viernes, 7 de agosto de 2015
Un viaje sin retorno:CAPITULO 22.- LA BESTIA ACECHA
Eran las cuatro de la mañana y Jesús hacía su entrada en la casa. Pero vio luz en la cocina y fue allí.
-¿Raquel, qué haces a estas horas despierta?
-No podía dormir. Peter y Tico ya llevan tres horas durmiendo. ¿Y tú cómo es que no estás con Felipe?
-No ha querido que le acompañara yo. Ya había concretado él con un taxista para que viniese a recogerle. No ha sido fácil la despedida…
-¿Quieres una infusión calentita…?
-Si me acompañas tu, si… ¿y tu por qué estás tan inquieta, Pitufa?
-¿Tanto se me nota?
-Ya sabes que respecto a ti…lo conozco todo. ¿Pasó algo en la fiesta de Sacha?
-Pues no se…estoy inquieta, si…y mi corazón preocupado…y no se por qué…
-A ver…cuéntame…
-Daniel nos presentó a un hombre…más o menos tendría tu edad, que había conocido tres días antes y que le ayudó a transportar en su caravana una de las herramientas de arrastre. Se había portado muy bien con él, y como estaba de paso, se le ocurrió, como gesto, invitarle a la fiesta de Sacha, y fue.
En cuanto entró en el salón, me echó una mirada que…, que me perturbó, vamos… Al principio me quedé un poco deslumbrada. Era guapo, atractivo, y sobre todo muy enigmático. Pero cuando llevábamos un rato cenando, comencé a sentir una sensación de desagrado hacia él. Cuando terminamos de cenar, y Peter se fue con los críos a ver los terneros recién nacidos, aprovechó para acercarse a mí. Se sentó a mi lado y comenzó a insinuarse de una forma insultante. No hablaba, pero…sus ojos no me gustaron nada.
-Raquel, sin duda se trataría de un hombre al que le gustabas. El se acercó…y tanteo el terreno.
-No, Jesús…había algo más en él. Tuve la sensación de que quería meterse dentro de mí. Me costaba mucho concentrarme cuando le miraba. ¡No me gustó nada ese hombre! Y cuando se marchó, y saludó a todos, a mí me hace una reverencia, me coge de la mano y me la besa. Noté un escalofrío que por poco me congela el alma. Y desde que hemos vuelto a casa, siento como si algo me rondara. He pasado miedo, Jesús, verdadero miedo.
-¿Y por qué no se lo dijiste a Peter?
-Estuve a punto, Jesús, pero no quiero pasarme la vida huyendo de mis miedos. Afrontarlos en la oscuridad…me parece un poco fuerte. Por eso bajé a la cocina y con la luz encendida he conseguido superarlo.
-¿Y cómo lo has hecho?
-A lo que le tengo miedo es a aquello que no veo y que me hace sentir mal. Así que intenté visualizar a un ser determinado, lo hice, y aquel temor desapareció.
-¿Y a quien visualizaste?
-¡A Luzbel! Desde el principio supe que era él…Pero es una tontería, Jesús…¡el pobre, como es el malo de le peli…se carga con todo! ¡Son mis estúpidos miedos…sin más!
-¡Dame un momento tu mano, Raquel!
-¡Si quieres te la quedas, eh…!
-Jajaja…mi amorcito…esta mano ya es mía…¡Sí, acertaste de lleno, mi amor…su energía está aquí, en tu mano!
Raquel, en un acto reflejo, sacudió con fuerza su mano.
-Pero no te preocupes, mujer… ¡No tiene importancia! ¡Llévala a tu corazón…y ya está…y esa parte de él que ha dejado en ti…se sentirá amada!
-Jesús… ¿por qué me miraba así? ¿Por qué vino a mí cuando Peter se marchó?
-No deseaba tener interferencias…
-¿Pero y por qué a mí?
-Porque tu, mi amor, eres la que más unida estás a mí, la que más puede influenciarme. Seguramente habrá tanteado las posibilidades que tiene a través de ti para llegar a mí, y de paso, para destruirte a ti también. Pero mi amor…no le tengas miedo. Tú eres fuerte, muy fuerte, y lo que te da esa fuerza es el Amor que hay en tu corazón. Vence a tus propios miedos, y le vencerás a él.
-¿Y tú Jesús…no le tienes miedo? ¿No temes su poder?
-No, Raquel, no le temo. El puede destruir mi cuerpo, pues la materia le pertenece, pero nunca conseguirá destruirme a mí. ¿Y sabes por qué? ¡Porque le amo, Raquel…yo amo a mi hermano! ¡Y Luzbel al Amor, nunca ha podido vencerlo!
-¿Dices que le amas? Si siempre que ha podido te ha destruido…te ha machacado…
-Raquel, Luzbel es mi hermano, nuestro hermano. También él es hijo del Padre Amor. El también es un ser de Luz, solo que ha caído atrapado en su propio egocentrismo. Antepuso la perfección al Amor, cuando es el Amor la única fuente de la perfección. Yo he vuelto a rescatar al ser humano de la ignorancia y a ayudarle a encontrar su identidad, pero mi corazón también alberga la esperanza de poder rescatarle a él. ¿Por qué crees que viene a por mí? Parte de la esencia de Luzbel es Amor, pues por el Amor fue creado. El sabe la fuerza que tiene el Amor, y tiene miedo a ser derrotado por él. El no me odia, Raquel…¡¡me ama!! Y no permitirá que me acerque a él. Por eso intentará, y de hecho lo hará, destruirme a mí como hombre. Destruirá mi habitáculo, pero nunca me destruirá a mí, porque en cuanto se enfrenta al verdadero amor, cae vencido.
-¡Ten, mi príncipe…la infusión…está calentita…! ¿Quieres azúcar?
-No, mi amor, prefiero, miel.
-Y en cuanto te la bebas…a la cama…que te veo muy cansado. Ahora que Felipe no está, tómate unos días de descanso.
-¡No estoy cansado, Raquel!
-¿Qué es lo que te pasa entonces, Jesús? Te veo demacrado, y tus ojos no tienen brillo…
-¡Solo estoy un poco preocupado…eso es todo!
Pero Raquel sintió que su amigo estaba mal. Y unas lágrimas empezaban a asomar por sus ojos color miel.
-¡Por favor, mi amor…dime lo que te pasa! Se que estás mal. Quiero ayudarte. ¡Sincérate conmigo, por favor! ¿Por qué lloras?
-Estoy emocionado, mi amor…lloro por eso.
-¿Y por qué entonces tienes tanta tristeza en tu corazón? No olvides que estamos conexionados, para bien y para mal, pero es así, y te siento triste.
-Triste no…solo preocupado…de verdad…
-¿Pero preocupado por qué…? ¿No van bien las cosas? Felipe acaba de marchar a hacer su trabajo, y va muy bien preparado y muy ilusionado. Nosotros aprendemos bien y rápido, al menos eso dices tú… Estamos juntos y trabajamos codo con codo. Nos amamos… ¿qué es lo que marcha mal que tanto te preocupa?
-Me preocupáis vosotros, Princesa. Creo que os he arrastrado a hacer algo de lo que no sois plenamente conscientes. ¡Me siento responsable!
-¿Acaso te arrepientes ahora de habernos llamado? ¡Dime…! ¿Crees que somos tan ignorantes que nos crees incapaces de ser conscientes de lo que llevamos entre manos?
-Raquel…es mi locura, mi compromiso y…por qué no decirlo… ¡mi desesperación! Os he arrastrado hasta aquí porque sois mis amigos. Y vosotros hacéis esto por mí, porque me amáis.
-Estás confundido, Jesús. Yo no sé lo que pasará por la mente y el corazón de Peter y de Felipe, pero te aseguro que si yo estoy contigo es porque hago mío tu plan, tu locura, como lo llamas tú…Me costó mucho tomar la decisión, mi amor… ¡acuérdate! Y este plan, esta locura tuya la hemos tenido siempre nosotros en nuestro ánimo, pero no éramos lo suficientemente fuertes para hacerlo nosotros mismos. De ahí la frustración que trajimos todos aquí. Tú nos has dado ese empujón que nos hacía falta para realizar el que también es nuestro sueño. ¡Te amo Jesús…solo el Padre sabe cuanto te amo y lo que significas para mí, pero también estoy aprendiendo a amar al ser humano, porque es maravilloso, y lucharé como un león por él. El Amor nos vuelve igual de locos a los dioses que a los humanos.
-¿A qué dioses te refieres? Yo no conozco a ninguno…
-Es una forma de hablar, mi amor…
-¿Estoy siendo ridículo, verdad, princesa?
-No, Jesús…sencillamente…amas, y quieres a tus amigos y hermanos, y cuando se ama se sufre…y uno se preocupa, y piensa la mayoría de las veces tonterías… ¡pero es humano, y tú, eres tremendamente humano! Y aunque cuando se ama se sufre…es lo más hermoso del hombre, y no de algunas “celebridades” del piso de arriba, que parecen un poco amorfos…y tu ya te estabas amorfando un poco también… ¡Te está viniendo bien esta experiencia…!
Como siempre, aquella exclamación rompe situaciones tensas de Raquel, y que había recuperado de antaño…hizo olvidar a Jesús su tristeza y preocupación y le provocó una sonrisa. Cogió a Raquel entre sus brazos y la apretó contra él con toda la fuerza de su alma.
-¡Eres la paz para mi corazón…no me dejes nunca, mi amor!
-¡No pienso hacerlo…ni muerta!
-¿Vas a intentar dormir?
-Me da no se qué volver a la habitación…sigo teniendo esa sensación, Jesús, y para nada quiero que esa energía pueda tocar a Tico.
-Mi amor…vence tus propios miedos…y le vencerás a él.
-Yo ahora no hablo de él…sino de esa energía…y se muy bien de lo que es capaz.
-Vente conmigo a la habitación…a mí también me ronda algo…y juntos podemos afrontarlo mejor.
-¡Me apunto! ¡Quiero estar contigo, Jesús! Hacía ya tiempo que no nos encontrábamos así. ¡Te he echado mucho de menos!
-Y yo, Raquel…porque cuando estoy contigo mi corazón se quita todas las cargas y se hace ligero, saltarín, alegre y muy dichoso. Tu le das paz y ternura… ¡Y créeme, mi amor…lo necesito!
-Jesús…ahora que yo soy la que está más fuerte, descansa en mí. Yo, antes, cuando necesitaba de ti, me metía dentro, muy dentro de ti, y me alimentabas con tu amor. Ahora necesitas de mí, y aquí estoy, como pincho moruno o como quieras, pero sí como alimento para tu corazón y tu alma. Y no solo yo…Está Peter también. Trabajamos en equipo, no lo olvides.
-En estos momentos el estar contigo es suficiente. ¡Vamos a descansar un poco! Mañana nos toca día de recreo con los chavales en el bosquecillo, y nos van a hacer sudar…jejeje...
-¿Pero es que vas a venir tu también?
-¿Acaso no me has dado unos días de vacaciones? ¡Pues me los tomo! Me irá bien descansar un poco.
-Pasarlo bien, nos lo pasaremos…pero no creo que puedas descansar mucho…jajaja.
La velada campestre fue de lo más divertida. Jesús se sentía entre los chavales como un niño más. Corría…se tiraba por los suelos, reía, cantaba, imitaba a los animales, se disfrazaba de oso negro. Su rostro resplandecía como el sol del verano. No parecía cansado, sino todo lo contrario. Parecía lleno de fuerza, de vitalidad. Tico no se despegaba de él ni un solo momento. Jesús le notó serio y que miraba en todas direcciones. Pronto le cogió a Jesús del brazo y buscó protección.
-Tico… ¿qué te ocurre, campeón?
-Jesús…tengo mucho miedo.
-¿Miedo a qué…? Pero en aquel mismo instante percibió algo anormal. Algún tipo de energía muy fuerte les rondaba. Comenzó a llamar a los muchachos y los fue agrupando en un círculo muy cerrado. Raquel no había notado nada, pero la expresión de Jesús la inquietó. Cuando iba al encuentro de su amigo y de lo niños, entre los arbustos apareció un enorme lobo blanco. Sus ojos, como bolas de fuego, miraban amenazantes a Raquel. Los niños, presos del pánico se habían puesto a gritar desaforadamente. Raquel intentó arrojarle de allí, pero la bestia se lanzó sobre ella tirándola al suelo.
Intentaba quitárselo de encima, pero sus colmillos le rozaban el cuello. Jesús, dejando a los niños apiñados, se lanzó contra el animal. Pero en la lucha cayó de espaldas contra el suelo, quedándose atontado por el golpe, y aquella bestia alcanzó su cuello, provocándole un fuerte desgarro. Raquel se incorporó del suelo y cogiendo una piedra asestó varios golpes sobre la cabeza del animal, hasta que éste, reventado, cayó fulminado a tierra. En un instante, aquel animal se desintegró.
Raquel vio que Jesús sangraba excesivamente por el cuello. Le exploró y vio que la herida era muy profunda, y los colmillos de esa bestia le habían provocado desgarro en el tejido, pero no le había afectado a la arteria. Pero sangraba mucho.
-Jesús…tranquilo…no te muevas.
-¿Y tú…estás herida?
-En la espalda, pero no tiene importancia…Tu herida es grave. No te muevas. Voy a enviar a Tico para que avise a Peter. Enseguida te trasladamos al centro.
Raquel dio instrucciones a Tico para que fuese a buscar a Peter y le contara lo sucedido. Tenía que venir enseguida con el coche y acompañado de alguien para quedar luego al cuidado de ellos.
Tico, asustado de ver a su querido amigo en esas condiciones, salió como una bala. Raquel, mientras tanto, hacía lo imposible por cortar la hemorragia.
No habrían pasado ni diez minutos, y el coche apareció con Peter y Daniel. Estos echaron a correr hacia ellos.
-¿Raquel, como está?
-Está perdiendo mucha sangre, y ya no hay tiempo de llevarlo al hospital. Tendré que hacerlo yo en el centro.
-¿Ya podrás tu sola, Pitufa?
-El hospital está a una hora de aquí…no llegaría vivo.
-¡Vamos…pronto…con cuidado…así…!
-No os preocupéis por mí chicos…estoy bien.
Justo le vino a Jesús para poder entrar en el recinto sanitario y tumbarse en la camilla. Perdió el conocimiento. Tenía también mucha fiebre, algo que le extrañó a Raquel. Demasiado rápido para que se le hubiera infectado. Raquel curó primero la herida. Hubo que coser parte del tejido. El desgarramiento había sido profundo. Le suministró el antibiótico y pensó unos segundos.
-Peter…necesita una transfusión. Está muy débil…ha perdido mucha sangre. Yo tengo su grupo sanguíneo, pero tengo que estar pendiente de la operación. Ahora te necesito.
-Raquel, no te preocupes. Tú dedícate a la intervención. Yo le doy la sangre. Mi grupo sanguíneo sirve para todo el mundo… ¡y mucho más para él!
-¡Está bien, Peter…túmbate ahí, a su derecha!
-¡Estoy listo!
Terminada la transfusión, el pulso de Jesús era ya algo más normal. Pero tenía una fiebre muy alta. Este reaccionó y abrió lo ojos.
-¡Un poco de agua…Raquel, me arde el cuello y hay fuego en mi garganta!
-¡Tranquilo, mi amor…se irá pasando…espera un poquito, y dentro de un rato te daré a beber! Ahora viene Peter. Ha ido a por el coche para traerlo hasta la puerta. Te llevaremos a casa en esta camilla. Allí estarás mejor.
-Raquel… ¡no me sueltes de la mano…no me sueltes…!
Jesús cogía de la mano a Raquel desesperadamente. Está comenzó a sospechar algo.
-¿Jesús que tienes?
-Raquel…me ha tocado…me ha tocado…
-¿Ha sido él, verdad?
-Ha sido esa energía…
Peter, alterado, abrió la puerta del recinto sanitario. Entre los dos arroparon a Jesús y lo trasladaron a casa. Allí, en una cama, puesta cerca del fuego del hogar, en el salón, quedó instalado Jesús. Deliraba. Tenía cogidos a Raquel y a Peter de las manos, apretadas contra su corazón.
-Raquel…quédate tú con él. Yo voy a decirle a Daniel lo que pasa, y a ver cómo están los niños.
-¡Peter, no…quédate! Jesús nos ha cogido las manos por algo. ¿Sabes lo que pasó con aquel lobo? ¡Desapareció! Fue él, Peter, quien nos atacó… ¡ese bastardo!...Y además iba a por mí…y él se metió por medio y…
-¡Raquel…tranquila…!
-El, antes de quedarse inconsciente me pidió que no soltara su mano, que él lo había tocado. ¡Se aferra angustiosamente a nosotros, Peter! ¿Pero que le estará haciendo ese bastardo?
-Estamos a su lado, Raquel…y Jesús es fuerte y lo superará. ¡Ahora él nos necesita, y tenemos que estar serenos y templados!
Tico había entrado corriendo por la puerta del huerto. Se presentó en el comedor alterado, sudado y preocupado por su amigo.
-¿Dónde está Jesús, Raquel? ¿Esta ya bien? ¿Ya le has curado?
-Está mejor, cariño…pero todavía está malito. Está ahí, con Peter, en la cama, al lado del fuego.
-¿Y qué hace Peter en la cama con él?
-Le está haciendo sudar…porque así le bajará la temperatura.
-¡Entonces me meto yo también!
-¡Tico…no…no…!
-Pero Raquel…déjame, es mi amigo y quiero estar con él… Y tico rompió a llorar amargamente, y a Raquel se le rompía el corazón de ver al niño así.
-Tico, cariño…Jesús necesita estar muy quieto. Se me ocurre una idea…a ver que te parece…Tu subes ahora a tu cuarto, te aseas bien, te pones ropa limpia y luego te sientas en una silla al lado de Jesús. ¿Qué te parece?
Pero Tico ni respondió. Subió como un rayo las escaleras. No tardó en bajar ni cinco minutos cambiado de ropa, aseado y peinado. Se acercó de puntillas a su amigo, y a la señal de un guiño de Peter, le cogió de la mano. Jesús, cuando sintió la mano de su campeón, la apretó y se la llevó a su corazón. Una suave sonrisa iluminó su rostro.
-¡Animo, Jesús…ponte bueno! ¿Quieres que te cuente una historia mágica de las que te gustan?
Raquel y Peter se miraron. Jesús necesitaba reposo, pero cómo decirle a ese pobre niño que callara. Intentaba consolar y entretener a su amigo del alma, como lo hizo él cuando pasó el sarampión. Aquel niño sufría… ¿cómo negarle que le contara esa historia llena de magia…?
Tico con su trabalenguas, comenzó el relato. No pudo contener su entusiasmo y terminó sentado encima de la cama. Cuando Raquel fue hacia él para bajarlo, Jesús abrió los ojos y acarició al pequeño.
-Raquel, estoy bien…déjale…
-Tico, mira…te voy a hacer mi ayudante durante un ratito. Quiero que te quedes con Jesús mientras Peter me cura, tienes que estar al lado de la cama, pero sentado en la silla.
-¡Sí…si…Raquel…lo haré! ¿Pero tú también tienes heridas?
-Sí, en la espalda, y como yo no puedo, Peter me va a hacer la cura.
-¡Raquel, quiero ver esas heridas!
-Jesús, no estás ahora para hacer revisiones médicas. ¡No es nada!
-¡Eso lo quiero ver yo, Raquel…! Peter… ¡quítale la camisa!
Cuando Peter quitó la camisa a Raquel, quedó sin habla. Tenía toda la espalda cubierta de heridas provocadas por las garras del animal, y no tenían buen aspecto. Raquel no sentía mucho dolor. Su mente había estado ocupada en Jesús. Pero ahora que empezaba a relajarse un poco, comenzaba a sentir aquellas heridas. También tenía fiebre, pero podía mantenerse perfectamente.
-¡Peter…cúrala enseguida! ¡Yo te iré indicando!
-¡Jesús, no te muevas! ¿Es que quieres que se te abra de nuevo la herida del cuello?
-¡Cuando terminemos con tu espalda, Raquel!
-Peter… ¿me dejas que te ayude a curarla? Yo también quiero ser médico… ¿sabes…?
-Ya aprenderás, Tico…pero ahora Jesús te necesita…No le dejes que se mueva mucho. ¡Vigílale bien!
Peter terminó de curar a Raquel bajo la supervisión de Jesús, y éste volvió a relajarse y quedó dormido. Raquel le tomó la temperatura. Le estaba bajando, pero todavía era alta. Ella tomó un calmante. Los dolores empezaban a ser muy fuertes, pero tenía que estar bien y atenta. Al rato se suministró también el antibiótico. Su temperatura también comenzaba a subir, pero no quería alarmar a Peter. Tico estaba muy nervioso e iba a marcharse con él a casa de Daniel el resto de la tarde, para que Jesús estuviese más tranquilo.
Las horas fueron pasando. Jesús se despertaba alterado con pesadillas, y volvía a dormirse otra vez. A Raquel se le hacía aquella espera una eternidad. Se sentía mal. Empezó a sudar y estaba en un continuo escalofrío. Pensó que lo más prudente era avisar a Peter, pero cuando llegó a la puerta, donde estaba el teléfono, las fuerzas le fallaron y cayó al suelo. No podía volver a ponerse en pié. Como pudo fue arrastrándose hasta la cama de Jesús, y de rodillas en el suelo, se dejó caer sobre él. La visión se le iba por momentos, pero algo o alguien le activó su mente, su cerebro, y comenzaron a pasar por ella imágenes del pasado, momentos horribles para su corazón. De nuevo imágenes de Jesús en manos de aquellos soldados romanos. Raquel luchaba con todas sus fuerzas para borrarlas, para destruirlas para siempre…pero su cerebro no le obedecía. Se había vuelto loco. Y siguió viendo…y la tortura era casi mortal. En su delirio, llamaba con desesperación a Jesús. Quería ir con él, pero no la dejaban.
Jesús despertó y vio a Raquel en aquel estado. Como pudo se incorporó y apoyó sus manos sobre la espalda y la cabeza de Raquel. Intentó sacarla de aquel trance, pero no lo consiguió. Sabía que aquella energía se estaba ensañando con ella, como lo hacía con él. Estaba intentando abrirle de nuevo la herida que entonces le llevó a la muerte. Y Raquel seguía siendo testigo fortuito de aquellas trágicas escenas.
-Raquel…mi amor…reacciona…, estoy aquí, contigo…siénteme…estoy aquí, ahora, contigo…controla tu mente…mi amor…tu puedes con ella…¡Ve hacia mí…intenta alcanzarme…te estoy esperando…! ¡Abrázame, Raquel…y ven conmigo!
Y Jesús la abraza con todas sus fuerzas, intentando arrancársela a esa fuerza que cada vez acechaba con más violencia. Raquel empezó a reaccionar. Su sudor había empapado su camisa, y su rostro parecía desencajado. Miró a Jesús, y éste le sonrió y acarició suavemente su rostro.
-¡No, Jesús…no…no quiero que pase…otra vez no…otra vez no…!
-¡Aquello ya pasó, mi amor…olvídalo…!
-¡Pero volverá a ocurrir…ocurrirá otra vez…Jesús…lo he visto…les he visto…!
Jesús cayó en la cuenta de que Raquel también lo sabía. No solo aquella energía la había torturado con el pasado, sino que le había presentado un futuro ya no muy lejano. Escenas que él mismo había visto meses atrás, y que había vuelto a revivir bajo los efectos de la alta temperatura.
-¿Qué has visto, mi amor?
Pero ella no responde. Se abraza fuertemente a su amigo y se entrega al llanto, un llanto de nuevo con sabor amargo.
-Raquel…querida mía… ¡ayúdame…! ¡Hablemos de ello…nos hará bien a los dos! Estas temblando… ¡Ven, arrópate conmigo…!
-Jesús, le he visto…al hombre…al militar que salvé, el de la serpiente… ¡estaba entre ellos!
-¡Pero tranquila, mi amor…tranquila…!
-Eran doce hombres. Todos llevaban la serpiente negra en el brazo. Llevaban cubierta la cabeza con una capucha negra, y con la misma serpiente. Habían hecho un corro. En sus manos llevaban varillas muy finas de acero y palos de béisbol…y tú…tú estabas en el centro de ese círculo, arrojado en el suelo y con las manos atadas a la espalda. Y esos hombres te golpean…te golpean sin piedad, y tu cuerpo se cubre de sangre. Y luego te cuelgan de las muñecas de la rama de un árbol, y con una daga en forma de serpiente te arrancan los pechos, y te abren el vientre…¡dios mío…no…no….no….otra vez no….! ¡Dime que ha sido una alucinación…una pesadilla…dímelo, Jesús…por favor!
Pero Jesús no puede responder. Sus ojos cerrados lloran, y sus lágrimas se mezclan con las de ella. No se trataba de ninguna pesadilla. También le había sido revelado a él hace un tiempo. Era uno de los precios que tenia que pagar por su nueva incursión, y el lo aceptó. ¿Pero cómo decírselo a Raquel? Se lo habría dicho, si, pero más adelante, cuando la anterior herida hubiese cerrado para siempre. La habría ido preparando como a Peter. Pero esa energía sabía lo que hacía. Sabía perfectamente la forma de quebrar el corazón de una mujer que le amaba.
Pero esta vez Raquel reaccionó. Sintió el corazón de su amigo y lo comprendió todo. El dolor, en forma de cuchillo, penetró en su vientre y en su corazón, pero esta vez el joven león no se dejó herir. Le amaba con toda su alma y no iba a dejarle solo como aquella vez. La iba a tener a su lado, y si era preciso, le ayudaría a morir, pero ya no habría más lágrimas. Se incorporó y miró a Jesús.
-Ya no habrá más lágrimas, Jesús. Estaré a tu lado. Esta vez esa bestia inmunda, ese borde hijo de puta no conseguirá anularme. El joven león luchará. No se dejará herir.
Y Jesús, llevando su dedo pulgar a los labios de Raquel, y con una amplia sonrisa, la invitó a guardar silencio. La volvió a sentar a su lado y con su mano derecha masajeó con mucha ternura su corazón y su vientre.
-¡Lucha, Raquel…pero sin estos dos puñales…deshazte de ellos! ¿No ves que es eso precisamente lo que quiere de ti? Desea que le odies, y alimentarse así de ti. Enseña a tu joven león a luchar con el amor.
-¿Y cómo puedo sacarme esos dos puñales, Jesús? ¡No quiero sentirlos, pero tampoco se cómo sacarlos de mí! ¡Ayúdame…es tan difícil amar a quien está destruyendo al ser al que amas…no hay odio en mi corazón…pero siento dolor…mucho dolor…!
-¿Te acuerdas, mi amor, de la copa que compartimos aquella noche? Pues ahora te la ofrezco para que bebas conmigo de ella. Comparte conmigo esta dura prueba. ¡Entrégate al dolor, princesa…no lo rechaces! Cuando esa energía vuelva contra ti, no te opongas a ella. ¡Ámala…! Si vuelve a torturarte con esas imágenes, no las veas desde fuera, métete en ellas, y comparte conmigo aquello que tanto desgarra tu alma. ¡Aliméntate de esta situación! Aprovecha esos tortuosos momentos para entregarte, y para que esa energía se sienta amada y no rechazada. Entonces te dejará en paz, porque ya no podrá hacerte daño. Y sin embargo, habrás abierto una puerta hacia la esperanza para un ser de Luz que está atrapado en la más absoluta oscuridad, porque no se siente amado. ¡Tiéndele tu mano, Raquel, como se la tiendo yo! Que tu corazón nunca pierda la esperanza por recuperarle, haga lo que haga… ¿Qué…cómo va ese dolor?
-¡Los puñales se han ido! ¿Cómo lo has hecho?
-¡Lo has hecho tu, princesa! ¡Tu amor ha sido más fuerte que su venganza! ¡Por fin has comprendido el verdadero mensaje del dolor! Mi amorcito…soy feliz…Cuando llegue ese momento me entregaré a él, dejaré que me atraviese y que me arranque el alma y el corazón si es eso lo que necesita, pero cuando lo haga…comerá de mí, y ya sabes que soy muy peligroso con los apagones…jajaja… Y esta vez, si que quiero que me acompañéis, y que lo compartáis conmigo. Yo haré de pincho moruno, y cuando esa energía vaya a comer…vosotros os encargaréis de ella. Encendéis la Luz de vuestro SER y deslumbrad a la oscuridad, para que su Ángel vea el corazón de su hermano, y se funda con él. ¡Eso es lo que necesito de vosotros! ¡Ayudadme a que la Luz ilumine para siempre esta hermosa humanidad!
-¡Jesús…lo haremos…puedes estar seguro de que así será!
-¡Lo estoy, mi amor, pero si en algún momento olvido todo lo que hemos estado hablando aquí, si me ves y me sientes derrumbado…recuérdamelo, Raquel!
-No hará falta que te lo recordemos, Jesús, porque lo verás en nuestro semblante a todas horas, y lo sentirás en nuestros corazones.
-¡Esa es la respuesta que esperaba de ti! Y ahora acércame por favor la caja de las curas. Con el sudor se te ha levantado la cura que te ha hecho antes Peter, y las heridas sangran otra vez.
-Jesús…tú no estás bien. No debes moverte. Peter estará al caer. Ya lo hará él.
-Estoy mejor, Raquel, además Peter no es médico…y se nota… y esas heridas tienen que curar bien…como todas.
-¡Intenta no hacerme tanto daño como Peter! Antes he visto las estrellas…
Y Jesús se rió. Y Raquel sabía por qué. Y se sintió un poco avergonzada. Era capaz de enfrentarse a la muerte, al dolor y a todo lo que fuese necesario por su amigo, y no soportaba el dolor ocasionado por los rasguños de un animal.
-¿Resulto incoherente, verdad, Jesús?
-Todos lo somos a veces, mi amor…No seamos tan estrictos con nosotros mismos. A nadie le gusta el dolor. ¿Qué…lo aguantas..?
-¡Sí, claro!
-¡Es que menuda avería tienes aquí, princesa!
-Jesús… ¿tú crees que estamos locos?
-Sí, de remate…, y como diría Felipe:“y muy peligrosos”, y yo añadiría más: “y muy contagiosos”.
-¿Y cómo crees que nos tendrán catalogados los de arriba?
-¡No tengo ni idea, mi amor! Bueno…esto ya está…y ahora, Raquel…túmbate y tápate bien. Tú también tienes fiebre.
-¡Yo no me muevo de aquí! El que tiene que estar tumbado y quieto eres tu. Aunque la fiebre te ha bajado notablemente, volverá a subir.
-Pero tú necesitas descansar, princesa…
-Lo haré, esta noche. Se quedará Peter contigo y yo subiré a dormir. ¿Te apetece agua con un poco de limón?
-Sí, Pitufa…y después intentaré descansar un ratito…
-¡Eso me parece lo más acertado!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario