencias, cuando estábamos de prácticas, ha visto a muchos hombres así, y ha reaccionado normal, como una profesional que es, pero cuando tiene a un hombre cerca que le importe algo, le entra como una especie de miedo que no controla. Yo mismo…nos conocemos desde que éramos unos críos…nos queremos mucho, hemos compartido piso muchas veces y en muchas ocasiones, pues con la convivencia, nos hemos visto desnudos al entrar o salir del baño, pero cuando ella ha visto un interés especial en mí, un cariño especial, entonces me rechaza. A pesar de mis conocimientos sobre la mente humana, no he dado con su problema.
-¡No soy ningún bicho raro, Felipe! Ya os he dicho que por mí no os preocupéis. Si hay que hacerlo así, ya me acostumbraré.
-Pero esa no es la solución, Raquel. Yo, por nada del mundo haría algo que te violentara. Pero si tú me lo permites, puedo ayudarte. Todo tiene un por qué, y toda pregunta tiene su respuesta, tarde o temprano.
Si tú lo deseas, podemos hablarlo y descubrir este enigma.
-¿Tan importante es hacerlo, Jesús?
-Sí, Raquel. No deja de ser, aparentemente, un detalle sin importancia, que podría calificarse como rubor o vergüenza femenina ante el sexo opuesto, pero no por ello deja de perturbarte. Es algo que te machaca más de lo que quisieras, Raquel, y no te permite ser, ni actuar, ni expresarte como verdaderamente eres.
-No es ninguna tara, Jesús…lo que pasa es que no soporto que ningún hombre me mire con ojos de deseo.
-Pero Raquel, el deseo es humano, y hasta bonito y enriquecedor. Cuando un espíritu desea a otro, no solo se expresa mediante la mirada, sino también por los gestos, por el tacto, por la ternura…
-Pero yo me refiero al deseo carnal, exclusivamente carnal, a esas miradas que lo único que te dicen es que quieren…quieren…
-¿Quieren…el que…?
-Que quieren follar, Jesús, follar…Ya no se quien de nosotros dos está más fuera de onda. Tú hablas en todo momento del espíritu, pero el hombre normal, habla de sexo, sexo vulgar y corriente, ordinario y soez.
-Vale, Raquel…no tienes por qué enfadarte…ya hablaremos luego más despacio, ¿vale? Mira, aquí detrás hay un grifo pequeño. El agua sale muy fría…pero te vendrá muy bien para despejarte.
-¿Dónde dices que está?
-Saliendo, a la derecha, casi pegado al banco.
Raquel, medio llorosa, salió de la casona. Habían tocado un tema que le resultaba especialmente doloroso e incómodo.
-Jesús… ¿qué haces…? ¿Por qué te vuelves a vestir?
-No quiero violentarla más de lo que está. Y tú no te pongas todavía la camisola, Felipe, espera a mañana. Raquel no tiene ningún problema. Se soluciona hablando con ella, aclarándole las ideas y explicándole el por qué reacciona así.
-¿Es que tu ya sabes el por qué?
-No ha sido muy difícil, Felipe. Ella misma lo ha dicho. Solo hay que saber escuchar y comprender y tener sensibilidad, pero sobre todo…mucho amor.
-Jesús…como especialista en la mente te aconsejo que no lo aplaces. Lo he intentado con ella mucho tiempo, y no he conseguido nada. Lo mejor es que se acostumbre, y poco a poco lo irá viendo natural.
-Felipe…esa no es la forma…al menos con ella. No intervengas tú en esto. Conozco su sensibilidad, y creo que podré ayudarla sin ocasionarle ningún trauma. Es sencillo.
-Como tú quieras, hermano.
Raquel volvió a entrar. Ya se había echado la noche, y comenzaba a refrescar. Entró frotándose las manos y dándose calor con el aliento.
-¡Madre mía…que frío hace, y se ha echado encima en un abrir y cerrar los ojos!
-Ven aquí, Raquel…siéntate al lado del fuego.
-¿Qué es esto?
-Es un brasero.
-¿Y ésta es la única calefacción que tenemos?
-No vamos a necesitar más. Ven aquí…así entraremos en calor enseguida.
-¿Y aquí vamos a pasar 30 días, Jesús?
-Treinta o los que hagan falta… ¿Qué tiene este lugar que no te agrade?
-Esa no es la definición correcta. Es mucho más pequeño que el de abajo, no hay camas, ni sillas…no hemos traído comida…ni ropa…ni prendas de abrigo…Espero que nos hagas partícipes del plan cuanto antes…
-Hermanos, ya sabéis que hace mucho tiempo, yo pasé más de un mes en pleno desierto, y en las mismas condiciones en las que estamos ahora. Comía tan solo de lo que encontraba a mi alrededor, y tan solo llevaba una túnica con la que resguardarme del sol y del frío, y lo conseguí…Fue difícil, como lo será ahora, pero estamos aquí tres amigos, y nos ayudaremos mutuamente. Es necesario todo esto para llegar a una pureza física, mental y espiritual completas. A mi no me gustan las iniciaciones gratuitas, hermanos…pero esto es muy importante. El cuerpo y la mente necesitan una disciplina. Al principio pasaremos frío, hambre, y quizás un poco de hastío…pero tenemos que ser perseverantes. Luego ya todo será distinto. Habremos alcanzado un nivel de percepción determinado, y todo nos será más agradable.
-¿Y cuando comenzamos?
-Lo que queda ya del día, lo pasaremos informalmente. Mañana ya empezaremos la jornada de trabajo con el amanecer. A ti, Felipe, te veo muy cansado, aprovecha y duerme.
-Sí, pero… ¿dónde hermano?
-Ahí, en el suelo, junto al brasero.
-Pues si me disculpáis…llevo ya casi dos días sin pegar ojo. ¿Vosotros no os retiráis también?
-Yo no tengo sueño. La energía que me ha dado Jesús, me ha dado cuerda para un rato más.
-Y yo aprovecharé para darme una vueltecita por los alrededores. Me apetece dar un paseo.
-¿Y no te importaría llevar compañía?
-¡Claro que no! Pero he de advertirte…que por aquí…andan lobos, linces y alguna que otra serpiente…
-No me vas a amedrentar con este tipo de amenazas, Jesús… ¿quieres que vaya o no?
-¡Pues claro que sí, mujer! Bueno, hermano…ahí te dejamos…Intentaremos no hacer ruido cuando regresemos. Que descanses, amigo mío…
Felipe se acurrucó en un rincón contra la pared, y no tardó mucho en quedarse dormido. El también había pasado unos días de calvario, de decisiones, de luchas consigo mismo. Por fin le había visitado la paz, y quedó dormido como un niño.
Raquel y Jesús salieron del refugio y comenzaron a caminar por un pequeño sendero.
-Pitufa…te voy a enseñar un lugar de ensueño. Este sendero lleva a un mirador natural de la montaña, desde donde se ve Jerusalén a lo lejos, muy pequeñita…pero llena de luz.
-Por lo que veo, lo conoces muy bien.
-Sí, en estos seis meses que he estado esperando vuestra llegada, he subido varias veces. Aquí he encontrado paz, armonía, música…aquí me siento feliz y relajado. Mira…ya llegamos…cierra los ojos, y cuando te avise, los abres.
Raquel cerró los ojos. Jesús la guió unos pocos pasos, y a su señal, los volvió a abrir…y vio algo sublime, fantástico. La ciudad de Jerusalén, a lo lejos, muy pequeñita, pero envuelta en una burbuja de luz dorada, que reflejaba en el cielo estrellado.
-Decías, bien, Jesús… ¡es precioso!
-Pitufa…pero si estás temblando… ¿Tanto frío tienes?
-Es que tú tienes muchas calorías…y yo las únicas que tengo me salen en horizontal y por las caderas…
-Y ahora…yo no tengo nada que dejarte para el frío, pitufa…
-Es igual, Jesús…donde más frío tengo es en el cuello, y si me pasas tu brazo por aquí, entro en calor enseguida.
-¿Así…?
-¡Si…así estoy de maravilla!
-Más que frío…lo que tu quieres son mimos…jajaja.
-Digamos que de las dos cosas.
Ambos se sentaron en el suelo, sobre la hierba. Reinó el silencio. Jesús, con los ojos cerrados, parecía deleitarse con el suave murmullo de las hojas de los abedules que había por allí, y Raquel quedó presa de la hermosa visión que desde aquel lugar se divisaba. Pasado un buen rato, Jesús, sin abrir los ojos se dirigió a Raquel.
-Raquel, ¿dónde fuiste la noche de la cena?
-A otra cena
-¿Y que tal te fue?
-¡Mal!
-Mal… ¿por qué?
-Por lo que allí vi de mí misma.
Fue entonces cuando Jesús decidió salir de aquel éxtasis. Volvió a abrir los ojos y miró a Raquel.
-¿Y qué viste?
-Vi a una mujer joven, llena de vida, de amor, enamorada perdidamente de un hombre, pero que cuando él la necesitó, la llamó a su lado y ella no acudió.
-¿Y sabes por qué no lo hizo?
-Estaba llena de miedos, de tabúes. No fue lo suficientemente valiente para luchar por el hombre al que amaba y en el que creía. Ella comprendió enseguida el mensaje que llevaba en su corazón. Pero cuando la llamó, no supo apoyarle como hubiese querido por miedo a su familia, a su entorno social. ¡Cómo he odiado a esa mujer!
-¿Y ya no la odias, Raquel?
-No, Jesús, porque ahora esa mujer ha cambiado. Quise saber qué es lo que sintió aquel hombre por su amiga cuando ella no acudió a su llamada, pero no conseguí encontrarle. Fui al salón donde se había celebrado una cena, pero ya no quedaba nadie. Si al menos hubiese sabido si aquel hombre perdonó a aquella mujer…
-Aquel hombre, Raquel, amaba a esa mujer, y en su corazón no existía la palabra perdón, sino la esperanza de poder encontrarla algún día, otra vez. Cuando se ama, el perdón no tiene ningún sentido. La esperanza sí. Aquel hombre esperó, y ha merecido la pena la espera. Además, el encuentro ha sido más hermoso, más intenso, y el corazón de esa mujer lo ha recordado, guardado y amado a lo largo de todos estos siglos. Y este hombre ama todavía más si cabe a esta mujer, y sabe que esta vez, a pesar de los miedos y de las dudas, ya no le dejará nunca. Lo sabe, y ese hombre es feliz y dichoso por ello.
-Jesús, ¿por qué has permitido que yo supiera mi relación con el pasado? Como yo me temía, no me ha aportado nada positivo, y me ha entristecido profundamente.
-No he sido yo quien lo ha permitido, pitufa…fuiste tu misma. Fue tu propio espíritu el que quería hacerte saber tu realidad pasada. Dices que no te ha aportado nada positivo… Te ha aclarado, en principio, el por qué de nuestros sentimientos, el por qué me reconociste en el primer momento que me viste, el por qué de tu amor hacia mí, y también el origen de tus miedos. Olvídate de aquello, Raquel, como yo intento olvidar mi fracaso de entonces. Yo también cometí errores. Pero ahora estamos aquí, y lo que importa es lo que somos ahora, lo que queremos hacer juntos. Entonces, Raquel, sufriste mucho. Fuiste la única víctima de tus miedos. Ahora eres otra mujer, completamente distinta, aunque ciertos miedos todavía los llevas contigo…
-¿Entra dentro de esta variedad de miedos, el que le tengo al hombre…al sexo?
-¡No, absolutamente no! No se trata de miedo, ni de rechazo hacia el hombre. Es un rechazo a una forma determinada de enfocar el amor. Todo lo contrario al rechazo al hombre… ¡lo idealizas! Tú idealizas todo, lo sublimas, lo elevas a niveles a veces inalcanzables para el resto de la gente. Ellos se sienten desbordados por ti, y ellos a ti no te llenan. Por eso siempre andas un poco coja, hambrienta de emociones, de sensaciones…
-¿Y cómo luchar contra esto?
-No tienes que luchar contra nada. Tú eres así. El hecho de que no haya funcionado con los hombres que has conocido, no quiere decir que no encuentres, en un momento dado, el hombre que sí se compenetre contigo. Tu solo tienes en tu mente a Felipe, pero él no es un hombre para ti. Aunque os une el amor, vuestros espíritus aspiran a cosas diferentes. Tú tienes un alma gemela, y Felipe tiene la suya. Estáis en el momento preciso en que ambos la encontraréis. Pero hay que esperar un tiempo.
-Pero Jesús…aunque encuentre a mi alma gemela…éste será un hombre, y sentirá como hombre, y me mirará como un hombre…y el problema es que no me mirará como me miras tú. Ante ti no tengo ningún problema, porque tu mirada es limpia, espiritual, plena. Cuando me miras me siento hermosa, pura, deseada, pero a otro nivel.
-¿Y a qué nivel te sientes deseada?
-Cuando me tocas, me abrazas… siento tu espíritu y el mío. Son ellos los que se comparten, los que se acarician, no es el cuerpo.
-Raquel, el cuerpo no es sucio, si los sentimientos son puros. Este cuerpo es sagrado. A través de él, el espíritu se comunica, el alma vive y experimenta…se expande. Yo te deseo, Raquel. Cuando vienes a mí en busca de una caricia, de un abrazo, yo desearía abrazarte toda, sentirte muy dentro de mí, pero tú me rechazas, sigues rechazando al hombre, y lo que te da miedo de él es su cuerpo.
-Yo a ti nunca te he rechazado. Lo que pasa es que en ningún momento he sentido ese instinto sexual…no se qué es, lo confieso…
-¿Y quien está hablando de sexo ahora? Dos personas pueden acariciarse, tocarse, sentirse, amarse sin hacer uso del sexo literalmente hablando. Este lo tendrás cuando encuentres al hombre adecuado, y ni siquiera tiene que haberlo, no es necesario.
-¡Eso lo dices tu…pero no vayas a los hombres de aquí con ese cuento, porque se te ríen! Y sin ir más lejos… ¡mira a Felipe! Pero volviendo al tema, ¿es cierto que notas en mí ese rechazo?
-¡Si!
-No es rechazo, Jesús…es miedo.
-¿Pero miedo a que?
-Yo siento lo mismo por ti, Jesús, y me daba mucho reparo el que si diera rienda suelta a mis sentimientos, tu los pudieras entender de otra manera…y creyeras que buscaba otra cosa…
-¡Ay Raquel…mi amor…creo que Felipe tiene razón! Es mejor su técnica. Mira…desde ahora yo voy a ser natural contigo, tal y como siento y deseo, y no voy a reprimir mis sentimientos, ni tan poco voy a dejar que tú castres los tuyos por esos miedos tontos y sin fundamento. Puede que al principio lo pases mal, pero es necesario que recobres tu naturalidad y puedas apreciar las cosas en su justa medida. Ahora tienes como amigos y compañeros a dos hombres que te adoran y que conocen tus temores. Te vamos a ayudar, pero tú déjate también.
-¡Sí, Jesús!
-¿Seguro?
-Sí, seguro…
-¡Dame la mano! Estás helada, Raquel…regresemos…
-No tengo frío, Jesús, y me apetece mucho quedarme un ratito más aquí. Vete tu y descansa. Luego iré yo.
-¿No te da miedo quedarte sola?
-No…
-¿Quieres quedarte sola? Yo tampoco tengo frío. Si quieres, puedo quedarme contigo.
-Es que…me da un poco de…de vergüenza…ya se…ya empiezo otra vez…
-A ver, mi amorcito… ¿vergüenza de que?
-Pues que ahora me apetece mucho hablar con el Cielo, y yo lo hago a mi manera…jejeje y delante de ti…me sentiría un poco ridícula, como una niña de párvulos al lado de un universitario.
-Esas comparaciones no me sirven. Son absurdas. Para hablar con el Padre, no existen reglas, ni conocimientos, ni técnicas. Solo hay una condición indispensable: hablarle con el corazón. La verdad, Raquel, es que a mí me estaba apeteciendo lo mismo. ¿Quieres que sigamos aquí juntos, y que cada uno rece en su intimidad como sienta?
-Bueno, vale… ¿y cómo nos ponemos?
-Pues así mismo, como estamos. ¿Te molesta mi brazo?
-Para nada.
Jesús fue el primero en ponerse en disposición. Cerró de nuevo sus ojos y entró en una relajación profunda. A Raquel le costaba más. No sabía por dónde empezar…había tantas cosas en su corazón…en su mente…en sus emociones…Se limitó a observar, y hablar con su corazón, pero relajadamente. Y poco a poco su pensamiento comenzó a volar…
-“Padre, Dios, Amor…o como verdaderamente te llames…Nunca aceptaré el que tu hayas podido tirar la toalla en todo esto. No puedo decir que te conozca… quizás sí, pero no soy consciente, pero sí a Jesús, y él te adora. ¡No le abandones, Padre, en esta locura de amor! Y danos a los que estamos a su lado las fuerzas necesarias para ser su apoyo, y ocupar su lugar, si hiciese falta. Pase lo que pase, Padre…sabes que estaremos con él. Ayúdanos, Padre…queremos intentarlo, pero no le abandones a él. Nosotros como hombres tan solo podemos entregar lo que tenemos, nuestro corazón, nuestra vida, nuestra voluntad…nuestro trabajo…de lo demás…tu dispondrás…Al menos, Padre, que lleguemos vivos al momento más importante. Después, cuando todo haya terminado, que más da lo que nos suceda…no importa…pero danos la oportunidad de demostrarte que el hombre es capaz de reaccionar, de amar, de darlo todo. “
Pero en ese momento, Raquel se vio sorprendida. Una voz orante, la de Jesús, resonaba en su cerebro, interrumpiendo la de ella. Esa voz, al igual que la de ella, hablaba con el Padre:
“Padre mío…gracias por tu ayuda. Te siento a mi lado cuando les tengo a ellos, te veo cuando les veo, me siento amado por ti cuando ellos me aman, me siento apoyado por ti, cuando ellos se entregan…Padre…aunque esto fracasara…tendría el consuelo y la profunda alegría de haber sido amado por mis amigos. Habría merecido la pena todo lo hecho y perdido, solo por éste sentimiento, por esta sensación… ¡Padre mío…gracias!”
Raquel abrió los ojos y vio que Jesús seguía con los suyos cerrados y en profundo silencio. Sus ojos se habían humedecido, y su rostro reflejaba paz, armonía, sentimiento… Raquel no podía entender lo que había pasado. ¿Por qué en su mente había escuchado la oración de su amigo? ¿Por qué extraño mecanismo se había introducido como una emisora pirata en la intimidad de Jesús?
Raquel no dejaba de hacerse estas preguntas, cuando inesperadamente, Jesús, le respondió.
-Este mecanismo se llama “conexión de espíritus”
-¿Tu también has estado escuchando todo lo que yo decía? ¿Es que se me ha desarrollado de repente la telepatía?
-¡Es mucho más que eso, Raquel!
-¿Y tu sabías que iba a ocurrir esto?
-No, en absoluto. Yo también me he quedado sorprendido cuando te he oído en mi oración. Sabía que tú y yo estábamos muy unidos en muchas cosas, pero a este nivel…no, no lo sabía. ¿Cómo te sientes después de este coloquio?
-Estoy más convencida todavía de que aunque se hayan ido, no estamos solos. Que si nos han hecho ver que lo estábamos, era porque así no nos relajaríamos en ningún momento. Pero están ahí.
-En ningún momento nos dijeron que nos abandonaban, Raquel. De ellos tendremos en todo momento su apoyo moral, espiritual…pero no activo. No pueden intervenir en ningún momento. Somos nosotros los que debemos hacerlo.
-¡Ya lo sé, Jesús…! Oye… ¿es que no voy a poder hacer nada de lo que tu no te enteres? ¿Vas a ser mi sombra para todo…?
-¡Y tu la mía…jajaja! Raquel…¿qué quieres que haga? Si tu espíritu y el mío han decidido estar juntos y trabajar al unísono, nosotros no podemos hacer nada.
-¿Quien es el que está moviendo las clavijas en todo esto?
-Nadie, Raquel. Solo tu y yo, pero a nivel inconsciente. Tu espíritu y el mío son más fuertes que nuestra propia personalidad, y ellos van a su aire. Ahora, mediante esta preparación, lo que hay que conseguir es una compenetración total con nuestro espíritu. Trabajar cuerpo, mente y espíritu a nivel consciente, como si fueran una misma unidad, una voluntad. Ahora trabajan y sienten de forma independiente, pero luego, a través de la energía, se unirán los tres en uno. ¿Comprendes?
-Sí, entiendo.
-¿Qué te parece si nos retiramos ya a descansar? Mañana hay que levantarse temprano.
-¡Bien…tu eres el jefe… por ahora…jajaja!
Habían transcurrido ya doce días, y Raquel y Felipe se encontraban extenuados, aunque con mucha paz. La escasa, aunque muy sana alimentación vegetariana, retiro consigo mismos y la naturaleza, y los ejercicios energéticos, les habían mermado considerablemente sus fuerzas. Sin embargo, tenían un gran estado de armonía y de paz. No era éste el caso de Jesús, ya que además de todas esas dificultades, tenía un déficit superior de energía y fuerza vital. De hecho, él había aportado su energía en todos los ejercicios energéticos. Su estado era deprimente, y por ello, Raquel y Felipe, le obligaron a regañadientes a que guardara absoluto descanso durante todo el día.
Se habían levantado a las ocho de la mañana. Se habían aseado como de costumbre en un pequeño riachuelo cercano a la casona, y se disponían a tomar el sol sobre la hierba, todavía mojada, de la ladera que circundaba el refugio.
Jesús se despojó de la camisola y se tumbó, abriendo los brazos y las piernas. Felipe no le quitaba el ojo de encima. Estaba preocupado. Desde la noche anterior le había estado observando y le parecía muy extraño el comportamiento de su amigo. Además, había notado que sus reflejos no eran buenos, que sus pupilas estaban algo dilatadas y su rostro marcaba unas facciones desconocidas. Felipe se levantó y se dirigió hacia Jesús.
-Hermano…déjame un momento tu brazo.
-¿Para qué, Felipe?
-Quiero tomarte el pulso y la tensión. Te veo un poco débil y demacrado.
-No os preocupéis, amigos, ya pasará. Lo que ahora necesito es estar solo y descansando. Así me recuperaré. Pero si te vas a quedar más tranquilo… ¡puedes hacerme las comprobaciones que quieras!
Felipe le tomó la tensión y el pulso. Todo era normal.
-Estás perfectamente, Jesús.
-¡Pues claro, Felipe, solo necesito descanso! ¿Por qué no vais al mirador mientras yo duermo un poco?
Felipe miraba atentamente a Raquel. Ella no dejaba de mirar a Jesús, pero su rostro estaba serio, y su mirada…Felipe conocía esa mirada de su amiga. Aquella mirada era el preludio de un ataque, el grito de guerra. Y… ¡horror! Ella se levantó del suelo y se dirigió hacia Jesús.
-De acuerdo, Jesús, me apetece pasear un poco. Felipe… ¿vienes conmigo?
-Si, claro.
-¡Pues entonces…andando…pero antes, Jesús…dame un besito, anda…!
-¡Todos los que quieras!
Cuando Jesús abrazó a Raquel, a ésta se le heló la sangre. En aquel mismo instante tenía ya la certeza de que su querido amigo no estaba en ese cuerpo. Algo había pasado. Raquel cogió del brazo al confuso de Felipe y los dos emprendieron el paseo hasta el mirador. Felipe no entendía tampoco la forma de proceder de su amiga, pero intuía que ella tramaba algo.
-Felipe, ¿le has sentido extraño, verdad?
-Desde luego que sí. No parece el mismo. Hay algo en él que me repele…no se…nunca imaginé que podría albergar una sensación así hacia Jesús, pero es cierto…hay algo extraño en todo esto.
-Felipe, yo también tenía esa sensación, pero cuando me he despedido de él, ese abrazo me lo ha confirmado. El no abraza así, de una forma tan superficial, y además…cuando le he abrazado, he tenido la absoluta seguridad de que no es Jesús.
-Sí…y una cosa que me ha llamado la atención es…es…si él se sintiera tan mal como le veo, no habría dudado en pedirnos ayuda. Es tan importante lo que llevamos entre manos que aunque peligrase nuestra vida, nos habría pedido la transmisión de energías. ¡Estoy seguro! El cuerpo de Jesús está muy deteriorado, y como siga así, morirá. Es también muy extraño que un cuerpo tan machacado como ese, tenga un pulso y una tensión mejor de lo normal. Es como si alguien nos quisiera tener alejados de ese cuerpo…hay algo que controla ese cuerpo, que desde luego, no es Jesús.
-¿Y quien crees tú que está en ese cuerpo, Felipe?
-Esa energía destructiva de la que tanto nos ha hablado él.
-Yo afino un poco más. Estoy segura de que es él, Lucifer. Quiere destruirle una vez más, empezando por su cuerpo. No podemos consentirlo, Felipe. Tenemos que hacer algo.
-¿Pero el qué, Raquel? ¿De qué manera podríamos plantarle cara? Todavía estamos en pañales en todo esto de las energías. Los dos daríamos nuestra vida por él…pero ese no es el tema. ¡Hay que ganar! ¡Hay que salir adelante como sea!
-Felipe…piensa…a él le resultábamos incómodos, si no… ¿por qué intentaba una y otra vez que le dejáramos solo y que no le tocáramos mucho?
-¿Qué propones tu, entonces?
-Pues…Jesús ha comentado muchas veces que tu eres el más fuerte de los tres. Tu energía es potente, y de hecho él sabe que tienes poder innato en ti. Tú podrías entonces enfrentarte con esa energía que aprisiona a Jesús, y una vez hecho, yo pasaría a la acción. Lo mío son los juegos de energía. Cada uno debe hacer aquello que mejor domina. Nos jugamos mucho, Felipe.
-Pero Raquel, aunque yo consiguiera echar a esa entidad del cuerpo de Jesús, ese organismo va a necesitar una fuerte dosis energética para que le ayude a recuperarse. ¿Ya dispones tú de esa fuerza? Estamos los tres bastante débiles. No lo olvides.
-Vamos a ver, Felipe… ¿tú tienes miedo?
-¡Yo no!
-¡Pues yo tampoco! ¿Tienes alguna duda de que podemos vencer a esa energía?
-¡Si solo dependiera de nuestra voluntad…no tendría ninguna duda, pero se requiere algo más, Raquel!
-¿Cómo qué?
-Como experiencia y conocimientos…por ejemplo.
-¿Y quien te dice a ti que nosotros no los poseemos? Jesús, muchas veces, nos ha recalcado hasta la saciedad que echáramos mano siempre de nuestra intuición, que al no disponer de todo el tiempo que necesitaríamos para instruirnos, ella nos ayudaría muchísimo, pues es el mecanismo más perfecto que tenemos a través del cual, todo el conocimiento adquirido y conocido en vidas anteriores, se canaliza a través de nuestra psiquis e intelecto. De todo esto tú entiendes más que yo.
-¡Está bien, se hará como dices! ¿Estás preparada?
-¡Si!
-¡Pues vamos allá!
Felipe y Raquel tomaron el camino de regreso. Cuando llegaron a pocos metros de la casona, vieron extrañados que el cuerpo de Jesús no estaba tumbado. Miraron dentro y no había ni rastro de él. Exploraron los alrededores y nada de nada. Había desaparecido. Raquel miró dentro de la mochila, y vio que la ropa que utilizó Jesús para subir, ya no estaba.
-Felipe, su ropa no está…se ha ido.
-¿Pero a dónde…si no podía ni tenerse en pié?
-Si ha cogido la ropa, quiere decir… ¡que ha bajado! Y no creo que ande muy lejos. No hemos estado más que diez minutos alejados de aquí… Felipe, vistámonos enseguida. Hay que bajar volando, tengo una idea de lo que quiere hacer ese bastardo con él, y no me gusta nada. A medio camino, ya sabes que hay un refugio, donde me dejó Jesús hace unos días…
-Sí, se cual es…lo ví al pasar.
-Pues a cinco minutos del refugio, bajando hacia el pueblo, hay una escalera natural de la montaña. Es un lugar idóneo para precipitarse al vacío.
-¿Y cómo sabemos que lo que quiere es matarse por ese precipicio?
-El no, Felipe…es esa energía la que quiere destruir su cuerpo, y para ella es lo más sencillo…además…tengo ese presentimiento. Es como una voz que resuena aquí, en el pecho y en la garganta, y Jesús me dijo una vez que los espíritus se comunican a través de esos dos puntos de fuerza. Es el mismo Jesús el que nos está pidiendo ayuda y nos va indicando las intenciones de esa energía destructiva o lo que sea…
-¡Pues ya podemos correr, porque nos lleva una ventaja de casi quince minutos! ¡Vamos a tener que volar!
Raquel echó a correr. Felipe salió detrás de ella abrochándose los botones de su pantalón vaquero. No bajaban la montaña. Parecían dos cabras desbocadas descendiendo a saltos. No había tiempo que perder. Tenían que impedir a toda costa que aquel monstruo destruyera a Jesús. Iban al trote. Cualquiera que hubiese sido testigo de aquella hazaña, no dudaría en aceptar el hecho de que los dos muchachos estaban siendo protegidos por una mano poderosa. Muchos animales se habrían despeñado al intentar bajar aquella pendiente angosta y resbaladiza. Pero ellos seguían bajando.
Pronto Raquel se paró. Quedó paralizada y horrorizada. Jesús estaba ya al borde del precipicio, mirando al vacío. Un grito y una carcajada salieron de su garganta, pero no era su voz. Aquella carcajada resultaba grotesca, amenazante. Era como un grito de batalla ganada. Aquel ente, aquella energía, se creía vencedora. Estaba a punto de destruir el cuerpo del único espíritu en la tierra capaz de plantarle cara. El enemigo iba a ser vencido.
Pero Felipe no se paró. Su propia rabia y desesperación le llenaron de coraje, y sin pensarlo, se abalanzó contra él. La lucha era a muerte. Aquella energía era más poderosa que Felipe, sin contar con que ésta manipulaba un cuerpo más musculoso que el suyo. Felipe estaba a punto de caer por el precipicio. Tampoco él quería provocar la caída de su contrincante, pues no era ese el objetivo. Aquella fuerza lo arrastraba hacia el precipicio, con la intención de arrastrarlo a él y con él en la caída. Si Raquel no intervenía, ya no serían dos cuerpos humanos…pasarían a ser en breves momentos dos espíritus camino a otra dimensión.
Raquel asestó en la cabeza de Jesús un fuerte golpe de kárate, que le dejó por unos instantes inconsciente, lo que aprovechó Felipe para terminar de rematar a aquel cuerpo que parecía una apisonadora. Felipe le cogió por las piernas, y Raquel le sujetaba por las axilas, pero aún así, éste tuvo que actuar con rapidez, pues aquella energía volvía a dar fuerza a ese cuerpo que ya se recuperaba amenazante.
Felipe rodeó con sus manos el cuello de Jesús y presionó con toda su alma, a la vez que invadía con toda su fuerza mental y física el cuerpo de su hermano. Las venas de su cuello parecían que iban a reventar, y su rostro denunciaba la altísima tensión a la que estaba sometido. Raquel fue por detrás de Felipe, y le rodeó así mismo con sus brazos, intentando apoyar a su amigo en aquel trance.
-¡Raquel…sigue…sigue empujando, este maldito es invencible!
-¡Aguanta, Felipe…por Dios, aguanta todo lo que puedas!
Raquel se acordó del colgante que le regalara Jesús. Pensó que aquel corazón llevado por él durante siglos, encerraría en sus entrañas una fuente de energía. No lo dudó. Se quitó el corazón de su cuello y lo puso alrededor del de Felipe. Al momento se oyó un gran trueno, y los tres se vieron rodeados de relámpagos. Felipe comenzó a temblar, y un alarido prolongado, acompañado de convulsiones, salió del cuerpo de Jesús, que tras aquella ocupación violenta, quedó sin fuerzas y sin apenas aliento de vida sobre el suelo. Los relámpagos y los truenos cesaron, y la paz volvió a instalarse en la montaña. Felipe estaba extenuado, y quedó derrumbado sobre el cuerpo de Jesús.
Raquel le tomó el pulso a Felipe, y aunque era un poco alto, entraba dentro de la normalidad. Pronto se recuperaría. Lo que más urgía era hacer reaccionar a Jesús. Sus latidos y su tensión estaban ya al borde del caos. Le cogió a Felipe, de nuevo, el colgante, se lo volvió a poner ella, y guardó unos instantes silencio. Se concentró, y se dispuso traspasarle a Jesús energía, la necesaria, para que él mismo pudiera activar de nuevo su médula y sus chacras. Quitó a Jesús la ropa, le besó los párpados y los labios, le cogió sus manos y las dirigió a su pecho, y puso su mano derecha sobre el plexo solar de Jesús. Silencio.
Al cabo de un rato, Raquel sintió en su mano derecha cómo el pecho de Jesús se reactivaba. Ya le notaba el pulso y pudo observar, cuando abrió sus ojos, que su querido amigo la miraba con una amplia sonrisa.
-Jesús… ¿eres tu, verdad…cómo éstas?
-Estoy bien, princesa…débil, pero bien. ¿Y Felipe…cómo está?
-No te preocupes por él…está bien, y estable. Le he explorado. Solo está extenuado, Se recuperará enseguida.
-¡Gracias a los dos…gracias por lo que habéis hecho…ha sido un grave fallo por mi parte!
-Ahora no hables, Jesús. Tranquilízate. Todo ha pasado.
-Raquel…necesito que sigas ayudándome con tu energía…pero no como lo has hecho antes, te debilitarías tú también…
-Entonces… ¿cómo lo hago?
-Ven, siéntate aquí entre Felipe y yo, y abrázanos a los dos, rodéanos con tus brazos. Es una forma armónica y equilibrada de compartir energías sin que haya desequilibrios.
-¡Dios mío, Jesús…que miedo he pasado…hemos pasado…!
-Ha sido un error mío. He bajado la guardia. Sabía que la única forma de atacarme sería el anularme energéticamente, y es lo que más he descuidado.
-No merece la pena darse mal ahora, Jesús. Hemos aprendido algo muy positivo y constructivo. Los tres hemos aprendido una lección, y hemos conocido más de cerca a nuestro contrincante. Por lo menos, Felipe y yo ya sabemos que él nos puede atacar de la forma que menos imaginábamos: a través de ti, el ser al que más amamos y en quien más confiamos. Pero le calamos enseguida…te conocemos a ti, mi amor…
-Raquel, tengo mucho frío… ¿Tienes algo para abrigarme un poco?
-Si, toma…mi jersey.
-¿Y tu…?
-Con el susto que llevo encima…tengo fuego dentro…me sobra todo.
-¿Cómo sigue Felipe?
-Estoy bien, hermano…estoy bien…creo…
-¿Raquel…de que te ríes…espero que no sea de nosotros?
-Es imperdonable que me ría en estos momentos, pero es que…me siento como una vaca a la que le están ordeñando, y no leche, precisamente…
A pesar de la situación, Jesús y Raquel rompieron a reír, provocándole a éste una latosa tos, lo que terminó por despejar del todo al pobre Felipe, que apenas podía abrir los ojos.
Cuando tanto Felipe como Jesús recuperaron un poco las fuerzas, se dispusieron, con ayuda de Raquel, a bajar hacia casa. Lo que ahora necesitaban, más que nada, era descansar, alimentarse bien, sin salirse de su régimen especial, y recuperar todas las fuerzas perdidas.
Entraron en la casa. Olía a cerrado, y Raquel abrió las ventanas de toda la casa. Jesús y Felipe quedaron sentados en dos sillas y apoyados sobre la mesa. Terminada la ventilación, Raquel se dirigió a la cocina y preparó un poco de arroz con leche y miel. Los dos hombres necesitaban comer y dormir durante horas. Cuando terminaron el ágape, Raquel ayudó a Felipe a subir a su habitación. Lo acomodó en la cama, le dio un beso en la frente…y cerró la puerta.
Fue hacia el salón a recoger a Jesús y ayudarle también a retirarse a su habitación, pero cuando llegó vio a Jesús caído en el suelo. Estaba inconsciente.
-Jesús…Jesús…contesta…venga hombre, reacciona…
-Ayúdame, Raquel…me siento mal…muy débil…
-¿Pero qué te pasa…por qué estás así…?
Pero Jesús no respondió. Volvió a perder el conocimiento. Raquel se paró a pensar un instante. Sabía que aquella situación tan crítica solo tenía una salida. Jesús necesitaba urgentemente su energía y solo había una forma segura y efectiva de que la recibiera. Esa forma determinada, cuando Jesús les enseñó en el refugio, le dio más de un dolor de cabeza…porque todavía no había vencido su miedo al roce de los cuerpos. Pero tenía que hacerlo. Desvistió a Jesús, y luego lo hizo ella. Le abrió a él las piernas y los brazos en cruz, y ella se tumbó sobre él haciendo coincidir cada una de las partes de su cuerpo con las de él. Los dos cuerpos entraron en contacto. Las energías comenzaron a activarse. Solo había que esperar. Raquel notaba cómo la energía se le escapaba de su cuerpo y cómo entraba a golpes de mazo por el plexo solar de Jesús. Ella comenzó a sentirse compenetrada por él. Aquellas vibraciones del principio, de cuando se encontraron por primera vez, habían vuelto de nuevo. Ahí tenía a Jesús, a su merced. Sentía una inmensa ternura y un profundo e intenso amor por ese hombre, le amaba con toda su alma, y de no haber sido por aquella crítica situación, jamás se habría atrevido a acariciar su cuerpo de aquella forma, a llenarle de besos como lo hacía. El calor de su cuerpo, la suavidad de su piel…¡¡cómo quería a ese hombre!! El espíritu, la piel, el cuerpo, sus vibraciones, la ternura… ¡Cuánto deseaba esa mujer sentirle dentro de ella! ¿Pero por qué no podía ser una mujer normal? ¿Qué le impedía dar rienda suelta a sus sentimientos? Raquel lloraba.
Jesús abrió los ojos y vio a Raquel apoyada sobre su pecho. La estaba sintiendo como nunca lo había hecho. Se sintió deseado por ella, y aquellos sentimientos reprimidos por Jesús, afloraron en él y la rodeó con sus brazos, y la apretó contra él.
-¡Raquel…Raquel…te amo…!
-Jesús…perdóname…no he podido evitarlo…
-¿Y por qué lo quieres evitar? ¿Por qué no puedes amarme como deseas, como deseo yo? ¡Ámame, Raquel, y deja que mi amor entre con fuerza y plenitud dentro de ti! ¡Te amo, y deseo tenerte! ¡Mírame…mírame, por favor, Raquel…!
-¡Jesús, te amo! Y quiero sentir tu amor dentro de mí. Deseo que a través de nuestros cuerpos, nuestros espíritus se unan para siempre, que nuestros sentidos se complementen, que nuestros cuerpos se unan, y que el fuego que nos quema por dentro, se apacigüe en nuestros labios…
Sus labios se fundieron, sus cuerpos se abrazaron, sus manos acariciaron, los dos se entregaron, sus corazones se unieron, sus espíritus se compenetraron. Eran un hombre y una mujer. El pasado había regresado al presente para saldar una cuenta sagrada pendiente. Ya no eran dos. Eran uno para siempre en el amor.
Eran ya las cinco de la tarde. Raquel despertó y vio con sorpresa que estaba sobre su cama, en su habitación. Se vistió y bajó a la cocina. Jesús estaba preparando algo de cena. Felipe todavía dormía.
-¡Buenos días o buenas tardes, Jesús!
-¡Buenas tardes…princesa…! ¿Qué tal has dormido?
-Bien… ¿pero por qué me has subido a la habitación? Soy un peso muerto…jajaja.
-Si nos hubiéramos quedado aquí, en el suelo, ahora no tendrías ese cuerpo lozano que bajas…
-¿Pero me quedé dormida?
-Nos quedamos dormidos, pero yo me he despertado hace una hora, y para ganar tiempo, estoy preparando algo ya para la cena.
-¿Y tu como te encuentras?
-¡Perfectamente…eres una maravillosa manipuladora de energías!
-Entonces no entiendo…
-¿Qué no entiendes el qué?
-Pues que si yo te he dado toda esa energía…se supone que yo ahora no debería estar tan fuerte y explosiva como me siento…sino todo lo contrario, algo más debilitada y cansada…
-Mi amor, me has pasado tu energía, pero estás constantemente produciéndola. Tu corazón es una fuente interminable de energía, y además…compartimos los dos…y eso tiene su importancia…Pero ahora siéntate aquí, conmigo, y tomate este cafecito que te tenía preparado.
-¿Qué tu me has preparado café?
-De vez en cuando, Raquel, no te hará daño. ¡Disfrútalo!
-¿Qué has preparado para cenar?
-¡Sorpresa! Habrá que esperar a Felipe…Mi amor, te siento un poco inquieta…¿Qué es?
-¡Hijo…no se te escapa ni una…! Es que me siento rara…Tengo una sensación extraña en el cuerpo. Lo que ha sucedido entre los dos…me ha cambiado un poco, es como si algo dentro de mí se hubiese transformado.
-Y de hecho…claro que algo ha cambiado en ti. A nivel físico, vibracional, emocional y sensitivo.
-¿Pero por qué me miras así, Jesús…?
-Ya que no me miras a mí, te miro yo a ti.
-Jesús… ¿Qué sentías tú…cuando…?
-Cuando nos estábamos amando… ¿Te arrepientes de haberlo hecho?
-¡Noo, claro que no! Es lo más bello, enriquecedor y hermoso que me ha ocurrido nunca… ¿pero qué has sentido tu, Jesús?
-Me has hecho plenamente feliz, Raquel. Tu amor me ha salvado, y mi amor te ha recuperado ya para siempre. Lo que no sucedió entre los dos hace 20 siglos, ha ocurrido ahora, y las consecuencias son también mucho más importantes. Entonces solo habría sido una unión afectiva muy importante, pero sólo eso. Ahora rebasa ya los límites humanos. Todo tiene un por qué. Todo tiene su tiempo exacto. El momento más adecuado.
-Jesús, si hace dos mil años yo no acudí a tu llamada aquella noche, la más triste y penosa para ti, fue porque le tenía miedo a la Ley de Yahvé y de Moisés, miedo a mi propia gente, a mi familia… Tú aquella noche me mandaste una nota con aquel muchacho. Me invitabas a tu cena y a compartir tus últimos momentos contigo. Sabía que en aquel momento me necesitabas…y fui…estuve en aquel jardín, escondida entre los olivos y al amparo de la noche. Te ví, quise ir a tu lado, pero no pude. Era hija de un sacerdote del templo, y para más INRI…uno de los que más encarnizadamente te persiguieron. Pude haberlo hecho…nadie me lo impedía en aquel instante, pero… la ley de Moisés a la que tanto he odiado siempre…
-Raquel, por favor, no pronuncies más esa palabra. Solo con el hecho de pronunciarla, ya te hace daño, aunque en el fondo no lo sientas.
-¿Entonces que debo decir? ¿Qué le tengo manía? ¿Qué la detesto?
-Sencillamente…mi amor…no la aceptabas porque te parecía injusta, sobre todo para la mujer.
-Sí, es cierto. La mujer ha sido la principal víctima de esa malhecha e injusta ley. Ví apedrear a muchas mujeres por adulterio, mientras que los hombres podían poner los cuernos a sus mujeres siempre que querían, incluso tenían los prostíbulos a su disposición. O Moisés era un asqueroso machista, o el dios de Moisés era un jilip…
-¡No sigas hablando, Raquel…será mejor!
-¡Iba a decir que Moisés era un machista, o su dios un jilipoyas! ¿Por qué no puedo decir en voz alta lo que pienso y siento? No creo que el Padre se enfade por ello, porque para empezar, no creo que estemos hablando del mismo Dios. Desde luego no tiene nada el Dios del Antiguo Testamento, con el Padre al que tú amas, y yo amo.
-Raquel, no me importaría contarte toda la historia… pero estoy seguro de que aún así… no estarías conforme. Además…mi amorcito…me has dado unos argumentos, que aunque son ciertos, no fueron los que te impidieron el que tú y yo nos encontráramos aquella noche. ¿Verdad que no?
-Tienes razón…no tuvieron ninguna influencia sobre mí…lo fui todo, menos cobarde. En aquellos momentos me importaba todo eso un rábano.
-Entonces, Raquel…dime…¿Cuál fue el verdadero motivo? Y no quiero que me respondas a mí, porque yo ya lo sé, lo se ahora y lo supe entonces…pero quiero que lo digas, para que te oigas a ti misma. Solo así, mi amor, te sentirás totalmente libre. Todavía ahora, y después de éste momento tan mágico y maravilloso que hemos tenido los dos…persiste en ti el mismo temor. Lo siento en tu corazón, lo leo en tus ojos…
-Entonces…te amaba, si…pero parte de ti me daba un poco de miedo, y ahora sencillamente…es vergüenza femenina.
-No, Raquel…entonces y ahora…es lo mismo.
-Eso si que no…entonces fue miedo…ahora solo es…que…no me siento a la altura…
-¡Escúchame, mi amor…y abre bien tus oídos y tu corazón…! Entonces sabías que además de ser un hombre, había algo dentro de mí que percibías y que no entendías…y por no entenderlo, por desconocerlo, tenías temor. Fuiste con Juan, la mujer que comprendió desde el primer instante el mensaje que llevaba en mi corazón. Creíste en mí desde el principio, desde que me reencontraste entonces. Me sentía profundamente unido a ti. Te amaba, y tu me correspondías, pero desde el silencio. Espiritualmente te sentía mía, pero también era consciente que aquel conocimiento que tenías sobre mí, sería, precisamente, lo que te separaría de mí. Fuiste incapaz de ver al hombre que había detrás de aquella identidad espiritual. No te atrevías ni a dirigirme la palabra. Tus pensamientos eran de mujer enamorada, y cuando me mirabas, y te miraba, te sentías mal. Sentías que esa parte de mí que desconocías, te rechazaba, cuando era él el que te pedía que le amaras. Si aquella noche me viste triste, no fue porque añorara tu presencia, sino porque sentía dentro de mí tu tristeza, tu angustia, tu soledad. Yo sabía que estabas allí, pero no podía llamarte, aunque lo deseaba. En aquel momento te habría violentado. Sin embargo, mi amor, hoy, has sido tu la que ha venido a mi encuentro. Entre el ayer y el hoy han pasado muchos siglos, pero en tu corazón y en tu mente, estamos todavía en aquella noche, con los mismos miedos y la misma angustia.
-No es así, Jesús…es cierto todo lo que has dicho de entonces, pero he hecho el amor contigo porque lo deseaba con toda mi alma, y me he sentido feliz, dichosa y hermosa. Lo único que me siento un poco…que no entiendo cómo tú…te has fijado en mí, en una mujer corriente y vulgar como soy. Soy una más, y desde luego las hay más hermosas, inteligentes que yo…Hacer el amor contigo ha sido lo más maravilloso que le pueda suceder a una mujer, pero eso no quita para que me sienta ahora inferior a ti.
-Vamos a ver Raquel…soy un hombre que te ama, tengo un cuerpo normal que necesita y quiere ser amado. ¿Qué tengo de especial yo? Tú eres una mujer que me ama, que me ha amado siempre y que desea ser amada por mí. Y yo te amo a ti. ¡Entérate bien! ¡Te amo a ti! Un hombre que te ama, Raquel…y si hablas así, es porque no quieres aceptar tu identidad.
-¿Y cual es esa identidad?
-¡Tu eres Luz y Fuerza!
-Todo ser humano es Luz y Fuerza, Jesús.
-Pero hay una gran diferencia. Tu luz y mi luz, tu fuerza y mi fuerza, son la misma. Tú me perteneces y yo te pertenezco a ti. Somos un mismo espíritu, proyectado en un hombre y en una mujer. Este es el lazo eterno que nos une a los dos. La causa de nuestros encuentros en el tiempo, de nuestros mutuos sentimientos. Esta es tu identidad, Raquel. Entiendo que no quieras aceptarla o te cueste asimilarla, y para eso te he llamado esta vez, princesa. ¿Recuerdas que te dije una vez lo importante que eras en mi vida? Te dije que con el tiempo lo entenderías, que comprenderías el alcance de las palabras que te estaba diciendo…Pues bien…ese momento ha llegado. Acabo de descubrirte tu identidad, bruscamente, a destiempo, pues lo habrías hecho por ti misma en el transcurso de tu evolución como ser humano, pero no hay tiempo, Raquel, tienes que hacer ahora la labor y el esfuerzo de años y de siglos por venir. ¿Confías en mí, Raquel? ¡Es muy serio lo que te estoy diciendo!
-¡Confío en ti, Jesús, pero necesito asimilarlo…y soy rápida…no te preocupes!
-Tendrás tu tiempo…aunque no mucho, mi amor…y también tendrás a tu complemento.
-¿De qué complemento hablas?
-De un hombre, el hombre al que has pertenecido desde siempre, porque él y tu sois almas gemelas. Tú ahora no eres una energía completa. Cuando os hayáis encontrado, seréis una sola unidad espiritual.
-Pero bueno…entonces… ¿yo no formo esa unidad contigo?
-¡Sí!
-Entonces… si tú eres mi alma gemela… ¿qué pinta aquí el complemento?
-Raquel, ni tu ni yo somos almas gemelas, sino que somos UNO, un solo espíritu. Pero tú, como fuerza y luz divina, no estarás completa hasta que ese hombre se acople a ti y tú te acoples a él.
-Pero Jesús…si yo estoy enamorada de ti… si eres el único amor de mi vida… ¿cómo podré amar a otro hombre?
-¡Ya le amas, Raquel…le amas desde siempre! En cuanto le veas…lo sabrás. Tu corazón te lo dirá.
-¿Pero cómo es posible amar a dos hombres a la vez?
-Raquel, no te preocupes. Cuando llegue ese momento, lo entenderás, y sabrás el por qué. Y lo que ves ahora tan imposible, entonces no lo será.
-Y dime, Jesús…a ese pobre hombre… ¿también le has llamado de esta forma tan precipitada…también ha tenido que saltarse mil y una evoluciones en una sola?
-Sí…pero él estaba más preparado que tu. Es más viejo y tiene más experiencia.
-No me digas… ¿no será, encima, un vejestorio…?
-Raquel, cuando te digo que es más viejo que tu, me refiero a la evolución.
-Pues ahora entiendo menos. Tú me dijiste que dos almas gemelas tienen que evolucionar al mismo compás para que cuando se encuentren haya un equilibrio. Si él tiene más nivel evolutivo que yo… ¿cómo podremos estar de acuerdo?
-Ese desequilibrio del principio, ya no existe. Lo has superado. ¿Por qué si no, durante toda tu vida, has tenido que superar pruebas muy duras? Has sufrido en tus carnes, en tu espíritu, en tu mente, toda la aceleración evolutiva. Ahora los dos estáis en el equilibrio perfecto, y estáis conmigo en una misma sintonía.
Todavía te quedan algunos resquicios del pasado en este sentido, pero desaparecerán, no lo dudes. Tu espíritu es puro, y depurará tu mente. Entonces comprenderás…pero mientras tanto… ¡confía en mí, Raquel!
-Confío plenamente en ti…sino…¿en quien voy a confiar…? Jesús…una pregunta mas…
-¡Dime!
-¿Lo volverías a hacer conmigo?
Jesús, ante la pregunta de Raquel, dejó su vaso en la mesa y se la quedó mirando fijamente durante unos segundos. Sonrió, se levantó de la silla y fue hacia Raquel. Se arrodilló delante de ella y cogiéndole fuertemente de las manos, y sin dejar de mirarla, le hizo la misma pregunta.
-Raquel, tu me puedes tomar y amar cuando lo desees. Mi amor es tuyo…pero ¿tú te entregarías a mí, te dejarías amar por mí ahora, sin miedos, sin recelos, sin complejos, sabiendo lo que esto significa para los dos?
-¡Si mi amor…lo quiero, lo deseo... con toda mi alma!
Jesús se levantó del suelo, tendió su mano hacia Raquel y le invitó a salir de casa.
-¿A dónde vamos…mi príncipe…?
-A un lugar, mi amor, donde nuestro momento será eterno, donde el tiempo se parará para siempre.
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